Pablo Berger se mete con la jodida faena de la manipulación de un cuento de hadas tradicional; historia además llevada al cine desde la época de aquellas películas mudas que el propio Berger pretende emular. Y que tuvo tantísimas versiones -desde la más famosa producida por Walt Disney en 1937 a la de horror con la teniente Ripley en el papel de madrastra terrible- pero ninguna análoga a la idea del director que aquí nos incumbe. Y digo ninguna porque a pesar de las vueltas de tuerca de otras producciones que llevaron al cuento de hadas al porno, al horror o al musical, ninguna logró darle tanta identidad específica a una Blancanieves protagonista que ganaba en mito con su ambigua ubicación geográfica y su vaga pertenencia cultural. Y Berger nos presenta a su bella Blancanieves andaluza; hija de un torero leyenda y una cantante de flamenco que ocupan el vetusto lugar de los reyes. Esta nueva identidad se logra rápido –literalmente en segundos- con un prólogo que encabronó a algunos españoles pavos que pensaron que la película podría llegar a ser responsable de algún tipo de estigma relacionado a las corridas de toros. Sin embargo, la apropiación de Berger, esta Blancanieves de toros, flamenco, gazpacho y vino tinto, es más un cuento sevillano que una españolización del mito. Los ofuscados, en todo caso, deberían haber sido los andaluces.
Clásica y moderna Esta nueva Blancanieves es una ingeniosa transposición del cuento clásico de los hermanos Grimm, ambientada en la Sevilla se los años ´20, con la intervención de toda la tradición folklórica española: toros, flamenco, sevillanas y cortijo incluidos. No es sólo esto lo peculiar, sino que -como en el caso de El artista- se trata de un film mudo y en blanco y negro, con intertítulos propios. Entre nosotros, vale recordar el caso de La antena, de Esteban Sapir, que también con un film silente homenajeaba el cine expresionista. La Blancanieves del vasco Pablo Berger expone una estética gótica, pero se vale del costumbrismo y de la cultura hispana, con un resultado final que resulta una grata sorpresa. Pocas veces se ha visto una madrastra de Blancanieves que exude tanta crueldad, como la que interpreta aquí Maribel Verdú, excelente en su caricatura de la villana de cuento, tan erótica como malvada: una mujer manipuladora, ambiciosa, casada con un torero inválido, viudo y con una pequeña hija que deberá soportar el maltrato de su madrastra, quien la somete hasta la esclavitud. Una pequeña a quien le han robado su padre y lucha por recuperarlo. Hasta que huye y se produce el consabido encuentro con los enanos. Con ellos la muchacha recuperará a su papá en la forma de la lidia, ya que ella misma deviene torera. Todo un aggiornamiento acorde a los parámetros actuales del cine de género. Después de todo, el cuento es esencialmente una búsqueda de la identidad femenina. Macarena García ganó el premio a mejor actriz en el Festival de San Sebastián como la joven torera, y Angela Molina la acompaña en un glorioso regreso como su abuela bondadosa (de cuento, también). La bella fotografía de Kiko de la Rica reafirma la vigencia del blanco y negro, inquietante y expresivo. La historia alcanza un marco atemporal y juega con los sentimientos clásicos, eternos, de la tragedia: amor y muerte, envidia, odio, solidaridad, sabiamente combinados, aunque algunas escenas se prolonguen demasiado. No es esta una recreación del cine mudo, sino un pastiche postmoderno que da a la historia cierta actualidad y combina con mucho ingenio la iconografía hispánica con el melodrama, la tradición clásica, el imaginario neogótico y el romanticismo, para tomarse algunas libertades con el mito, hasta llegar al sorprendente final, melancólico y de alta intensidad emocional.
Hispana, muda y en blanco y negro Para aquellos que critican a Disney por adaptar a su gusto clásicos de la literatura, esta Blancanieves trascurre en 1920, en Sevilla, y la hacendosa jovencita en vez de limpiar la casa termina como torera. Ah, y rodada en 2012, es muda y en blanco y negro. Y española. Blancanieves es una película atosigada de riesgos, de los que sale bien parada en la mayoría de las oportunidades. Porque toma la tauromaquia por las astas, porque tiene al cuento de los hermanos Grimm al lado, sólo como referencia. Porque tiene realismo mágico, a una malvada madrastra que viste de negro, y hasta enanitos (seis), y una maestría en lo visual pero que no emparda con el relato. Lo que se ve es mucho mejor que el guión. Y en parte eso es aquí fundamental, ya que al ser muda la película se refuerza el lenguaje fílmico, el impacto visual, los encuadres y la iluminación para el blanco y negro. En muchas películas la labor del iluminador o director de fotografía es determinante -y se ha dicho en esos casos que el que dirige el relato es él, y no el realizador-. En Blancanieves hay un trabajo mancomunado entre Pablo Berger y el vasco Kiko de la Rica (asiduo iluminador de Alex de la Iglesia), y escenas con aliento del cine expresionista. Toda una apuesta. La trama toma a un torero (Daniel Giménez Cacho, de Profundo carmesí), cuya esposa rompe bolsa en la plaza de toros por el susto que le da la corneada que sufre su marido famoso. En el parto, la mujer fallece, y habrá una madrastra, una enfermera (Maribel Verdú) quien se aproveche de la situación del torero lisiado y le haga la vida imposible a Carmencita (la debutante en el largometraje Macarena García). Que será Blancanieves, se irá del palacete y encontrará un circo rodante, donde conocerá a los enanos, uno de ellos, travesti. La música del catalán Alfonso de Villalonga suple bien la falta de diálogos y aporta con sus acordes esos climas tan necesarios para la dramaticidad del filme mudo. Si el francés Michel Hazanavicius le ganó de mano en estrenar El artista, a Blancanieves eso no le hace mella. Es más que un ejercicio, una invitación a los sentidos en tiempos en que las sorpresas en el cine no abundan.
Cuento de hadas hecho de luces y sombras Sí, Blancanieves es un film mudo y en blanco y negro, pero no supone un regreso al pasado (aunque también pueda ser interpretado como un homenaje a los grandes realizadores europeos de los años veinte) ni un intento de imitación (baste para probarlo el juego actoral moderno de los intérpretes). Lo que se propone Pablo Berger es recuperar el cine emocional de los orígenes, la potencia expresiva de las imágenes del film mudo; un tipo de cine que exige más participación del espectador, que es más abstracto y si se quiere más próximo a la ópera y el ballet que al cine sonoro. Y para lograrlo propone una relectura del famoso cuento de los hermanos Grimm reambientándolo en el mundo del toreo de la España de la década de 1920. En esta operación, además de incorporar abundantes elementos representativos del folklore español y sus estampas costumbristas, desaparecen los espejos mágicos, pero todavía hay manzanas envenenadas; se introducen novedades fruto de la fantasía de Berger: la bella niña se ha vuelto torera, lo mismo que los enanitos; el príncipe encantado no es un galán desconocido, sino el más apuesto de los minitoreadores. También se integran, con considerable ingenio, pinceladas de actualidad: la malvadísima madrastra de la que Maribel Verdú hace una inolvidable creación aspira ahora a ser una celebridad mediática y el criado que debe eliminar a la heroína malogra su misión no por clemencia, sino por voluptuosidad. La Blancanieves española, que según se afirma empezó a producirse antes que El artista, puede ser todo menos un cuento de hadas para niños: un melodrama teñido de humor negro, con acentos trágicos, un drama de celos y envidias, una historia de desdichas y amores que abreva en otros viejos cuentos, una mezcla de oscuridades góticas, romanticismo, humor y algo de melancolía y lirismo, sobre todo en el final. El interés de la historia se mantiene sin desmayos gracias al sostenido ritmo de la narración (apenas hay situaciones que parecen alargarse un poco) y la admirable fotografía en blanco y negro de Kiko de la Rica (con abundantes reminiscencias del expresionismo) constituye uno de los principales atractivos del film, lo mismo que la música de Alfonso de Villalonga, que nunca cesa y exhibe variedad de ritmos y de recursos sonoros (incluidas las palmas flamencas) para subrayar climas y funcionar como una suerte de hilo conductor del relato. Pero por supuesto son los actores quienes asumen un papel decisivo. Además de la descollante Verdú, también es muy destacable el trabajo de Macarena García como la bella Carmen adulta, si bien con ella el film pierde un poco de la emoción que en la primera parte imponían Ángela Molina, como la tierna abuela, y Sofía Oría, como la pequeña Carmencita, a la que le aguardarán otras desdichas después de haber perdido a su madre al nacer y casi también a su padre, de quien heredará el talento. Un film delicioso.
Cuentos de hadas sin palabras Con la misma pose autoindulgente de El artista, la película del español Pablo Berger, que ganó varios premios Goya, invoca a los hermanos Grimm y su cuento "Danielde" para contar una historia en blanco y negro, sin palabras y a través de breves intertítulos. Sin embargo, a diferencia de aquel filme sobre cine mudo –una pavada olvidable al poco tiempo– Blancanieves tiene mucho que contar en poco tiempo, valiéndose de trucos visuales que jamás afectan al corazón del relato. La cuestión pasa por la tauromaquia, un experto en estas lides y una cornada fatal. De ahí en más, surge el odio de la madrastra de Carmen, convertida en reina y esposa del torero postrado y del temor de pobre niña. Más adelante, la púber se convertirá en adolescente y será adoptada por un grupo de enanos circenses, momentos en que la película extrema sus homenaje al clásico Freaks (1932) en versión cuento de hadas para chicos y no tanto. Efectivamente, hay mucha crueldad y muertos de por medio en la travesía de Blancanieves, pero en este punto Berger se ubica en una zona ambigua para no cargar las tintas ni caer en escenas que pueden afectar a los más pequeños. Es probable que el filme acumule demasiadas historias en su desarrollo, pero esto queda salvado por la pericia del director y de su equipo técnico que tienen el propósito de narrar de manera ligera y leve las mil vueltas que tiene la vida de la protagonista. Para oponerse a una niña y luego adolescente maltratada y curioso grupo de enanos, nada mejor que recurrir a una actriz notable como Maribel Verdú en el rol de la Madrastra. Su perfecta composición de una mujer que encarna al Mal es un punto fuerte de este bienvenido artefacto cinematográfico que homenajea al cine mudo sin necesidad de adoptar una postura llorona y nostálgica.
Al igual que EL ARTISTA, esta cinta apela al tradicional blanco y negro y a los recursos del cine mudo, para agiornar el clásico relato infantil a todos los tópicos de la cultura ibérica. Con enorme fuerza visual y grandes actores, no sólo es una película original y con personalidad, sino también una sátira social que se presenta como un gran homenaje al lenguaje cinematográfico. Cine de autor, experimental y de calidad.
Esta nueva versión de "Blancanieves" en blanco y negro, con clima andaluz y aspecto gótico es una de las joyitas que estrena este jueves. La película es del 2012 pero llega a la Argentina y te recomiendo que la veas. Ojo, es muda, pero no te asustes... ¿Te acordas de "El Artista"? Bueno, va por ese camino... El arte, las actuaciones, la música y lo que sucede en esta versión del cuento de los hermanos Grimm te van a hacer salir feliz de la sala de cine. Una obra maestra de Pablo Berger. La historia está muy bien contada apoyada por las grandes actuaciones de su elenco... No te digo más nada, haceme caso y mirala. Una peli obligada.
Clásicos desmitificados Si bien se trata de un film de 2012 que ya ha girado por diversos festivales y se ha alzado con una enorme cantidad de premios ( diez Goyas, entre otros); Blancanieves, la propuesta experimental de Pablo Berger llega hoy a los cines argentinos. La trama nos presenta a un famoso torero (Daniel Giménez Cacho), cuya esposa comienza su trabajo de parto en la plaza de toros, tras un accidente que deja parapléjico a su marido. Luego del nacimiento, la mujer fallece, y surge en escena Encarna, una enfermera (la siempre genial Maribel Verdú) devenida nueva esposa, que se aprovecha de la situación del torero lisiado. Encarna la hará la vida imposible a Carmencita (Macarena García), la joven hija del torero, quien será Blancanieves, y que como tal, sobrevivirá a un intento de asesinato por parte de su madrastra. Tras estos hechos, ella se irá del palacio compartido, encontrará un circo rodante, donde un grupo de toreros enanos –uno de los cuales es travesti- le dará vivienda, además de incluirla como parte de su espectáculo itinerante. Si tal como leen, porque en esta ¿adaptación? de Blancanieves, el cuento de los hermanos Grimm funciona tan sólo como referencia. En este caso nos situamos en la Sevilla de 1920, con una joven que lejos de ser la encargada de la limpieza en la casa compartida, se convierte en: torera. Así Berger se pemite jugar con un mítico cuento de hadas y princesas, reconstruirlo y plantear nuevos mitos a la vez que permite buscar y analizar la identidad femenina, lejos de la sumisión original que planteaban los Grimm. Aquí no habrá principe azul o ser iluminado que “salve” o “reviva” a la joven; ella será su propia heroína. Blancanieves al ser una película muda, refuerza el lenguaje fílmico, desde su magnánima puesta en escena, con encuadres y la iluminación especiales para el blanco y negro; elementos que son acompañados a la perfección por la música del catalán Alfonso de Villalonga. Además, su enfoque permite re-actuar y actualizar la historia, dotándola de componentes del imaginario neogótico, así como del romaticismo, para finalmente brindarnos un final sumamente poderoso y melancólico. Menciones especiales para Verdú y García, las grandes intérpretes femeninas que dotan de intensidad a todo el film. La primera, oscilando entre la maldad y el erotismo, y la segunda, tan bella e inocente como esperamos que sea la clásica Blancanieves, pero agregando además, creatividad en la forma de encontrarse con el personaje. En definitiva, el film de Berger se presenta como una sátira social, si, pero sátira que al fin y al cabo realiza un homenaje maravilloso al lenguaje y a los recursos audiovisuales, que rompe los viejos esquemas de los cuentos de hadas misóginos. Por Marianela Santillán Blancanieves puede verse en 5 salas: Arte Multiplex Belgrano, Patio Bullrich, Arteplex Villa del Parque, BAMA Cine Arte y Cine del Centro de Rosario.
Admirable versión de “Blancanieves” Admirable, emocionante, disparatado melodrama español, tremendamente español y también tremendamente original, libremente inspirado en el cuento de los hermanos Grimm, y otros cuentos que no diremos. No hay nieves, pero hay madrastra, enanos y manzana. Y la niña no es Blanca, sino Carmencita, hija de Carmen de Triana y un torero famoso, pero la madre muere en el parto, el padre es víctima de un toro y de una enfermera perversa que logra conquistarlo, la niña sufre bajo el poder de la perversa madrastra, sufre a más no poder, y cuando crece, bueno, sigue sufriendo, huye, es salvada ya sabemos por quiénes, le pasan cosas tremendas hasta el último segundo, y también cosas fantásticas, que la hacen famosa. Todo eso, ya se sabe, ambientado en los años 20, mudo y en blanco y negro, aunque lo de mudo es un error. Acá hay música a todo lo largo, con orquesta, guitarra y palmas, y hasta un tanguillo de buena letra. Hay nervio, exaltación, sorpresa contínua, tragedia, ironía, grotesco. El autor la ha definido como "melodrama gótico-cañí", en referencia a la cultura hispánica más meridional, gitana y sanguínea. Y oscura, cruel y atrasada. Domina, a veces, el patetismo. Y el desenlace, acongojante, inesperado, de un arte impecable, tiene la precisión, la belleza, y el estremecimiento de una lágrima. Lejos de los Grimm, lejos de Disney, cerca del alma. ¿Pero realmente nada que ver con Disney? No exageremos, acá también hay lugar para el guiño: el toro que hará justicia se llama Ferdinando. ¿Posibilidad de final feliz, entonces? Solo diremos que el público puede quedar fascinado, aunque quizá con unos minutos menos la obra sería todavia mucho mejor. De todos modos, cabe disculpar al director, Pablo Berger, que literalmente hace una película cada diez años. Y esta viene con Maribel Verdú como la madrastra (tan moderna que no quiere matar a la chica porque sea más linda, sino porque es más famosa), con Macarena García y la niña Sofía Oria, Angela Molina y Daniel Giménez Macho, Inma Cuesta en rol de madre añorada, y una cohorte de actores en rol de olfas, cómplices o salvadores, de los cuales sobresale Sergio Dorado, por una cabeza apenas y por sus ojos tiernos, que son clave en este asunto. Pequeña aclaración: la "Blancanieves" muda no se hizo aprovechando el suceso de "El artista", como aseguran los mal informados. La película ya estaba en rodaje cuando la otra hizo su primera presentación pública en Cannes. Por otro lado, "El artista" tiene el estilo del cine mudo norteamericano, y ésta se inspira en el cine mudo europeo. Y en las fotografías de Cristina García Rodero, y en el torero Juan Belmonte, el Pasmo de Triana. Rodaje en la plaza de toros de Aranjuez y cortijos cercanos.
Un cuento infantil en el universo ibérico Blancanieves (2012), de Pablo Berger, recontextualiza el célebre relato de los hermanos Grimm en un universo folklórico español y como película muda, en una operación estética similar a la vista en El Artista (The Artist) (Michel Hazanavicius, 2011). El material original se hace más oscuro y conserva, apenas, una pincelada de su halo maravilloso. Los cuentos infantiles son creaciones que en numerosos casos se difundieron oralmente y circularon de generación en generación, hasta que fueron fijados por escritores profesionales. Su carácter universal y muchas veces ejemplar hizo de ellos un verdadero patrimonio del imaginario infantil, con sus héroes y heroínas, los ribetes del palacio y los bosques encantados, la atmósfera de misterio que lo teñía todo. Pablo Berger, director de Blancanieves, obtuvo numerosos reconocimientos con este film que se presentó en el 2012 en la Competencia Oficial del Festival de San Sebastián e inició allí un recorrido festivalero que lo llevó hacia diversos territorios (pudo verse en el Festival de Cine de Mar del Plata). Berger trasladó la historia de la niña que ha perdido a su padre y queda al cuidado de una madrastra perversa, obsesionada con la belleza y la juventud, hacia el territorio español y bajo la modalidad de película muda; en blanco y negro, con intertítulos y un nutrido repertorio de temas de flamenco y sevillanas. El combo lo completa la centralidad del toro, que, por su carga simbólica, adquiere un evidente protagonismo semántico. A priori, este tipo de propuestas “posmodernas”, de reciclaje, homenaje, etc., corre el riesgo de quedarse en el regodeo estético y no ofrecer mucho más que eso. Por suerte, Berger recurre al melodrama como fuerza rectora del destino de su Blancanieves (Macarena García, auténtica revelación), una muchacha sufrida, sí, pero al mismo tiempo valiente, quien le ofrece al relato la pasión que el material literario ya proponía. Como contrafigura perfecta, Maribel Verdú pone toda su expresividad (hay mucho de expresionismo alemán en el film) al servicio de una malvada de antología. La película tiene un pequeño toque maravilloso hacia final, pero lo que aquí se destaca es el sentimiento hispánico, con la corrida de toros como el parámetro para medir la destreza y hombría del torero (al comienzo, el padre de Blancanieves y, finalmente, ella misma). Esta Blancanieves consigue envolver al espectador en su forma singular, para luego llevarlo por los andariveles del drama puro, aderezado con momentos de bienvenida comicidad en donde, claro, los siete enanos logran destacarse.
El cine mudo le queda grande de sisa Ganador de diez premios Goya (incluyendo Mejor Película, Guión, Actriz, Fotografía y Música), el segundo largometraje del bilbaíno Pedro Berger se ganó el lugar de niña mimada del cine español cosecha 2012, transformándose para la prensa de ese país en algo así como la versión hispánica de El artista, el gran éxito del francés Michel Hazanavicius (parece no haber aquí efecto imitación: según declaraciones del realizador, la idea del proyecto es de larga data). La comparación no es casual, ya que las dos películas intentan replicar o imitar –con mayor o menor éxito– formas, métodos y estéticas del cine mudo. O, para ser más precisos, ambos títulos se basan en un equívoco duro de matar: cierto imaginario popular sobre el estilo general de la producción cinematográfica en el período silente. Lo cierto es que Blancanieves va un poco más allá en ese sentido. A diferencia de El artista –que incluía juegos y efectos sonoros de toda clase e incluso voces en los últimos tramos–, Berger se juega por completo a la falta de diálogo sincronizado, dedicando la pista de sonido exclusivamente a las composiciones musicales de Alfonso de Villalonga. Lo que sí comparten es cierta obsesión por el melodrama y los excesos actorales, una suerte de condensación del cliché de la pantomima y la teatralidad, contradicha por cientos de realizadores en los años ’20. ¿Habrán visto Berger y Hazanavicius a Dreyer, a Pabst, a Eisenstein, a Vidor? ¿O prefieren ignorarlos y concentrarse en cambio en una idea monolítica y romántica del cine mudo? Basada (muy) libremente en el famoso cuento de hadas –cuya versión más famosa es, por lejos, la de los hermanos Grimm–, Berger traslada la acción a la España de los años ’20 y al mundo taurino, con la pobre heroína convertida en poco más que sirvienta luego de la muerte de su madre y la postración de su padre torero (el mexicano Daniel Giménez Cacho). La madrastra malvada es una Maribel Verdú jugada al arquetipo de la villanía, puro gesto duro, viles planes y el más variado de los guardarropas. Las vueltas de tuerca tuercen los destinos y la inevitable amnesia permite el inicio de una nueva vida para la protagonista, interpretada por la bella actriz Macarena García. Es entonces que un pequeño circo de toreadores enanos (concepto que parece el resultado de una extraña cruza entre Herzog, Fellini y Browning) se ofrece como panacea ante tantos dolores y eventual trampolín para la fama eterna. La fotografía en blanco y negro de Kiko de la Rica (colaborador habitual de Alex de la Iglesia) transforma el soporte digital original en una bella imitación de la escala pancromática del 35mm de aquellos años, y es uno de los principales cimientos sobre los cuales Berger edifica el relato. Blancanieves depende en gran medida de ese juego de lugares comunes sobre el “mudismo” cinematográfico para sostener su trama de muertes, abandonos, sometimientos, torturas psicológicas, salvatajes, casualidades y reencuentros. En otras palabras, forma y contenido se entrelazan de modo inseparable, un logro del realizador que, desde el minuto uno, se transforma al mismo tiempo en una limitación, un solipsismo formal que convierte al film en un producto del diseño visual. A diferencia de la Independencia, de Raya Martin, o el Tabú, de Miguel Gomes, dos films en los cuales el cine mudo no es simplemente remedado sino reelaborado, tanto estética como ideológicamente (la problemática del colonialismo es esencial en el desarrollo de ambas películas), en Blancanieves la falta de diálogos, la utilización de los intertítulos y el formato 1.33 son el decorado formal sobre el cual se construye una fábula a la cual le falta sustancia, riesgo y, tal vez, un poco de sentido de subversión. Una película a la cual ese estilo que intenta sostener por vía del pastiche le queda algo grande de sisa.
Blanco y negro y muda, como “El artista”, pero en un homenaje al cine del pasado europeo. Pablo Berger construye una versión del famoso cuento pero con la libertad del delirio y un paseo por el esperpento. La chica odiada por la madrastra huyó con enanos toreros y se convirtió en leyenda. Un mundo de costumbres reales y fantasía que vale la pena no perderse.
Tauromaquia silente La sobrevaluada en los premios Goya –se llevó diez entre las categorías principales- Blancanieves funciona más como ejercicio de estilo rodeado de ampulosidad que como émulo o espejo del registro del cine mudo al que pretende aproximarse. La historia que se inspira muy libremente en el cuento original de los hermanos Grimm toma esos elementos constitutivos del relato literario de hadas para trazar la dinámica de la protagonista heroína Carmencita (Macarena García) bautizada luego por siete enanos toreros Blancanieves en referencia al cuento clásico y su contraparte o antagonista, la malvada Encarna, personaje al que la actriz Maribel Verdú le imprime el arquetipo de la malvada obsesionada por esa cuota de vanidad que detenta contra su reinado en la mirada ajena. Más jugada a la performance de la madrastra despiadada y dispuesta a todo para conseguir sus objetivos, Verdú es tal vez el personaje menos grandilocuente de este film del director Pablo Berger, quien pese a declarar que el proyecto data de tiempo pasado aprovecha el boom conseguido por el éxito de El artista y su reelaboración del estilo del cine mudo. Sin embargo, aquí estamos en presencia de un film que carece de ese estilo por su enorme cuota de exageración, que se divide por un lado en la impronta actoral muy pomposa y poco expresiva y por otro en esa búsqueda casi obsesiva del encuadre majestuoso que explote los recursos estéticos del blanco y negro sin dejar de lado la mezcla de un montaje un tanto vertiginoso en contraste con la fluidez narrativa de lo que pareciese una película muda. La idea de coartar la pista sonora a todo diálogo y así dejar a la música referencial en un primer plano por momentos parece bastante forzada en este universo rodeado de tauromaquia y melodrama grave, sin ningún matiz entre una cosa y la otra. Si se descartan los valores estéticos de la propuesta de Pablo Berger para analizar detalladamente el aspecto narrativo propiamente dicho aparecen las contradicciones propias de un guión que acusa falta de coherencia desde la primera mitad y pocas ideas para sacarle el jugo a la original Blancanieves de los hermanos Grimm, que en la España de 1920 y en el universo reducido de toreros y verónicas sabe a poco.
¿Cuantas veces podemos asistir a ver una adaptación del clásico infantil de los hermanos Grimm Blancanieves? Las que sean necesarias, y más cuando en la búsqueda de una narrativa particular y específica un director intenta construir un discurso diferente y renovador. Esto es lo que pasa con “Blancanieves” (España, 2012) de Pablo Berger, película en la que el mito de la niña que termina salvándose al convivir con seres diminutos de las garras de su madrastra. El hallazgo del director es centrarse en los detalles que llevaron a la niña Carmen/Blancanieves (Sofía Oria/Macarena García) a escaparse de la mansión en la que vivía diarias torturas por parte de su malvada madre postiza (Maribel Verdú). Pero antes no era así. Todo cambió desde el momento en el que Encarna (Verdú) puso un pie en ella y engañó a todos. Aprovechándose de la invalidez de su padre (Daniel Gimenez Cacho), otrora uno de los mejores torero., y de la muerte de su abuela (Angela Molina), Encarna (Verdú) trata a Carmen/Blancanieves como a una sierva. Todos los quehaceres domésticos son realizados por la niña, y que a pesar de todo los realiza con la alegría que siempre la ha caracterizado. Carmen/Blancanieves posee un anhelo muy profundo y siempre sueña con que algún día su padre se recupere, razón por la que comienza a visitarlo a hurtadillas en su habitación. En una de las visitas, Encarna descubre lo que Carmen/Blancanieves está realizando y obliga a su amante a que la asesine, pero la niña logra escapar de sus brazos y huye hacia el bosque. Uno de los días es encontrada por unos enanos toreros en plena gira circense y se suma al grupo. A Carmen/Blancanieves le corre el taurismo por la sangre. Es algo innato en ella, por lo que rápidamente pasará de acompañante prófuga a ser la principal atracción del espectáculo. Pero un día Encarna percibe quién es la bella Blancanieves que toreará en la plaza mayor y ahí se desplegará su sangrienta venganza. En una manzana, tan amarga como el veneno que le colocó, Carmen/Blancanieves caerá en un profundo sueño, del que por más que intenten despertarla nada pasa. Lo novedoso del enfoque propuesto por Berger es narrar una vez más el clásico cuento incorporando la imaginería popular española relacionada a su música y al espectáculo de las corridas de toros. Además la elección de filmar en blanco y negro, con una bellísima fotografía, como así también de contar todo sin diálogos, a modo de old movie, en sus primerísimos planos detalles y una banda sonora plagada de coplas y flamenco, potenciarán la transgresión de la propuesta. Una nueva oportunidad para perderse en un filme mágico e hipnotizante.
Un cuento nuevo Si uno podía creer que dentro de las remakes de cuentos de hadas tradicionales no iba a haber nada nuevo bajo el sol, estaba muy equivocado y Blancanieves es la respuesta. En efecto, la última película de Pablo Berger (quien había debutado con la interesante Torremolinos 73) nos presenta una verdadera reversión totalmente original del cuento de los Hermanos Grimm, convertido aquí en un drama ambientado en la España de los años veinte, con tradiciones locales, como la música y el baile flamenco y las corridas de toros, como telón de fondo. El film cuenta la historia de Carmen, una hermosa joven cuya madre fallece durante el nacimiento. En el mismo día, su padre sufre un accidente que lo deja parapléjico y termina con su carrera como torero. Como si la tragedia perpetrada por el destino no fuera suficiente, son también los individuos los que parecen cavar sus propias tumbas, y las de sus seres queridos: el lisiado padre se vuelve a casar rápidamente, pero con su oportunista enfermera, Encarna, a la que Maribel Verdú, a través de su interpretación, convierte en la personificación absoluta del mal. Criada en sus primeros años por su abuela, Carmen luego tiene que pasar su juventud bajo la tutela de Encarna, quien no se conformará con maltratarla, ya que finalmente intentará asesinarla. Carmen escapa a ese intento de homicidio y, buscando dejar su pasado atrás, encontrará un circo rodante, en el cual un grupo de enanos toreros la adoptará, convirtiéndola en parte del espectáculo circense. Allí empezará un particular viaje para esta Blancanieves, que terminará cambiando su vida. Berger extrema la apuesta estética al narrar el cuento recurriendo al blanco y negro, sin palabras y con apenas el uso de breves intertítulos, consciente de la universalidad de lo que está contando. A la vez, se sostiene en una fotografía impecable y la subyugante banda sonora del catalán Alfonso de Villalonga. En ese marco, más allá de las posibles distancias culturales ante el “espectáculo” de maltrato animal en las corridas, este cumple un rol muy importante dentro del desenlace de la historia. Las actuaciones conmueven durante todo el film pero principalmente en la “corrida” y el espectador puede casi palpar la emoción de la protagonista al torear por primera vez frente a un gran público. Los logros de Blancanieves son múltiples: utiliza el cuento original como base pero adquiere absoluta autonomía en su reelaboración/desmitificación; reflexiona con acierto sobre las instancias de crueldad propias de estas narraciones pero sin caer en un regodeo sangriento y potenciando la figura femenina ante la ausencia del príncipe azul; homenajea pero también recupera formas propias del cine mudo y blanco y negro, demostrando que pueden imponerse en el contexto de la cinematografía contemporánea, todo esto conservando su verosímil y sin que el espectador pierda la sensación de estar frente a un cuento. En consecuencia, lo que tenemos es una inteligente y sensible operación con diversas tradiciones, pero que respira con vida propia, impactando en el público como algo totalmente nuevo.
Sangre y arena En los últimos tiempos se han estrenado en la Argentina tres películas de diversos orígenes que tienen en común, de manera superficial, una elección estética y un acercamiento a los principios del cine cuando éste era en blanco, y negro además de silente. Podría entenderse en algún punto que la intención seria la de realizar homenajes a ese inicio, de todas ellas quizás sea “El Artista” (2011) la más conocida por haber obtenido el premio Oscar a la mejor película. Al año siguiente el portugués Miguel Gomes nos presenta su exageradamente sobrevalorado filme 'Tabú' (2012). Ahora le llega con bastante atraso el turno de Pablo Berger, quien con su “Blancanieves” nos brinda no sólo su mirada sobre las representaciones que supo tener el cine clásico en el viejo continente, sino que termina por definirse como contemplación actual de un texto sin las fantasías inherentes al género y utilizando lo formal para incrementar su discurso. El director no procura realizar una película a la antigua, sino que actualiza el contenido, le da un cariz cotidiano de características humanas reconocibles, como la avaricia, la envidia, la traición, introduciendo temáticas, iconografías sociales, culturales, muy universalmente ibéricas, personificados por la figura del torero y la cantante andaluza, inmersos en la actividad folclórica, en los espacios físicos distintivos de España como los son las plazas de toros, más todo lo que envuelve ese lamentable espectáculo sobre la transformación del sangriento show plagado de dolor y muerte en un negocio, en lo que también hace hincapié el texto. Usurpa, en el sentido más favorable del termino, el soporte de Blancanieves, pues la realización no es cabalmente una versión literal y lineal del cuento infantil ya que de infantil poco le queda, puesto que no es asimismo sólo un deferencia para con el cine en sus inicios, ni puede encasillarse simplemente como una relectura del cuento, ni sólo sustentarse como una mirada entre melancólica y sarcástica sobre la vida en España de la década en la que se desarrollan las acciones, sino que es cada una de esas variables, y todas juntas. En síntesis, se lo puede definir como un fiesta sensorial construida a partir de lo audiovisual, descubriendo un producto cinematográfico que impresiona desde su elemento más esencial, el montaje, acompañado por un gran trabajo de fotografía en manos de Kiko de la Rica, asiduo colaborador de Alex de la Iglesia, y el diseño de sonido, con la música deslumbrante como su vedette, compuesta por Alfonso de Villalonga, quien fuera el responsable de la música de la memorable c “Mi vida sin mi” (2003), de Isabel Coixet. Todo sustentado por muy buenos actores que se prestaron a componer de manera arriesgada sus personajes, haciendo de los recursos faciales un plus para la idea de sostener mucha parte del filme en primeros planos a partir de la gesticulación que permite que la voz humana no sea menester. En esta versión libre del popular cuento de los hermanos Grimm, Blancanieves es Carmen (Macarena Garcia, anoten éste nombre, es su primera película), nace en el seno de una familia adinerada, su madre, la famosa cantante Carmen de Triana (Irma Cuesta), durante el parto, al dar a luz a Carmencito. Su padre Antonio Villalta (Daniel Gimenez Cacho), el mejor torero del momento, queda cuadriplégico a causa de las heridas por su actividad. Carmencita queda pues casi adoptada por su abuela Doña Concha (Angela Molina), quien fallece siendo todavía nuestra heroína muy niña. La enfermera de su padre, Encarna. (Maribel Verdu) lo manipula hasta casarse con él al sólo fin de quedarse con la fortuna. Hasta aquí son dados a conocer los personajes principales del cuento infantil. Carmencita crece y se transforma en Carmen, una bella joven que arrastrara de por vida una infancia atormentada por su terrible madrastra. Huyendo de su pasado Carmen iniciará un emocionante éxodo sin destino prefijado, custodiada por nuevos compañeros, una trouppe de enanos toreros, descubriéndose a sí misma como una eximia torera, sangre de su sangre, en varias escenas claves. Pero el pasado la perseguirá, el duelo vivencial entre la niña y su madre postiza, no putativa, supera lo esperable y se instala en casi una perfecta traslación del relato, ayudada por la ya mencionada banda de sonido y el diseño de arte. Presten atención a algunos nombres que aparecen, entre muchos, no creo que sea casualidad que los dos toros que aparecen en la apertura y cierre de la historia se llamen “Lucifer” y “Satanás”, respectivamente. La elección de cómo mostrar, o sea los planos que lo construyen, le proporciona al texto la intensidad necesaria para atrapar al espectador. Una lección de cine que, además, entretiene. (*) Una realización de Rouben Mamoulian, de 1941
Manzana envenenada de blanco y negro El encanto de toda Blancanieves debe ser opacado, como corresponde, por el de su reverso, un personaje que condense toda maldad. En este caso, la malvada es Maribel Verdú, en blanco y negro, con intertítulos, y de manzana envenenada. La revisión del cuento Blancanieves no puede menos que estimular un diálogo cinéfilo entre tantas versiones, donde la mirada de Walt Disney ocupa el lugar de piedra de toque con su largometraje de 1937. Como mito, conoce una vivificación constante, que suma -con la película que aquí se reseña- tres ejemplos recientes, con mismo año de producción (2012): Blancanieves y el cazador, y Espejito, espejito, estos dos títulos repartidos entre un mundo adolescente pasteurizado y malvadas bien malas, de esas por las que bien valdría la pena ser castigado; a saber: Charlize Theron en el primer caso, Julia Roberts en el segundo. (Es inminente el estreno de Maléfica, con la villana Disney de La Cenicienta en la piel de Angelina Jolie; pero, a decir verdad, ¿qué villanía seductora podría esperarse de alguien con Oscar "humanitario" y colección de hijos coloridos?). Pero el caso de Blancanieves, segundo film del español Pablo Berger (Torremolinos 73), busca una fisonomía propia que le ampare de tanta variación apenas distintiva. En este sentido, su apropiación del cuento de los hermanos Grimm se españoliza y la localiza en la Sevilla de los años '20, entre plazas de toros y cine silente. Es decir, la propuesta encuentra pie en los recursos de la mímica, los intertítulos y el blanco y negro. Tal elección también le acerca a otras producciones, entre las cuales sobresale la oscarizada El artista(2011,Michel Hazanavicius). Pero también habrá que pensar en La antena(2007), donde Esteban Sapir recrea un mundo de cine entre sombras expresionistas y telepatía televisiva; todo un hallazgo por parte de su director, en una película que permanece como rara avis, sin ser lo suficientemente referida. Un mismo tono, quizás más aberrante, capaz de preñarse de sombras nuevas, amenaza en Las mariposas de Sadourní (2012), del rosarino Darío Nardi, premiado internacionalmente y con estreno pendiente en Argentina. El film de Berger, en tanto, juega con estas posibilidades pero con un potencial intrínseco que parece agotarse demasiado pronto. Como si la seducción inherente a las voces mudas chocara con un aletargamiento argumental pronunciado, que vuelve a la historia fácilmente accesible, sin nexo mayor con el blanco, el negro, y sus gesticulaciones excesivas. De todos modos, la propuesta es llamativa, indaga -con mayor y menor suerte- en los recursos expresivos elegidos, y fue saludada con el benéplacito de diez Premios Goya, entre muchos otros galardones internacionales. Ahora bien: la historia tiene eje en Carmencita (Sofía Oria), cuya madre muere tras el parto. Su padre, el gran torero Antonio Villalta (Daniel Giménez Cacho), permanece paralítico tras las paredes de una gran mansión. Su dinero ha ido a parar a las manos perversas de su enfermera, ahora esposa y, claro, madrastra de Carmencita. Bien, acá lo mejor, Maribel Verdú: de blanco, de negro, siendo retratada por un pintor -con su amante sumiso en cuatro patas-, encorsetada, escotada, con látigo, entre tules y manzana envenenada, pendiente de la portada de la revista social, pálida y carmín negro, émulo superador de Barbara Steele; como sea, Verdú es todo lo que se espera y, qué lástima, los momentos más escabrosos -los suyos, siempre- apenas se avizoran, cuando debieran ser mucho más explícitos y prolongados antes que esa vista espía, de cerradura insuficiente: ninguna mujer más mala que la Verdú, nunca madre, siempre madrastra, nunca esposa, siempre amante, toda ella es lo que todo cine quiere filmar. Además, se llama Encarna, hallazgo de nombre, capaz de conjugar dolor, placer, y alguno de esos misterios sufridos que guardan las estampitas. El contrapunto, níveo inmaculado, será Carmencita, ya crecida (Macarena García), cuya boca le salvará la vida: no por palabras, la película es muda, sino por ser el abismo de su rostro, donde elegirá hundir su lascivia el secuaz de Encarna. Los enanos aparecen al rescate, como compañía de tauromaquia ambulante. Carromatos donde estos siete conviven y suman a esta bella amiga con la cual celos y deseos se entremezclan. Es en este punto cuando la película de Berger se encuentra más cercana a Freaks(1932), la obra maestra de Tod Browning, así como al mundo marginal de la fotógrafa Diane Arbus. "Blancanieves" y su consorte recorrerán plazas de toros como si fuesen de juegos, para la diversión de la muchedumbre, para la admiración de sus encantos de mujer naciente, para el reencuentro -en última instancia- de Carmen con su historia, con su legado. Luego, la venganza de una Verdú que bien razonados tiene sus motivos, al atacar la dulzura, la ingenuidad, y la diversión negada que bien podría haber tenido Carmencita con sus siete compañeritos, en lugar de sublimar lo que se empeña en ignorar, entre tantos toros esquivados y olé, olé. Lo mejor del film, para este juicio, es su desenlace, un epílogo que funciona como cortometraje autónomo, entre fenómenos de feria, atracciones bizarras, presentadores gritones, miedos de cine. Como si toda la película hubiese sido necesaria para llegar a este momento, feliz (y triste). Antes la sombra taurina sobrecoge a Encarna. A no confundir, es lo que su perfidia hubo de buscar todo el tiempo, toda la película. Es su celebración final, el sacrificio personal último, la consumación total, disfrazada de ajuste de cuentas. Todo depende de dónde se sitúe el ojo de quien mira. El a través de la cerradura. Por todo eso, por tanta entrega -sin manzana, se sabe, no hay película- Encarna es mucho más que cualquier Blancanieves.
Oropel Berger es un imitador que pretende demostrar lo bien que domina las viejas técnicas cinematográficas. En su película, la copia de los lugares comunes del cine mudo se limita a un ejercicio de estilo de escaso interés: el uso de una forma primitiva con el pretexto de la búsqueda de una pureza original. El director traslada la fábula a los años veinte en el sur de España y utiliza una estética adecuada a la época. Blancanieves es la hija de una bailarina y de un famoso torero que ha quedado impotente por una cornada. Luego de la muerte de su madre y la postración de su padre, la pobre heroína queda a merced de una malvada madrastra afecta al sado-masoquismo y a las poses para revistas de decoración de interiores. Años más tarde, la joven es rescatada por los siete enanos, que aquí son seis, también toreros y feriantes. Berger se queda a mitad de camino de una adaptación ingeniosa; los nuevos detalles no son más que viñetas decorativas e imágenes gastadas, incapaces de embellecer una historia mil veces vista. Lejos de las diferentes reelaboraciones Miguel Gomes, Raya Martín o Guy Maddin, Berger sigue el camino de Hazanavicius con El artista: la aplicación concienzuda de los clisés del período mudo como ilustración de una idea académica del cine original; el homenaje mediante una copia estética prolija e insípida. Las secuencias de montaje y sobreimpresiones a toda velocidad son más molestas que efectivas. El exceso de intertítulos, las escenas explicativas y los efectos de estilo para resaltar lo obvio e invocar en voz alta los modos primitivos del cine son el oropel de una trama cargada de sometimientos, muertes y abandonos que subraya el conocido subtexto psicoanalítico: complejo de Edipo, represión sexual y mujeres libradas a los deseos de una comunidad masculina. A pesar de las apariencias, la falta de riesgo formal y narrativo es el común denominador de una película que sólo sugiere lo que pudo ser cuando insinúa el bello amor monstruoso entre Blancanieves y un joven enano sexy.
La candidata española al Oscar tiene que competir, lamentablemente, con la fama de EL ARTISTA, una película que utilizó similares estrategias estilísticas: muda, en blanco y negro, con intertítulos. Esta película es muy diferente en sus influencias (y menos obsesiva en sus formas), apostando hacia un expresionismo más oscuro y tenebroso (especialmente en la primera parte), aunque en la última se vuelve un poco más liviana y menos interesante. Es una adaptación del cuento de hadas a la España de los años ’20, y en el universo de la tauromaquia. Aquí, un famoso torero queda parapléjico en la faena y su esposa muere al parir a la pequeña Carmen, quien crece con su abuela ya que la nueva mujer de su padre (encarnada por Maribel Verdú) no quiere saber nada con ella. Al morir la abuela (Angela Molina), la niña va a vivir con su madrastra, pero es tratada como la sirvienta del lugar. Lo que sucede después sigue al cuento famoso pero de maneras inesperadas que no tiene sentido revelarlas aquí, en especial quienes son los siete enanitos. Una extraordinaria primera parte (cuando Carmen es niña) se resquebraja un poco en la segunda, con ella ya adulta. Sin embargo, sigue siendo un ejercicio de mucho mayor resonancia emocional e imaginación que su famosa hermana mayor francesa.
BLANCANIEVES Y OLÉ! Los cuentos clásicos de hadas (mal llamados “para niños”) son originalmente leyendas, tradiciones, mitos folklóricos que algún escritor (Perrault, los Hermanos Grimm, Andersen) recopiló y aunó bajo su nombre de autor. Finalmente volcados a la infancia fueron aligerados (aunque no completamente) de sus oscuridades y temores primigenios. Pero mantuvieron la atracción y el interés del público. Blancanieves tuvo variadas adaptaciones a la pantalla grande. Desde la animada por Walt Disney (el primer largo de la casa del ratón) hasta la más infantiloide Mirror, mirror o la épica con heroína posmoderna Blancanieves y la leyenda del cazador. Carmen (la bella Macarena García) pasa del cuidado de su abuela (una excelente Ángela Molina), tras la muerte de su madre y el accidente en una corrida de toros de su padre (Daniel Giménez Cacho) -un torero de fama que queda lisiado en silla de ruedas-, a las manos de una madrastra que hace honor a ese título en su peor acepción (increíble Maribel Verdú en versión malvadísima) que termina enviándola a la muerte. La joven logra escapar por la lascivia de su matador y en el camino pierde la memoria y es rescatada por 6 enanitos toreros que llevan su acto circense por los pueblos. Pero los caminos juntarán nuevamente a las protagonistas para vengar una muerte o extender la fama y la riqueza. Sólo el destino lo sabrá. Pablo Berger en su segundo película traslada el conocido cuento a la España de los ’20 con corridas de toros, música flamenca e incipiente “terror” político (anda por allí algún amante-asistente de traje militar). Y el resultado es sumamente logrado consiguiendo un melodrama gótico. Con una fotografía en blanco y negro y sin diálogos, con intertítulos, una edición y un montaje soberbios y capaces de recuperar todos los procedimientos del primitivo cine mudo aplicándolos con inteligencia y belleza y una banda sonora exquisita y encantatoria de Alfonso de Villalonga, Blancanieves revela que una historia poderosa sigue funcionando trasladada a otros tiempos si hay una idea motora detrás que construya mundo y sentido. Javier Luzi redaccion@cineramaplus.com.ar
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Blancanieves, de Pablo Berger, integra una particular lista de películas que emulan al cine mudo, integrada por La Antena de Esteban Sapir, El Artista de Michel Hazanavicius, Tabú de Miguel Gomes y la filmografía del canadiense Guy Maddin. Como el Pierre Menard de Borges, que reescribe textualmente el Quijote, estas cintas reviven el pasado, pero al hacerlo en el presente son necesariamente distintas al modelo que copian. Berger reelabora el cuento de los hermanos Grimm aludido en el título. La heroína, en este caso, es la hija de un famoso torero sevillano, Antonio Villalta, quien sufre un accidente durante una corrida de toros y queda parapléjico. El mismo día, su esposa muere al dar a luz a una beba, y Antonio, doblemente entristecido por su tragedia y la de su amada, rechaza a su hija. Carmencita, entonces, es adoptada por su abuela, mientras Antonio se casa con Encarna, la enfermera que lo cuida durante su convalecencia. Varios años después, esta abuela fallece, y la niña se traslada a la estancia de su padre, donde descubre que Encarna mantiene a Antonio recluido en un dormitorio, mientras ella disfruta del dinero y el prestigio del apellido Villalta. De todos modos, Carmencita logra construir una relación con su padre, pero Encarna los detiene. Tiempo más tarde, sobrevive a un intento de asesinato, aunque pierde la memoria en el proceso, y cuando un grupo de toreros enanos la rescata, ella pasa a formar parte de su espectáculo itinerante. Como en las películas mudas, la cinematografía es en blanco y negro y los diálogos aparecen en intertítulos. Habituados a la verosimilitud del cine sonoro, nunca dejamos de advertir lo que falta: las voces, el berrido del toro, el clamor del público. Blancanieves, como El Artista, La Antena y Brand Upon the Brain! de Maddin, aprovecha la irrealidad y el clima onírico del cine mudo para transportarnos a un territorio fantástico. Sin embargo, en la película de Berger, esta evocación del pasado es casi decorativa. Maddin, Sapir y Gomes, en cambio, son más ambiciosos. Sapir imagina una ciudad distópica, en la que la falta de voz simboliza la restricción de las libertades. Y a través de sus narradores, cuyas voces remplazan las de sus personajes, Maddin profundiza en los misterios de la memoria personal y Gomes, en el trauma colectivo de la historia nacional. Berger se contenta con un homenaje cinéfilo, pero transmite mucho amor. Blancanieves es una película generosa, conducida por actores que entienden el proyecto. Maribel Verdú, como Encarnación, es una malvada memorable, y Macarena García es tan inocente y hermosa como reclama el personaje de los hermanos Grimm. El de Berger es un cuento de hadas melancólico y sus trágicas escenas iniciales, aunque respetan las convenciones del género, presagian el sorprendente y triste final. El mundo de la ficción y quienes la integran son frágiles, como muñecos de porcelana, y por eso solamente pueden existir en una película muda, preservados en imágenes monocromáticas.
Un cuento distinto Gran trabajo experimental del director vasco Pablo Berger que se animó a mezclar un cuento de hadas clásico con una historia dramática bien española y encima lo filmó en blanco y negro y ¡mudo!. La multipremiada "Blancanieves" es una combinación fuerte de cuento clásico y cine clásico, filmada con una vocación envidiable y con actuaciones realmente buenas, sobre todo de las actrices Maribel Verdú como Encarna y Macarena García como Blancanieves. Para comenzar, la adaptación libre de esta historia de los hermanos Grimm es arriesgada, original y elegante, cuestiones que le suman varios puntos y hacen que la propuesta sea distinta y llame la atención. No nos vamos a encontrar con algo infantil y tampoco con algo mainstream, por el contrario, el director se esfuerza por alejarse totalmente de esta dinámica. Por otro lado, la cinematografía aplicada es sencillamente espectacular, haciendo un uso fantástico del blanco y negro, con despliegues grosos de vestuario y una fotografía envidiable. Las majestuosas casas coloniales, los distintos atuendos de la malvada Encarna, la aventura que llega de la mano del circo, todos estos elementos aportan mucho para que el relato sea una obra artística que vale la pena ver en la gran pantalla. El guión es muy bueno, adaptando de manera magnífica una historia infantil a un drama oscuro con algunos tintes novelescos y un poco de comedia negra. Incluso el director se da el gusto de burlarse de algunos clichés de los cuentos de hadas. A los espectadores que suelen no gustar de las películas más experimentales seguramente les cueste agarrarle el gustito, pero si hacen el esfuerzo y le prestan su atención al 100% seguramente puedan pasarla más que bien. Un trabajo muy recomendable, sobre todos para aquellos que buscan algo distinto en el séptimo arte.