La actriz de larga trayectoria en telenovelas Paula Siero debuta como directora contando la historia de dos hermanas, una de las cuales padece una enfermedad terminal y quiere realizar un viaje antes que todo concluya: para ello deberán reunir el dinero en muy poco tiempo. El comienzo trascurre en una introducción a los personajes de lo más silenciosa: por un lado las hermanas, Guadalupe Docampo (La tigra Chaco) interpreta a Laura la hermana menor que trabaja en la cocina de un bar/café venido a menos por muy poco dinero, Diana Lamas (Tatuado, Cielo Azul, Cielo Negro) es su hermana mayor que trata de disfrutar el día a día lo más que puede ya que es conocedora de su destino, pero no puede evitar transferir esa forma de vida, esa sensación a Laura, que viene a ser su amiga y madre gracias a su actitud contenedora y responsable, pero… ¿Quién la contiene a ella?: Entra en escena, borracho y aturdido, Martín a quien Laura conoce casi de casualidad: Flechazo sin más explicaciones: Facundo Arana interpreta a este hombre que parece perdido, un silencioso alcohólico que toca el acordeón en el subte por monedas que mal gasta en algún bar. Nunca más triste. La relación entre hermanas pasa por diferentes etapas muy bien representadas, sin embargo, el nudo se va debilitando y es tal vez porque la participación de Mario Alarcón, Antonio Ugo y por sobre todo Mauricio Dayub ( el medico de cabecera de Adriana) podrían haberse aprovechado más, lo mismo con Graciela Stefani, quien tampoco se supo explotar. Sobresale el trabajo de Docampo, representando a una mujer que se quedo detenida en el tiempo junto a su hermana al momento de saber que hay una fecha en la cual todo va a terminar: se mueve al ritmo de ella, quien no esta dispuesta a esperar sentada . Lamas no tomo por el camino fácil de la representación de la enferma que padece entre llantos y suplicas, si bien hay amor , odio , comprensión y enojo, lo sabe resolver muy bien para no caer en el lugar común. El vínculo fraternal es el tema principal de un film cálido y moderado.
Las hermanas sean unidas La actriz Paula Siero debuta como directora con este relato dramático que recorre la vida de dos hermanas que viven juntas y deben permanecer unidas a pesar de los obstáculos que se les presentan. Laura (Guadalupe Docampo) trabaja en una pizzería de barrio y mantiene a Adriana (una correcta Diana Lamas), quien atraviesa una penosa enfermedad. Ambas deben realizar ujn viaje "al fin del mundo" antes de que sea demasiado tarde, pero la situación económica no las ayuda. En sus caminos aparece Martín (Facundo Arana), un músico que duerme en el bar, toca el acordeón y también el "corazón" de ambas, Filmada con excesivos movimientos de cámara en mano, la película aborda la cuerda dramática sin suerte: contrasta y, a la vez, intenta potenciar dos mundos a través de diálogos poco funcionales a la trama. La emoción no se transmite al espectador en medio de una atmósfera alimentada por el amor fraternal, la culpa, la pasión y el dolor. Siero logra sólo momentos interesantes en la segunda parte del film: cuando las chicas inician su ansiada travesía o cuando Martín intenta apoderarse del dinero que ellas necesitan. Todo se diluye rápidamente como el agua y la atención se dirige siempre a intérpretes secundarios como los encarnados por Mario Alarcón y Antonio Ugo.
“Se Siente de Principio al Fin del Mundo” Aparentemente, y sólo leyendo la sinopsis, es una más, pero no lo es. Es ésta una película sustentada sobre todo en tres boyas: la natural actuación de los actores, la magnífica dirección de Paulita Siero y una atmósfera genialmente conseguida. Es sobrecogedora la profundidad de un relato tan sugerente, desde el primer plano al ultimo me sentí atrapado por la historia, por el relato, por los sutiles movimientos de cámara, y por la transparencia de los personajes. Pero nada huele a postizo, todo sigue el curso marcado sin atisbo alguno de artificio, sin hacernos dudar de los sentimientos plasmados por lo personajes, nada me hizo ruido mientras veía proyectar la peli. La sabiduría del director presenta personajes cuya carnalidad fluye desnuda a través de las escenas, son personajes humanizados y tangibles. Voy a desenmascarar mi pensamiento, respecto a Facundo Arana. El tipo tiene pinta, es entrador y como todos dicen una muy buena persona, ahora actuando yo tenía mis dudas o mis prejuicios, era un galancete de telenovelas, el cual en el film descubrimos a otro Arana, nos olvidamos del arquetipo que fue y pasamos a conocer un gran actor. La desapercibida fotografía en las escenas y los contrastes lumínicos que se utilizan en determinados momentos, colaboran a intensificar la sensación de angustia que por momentos transmite el filme. El toque de autenticidad apoyado en el naturalismo de los actores –constituyen la verdadera riqueza-
Dos hermanas que deben enfrentar una realidad de la que no pueden volver; un viaje, un hombre, un lazo profundo que las une ante la adversidad. Adriana, la mayor (interpretada por Diana Lamas, a quien pudo verse en La Lola, Un argentino en Nueva York) está enferma y sus días están contados. Laura, su hermana menor (Guadalupe Docampo, Mejor Actriz en el 23° Festival de Cine de Mar del Plata) es quien trabaja y debe cargar con la enfermedad de Adriana y con el sueño de esta de viajar a Ushuahia. En el camino de ambas se cruza Martín, un músico deambulante y borracho interpretado por el reconocido Facundo Arana. El trío deberá superar varios escollos antes de lograr el ansiado viaje; la unión de las hermanas se verá amenzada por la intromisión de Martín, quien se ve atraído por las dos chicas. Más allá de la trama –simple pero profunda- que cuenta Paula Siero en su ópera prima, se destaca la generosidad de los protagonistas, quienes guiados por los sentimientos más puros hacen lo que pueden con la realidad que les toca vivir. Guión sólido acompañado por actuaciones precisas, parejas. Si bien hay algunas imágenes metafóricas propias del lenguaje cinematográfico, El agua del fin del mundo bien podría haber sido pensada para televisión por su formato. Sin embargo, vale la pena mirarlo y analizarlo; si algo queda claro es que Paula Siero va por buen camino.
Publicada en la edición impresa de la revista.
Mucho más que dos La ópera prima de la ex modelo y actriz Paula Siero, El agua del fin del mundo (2010), se enuncia como un melodrama intimista con notables influencias del denominado Nuevo Cine Argentino. El agua del fin del mundo cuenta la historia de dos hermanas y un hombre que se cruza entre ambas. Un dato no menor es que la más grande padece una enfermedad mortal y que su último deseo es conocer el faro del fin del mundo. Para no contar demasiado de la trama argumental les sintetizo que el film se centra en el vínculo entre las hermanas y la relación que ambas tendrán con la muerte y la vida. Paula Siero utiliza para su debut tras las cámaras varios elementos característicos del llamado Nuevo Cine Argentino construyendo la historia desde el más absoluto de los minimalismos. Planos morosos, lentos en su composición, acompañados de diálogos simples y una cuidada desprolijidad visual ayudan a crear los climas que la historia necesita para no caer en el dramatismo absoluto ni en el golpe bajo facilista. Estos elementos que destaco también le juegan en contra ya que por momentos la lentitud y la reiteración de información pueden atentar en contra del espectador que busca una historia mucho más narrativa y lineal, sobre todo para aquellos que van a ver la película con Facundo Arana sin saber de que va la historia. Digo esto sin subestimar a nadie pero no hay que olvidarse lo sucedido hace poco con Los Marziano y Guillermo Francella. Que una película tenga a un actor popular no significa que esta lo sea. Si bien la historia de por sí está teñida de un hondo dramatismo, la directora, se permite crear estados en donde lo terrible parece mucho más liviano de lo que en realidad es, aunque sin por eso caer en la superficialidad. Las actuaciones del trío protagónico compuesto por Facundo Arana, Guadalupe Docampo y Diana Lamas logran transmitir a través de la pantalla ese extraño estado que los envuelve entre la desazón y la esperanza. Son tres actores que ponen en el alma en sus composiciones y dejan el cuerpo en eso. Una ópera prima simple, para nada pretensiosa, que más allá de su morosidad y ciertos altibajos narrativos resulta ser un interesante ejercicio cinematográfico. Una directora a la que se le debe prestar mucha atención en sus futuros trabajos tras las cámaras.
Las hermanas sean unidas... Paula Siero debuta en el largometraje con este drama intimista (casi minimalista) que se centra en la relación entre dos hermanas (Guadalupe Docampo y Diana Lamas) y cómo ésta se conmueve tras la aparición de un joven músico alcohólico que se gana la vida tocando el acordeón en el subte (un estereotipado Facundo Arana). El film aborda con bastante sobriedad y recato (aunque también con cierto distanciamiento) el hecho de que la mayor de las dos (Lamas) sufre una enfermedad terminal. La menor (Docampo), que trabaja en una pizzería, trata de conseguir el dinero para cumplir con el último deseo de su hermana: un viaje hasta Ushuaia. Siero no logra trascender cierta elementalidad y superficialidad de la trama y del retrato psicológico, pero lo suyo -de todas maneras- es bastante digno: no hay sobreactuaciones, subrayados ni golpes bajos. La puesta en escena opta por la cámara en mano y los planos cortos, pero no logra la intensidad narrativa ni emocional buscada. El film se sigue con cierto interés, pero al mismo tiempo resulta por momentos algo monótono y reiterativo. Habrá que seguir la carrera de Siero. Aquí hay algunas puntas, esbozos, pinceladas que la muestran como una artista sensible y con un promisorio futuro.
Dos hermanas, una enfermedad terminal, un amor compartido y los paisajes sureños Laura y Adriana son hermanas, viven juntas en un pequeño departamento y la relación de ambas es tan cálida como fraternal. La primera trabaja duramente en la cocina de una pizzería y con su magro sueldo mantiene a Adriana, a la que no tardan en descubrirle una enfermedad terminal. Esta noticia las obliga a unirse más en su cotidianeidad, y Adriana decide que sus días finalicen en un lugar alejado del bullicio ciudadano, en un espacio en el que la soledad sea su más querida compañera y la naturaleza, su amiga más fiel. Así se lo comunica a su hermana, quien decide no dejarla sola en ese viaje que tendrá como destino Ushuaia. Claro que para emprender esta aventura se necesita un dinero del que no disponen, y así Laura tratará de reunirlo pidiéndoles un préstamo al dueño de la pizzería y a una tía que comprende las necesidades de ambas. En esta búsqueda ella conocerá a Martín, un músico taciturno y bebedor que se gana la vida tocando su acordeón en subtes y colectivos. El deseo se apodera muy pronto de ellos y sus encuentros sexuales seducen a Laura, pero cuando Martín conoce a Adriana, también se siente atraído por ella. Ante esta situaciones las hermanas se enfrentan, pero este enfrentamiento no es sino la clave para que ese viaje a uno de los rincones más alejados del mapa cobre necesidad mayor. La directora Paula Siero compuso una historia profundamente humana, en la que el amor, el odio, la comprensión y el enojo se funden sin pausa en este intenso vínculo fraternal. Con una sencillez que evita todo melodramatismo, la realizadora supo internarse en los meandros más íntimos de sus tres personajes centrales. La labor de Diana Lamas y de Guadalupe Docampo logró sinceridad para sus personajes, mientras que Facundo Arana puso a disposición de su papel una recóndita ternura. El film queda, pues, como un entrañable relato que bucea en los sentimientos.
Con un toque personal y auténtico La historia de dos hermanas, con Facundo Arana en el medio. Tras la opera prima de Juan Minujín, Vaquero , estrenada la semana pasada, le llega el turno a una actriz pasar del otro lado de la cámara. En este caso, Paula Siero, que estrena El agua del fin del mundo , una película en la que no actúa (como sí lo hace Minujín), pero a la que le encuentra un toque personal y auténtico. El filme cuenta la historia de dos hermanas, Laura y Adriana, interpretadas por Guadalupe Docampo y Diana Lamas, que deben lidiar con la enfermedad de la segunda -la mayor- a la que parece quedarle pocos meses de vida. El centro será la relación entre ambas y el sueño de Adriana de viajar a Ushuaia antes de morir. El problema, claro, es que no tienen dinero para hacerlo. Laura se ocupa de Adriana y de su trabajo en un bar, pero su jefe no le da ni el tiempo ni el dinero para programar ese viaje. Adriana es poco lo que puede hacer: dedica su tiempo a pintar su casa, buscando concentrarse en algo. En el medio aparece Martín (Facundo Arana), un músico callejero, alcohólico, que generará algunas rispideces y celos internos (ambas se lo disputan, aunque él parece estar más pendiente de la ginebra que de las chicas) y se suceden algunas recaídas en la salud de Adriana. El agua del fin del mundo es un filme sencillo, sin muchas vueltas, con un desenlace tal vez demasiado “liviano”, pero que consigue transmitir sus ideas (el cuidado del familiar enfermo y las relaciones complicadas que eso produce; la inesperada solidaridad de los extraños) de forma cuidada y con actuaciones que sostienen con intensidad lo que podría ser, en otras manos, una situación algo desgastante. Docampo y Lamas dan la química justa para esas hermanas que se pelean y celan, sin caer en el miserabilismo de la “película de enfermos”. Y Arana compone un personaje muy alejado de su modelo habitual: sucio, desprolijo y alcohólico. Igual, claro, las chicas se pelean por él. Eso, se ve, no cambia por la falta de shampú.
Dos hermanas en situaciones límite La opera prima de Paula Siero se mete en la intimidad de dos jóvenes, con sus conflictos particulares, y elude caer en miserabilismos y momentos de alto impacto. El culto a la amistad en un contexto adverso y sin demagogia. Como ocurre en determinadas películas, la opera prima de Paula Siero manifiesta sus virtudes no sólo por lo que es, sino también porque evita caer en lugares comunes y estereotipos banales. Es que la historia de convivencia de las hermanas Adriana (Diana Lamas) y Laura (Guadalupe Docampo) parte de contrastes muy marcados y de tramas peligrosas: la primera enferma, la segunda que sostiene la frágil economía de la casa, una cerca de los 40 años, la otra más joven y responsable de aquello que la rodea. Con semejantes materiales, Siero se mete en la intimidad de las hermanas y en sus conflictos particulares, con diálogos que transmiten una gran honestidad, sin recurrir al miserabilismo de ocasión y a los momentos impactantes que buscan el conformismo fácil del espectador. Encerrada con su débil salud, Adriana desea conocer Tierra del Fuego, acaso como si se tratara de un último viaje; en tanto Laura, que trabaja en una pizzería por supervivencia, hará todo lo posible para cumplir el anhelo de su hermana mayor. Entre un ida y vuelta que describe y construye dos personajes de opuestas características (pero también, complementarias), a Siero se la intuye cómoda con su inquieta cámara que registra los mínimos gestos de las dos protagonistas. En paralelo a esta relación, surge Martín (Facundo Arana), músico de calle, borrachín y sobreviviente, que modificará las conductas de las hermanas. Y es allí donde El agua del fin del mundo también cambia su mirada: el retrato de la marginalidad en pose que encarna Martín resuena forzado, demasiado invasivo para el sincero realismo que caracteriza la relación entre las dos hermanas. Son los momentos donde la película apunta al deseo sexual de Mariana y Laura frente a ese artista solitario, casi mudo, desprolijo, mirado como el último Adonis en versión lumpen. Sin embargo, frente a esas escenas que traslucen por su prolijidad un tanto fashion, Siero se la juega por el culto a la amistad dentro de situaciones límite. En este punto, aparecen secundarios de peso: la tía de las protagonistas, su cálido pretendiente, el experimentado dueño de la pizzería al que Mario Alarcón con dos o tres apariciones construye como personaje. Tema peligroso como pocos en el cine argentino, la amistad y al altruismo frente a circunstancias inesperadas, tampoco ahí la película cae en el corsé del naturalismo televisivo y de la demagogia complaciente. Mariana y Laura, por lo tanto, son los personajes centrales, y cuesta imaginarlas sin los protagónicos de Diana Lamas y Guadalupe Docampo, ambas excepcionales en sus comprometidas y trabajadas composiciones actorales.
Dos hermanas El agua del fin del mundo es un film pretencioso, pero no en el sentido en que uno suele utilizar este calificativo: no es que quiere trascender o convertirse en el film definitivo sobre algo (aunque en el comienzo hay un primer plano de la protagonista mirando a cámara que asusta un poco, y hace pensar en ese cine pedante). Es pretencioso porque pretende contar muchas más cosas de las que puede o, incluso, de las que debería. Tampoco es ambicioso, porque lo que cuenta lo hace con un tono medido y sin desbordarse: digamos, la historia de dos hermanas, una de ellas con una enfermedad terminal, que viven como pueden y quieren juntar dinero para irse de viaje a Ushuaia y cumplirle el sueño a la que está por morir, parece bastante sobrecargada como para que temamos lo peor. Pero tanto Paula Siero desde la dirección, como Guadalupe Docampo y Diana Lamas (las hermanas en cuestión) desde los protagónicos, reprimen el trazo grueso y trabajan sobre los límites de los conflictos: en vez de hablar de la enfermedad, lo que importa es ver cómo el vínculo se afecta por la enfermedad, cómo sobrelleva una el hecho de cuidar a la otra. Los problemas de El agua del fin del mundo llegan cuando se abre hacia subtramas que airean la narración (por ejemplo el romance de una de las hermanas con un músico callejero -Facundo Arana-), pero ninguna tiene el peso suficiente como para interesar al espectador. Adriana (Docampo) es la mayor y la enferma, y Laura (Lamas) la menor y la que trabaja en un bar de mala muerte para sostener la casa. Hay un interesante trabajo sobre lo físico: Adriana es más grande, mientras que Laura es menudita. Pero es la más chica la que se tiene que hacer cargo de llevar una mochila difícil: traer el dinero, enamorarse sin demasiada suerte, cuidar a su hermana, incluso tener que cargarla -como pueda- cuando la enfermedad se declare más explícitamente. En esa contradicción hay un decir solapado sobre las dificultades de la vida y cómo sobreponerse. En el pequeño cuerpo de Lamas, el futuro parece mucho más complicado aún. Incluso Siero trabaja los espacios, oprimiendo a los personajes, aunque nunca asfixiándolos: si bien se excede en el uso del primer plano, hay un departamento de pocos ambientes, Laura trabaja en la cocina del bar, hasta tiene sexo en el reducido baño de una estación de subte. Todo esto oprime, encierra, niega la posibilidad de ver más allá, de trascender el presente, el hoy, el momento. Esto, por otro lado, refuerza los vínculos entre Laura y Adriana, y son esos momentos en que las hermanas conversan sobre sus cosas, los mejores de la película, en los que se puede observar que la química entre las actrices es perfecta y la relación da realista, epidérmica. Pero como decíamos, el film tiene necesariamente que abrirse a otras subtramas: algunas carecen de interés y resultan meras excusas de guión para hacer avanzar la historia, y otras ocupan demasiado lugar, como la aparición del músico callejero, que tendrá un amorío con Laura y algún flirteo con Adriana. No es sólo la actuación de Arana (bastante pobre, más allá de su apreciable esfuerzo por salirse del galancito que la televisión ha vendido), sino que además el personaje está mal trazado, es puro estereotipo y obviedad: músico callejero, vago, alcohólico, desalineado. Incluso Siero filma alguna escena de sexo un poco sórdida (aquella mencionada en el reducido baño de la estación), que no funciona y resulta excesivamente violenta para el tono que venía trabajando la directora la puesta del film. Y esto hará más ruido luego, cuando El agua del fin del mundo se vea en la necesidad de caer en algunos convencionalismos para cerrar sus conflictos. En la última parte, se retoma la idea de las dos hermanas disfrutando sus momentos: y Docampo y Lamas destacan mucho más. Son instantes plenos, reales, tangibles, de esos que generan conexión con el espectador. Es entonces cuando uno lamenta que la película se haya distraído en otros asuntos, mientras se le escabullía una bella historia sobre dos hermanas que atraviesan todos los problemas del mundo, pero siguen juntas ante las adversidades y hasta el agua del fin del mundo. La película de Siero es bastante fallida, aunque deja ver a una directora que si logra ajustar más sus historias, si define con mayor precisión qué quitar y qué dejar, puede convertirse en una realizadora a seguir.
El dolor y un viaje, sin sensiblerías El tema se prestaba para caer en la mayor sensiblería permitida, esa que el cine americano cultiva desde siempre. Hay todo un subgénero hollywoodense que podría llamarse «la enfermedad terminal de la semana», siempre algún virus nuevo, internaciones, recaídas, despedidas, lloriqueos, fondo de pianos y violines, etc., que ha dado algunos títulos nobles, pero también un extenso catálogo de abusos por parte de los vendedores de pañuelos. Pues bien, «El agua del fin del mundo» no entra en ese catálogo. Sensible pero no sensiblera, va por otros carriles. No es un melodrama, sino una comedia dramática sobre el amor de dos hermanas que viven al día, una de las cuales afronta sin mayores quejas su enfermedad terminal y decide viajar hasta Ushuaia, cosa que lograrán con ayuda de un músico alcohólico. ¿Por qué Ushuaia? ¿Por qué no? En vez de quedarse encerrada esperando, ella decide pintar la casa para su hermana, y salir de viaje. La otra es la menor, encima menudita, y la cuida como si fuera la mayor. Se quieren, lo que no impide que tengan alguna crispación cuando el mismo tipo quiera engancharse a las dos. ¿Pero qué límites fijar, cuando se sabe que al calendario le quedan pocas hojas? Ese y otros asuntos cercanos pone sobre el tapete la película, con buen sentido de observación, destacables actuaciones, marcada habilidad para que el público perciba las sensaciones físicas de sus personajes, y elogiable manejo del pudor, que nos permite entender, o suponer, ciertas cosas sin mostrarnos ninguna, salvo una escena que, por supuesto, las espectadoras agradecen ver, la del franco calentamiento entre Facundo Arana y Guadalupe Docampo, tan frágil que parece ella, y tan afortunada. Una mujer ha hecho esta historia, la modelo y actriz Paula Siero, que así debuta como realizadora. Ojalá pueda hacer otras. Coprotagonista, Diana Lamas, muy bien. En el reparto, Mario Alarcón haciendo un porteño de buen corazón dentro de lo que cabe, Antonio Ugo, Graciela Stefani (una risueña historia paralela sobre límites, paciencia y amor) y Mauricio Dayub, que apenas aparece. Y en vez de pianos y violines, música del Chango Spasiuk. Acordeón a piano, eso sí.
Siero no falla en su debut como directora pero trabaja con un guión que merecía una elaboración más compleja. Laura y Adriana son hermanas. Laura trabaja en una pizzería bajo un régimen de semi explotación y con sus ingresos mantiene la casa y a Adriana, quien padece una enfermedad terminal. Por ello, por momentos está obligada a mantenerse postrada. La relación entre ambas está marcada por la cercanía del vínculo, el afecto sincero y la tensión de la situación generada por la enfermedad, los cuidados y la carencia económica. Siero acierta en el modo en que presenta el contexto de la historia. Sin dudas en el comienzo, donde se presenta este cuadro, aquel espacio surcado por una iconografía y una tensión, es auspicioso. La realizadora cuenta esta realidad con inteligencia, apropiándose del mundo interno de esa relación familiar para simultáneamente al tiempo que describe y penetra ese mundo hogareño, abrir espacios de interrogantes en el espectador, trazar líneas que permiten imaginar desarrollos intensos y profundos. Con la aparición de Martín, un músico callejero y alcohólico que Laura lleva a su casa, la historia asume otro derrotero y se transforma en un cuento previsible. En lugar de recorrer los caminos de los supuestos, de la tragedia (y asumir todas las claves borgianas que la presencia de “el intruso” dispara), Siero elige el melodrama obvio y simple. Todo el relato de la tensión entre las hermanas, entre la salud y la enfermedad, la construcción de los cuerpos sanos y enfermos y sus deseos, de los dolores internos y ajenos, se transforma en una novela que, si bien no adquiere ribetes lacrimógenos, pierde toda la profundidad que asomaba en los primeros minutos de la película. La tensión dramática de aquel comienzo se diluye y todo fluye entre la representación de lo esperable y el aburrimiento. Siero trabaja con un guión que merecía una elaboración más compleja. No falla en su trabajo como directora, considerando que esta es su primera película, en tanto es capaz de contener las implicancias melodramáticas a las que el guión invita, logra dirigir correctamente en este sentido a los actores, y especialmente porque es capaz de convertir al pequeño espacio de la humilde casa, en un espacio dramático potente. Su tendencia a la sutileza, a los parlamentos simples, a las actuaciones contenidas, habla de una realizadora con recursos interesantes. Si la película hubiera desarrollado lo insinuado en su primer parte, seguramente estaríamos calificándola de un modo completamente distinto.
En esta última parte del año el cine argentino en general está pasando realmente un buen momento. A la seguidilla de buenos documentales como “Tierra adentro”, “Mosconi”, “Testimonios de una vocación” o “Ceremonias de barro” se le suman buenas ficciones en estas últimas tres o cuatro semanas como “El estudiante”, “Juan y Eva”, “El fin de la espera”, “Medianeras”, “Cerro Bayo” o “Rita y Li”. “El agua del fin del mundo” está, felizmente, instalada dentro de este grupo de realizaciones simples, bien contadas y bien dirigidas. Con guión y dirección de Paula Siero narra la historia de dos hermanas, Laura (Guadalupe Docampo) y Adriana (Diana Lamas). Esta última padece una enfermedad terminal y le queda poco tiempo de vida. Al borde de la depresión total Adriana decide que quiere pasar sus últimos días en el fin del mundo (Tierra del fuego). Laura por su parte, se desvive por su hermana y no sólo trabaja para tratar de solventar el viaje; además su amor le permite absorber la negatividad y apuntalar el estado de ánimo cada vez que puede. El guión transita por la profunda relación entre ambas y por un conflicto simple: Laura trabaja en negro y por un sueldo magro, Adriana no tiene ingresos, y ambas están en una carrera contra el reloj para poder realizar el viaje antes de que sea demasiado tarde. Las guionistas incluyeron un personaje más del que no se desprende ninguna subtrama (ni hace falta). Más bien se presenta como una prueba de amor y fidelidad entre ellas, ya que se trata de Martín (Facundo Arana) componiendo a un hombre mitad bohemio, mitad alcohólico, del que, por supuesto, ambas mujeres se sienten atraídas. “El agua del fin del mundo” tiene la saludable virtud de no incluir elementos desviadores de atención, pudiendo así llevar adelante el argumento de manera sencilla, y todo el texto cinematográfico es entregado a la excelente calidad interpretativa de Docampo y Lamas. Hay mucho de teatral en sus trabajos e imagino varias escenas en donde pudieron improvisar desde un lugar seguro y dejar buen material para la edición final. Una interesante relación entre hermanas que nunca cae en el melodrama ni en el facilismo de los golpes bajos. Una buena opción para ver cine argentino.
Una reconfortante sorpresa ofrece la actriz y ex modelo Paula Siero con su ópera prima, un film sencillo pero a la vez dotado de ciertas ambiciones narrativas que lo enriquecen. A través de una historia que gira alrededor de dos hermanas que conviven y deben atravesar por una dura circunstancia de vida, El agua del fin del mundo va desarrollando un drama con fuertes contenidos sentimentales y emocionales. El diagnóstico de una enfermedad terminal mueve a la hermana mayor a ir a Ushuaia a cumplir su sueño de zambullirse en las aguas del extremo sur antes de morir, mientras que diversos personajes se irán integrando y aportando distintos matices a la trama. Especialmente un músico callejero, desquiciado y adicto a las bebidas fuertes (un Facundo Arana fuera de registro) que se involucrará con ambas y será decisivo en el camino y las decisiones que tomen. Con algunos aportes visuales interesantes, diálogos creíbles y un desenlace sugerente, El agua del fin del mundo redondea una obra pequeña pero valiosa, sostenida por un elenco que combina oficio con sensibilidad. Notable Diana Lamas, muy bien acompañada por la bellísima revelación de La tigra, Chaco, Guadalupe Docampo; junto a secundarios impecables como Graciela Stefani y Mario Alarcón.
Esta es la ópera prima de la actriz y ex modelo Paula Sierro (El último verano de la boyita, Lo siniestro, Un buda, Dibu 3; en TV Muñeca brava, Locas de amor, Soy gitano), en un melodrama profundo del amor fraternal entre dos hermanas, el elenco: Facundo Arana, Diana Lamas, Guadalupe Docampo, Diana Lamas, Facundo Arana, Graciela Stefani, Mario Alarcón, Antonio Ugo y Mauricio Dayub. Relata la vida de dos hermanas que viven juntas, Laura (Guadalupe Docampo) trabaja como camarera de una pizzería y mantiene a su hermana Adriana (Diana Lamas) esta padece una dolorosa enfermedad. Los últimos análisis no son muy alicientes, Adriana quiere realizar un viaje a Ushuaia, es como el título de esta historia un viaje al fin del mundo, es una forma de escapar, a un presente que se avecina fuerte, ella busca darle una forma más poética a ese fin. El sostén de la casa es Laura, el problema es que no tiene el dinero, su jefe Mauro (Mario Alarcón) no le quiere adelantar el sueldo, porque dice que las cosas no funcionan bien, y vamos viendo el vínculo entre las hermanas, la relación entre ellas con la muerte y la vida. En medio de esa ciudad se encuentra el personaje de Martín (Facundo Arana) un joven que se gana la vida tocando el acordeón en el subte, y todo lo que gana lo gasta en alcohol, Laura y Martín se entrecruzan entre viaje y viaje pero nunca se miraron. En esa búsqueda de escape, conoce a Martín, entre tragos y sexo, este cuando conoce a Adriana, algo sucede en su corazón y también ayuda en la concreción de su sueño, pero al tiempo se siente atraído por ella y las hermanas se terminan enfrentando por el mismo hombre. Es una historia que va creando ciertas atmosferas, donde está el amor, el odio, el enojo y la comprensión, no tiene golpes bajos, colaboran los personajes de Graciela Stefani, Mario Alarcón, Antonio Ugo y Mauricio Dayub; pero todo esto no ayuda, resulta algo monótono, su ritmo es lento, un poco soporífero, reiterativo y lineal.