A la hora de la siesta, una mujer (Mónica Raiola) prepara un tuco esperando la llegada de su hijo. Es su plato favorito, pero sobre todo el de su dóberman, un perro temible. Mientras tanto, habla por teléfono banalidades con una amiga. Allí llega Mirna, montada en su bicicleta, una mujer con evidentes problemas psicológicos y medicación encima, que Mercedes recibirá con aceptación y paciencia. Filmada en tiempo real, la película está desarrollada en base al diálogo que establecen esas dos mujeres sentadas a la mesa. La talentosa Maruja Bustamante expone todo su histrionismo y fuerte corporalidad para caracterizar a Mirna, con su habla cansina, sus ademanes expresivos, su mirada torcida que insinúa ocultas intenciones. Temas cotidianos, chismes del barrio, prejuicios, juicios, envidias, contradicciones, la charla va subiendo de tono en un duelo hasta devenir una discusión trágica. El drama, montado con un realismo costumbrista que no descuida detalles. Gestada en el ciclo Operas Primas del Centro Cultural Ricardo Rojas, Dóberman tuvo su éxito teatral, y se decidió llevarla al cine. El teatro filmado tiene sus riesgos, que aquí se procura salvar con algunos primeros planos, algunos exteriores del conurbano bonaerense, aunque hay una preferencia por el plano secuencia. Pero la base de la obra es el diálogo, la voz y dichos de los personajes, que revelan sus personalidades e intenciones. Tal es la base del teatro y, por ende, cinematográficamente el resultado es limitado.
Mercedes se despierta casi a la hora de la siesta, enciende un cigarrillo, va al baño, luego se dirige a la cocina, se sirve café y enciende otro cigarrillo. Empieza a preparar un tuco para comer pasta con su hijo, mientras corta los vegetales conversa por teléfono con una amiga… Es en ese momento en el cual comienza un diálogo que parece interminable hasta el clímax de la película. Pero volvamos al inicio. Mientras se cocina el tuco, Mercedes (interpretada por Mónica Raiola) va realizando distintas tareas hogareñas como doblar ropa y lavar. En montaje paralelo vemos como el personaje de Mirna (interpretado por Maruja Bustamante) recorre en bicicleta las calles de tierra de un pueblo o pequeña ciudad ubicada en las afueras de Buenos Aires. La película inicia con un ritmo lento para el ojo acostumbrado al cine comercial, porque muestra casi como en un tiempo real lo que cada una va haciendo hasta el momento del encuentro. Con un dejo del cine oriental, la directora decide mostrar los detalles de cada acción para que acompañemos a estas mujeres en sus recorridos por la vida diaria. Como bien dijo la directora, y logra verse reflejado en esta obra, hay un interés por indagar en la palabra y su uso desmedido para ilustrar un universo femenino específico en una película que tiene como base la cotidianidad y la conversación, con una simpleza en cuanto a lo técnico, logra construir una historia firme que deja abiertas las puertas para la reflexión.
Dóberman es la adaptación cinematográfica de la obra de teatro del mismo nombre. Sin esta información igual queda claro su vínculo con el teatro, en particular por la ausencia de un personaje que es el centro de gran parte de la trama. A medida que pasan los minutos se nota como está forzado el guión para desarrollarse como una larga escena con dos protagonistas. Es una tarde de siesta en las afueras de la ciudad, una mujer llamada Mercedes habla por teléfono mientras prepara una salsa para las pastas que comerá junto con su hijo. El joven está viniendo y el dóberman del título es su perro. Por el mismo barrio otra mujer llamada Mirna anda en bicicleta, pronto sabremos hacia donde se dirige. Cada escena de la película se alarga mucho, intencionalmente, claro. Pero esa extensión produce irritación más que interés. Sabemos que se intenta describir un mundo cotidiano a la vez que se nos va a dando información que conduzca al anunciadísimo final de la película. Pero el exceso en la duración de las escenas en tiempo real termina jugándole en contra a una película tan teatral en su guión que agota. Más allá de la utilización de toda clase de trucos para darle aire cinematográfico, la historia no solo se sigue viendo teatral, sino que además representa un teatro que tampoco es interesante.
Del teatro al cine llega esta historia de mujeres imaginada por Azul Lombardía, un tour de forcé para Maruja Bustamente y Mónica Raiola, que deberán chocar entre sí para ver quién es más hábil para detectar la mentira y la traición en la otra.
Azul Lombardía allá por el 2013 presenta “DÓBERMAN” en el ciclo de “Óperas Primas” en el Centro Cultural Ricardo Rojas y se convierte en un éxito del “off” que luego recorrió, hasta 2018, otras prestigiosas salas del circuito independiente como el Teatro Anfitrión, Espacio Callejón o Timbre 4. Es así como después de su extenso recorrido teatral, tanto la directora y dramaturga como las actrices de la puesta original se unen para trasponerla al cine, sin negar en ningún momento este origen netamente teatral, haciendo algunas pequeñas modificaciones como para que pueda “airearse” un poco más en su versión cinematográfica. En las primeras escenas vemos como las dos protagonistas van desarrollando su cotidiano: mientras una recorre en bicicleta las calles del pueblo, la otra habla incansablemente por teléfono conectando una banalidad con otra, con una verborragia que el mismo Puig admiraría, con esas charlas de vecinas, de chisme en chisme que tanto le gustaba incluir en sus novelas. Estas primeras escenas nos pintan de cuerpo entero a Mercedes, una empleada pública, algo frustrada, que es una virtuosa en el arte de la charla, donde despliega todo su resentimiento, su envidia, su ironía y su humor cargado de veneno. Ella es una típica representante del “pueblo chico, infierno grande” donde cada dato anecdótico cuenta, para saberse de memoria y mejor que nadie, con lujo de detalles, los movimientos de todo el pueblo. En esta tarde con una cadencia aparentemente tranquila, la bicicleta de Mirna termina frenando en la casa de Mercedes, y una visita que tiene un tono casual y de charla de vecinas terminará alterando la “tranquilidad” de Mercedes. Nada puede hacer sospechar que esta visita de Mirna tiene un claro objetivo y que su llegada, desatará la tormenta que se avecina entre ellas. Azul Lombardía construye a sus personajes con una mirada minuciosa mirada, con un ojo entrenado en la observación del universo femenino y le da una entidad preponderante al poder de la palabra, para describir ese microcosmos, ese universo femenino que reverbera en cada una de las actrices. Mercedes y Mirna, a partir de esos diálogos que suenan triviales, cotidianos, que en un primer momento se van desgranando en un tono que pareciese de comedia costumbrista, van dando lugar a pequeños cambios de registro hasta que surge un chispazo entre ellas y nada podrá frenar la bola de nieve que han echado a correr. Tal como ese tuco que Mercedes viene preparando en una hornalla de la cocina a fuego lento, todo empieza a tener su punto de ebullición y desencadenará en una pequeña tragedia hogareña. El punto fuerte de “DOBERMAN” es, más allá de la dramaturgia teatral convertida en guion cinematográfico, la entrega y el conocimiento que tienen las actrices de sus personajes, de haberlos transitado en escena y de conocer a sus criaturas a fondo y encarnarlas con una soltura y una naturalidad admirables. Son dos grandes actrices, con una extensa trayectoria teatral, que han trabajado con los directores más prestigiosos de la actualidad y que suelen no temerle al riesgo que pueden presentar los textos más vanguardistas, alejados de las puestas más tradicionales. Maruja Bustamante es Mirna: con su manejo perfecto para los registros que se escapan de todo lo convencional, muchos la reconocerán por su personaje delirante en “Permitidos”, por su papel en “Mamá se fue de viaje”, por sus participaciones televisivas en “100 días para enamorarse” o “Tiempos Compulsivos” y aquí en “DOBERMAN” hace gala de su talento para componer personajes atípicos, fronterizos, que aparecen en su propia dramaturgia (“Adela está cazando patos” quizás sea su obra más emblemática) o en sus diversos trabajos en el teatro independiente como “No me pienso morir”, “Y ahora que estoy re sola” o “Todo tendría sentido si no existiera la muerte” de Mariano Tenconi Blanco. Mónica Raiola, una eterna referente del teatro de Rafael Spregelburd con el que ha compartido “Tres finales” “La paranoia” “Remanente de invierno” o “La terquedad”, entre tantos otros trabajos, compone a Mercedes con su típico nervio, su voz con esa carraspera que la hace única y que en este personaje moldea una arquetípica “mina de barrio”, chismosa, mediocre, burlona pero querible. Con su fraseo, con su manera particular de decir cada bocadillo del texto, Raiola se luce una vez más con estos personajes que parecen escritos exclusivamente para ella. La química que entablan ambas actrices es explosiva y hacen que la dirección de Lombardía fluya fácilmente y todo se sienta armónico: el trabajo preciso de ambas, hace que esta versión cinematográfica valga la pena para volver a ver brillar a dos talentosísimas actrices, siempre arrancándonos una sonrisa cuando juegan al borde del ataque de nervios.
Adaptación de una obra teatral de la misma directora, Dóberman trabaja sobre una larga conversación entre dos vecinas que refleja la colisión de mundos diferentes: la independencia de Mercedes como contracara de los traumas de Mirna, agobiada por una vida familiar chata y también muy decidida a tomarse revancha sin medir consecuencias. Esa charla apoyada en tópicos del costumbrismo empieza causando gracia y termina provocando inquietud cuando todo se vuelve más tenso. El sencillo andamiaje dramático del film está sostenido por la solvencia de dos buenas actrices (Mónica Raiola y Maruja Bustamante).
Perro que ladra no muerde Lo peor que le puede pasar a la versión cinematográfica de una obra de teatro es no poder desprenderse del formato original. Eso es lo que sucede con Dóberman (2019), película escrita y dirigida por Azul Lombardía con Maruja Bustamante y Mónica Raiola, que se reposa en la palabra y la interpretación de las actrices. Igual que en el teatro. Dos mujeres se encuentran una desierta tarde de verano. Una llega a casa de la otra con un reclamo superficial como excusa. Después de una larga charla banal las cosas adquieren otro matiz y la violencia emerge entre recriminaciones propias de envidias, celos y prejuicios. El dóberman del título es el perro que viaja en auto con Claudio –personaje ausente en la pantalla pero presente en todas las conversaciones- cuyo acercamiento a la casa acrecienta la tensión de la charla. Azul Lombardía se limita a introducir en el relato alguna toma en exteriores que describe los caminos hacia la casa para luego, dentro de ella, focalizarse en el universo femenino que le interesa resaltar. Pero no hay una puesta cinematográfica que enriquezca con elementos o fomente la olla a presión que la conversación entre las mujeres está por producir. Todo lo contrario, la propuesta del film se recuesta en las protagonistas, ellas son la película. Lombardía se limita a seguirlas con la cámara de un lado a otro con el fin de romper con la “teatralidad” del plano entero. Pero nada más que eso. La sensación a la hora de ver Dóberman es la de una excusa fílmica para llevar a la pantalla grande una obra de teatro. En el despliegue físico de sus actores, su interpretación y gestualidad, está lo interesante de esta propuesta que ya estaba en las tablas.
Después de su obra de teatro que tuvo la mejor recepción de la crítica, Azul Lombardía lleva al cine este encuentro entre dos mujeres de mundos distintos pero cercanos a pesar de las apariencias. Una ama de casa de clase media, funcionaria, que cumple con los ritos cotidianos de cocina, lavar y planchar mientras parlotea con sus amigas por teléfono. Una mujer separada, dueña de su tiempo, con fantasías eróticas, algunos negocitos paralelos. Hasta su casa llega una vecina que conoce, a quien condesciende dejarla pasar, una mujer de habla lenta por los fármacos, clase baja, muchos hijos. Y entre la charla de esas dos mujeres dos mundos que se acercan por el lenguaje, las creencias, la trivialidad, la estupidez, que luego dará paso a otras situaciones más tensas, crudas y genuinas. Una indagación de la autora sobre el mundo femenino y sus disfraces, con una agudeza y un poder de observación nada común. En su transcripción al cine ese origen teatral no molesta, lo que se dicen con la cámara como testigo es fuerte y potente y la resolución muy bien hecha. Dos actrices perfectas para los personajes; Maruja Bustamante y Mónica Raiola.
Del escenario a la pantalla grande El de Dóberman es un caso representativo: todo aquello que puede funcionar como una máquina perfectamente engrasada sobre las tablas no necesariamente deja la misma estela en la pantalla de cine. La autora de la pieza original, la actriz y directora Azul Lombardía, traslada directa y (casi) literalmente los diálogos que pudieron escucharse en el Centro Cultural Rojas hace algunos años –donde la obra formó parte del ciclo “Óperas Primas 2013”–, repitiendo delante de cámara las performances centrales de las actrices Mónica Raiola y Maruja Bustamante. Mercedes y Mirna son los únicos dos personajes en la obra (y en la película), con la excepción de un pequeño tercer rol que anticipa los motores del conflicto central bajo la forma del chisme. El sitio donde se desarrolla el drama y la comedia hiriente es el mismo: una casa grande con patio a la vereda, en algún lugar del conurbano, aunque aquí, lógica cinematográfica mediante, la locación real reemplaza a la organización del espacio escénico. La pintura femenina que dibuja Lombardía no es precisamente amable. Separada, “superada” y con un hijo ya grande, Mercedes fuma como una chimenea mientras cocina un tuco y habla por teléfono con una amiga. En esa conversación se dispara tal cantidad de lugares comunes que pondrían colorada a la chusma de barrio más inveterada: descripciones crudas y dañinas de otras mujeres, cotilleos sobre cuernos y maternidades imperfectas, descripciones de hombres que encarnan en arquetipos banales. Envidias, celos, soledades y frustraciones también forman parte del combo. El juego que propone la autora gira alrededor de los estereotipos, por lo que no debería llamar la atención lo que está a punto de ocurrir: Mirna llega con su bicicleta y “toca el timbre” (bajo el método de batir palmas) de la casa de Mercedes, punto de partida de una conversación que irá derivando de la complicidad a la discusión y de allí a un enfrentamiento verbal y físico que surge de una sospecha de traición sentimental transformada en convicción. Madre de seis hijos y con problemas psicológicos de envergadura, la Mirna de Maruja Bustamante es una enervante máquina de hablar lentamente, como si cada palabra y frase se arrastrara hacia su destino sonoro. Ello no impedirá que, más temprano que tarde, la verdadera razón de la visita quede al descubierto. Aquí no hay boquitas pintadas, pero la influencia lejana de Manuel Puig se hace notar. Con la intención de evitar el tan temido teatro filmado (sin reflexión sobre el choque o cruce entre ambos medios), Lombardía echa mano al montaje paralelo y los movimientos de cámara constantes, recursos que no hacen más que acentuar el origen de la historia. Resulta claro que Dóberman no le teme al grotesco, pero las formas propias del cine transforman los temas y reflexiones de la obra en un relato gritón y declamatorio.
Una mujer de clase media suburbana espera a su hijo –que anda en el auto con el perro del título- contándose chismes por teléfono con una vecina y preparando el tuco de los tallarines. Entonces aparece una vecina en bicicleta, obesa y con cierta lentitud mental producto de evidente sobredosis de pastillas. La charla entre ambas es toda esta película basada en la obra teatral homónima de la directora del film, también interpretado por las actrices de la puesta original, Maruja Bustamante y Mónica Raiola. “Doberman” es teatro filmado, mitigado por correctos rubros técnicos, especialmente un montaje que se las arregla bastante bien para darle cierto dinamismo visual a la verborragia incesante. La historia se va decantando de a poco, lo que vuelve larga una película que dura poco más de una hora, y las cosas recién se van calentando hacia el final luego de que ambas dan vueltas alrededor de un conflicto latente.
Entre dos mujeres Si se hubiese tratado de un cortometraje, la propuesta de la directora Azul Lombardía posiblemente hubiera generado mayor expectativa. Sin embargo, Doberman , cuyo origen es teatral acusa precisamente un tiempo teatral en su puesta en escena, algo que la lleva al terreno pantanoso del exceso. Las dos mujeres en el centro de la extensa charla de entre casa que va tomando carices diferentes que anuncian algo explosivo logran por momentos eclipsar la atención del público, mérito de las actrices Maruja Bustamante y Mónica Raiola (esta última más conocida en el circuito del último cine argentino) aportan de la cadencia de sus enormes parlamentos su cuota de originalidad. No obstante, las charlas derivativas que no escapan al costumbrismo, la constante alusión a la infidelidad con historia de hombres que se van con “pendejas”, el culto al cuerpo y el chusmerío de barrio terminan en una redundancia que a los veinte minutos de película no se altera salvo en sutilezas y cambio de tonalidad en el habla. Es por ese motivo que la película nunca llega a explotar, es larga para lo que quiere contar y demasiado afincada en una sola dirección.
Es plena tarde, Mirna se sube a su bicicleta con la rueda pinchada y empieza a pedalear, desde lejos, con un objetivo desconocido. Mecha se acaba de levantar y le lleva dos minutos terminar de salir de la cama, ya con el cigarrillo encendido, de entrecasa. Habla por teléfono durante un largo rato, nos hace partícipes de los chismes del barrio junto a una amiga. Pueblo chico, ya se sabe… Prepara el tuco a la espera de su hijo, a quien le encantan esos fideos pero más a su perro de la raza del título. La que llegará antes es Mirna, una mujer que da muestra de tener algún problema psicológico, que tiene ganas de hablar y algo más. Así es Dóberman, con la que Azul Lombardía lleva a la pantalla grande su celebrada obra de teatro.
Toda transposición supone un riesgo, alto o bajo, pero riesgo al fin. La actriz, dramaturga y ahora directora, Azul Lombardía asume ese peligro para trasladar su obra Dóberman de las tablas a la pantalla grande. Una trama minimalista, simple, anclada en el costumbrismo criollo y el grotesco, donde la conversación que tienen dos vecinas de alguna localidad del conurbano bonaerense concluye en una tragedia doméstica. Mecha (Mónica Raiola) es una mujer tan superada como separada. La vemos de entre casa, chismoseando por teléfono con una amiga, echando humo de su cigarrillo y realizando múltiples tareas como una máquina recién encendida mientras espera con la pasta hecha y el tuco gorgoteando la llegada de su hijo y la de Bairon, su dóberman y única compañía hogareña. Una escena doméstica que será interrumpida de golpe por los aplausos de Mirna (Maruja Bustamante) llamando desde la vereda. Su aparición repentina montada en una bicicleta como una niña gigante y evidenciando un severo retraso mental a través de su habla cansina, revelará sus verdaderas intenciones una vez que la charla entre al interior del hogar. Desde las primeras imágenes hay un ambiente marcado por las calles de ripio, las calles bajas, la calma que exhala la hora de la siesta, que permite vincular la película con otras como El ciudadano ilustre o El otro hermano que también hacen del pueblo un abismo asfixiante, con leyes propias, donde todo puede ocurrir, incluso, las peores tragedias a plena luz del día. La diferencia de Dóberman radica en que la cámara no sale a recorrer el pueblo sino que es el pueblo el que entra al comedor diario bajo la forma del chisme y la anécdota. Esos personajes exógenos que ingresan a la conversación, en especial, a través de la boca acusadora de Mecha quien tiene guardado siempre un dardo para cada uno de los vecinos del lugar, construyen una atmósfera localista pero solo sirven como distracción. La tensión con la que trabaja Lombardía, alimentada vagamente por un plano secuencia que se reduce a contraer y dilatar la imagen, está puesta en la quietud que transmite Mirna, sentada en su silla, con su vaso de agua, expectante por atacar como un animal rabioso y despechado a quien cree, se está acostando con su marido. Con la llegada del dóberman de Mecha llega el tragicómico final para hacer de la historia apenas un recuadro en las últimas páginas del diario local de mañana. Por Felix De Cunto @felix_decunto
Dóberman: Hasta dónde puede llegar una simple charla. «Doberman», película dirigida por Azul Lombardia, que muestra como una tarde de siesta tranquila puede convertirse en una pelea de intereses amorosos entre dos mujeres. Azul Lombardia es co/autora y directora de «Según Roxi, la obrita de teatro«, con la que realizaron funciones en el teatro La Comedia durante 2015 y 2016. También escribió con Julieta Otero el libro «Según Roxi/Autobiografía de una madre incorrecta» editado por Random House en 2013. Un tarde mientras Mecha (Monica Raiola) prepara un tuco esperando la llegada de su hijo y su perro Doberman, le toca el timbre Mirna (Maruja Bustamante), una vecina con algunos trastornos psicológicos que está tratando de salir de una serie de ataques de pánico. Entre cuestiones amorosas, y algunas frases burdas, estas dos mujeres desafiarán sus intereses de la manera más violenta. El filme comienza con un ojo lento para el espectador que está acostumbrado al cine más comercial; que se basa en diálogos vacíos, sin mucho contenido y hasta densos en cierto punto. Podría hasta decirse que son diálogos con contenido de violencia hacia la mujer. Como por ejemplo la cosificación de una médica por su condición sexual. La Directora nos quiso mostrar algo innovador usando muy pocos elementos. Una casa común en un vecindario tranquilo y una charla de vecinas con temas cotidianos prejuicios y juicios hacia los demás y entre ellas, no mucha más que contar. Hay un exceso de tiempo en cada escena y eso es uno de las sensaciones que produce esta película, que originalmente fue una obra teatral. Resulta claro decir que Dóberman no muestra lo mejor del arte, sino que nos introduce este juego extremo, con interpretaciones logradas, entre lo serio y lo burdo.
Todo comienza con Mercedes (Mónica Raiola) en su casa, realiza varias tareas del hogar, lava ropa, la dobla, prepara el tuco y mientras habla por teléfono con una amiga contándole todo tipo de chismes. Luego la acción cambia de ritmo cuando irrumpen en la casa de Mercedes, Mirna (Maruja Bustamante) una vecina, a partir de que esta cruza la puerta comienza un diálogo intenso entre ambas mujeres, los temas están relacionados con la vida cotidiana, chismes de otros vecinos y situaciones familiares pero a medida que pasan los minutos todo va tomando otro color, se va tornando más tenso, riguroso, agresivo y hasta puede llegar a limites incontrolables. Trascurre en un pueblo chico y en un solo ambiente cerrado donde se desenvuelven las protagonistas. la directora Azul Lombardía adapta esta pieza teatral llevándola al cine, con un sensacional plano secuencia y con dos excelentes actrices Maruja Bustamante y Mónica Raiola, quienes generan climas, le dan matices a sus personajes, se conocen y juntas tienen mucha química ya que han trabajado en distintas ocasiones juntas y eso se nota.
Obra de teatro exitosa llevada al cine, Dóberman tiene el mérito de esforzarse por trascender las limitaciones del teatro filmado. Y lo consigue, a medias, con exteriores de un soleado paisaje de las afueras de Buenos Aires, en una tarde -la acción es en tiempo real- en la que una mujer espera a su hijo cuando recibe la visita de Mirna -la talentosa Maruja Bustamante-, con evidentes problemas psicológicos y una personalidad imprevisible. Lo cotidiano, hecho de charlas anodinas y observación de costumbres, se va complejizando, ganando tensión y tono amenazante, con situaciones que nacen del diálogo entre estos personajes femeninos. Y un dóberman, uno de esos perros que impone respeto.