En 1975, Alistar Little asesina a James Griffin. Lo mata para ganarse el respeto de sus superiores y compañeros de la Fuerza Voluntaria de Ulster, el grupo paramilitar irlandés leal a la Corona Británica que está en pie de guerra con el IRA. Joe, el hermanito de James, ve cómo Alistar dispara pero se queda paralizado y no hace nada para detenerlo, lo que le vale el odio y los reproches eternos de su mamá. Tanto Alistar como Joe quedan traumados: el primero por la mirada del nene, y el segundo por las quejas maternas. En 2005, los dos son contactados por un programa de televisión que los quiere poner cara a cara después de treinta años: el conductor y los productores hablan de perdón y reconciliación, pero la cosa huele a show mediático. De todas formas, Alistar no tiene intenciones de pedir disculpas: si bien está atormentado por el recuerdo de la mirada de Joe, no da muestras de arrepentimiento; al contrario, cuando habla a cámara tiene un discurso muy preparado que más bien justifica el asesinato amparándose en las convulsiones políticas que vivían muchas ciudades de Irlanda en los 70. Joe, en cambio, está al borde de un ataque de nervios, y el tratamiento que recibe el personaje por parte de la película no tiene nada que ver con el brindado a la mayoría de las víctimas en cine. Hablando solo y acordándose a cada rato de su madre, Joe parece más el protagonista de una comedia adolescente que una víctima de cine político: tímido, gesticula y le cuesta hablar, hace chistes malos o directamente chabacanos y se lo nota incapaz de afrontar el encuentro con Alistar. Acaso ese sea uno de los aciertos más notables de Cinco minutos de gloria: Alistar, el asesino, es el ideológicamente articulado, que tiene conciencia histórica y política, el que todavía está entero y no se arrepiente de lo que hizo. En cambio, Joe rara vez habla o piensa en algo que no sean los reproches de su mamá, y se muestra extrañamente fascinado con la idea de conocer a Alistar (cualquier dato sobre él Joe lo degusta con una morbosidad que impresiona, como cuando pregunta de manera insistente cómo es la casa en la que vive). Casi como poniendo patas para arriba los roles de asesinos y víctimas acostumbrados en cine, Oliver Hirschbiegel ensaya una inversión de caracteres y los deja librados a su suerte. El experimento es cruel pero funciona en términos dramáticos, y amenaza con devenir en tragedia cuando Joe, antes de ir al set de filmación, saca un cuchillo y practica la forma en que va a apuñalar a Alistar. Uno de los gestos más interesantes de Hirschbiegel es la igualación que realiza entre Alistar y Joe. Lejos del comentario tibio sobre el perdón y la redención de mucho cine que aborda hechos trágicos y que entiende la venganza como caída moral, Cinco minutos de gloria pinta a Joe como un sádico que fantasea a cada segundo con matar a Alistar. Hay un solo personaje que quiere impedir que Joe consume su venganza: su mujer, pero trata de pararlo más por el bien del matrimonio y sus dos hijas que por alguna cuestión ética (él, gritando y a los empujones, la tira al piso y se la saca rápidamente de encima). Cuando Joe se mira al espejo y ensaya los movimientos con el cuchillo para el momento en que se enfrente con Alistar, está repitiendo los mismos que hiciera él hace treinta años, antes de ir a matar a su hermano. La comparación es un poco grosera pero efectiva: Joe es igual o incluso peor que Alistar, y las imágenes recurrentes de su madre son apenas el mecanismo con el que la película intenta justificarlo: la psicología acude en su ayuda y su calidad de desequilibrado lo salva (en términos morales) de ser un asesino de la misma calaña que Alistar. A su vez, el asesino interpretado por Liam Neeson, incluso después de haber estado preso y pagado legalmente su falta, sigue perseguido por la memoria del asesinato y de la mirada de Joe chiquito. Alistar, además del remordimiento por la muerte del hermano del chico, parece que no tiene nada en el mundo: vive solo en un departamento chico y ordenado, con pocas cosas, y cuando entra a un bar a tomar un té elige uno pequeño y vacío. Gran parte de los mejores momentos de la película lo conforman los fragmentos de la vida cotidiana de Alistar: sus movimientos, pesados y esforzados, como los de un gigante doblegado por el tiempo; la ropa que usa, casual pero ligeramente acomodada a la moda de los 70 (en especial los zapatos); sus paseos por la calle, siempre apurado y esquivando gente de manera torpe. El hecho de que Alistar no esté arrepentido del asesinato de James (lo que lo atormenta es la mirada infantil de Joe, no el hecho en sí) también es un acierto: el personaje parece querer conocer al hermanito de la víctima, hablar con él para pedirle que lo olvide y nada más; Alistar nunca busca su perdón. Hirschbiegel no es sutil pero sus personajes son densos y soportan el peso de varios diálogos y gestos sobrecargados. Y resulta muy placentero ver una película que pone en crisis la tensión cinematográfica habitual entre víctimas y victimarios: después de Cinco minutos de gloria, es inevitable pensar que muchas películas se parecen al programa de televisión que reúne a Alistar y Joe, donde las palabras reconciliación y perdón estarían en función de un espectáculo calculado para producir emociones cómodas y tranquilizadoras. El final de Cinco minutos de gloria, seco, cortante (y no por eso menos generoso con sus personajes) toma distancia de esos relatos y, felizmente, no aspira a opinar sobre la historia política de Irlanda ni a ser un comentario tibio sobre temas como la venganza o la justicia por mano propia. Un conflicto de décadas se resuelve con un llamado por celular y apenas un par de palabras: pocas películas con temáticas similares habrán tenido un desenlace tan limpio y justo como el de Cinco minutos de gloria.
La interesante dirección, el muy buen guión y las brillantes actuaciones de James Nesbitt y Liam Neeson, llevan a buen puerto esta historia con personajes muy ricos, que son...
Verdad y ¿reconciliación? Este inquietante film dramático de Oliver Hirschbiegel (La caída) tiene dos partes bien diferenciadas. Los primeros veinte minutos ponen el acento en un crimen perpetrado en Irlanda del Norte 1975 y luego la acción pasa a la actualidad. Alistar Little, un joven de 17 años como cualquier otro, tiene un poster de Bruce Lee en su habitación y también un arma para cometer un crimen. Es el líder de una célula revolucionaria que quiere derramar sangre. La víctima es un muchacho católico al que dispara varias veces y ante la mirada de un testigo involuntario: Joe Griffin, el pequeño hermano del chico asesinado. Ese instante cambiará la vida de dos hombres para siempre. El director sigue obsesionado en contar cómo los hechos del pasado repercuten inexorablemente en un presente incierto, cargado de dudas, dolorosos recuerdos y también ansias de venganza. La película propone el reencuentro del asesino y del hermano de la víctima treinta y tres años después en un show televisivo en el que lo único que importa es la espectacularidad y el suspenso que tiene que generar la entrevista entre estos dos personajes separados por una muerte. Pero Joe Griffin tiene otros planes en mente. Con este planteo, el realizador opta por un clima en el que los diálogos y los preparativos conducen -con algún tropiezo- al choque final y generan dudas en el espectador: ¿Se amigarán?, ¿El asesino le pedirá perdón ante las cámaras? o ¿Joe Griffin cometerá otro crimen para vengar la muerte de su hermano?. El film acierta en la pintura de los años setenta de los primeros minutos ambientados en Irlanda del Norte, para acrecentar luego el momento de cruce entre ambos personajes. Mientras Alistar monologa cómodamente con la cámara, Joe se vuelve molesto cuando lo obligan a repetir una toma triunfal, su descenso por la escalera "al mismísimo infierno". Sin dudas, el fuerte está puesto en las actuaciones de la dulpla protagónica: Liam Neeson, como el criminal que no puede librarse de la culpa y, James Nesbitt, como el hombre que planifica su venganza y quiere sus "cinco minutos de gloria".
El conflicto entre Irlanda del Norte, del Sur e Inglaterra aun deja secuelas en el presente. Hace unos años, cuando Ken Loach ganó la Palma de Oro en Cannes, por el film El Viento que Acaricia el Prado, declaró que “el trato que hizo Michael Collins entre las dos Irlandas fue vergonzoso”. Por dicha razón, Loach sigue impulsando la lucha del IRA y la independencia de Irlanda del Norte. Lo manifiesta políticamente en sus films, como queda bien en claro en la magnífica Agenda Secreta (1990). De esta manera, también criticaba al film de Neil Jordan, sobre la vida del líder irlandés, que lo posicionaba como un héroe, título muy discutido actualmente. El rol protagónico era llevado a cabo por Liam Neeson, quién vuelve a aparecer en este discreto, pero intenso film del alemán Oliver Hirschbiegel. El director de las sobrevaloradas, a mi parecer, El Experimento, La Caída y la remake de Los Usurpadores de Cuerpos, Los Invasores con Nicole Kidman y Daniel Craig baja un poco sus pretensiones artísticas para darle prioridad a los personajes principales y sus intérpretes. 1975, Alistair y un grupo de protestantes adolescentes deciden cometer un asesinato para lograr fama en su círculo de amigos. El blanco es un joven católico, acusado de ser miembro del IRA. El único problema es que deja un testido, el hermano menor de la víctima: Joe, quien posteriormente al hecho vivió signado por la culpa, echada por su madre. 25 años después, un reality show quiere confrontar a ambos para hacer una reunión conciliadora, con mensaje pacifista en un antiguo castillo medieval. Alistair (Neeson) se ha vuelto un hombre “serio” y “disciplinario”. Un gentleman en apariencia. Joe, (Nesbitt) en cambio, sufre de esquizofrenia. Es un hombre alterado, insoportablemente nervioso que quiere aprovecha la oportunidad, para vengarse de Alistair, asesinarlo, Tener los cinco minutos de gloria, que tuvo Alistair cuando era joven. En su primera hora, la película tiene un planteo interesante. Más allá de la exasperante interpretación de Nesbitt, al comienzo, la película juega con el montaje paralelo pasando de los recuerdos de ambos en 1975 a la realidad: los dos yendo llevados al castillo para realizarse la entrevista. La tensión se va incrementando a medida que llega el momento de la reunión, en cuanto vamos conociendo los planes de Joe, que relata a una asistente de producción (Marinca). “¿Qué hacer con el hombre que mató a mi hermano, darle la mano con una sonrisa o asesinarlo a sangre fría?” Esta pregunta provoca que el espectador reflexione acerca del lugar que deberá tomar en la historia. ¿Qué posición tomará la película? Si se pone del lado de la reconciliación caerá en la ridícula inverosimilitud del perdón fácil. Si se pone del lado de Joe, nos enfrentamos a una peligrosa apología acerca de la justicia por mano propia. ¿Y cuál fue la posición de la verdadera justicia? Alistair estuvo preso 15 años, aprendió su lección y trabaja como mediador de conflictos barriales, enseñando a los adolescentes las consecuencias de involucrarse en cultos o pandillas. Se trata de matar o dejar vivir. Hirschbiegel hace un interesante ensayo de cámara, montaje y actuaciones. Contrastes estéticos, uso y abuso de la voz en off. No deja pasar tampoco una crítica directa sobre el rol mediático de la televisión, que artificializa y manipula los acontecimientos con tal de lograr rating. La moraleja, en este caso, es que ciertos asuntos se deben resolver personalmente. Uno contra uno. Si bien, el guión de Hibbert es bastante discursivo, en sí, las situaciones durante esta primera hora, resultan intensos y verosímiles. El problema es la segunda mitad de la película, cuando tratan de resolver el conflicto, y darle un contexto más dramático y humano a los personajes. El thriller se convierte en melodrama y posteriormente en un film de acción. Si bien hay un cuota interesante de suspenso, parece que Hirschbiegel se aburrió de su propia película y trató de terminarla lo más rápido y ágil posible. No es un desenlace abrupto ni completamente inverosímil (supuestamente está basado en hechos reales), pero la última parte tiene mucho menos intensidad que la primera, y el planteo moral se resuelve de forma bastante simplista y banal. Neeson demuestra estar cómodo en su rol: profundo, austero, su interpretación impone respeto, intimida, pero a la vez conmueve en honestidad. Nesbitt, (visto en la gran Domingo Sangriento de Paul Greengrass) en cambio es completamente imparable. Tiene una prepotencia que lo convierten en un barril de pólvora a punto de explotar, y su caracterización bordea en lo sobreactuado o caricaturesco. Sin embargo, a mi parecer, y teniendo en cuenta que es un actor que siempre se mostró calmo en pantalla, dicho contraste no hace más que confirmar la versatilidad de este intérprete irlandés poco conocido en nuestro país. Poco hay de elenco secundario, más que algunos bolos mayores o menores. Entre estos, en Marinca, con un personaje sencillo, pero con más tiempo en pantalla que logra resaltar. Proyecto, que parece haber sido pensado en principio para televisión, pero que Hirschbiegel logra darle altura cinematográfica, sin embargo podría encontrar, mejor destino como obra teatral. A fin, de cuentas, se trata de un duelo interpretativo: personajes sólidos, ricos, profundos, contradictorios, enfrentados en un dilema moral. Con dos buenos actores (de la talla de Neeson o Nesbitt) se podría convertir en un clásico. El resultado cinematográfico no deja de ser discreto nomás. No estamos hablando de verdaderas representantes del tema como En El Nombre del Padre, Agenda Secreta o la citada Domingo Sangriento. Pero es cierto, que se trata de un film que deja reflexionando por rato largo y vale la pena discutirlo en grupo… durante más de 5 minutos.
Las huellas del rencor Tras el inmenso éxito mundial de La caída, el alemán Olivier Hirschbiegel se trasladó a territorio irlandés para dirigir una historia de fuerte sentido humanista que se sostiene en una sólida narración dividida en dos épocas y en el duelo actoral que en la segunda mitad tiene como protagonistas a Liam Neeson y el gran James Nesbitt. El film arranca en 1975 -pleno período de guerra civil en Irlanda del Norte (una situación bien sintetizada al inicio con una edición de imágenes de archivo de la época)- y narra el ingreso en el universo de la violencia y el ojo por ojo de Alistair Little, un adolescente protestante que comete su primer asesinato "político" por encargo. La víctima es otro joven, aunque -claro- católico (de la zona controlada por el IRA). Narrado con sequedad y precisión, el atentado da pie a la historia actual, en la que Alistair Little (ya en la piel de Neeson) viaja a un encuentro con el hermano de aquella víctima (Nesbitt), armado por un canal de televisión para que el primero pida perdón y se llegue a la tan ansiada reconciliación. Las cosas, por supuesto, no serán tan sencillas. Ganadora de los premios al mejor director y mejor guión del Festival de Sundance, Cinco minutos de gloria es una película que abona (y al mismo tiempo pone en cuestión) la corrección política y que habla sin desbordes ni ampulosidades de los traumas, los remordimientos, la culpa, el rencor, las huellas en el tiempo y el sinsentido propios de toda guerra civil y -más aún- de una como la irlandesa, que dejó más de 3.700 muertos, muchos de ellos amigos o vecinos de sus propios victimarios.
Sunday, bloody sunday Basada parcialmente en hechos reales, Cinco Minutos de Gloria (inexacta traducción de Five Minutes of Heaven, 2009), explora las secuelas de un conflicto religioso ocurrido hace más de treinta años. En su segunda incursión fuera de su Alemania natal, el director Oliver Hirschbiegel se recupera del fracaso de Los invasores y trabaja a la perfección los tiempos cinematográficos apoyado en los enormes labores de Liam Neeson y James Nesbitt. Es el año 1975 en una grisácea Belfast. Hace siete años que Irlanda de Norte está sumida en un conflicto religioso que polariza ideologías. Alistair Little (Neeson) tiene 17 años y forma parte de los férreos protestantes que conforman el grupo de los Voluntarios de Ulster. Joe Griffin (Nesbitt) apenas pasa la decena cuando patea inofensivo una pelota sobre la pared de su casa cuando el comando paramilitar llega para asesinar a su hermano, un republicano católico. Más de treinta años después, el director de la Caída imagina un encuentro entre ambos en un programa de televisión. Lo primero que llama la atención de Cinco Minutos de Gloria es la mutación lingüística del título original. La significación entre un periodo de tiempo paladeando la gloria u orillando en el cielo es nimia, no así las connotaciones. Los atentados, las batallas callejeras, la persecución de practicantes religiosos y los 3.700 muertos están motorizados por la búsqueda supraterrenal de la perfección, ese lugar que se presume pacífico que para los católicos es el cielo. La inclusión de la menos espiritual y más materialista gloria transmuta gran parte de las motivaciones de los personajes: la gloria se mide; el Cielo y la paz interior, no. Por eso Cinco Minutos de Gloria funciona como reverso espiritual de la avasallante y política Domingo sangriento (Bloody Sunday, 2002), editada aquí en DVD. Hermanadas por las imágenes sucias y granuladas símil 16 mm, además de la presencia de Nesbitt, ambos films no son contrarios sino complementarios: si la cámara inquieta y sudorosa de Paul Greengrass hurgaba en el carácter eminentemente fáctico de la estrategia y el planeamiento de la masacre de Derry en 1972 como símbolo de décadas de sangre y violencia, Hirschbiegel toma a dos personajes involucrados como referencia a sus consecuencias. Lo que allí era urgencia, aquí es reposo; los gritos están ahora en la cabeza –literalmente- de los protagonistas; el olor a muerte descansa en cada uno de quienes la vieron de cerca. Gran parte de ese mérito radica en las enormes actuaciones de los irlandeses Neeson, quien dejó la capital tres décadas atrás, y Nesbitt. Hay un carácter eminentemente implosivo en el primero. Alistair ha adquirido un estadio mental donde la certeza de su mala actuación no le provoca arrepentimiento. Sí se lo nota apesadumbrado, herido, parco. Los años de reflexión encontraron la génesis de su acción en el entorno familiar y social. Camina erguido, mira, vacila, se acuesta, se levanta para volverse a acostar. Para él, la procesión va por dentro. Griffin es lo contrario. Efusivo, frontal, de movimientos eléctricos, portador de nervios ya intrínsecos a su personalidad, el hermano de la víctima habla hasta por los codos. Su lengua descansa solo cuando su mente elucubra la venganza perfecta. Fuma, tiembla, se rasca, suspira y transpira a borbotones. Sabe, o cree saber, que matándolo tendrá sus cinco minutos en el cielo. Hay un aspecto paradójico entre los dos personajes: Quien ha logrado la satisfacción monetaria lucrando en charlas (¿buscando la gloria?) con su pasado violento está lejos de alcanzar la felicidad. No sabemos si está casado, soltero, si tiene hijos, sobrinos. Sí que su casa es el reflejo de su frialdad, la soledad apersonada en el vacío del departamento. El otro, con los sentimientos a flor de piel, apuntala el dolor y la culpa en la calidez de su mujer e hija. Sabrá que la gloria es imposible, y que el cielo está ahí, bajo su mismo techo.
Una fuerte mirada Odio, muerte, culpa, resentimiento. El sur contra el norte; católicos contra protestantes. Irlanda es gris, fría; sus calles son campo de batalla que el ejército custodia desde camiones ocupados por uniformados armados. Un joven todavía adolescente y un niño unidos por el peor de los recuerdos. Un asesinato, la mirada atónita; otra vez culpa, arrepentimiento, resentimiento. Alistair Little (Liam Neeson) pertenece a los Voluntarios de Ulster; con solamente 17 años es capaz de hacer lo que sea necesario para lograr reconocimiento entre los suyos. Es así como, en venganza por las amenazas que reciben los protestantes, recibe la misión de matar a un católico. Es su primer asesinato y elige para llevarlo a cabo la compañía de sus mejores amigos. Decidido va a concretar su trabajo, sin advertir que Joe Griffin, un niño de no más de once años, está a su lado en el momento de los disparos. El pequeño es el hermano menor de la víctima, que sin poder reaccionar, ha visto sin querer todo lo que ocurrió. A partir de allí la vida de ambos quedará marcada para siempre. Si bien el conflicto irlandés es punto de partida de esta historia, el relato se mete en las profundidades de los protagonistas de la escena más dura de todo el film, cuyo clímax alcanza cuando ambos, asesino que acaba de hacer su trabajo y testigo involuntario, cruzan sus miradas y así se quedan por unos segundos casi eternos. Hay en los ojos de ambos miedo, horror. Neeson compone al personaje que treinta años más tarde de ocurrido el suceso busca encontrar la paz que jamás tuvo desde entonces; sabe que obtener el perdón de Griffin (interpretado por James Nesbitt) será casi imposible. Para ello intenta un acercamiento a través de un programa televisivo. Joe, por su parte, busca vengarse del hombre que no solamente le quitó a su hermano, sino que desencadenó además una serie de tragedias familiares que terminaron destruyendo a él y a los suyos. Little es un hombre solitario y callado; su casa es fría y está totalmente vacía, como su alma. Lo delatan la tristeza que lleva en sus ojos y en sus gestos cansados. Apesadumbrado, sabe que el daño que causó es grande y trata de sobrevivir con eso. Es paciente, sombrío. Griffin en cambio tiene esposa e hijos, aunque el dolor que tiene adentro no le permite sentir más que soledad. Tiene los nervios a flor de piel, es frontal y está constantemente exaltado. Su respiración entrecortada se escucha continuamente, generando una sensación de claustrofobia casi insoportable. Ambos están deshechos por dentro. Oliver Hirschbiegel (quien además dirigió, entre otros, El experimento y La caída) arma la historia a partir de flash backs y paralelismos que van y vienen, construyendo de a fragmentos lo que pasó treinta años antes y el presente. Prácticamente no hay música durante todo el film, pero sí se escuchan clara y fuertemente las respiraciones de los hombres protagonistas. Además de la de Joe, la de Alistair Little cuando se prepara en su casa antes de salir a cometer el crimen. Se enfatizan también sus movimientos repetitivos, los juegos con el arma; son signos de una tensión que crece tanto en las imágenes como en la trama. Las interpretaciones son brillantes y la tensión dramática casi constante; solamente al final del film esta última se diluye, pero le agrega a la vez profundidad. Lejos de poner en evidencia convicciones ideológicas, Cinco minutos de gloria se detiene en lo más importante: las personas, la manera en que estas sobrellevan su propia historia y cómo las decisiones determinan la propia vida.
Cinco minutos de gloria Fines de los años ´70. Irlanda se debate en un conflicto ultraviolento que se cobra cada vez más vidas inocentes. La escalada de violencia enfervoriza sobre todo a los jóvenes idealistas, que ante la gratuidad de la muerte responden con más muerte. Uno de estos jóvenes es Alistair, de apenas diecisiete años, ansioso de mostrar su valía ante el líder de su “ejército”. Cuando le proponen un escarmiento a un muchacho de su misma edad, sospechado de simpatizar con el IRA, no duda en convertir el escarmiento en asesinato ejemplificador. Treinta años después, Alistair (Liam Neeson) no puede vivir con la culpa. Expurgó su crimen en la cárcel y al salir se convirtió en un reputado conferencista sobre aquellos años dolorosos y oscuros, ganando fama y simpatías a lo largo de un país que sólo busca la reconciliación. Pero Joe (James Nesbitt), hermano menor de la víctima de Alistair, no quiere reconciliación, sino venganza. Ha vivido en la sombra de un dolor inmenso durante treinta años, no sólo por haber sido testigo de la muerte de su hermano, sino culpado obsesivamente por su madre de no haber hecho nada para salvarlo. Como si un preadolescente de treinta kilos hubiera podido contra el fanatismo de Alistair y sus amigos. Por eso, cuando una cadena televisiva los invita a un diálogo en cámara donde se reencuentren y puedan hablar del tema, Joe acepta con una sombría determinación en mente. Alistair lo sospecha, pero no puede evitar el encuentro; necesita volver a ver a los ojos de aquel niño y pedirle perdón, aunque no lo obtenga. Los prolegómenos de la puesta en escena de esta reconciliación mediática son el primer escenario de un drama plagado de pequeños clímax y de angustiosas revelaciones personales. Reivindicándose de su último fracaso hollywoodense (aquella vergonzosa remake de “Body Snatchers”), el realizador alemán Oliver Hirschbiegel demuestra en pocos minutos cuál es su auténtica cualidad. Partiendo de una anécdota verídica, mínima, de enorme potencia emocional, pasea al espectador por el angustioso mundo interior de dos personajes (asesino y víctima) en un despliegue que demuestra técnica y oficio. Las cámaras pasan de subjetiva a objetiva, de planos de desplazamiento a primeros planos estáticos con verdadero oficio cinematográfico. Es sencillo para dos actores de la talla de Liam Neeson y James Nesbitt lucirse en este marco, desplegando los matices de angustia, neurosis, sobrecarga emotiva y parálisis por las que deben atravesar los personajes para deconstruir . El final es uno de los más simples y potentes que se han visto en los últimos años. Un filme recomendable, por momentos abrumador y claustrofóbico, con la tensión sostenida, justa, que tienen las historias pequeñas, pero bien contadas.
Doloroso legado de un tiempo violento Cinco minutos de gloria vuelve -en formato de thriller- sobre las heridas aún abiertas en Irlanda del Norte En un documental de televisión sobre el violento conflicto que en la segunda mitad del siglo XX enfrentó a protestantes y católicos en Irlanda del Norte, y en especial sobre las hondas heridas que dejaron tantos años de contienda, el dramaturgo y guionista Guy Hibbert conoció a los personajes que le inspiraron esta historia: un protestante (al que llamó Alistair Little) y un católico (Joe Griffin). El programa proponía el encuentro de homicidas con familiares de sus víctimas. En 1975, Griffin tenía 11 años y estaba jugando solo en la vereda de su casa cuando vio que Little, entonces de 17, bajaba de un auto, se acercaba a la ventana y disparaba contra Jim, su hermano mayor, sentado en el living frente al televisor. En la realidad, la BBC propuso un encuentro entre los dos hombres para registrarlo en el documental, pedido que Joe rechazó de plano. Hibbert quiso imaginar qué podría haber sucedido si el encuentro se hubiera producido. El resultado es este film desparejo, pero interesante. La ardua entrevista -que un equipo de TV prepara en detalle- es el eje sobre el que gira el suspenso de esta historia que mezcla el nervio del thriller con el drama psicológico. Se trata de examinar los sentimientos que han ido germinando en uno y otro durante todos estos años y de determinar si hay alguna vía posible para la pacificación. Sentimientos Tras el logrado prólogo que informa sobre el ambiente de violenta hostilidad que se vivía en la época y que expone secamente la escena trágica, el film se centra en los hechos actuales: un montaje paralelo muestra a cada uno en viaje hacia el encuentro marcado: los monólogos interiores, los breves diálogos de cada uno con su respectivo chofer y algunos flashbacks que vuelven al pasado ilustran sobre su estado de ánimo. Que el libreto abuse de las palabras y que Hirschbiegel no ahorre efectos para alimentar el suspenso no impide que el relato resulte tenso y bastante eficaz, sobre todo por la contención y el compromiso con que Liam Neeson y James Nesbitt asumen personajes completamente opuestos. En cambio, es bastante notorio que el desenlace responde más a la voluntad del guionista que al rigor puesto en juego en una historia que aborda temas tan complejos como la culpa, el rencor, el remordimiento, la venganza y la necesidad de perdón.
La reconciliación tiene precio El director alemán de La caída echa mano de un episodio que tuvo lugar en la Irlanda ocupada de los años ’70 para transmitir al espectador el dolor de la muerte ajena, incitando a una reflexión más general sobre la violencia política. ¿Puede alcanzarse alguna forma de verdad cometiendo torpezas? Primera película anglohablante del realizador alemán Oliver Hirschbiegel (que con La caída logró uno de los grandes éxitos del cine global en los últimos años), Cinco minutos de gloria demuestra que se puede. Basada en personajes reales, la película de Hirschbiegel echa mano de un episodio de violencia política que tuvo lugar en la Irlanda ocupada de los años ’70, para postular que el costo de matar al semejante jamás es bajo. Haya o no argumentaciones políticas para hacerlo. Transmitir al espectador el dolor de la muerte ajena, incitando a una reflexión más general sobre la violencia política –aun a caballo de un dispositivo cinematográfico que en ocasiones cruje–, es prueba de que a la verdad no siempre se accede de modo bello, justo y elegante. En octubre de 1975, en Irlanda del Norte, Alistair Little, protestante de 17 años, ejecutó a su vecino Jim Griffin, militante de base del IRA, como modo de pagar la “cuota de ingreso” a un grupo armado. Tras purgar doce años en prisión, Little se dedicó a viajar por el mundo entero, predicando una suerte de no violencia activa, sin rastros de ingenuidad política. Sobre esos hechos reales, el británico Guy Hibbert (autor de un par de guiones previos sobre el conflicto irlandés) imaginó qué podría haber pasado si Little y el único sobreviviente de la familia Griffin se hubieran encontrado algún día. A partir de esa premisa, Cinco minutos de gloria se organiza en tres movimientos y una coda. El primero es la ejecución de Griffin a manos de Little. El segundo, el intento de reunir a Little con Joe, hermano menor de la víctima, que treinta años más tarde lleva adelante la producción de un programa de televisión. Finalmente, el reencuentro entre ambos, sin televisión de por medio y a brazo desnudo. Un mérito mayor de Cinco minutos de gloria es exponer la trampa que podría llamarse, con perdón por la rima, “frivolización de la reconciliación”. Opción que no por casualidad representa el programa de televisión, que pretende lavar en una hora de emisión las heridas de una guerra centenaria. A la hora de mostrar la cocina del programa, la película de Hirschbiegel no se permite la caricatura, algo casi de rigor cuando de televisión se trata. Esa abstención permite que la crítica al intento de espectacularizar el tema sea de fondo y no de forma. Un segundo mérito de la película pasa por el punto de vista, que se cuida muy bien de no demonizar ni idealizar a ninguna de las partes en conflicto. Dueño de un discurso articulado, Alistair Little (Liam Neeson, que en la realidad es católico) exhibe una suerte de arrepentimiento lúcido, que le permite diferenciar entre autocrítica y abjuración. En cambio, lo único que el tosco operario Joe Griffin (James Nesbitt, que es protestante) parece tener en mente es la venganza a cualquier precio. Sin embargo, por muy primario que parezca, por muy desbordado que se lo note, Griffin luce más creíble que Little, capaz de repetir tres veces para la cámara, sin repetir y sin soplar, el mismo y muy estudiado discurso. Pero hay algo en lo que ambos coinciden, y es el rechazo activo por el lema de “verdad y reconciliación”, con el que la producción del programa se llena la boca. Little sabe que no hay reconciliación posible sin antes pagar un precio; Griffin está dispuesto a cobrarse ese precio. El verdadero enemigo es la banalización, podría pensarse. Hasta acá, todo bien en términos de planteo general. El problema es el tercer acto, que pretende reducir la compleja dialéctica de-sarrollada hasta entonces a un simple duelo de western, pagando tal vez el precio de una hollywoodización extemporánea. Hay otro problema y es de puesta en escena. Si La caída era cualquier cosa menos sofisticada, flashbacks y soliloquios injertados confirman aquí la escasa sutileza de Herr Hirschbiegel, que obliga al pobre Nesbitt a una gesticulación digna del Hitler de Bruno Ganz. Aun con esas rémoras, Cinco minutos de gloria logra darle altura infrecuente a temas –el odio, la violencia política, la vida del otro, el arrepentimiento y sus límites– que al cine le cuesta tratar sin trivializar.
Irlanda, en la mira Es posible aproximarse a la verdad y a la reconciliación, cuando hay un asesinato a sangre fría? Ese es el tema central de Cinco minutos de gloria , la nueva película del alemán Oliver Hirschbiegel ( La caída ). De nuevo la controversia: si en el filme mencionado se abordaba el final de Hitler, aquí es el enfrentamiento entre los católicos del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y los protestantes del Ulster, en Irlanda del Norte, por 1975, y décadas después, cuando el asesino y el hermano de una víctima puedan mirarse cara a cara. Liam Neeson -que es católico en la vida real- interpreta a Alistair, el protestante que de joven, y para ganarse el reconocimiento de los suyos, se pone una máscara, se acerca a la casa de los Griffen y dispara desde afuera al hermano mayor de Joe, por entonces un niño que jugaba con la pelota en la calle. En el presente, un canal de TV quiere reunilos, con el pretexto, la excusa aquélla de la reconciliación posible. Por momentos Cinco minutos de gloria asemeja tener una estructura teatral. Juega con el suspenso creado ante lo que el espectador sabe (el muy nervioso Joe lleva un cuchillo al encuentro en el castillo), el aparente remordimiento de Alistair y la confusión de Joe. La película está estructurada claramente en tres secuencias, como si fuesen los actos de una obra teatral. Es fácil advertir que Cinco minutos de gloria (la referencia es a lo que Joe cree que sentirá en cuanto ajusticie al asesino de su hermano) es un filme “de actuación”. A medida que avanza la trama, Alistair muestra rasgos de su carácter y es el personaje mejor construido, no sólo por la calidez y hasta enjudia que le pone el actor de La lista de Schindler . James Nesbitt (el actor de Bloody Sunday , también sobre el conflicto en Irlanda del Norte) juega con un rol menos preciso, cuyas (in)decisiones lo hacen tan vulnerable como poco empático. Hirschbiegel, quien había tenido su paso por Hollywood con Invasores , vuelve a demostrar ahínco desde la marcación, aunque en los tiempos muertos no parezca saber cómo hacer para que la historia fluya. Hay un mensaje en contra de la violencia, un paralelismo con lo que sucede en la Inglaterra actual y los musulmanes terroristas, muy buenas intenciones y un dolor palpable en cada fotograma.
El camino hacia el perdón Los eternos conflictos en Irlanda del Norte han sido históricamente examinados por el cine con resultados varios, no obstante en muchas ocasiones predominaron las caricaturas socio- políticas volcadas más hacia el melodrama facilista que al retrato verídico de los acontecimientos. De hecho, sólo hace falta recordar algunos ejemplos muy opuestos en cuanto a rendimiento se refiere: pensemos en las excelentes En el nombre del padre (In the Name of the Father, 1993) y El viento que acaricia el prado (The Wind That Shakes the Barley, 2006) por un lado, y en las fallidas El precio de la libertad (Michael Collins, 1996), Enemigo íntimo (The Devil's Own, 1997) y Golpe a la vida (The Boxer, 1997) por el otro. Recuperado de aquel mal paso profesional que fue Invasores (The Invasion, 2007), el realizador Oliver Hirschbiegel una vez más saca a relucir su eclecticismo con la intensa Cinco minutos de gloria (Five Minutes of Heaven, 2009). Aquí nos presenta la trágica historia de Joe Griffin (James Nesbitt) y Alistair Little (Liam Neeson), dos hombres que terminan enfrentados tanto por el contexto bélico como por el mismísimo azar. En un 1975 crispado por la violencia de los nacionalistas católicos, los unionistas protestantes y la milicia británica, un joven e inexperto Little, miembro de la Fuerza Voluntaria del Ulster, mata al hermano mayor de Griffin desencadenando una serie de fatalidades en la familia. Con apenas once años a cuestas, Joe presencia estupefacto lo ocurrido, una suerte de advertencia para amedrentar a los civiles católicos del distrito. Luego de 33 años, incluida una condena de 12 para Alistair, un programa de televisión ofrece gestionar un encuentro entre ambas partes en otro de esos intentos de los medios en pos de “espectacularizar” la realidad. Mediante un trabajo de cámaras en verdad admirable y un pulso narrativo que se mueve constantemente entre la angustia y la quietud, el director recrea el guión de Guy Hibbert imponiéndole un bienvenido tono seco, similar al de Hunger (2008) y Domingo sangriento (Bloody Sunday, 2002) pero mucho más minimalista en su enfoque general. Desde ya que resultan decisivas las interpretaciones de Liam Neeson y James Nesbitt, dos actores magníficos de los que no siempre se saca partido (el primero poseedor de una carrera bastante errática y el segundo interesado sobre todo en la pantalla chica). El dúo protagónico hace de la gestualidad de raigambre teatral su principal herramienta para así construir un maravilloso verosímil en donde priman la sinceridad, el rencor acumulado, la sed de venganza y el escabroso camino hacia el perdón. Hirschbiegel recupera el nivel de La caída (Der Untergang, 2004) y El experimento (Das Experiment, 2001) con un film humilde aunque poderoso en términos ideológicos, de una férrea impronta conciliadora.
El director de La caída se consolida con este notable duelo entre Liam Neeson y James Nesbitt en un relato autoconsciente que suma suspenso y adrenalina y se contagia de la claustrofobia externa en clara contraposición con la transformación psicológica de los personajes; un film en constante coqueteo con la idea de venganza, redención y perdón.-
CARA A CARA El director de La caída vuelve aquí con un tema político complejo. Esta vez, sin embargo, la reducción a dos personajes principales y la densidad dramática sostenida por sus dos protagonistas permite que la película sea más sólida y auténtica. Treinta años después de haber matado a un joven católico a partir de motivaciones políticas, el asesino y el hermano de la víctima se reúnen frente a las cámaras para una reconciliación. Alistair Sinclair (Liam Neeson, cada vez más sólido como actor), el culpable del crimen, tenía dieciséis años cuando disparó el arma que acabó con la vida del hermano de Joe Griffin (James Nesbitt, también brillante), quien por entonces tenía tan sólo once años. Dos hombres adultos, uno marcado por la culpa y el arrepentimiento, el otro, obsesionado con la venganza, aunque también por la culpa, frente al reproche de su propia madre. Si bien el film se centra en el drama humano de dos hombres y no busca hacer una reflexión inequívoca sobre la sociedad en su conjunto, hay que decir que el director Oliver Hirschbiegel elige la conflictiva década del setenta en Irlanda del Norte para narrar esta historia sobre el perdón y la reconciliación. Polémico como siempre, Hirschbiegel había sido el responsable de La caída, el film sobre los últimos días de Hitler que generó una revuelo gigantesco al mostrar el lado humano del genocida. Claro que Alistair Sinclair no es un genocida, es un joven que en una época convulsionada tomó una decisión que le pesó toda su vida. Su vida como adulto está todavía marcada por este acto criminal. Aun así, difícilmente los espectadores no sientan la necesidad de reflexionar acerca de estos temas y otros. Detrás de las dos maravillosas actuaciones de los protagonistas y de un gran oficio por parte del director y el guionista, no deja nunca de haber un tema aun sin cerrar, un tema que seguramente tendrá ejemplos en todos los países y en todas las épocas. Una cosa queda claro: una vez que la justicia haya actuado o no, una vez que la historia haya también juzgado los actos humanos, siempre quedará un espacio extra vinculado con los dilemas interiores de las personas. Será difícil, en particular para Argentina, ver esta película sin asociarla a nuestra propia realidad y a nuestras heridas abiertas en el pasado lejano y reciente. Pero en eso Hirschbiegel esta vez en lugar de tomar un personaje histórico prefiere mantener en primera persona el conflicto, para que la lectura política no pierda finalmente la lectura humana.
Dotada de una visión particular, acotada, acaso íntima, de la trágica canfrontación religiosa irlandesa entre católicos y protestantes, Cinco minutos de gloria focaliza en los conflictos esenciales de sólo dos personajes, testigos y actores reales de una serie de situaciones límite que recrea el film. Sin necesidad de bucear en aristas mayores del sangriento conflicto, resulta suficiente la breve fracción temporal que en su mayor parte abarca esta pieza del sólido realizador alemán Oliver Hirschbiegel, retratando el espanto y la sinrazón de un enfrentamiento entre hermanos que sacudió y diezmó a esa región a lo largo de varias décadas. Con intensidad, convicción y fuertes ribetes emocionales el director de La caída desmenuza escrupulosamente a dos seres atormentados por las secuelas de la contienda, que desde bandos opuestos deberán volver a hacerse frente en la década del 2000, cuando treinta años atrás fueron partícipes del terror, uno como victimario y otro como víctima –aunque hijo de otro victimario-, buscando desesperadamente la sensación que describe el título. Hirschbiegel no sólo tiene en su haber ese abordaje sobre los últimos momentos de Hitler en su claustrofóbico bunker, sino la notable e inquietante El experimento, aunque también es responsable de un flojísimo acercamiento a El usurpador de cuerpos (idea con sobredosis de remakes) en su única incursión hollywoodense. Aquí, luego de una vibrante introducción se ocupará de los sentimientos contrapuestos de ambos hombres ante un forzado encuentro televisivo, sensacionalista símbolo de la reconciliación. Miradas, gestos y palabras cargadas de tensión, angustia y violencia contenida se respiran en ese abortado segmento del film, que luego darán pie a otras situaciones de igual calibre y a una redención que asoma como imprescindible alternativa. En el auténtico duelo actoral entre Liam Neeson y James Nesbitt sale mejor parado el protagonista de La lista de Schindler ante cierta sobreactuación de Nesbitt, pero es sólo un detalle ante una obra conmocionante.
El tiempo no lo cura todo. Alistair Little es un muchacho de 16 años, Irlandés, perteneciente al UVF que como bautismo de sangre acepta matar a un joven católico. El hecho lo acomete delante de los ojos del propio hermano de la víctima, un niño de 11 años cuya vida se irá en picada gracias a la culpa propia- y la impuesta por la propia madre- de no haber hecho nada para impedir esos 3 tiros a su hermano. Muchos años después convocados por un programa televisivo, víctima y victimario serán juntados ante las cámaras pero los sentimientos y las carencias no son guionables y el encuentro quedará fallido, para más tarde. Así lo que podría parecer un conflicto político termina siendo un verdadero viaje hacia la conciencia humana, las heridas, la reconciliación y el perdón. Un drama intenso que se apoya por sobretodo en una narrativa sencilla y dos impecables actuaciones de Liam Neeson y el impactante James Nesbitt. Es que este último lleva la carga emocional más grande de todo el film, su actuación es realmente penetrante a tal punto que muchas veces cuesta no mantener la respiración mientras lo aquejan fantasmas y los nervios lo tensionan insufriblemente. "Para conocer el hombre que soy, deben saber sobre el hombre que fui"- dice Little frente a las cámaras y es ahí donde hay que buscar el verdadero conflicto emocional del asunto. Las decisiones pasadas ciertamente afectan a las circunstancias futuras y el peso del remordimiento no se diluye con el tiempo, simplemente hacen al tiempo más pesado al igual que lo hace con el dolor y los traumas. Ojo por ojo y el mundo quedará ciego, decía Gandhi y Oliver Hirschbiegel- quien ya había dado que hablar con La caída- despierta en el espectador las reflexiones necesarias para darse cuenta de ello. Si bien podría echársele en falta al argumento una mirada más detallada al conflicto del terrorismo en Irlanda, hay que aceptar que el drama pasa verdaderamente por otro lado. Con críticas correctas pero no por ello menos profundas, Hirschbiegel se mete de lleno en el alma del hombre como ser que sufre, lo político en este caso es la circunstancia; circunstancia que a la vez podríamos hilar con muchas historias de nuestra latinoamérica, heridas que quedan sin sanar porque muchas veces quedan sin enfrentar. Cinco minutos de gloria es un esbozo dramático, corta y puntual, sin golpes bajos ni incontables desarrollos discursivos. Plasma, retrata, sacude y duele. Podría cambiar de escenario, podría cambiar de situación, pero el problema seguiría siendo el mismo: cómo vivir cuando la culpa y el dolor es lo único que nos alimenta en la vida. Cómo dejar ir, reconciliarse con uno mismo y con los otros para poder empezar a vivir y ver a los que realmente están. Soltar los fantasmas para disfrutar de los vivos. Llena de escenas magníficas y de ritmo fluído, esta historia que se hizo con dos premios en el Festival Sundance del año pasado ha sido estrenada en los cines ayer y se agradece porque son esos films que suelen pasar directamente a las estanterías del video club. Algo estará cambiando
La filmografía del director alemán Oliver Hirschbiegel se conoce en su casi totalidad en nuestro país. “El experimento”, su primer largometraje filmado en 2001 y estrenado dos años después en Argentina, resultó sólo parcialmente logrado aunque anticipó el interés de su realizador por el tema del nazismo. Habría que esperar hasta el 2004 para que su nombre saltara a la fama con la notable producción “La caída”, que además marcaría un antes y un después en la vida del actor Bruno Ganz. Muy fallida, en cambio, resultó su penúltima película (“Invasores”), tercera remake de “Invasion of the Body Snatchers”, cuya original y muy superior de 1956 fuera magistralmente dirigida por Don Siegel y aquí conocida como “Muertos vivientes”. Hirschbiegel cambia totalmente de escenario con su más reciente realización: “Cinco minutos de gloria” (“Five Minutes of Glory”) al ambientarla en Irlanda del Norte y basarla en un hecho real sucedido en 1975 en el Ulster. Las primeras escenas son impactantes al mostrar el asesinato del católico y militante del IRA, Jim Griffin, que es cometido por el protestante Alistair Little personificado por Liam Neeson. Testigo involuntario de dicha matanza es Joe, el hermano menor de Griffin, quien se encontraba en la puerta de su casa jugando inocentemente con una pelota. La acción se traslada casi a la actualidad en que un Joe adulto, interpretado por James Nesbitt (actor de “Bloody Sunday”, de Paul Greengrass sobre un tema similar), recibe una extraña propuesta. La televisión local lo invita a participar de un programa, cuyo leitmotiv son las “reconciliaciones”, a fin de que se produzca su reencuentro con el asesino de su hermano, aparentemente arrepentido de lo actuado en el pasado. Gran parte de los escasos noventa minutos del film transcurren mostrando los preparativos del programa, con numerosas idas y vueltas y algo de suspenso, llegándose hacia el final al esperado cruce de ambos personajes. Deliberadamente se han acentuado y subrayado las diferencias entre ambos, contrastando la aparente calma (o resignación) del asesino con el exacerbado nerviosismo del vengativo hermano de la víctima. La resolución de la trama puede considerarse original y algo sorpresiva pero no es ése el mayor mérito de un film algo menor, donde lo que sobresale son las actuaciones que incluyen a la rumana Anamaría Marinca (“Cuatro meses, tres semanas, dos días”) en el rol de una comprensiva productora televisiva.
Ochenta minutos de interés Cinco minutos de gloria se hace cargo de que en conflictos como el de Irlanda no hay reconciliación posible. Oliver Hirschbiegel, luego de Invasión y La caída, aborda una historia pequeña aunque con pretensiones universales. Cinco minutos de gloria podría haber sido tranquilamente una obra teatral: su estructura con pocos personajes y escenarios, mucho diálogo más un relato comprimido y elemental –básicamente es el enfrentamiento entre dos hombres-, podrían encajarla de ese modo. Sin embargo, Hirschbiegel consigue imprimirle un pulso cinematográfico particular, que le permite, a pesar de sus poco más de ochenta minutos, insertarse en la memoria del espectador. A diferencia de sus filmes anteriores, donde se podía apreciar una gran cantidad de personajes y hasta una llamativa dispersión, aquí Hirschbiegel es claramente consciente de que lo que importa es el duelo entre dos hombres, a los que los une un hecho en particular –uno asesinó al hermano del otro, que fue testigo directo-, aunque con perspectivas distintas. A partir de eso, es que puede cimentar a esos dos sujetos de manera tal que podemos percibir cómo sus dos miradas, que parecen opuestas al comienzo, comparten mucho más de lo que parece, para finalmente confluir con total lógica. Antes que nada, Cinco minutos de gloria se hace cargo de que en conflictos como el de Irlanda no hay reconciliación posible: sólo se puede seguir adelante, lo cual no significa olvidar. La víctima vive con el dolor y la ira por siempre, el victimario carga perpetuamente con el peso de sus actos. A la vez, no se puede eludir la responsabilidad: por eso contemplamos al asesino encarnado por Liam Neeson reconocer que nadie lo forzó, que nada lo obligó, que él aceptó y quiso matar, y que su arrepentimiento no va a revivir a nadie. Del mismo modo, el hermano del asesinado sólo puede concebir su vida en función de ese acontecimiento terrible que le tocó vivir durante su infancia. En cierto modo, todo esto es una patada en los huevos a la corrección política y al medio televisivo que la promueve. Exceptuando a una mujer de la producción, todos los periodistas o responsables del programa que intenta reunir a esas dos caras de la misma moneda que personifican Alistair Little y Joe Griffin quedan muy mal parados. No buscan la verdad, buscan un apretón de manos, un abrazo que simbolicen el perdón y, a la vez, el olvido. Y aunque por momentos Cinco minutos de gloria recurra demasiado al discurso o caiga en exageraciones o redundancias, cuenta con lo mínimo indispensable para el evento al que se refiere: dos actores en la mejor de sus formas, efectuando una particular catarsis a través de dos métodos diferenciados. Si el Alistair Little interpretado por Neeson hace la procesión por dentro, con mínimos gestos y acciones que delatan sus miedos, remordimientos y convicciones, el Joe Griffin encarnado por James Nesbitt es un sujeto al borde la explosión permanente, con toda una carga de violencia y frustración lista para salir a la luz. El encuentro final entre los dos, predecible pero a la vez coherente, adquiere significación a nivel político, discursivo, corpóreo y actoral. Nada mal para un filme tan pequeño.
Oliver Hirschbiegel es un realizador interesado en los conflictos humanos y esta vez lo podemos comprobar con “Cinco minutos de gloria”, donde narra una historia que tiene por marco Irlanda, que comienza en el año 1975, pleno período de la reactivación de la violencia politico-religiosa en Belfast (Irlanda del Norte). Un joven protestante de 17 años (personificado como adulto por Liam Neeson) junto a un grupo de amigos decide cumplir una misión de prueba para ingresar al Ulster Volunteer Force (UVF), amedrentando a una familia católica para que abandone un barrio protestante. Pero las cosas no salen según el plan trazado y el episodio termina con la muerte del hijo de 19 años de la familia católica, en lugar del padre –objetivo propuesto-, ante la mirada atónita del hijo menor, a quien el victimario deja con vida El asesino y sus compañeros fueron detenidos dos semanas después, juzgados y condenados. La realización comienza con un largo flashback para ponernos al tanto del origen del conflicto entre estos dos hombres. La continuidad de la historia está tratada en tiempo presente, hasta que se produce el reencuentro cara a cara, que se va dilatando para llegar al enfrentamiento ineludible. La trama sigue los pasos de esos dos hombres condenados al encuentro, televisión mediante, luego de 30 años de los hechos que generaron el conflicto latente. Guionista y realizador tratan a ambos personajes como víctimas. Little, arrepentido de su crimen, vaga por el mundo aportando su experiencia sobre el tema e intentando evitar que los jóvenes participen en hechos violentos, pero él no puede librarse del concepto de culpa por la muerte de aquel hombre que asesinó en su adolescencia. La imagen de un pequeño Joe, impávido ante la muerte de su hermano, se ha convertido para él en una pesadilla que lo persigue constantemente. Por su parte, Joe se culpa de no haber podido evitar el asesinato de su hermano y sólo quiere la venganza contra el responsable de su muerte. Ambos necesitan reconciliarse para seguir con sus vidas sin que ello sean una condena. Los protagonistas lo asumen excelentes interpretes; Liam Neeson como un antiguo terrorista arrepentido, roto por la culpa, mientras que Nesbitt compone a un Joe en forma radiante, con una meticulosa exposición del complejo proceso psicológico de un hombre sediento de venganza. Si bien el guión y la dirección son firmes, se aprecian algunos baches en el tiempo y algunas reiteraciones, empero ello no afectan en lo esencial el sostenido interés que despierta en el espectador el desarrollo dramático de un relato interesante respecto al enfoque temático víctima-victimario.
La reconciliación más difícil Cinco minutos de gloria aborda la reconciliación, un fenómeno casi universal. Ideal como disparador para un debate hipotético sobre violencia política en un sexto año de secundario, Cinco minutos de gloria pretende ahondar sobre un fenómeno casi universal y un imperativo cívico que suele repetirse en donde haya existido una sociedad enfrentada políticamente: la reconciliación. Dividida en tres actos, el inicio es el prólogo de una desgracia y de un espíritu de época. Es 1975. En un pueblo de Irlanda del Norte, Alistair, un joven protestante de 17 años, simpatizante de la soberanía inglesa, asesina a un joven católico de 19 años como “rito de pasaje” y respuesta a las coordenadas políticas de su tiempo. Habrá un testigo, Joe, el hermano de la víctima, un niño de 11 años. Luego, 25 años más tarde, Joe (J. Nesbitt) y Alistair (L. Neeson), por separado, se dirigen a un mismo destino: una mansión que servirá como un set de filmación de la BBC. Se trata de un programa sobre la reconciliación. La tensión es evidente, y el montaje paralelo acentúa la eminente colisión. ¿Joe le dará la mano o lo querrá matar? Habrá una respuesta explícita, aunque no será en ese truculento show en donde se verán (lo que jamás sucedió entre los hombres que inspiraron el filme). Hirschbiegel y Hibbert eligen la vía de psicologizar el conflicto. Eso explica que a menudo escuchemos los pensamientos de sus criaturas. Políticamente reduccionista, la película sugiere que la elección de Alistair es un asunto de pertenencia. El mensaje: los jóvenes no deberían unirse a grupos políticos que los separen de la sociedad. Cinco minutos de gloria plasma el tormento de haber matado y la furia de quien padece por motivos políticos la muerte de un ser querido. La reconciliación aquí es sustituida por la confrontación: no se trata ni de perdón, ni de olvido. Quizás alcance con reconocerse y elegir cohabitar a la distancia.
Asuntos pendientes Lurgan, Irlanda del Norte, una guerra civil se ha ido gestando, con el IRA que apunta a legitimistas británicos y la Fuerza de Voluntarios legitimista del Ulster que exige la venganza contra Católicos que ellos consideran militantes republicanos, Alistair, un chico de 16 años es líder de un grupo y así con ese telón de fondo atrás asesinará despiadadamente a otro chico, frente a la mirada desconsolada de su hermano más pequeño. Ahora 25 años después un programa de tv los convoca para que se conozcan y digan lo suyo ante las cámaras, situación creible ya que por el 2004, la tv argentina ofreció el programa "Asuntos pendientes", donde inutilmente sentaba frente a frente a la hermana de Alfredo Yabrán con la de José Luis Cabezas, o a Guillermo Coppola con el juez Bernasconi. Aqui, en esta ficción fílmica no se sabe bien que ocurrirá ya aquel chico testigo creció hundido por el resentimiento y el odio descarnado hacia el verdugo de su hermano y solo piensa en matar con sus propias manos al otro. Pero en estos años mucha agua ha corrido bajo el puente y Alistair ha evidenciado en carne propia la interminable presencia del pequñeo observándolo y además de una sabe que nuca podra pedir perdón por tal acto. Entonces imaginará otra cosa y alli es donde objetiviza su aleccionador criterio de la existencia humana, este muy buen filme, más que nada de actuaciones, ya que tanto Liam Nesson (Alistair, el ejecutor) como James Nesbitt (el ya crecido Joe) están increiblemente magníficos, y aún más este último en su muy difícil creación de personaje, llevando casi todo el filme una intensísima carga de rencor y resentimiento en su rostro. Lo que se dice un filme imperdible si uno desea ver grandes actuaciones, esas dignas para cuadro de honor. Verdadero duelo interpretaivo y una consumada dirección de Oliver Hirschbiegel, el mismo que sumó puntos con "La caída" y restó notoriamente con su mediocre "Invasión". "Cinco minutos de gloria" es un vigoroso filme, duro y tensionante pero honesto.
Dos hombres se columpian entre el hoy y los 70, van y vienen en su cabeza mientras viajan en sendas limusinas hacia el mismo lugar. Ambos fueron contratados por un programa de televisión para ser protagonistas de una “reconciliación”. Antes del show, lo que la cámara encuadra una y otra vez es el espejo retrovisor: quiénes fueron y quiénes son. Estamos en Irlanda. Uno de los hombres (Liam Neeson) parece un empresario de camino a algún negocio. Sereno, piel tirante, piernas cruzadas. En su adolescencia adoraba calzarse una chaquetita negra que apenas ocultaba su arma, revólver que guardaba junto a viejos juguetes. Apenas un muchachito preocupado por su acné. Pero para ser aceptado en el grupo, tuvo que matar. El otro hombre (James Nesbitt) es un manojo de nervios. Mira para todos lados con el semblante molido. Increpa a Dios y todavía tiene fuerzas para preguntarle por qué. A su hermano lo masacraron hace 30 años. Él estaba a pocos metros en el momento fatal, jugando a la pelota en la calle, muy concentrado en batir su propio récord. Pateaba contra la pared y la devolvía, una, dos, tres, cuatro… cien. Jamás imaginó que seguiría contando hasta hoy, aguantando la furia, noventa y ocho, noventa y nueve… y vuelta a empezar. Una condena de por vida para no explotar. Los espejos, otra vez. O su imposibilidad de reflejar. Cinco minutos de gloria (Five minutes in heaven) es una película sobre esas imágenes que nunca se podrán capturar. Si le damos poco crédito al alemán Oliver Hirschbiegel (director de despareja trayectoria), es probable que el film nos resulte por lo menos estrambótico. Pero, justamente, ésa es la idea: sacudir las formas y las formalidades, sabiendo que la culpa no se puede curar. Por eso el relato descoloca, pega volantazos, lleva y trae histrionismos típicos para luego lanzarlos por la ventana. (En lo que sigue, voy a revelar detalles). A ver: ya pasó casi una hora de película y todo indica que asistiremos a un reality show con suspenso, una performance vistosa entre un hombre que pide perdón y otro que quiere venganza. Pero no, ese lugar común queda abortado por un arrebato, un portazo que desnuda la grotesca simplificación mediática de la memoria político. Luego el relato se entusiasma con una batalla cuerpo a cuerpo, algo más “cinematográfico” que la propuesta televisiva anterior, para lo cual monta una inesperada coreografía de acción (o de western, como sugirió Horacio Bernades), una escena tan animosamente inverosímil que nos deja un poco frustrados. Y hay más reversos de la trama: el ex guerrillero a quien creíamos un ejecutivo aburguesado, hoy no es más que un pobre tipo sumido en el vacío, mientras que el otro personaje, con todo los tics de un border para el hospicio, en realidad tiene una linda familia que se convertirá en su última y necesaria palanca. ¿A dónde llegamos con todos estos giros? Quizás a la poco espectacular conclusión de que en tragedias como ésta la redención no existe, como tampoco la catarsis definitiva, aunque la televisión y el cine insistan en narrarlas. El duelo es pesado, pedestre, demasiado inabarcable como para dejarse fotografiar. Aunque tal vez, algún día, se pueda empezar a poner en palabras, de allí que John (Nesbitt) se anime por fin a probar la terapia de grupo. “Compré unas sandalias para venir, porque lo vi en una película. Vi que todos se sentaban en círculo y usaban sandalias”, bromea John con sus compañeros, otro guiño autoconsciente sobre el propósito del film: descreer de las imágenes prefabricadas para salir a pisar lo real. No se trata de conciliar, porque queda claro que la sutura es imposible. La Historia deberá seguir supurando su malestar.
En camino al duelo final. Irlanda del Norte, 1975. Alistar Little asesina a James Griffin. Lo mata para ganarse el respeto de sus superiores de la Fuerza Voluntaria de Ulster, un grupo paramilitar protestante en guerra con el IRA. Joe, el hermanito de James, ve cómo Alistar dispara, pero no hace nada para detenerlo,ganándose el odio y los reproches eternos de su mamá. Alistar y Joe quedan traumados: el primero por la mirada del nene, y el segundo por las quejas maternas. En 2005, los dos son contactados por un programa sensacionalista de TV para ponerlos cara a cara y se reconcilien. Pero Joe quiere sus 5 minutos de gloria. El director de "La caída", todo un especialista en dramas claustrofóbicos, ubicó su cámara y su espíritu como si se tratara de aquellos viejos western: un pasado doloroso, la soledad actual y, obviamente, el camino solitario de cada uno hasta el duelo final.
Oliver Hirschbiegel (La caída) está demostrando que puede convertirse en el más interesante director de cine histórico y político de la contemporaneidad. Sólo tengo elogios para su trabajo en La caída, donde relata los últimos días de Adolf Hitler, y esta nueva producción, si bien no deslumbrante, inspira en su sencillez más respeto que odiosos - aunque no tediosos- films como el Munich de Spielberg. Cinco minutos de gloria (Five minutes of heaven) comienza con un grupo de cuatro adolescentes del Belfast del 70 que planean -y cometen- el asesinato de un miembro de la familia Griffin, en el marco de la lucha de los movimientos terroristas de Irlanda del Norte. Este "triunfo" amerita a los jóvenes su ingreso en la UVF (Ulster Volunteer Force) y también doce años de cárcel. Pero al único testigo, el pequeño hermano del asesinado, nadie puede quitarle la culpa que su madre le inculcó durante años. Al parecer, tampoco sería eximido de la carga el autor del crimen, quien continuaría disimulando la carga de esa última mirada antes de gatillar durante los años subsiguientes. Ya adultos ambos, Joe Griffin, el niño testigo (James Nesbitt), y el terrorista Alastair Little (Liam Neeson) los procesos históricos han tomado un rumbo tal que promueven un "programa de reconciliación", donde los involucrados se reconciliarían, eventualmente, a través de un programa de televisión. Pero, como bien comenta Little, no hay ningún interés en reconciliarse por parte de Griffin. La propuesta de Hirschbiegel sigue la línea intimista de La Caída, son los traumas y sentimientos personales de grandes personajes históricos los que acercan al público a los tiempos pasados que fueron claves en el desenvolvimiento político de esas regiones del mundo. Esta estrategia difiere de otros proyectos en los que la historia no deja de ser aquella historia "monumental" criticada por Nietzsche en las Consideraciones intempestivas, y revela tanto la originalidad del director como el trabajo del guionista (Guy Hibbert). Entrando en lo que este film brinda específicamente, señalaremos el empleo de la banalidad y hasta de la ingenuidad del mundo del terrorismo en los jóvenes que son manipulados como títeres. Nuestro país -la Argentina- puede aportarnos eso con los movimientos guerrilleros de los 70 (ERP, Montoneros, etc.) y el examen no diferiría en mucho. De allí que Hirschbiegel exalte la juventud de los protagonistas -escuchando Roxy Music mientras se carga el arma asesina- y luego monte la mitad de la película en el intento de reunir a Little y Griffin en un programa de televisión (metáfora madre de la banalidad). En cuanto a detalles "no argumentales", se emplea una fotografía que utiliza los primeros planos como señal de ese tono intimista que anteriormente mencionamos y que reproduce, también, el formato de la entrevista. Esa labor logra, a la vez, generar suspenso muy alla Hitchcock, con poca acción, mucho cálculo y una sencillez que denota arduo trabajo. Por otra parte, la ambientación del Belfast de los 70 es definitivamente placentera, con esa eterna sombra y lluvia propia del Reino Unido. Sin embargo, el film que, si bien no es extenso, comienza con el apasionamiento del espectador, pierde emoción en los minutos finales, donde el diálogo y las experiencias de uno y otro pueden fácilmente provocar el aburrimiento del público. Esto se debe, por cierto, a que no queda mucho más mensaje a expresarse, ni demasiados nudos argumentales que desatar. Así es como hacia el final, la tensión decae y da a esta obra un ritmo que, con unas horas menos de sueño antes de entrar en la sala, puede resultar fatal. Por último, la opinión de quien escribe sugiere tomar con cuidado la propuesta de Hirschbiegel. Es cierto, no hay reconciliación posible, pero si la culpa de los atentados es solamente interna se corre el peligro de banalizar también la violencia que ellos entrañan. Aun más, Cinco minutos de gloria elude discutir la situación específica de Irlanda del Norte y su relación conflictiva con el gobierno central del Reino Unido. No hay inocencia en esta decisión (la producción del film es inglesa) y creo que este es un pecado que alguna vez recaerá con todo su peso sobre el director. Pero en el presente, la sentencia está escrita en una obra cuya unilateralidad temática es excesiva y, quizá, esto la dote de una volatilidad excesiva para la mente del espectador contemporáneo.
Heridas abiertas La UVF (Fuerza voluntaria del Ulster) fue hasta hace poco tiempo un violento grupo paramilitar de Irlanda del Norte, leal a la corona británica. Sus integrantes eran unionistas, anglicanos y conservadores y, al igual que los de otras organizaciones paramilitares -la UDA, la OV- perpetraron centenares de asesinatos contra civiles católicos, ya que veían en ellos una amenaza y los asociaban con la Irlanda independiente. En Lurgen, en octubre del año 1975, el adolescente Alistair Little, de 17 años, ejecutó a su vecino católico Jim Griffin, como forma de ganar prestigio y asegurarse la entrada a la UVF. Luego de cumplir una condena de 12 años Little, arrepentido, se dedicó a viajar por el mundo predicando activamente por la no-violencia. A partir de estos hechos reales, el guionista británico Guy Hibbert (que ya había escrito varios libretos relacionados con el conflicto) imaginó una instancia hipotética: qué pasaría si Little se encontrara hoy cara a cara con el único sobreviviente de la familia Griffin. Así esta película expone los hechos ocurridos en 1975 y plantea asimismo un reality-show televisivo en el que se enfrentarían por fin, luego de treinta y tres años, el victimario y la víctima indirecta. Los dos se muestran como personajes traumatizados y agobiados por su pasado, y los dos acceden a concretar el insólito encuentro, aunque pronto sabremos que por razones muy distintas: mientras Little busca redimirse, Griffin planea concretar su venganza asesinando frente a cámaras al verdugo de su hermano. El director alemán Oliver Hirschbiegel (El experimento, La caída) ya había demostrado su habilidad para exponer situaciones incómodas, claustrofóbicas y prácticamente irrespirables, y gracias a esa impronta Cinco minutos de gloria es una película recargada y sumamente intensa. Largos primeros planos generan un atípico involucramiento con ambos personajes, y mediante repentinos flashbacks se sugieren sus pensamientos en los momentos más angustiosos. Liam Neeson (Little) y James Nesbitt (Griffin) logran protagonistas convincentes, y la desmesurada ansiedad y el palpable desequilibrio del último vuelven su sola presencia un poderosísimo elemento de tensión. También brilla especialmente Anamaria Marinca (4 meses, 3 semanas, 2 días), como casual confidente de ambos personajes. El programa de televisión se muestra como el vehículo banalizador por excelencia, en su pretensión de buscar “verdad” y “conciliación” mediante un forzado encuentro frente a cámaras. Pero los realizadores supieron alejarse de esa ingenuidad y dar cuentas, con notable poder de sugerencia, que la cicatrización de las heridas de una guerra centenaria, la superación, la reparación y la reconciliación son instancias difíciles, sumamente improbables y prácticamente idílicas. Que no es verdad que el tiempo lo cure todo, que el perdón puede parecerle a muchos una palabra absurda, y que las espirales de violencia causan, en el entramado social, estragos inimaginables.
Heridas compartidas Luego de su traspié en Hollywood con la olvidable Apariciones (2007) el director de La caída (2004), Oliver Hirschbiegel vuelve a la trama política con un film de gran interés, estrenado aquí bajo el título Cinco minutos de gloria (equívoca decisión/traducción de Five minutes of heaven). La trama encuentra a Alistair Little (Liam Neeson) como un joven que en 1975 está por realizar su primer asesinato político para la IRA, en medio de la revuelta civil provocada en Irlanda del Norte. Pasados 25 años de aquel ataque, el criminal es invitado por una cadena de televisión para encontrarse cara a cara con el hermano de su víctima. El trasfondo de venganza que se avizoraba previo al film podía prever un destino moralista y vacuo en su cometido, pero lo cierto es que el director de El experimento (2001) logra una cinta completa, con grandes actuaciones y un excelente trabajo en el montaje. Cinco minutos de gloria tiene tres etapas bien definidas. La primera nos introduce en la historia que acontece durante los duros años del conflicto irlandés, donde más de 3.700 personas perdieron la vida, y que están representados de manera impactante a través de imágenes reales del enfrentamiento. La segunda es donde entran en acción el ya mencionado Neeson y un impecable James Nesbitt, como el hermano menor de la víctima, ahora devenido en adulto. A partir de la invitación de la productora televisiva (que se autorreferencia como una reconciliadora de las partes involucradas en el estallido social) el duelo entre los actores empezará a ganar espacio gracias al ajustado guión de Guy Hibbert. Si bien la película logra pasajes previos de buen calibre, es aquí donde Hirschbiegel muestra su costado más osado. Porque el título acierta en mostrar la peor cara del show business que representa la pantalla chica, en tiempos donde los reality show son la nueva cara de los contenidos mediáticos. Si el dúo protagonista toma la decisión más importante al acceder a un encuentro, la superficialidad improductiva del medio, que estará allí con la excusa de ser testigo directo del momento en cuestión, sólo servirá como un quiebre en la hasta aquí implícita relación. En este sentido, el film logra un eficaz resultado ideológico donde otros títulos con similar objetivo (como La muerte en vivo, con Eva Mendes) fallaron. La tercera parte pondrá importancia en esa falaz necesidad de los personajes (uno de perdonar, el otro de ser perdonado) que decidirá el destino de ese inevitable sentimiento que une a los protagonistas. Acostumbrados a recibir un tipo de cine que justifica la venganza por mano propia y la filosofía del ojo por ojo (sin entrar en ejemplos, gran cantidad de títulos consagrados así lo demuestran) la incorrección política del director alemán pasa por su manera de contar la historia. Una historia que por otro lado, bien puede ser pensada y adaptada a la falta de justicia, las cicatrices sociales y el pedido de respuestas de generaciones enteras que en toda Latinoamérica se promueve después de un largo período de impunidad. Porque, de alguna manera, Cinco minutos de gloria también nos toca, al menos, de costado. A pesar de las reflexiones que puedan aparecer, este film -que ganó el premio a mejor dirección en Sundance- es una opción más que recomendable dentro de una cartelera que por momentos parece predigerida. Entre tanto tanque innecesario, la película de Hirschbiegel logra con sus valores técnicos y apoyado en grandísimas actuaciones un thriller de fundamentado interés que bien podría resultar imperdible.