El hogar del trauma Jimena Monteoliva es mejor conocida como una de las productoras del hit nacional del año 2015 Kryptonita. En el marco del 18 Buenos Aires Rojo Sangre, Monteoliva tomó el rol de directora en Clementina (2017) un relato con aroma fantástico que expone el drama de la violencia de género. Juana es una joven atravesando los primeros meses de embarazo, pero la feliz etapa se ve opacada por los ataques de violencia que sufre a manos de su esposo, quien tras el último episodio se encuentra prófugo. Juan regresa a la casa que juntos están remodelando, y es en ese momento cuando comienza a experiementar situaciones extrañas, curiosas apariciones, ruidos en la habitación contigua y hechos de esta naturaleza, que se combinan con el momento tan particular que la protagonista se encuentra atravesando, haciéndola dudar si realmente está sucediendo o es producto de su imaginación sugestionada. Con una mezcla de thriller sobrenatural y el drama cada vez más cotidiano de la violencia de género, Monteoliva utiliza ciertos elementos del género fantástico para exponer una problemática muy real. Ciertas similitudes estéticas y elementos que conforman el estilo narrativo recuerdan a la Iraní Under The Shadow (2016), que se pudo ver el año pasado en el Festival Internacional de Mar del Plata. Pero promediando el segundo acto, todo elemento fantástico se anula y el relato se vuelca completamente sobre el drama doméstico, casi olvidándose de gran de parte de aquello que se venía desarrollando hasta el momento, y nos quedamos con la sensación de estar ante un film que se vende de una forma pero termina siendo de otra. La buena construcción argumental, que todo el tiempo cuestiona la propia cordura de su protagonista y genera intriga sobre aquello que se expone, carga demasiado las tintas en el tercer acto sobre el conflicto pasional y se aleja de lo que parecía ser una propuesta más efectiva.
La opera prima de Jimena Monteoliva, gran productora de films como “Kryptonita”,” Mujer Lobo” y “Estrellas” tiene ya en el guión que hizo con Diego Fleischer, la gran idea de aunar la violencia sobre una mujer, un horror en sí misma, con lo fantástico terrorífico. Un gran acierto. Contó con una actriz expresiva y perfecta como Cecilia Cartasegna y una realización que pone climas, tensión, y economía de elementos del género para redondear una historia perfecta. Un marido violento que se va, una mujer que no denuncia aunque la presionan, ruidos y la percepción de una presencia. El más allá de los espíritus o el peligroso más acá de una pareja golpeadora que la utiliza para manipularla y castigarla sin límite. Que da más terror, esa casa misteriosa o el mecanismo que desencadena la ira de un violento, con la dominación desesperante de su mujer. Que nos perturba más una pelotita que invita a un juego macabro o la ira estallada de un marido pegador. La película balancea perfectamente estos enigmas, nos sumerge en un mundo donde conviven la fantasía, la realidad y la sed de venganza. Un film interpelador, inteligente y muy bien realizado.
El idilio masoquista Si bien a simple vista Clementina (2017) puede pasar por una especie de “exploitation arty” -destinado al circuito de los festivales internacionales, definitivamente- acerca de la moda mediática en torno a la violencia de género, apariencia de progresismo que oculta el hecho de que los mass media siguen siendo un aparato ideológico de la derecha más conservadora y concentrada, a decir verdad este pequeño film escrito y dirigido por Jimena Monteoliva respeta a rajatabla los parámetros de ese J-Horror que desde la década del 90 hasta el presente ha venido inundando el globo con una infinidad de propuestas similares que giran alrededor de personajes traumados, fantasmas vengadores que los acechan o caen en su ayuda y reductos más o menos aislados que refuerzan la idea de un ecosistema psicológico apesadumbrado que se desliga de su contexto social porque comparte poco y nada con él. La historia comienza cuando Juana (Cecilia Cartasegna), una burócrata del entramado legal argentino, recibe una paliza por parte de su esposo Mateo (Emiliano Carrazzone) que la lleva a perder su embarazo y la deja en una cama de un hospital, donde una asistente social, Mercedes (Fabiola Bonelli), y un policía, Guido Iturraspe (Felipe Llach), la instan a que haga la denuncia para poder detener al prófugo y ponerle un freno a lo que parece ser una espiral de violencia en la pareja que viene desde lejos. Por supuesto que el idilio masoquista no se corta fácilmente porque la mujer decide guardar silencio y no culpabilizar al marido, optando por volver a la casa conyugal en soledad. Juana de repente comienza a escuchar voces y ruidos extraños y a ver objetos y sombras en las habitaciones de la residencia, a la que el matrimonio se mudó hace poco en un intento por construir un “espacio en común”. La mayoría del metraje -los dos primeras terceras partes- se divide entre los clichés de casa embrujada y sus homólogos de protagonista histérico/ histérica que se debate entre la razón y la locura a espaldas de lo que pueda pensar el resto de los mortales, hasta incorporando el típico personaje sabio/ experto que le explica al antihéroe -y a nosotros, los espectadores- lo que está ocurriendo, en esta oportunidad la vecina de Juana, Olga (Susana Varela). Recién durante el último acto el asunto sale del quietismo algo soporífero y levanta la intensidad general con la reaparición de Mateo, lo que dispara una atractiva escena de tortura en la tradición del Takashi Miike de Audition (Ôdishon, 1999), sin embargo para esa altura ya la película se hizo tan pesada en su catarata de lugares comunes del terror de pérdida familiar que la jugada retórica no logra del todo eliminar la modorra narrativa de autovictimización. El desempeño del elenco es bueno, sobre todo el de Cartasegna y Carrazzone, y en general la directora y guionista construye una estructura visual prolija con algún que otro puñado de tomas realmente interesantes, como por ejemplo las que abarcan la secuencia del desenlace en su conjunto, pero lamentablemente el film en sí es muy remanido y carente de verdadera imaginación -amén de que abusa de la claustrofobia emocional contemplativa femenina que se consagra al martirio por propia voluntad, como decíamos antes- como para conseguir destacarse de tantas propuestas semejantes del ámbito local e internacional. Denunciando sutilmente la violencia machista y la complicidad de las mujeres en este espantoso juego de retroalimentación enajenada por parte de parejas muy enfermas, Clementina funciona como una creación loable aunque anodina del redundante y desabrido cine de horror argentino…
Ella baila sola. Sin ahondar de manera explícita, la violencia de género es la capa que recubre el mundo interior de la protagonista Juana, quien carga en sus espaldas el peso de los golpes de su pareja, la pérdida de un bebé, en apariencia niña (de allí el nombre Clementina) pero también las jugarretas de los soliloquios y las maneras de generar desde el inconsciente las salidas para escapar de los refugios de la locura. Es que la ópera prima de Jimena Monteoliva crece exponencialmente al enfrentarnos como espectadores con la subjetividad de Juana. La palabra subjetividad también refiere a sujeto y sujeto a identidad, que se disloca cuando los golpes en el cuerpo disocian la personalidad, abren el juego de la sumisión para evitar el estallido de un macho cabrío que puede ganar territorio fabulando arrepentimiento, a la vez que muestra la vulnerabilidad en momentos de extrema batalla si del otro lado se escapa el rol sumiso para ser dominante en el juego. Juego que se trasluce en la propuesta de Jimena Monteoliva no sólo desde la puesta en escena, sino en el coqueteo permanente con elementos de género fantástico para recubrir esa capa de densidad de la violencia que no se muestra pero que se percibe al postergar los proyectos de remodelación de una casa, donde habitan los miedos. Miedos que son voces que necesitan callarse en un baile frenético para que la música no sea la del grito cuando una patada seca, seca un vientre. Juana baila sola y trastabilla por culpa del ímpetu de un hombre violento; Juana calla porque prepara la excusa de la venganza si es que llega a sonar el timbre, si es que el teléfono no interrumpe en su soliloquio mientras el cuarto reposa y espera a la niña o la casa deje que las puertas se abran y los traumas fuguen en un duelo silencioso, y así aparezca alguien que encuentre en el eco ese pequeño mensaje que dice: ni una menos.
Jimena Monteoliva sorprende con una increíble historia que configura sobre la base de cine de género un potente mensaje feminista que desmenuza la psicología de la protagonista para construir su moraleja sobre amores complicados y perversos.
Clementina: Cuando el horror cotidiano supera al sobrenatural. Se estrena la ópera prima de Jimena Monteoliva, ganadora de Ventana Sur – Blood Window WIP 2016, y seleccionada para ir al Marché du Film en Cannes 2017. Una oda en contra de la violencia de género con tintes sobrenaturales. Después de ser atacada brutalmente por su esposo, Juana (Cecilia Cartasegna) regresa a su casa. El marido está prófugo y ella inicia sola su recuperación. Sonidos extraños, objetos que aparecen y que luego se pierden, sombras y voces que la persiguen: Juana no sabe si su esposo está oculto acechándola, si todo es obra de su imaginación. O quizás algo más siniestro está con ella… Así la sinopsis de Clementina (2019), un film que seguramente dará que hablar y es algo poco convencional de ver. La historia gira entorno a la protagonista, quien sufre un brutal ataque por parte de su pareja (Emiliano Carrazzone) a los pocos días de haberse mudado juntos a una nueva casa. Ella pierde su embarazo por culpa de la paliza propinada y su vecina, Olga (la siempre genial Susana Varela), la encuentra y logra salvarle la vida. Luego de este hecho, ya recuperada, Juana vuelve a su hogar para tratar de reconstruir su vida y su casa, pero no está sola: los fantasmas del pasado la acechan y algún fantasma hablando literalmente. Clementina juega con lo sobrenatural sobre todo en la primera parte, luego la violencia y la relación tóxica entre Juana y su pareja ganan el terreno del film que pasa a convertirse en una película casi de venganza, mezclando el gore pero nunca dejando de lado esa puesta en escena que maneja magistralmente Jimena Monteoliva haciéndola una historia cercana, casi como un documental. Monteoliva no es ajena a lo fantástico mezclado con lo mundano ya que, si bien este su primer film como realizadora, como productora estuvo en nada más ni nada menos que en KRYPTONITA (2015, Festival de Mar del Plata, SITGES) dirigida por Nicanor Loreti, MUJER LOBO (2014, BAFICI, Fantastic Fest, Biffan Film Festival) dirigida por Tamae Garateguy, ESTRELLAS (2007, BAFICI, La Habana, Locarno) dirigida por Federico León y Marcos Martínez, entre otras. Lo mejor de Clementina, si bien parece desinflarse en el medio y casi al final, es que nunca toma una postura progre, sino que muestra la violencia machista pero también la toxicidad en las parejas, y ahí creo que radica el fuerte de la película: un relato adulto y consciente de los tiempos en el que el odio le gana cada vez más terreno al amor.
El cine fantástico y de terror argentino goza de buena salud. O, al menos, eso se desprende de Clementina, el inquietante debut como directora de la hasta ahora productora Jimena Monteoliva, que aúna una temática presente en la discusión pública como la violencia de género con los códigos del género de los sustos. La película arranca cuando Juana (Cecilia Cartasegna) recibe una paliza por parte de su pareja Mateo (Emiliano Carrazzone). Tan brutal es esa golpiza, que termina en el hospital y con su embarazo perdido. Sin embargo, y más allá de los consejos de una asistente social y un policía, ella se resiste a hacer la denuncia y regresa al techo compartido. Una vez en ese PH descascarado en el que intentaban formar un hogar, los recuerdos del pasado se corporizan a través de imágenes fantasmagóricas que la empujan al abismo de la locura. Una locura que Monteoliva construye con elegancia formal y sin apremios narrativos, en una búsqueda menos centrada en el impacto y el golpe de efecto que en la creación de una atmósfera pesadillesca que represente la subjetividad de la protagonista. Con ecos del horror japonés que fue furor a principios de la década pasada, Clementina irá jugando sus cartas con sabiduría, dosificando la información y evitando caer en el psicologismo. No hay explicaciones ni justificaciones para Juana, aunque sí una cercanía emocional que vuelve aterradora la posibilidad del regreso de la pareja golpeadora. Más allá de ciertos excesos durante el último tercio que rompen ese tono ominoso y sugestivo, Monteoliva transita con seguridad un camino en el que conviven la fantasía, la realidad y el deseo de venganza, convirtiendo a su ópera en un intenso alegato sobre los tiempos que corren.
Retrato de terror sobre la violencia de género. Crítica de “Clementina” de Jimena Monteoliva Después de ser atacada brutalmente por su esposo, Juana regresa a su casa. El marido está prófugo y ella inicia sola su recuperación. Por Bruno Calabrese. A lo largo de 2018, en Argentina fueron contabilizados 241 femicidios. Y en lo que va de este 2019, hubo 54. La violencia de género sigue presente en la sociedad y es un tema que el cine ha abordado de manera recurrente. Quizás la película más realista sobre esa temática sea la española “Te doy mis ojos” del año 2003. La misma retrata de manera clara la vida de una mujer maltratada por su marido, interpretado por Luis Tosar y nos ayuda a entender la situación de las mujeres que pasan por el mismo infierno, a la vez que nos responde a las preguntas de por qué vuelve con él cuando consigue empezar a escapar de su hogar. En su ópera prima Jimena Monteoliva aborda el tema desde otra perspectiva, en una película que por momentos roza lo fantástico y lo sobrenatural. Juana (Cecilia Cartasegna) es encontrada por su vecina en el piso, bañada en sangre. Ese es el principio de un thriller que nos va a exponer la problemática. La joven estaba embarazada, el cual pierde a causa de los golpes propinados por su esposo, quien tras el episodio se dió a la fuga Al regresar a la casa, que está siendo remodelada, comienza a experimentar situaciones extrañas, golpes en la habitación preparada para la llegada de su hija y hechos curiosos que hacen dudar a a la proagonista sobre si lo que ocurre es real o es simple sugestión por la situación traumática atravesada. En esa primera mitad la directora explora en las herida producidas en la psiquis de Juana. Utiliza ciertos elementos del género fantástico para abordar una temática compleja y cotidiana. La protagonista trata de rearmar su vida, en soledad, con el peso de lo sucedido encima. Cuando parecen ir cerrando, la película pega un vuelco total. Con la reaparición de su esposo, deja lo fantástico para transformarse en un drama doméstico. Es quizás en ese momento donde se desarrolla lo más interesante de la película. Se empieza a vislumbrar la manipulación por parte de su esposo sobre una vulnerable Juana. La tensión en el ambiente se hace presente ante la actitud avasallante del marido sobre una mujer que no reacciona ante las permanentes acusaciones de que ella es la culpable de todo lo sucedido. La película cuestiona la propia cordura de su protagonista y genera intriga sobre aquello que se expone en base a una construcción argumental interesante. Aunque sobre el final se vuelca más a la violencia explícita. Igualmente la película no decae en el ritmo y mantiene la expectativa hasta el final. “Clementina” es un drama de terror, como el que tiene que vivir Juana al no poder salir de ese laberinto que le propone un ser violento y despiadado. Un villano que no es ficción, sino que existe donde uno menos lo espera. Una película que nos interpela y que duele ver, pero que sirve para reflexionar. Puntaje: 85/100.
La segunda película de Jimena Monteoliva, "Clementina", es una profunda obra que se vale de elementos fantásticos para tratar dramas mucho más terrenales y presentes. Jimena Monteoliva es una de las productoras de cine de género más reconocidas. Hitos como "Kryptonita", "Mujer Lobo", "Caito", o "Los suicidas", cuentan con su apoyo. En 2015, debutó como co directora junto a la experta Tamae Garateguy en la adrenalínica "All Night Long/Toda la noche"; una película que ya planteaba un universo que Monteoliva parecía querer recurrir. En su primer opus individual, que fue presentado en el Festival Buenos Aires Rojo Sangre hace dos años, y ahora alcanza un estreno comercial, confirma su estilo, tomar el género y expandirlo hacia otros horizontes para hablar de otras cuestiones. No, "Clementina" no es un film similar a "All Night Long", por el contrario, la furia de aquella fue dejada de lado por un tono mucho más climático, pausado, opaco ¿En dónde está el punto en común? Su protagonista es Juana (Cecilia Cartasegna), una mujer víctima de violencia doméstica, que pierde un embarazo producto de esos golpes, y queda internada en un hospital. Allí, luego de que su marido Mateo (Emiliano Carrazzone) se de a la fuga, una asistente social y un policía (Fabiola Bonelli y Felipe Llach) intentan convencerla de hacer la denuncia para poder librar una orden detención. No, Juana no lo denuncia, y regresa a ese hogar que compartían y que estaban refaccionado para que sea el núcleo del amor. Cuando la mujer se instala nuevamente, comienza a oír voces y sentir una presencia perturbadora en ese hogar con mucha historia detrás. Monteoliva se toma el suficiente tiempo de esos 90 minutos para entrar en el clima del film. Plantea un juego en el cual las sensaciones de la protagonista van calando dentro del espectador. Sin dudas, se presenta un drama con ribetes fantásticos. A medida que la historia avanza, el cine de género irá cobrando mayor fuerza, como esa sombra en el hogar. Cuando el arco dramático llegue al climax necesario, todo ese bagaje fantástico será funcional para un tercer explosivo y muy efectivo. "Clementina" es una película en perfecta coyuntura, realizada hace ya dos años, la violencia de género, lejos de ser un asunto superado, cobró más y más peso en el interés público. Cuesta decir afortunadamente de la toma de consciencia, ya que en verdad el ideal sería que los índices bajasen. Los menos comprometidos podrán decir que es una propuesta oportunista; los más optimistas, que es una propuesta comprometida. Lo cierto es que el cine de género no tiene por qué quedar abstracto de la realidad de coyuntura, y "Clementina" es una muestra. Los simbolismos, el metalenguaje, aquí habla de utilizar al cine fantástico como motor para hacer una sutil propuesta de denuncia. Denuncia que, despojada de sus elementos fantásticos, resulta verosímil, contundente, y audaz. Quizás "Clementina" no sea una propuesta para los que esperan un ritmo trepidante, ni el jump scare gratuito; todo es cuestión de atmósfera (repetimos, hasta un tercer acto más cargado y bienvenido) y sugestión. Silencios, sonidos, colores oscuros, movimientos lentos, pausas, detalles en los objetos, diálogos funcionales, todo aporta a que entremos en lo que su directora nos quiere presentar. Monteoliva se presenta como una realizadora muy atenta a la construcción de los tiempos narrativos. Acá el punto en común con "All Night Long", un universo con fuerte presencia femenina, y una narración en la cual los tiempos del relato son fundamentales. Cada una con una estructura diametralmente opuesta (en aquella, la firma de la salvaje Garateguy marca la impronta). Deudora de algún cine fantástico de los ’70 que se emparentaba con el drama y jugaba con las sombras; y sobre todo del boom del J Horror allá por principios del Siglo XXI (recuerda mucho a Ju-On y Dark Water, los exponentes más conocidos, pero hay otros); el drama genera tensión, creando en el público una sensación de ahogo y opresión que lo será todo. Cecilia Cartasegna lo da todo de sí; se carga el film al hombro y entrega un protagónico arrollador, cargado de dolor, sufrimiento, y temor (del fantástico por lo desconocido, y del real por esa pareja que la aprisiona). Una actriz muy expresiva que deja su marca distintiva. Es la interprete ideal para Juana. Emiliano Carrasone vuelve a demostrar estar a la altura, tiene con Cartasegna la química necesaria(no una química cómoda, se entiende); y hace que sintamos por él, lo que hay que sentir. El elenco secundario también se siente sólido, con especial destaque de la siempre talentosa Susana Varela como una vecina con mucho para revelar. "Clementina" es una propuesta en economía de recursos, pequeña; pero que se hace grande en ese espacio. Utiliza los códigos que todos conocemos del terror sobrenatural, y los lleva al ámbito del terror más real. El resultado crea un film que nos moviliza aún más cuando el horror es aquel que viven muchísimas mujeres a diario; y se convierte en un verosímil grito de dolor y ayuda.
El punto de partida de este primera incursión en la dirección de Jimena Monteoliva (productora de Mujer lobo, Toda la noche y Kryptonita) es impactante: una joven golpeada por su pareja pierde un embarazo avanzado. De ahí en más, su vida se transforma en un calvario y la deteriorada casa en la que vive se vuelve cada vez más tenebrosa. La elección de esa locación y el trabajo de puesta en escena son dos de las fortalezas de este film que aborda un tema espinoso usando con inteligencia los códigos más reconocibles del cine de terror (una referencia es Repulsión, de Roman Polanski). También son buenos los desempeños de los protagonistas, Cecilia Cartasegna y Emiliano Carrazzone.
Una mezcla de sueño y realidad La directora yuxtapone géneros cinematográficos, registros y verosímiles para exponer una historia sobre violencia de género. “Un drama real y cotidiano como lo es la violencia de género narrado con elementos sobrenaturales”, dice, sin ninguna coma, la gacetilla de prensa de Clementina, ópera prima como realizadora y coguionista de Jimena Monteoliva, productora de films de género como Kryptonita y Mujer Lobo. La yuxtaposición de géneros cinematográficos, registros y verosímiles que intenta la realizadora es riesgosa y a la larga fallida, ya que ese pasaje –porque de eso se trata, en tanto la película va del fantástico al realismo, y de ahí a un atisbo de cine gore– no está dado de modo que los distintos elementos puedan fusionarse, sino que conviven uno al lado del otro, en compartimentos estancos. Ganadora de la sección Blood Window de Ventana Sur en 2016 y enviada al Marché du Film de Cannes al año siguiente, la primera película de Monteoliva va de mayor a menor. Comienza con un encuadre magnífico, calibrado en detalle, en el que todos los elementos específicamente cinematográficos se potencian: la generación de una incógnita, dada por un fuera de campo que se intuye peligroso, y la preeminencia de las sombras –sobre todo la de una figura que va tomando forma en el fondo del cuadro–, sumada al uso del silencio y la extensión temporal del plano. Lo que sobreviene de allí en más es una apuesta difícil, en tanto está enteramente jugada a las percepciones de una mujer, sola en un antiguo PH. Ideal como para que empiecen a cerrarse puertas y ventanas, oírse pasos y ponerse en funcionamiento ciertos mecanismos –un televisor, un juguete a pilas– que parecerían haber cobrado vida. Tras haber perdido su primer embarazo por culpa del brutal ataque de su marido, Juana (Cecilia Cartasegna) intenta superar el trauma, retomando su trabajo en un estudio jurídico y habituándose a vivir en esa casa a medio instalar. Entre el desorden, algunos muebles arrumbados, la habitación para el bebé sin tocar y escasas luces (elemento indispensable para la generación de misterio), a Juana se le mezclan sueños y realidades. Como indica el canon genérico, nunca se sabe del todo si lo que oye y ve está en la casa o en su cabeza. Si bien padece de cierto estiramiento, en el terreno formal esta zona del relato está muy bien manejada por Monteoliva. Los planos y escenas duran lo necesario, la información va siendo suministrada con cuentagotas (el hecho de que la protagonista se niegue a asumir lo que sucedió no hace más que prolongar el trauma) y se recurre a elementos estéticos clásicos para generar una inquietud sostenida. Sobre todo las zonas vacías en el encuadre, que podrían llenarse con la presencia de lo temido, y algunas figuras borrosas al fondo del plano. Basta que una de esas figuras tome consistencia para pasar a una película enteramente distinta, en la que el más craso realismo impera: un “malo” obvio y subrayado, discusiones y gritos durante la cena, el artificioso fraseo, falsamente realista, del actor que hace del marido y una locura demasiado explícita, teniendo en cuenta que todo el tramo previo se había jugado por la insinuación. Pero el modo en que la realizadora echa mano, en toda la primera parte, de palancas específicamente cinematográficas, autoriza a guardar expectativas con respecto a sus próximos trabajos. Sobre todo si logra articular un relato a la altura de ese dominio estético.
El cine de terror y todas sus variables se han instalado en el cine argentino. Aunque todavía está en los márgenes de la exhibición y la distribución, lo cierto es que luego de una larga historia de darle la espalda al género, en la última década el número de películas de terror es posible que supere a los cien años anteriores. No todos los films son logrados y la mayoría se queda a mitad de camino, pero el género es uno de los favoritos de los cineastas locales. Este nuevo exponente del cine de terror cruza varios tópicos y lo hace con oficio y originalidad en muchos aspectos. Juana es una mujer víctima de violencia de género. Su pareja Mateo la golpea hasta el punto de enviarla al hospital y hacerle perder el embarazo. Este tema, tan importante hoy en día, no es usada en la película de forma forzada, más bien lo contrario. Ese es un buen punto para la historia. Juana y lo que ocurre en su casa a partir de ese momento cruza las fronteras del drama para ir hacia otro lugar. Sin embargo cuando el terror debe desplegar todos sus recursos, la película no alcanza la misma calidad de la historia dramática. Otra aproximación al género (y al género) que muestra las muchas posibilidades del cine terror en Argentina.
Hay dos preguntas en Clementina que atraviesan la historia y no tienen una respuesta sencilla: ¿Quién es Clementina y qué le pasó a Juana antes de llegar al comienzo de la película? Ambas incertidumbres, la segunda menos evidente que la primera, permiten cierta fluidez en el ritmo a pesar de que el guión posea muchas sorpresas sin asidero. La respuesta a lo primero puede intuirse por ciertos detalles fuera del foco de la trama. Aunque es el nombre que lleva el film, el guión se preocupa más por apurar sustos que nos permitan entender qué está pasando en el entorno o en la mente de Juana (Cecilia Cartasegna). Tales sustos no son particularmente ingeniosos. Se podrían conseguir en cualquier película de terror genérica. Sin embargo, cierto juego con las sombras y la repetición de los marcos de las puertas nos sugieren el asomo de una historia más perturbadora. Por otro lado, el departamento donde vive Juana tiene una significación fundamental en la película. Poco a poco se va volviendo clara la disposición de las habitaciones y cómo la protagonista se relaciona con ellas. Fuera de dos o tres escenas, casi todo transcurre ahí. Esto hace el deterioro del sitio más palpable y cónsono con el proceso lento de desesperación de Juana. Incluso Olga, la vecina, parece parte de este decorado inquietante. Ella misma recuerda a la Ruth Gordon de El bebé de Rosemary (1968), pero menos macabra. La propia aceptación de Olga (Susana Varela) por la presencia de almas después de la muerte está bañada de una calma desconcertante, porque Juana está buscando respuestas y Olga parece mostrar una certeza aislada a pesar de ser un personaje muy breve. Escenas como el cenital de Juana entrando a la habitación para acostarse transmiten una sensación de soledad que, si bien la película en su conjunto falla en transmitir, bastan planos donde se juegue con las sombras, el color rojo, las líneas y las curvas para que la imagen nos interpele. No estamos ante una película de terror, por más que la música lo sugiera por momentos. Y tampoco estamos ante un drama. Es más bien una conjugación de ambos géneros donde se matizan la maldad y la inocencia con un suspenso leve para responder la segunda pregunta. Que la película cierre de la manera como temíamos no le resta fuerza a lo visto hasta ese momento. Si bien nos hace desear un final más complejo o menos sórdido, también caemos en cuenta de las complejidades de Juana como un personaje de una evidente dicotomía que antes apenas nos habían sugerido. De esta manera, independientemente de si Cecilia Cartasegna nos convence o no en la totalidad de su actuación, su presencia frágil nos hace tomar partido por ella incluso a pesar del dilema moral planteado al final.
Juana está inconsciente, tiene los pantalones manchados de sangre y la cara llena de moretones. Perdió el embarazo por la brutal golpiza que le dio su marido. Clementina es una película de terror nacional muy anclada en la coyuntura actual que por momentos funciona, pero a la que le cuesta seguir el ritmo con el que empieza.
Clementina representa un sólido debut en la dirección de Jimena Monteoliva con una intensa propuesta de terror que le hace justicia al género. Dentro de la producción nacional no hay tantas mujeres realizadoras que se enfoquen en este tipo de cine y esta película te deja con ganas de ver futuros trabajos de ella. Quienes siguen esta página desde hace años saben que no soy el mayor fan de las propuestas locales y me cuesta mucho engancharme con los relatos que se ofrecen. Por eso cuando les recomiendo alguna producción es porque me gustó mucho y creo que vale la pena. El relato que propone Monteoliva es muy interesante por dos motivos. En primer lugar presenta una inusual fusión entre el drama de la violencia de género, que se trata con un realismo escalofriante, y el conflicto de misterios sobrenaturales. Dos temáticas que durante el desarrollo de la historia la directora consigue que se complementen muy bien. Clementina trabaja de un modo contundente el proceso de estrés post-traumático que enfrentan las mujeres que sufren este tipo de abusos, que en esta película encarna con mucha intensidad Cecilia Cartasegna. El corazón de este film quien brinda una interpretación formidable en el rol protagónico. Su personaje se siente muy real y el progresivo deterioro de su psicología, a raíz de la situación dramática que vivió le aporta un enorme impacto emocional a la trama. El film explora muy bien la impotencia que suelen vivir las víctimas de la violencia doméstica y toda la manipulación y control que ejercen los agresores. Un rol al que Emiliano Carrazone le aporta algunos momentos escalofriantes. Todo este contexto oscuro que enmarca la vida del personaje principal luego se combina con algunos elementos fantásticos que están muy bien elaborados. Como propuesta de terror Clementina trae al recuerdo por momentos el viejo cine de género de los años ´60, del estilo de The Haunting (Robert Wise) y Repulsión (Roman Polanski). Películas que solían enfocarse en los aspectos pscológicos del horror y las atmósferas inquietantes, más que los jump scares burdos que hoy se convirtieron en un lugar común. La película de Monteoliva genera muy buenos momentos de tensión y convierte a esa casa donde se desarrolla el argumento en un escenario claustrofóbico que se vuelve agobiante. Los aficionados al cine de horror sabrán apreciar esta producción local que merece su recomendación.
Si bien es presentado como un filme encuadrado en el género del drama-suspenso, posiblemente el recurso de la directora Jimena Monteoliva, más conocida en su rol de productora, tiene en su primer trabajo como realizadora algunos hallazgos que dan para tenerla en cuenta. El hecho de utilizar elementos del cine fantástico, del terror si se quiere, esto dado por el clima sugerente que le imprime a algunas escenas juegan de manera tal que aplica a que el espectador se sumerja en el universo del personaje. El filme comienza cuando Olga (Susana Varela) encuentra a Juana (Cecilia Cartasegna) su joven vecina, inconsciente, sangrado y embarazada. Juana despierta en el hospital, ha perdido el embarazo, pero se encuentra siendo indagada por Mercedes (Fabiana Bonelli), una asistente social, y Guido (Felipe Llach), un policía que la violenta para que ella denuncie a su marido. Todos saben que la tragedia fue proporcionada por su marido, ella nada dice, su silencio tiene que ver más con una introspección. Ella retorna a su casa, intenta volver a su vida cotidiana, como empleada de la justicia, linda metáfora pues la prosecución de fantasías, alguna transitadas desde la culpa, otras sustentadas desde lo deseado. Todas en camino claro a poder elaborar el duelo de la perdida. Esta realización podría analizarse claramente en tercios claramente identificados El primero trabaja toda esta temática, de muy buena construcción y desarrollo. El segundo abre la puerta al discurso reflexivo que instala la directora, la violencia de género, de manera más directa, ya lo había presentado en los personajes de Guido y Mercedes. Pues la violencia de esta índole es hija dilecta de la violencia de poder, estos personajes actúan de esa manera, por arrogarse un derecho que Juana no les otorgo, nunca. También comienza a jugarse con la aparición en la historia de Mateo (Emilio Carrazzone), primero como una voz, para luego hacer suya la pantalla, desplazando del centro de atención Juana, lo que se siente como forzado y sólo para justificar el desenlace. Perdiendo la eficacia que había logrado en la presentación y desarrollo del universo de Juana, espacios físicos incluidos, la casa que habita, jugando desde el lugar de la protección, en otros como una cárcel que tortura. El tercero es el que trata de trabajar la idea del suspenso que no lo logra en ningún momento, hasta pecar con algunas acciones de los personajes del orden de lo ingenua, hasta llegar a otros donde lo inverosímil se hace presente, haciendo que todo lo anterior se empiece a diluir hasta desaparecer. Si comienza a intentar cerrar el relato, por momentos se muestra apresurado. Un filme que cumple desde los todos los aspectos, una cuidada puesta en escena, que incluye la dirección de arte, en la que la fotografía y el diseño de sonido se despliegan para otorgar el clima que las acciones y la imagen va imponiendo. Pero lo mejor de esta producción la encontramos en las actuaciones, Cecilia Cartasegna sostiene con su muy buena actuación gran parte del texto fílmico, cuando la reemplaza en ese rol Emiliano Carrazzone también lo hace con un muy buena interpretación. En síntesis, da la impresión que la directora hecho a mano todo aquello que le podría servir y parece conocer, sin lugar a dudas, esto dicho en términos del entrecruzamiento de géneros, pero se esparce, deja de profundizar, y el que mucho abarca, poco aprieta.
Dirigida por Jimena Monteoliva y escrita en conjunto con Diego Andrés Fleischer, Clementina es una película de terror que termina contando una historia sobre violencia de género de una manera distinta. Juana pierde un embarazo después de un ataque violento por parte de su marido, Mateo, que luego de dejarla inconsciente y desangrándose en el piso de la casa a la que acaban de mudarse, se da a la fuga. Así, queda sola, con las secuelas del ataque del que no habla ni con la asistenta social ni con el policía que le insiste para que haga la denuncia, en una casa que se encuentra casi sin muebles y con varias refacciones por hacer. De repente empieza a percibir cosas extrañas e inexplicables que la asustan, a escuchar ruidos como si hubiese alguien más con ella en esa casa. Juana es una mujer que está sola porque se “encierra”. A sus padres, que están lejos, no les cuenta nada. Evade las llamadas de la asistenta social. Aunque tenga semanas de reposo va a trabajar al estudio, y un caso atrae especialmente su atención: uno sobre violencia de género. Después, sólo se permite unos momentos de conversación distendida con su vecina, a quien le transmite sus dudas sobre lo que escucha en esa casa. Porque está sola pero siente que allí hay alguien más. Ruidos, mayormente golpes, que amenazan con hacerla enloquecer. ¿Por qué se queda en una casa donde parecen habitar fantasmas? ¿Por qué una mujer se queda con un hombre que la lastima? Clementina es una película chiquita, que se sucede casi en su totalidad dentro de esa casa y cuenta con pocos personajes. Jimena Monteoliva, con este promisorio debut como realizadora, no necesita más que esos pocos elementos para narrar esta historia sobre monstruos humanos. El protagónico de Cecilia Cartasegna (que había ganado el premio a Mejor Actriz en el Buenos Aires Rojo Sangre en el 2017, donde la película estuvo en Competencia Iberoamericana) resulta fundamental para llevar adelante una historia que comienza de manera algo lenta y reiterativa para sorprender en su último tercio, no quizás con la resolución referida a lo sobrenatural (la menos importante, de todos modos) que adelanta el personaje de su vecina en un diálogo quizás sobreexplicativo, sino en lo referido a ese maltrato que viene sufriendo. Es que el terror en Clementina proviene de hechos que quieren pasar por cotidianos y del miedo a volver a aquello que tanto daño ha hecho. Porque los peores monstruos siempre terminan siendo los humanos, porque son reales.
Resulta ser una trama inquietante de principio al fin, aquí la protagonista Juana (interpretada por Cecilia Cartasegna, sus expresiones resultan impactantes), se encuentra atrapada en un pasado violento y siniestro, está confundida y aterrorizada, y la siguen hechos que uno no sabe si son reales o no. Otro de los personajes correctamente es Olga (Susana Varela, se luce) y Mateo (Emiliano Carrazzone). Por lo tanto el espectador desde su butaca comienza a tener mayor interés en la trama y quiere saber de qué se trata, bajo sobresaltos, sombras, sonidos intensos que atormentan y voces, hay hechos sobrenaturales, se van generando climas y atmósferas, mezclando lo fantástico, el gore y la locura, ambientada en una casa despedazada como las vidas de quienes la habitan. Pero no logra mantener la tensión hasta el final. La cineasta argentina Jimena Monteoliva vivió la mayor parte de su vida en España, «Clementina» es su ópera prima, la finalizó en 2017, ganadora de Ventana Sur – Blood Window WIP 2016, y seleccionada para ir al Marché du Film en Cannes 2017. Actualmente se encuentra terminando la post-producción de su segundo largo, «Matar al dragón», con Justina Bustos y Guillermo Pfening.
Critica emitida en radio. Escuchar en link.
Ópera prima de una experimentada productora cinematográfica, Clementina es el relato opresivo de una mujer que, al menos en apariencia, desde la primera escena, ha sido víctima de un terrible episodio de violencia doméstica. Uno que, estando embarazada, deriva en la pérdida de su bebé. Pero a medida que avanza el relato, la intriga se corre de lugar y se instala en su extraña actitud: no denuncia al agresor, no cuenta a nadie lo que pasó, no quiere dejar su casa, no colabora con la policía ni acepta ningún tipo de ayuda. Mientras la pareja, el supuesto agresor, no aparece más que como insinuación -golpes en la puerta, llamados telefónicos silentes-. Más allá de lo polémico que pueda resultar el planteo para algunos espectadores, Clementina tiene problemas de puesta y de ritmo, con personajes que se mueven y hablan lento y pausado, como zombies o actores de una puesta de teatro experimental, desnaturalizados. Flashbacks, efectos de sonido repetitivo son recursos de los que se abusa, a medida que el clima enrarecido y casi truculento, se evidencia de manera demasiado forzada.