Lo más interesante de este film es la ambientación de época, el vestuario, los decorados y la buena actuación de Michelle Pfeiffer y Kathy Bates. Ya desde el comienzo se ve que mucho no va a pasar, pero tiene...
Relaciones (ya no tan) peligrosas El equipo de la aclamada Relaciones peligrosas (el director Stephen Frears, el guionista Christopher Hampton y la protagonista Michelle Pfeiffer) se reencuentra -dos décadas más tarde- para otra historia de época sobre un amor imposible con inevitable destino trágico. Esta versión fílmica de la clásica novela de Colette ambientada en el excesivo y extravagante período previo de la Belle Époque, previo a la Primera Guerra Mundial, describe la tortuosa y apasionada relación entre Lea de Lonval (Pfeiffer), una famosa, poderosa y ya veterana cortesana, y el Chéri del título (el inglés Rupert Friend), un joven que termina casándose con una muchacha en un matrimonio por conveniencia arreglado por su madre (Kathy Bates). El ecléctico director de Ropa limpia, negocios sucios, Alta fidelidad y La Reina narra aquí la película con solidez, los diálogos son filosos, los rubros técnicos resultan asombrosos (el fotógrafo es el gran Darius Khondji y la música está a cargo de Alexandre Desplat), hay humor y buenas actuaciones, pero el film no deja de tener algo de fórmula, de déjà vu, dentro del ya bastante recorrido sendero del cine de qualité basado en relatos literarios.
El niño tiene sed. Esta nueva película de Stephen Frears, basada en la novela de igual nombre, hace hincapié en la París de principios del siglo XX. Donde se centraba el mundo moderno. Los artistas, la moda, el teatro, la música y por sobre todo pone la mira en las cortesanas, esas mujeres tan bellas y experimentadas en el arte del amor que llegan a ser mantenidas con gran confort por los hombres poderosos de la época. Léa de Lonval (Michelle Pfeiffer), una cortesana retirada del ruedo, lleva una vida agradable y placentera. Hasta que una mañana va a desayunar con su antigua compañera de rubro, Madame Peloux, exageradamente interpretada por Kathy Bates (recordada por su papel en Misery), quién la espera acompañada de su joven y único hijo, Chéri (Rupert Friend). Chéri es algo así como un escuálido sujeto antipático con escasas virtudes (en general no suele ni siquiera sonreírse), con una vida acomodada pero con costumbres poco sanas. Madame Peloux tiene grandes proyectos para él, per debe convertirlo primero en un hombre, por lo cual le pide a Léa para que enseñe a madurar al joven. Este trabajo free se convierte en un apasionado amor que dura seis años. Y como una fiel simbiosis, ambos transitan los días como una insólita pareja. Mientras Madame Peloux, planificará en secreto el matrimonio de Chéri con Edmée (Felicity Jones), la hija de otra cortesana rica, Marie-Laure (Iben Hjejle), la vida de Léa comenzará a desmoronarse. Esta historia que transcurre al borde del drama y la casi comedia es una extraña combinación de buenos intérpretes y actuaciones que por momentos son creíbles y por momentos realmente exageradas. Quizás resulte bien como un atractivo paseo por la Belle Epoque, sus imponentes palacios, majestuosos jardines y esplendidos paisajes. Después poco queda al ver la cinta, tal vez un capricho del buen director Stephen Frears que imaginó a este nene llamado Chéri de esta manera. Con ojos de lenguado, tomando Pommery a su antojo e insatisfecho de la vida, como un bebe sin su chupete.
Hace mas de veinte años, el director Stephen Frears dirigió la excelente película "Dangerous Liaisons" con Michelle Pfeiffer, John Malkovich y Glenn Close sobre un guión de Christopher Hampton. Este año se estreno "Cheri" donde se vuelven a juntar el director, el guionista y una de las actrices (Michelle Pfeiffer) en otra película de "época". Lamentablemente el resultado no esta ni cerca de lo que lograron con su anterior película. Una historia de amor chata, bastante aburrida, con un final abrupto y exagerado. M.Pfeiffer ha participado en muy pocas películas en los últimos años y aquí, a pesar de no tener un buen guión, tiene una muy buena actuación. Por el otro lado, el actor Rupert Friend que tiene el papel de Cheri, es rarisimo, una mala elección. Hay una buena recreación de la época, con muy lindos escenarios y vestuario. Igual todo esto no alcanza si no hay un buena historia.
Típico film de estilo inglés de época, Chéri cuenta en principio, con el magnético protagonismo de la siempre espléndida Michelle Pfeiffer, dentro de un buen elenco en el que se destaca la talentosa Kathy Bates. Pero también posee otros dos fuertes atractivos, la vigente capacidad detrás de las cámaras del gran director Stephen Frears, y nada menos que la pluma de Christopher Hampton (director de Carrington, de la nunca estrenada aquí Imagining Argentina y guionista de dos obras extraordinarias: Relaciones peligrosas y Expiación, deseo y pecado). Y aunque precisamente en esta película se renueve la triple participación de Pfeiffer, Hampton y Frears, Chéri no alcanza la estatura de aquella inolvidable Relaciones peligrosas. Pero los puntos de contacto son evidentes, y se acentúan al adaptar dos novelas de la escritora francesa Collete, que describió con levedad sentimental la París de principios del siglo XX. Allí, la cortesana retirada Léa, o Nounoune, recibe el mandato de su amiga y ex colega Madame Peloux para que se encargue de la mejor manera de su hijo Fred, o Chéri, y lo que iba a ser un flirteo pasajero se convierte en una profunda relación entre dos seres que viven momentos opuestos de sus vidas, en medio de la frivolidad, el encanto y la ostentación de la Belle Epoque. Sólida en todos sus rubros, Chéri no es más que, y quizás no sea poco, un agradable y melancólico vodevil.
Una historia de amor poco convincente. Una cortesana a punto de retirarse por su edad y un joven a punto de entrar en la adultez. Amor, frivolidad, pasión; todo ello se mezcla en una historia que ocurre en la Francia de principios de siglo. El film pone de manifiesto la vida acomodada que llevaban las prostitutas de aquella época en París, cuyos clientes eran hombres ricos. Ellas cosechaban fortunas a costas de estar con personalidades políticas importantes o pertenecientes a la realeza, pero a sabiendas de que enamorarse era un lujo que no podían permitirse. Léa de Lonval (Michelle Pfeiffer) es una de estas mujeres que, ya mayor, recibe de parte de su ex compañera de trabajo, Madame Peloux, el encargo de educar al hijo de aquélla, un joven de diecinueve años al que llaman Cherí (Rupert Friend), y que Léa conoce desde pequeño. Él acata las órdenes de su madre, sin saber que terminaría conviviendo con Léa durante seis años, y mucho menos, enamorándose ambos uno del otro. La relación se termina cuando Peloux (Bates) arregla el casamiento de su hijo con otra mujer. A partir de allí deberán los protagonistas luchar por lo que sienten o aprender a sobrellevarlo. La ambientación del film es exquista; desde las calles de París hasta los interiores, tanto de los hoteles como de las palaciegas residencias, revelan un estudio minucioso de la época. Lo mismo podría decirse del vestuario, que da cuenta no solamente de la época sino también del nivel económico de los protagonistas. Pero más allá de esto, el argumento se queda en lo superficial y no logra profundizar en los sentimientos de los personajes ni indagar en su psicología. Friend logra componer a su personaje pero Pfeiffer no acompaña demasiado. Hay al principio, además, una voz en off que contextualiza lo que vendrá después, pero el tono de esta carece de seriedad, por lo que no se entiende si el film será una comedia, un drama o un romance. Una historia demasiado lineal que no aprovecha la infinidad de recursos de relato que ofrece el cine. Un argumento pobre, con actuaciones frías que no convencen demasiado.
Las vueltas de la vida... Stephen Frears vuelve a dirigir a Michelle Pfeiffer, tras “Relaciones peligrosas”. Nada conduce al amor. Es el amor el que se arroja en tu camino.” Tal era el pensamiento de Colette (1873-1954), de cuyas novelas se nutrió Christopher Hampton para escribir el libreto de Chéri , nueva asociación tripartita entre el guionista portugués, el realizador inglés Stephen Frears y la estrella californiana Michelle Pfeiffer luego de Relaciones peligrosas (1988). El personaje del titulo no es el que interpreta la actriz de Los fabulosos Baker Boys . Por más que vista con elegancia en una Francia apenas posterior a la que vivió en la Nueva York de La Edad de la inocencia , Pfeiffer juega de nuevo a la amante. Claro que está mayorcita, y si como ex cortesana decide iniciar en el amor a Chéri (Rupert Friend), hijo de 19 años de una ex colega (Kathy Bates), nunca había caído en el mayor problema que tenían las prostitutas de entonces: enamorarse. Las diferencias de edad no serán un problema para nadie y tras seis años de buena vida, la mamá de Chéri decide que ya es hora de que su nene le dé nietos. No con Lea de Lonval, sino con una joven. Así que arregla el matrimonio por conveniencia sin importarle la ídem de Chéri y menos la de su amiga. Pfeiffer luce radiante en sus 50, y no sólo por el vestuario diseñado por la irlandesa Consolata Boyle ( La reina , del propio Frears, quien relata en off). Esos ojos tan celestes, los labios entremordidos y su sensualidad innata hacen que valga la pena seguir mirando la pantalla cuando Frears y Hampton se preocupan más por dotar de diálogos a un relato que pide más concentración, menos dispersión y mucho, mucho más contenido que un paseo por los interiores de un París o un Biarritz de esplendor. Frears ha sabido ser sarcástico y molestar a los pensamientos más conservadores, sobre todo con sus primeras películas allá por los ’80, cuando dejó la TV y filmó Ropa limpia, negocios sucios , Susurros en tus oídos o Sammie y Rosie van a la cama . No hay visos de la genialidad de La reina , y sí un director contemplativo, pero más que observador, un curioso ante lo que el relato muestra.
Stephen Frears vuelve al amor "de época" Michelle Pfeiffer y Rupert Friend, al frente de Chéri Antes de la Primera Guerra Mundial, París era el centro del mundo. Allí, alrededor de artistas, modistas y músicos, las cortesanas, tan bellas y experimentadas en el arte de amar que eran mantenidas con gran lujo por los hombres poderosos de la época, transitaban los más encumbrados salones. Léa es una de ellas, y ahora, ya casi en la madurez, se ha retirado. En una visita a su amiga Madame Peloux, conoce a Chéri, el hijo de ésta. Madame Peloux posee grandes proyectos para el joven, pero primero le pide a Léa que lo prepare para transitar por salones, calles y tabernas parisinas. Ella acepta, pero lo que comienza como travieso flirteo se convierte en un fogoso amor que durará seis años. Sin embargo, la madre del muchacho decide casarlo con una joven tímida, hija de otra cortesana de lujo. El matrimonio sale a recorrer el mundo mientras Léa comprende que ha perdido a su verdadero amor. Chéri tampoco puede olvidarla y al volver a París intentarán vivir su amor. La historia, adaptada de una novela de Colette, radiografía con certeros hallazgos ese enfrentamiento entre la fragilidad del paso del tiempo y la de la doble moral. Casi con el mismo equipo que veinte años atrás el director Stephen Frears rodó Relaciones peligrosas , logró ahora un relato tenso que no cae en el simple melodrama. Impecable es el trabajo de Michelle Pfeiffer como esa cortesana sedienta de pasión verdadera, en tanto que Rupert Friend logra salir airoso de un personaje cuyas facetas van quedando en descubierto con el transcurrir del relato. No menos laudatoria es la labor de Kathy Bates, como la madre, en tanto que el resto del elenco, la excelente reproducción de época y la música y la fotografía apoyan con talento esta historia que habla de deseos, pero también de amor sin prejuicios y de la inutilidad de poder detener el tiempo que se escurre entre la seducción y la muerte.
Juventud, divino tesoro La nueva película de Stephen Frears (Relaciones peligrosas, Alta fidelidad, La reina) transcurre durante la Bélle Epoque, centrándose en el vínculo entre una cortesana y un joven malcriado. El resultado es irregular, pero tampoco decepcionante. Veintidós años pasaron desde que Frears dirigió a Michelle Pfeiffer en Las relaciones peligrosas, adaptación de la novela epistolar de Choderlos de Laclos. Al binomio hay que sumarle el guión escrito por Christopher Hampton. Los tres vuelven a reunirse en Chéri (2009), film que transpone a la novela de Colette. Si hay algo que puede emparentar a ambas historias es el retrato despiadado de las ambiciones de sus personajes, capaces de sumirlos en juegos de perversión y –como consecuencia- en la más triste soledad. Pero mientras que hace dos décadas el realizador optó por subrayar este rasgo, aquí lo más pasional y contradictorio de las pasiones humanas (y por eso universales) queda en un segundo plano. Lea (Pfeiffer) forma parte de ese grupo femenino cotizadísimo: el de las cortesanas. Si bien ha dejado de ejercer, aún la belleza y la seducción la acompañan. Un día pasa por la mansión de una colega interpretada por Kathy Bates, quien le pide que lleve a su hijo Chéri al mundo adulto. Que en el universo del relato debiera entenderse como un mundo “adúltero”. La educación sentimental se pone en marcha, sólo que ni el joven ni la profesional conocen las drásticas consecuencias que devendrán del posterior enamoramiento. El principal problema de la película es que no termina de definir un tono. El propio film entabla un vínculo de liviandad con la temática amorosa desde el comienzo, mediante ilustraciones que ponen en contexto al espectador. También hay una voz en off que ironiza sobre las decisiones de los integrantes de la pareja. De allí al drama hecho y derecho hay un salto al vacío que no termina de amalgamarse con la totalidad del relato, sobre todo cuando Chéri –de nuevo por antojo de su madre- se casa con una joven tan aristocrática como él, pero menos vivaz e impulsiva. Tampoco es muy convincente que el paso de los años deje tan pocas marcas en el cuerpo de Lea, puesto que desde que comienzo del romance hasta el final pasan siete años. Y son siete años en los tiempos en los que no existían ni el botox ni las cirugías plásticas. Frears cede ante el discreto encanto de esta clase acomodada y deja la mordacidad para los últimos quince minutos. No obstante, se nota la mano del director en la solvencia con la que resuelve en un montaje paralelo la vida de Lea y Chéri por separado, y en la leve comicidad con la que tiñe las escenas menos íntimas. Hacia el final, la película cobra un impulso dramático que la instala en la literalidad plena, y –en una operación de riesgo- cierra las grietas en la voz del narrador, dejando un sabor amargo pero más a tono con la historia de amor. Trunca, pero historia de amor al fin.
Las edades del amor Pasaron más de 20 años de la unión cinematográfica entre el director Stephen Frears y la actriz Michelle Pfeiffer en la recordada Relaciones peligrosas (1988). Más de 20 años también son los que separan a Lea de Lonval (Pfeiffer) con el joven Cherí (Rupert Friend), hijo de Madame Pelaux (Katy Bates), para quien Lea siempre ha sido rival en la vida y en los negocios de las cortesanas, donde la protagonista mantiene gran ventaja frente a su oponente que con el tiempo no sólo perdió la figura sino también la compostura dentro de la alta burguesía parisina. Ese es el contexto, más precisamente los albores de la Belle Epoque -periodo histórico que se remonta a principios del siglo antes de la irrupción de la Primera Guerra Mundial-, en el que el director de La reina desarrolla la trama de Cherí. Frears explora la doble moral de la burguesía a partir de la idea de los matrimonios arreglados para introducir una genuina historia romántica entre una cortesana en retirada, la sensual Lea, y un joven hedonista e inexperto, quien llega a sus redes de seducción con el propósito de prepararse para un futuro matrimonio arreglado por su madre con la joven Edmée (Felicity Jones), de su mismo estatus. Igual que en las Relaciones Peligrosas lo que aquí entra en juego (más allá del tórrido romance de 6 años entre una mujer madura y un jovenzuelo) es el frio juego manipulador en el que ambas cortesanas se miden, aunque luego se precipiten las emociones por el lado de Lea traicionándose a sí misma al volver a creer en el amor. El guión de Christopher Hampton, basado en la novela de la escritora y periodista francesa Colette (famosa por su novela Gigi), utiliza el recurso de los diálogos para construir más acabadamente a sus personajes quitándoles la etiqueta del estereotipo -propio de aquellas épocas- donde los mayores aciertos se concentran en los caracteres femeninos, tanto del lado de la protagonista como de su antagonista, para quienes reserva diálogos filosos y sin desperdicio. Por otro lado, la prolija reconstrucción de época y la fotografía merecen todos los elogios, sumándose una dirección impecable que logra amalgamar una propuesta estética atractiva con encuadres pictóricos que recuerdan a las obras de Monet; otros encuadres recargados de objetos y colores muy relacionados con el barroquismo que contrastan con la simpleza de los cuerpos a la hora de mostrarlos en la intimidad, despojados de todo maquillaje y pompa. En ese sentido la transformación emocional que sufre Lea encuentra su paralelismo con el cambiante vestuario que porta durante el film y en el paulatino desprecio por lo artificioso de aquella vida sumida en la hipocresía y en la falsa idea de que el tiempo no pasa y que para el amor no hay edades imposibles.
Un novelón demasiado cargado Michelle Pfeiffer luce tan bella como siempre, pero Frears derrapa en su adaptación de un díptico de Colette. Una cosa es decadentismo y otra, decadencia. Decadentismo es el de Colette, que supo novelizar una París hedonista y libertina. Decadencia es la de Stephen Frears, que para adaptar un díptico literario intenta reeditar Relaciones peligrosas, convocando por segunda vez al dramaturgo Christopher Hampton y a Michelle Pfeiffer. De Relaciones... a Chéri, ¿qué es lo que decae? No la belleza de Pfeiffer –que a los cincuenta y pico sigue luciendo como si nada– ni el texto de Hampton, sino la capacidad del realizador para hacer cine. Si en Relaciones peligrosas Frears reconvertía cada plano en veneno finamente destilado, Chéri –inoportuna competidora oficial en Berlín 2009– representa la gestión de un cineasta retirado antes de tiempo. Aquí como allá, el arco dramático va del disfrute a la tragedia. Cuando se anuncia que hasta el momento Léa de Lonval (Pfeiffer) logró evitar “la única cosa que una cortesana no debe permitirse: enamorarse”, no es difícil sospechar qué va a suceder en la siguiente hora y media. Una lástima: hubiera sido más interesante narrar la vida de una cortesana de lujo en el París de la Belle Epoque que el metejón de una cincuentona por un veinteañero. Que éste, Chéri, esté encarnado por un actor que hace quedar a Orlando Bloom como un dechado de virtudes expresivas (el británico Rupert Friend ya se deslucía en Orgullo y prejuicio), no ayuda a sostener ni la credibilidad ni el adecuado balance con su partenaire. Pero no es ese el principal problema, sino el modo en que Frears empeora las decorativas convenciones de lo que da en llamarse “cine de época”. Una de esas convenciones es la reconstrucción ostentosa, imponentes mansiones solariegas hasta para las prostitutas y mucha capelina, art nouveau, tonos malvas y lingerie de lujo. Otra es que todo esté fotografiado como para un álbum, tarea que compete al iraní Darius Khondji. Para darle al asunto una impronta más literaria no es malo un relator en off. El propio Frears se ocupa de ello, exagerando hasta la parodia la pompa británica (en esta París se habla en inglés). Animo lúdico que no se extiende a una puesta en escena impertérrita. Reino de lo teatral por excelencia, los actores declaman diálogos sobrescritos (súmese a Kathy Bates como bruja interesada y conspirativa), dando la sensación de que si osaran cambiar una coma podrían ser juzgados por traición en el Royal National Theatre. ¿La historia? Cortesana veterana pisa el palito con galancete impávido, sin adivinar que la mamá ha diseñado para él destino más lucrativo, en otros brazos. Cortesana sufre, añora, llora, no se convence, sucumbe, como en cualquier ajado novelón romántico. Si al menos se hubiera puesto algo de convicción en el trámite...
El Defensor del “Cinema de Qualité” Hoy en día el cine de época, o peyorativamente hablando, “ el cinema de qualité”, término adjudicado a François Truffaut, que irónicamente, se dejó tentar por los textos románticos de fines del siglo XIX para filmar en 1968, Las Dos Inglesas, se encuentra atravesando un cierto tipo de “crisis”. Mientras que un sector popular de la audiencia (léase, los adolescentes y veintiañeros hasta cuarentones) buscan adrenalina, efectos especiales, cuerpos y rostros artificiales made in Hollywood, lo cual no es sorprendente ni novedoso, el séctor más cinéfilo, ávido de encontrar experiencias vanguardistas e influido por un movimiento elitista de críticos, que se creen “modernos por desdeñar lo clásico” ha decidido discriminar completamente cada nuevo estreno comercial situado históricamente en Europa desde fines del siglo XVIII hasta principios del XX. Otra vez el término “cinema de qualité” se infiltra despectivamente en las filas de espectadores que se encaminan a las boleterías, como si fuera el rumor de la llegada de la peste a las salas porteñas. Pero los directores todavía no renuncian a realizarlas. Si bien se trata de un grupo selecto de cineastas cuyas edades superan las 6 décadas, lo más sorprendente es que todavía, y a pesar de haber críticas encontradas, distribuidores locales aun creen que puede haber “algo” en estas producciones que le llamará la atención al público adulto. Y estrenarla en medio de las vacaciones de invierno, es una movida riesgosa, pero bastante calculada en sí. Veamos, las pantallas están dominadas por los tanques hollywoodenses que apuntan a un público infantil / adolescente, por lo tanto, si películas como Cheri, obviamente no se van a colar entre los primeros lugares de la taquilla semanal, al menos garantizan llevar mayor público que en otras épocas del año, debido a que no está la competencia adulta (léase un público mayor de los 50 años) desarrollada para competir contra los tanques. Así que, por descarte, este público va a preferir ver un “cinema de qualité” en vez de… digamos, Eclipse o Shrek. Y lo mejor de todo es que aquel que no esté influenciado por la crítica ombliguista e ignorante que no reconoce el arte dentro de estas producciones para no ir en contra de la corriente, puede sorprenderse con una más que digna obra cinematográfica. Quedan pocos Frears, quedan pocos Taverniers en el mundo. Es mejor mirar al futuro, a Pandora, que al viejo continente, que trajo todos los males a América. Sin embargo, admito que para disfrutar Cheri, hay dos factores a tener en cuenta: 1- A uno le tiene que gustar el cine “victoriano”. No hay nada que hacerle, si el espectador tiene en la cabeza, que todo cine “antiguo” es aburrido… se va a aburrir. 2- Uno debe entender la línea iróníca de Stephen Frears. Stephen Frears (Inglaterra, 1941) es un realizador que siempre ha sabido mecer sus relatos en la fina línea del melodrama con la ironía (mal denominado comedia), el sarcasmo y la crítica hacia la nobleza y burguesía europea y/o estadounidense. Es un director que no hace dos películas iguales seguidas, y en donde sus personajes van sacando sus capas y sus máscaras paulatinamente para desnudar almas hipócritas, bestias que marcan el rumbo hacia el abismo. La ironía y la soberbia no los van a salvar de la desazón, y la frialdad y supuesta ingenuidad de su carácter, tampoco. Es en esa fina línea de la sátira y la amargura en donde se movían justamente sus mejores piezas: Mi Hermosa Lavandería, Relaciones Peligrosas, Ambiciones Prohibidas, Héroe Accidental, Negocios Entrañables, La Reina. Otras fueron más sutiles y superficiales como Mrs Henderson Presenta, El Secreto de Mary Reilly. Pero también, Frears ha sabido como moverse en terrenos menos oscuros y pretenciosos, encarar historias más afines, con la misma sutileza, un toque especial, una elegancia formal, y gran sentido del humor, como son esas dos magníficas obras llamadas La Camioneta y Alta Fidelidad, a esta altura un clásico de las comedias románticas contemporáneas, con uno de los más honestos trabajos de John Cusack. Versátil, pero fiel a su estilo, Frears ha podido construir una carrera ejemplar, y varias veces, subestimada. Cheri, reúne a Frears con el guionista Christopher Hampton, un especialista en adaptaciones de época (Carrington, El Agente Secreto) como de obras más contemporáneas (Eclipse Total), que ha tenido un terrible traspié cuando vino a filmar Imaginando Argentina con Emma Thompson y Antonio Banderas. Cheri se basa en las novelas “Cheri” y “El Fin de Cheri”, escritas por la novelista parisina Colette, conocida por Gigí (llevada a la pantalle en 1958 por Vincente Minelli) y la saga de novelas de Claudette, también llevadas a la pantalla. Cheri es una crítica mordaz a la sociedad francesa de fines del siglo XIX y principios del XX. Una mirada irónica a la falsedad de los sectores opulentos, previos a la Primera Guerra Mundial. Nos muestra a Lea (Pfeiffer) una cortesana (prostituta de lujo, de reyes, ministros y condes) quien tenía prohibido enamorarse hasta que decide instruir sexualmente al aburrido hijo de una ex rival (Bates). Cheri, (Friend) es un joven frío, que solo se muestra inspirado cuando está bajo la tutela de Lea. Pronto ambos pasan de tener una relación protocolar, a tener una romántica, donde la diferencia de edad no será, en principio, un contratiempo. El problema llega, cuando la madre de Cheri, decide casarlo con la opulenta (e inexperta) hija de otra cortesana. Por supuesto, para mantener la hilacha millonaria. Esto provocará una crisis interna de parte de Lea, que deberá asumir, que a cierta edad, la diferencia generacional, puede interceder en el futuro de una pareja. A través de personajes inexpresivos, exagerados, falsos, Frears compone una pintura de época casi excepcional. Los matices de Lea y Cheri se van abriendo como capas de cebolla. Esto no son solamente méritos de Hampton a la hora de llevar y humanizar los personajes de la novela a la pantalla sino también de dos soberbios intérpretes como Michelle Pfeiffer, que a los 50 años, se encuentra más bella que hace 20, que ha sabido madurar y aceptar su edad, sin perder su encanto ni refinamiento. Que ha superado los estereotipos impuestos por el cine hollywoodense industria, se ha independizado y profundizado su carácter interpretativo, dándonos una actuación que debería haber sido tomada más en cuenta en las entregas de premios del 2009. Su sonrisa maliciosa, su mirada frágil y el trabajo de la voz en cada gesto. Conmueve cada vez que se mira al espejo y se toca las verrugas de la cara. Su personaje parece irónicamente un pariente de la Marquesa de Merteuil interpretada por Glenn Close en Relaciones Peligrosas, del que ella misma interpretó en la misma película, por lo tanto la elección parece natural: la alumna se vuelve profesora. No está joven, lo admite pero lo suelta, porque acerca de la juventud, el deseo y el paso del tiempo trata Cheri. Friend (que se ha destacado en La Joven Victoria), como el personaje que da título a la obra logra ser verosimil en esta actitud de joven engreído, mimado y depresivo, que busca experiencias románticas novedosas. Una suerte de joven Conde de Valmont. Su rostro es pálido como vampiro salido de una novela de Ann Rice. Pero logra estar a la altura de Michelle Pfeiffer (varios lo envidiamos por tener que compartir la cama con ella). Por otro lado, Kathy Bates cumple con creces su odioso personaje. Aunque no se aleja demasiado del que interpretaba en Solo un Sueño. Una pequeña obra de cámara, una obra de teatro, a la que se le puede acusar de no ser pretenciosa ni superar el cáliz de cuento. Se queda chica narrativamente, para tanto despliegue de producción. Se destacan la fotografía de Darious Khonji, el arte de Alan MacDonald y el diseño de vestuario de Consolata Boyle para crear una atmósfera impresionista netamente inspirada en las pinturas de Renoir, Toulousse-Loutrec, Klimt o Monet, entre otros. Ya se trate de la caracterización de personajes, elección de actores, paleta de colores (mucho verde, rojo y tonos grises pálidos para los rostros) o la ambientación de los escenarios. Inclusive cinematográficamente uno encuentra referencias del Visconti de Il Gatopardo o Muerte en Venecia. Frears decide no situarlo en una época dada, sino armar en torno a los artefactos, a las creaciones de la segunda revolución Industrial. Sin duda, si Relaciones Peligrosas, con su magistral y meticulosa puesta en escena es objeto de análisis de estudiantes de dirección de arte, Cheri, no se aleja de este modelo y puede ser analizada desde diferentes puntos de vista visualmente. La forma en que la luz del Sol entra por las ventanas o impacta sobre los rostros es fascinante. Los amantes de la pintura pueden encontrar en esta obra lo que los cinéfilos encuentran en una película de Tarantino. No se trata de una obra épico, inmortal que será recordada sobre otros trabajos de Frears, pero sí es un trabajo noble, honesto y sin duda sobrevalorado. Para rendirle tributo a Renoir (el director) y Truffaut, Frears incluye a un narrador (él mismo pone la voz) para enfatizar el carácter cínico de la obra, con la frialdad, y el típico tono sádico, de disfrutar los males que asemejan a los personajes, que es un emblema de la cultura inglesa. La combinación de una narración sólida y dinámica (un montaje a buen ritmo y su breve duración impiden el aburrimiento), excelentes interpretaciones, personajes profundos, no obvios en actitudes, una puesta en escena perfeccionista, cálida, encuadres simétricamente ejecutados acompañados por una soberbia, y emotivamente contagiosa banda sonora a cargo de Alexander Desplat dan como resultado final en Cheri, una obra refinada, astuta, que se mueve en contra de los cánones cinematográficos contemporáneos, a pesar de respirar clasicismo por cada poro. Aquellos que defendemos y disfrutamos del “cinema de qualité”, tenemos razones de sobra para agradecer a Stephen Frears, Christopher Hampton y equipo, por otra obra preciosa. Como siempre digo, para entender el futuro, a veces hay que seguir mirando el pasado.
Melodrama muy pobre y aburrido. Lea de Lonval (vaya nombre de película de época), es una cortesana en retiro efectivo, que se ha enriquecido a fuerza de atender sexualmente a nobles y millonarios. Como ella, muchas otras mujeres han adquirido fama por tal talento y generosidad amatoria. Su vieja ¿amiga? Madame Peloux, la inútilmente histriónica Kathy Bates, carga con el problema de su licencioso hijo, Chéri, que con apenas 19 años, parece haberse ya aburrido de los placeres de la vida. Casualmente Chéri y Lea se encuentran y se convierten en amantes por un fin de semana. Fin de semana que se estira y se convierte en un sexenio. Luego de lo cual la madre busca a su hijo para casarlo, casualmente, con la hija de otra antigua colega. De esta situación proviene la historia de amor contradicho que sostiene la trama de la película. Stephen Frears y Christopher Hamptom han constituído una dupla formidable hace veinte años en ocasión de realizar Relaciones peligrosas, indudablemente la mejor versión de la novela de Chodelros de Laclos. En cambio, con esta novela de Colette, que tienen puntos de contacto con aquella (especialmente en lo que a la complejidad del deseo, la hipocresía y la constitución de una particular burguesía), no logran llegar a buen puerto. Sorprende un gesto de la realización, poco feliz. La única de las actrices elegidas para encarnar a las prostitutas, que puede considerarse bella (condición que uno supone trascendente para el ejercicio de esa práctica) es Lea de Lonval, corporizada para Michelle Pfeifer. Aunque parezca esto una tontería, lo que produce como condición del relato, es centrar en la historia de amor fallido el peso de la trama y perder las líneas accesorias posibles. Perdidos totalmente en orden al estilo, y dejada de lado la ironía que tímidamente asoma al inicio, los realizadores se enmarañan en una película que remite al cine de calidad, estetizante y pura formalidad, dando forma a un melodrama muy pobre y aburrido.
Lea de Lonval (Michelle Pfeiffer), una exitosa cortesana que hizo su fortuna seduciendo a los hombres con su exquisita belleza, sucumbe por primera vez al amor de un muchacho, a los 50 años. La historia está ubicada en París, durante la llamada Bella Época, ese momento de ensueño entre el siglo XIX y el XX. Stephen Frears, responsable de la popular "La reina" (2006) dirige y narra con una bella voz la historia con tono evocativo y voluptuoso. La belleza, elegancia y opulencia de los decorados son el eco perfecto en el que se desarrolla la trama. Junto a Michelle, en el reparto está Rupert Friend, el joven amor de la protagonista, y Kathy Bates como la madre del joven. “Chéri” vuelve a unir a Frears con Michelle Pfeiffer después de que trabajaran juntos hace veinte años en la genial “Relaciones peligrosas” (1988), al igual que Christopher Hampton, responsable del guión de ambas. La dirección artística es extraordinaria y recrea con precisión y perfección la era retratada. La deliciosa recreación de época fue capturada por la cámara de Darius Khondji y acompañada por la música de Alexandre Desplat. Pfeiffer demuestra una vez más que, detrás de su espectacular belleza, siempre hubo una gran solidez como actriz, además de portar sus años con dignidad y elegancia, sin operaciones estéticas a la vista.
Hay que casar al nene Stephen Frears es un observador agudo y un critico punzante de las costumbres, las concepciones, las instituciones y las hipocresías de la sociedad, y se ha servido con frecuencia de adaptaciones de grandes escritores (desde Hanif Kureishi a Choderlos de Laclos, pasando por Jim Thompson o Nick Hornby) para tales fines. Cheri es la adaptación de una novela de Colette, seudónimo obligatorio de Sidonie Gabrielle Colette, que escandalizó la Francia de principios del siglo XX con títulos sugestivos como “La ingenua libertina”, con su apuesta por la sensualidad y la libertad individual, y con la disección de las convenciones sociales de su época. Cheri (Ruper Friend) es el apodo de un joven mundano de la Belle Epoque que ya a sus 19 años visito bares y burdeles como para una vida y cuya madre, Madame Peloux (Kathy Bates) es una cortesana retirada. Ese apodo cariñosos se lo dió Lea (Michelle Pfeiffer), amiga de su madre y colega de profesión, que lo conoció de pequeño y lo trato como un sobrino. Claro que cuando el nene creció la tía postiza paso a interés amoroso y compañera de alcoba. A pesar de considerarse solo amantes, con el tiempo se enamoran de verdad, amor que, al tomarse ambos por cínicos y superados, no reconocen del todo. Esa relación es tolerada por Madame Peloux en tanto (ella lo ve así) se mantiene como algo superficial ya que tiene otros planes para su hijo. Es así como arregla para él un matrimonio conveniente para dejarlo en una posición social más relevante. Planteado el arreglo, el joven no se atreve a contradecir a su madre y Lea también considera que lo mejor es dar un paso al costado. Pero si efectivamente tomaran esa decisión y aceptaran el plan de la madre, sería, aunque no quieran reconocer que su amor es verdadero e inevitable, a costa de la felicidad de ambos. La triste realidad que este estado de situación revela es que nadie le escapa a la (doble) moral que impone la sociedad, ni siquiera aquellos que se mueven en sus márgenes y -se supone- deberían haber superado esas convenciones. Así, Madame Peloux, una ex-cortesana que solo se diferencia de una prostituta en el poder adquisitivo y el rango social de sus clientes a quienes prefiere llamar amantes, se guía por las mismas normas de una sociedad que la tolera pero no la considera un miembro respetable. Con el mandato de que hay que casar (y colocar) al nene responde a los mismos ideales de pertenencia, y al pretender acabar con la relación de su hijo con una cortesana igual que ella demuestra los mismos prejuicios. La cobardía de Cheri o la resignación de Lea, la aceptación de ambos, no van sino en el mismo sentido. La pregunta es ¿deberían ser distintos? De hecho los films de Frears son frecuentemente protagonizados por personajes en los bordes de la sociedad que declaran despreciar sus reglas (los libertinos de Relaciones Peligrosas, los estafadores de The Grifters) pero no por ello están menos condicionados. Hay precisamente alguna referencia a Relaciones Peligrosas en un gran plano de Michelle Pfeiffer que es cita concreta a un plano de Glenn Close y que transmite una muy similar frustración y amargura. No obstante hay un tono ligero, con mucha apelación al humor, acompañado por un relato en off (cuya voz es la del propio Frears, aunque no ese acreditado). Un tono que se lleva bien con la frivolidad de los personajes y que hace más contundentes los momentos más crudos, donde las relaciones dejan de ser un juego y la mascara protectora de la superficialidad se descascara. Sea en la Inglaterra de Thatcher o de Blair, en la Francia del siglo XVIII o de la Belle Epoque (todos momentos que el realizador visitó con sus películas), la condición humana no parece cambiar demasiado. Hipocresía, arribismo, codicia, crueldad, traición, impostura, están entre los temas favoritos de Frears. No se puede decir que le falte material.
Cautivar o no cautivar. Hace unos años, a la salida del recital de New Order, nos miramos con mis amigos las caras en busca de una explicación a aquello que no podíamos definir del todo: el recital nos había gustado, habían tocado todas esas canciones de Joy Division que queríamos escuchar, había sonado bien, pero algo pasaba que nos dejaba desconcertados. Entonces un amigo dijo una frase que después se convertiría en latiguillo interno: “no cautivó”, dijo, y todos entendimos y acordamos que en esas dos simples palabras se resumía todo el recital. Chéri se puede sintetizar con esa misma expresión. La película de Frears es correcta y prolija. Si hiciéramos un chequeo de rubros ninguno podría calificarse de manera negativa: la época –Francia en los primeros años del siglo XX– está bien recreada sin caer en el regodeo escénico; las actuaciones se lucen sin estridencias, incluso la de Rupert Friend, que genera la excitación de una tortuga marina, se adapta a la historia; Michelle Pfeiffer deslumbra con su belleza y su papel parece pensado exclusivamente para ella; la música no es intrusiva; el relato es justo, preciso, la pericia narrativa de Frears está intacta, cada plano dura lo exacto y necesario, nada sobra, ni nada falta. Chéri toda, con el peso de la reunión de Frears, Pfeiffer y Hampton (guionista de Relaciones peligrosas), prometía ser una gran película, al menos en los papeles, pero el resultado fue bien distinto, y no cautiva. El principal, y hasta se podría decir que único y grave problema es que Chéri está atravesada por la frialdad y la medianía. Incluso la historia no se plantea como la más seductora: un narrador en off, omnisciente (el mismo Frears) introduce el contexto con un auspicioso y sutil tono de comedia, tono que no se mantiene en la película, ese ligero quiebre de registro desconcierta más de lo que podría alivianar el drama, y luego el relato se sucede sin demasiada gracia. En pocos minutos vemos como una importante cortesana en tiempos de retiro se enamora del joven y algo disoluto hijo de una colega y, después de un matrimonio arreglado para el muchacho en cuestión –que le da nombre a la película, apodo puesto por esta misma mujer que antes era así como una especie de tía–, se separan por causa, básicamente, de la diferencia de edad, obstáculo imperante para el amor a largo plazo en la época. Entre la falta de carisma del protagonista y la sensación constante de trabajo a reglamento del staff entero, el amor, el drama, el dolor y hasta la posible tragedia pasan sin pena ni gloria, displicentemente. Es una película bien hecha, pero sin pasión, y se nota. Simplemente, no cautiva.
Nada queda de aquella ligereza Stephen Frears es un tipo que me cae bien. Ecléctico, ha transitado casi todos los géneros del cine con una única marca autoral: que no es formal, ni una virtuosa manera de narrar, sino, simplemente, un sentido del humor particular, cierta ironía, una mordacidad que tanto se puede aplicar a la Francia de siglos pasados de Relaciones peligrosas, al noir de Ambiciones prohibidas, a la comedia romántica de Alta fidelidad o al universo de la monarquía actual, como en La reina. Como verán -y hay mucho más- una carrera que ha sabido abrevar tanto en fuentes literarias como en materiales dispuestos para el cine, el talento de Frears es, también, el de la ligereza que se traduce en una mirada transversal del mundo. Algo de eso hay en Chéri, película que reiterándose en algunas temáticas comienza arriba y termina agotándose, pisándose la cola malamente. En Chéri, además, el director británico pretende recuperar algo del pasado: es que aún contando con películas mejores en su haber, sigue siendo recordado por Relaciones peligrosas. Así que convoca nuevamente a Christopher Hampton en el guión (adaptando a Colette) y a Michelle Pfeiffer en el protagónico de una cortesana veterana, para refritar algunos de los temas que hace 20 años provocaron a corazones conservadores: mundos palaciegos, alta sociedad parisina, cortesanas de buena posición que quieren casar a sus hijos por arreglo, amores imposibles que terminan en tragedia. Con el material que había, y conociendo a quienes jugaban el juego, uno podía esperar un producto si no excelente, al menos digno. Pero la combinación de piezas no ha dado aquí nada interesante y lo único que se termina agradeciendo es que las cosas no hayan superado los 90 minutos. Pfeiffer es Lea de Donval, una cortesana que supera los 50 y que se vincula con Chéri (Rupert Friend), hijo de su ex colega y amiga Madame Peloux (Kathy Bates). Si bien ese romance se estipula por un fin de semana, las cosas se extenderán por seis años. Y nacerá el romance, obviamente y por más que lo nieguen, que será interrumpido cuando la madre del joven organice un casamiento por encargo entre Chéri y una joven. Para ser justos, los primeros minutos del film parecen confirmar los pronósticos: diálogos mordaces y veloces, una exposición de cierta burguesía algo decadente y aburrida, y la ligereza habitual de Frears que parece encontrar, entre estos palacios y jardines, el tono justo para sus sátiras sociales en las que cuestiona fuertemente las estructuras. Aunque, y esto es lo interesante en Frears, su condición de británico no lo deje del todo ensañarse con ese mundo. Ese amor-odio hacia la realeza o la alta sociedad (evidente en La reina) es lo que complejiza sus relatos, tersos y claros expositivamente. Sin embargo algo falla en Chéri, que va llevando lenta y progresivamente las cosas hacia ese territorio poco deseado del aburrimiento. Desde lo temático, el film hace algo imperdonable: en el prólogo nos anticipa de alguna manera lo que puede llegar a suceder. Si bien lo anticipatorio funciona en otras oportunidades, lo que agudiza la previsibilidad aquí es que el tránsito de estos amantes es por demás rutinario y poco interesante. De hecho, los mejores pasajes del film son aquellos que comparten Pfeiffer y Bates, compuestos de diálogos mordaces. Por lo demás, la diferencia de edad entre la pareja y la crisis de la cortesana ante lo que siente como un enamoramiento no se sale de lo convencional o, en todo caso, no encuentra una mejor forma de ser expresado. Y desde lo formal, exacerbando los ambientes y los lujos de esta París, Frears no logra salir de cierto empaquetamiento habitual del cine de qualité. Sobre todo en su segunda parte, Chéri se vuelve envarado, solemne, frío, como si Frears, Hampton y Pfeiffer hubieran descubierto que ese juego para el que se convocaron no era tan divertido. Y uno que admira a Frears no puede sentirse más que decepcionado por una película que apenas cumple con su promesa de ser un bisturí de la París de comienzos del Siglo XX. Chéri no es de lo peor que se haya estrenado en el año -no da para ensañarse- y hasta puede que por momentos sea una buena película. Pero con los nombres involucrados, conformarse con esto, sería poco satisfactorio.
Un ejemplo de que los años no pasan solos. Después de ver “Ropa limpia negocios sucios”, “Ambiciones prohibidas” y por supuesto “Relaciones peligrosas” es difícil entender cómo un director como Frears se puede enredar en una película romántica de tal llanura. Lea es una prostituta de la Belle Epoque que ha perdido su juventud y a la que económicamente no le ha ido nada mal. Hasta que se enamora del hijo de una vieja colega, el tal Cheri del título del filme. La París de antes de la Primera Guerra Mundial sirve de plató para un relato chato sin aristas interesantes ni en los personajes ni en el guión. Con un poco de cariño puede destacarse la actuación de Pfeiffer, pero es más un tributo a su carrera que a su papel en este filme. Bien ambientada y corta (menos mal), la película pone al espectador en la disyuntiva de creer (o no) que ese mismo director es quien asombró al cine en los 80 con historias tan crudas como creativas.
Amor imposible en el fin de una época Desde un registro que lo acerca a su ya clásico film Las relaciones peligrosas, el realizador británico dibuja la Belle Epoque a través de la mirada melancólica y cortesana de su protagonista. El film está tratado con encanto impresionista. Se cree que las prostitutas -merced al gusto de los tiempos que corren han tenido una vida fácil durante lo que se conoce como la Belle Epoque, hacia fines del siglo XIX francés, dice la voz en off, narradora y omnisciente, acerca de la historia que está por iniciar. Pero en verdad prosigue fue la fama la que supo acompañar a muchas de ellas, a través de escándalos con amores de alcurnia, más bancarrotas y suicidios provocados. Primeras planas de la prensa, fotografías de brillos añejos, diseños de afiches de noches y burdeles. En otras palabras, cortesanas teñidas con el fulgor mismo de la realeza, los escándalos mediáticos, y las tablas de los escenarios. El mayor peligro, ahora bien, supo ser evitado por la más bella de todas. Lejos de caer presa de enamoramiento alguno, y con años de riqueza acumulada, mansión y criados, Lea se predispone al retiro y al disfrute -por fin de la soledad de su cama. El prólogo es bello, la voz bien inglesa, y la presentación de Lea juega de manera acorde con el recuerdo mismo del espectador de cine. Porque el personaje va de la mano con la actriz que lo compone: la madurez, la vejez, la belleza en un umbral fronterizo. Arrugas justas, una piel que todavía brilla. Y esos ojos azules, de pincel. La totalidad del film gira alrededor de su figura. Y ella que está grandiosa. (Si el lector prefiriera detenerse en líneas y más líneas de admiración hacia su figura será suficiente remitir al texto de amor y de cinefilia que José Pablo Feinmann le dedicara a la mejor Gatúbela de siempre en las páginas del Radar del 11 de julio pasado.) Basta con señalar que Michelle Pfeiffer es, ella sola, la película. La certeza aparece desde las palabras que el propio film pronuncia, las cuales parecen recorrer caminos paralelos, sea el de Lea, sea el de Michelle. Es que Chéri, el film, no debía ser posible sin ella, aún cuando el título nos remita, en verdad, a su protagonista masculino. Chéri (Rupert Friend) es un "pequeño" de diecinueve años de vida apresurada, mujeres a ambos costados del lecho, y una madre otrora y también cortesana (la grandiosa Kathy Bates) que entenderá como necesario un adecuamiento normativo para su hijo. Por eso el pedido a la amiga, a Lea, de encarrilar desde el consejo y la compañía sexual lo que parece desvariar hacia rumbos no bien previstos. La simpatía falsa comenzará a jugarse entre ellas. Sonrisas que esconden tedio sobre la presencia ajena, más maquinaciones que guardan otros fines. Y una dualidad que repercutirá y se ramificará, con contradicciones e imprevistos, hacia los demás vínculos que el argumento vaya trazando. Lea y Chéri encarnan el par definitivo, la verdad inmanente de una unidad imposible. Ella con bastantes años, de juventud aparente, en diálogo mudo con los espejos. El apenas crecido, pero con un rostro ya afilado y marcado por ojeras de alcohol. Increíblemente, ambos se comparten y los años pasan, y Chéri que deberá, por fin y a instancias de la madre, atender al matrimonio al que se le obliga, meta última del recorrido materno. Si él supo ser el joven de diecinueve, ahora lo es ella, la niña prometida e impuesta de dieciocho años. De un lado y de otro los artilugios femeninos, de madres, preocupados por garantizar los lazos que procrean. Aún cuando entre ambas existan miradas torcidas y comentarios entre dientes. Es así que, tal como se señalaba, entre una pareja y otra se juegan -desde un guión milimétrico espejamientos, distorsiones leves, un ir y venir casi dialéctico. Chéri y Lea. Pero también Chéri y su madre. Y un amor que no dudará en arrojar sombras edípicas. Más las trampas mismas de las mascaradas sociales, aquellas que tan sabiamente -y ya clásicamente articulara su mismo realizador, Stephen Frears, en Las relaciones peligrosas (1988). Es decir, y como se sabe, las cosas nunca son lo que parecen. De tal modo que será entonces el mismo lecho inicial y solitario de Léa el que encuentre su resignificación final. Si Chéri es oportunidad de volver a la Pfeiffer -tan bella, sin las cirugías de tantas maniquíes desesperadas del momento , también es vuelta de Frears a un cine mejor, sin las reverencias reales que significaran su anterior La reina (2006), allí con otra mujer bella y extraordinaria (Helen Mirren), bajo la piel de una corona que parece seguir pesando tanto a cierto ánimo inglés y reaccionario. El guión de Chéri es obra de Christopher Hampton, colaborador usual de Frears y realizador a su vez de títulos como Carrington (1995) y El agente secreto (1996). Vale también destacar la extraordinaria proeza de tonalidad fotográfica que logra Darius Khondji, el magnífico cámara de realizadores como David Fincher y Wong Kar Wai, quien dota a Chéri de encanto impresionista, de sol que respira a través de arboledas, mientras la espalda de Michelle destila trazos de luz durante sus masajes al aire libre. (Espalda de mujer, aire libre, mano que la acaricia. Los mismos tres elementos que logran una de las imágenes más bellas de Un perro andaluz, de Buñuel y Dalí. Sepa el lector disculpar este juego de asociaciones del cronista). Chéri se erige como síntesis de una época que parece bella, de relaciones almibaradas, miradas de arpías, intereses familiares, y prostitutas melancólicas. Más el lamento de una relación tardía que contagia -más allá de ser síntoma de aquellos años que el mito (o el film) dibuja desde ecos que persisten a través del tiempo al espectador cualquiera.
Pommery Frappé Stephen Frears es un director que por sobre todas las cosas posee un muy buen gusto para una puesta cinematográfica, y de esos que saben poner toda la carne a la parrilla, anteriormente en "The Queen" (La Reina, 2006 )habia jugado con una ficha valiosa: la interpretación de Helen Mirren, aquí hace casi igual jugando con la presencia de otra amada por la cámara: Michelle Pfeiffer, y reinicia con la actriz una relación fotogénica que venía de 1996 con "Relaciones peligrosas", otro notable ejemplo fílmico. Frears sabe sacar lo mejor de sus actores -"Alta fidelidad", 2000 puede comprobarlo-, y ahora en esta nueva emparenta con otras tambien pelis suyas anteriores de cierta bijouterie artística como "El secreto de Mary Reilly" (1996) o "Mr. Henderson presenta" (2005). La relación en principio amistosa entre una madura prostituta de lujo en su casi retirada llamada Lea y el hijo de una ex compañera que solicitó su ayuda a esta para que lo encaminara a Cherí, su joven hijo de 25 años; y que termina siendo un amplio juego que irá de la pasíon al amor genuino, y al espinozo tema de la diferencia de edad, dentro de la "Belle epoque" donde los personajes parecen habitar en una lujosa bombonera, rodeados de Champagne Pommery y la música de violines zíngaros. Frears saca provecho de ello, basándose en una novela de Colette - que bien sabia sobre las partuzeras parisinas - y que el cine recogió en aquella moderada "Gigí" con Leslie Caron de la MGM por los años cincuenta. Con cuidadísima estética, fotografía maravillosa, vestuarios increiblemente bellos, escenarios reales, con la iluminación paseando sobre los cuerpos semidesnudos en camas que uno desearía tener en su casa, y una estupenda banda musical de Alexandre Desplat, nos hallamos ante un filme que puede verse para disfrutarse desde la belleza visual con la cual es presentado, y siempre con unos planos y certera actuación de Michelle Peiffer, bien acompañada por Kathy Bates -siempre divertida-, y donde el chico protagonista que hace de Cherí es un modelo de belleza masculina. Con la duración justa de metraje y un final que puede parecerle precipitado a muchos espectadores, el filme puede recomendarse con su inconfundible sello Frears.
Este es uno de los mejores ejemplos de película grandilocuente y hueca. Mientras se esta en medio de la proyección los valores agregados que posee el film hacen que uno se deje llevar, pero cuando aparece la palabra fin todo se derrumba como un gran castillo de naipes. Primero vayamos a lo que nos quieren contar. Basado en el clásico homónimo de la escritora francesa Gabrielle Sindonie -Collete- (1873-1954), publicado en 1920, ya nos introduce en el cambio de centuria, el paso del 1800 al 1900, aunque también podría decirse a la llamada “Belle Epoque”. La ciudad de Paris da el entorno perfecto para describir a la sociedad de ese fines de siglo XIX, sociedad hipócrita al extremo, donde las cortesanas parecen que van perdiendo sus lugares de poder en medio de la alta sociedad que las vapulea por un lado, pero que las sostiene en forma oculta. Entre ellas se encuentra Lea de Lonvall (Michelle Pfeiffer) quien sabe que sus días de encantamiento están llegando a su fin, la frescura de su belleza se va marchitando. Dueña de una posición económica envidiable, sabe que su única asignatura pendiente es el amor, sabe de placeres, mucho, sexo vacuo. Su vieja amiga Charlote, (Kathy Bates), una ex cortesana, aquella que la cuido en sus inicios de la profesión, le pide que se haga cargo de su joven hijo Chéri, a quien conoce desde que nació, para sacarlo de las malas compañías. Chéri, que ya tiene 19 años, se va a pasar una temporada, con la nada despreciable Lea de Lonvall, y lo inevitable sucede. Todo demasiado previsible. Pero no todo, ni todos son honestos con las intenciones, cada cual juega su juego, y si uno juega con la vida de los demás puede ser dramático, pero si juega con la propia se puede transformar en trágico. La increíble reconstrucción de época, una magnifica dirección de arte, entre los que se destaca el diseño de vestuario, esplendida fotografía, trabajada en tonos pasteles, que da como resultado que cada imagen parezca tener la intención de repetir el arte pictórico de ese momento, muy en el orden del impresionismo, y la detallada banda de sonido, donde cada personaje esta potenciado por música empatica al momento que vive, conforman todo un “tandem” para impactar al espectador. Lo mejor de la realización son las actuaciones, parece un duelo entre dos grandes actrices, con algunos diálogos bastante chispeantes, y nada más. Si bien comienza como una comedia costumbrista, con el correr de los minutos intenta transformarse en un drama pasional y termina siendo un folletín, más cercano a un melodrama de telenovela venezolana. Otro punto muy endeble es el coprotagonista, no sólo el actor (Rupert Friend), que nunca da con el personaje ni con lo que le sucede. Los gestos son siempre idénticos, no hay mascaras de ningún tipo, no hay variedad en las expresiones así tenga que traducir amor, angustia, alegría o simplemente muchas ganas de ir al baño (aguante Peter Sellers), sino que la construcción del mismo fracasa desde la imagen, no es creíble nunca. La estructura narrativa clásica naufraga por lo trivial del texto, aunque hayan tenido las mejores intenciones, como dije al principio, al final todo desaparece. Film de época, dirigida por un gran cineasta, que ya nos había dado entre otras, “Alta Fidelidad” (2000), “Ambiciones Prohibidas” (1990) y que en relación a cuestiones de períodos de la humanidad había subyugado a todos con “Relaciones Peligrosas” (1988). Con “Chéri” vuelve a convocar al guionista Christopher Hampton y a Michelle Pfeiffer, ambos fueron parte del equipo de “Relaciones Peligrosas”, pero ahora ha quedado muy alejado en los resultados.