El Mickey de Constitución El documental Boxing Club (2012) no tiene una intención precisa al presentar al mundo del boxeo: se limita a observarlo detenidamente, de cerca como un testigo, para hacer un retrato sin intervenciones del universo del box, sus personajes y vidas cotidianas. Su director Victor Cruz posa su cámara en el Gimnasio Ferroviario, ubicado junto a la estación de trenes de Constitución, donde a diario el entrenador de boxeo Alberto Santoro trata como un padre a sus boxeadores mientras los entrena en el duro deporte. La meta es llegar a la pelea a disputarse en General Villegas. La cámara reposa a una distancia prudente, sin formar parte del acontecimiento pero lo suficientemente cerca para trasmitir los efectos del duro trabajo cotidiano. El entrenador cumple el rol de padre acompañando diariamente al deportista. La película se centra en el caso de Jeremías Castillo, de la categoría peso pluma por la que competirá luego. Así como Mickey, el entrenador de la mentada Rocky (1976), el instructor participa de la modelación física del deportista pero también formará su carácter: lo aconseja en la vida, le recomienda películas, etc. En esta atractiva conversación cinematográfica, las reputaciones de los aspirantes a boxeadores se perfeccionan con épicas ficcionales. Mientras tanto vendrá la formación física del deportista: el control del peso, simulacros de peleas, los masajes, etc. Boxing Club es un documental de observación sobre el mundo del boxeo, en el cual no es tan importante la pelea por el título como todo el camino que trazaron entrenador y deportistas en el día a día para llegar a la ansiada competencia.
Tras incursionar en la ficción con El perseguidor, Víctor Cruz -reconocido productor- regresa al documental luego de La noche de las cámara desiertas con este trabajo observacional sobre la relación entrenador-pupilo en el gimnasio El Ferroviario que el gremio La Fraternidad tiene en el subsuelo de la estación Constitución. El film arranca y termina con una pelea (relatada por el gran Walter Nelson) y, en el medio, expone la trastienda del ambiente (desde los entrenamientos hasta el pesaje previo a un combate) en un ámbito poblado por pugilistas -la mayoría de segunda o tercera línea- del sur del conurbano bonaerense. No es precisamente el primer documental sobre boxeo nacional o extranjero (de hecho, ya se había filmado allí Boxeo Constitución, de Jakob Weingartner; y el gran Frederick Wiseman hizo hace un par de años Boxing Gym), pero Cruz logra capturar pequeños grandes momentos (como la charla sobre los códigos de honor en la saga de El Padrino) con el sólido aporte del DF Diego Poleri (y la colaboración de Lucio Bonelli) y el impecable trabajo de sonido de Martín Grignaschi.
El naturalismo y el box Estamos ante un documental observacional de Víctor Cruz (recordemos su aceptable film de suspenso, El Perseguidor) en el que la mirada se posa sobre el gimnasio de Alberto Santoro, un notable entrenador de boxeo. La lucha diaria, sin la épica del cine, es mostrada por una cámara que parece estar siempre a resguardo, lejana y sin inmiscuirse entre los personajes. Las historias, catalíticas en apariencia, forman un tejido narrativo sobre la cotidianeidad del boxeador amateur o semi profesional. Tenemos al boxeo como deporte duro -obviamente esto no se descubre con el documental- sustentado por el entrenamiento, el sacrificio y el pago directo con el cuerpo ante un error. La discusión vacua acerca de si es o no un deporte queda finiquitada -aquí sí podemos descubrir algo- al escuchar a Santoro. Las indicaciones para sus pupilos son casi siempre técnicas: posición, golpe, movimientos de brazos y piernas, etc. Probablemente la mejor escena es la de una coreografía de siete golpes que un boxeador no puede dar. La paciencia, la repetición y las alternativas que Santoro ensaya son propias de un educador, conforman una guía inductiva para la solución del problema...
En 2002, Víctor Cruz co-dirigió el documental La Noche de las Cámaras Despiertas, ocho años después llegaría su primera ficción, El perseguidor. Ahora nos trae Boxing Club, un excelente documental sobre el micromundo del boxeo. El que no arriesga no gana El documental se centra en un gimnasio de boxeo, ubicado debajo de la estación de tren de constitución. Observamos este universo masculino, donde no encontramos grandes campeones, sino hombres comunes con sus miedos y problemas, pero también con una enorme determinación por el boxeo. Entrenador y pupilos son los protagonistas de esta historia. La lucha diaria de estos boxeadores de barrios populares, de tratar de comer mínimamente bien para poder entrenar, de arriesgar todo por una oportunidad en el boxeo, son temas que están muy presentes y que mueven este documental. A medida que nos adentramos en el gimnasio ferroviario, Víctor Cruz nos muestra la relación entre el entrenador y sus pupilos, el entrenamiento riguroso que demanda este deporte, y el aprendizaje con los compañeros, construyendo día a día el carácter y el cuerpo de cada uno, elementos fundamentales del boxeo. El que pega primero, pega dos veces Nunca una pelea de box (no ficticia) me resultó tan atrapante como la que vemos en Boxing Club. Sobre todo porque sabemos el sacrificio que implica llegar hasta allí, porque seguimos el recorrido del boxeador del gimnasio ferroviario. Me quedé con ganas de ver más, de conocer más de la historia de estos personajes tan queribles. A su vez, la fotografía es espectacular y la iluminación del gimnasio está muy bien lograda. Es muy interesante el uso del sonido, sobre todo en el comienzo de la película. Pero lo más destacable de la película es el cuidadoso y preciso trabajo de observación que hizo Víctor Cruz, de esperar con la cámara fija, siempre atento a encontrar esos momentos y diálogos a partir de los cuales construye la historia. Conclusión La propuesta de Víctor Cruz es más que atractiva, Boxing Club es un excelente documental que nos mete de lleno en el universo y espacio de trabajo de los boxeadores. Con un trabajo de observación preciso y una distancia adecuada, Cruz retrata a estos entrañables hombres que pasan sus días en el gimnasio. - See more at: http://altapeli.com/fidba-1-review-boxing-club/#sthash.UOpuj1xA.dpuf
Un knockout en la intimidad Desde el primer minuto, se reconoce en Boxing club una apuesta diferente para retratar el mundo pugilístico por fuera del ring. Es el microclima de un gimnasio, más precisamente el que reina en El Ferroviario perteneciente al gremio de La Fraternidad ubicado en el subsuelo de la estación Constitución. Este documental observacional se sumerge en el día a día de estos trabajadores que practican el deporte con la esperanza de profesionalizarse alguna vez y así sacar un rédito económico que los ayude a salir de situaciones apremiantes. La cámara de Víctor Cruz (El perseguidor, 2009) acompaña el proceso, escruta sin interferir en el combate silencioso contra la propia impotencia que a veces acarrea un entrenamiento, para esclarecer o por lo menos robarle a la realidad un pedazo de verdad en algunos instantes (la escena sobre la película El padrino es un cabal ejemplo) donde se vuelve invisible o participa con un rol observador y lúcido durante los preparativos de los protagonistas en vistas a la pelea salvadora, relatada por el periodista deportivo Walter Nelson. También, la importancia de las palabras del entrenador; su corazón y pasión por lo que hace, conectan a un deporte muchas veces relacionado sólo con la violencia con un costado humano poco reconocido y emotivo que es el elemento que prevalece en este inquietante y atrapante documental hasta el último minuto.
El mundo del boxeo demostró ser uno de los deportes más fértiles para plantear una historia cinematográfica. Sería una obviedad hablar de la saga Rocky (¿las películas deportivas más recordadas?); tenemos otro clásico como El Campeón, Hasta el último round de Ron Shelton, Golpe a la vida de Jim Sheridan, nuestro Gatica: El Mono, y hasta Gigantes de Acero era sobre robots... boxeadores. Tampoco los documentales han sido ajenos, y a mitad de este año, se estrenó Boxeo Constitución de Jacob Weingartner sobre un grupo de adolescentes que peleaban contra su condición social entrenando en un gimnasio debajo de un puente ferroviario de la línea Constitución. Este mundo de lucha y superación personal, de enfrentarse a las adversidades, que habla mucho más que de una simple pelea contra un contrincante, vuelve a encontrar su formato en Boxing Club, primer documental de Víctor Cruz luego de su debut en la ficción con El Perseguidor. Es el gimnasio Ferroviario, cerca de la Estación Constitución, allí transcurren varias historias de vida, en especial la de Jeremías Castillo, peso pluma, que entrena para una próxima pelea; y su entrenador, Alberto Santoro, todo un personaje en sí mismo. A esta altura es importante recalcar qué diferencia a Boxing Club de un documental tan similar en su temática como Boxeo Constitución. Ciertamente ambos son parecidos, pueden ser vistos hasta uno como la continuación del otro, las posturas son similares y el ámbito es el mismo... Pero en Boxing Club cobra más importancia el aspecto deportivo, mientras que en el film de Weingartner hablaba de adolescentes escapando de su destino inminente; en Boxing Club es un joven queriendo cruzar la barrera profesional y su entrenador que lo apoyará en los momentos justos. Santoro intenta marcarles el rumbo del bien, corregir a estos jóvenes y llevarlos por el buen camino. Es mucho más que un entrenador de golpes, es consejero fiel, hasta una suerte de voz de la conciencia, y más aún, de la experiencia. No es casual que Cruz haya sido el guionista también del reciente documental La Toma, ambos presentan “decisiones” similares. La cámara no es invasiva, se percibe como un punto alejado, como un tercero que ve todo sin entrometerse, dejando a sus criaturas actuar con total naturalidad. Boxing Club propone un recorrido, desde los primeros golpes hasta la pelea final, y ahí veremos cuál fue el aprendizaje. No necesita de preciosismos, ni de regodeos estéticos, es solo un botón de muestra, dios vidas cruzadas que juntas se apoyan, en un deporte que pareciera demostrar que más que la victoria sobre el otro, importa la victoria sobre los orígenes.
El lado B del boxeo Boxing Club, de Víctor Cruz (El perseguidor), es un documental impecable. De observación, pero jamás aburrido. Ajustado en los rubros técnicos, pero sin el corsé de la estilización. Sin sensiblería, sin moralina, sin miserabilidad, sin (pre)juicios negativos ni positivos. El espectador se siente simplemente ahí: sumergido en el gimnasio del subsuelo de Estación Constitución ( Gimnacio Ferroviario , como figura en una bata), entre hombres que intentan abrirse camino, a golpes y defensas. Una experiencia en el fuera de campo de los grandes rings: el lado B del boxeo. Los personajes principales son un entrenador, Alberto Santoro, tan preciso -en sus marcaciones y trato con sus pupilos- como la película. Y un boxeador, Jeremías Castillo, crédito del lugar. La película -que transcurre en un sótano hasta el tramo final- comienza con una pelea de Castillo, filmada en contrapicado, con encuadres en los que sólo lo vemos a él, mientras escuchamos el ruido de los golpes y respiraciones. El filme, que prescinde de cabezas parlantes y voz en off, continúa en el lugar de entrenamiento, mostrando la vida cotidiana como si la cámara no estuviera. La acción, los gestos y el ambiente hablan solos. En algún momento, Santoro y Castillo saldrán para una pelea de semifondo en Villegas: entonces sentiremos la empatía creada y la viviremos como un título mundial en Las Vegas.
Un mundo entre golpes y sueños Originalmente, Víctor Cruz tenía la idea de contar la historia del Tata Carlos Baldomir, un boxeador santafecino sin demasiado brillo que sin embargo llegó a ser campeón del mundo en 2006 y perdió el título de la categoría welter ese mismo año frente a Floyd Mayweather Jr. "Quería contar la historia de un boxeador que tuvo su oportunidad y la aprovechó", explicó oportunamente el director, que en 2002 dirigió el documental La noche de las cámaras despiertas , basado en un ensayo de Beatriz Sarlo, y en 2010 filmó su primera ficción, El perseguidor . Cruz abandonó la iniciativa original, pero el caso de Baldomir lo ayudó delinear una película que cuenta el mundo de los trabajadores del boxeo, esos deportistas sin demasiada exposición ni recursos que día a día se ponen a prueba en el gimnasio, su centro de operaciones. La mayor parte de Boxing Club transcurre en el gimnasio El Ferroviario, que el gremio La Fraternidad tiene en el subsuelo de la estación Constitución. Allí, el experimentado entrenador Alberto Santoro dirige técnicamente a Jeremías Ezequiel Castillo, El Profeta, "un boxeador con condiciones y futuro, pero no muy amigo del gimnasio", según el relator Walter Nelson. Cruz observa y registra la actividad de El Ferroviario, interviene poco, pero capta pequeños momentos que sintetizan la vida y el espíritu del lugar: una charla sobre los códigos de honor de la saga El padrino que desemboca en la conducta de Diego Maradona o conversaciones más triviales que también sirven para que el espectador ingrese a un universo con sus propias reglas. Incluso en ese sentido la película parece reflejar aquella primera inspiración en la historia de Baldomir, aquel que con muy poco llegó lejos. Boxing Club es una película de ambiciones moderadas, pero pega con claridad y justeza.
A las piñas Piñas, transpiración, esfuerzo, sueños. De eso, entre otras cosas, está hecha Boxing Club, que se estrena en doble programa junto a Huellas, de Miguel Colombo, luego de su paso conjunto por el Festival de Mar del Plata en su edición 2012. El de Víctor Cruz no es el primer documental sobre el mundo del boxeo. Ni siquiera es la primera vez que el cine nacional utiliza las instalaciones del gimnasio ferroviario ubicado debajo de la Estación Constitución como ambiente para narrar historias, ya sean éstas ciento por ciento reales o de ficción. Pero si la originalidad no es su fuerte, la película permite acercarse –al menos hasta cierto punto– a un grupo de hombres enfrascados en la nada fácil tarea de dar sus primeros pasos en un universo altamente competitivo y, se adivina, devorador de ilusiones. Es que el grupo de boxeadores comandados por el entrenador Alberto Santoro, cuya figura más rutilante es la joven promesa Jeremías Castillo, no forma parte de ninguna elite económica, social o deportiva, y los enfrentamientos pugilísticos a los cuales puede aspirar se ubican en el escalón más bajo del boxeo profesional. El de Boxing Club es, entonces, un relato de seres comunes, bien lejos de las luminarias del deporte de alta competición y las ganancias económicas de los boxeadores más reconocidos. De manera indirecta, Cruz describe una capa social del conurbano bonaerense y lo hace centrándose casi exclusivamente en la rutina del entrenamiento; el film se abre y se cierra con sendos encuentros boxísticos, pero el resto del metraje encuentra a esos hombres, jóvenes en su mayoría, en su enfrentamiento cotidiano con cuerdas, punching balls y ejercicios aeróbicos. Entre golpe y golpe, entre salto y salto, se cuelan diálogos de toda clase, desde una milimétrica descripción de una escena de El Padrino II hasta la posibilidad de conseguir una changa gracias a los contactos de un compañero de entrenamiento. Documental de observación, riguroso en su método de exposición, se extraña en su conjunto un mayor grado de intimidad con los personajes. Al finalizar la proyección, se tiene la sensación de haber conocido demasiado poco de sus protagonistas, como si el pudor con el cual el realizador se acerca a sus sujetos le hubiera jugado una mala pasada, dejando fuera del relato elementos que hubieran enriquecido el retrato de esos seres humanos que eligió poner delante de la cámara. A cambio, Boxing Club ofrece varias escenas que funcionan como pequeños capítulos independientes, donde el notable trabajo de cámara de Diego Poleri, que siempre está donde tiene que estar, eleva el interés visual del film y lo transforma en una interesante pintura no sólo sobre una práctica deportiva sino, fundamentalmente, de un estilo de vida ajeno a la mayoría de los espectadores.
Boxing Club comienza con el final de una pelea, para enseguida meterse en el gimnasio El Ferroviario que el gremio La Fraternidad tiene en el subsuelo de la estación Constitución, y en el final regresa al ring, en una pelea donde se condensa en un boxeador todo el sacrificio que implica llegar a plantarse frente a otro contrincante sobre el cuadrilátero. Cada uno de los momentos del documental de Víctor Cruz (el mismo de El perseguidor y La noche de las cámaras desiertas) parece ser el intento de encontrar una respuesta a una hipotética pregunta seminal: ¿qué hace que un hombre quiera ser boxeador? Y de este interrogante se desprende el siguiente: ¿cómo es el día a día de estos seres, la mayoría anónimos? Sin poner el acento en declaraciones devastadoras pero tampoco adornando la puesta, Cruz registra con un ojo atento y la sensibilidad necesaria la transpiración, el esfuerzo, los errores y las correcciones, la voz del entrenador y la atención de los deportistas, la voluntad y las conversaciones casuales –desde el extraordinario análisis que un púgil hace para otro de la película El Padrino hasta la charla casual sobre cómo engañar al estómago con unos fideos–, conformando un universo desconocido, donde dentro de las paredes de un gimnasio se forman personalidades, se confiesan privaciones, se revelan las internas entre las federaciones y sobre todo da cuenta que la materia prima de ese mundo masculino y en buena parte cerrado, se nutre de protagonistas humildes, parcos y llenos de carencias, y por esa misma razón cada entrenamiento, cada pelea, es una epopeya admirable.
Lejos de noquear En la estación de trenes de Consitución hay un gimnasio, en un subsuelo. Ese lugar es, ya de por sí, un personaje. Allí está Santoro, el entrenador, y los muchachos que ahí entrenan, sea a modo recreativo o para llegar a ser profesionales del boxeo. Cruz pone al espectador a espiar lo que sucede en ese lugar. A veces se puede oir con claridad lo que allí se habla, otras no tanto. Se puede oir a Santoro dando indicaciones claras a un joven sobre cómo moverse en el ring, cómo usar sus pies -parte del cuerpo tanto o hasta a veces más importante que los puños-, de qué forma acercarse y alejarse del rival. Pero el director amarretea la información visual al espectador. Mientras se habla de movimiento, de entrar y salir, de los pies, el director cierra más el plano sobre las cabezas de los protagonistas de la escena privándonos de observar la enseñanza. La falta de información es una constante en este documental que apenas sí testimonia la existencia de esos seres y del gimnasio que frecuentan. Poco o nada sabremos de la historia del novel púgil que va en busca de una victoria que le renueve la esperanza. Casi nada conoceremos sobre la vida del entrenador, y mucho menos sobre ese pintoresco gimnasio escondido al costado de un andén. Lo único que sabremos es aquello que, como fisgones que el director nos propone ser, logremos captar de las crípticas conversaciones que tengan algunos de los partícipes de este relato. El director parece centrarse en un hecho recién hacia el final. Con mucho de frío testimonio por un lado, algo de recreación por otro, siempre errático, sin definir exactamente qué es lo que quiere contar, así es este documental breve y poco sustancioso.
Apenas un acercamiento Llamativamente parecida a Boxing Gym de Frederick Wiseman, la película de Víctor Cruz se pretende como un ensayo de observación sobre un gimnasio de Almagro: los protagonistas son cinco boxeadores, que trabajan arduamente en ese lugar. Sin embargo, debo reconocer que se me pierde esa idea de “ensayo”. En Boxing Club no hay un trabajo de campo demasiado riguroso; en todo caso, las virtudes técnicas pretenden compensar esa falta, más desde lo visual que desde lo sonoro, donde queda la impresión de que se podría haber explotado más este último aspecto. Hay un seguimiento bastante neutro en la mirada de algunos personajes que no intenta ensalzar rasgos heroicos, sino potenciar la idea del sacrificio en condiciones precarias. Cuando los recursos son escasos, la voluntad se destaca. En relación a este último punto, el entrenador y su persistencia parecen ser una confirmación de ello. El documental funciona por tramos: por ejemplo asoma algo de vitalidad en un breve pero desopilante diálogo sobre El padrino que se sostiene en un intervalo. Pese a todo, el film nunca despega, y ocurre algo particular: podría durar cinco minutos como seis horas. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.
El tren del Roca llega a Constitución. Bajan todos los personajes que conformarán la escena del despertar de Buenos Aires, pero la cámara se quedará con uno de ellos mezclado entre la multitud y planos de la inmensidad que se irán reduciendo en su búsqueda hasta llegar a una puerta chiquita e insignificante. Será el umbral de un gimnasio subterráneo en el cual el hombre enseña a otros a boxear. Boxing Club debe su nombre a la intención de observar detenidamente a éste gimnasio que pasa casi totalmente desapercibido para los ojos del ciudadano de a pie. Uno no imagina a alguien llegando a ese lugar por haberlo buscado en Internet, más bien imaginamos otra cosa. Allí se llega porque alguien que asistea él nos ha indicado cómo hacerlo. Víctor Cruz propone uno de esos documentales de observación pura. La lente se ubica en lugares privilegiados, sin esconderse pero eligiendo rincones para encuadrar la intimidad de los entrenamientos. No hay historia. No hay guión. Algo se esboza apenas cuando la cámara sigue al entrenador yendo de casa al trabajo y del trabajo a casa. Muchas veces, en forma muy sutil, el sonido trabaja la posibilidad de parar la oreja para ver de qué se habla entre tanto golpe a la bolsa y salto de soga. La mayor parte de las conversaciones versan sobre la preparación física, la exigencia, o la posible combinación de golpes y técnicas. Es todo así, salvo algunas charlas jugosas, como la imperdible de un asistente con un ordenanza, en la cual el primero le cuenta, e interpreta, su visión de “El Padrino II”, con lo que aporta algo de humor entre tanta concentración. La captación de esos momentos es probablemente el hallazgo más importante de este documental sobre el boxeo, con el rigor del entrenamiento, el sueño de llegar y alguna metáfora sobre la supervivencia a golpes. Curiosamente, para poder arribar a ese nivel de intimidad la realización debe dejar de lado cualquier posibilidad de refugiarse en sobreimpresos, o cabezas parlantes que explican todo, por ende el espectador nunca sabrá de nombres, ni de historias pasadas. Casi nada que nos indique por qué cada uno está allí, de donde viene, cuál es el objetivo, nada. Será el espectador el que deberá resolver esa cuestión si desea entrar en el terreno de las suposiciones. La única certeza será el lugar y la necesidad de aportar todo de uno para encontrarle sentido. Ver “Boxing Club” es como, cuando sentados en una plaza, hacemos el involuntario y bello acto de mirar detenidamente una situación en algún lugar y nos ponemos a elaborar nuestra propia película sobre lo que estamos viendo.
Dos cineastas amigos presentan en conjunto este par de magníficos films documentales con un criterio de cine continuado. Un homenaje al cine de antaño que es en realidad una excusa para presentar con más fuerza estos trabajos modernos, pero también clásicos, abordando un deporte tradicional como el box y una historia que se remonta muy atrás en el tiempo. Con Boxing Club Víctor Cruz regresa al documental luego de lograr una obra de ficción excepcional como El perseguidor. El mundo del pugilismo nacional es retratado de manera detallada y sigilosa, como si la cámara espiara inadvertidamente un ámbito poco conocido en sus aspectos más íntimos. Sin relatos, apuntes históricos o identificación de los actores, el film hace una semblanza de la trastienda de ese mundo mostrando situaciones precarias de varios de los involucrados, junto a mánagers, entrenadores y otros personajes típicos que se hacen ver fuera de toda pose. Con un gran trabajo de cámara, Boxing Club interesa aún a quienes son muy ajenos a este particular deporte. Por su parte Huellas tiene un carácter completamente diferente, abordando la propia saga familiar del director Miguel Colombo, que va mucho más allá de cualquier historia parental habitual. En este caso con narración en off y el protagonista entrevistando a sus afectos funcionan como parte de una verdadera indagación detectivesca. Búsqueda que tiene que ver con su abuelo –especialmente-, su padre y otros integrantes de su casta, que lo llevarán a Italia y a un lejano e intrincado paraje del interior del país. Fascinante y sorprendente -se podría llevar adelante un film de ficción con esta historia-, se destaca además el aporte climático y expresivo de la música de Miguel Magud.
"Boxing Club" es un documental, donde su director, Víctor Cruz, es testigo de lo que sucede en el Gimnasio Ferroviario, ubicado en el subsuelo de la estación Constitución. Arranque y final con una pelea, y en el desarrollo, la historia de Jeremías Castillo - categoría peso pluma -, y la de su entrenador, quien forma parte de su vida día a día, aconsejándolo sobre la vida, decisiones, y demás. La fotografía y el sonido de esta peli, la suben 3 casillas mas, haciéndola super interesante para los amantes del género. Una peli que, sin dudas, te engancha de principio a fin.
Segundos afuera De un documental sobre boxeadores sin fama puede esperarse algo inusual pero las historias son Hollywood clásico. Aquello que la saga de Rocky exprimió hasta la caricatura, está presente en cada fotograma pero con un discurso humano que conmueve. Cinco cenicientas que emergen de situaciones marginales, de pobreza, de tragedias sociales y familiares, buscando su lugarcito en el mundo. Y a los golpes, claro está. El boxeo es un deporte individual porque el tipo se sube solo al ring y el otro es un enemigo al que hay que vencer, pero en el ambiente del gimnasio las escenas son prácticamente hogareñas. El director, Víctor Cruz, elige la distancia de un testigo en vez de la narración lineal. La cinta nos va metiendo en la vida de un club de barrio (nada menos que en Constitución) con todos sus personajes típicos, con entrenadores que son padres y madres para sus pupilos. El ambiente ferroviario y bonaerense está presente por todos lados y el gimnasio pertenece a La Fraternidad, lo que ayuda a describir a una clase social invisible para los asistentes a los grandes shows de boxeo del Luna Park. A las órdenes de Alberto Santoro, los muchachos se entrenan para alcanzar sus sueños, entre charlas entrañables, incluso discuten sobre El Padrino II; infaltable a la hora de hablar de códigos de honor en un deporte que transita sobre la cornisa permanente de dañar al adversario y, a la vez, respetarlo. De hecho podríamos pensar que la frase “no es personal, son solamente negocios” (repetida en la trilogía de Coppola) encaja a la perfección en esta actividad. La estrella del club es el joven pugilista Jeremías Castillo de quien se espera alcance la gloria. El entrenador y los compañeros intentan aconsejarlo mediante anécdotas aleccionadoras y recomendaciones de todo tipo. Sin embargo, la rutina del entrenamiento lo fastidia y no ve la hora de salir a pelear sobre el ring (“poco amigo del gimnasio” lo describe el periodista Walter Nelson en su breve aparición en la pantalla). Sin llegar a ninguna resolución, la película termina como empezó: a las piñas. Cuando las luces se encienden, el espectador siente que ha concluido una visita de 67 minutos a un mundo que no le pertenece y que seguramente ignora por completo.
No está mal este documental sobre el mundo del boxeo, que sigue a cinco pugilistas en sus idas y vueltas de gimnasio y guantes, de barrio y cruces de golpes. Más allá del tema -que tiene una amplia tradición cinematográfica-, lo que vuelve interesante al breve film son sus protagonistas, a quienes uno desea seguir y ver. El resto, para el espectador avezado, no sonará demasiado original, aunque el realizador Víctor Cruz hace lo posible para eludir la mayoría de los lugares comunes.