El Almanaque (2012) podría pensarse como parte de un díptico que comenzó con El Círculo (2008), codirigido entre José Pedro Charlo y Aldo Garay, film que retrataba la vida de Henry Engler, uno de los 9 dirigentes del movimiento tupamaro que fueron tomados de rehenes por las fuerzas uruguayas. Ambas películas se centran en dos figuras que desarrollaron sus propias “estrategias para sobrevivir a lo inhumano”, como el propio director los definió en algunas entrevistas. El protagonista esta vez es Jorge Tiscornia, militante del MLN- Tupamaros, arquitecto y fotógrafo, quien también estuvo preso en el Penal de Libertad (vaya ironía su nombre) desde 1972 hasta la apertura de la democracia en el 85. El documental, que ya había tenido su proyección por este lado del charco en el marco del festival DocBuenosAires 2012, se vale de testimonios directos y algunas imágenes de archivo nunca antes publicadas que incluyen registros de la televisión francesa. La encrucijada con la que se inicia el film nos lleva al penal al que Jorge vuelve después de tanto tiempo para reconstruir una parte de su historia, que es la historia de todos. La voz en off de Charlo, muy bien utilizada, nos habla de las cosas que la memoria borra a lo largo del tiempo y de cómo poder reconstruirlas, mientras recorremos el penal que –simbólicamente- también está en reconstrucción. Estamos ante una película que podría caer en golpes bajos pero que, sin embargo, apuesta por un relato que se centra en la reposición física y simbólica de los espacios de la memoria a partir de la vida personal de Jorge, quien llevó a lo largo de 12 años un minucioso registro de su vida cotidiana dentro del penal. Su memoria en forma de almanaque registraba cualquier cambio que ocurriera. Este registro fue preservado de forma clandestina dentro de unos suecos que él mismo fabricó en prisión (y vuelve a hacerlo para la cámara), y que lo anunciaban con el fuerte sonido que hacía al caminar por los pasillos del penal. Pero, ¿cómo comunicar la memoria? Los registros de esos años, en almanaques, fotos sacadas clandestinamente y dibujos realizados dentro del penal, hablan por sí mismos. Pero también nos demuestran que a pesar de todo intento, siempre hay cosas que se olvidan, como cuando en una escena Jorge intenta descifrar su propio código de signos y nombres, desarrollado para “cuidar” la información en caso de que caiga en manos equivocadas. Así como el almanaque de Jorge está lleno de referencias internas que permiten enriquecer la memoria de los demás, el documental de Charlo propone un diálogo con el pasado -desde el presente- que permite al espectador participar en la historia, incluso sin haber estado en la misma situación. Al salir del penal, Jorge abandona la política para dedicarse un poco a la arquitectura y a su gran pasión, la fotografía. Ahora se propone fotografiar el recorrido de la tierra alrededor del sol por un año. 365 puestas de sol desde el faro de Montevideo. Así la película finaliza con un nuevo almanaque...
Los pasos de la memoria Paradójicamente o tal vez el cinismo y la lucidez trasnochada de algunos quisieron denominar Libertad a la cárcel más emblemática de Uruguay (a 50 km de Montevideo) que albergó durante las épocas de dictadura –hoy sigue activa con presos comunes- a presos políticos, muchos de ellos jóvenes estudiantes, militantes, que parecieron cometer el delito de pensar a contracorriente del discurso dominante y que fueron privados de su libertad sin conocer derechos ni algo parecido a lo que en épocas de democracia se denomina justicia. Entre ellos se destaca la historia de Jorge Tiscornia, estudiante de ingeniería que estuvo doce años detenido –el realizador estuvo ocho- y encontró desde la más absoluta clandestinidad y puertas adentro un escape creativo e inteligente para no perder la memoria de esos 4646 días de estadía en el penal, registrados bajo un código propio en diferentes hojas de almanaque, las cuales escondió durante todo ese periodo en la parte interior de unos zuecos de madera confeccionados por él mismo y que no despertaron curiosidad o llamaron la atención de sus guardia cárceles. El realizador José Pedro Charlo al tomar contacto con el libro autobiográfico de Tiscornia, Vivir en libertad, gestó este proyecto, El almanaque, para reencontrarse con el protagonista y proponerle esta suerte de mecanismo de decodificación de aquellas anotaciones herméticas y así trazar la topografía de los recuerdos, que son un testimonio viviente y de un valor incalculable para reconstruir el día a día en la cárcel y reflexionar a partir de los recuerdos difusos sobre esa lucha silenciosa contra el olvido; contra la incerteza política del momento y sobre todas las cosas contra los momentos más angustiantes de una larga y prolongada pesadilla. El trabajo que el propio Jorge Tiscornia se toma desde el punto de vista emocional pero también consciente de que es una manera de reivindicarlo resulta asombroso y conmovedor, así como el constante respeto del director al confrontarlo con un pasado del que nos llega como espectadores muy poca información en pos de conservar el testimonio en tiempo presente y reflejar el aquí y ahora que desde la puesta en escena se reconfigura al volver los pasos sobre las instalaciones actuales del penal en contraste con los archivos fotográficos, otro elemento esencial que también formó parte de esa resistencia secreta para que el olvido no gane la batalla. Nada más simbólico que el refugio de esos zuecos imperfectos, artesanales, para sellar conceptualmente hablando los pasos de la memoria, con sus atajos y laberintos, que la cámara lúcida y urgente de este documental recorre desde su proceso transformador y que vale la pena descubrir.
Descifrar la memoria En El Almanaque (2012), José Pedro Charlo realiza un estudio sobre la memoria a partir de la historia de un preso político que pasó doce años encerrado en una de las cárceles más significativas de Latinoamérica. 4646 fueron los días que el uruguayo Jorge Tiscornia pasó en el Penal Libertad, una de las cárceles que el país oriental reservaba para los presos políticos. Tal vez haya sido para crear una rutina o para registrar minuciosamente los sucesos lo que llevó a Jorge a escribir un diario en el que, mediante códigos, relataba los hechos que vivió durante el cautiverio. Escondido en unos zuecos que él mismo fabricó, el documento sobrevivió para relatar aquellos años. Charlo nos dará casi ninguna o poca información sobre el pasado de Tiscornia. Sabremos que era un estudiante de ingeniería que al año de involucrarse en la militancia política fue arrestado y confinado al Penal Libertad junto a otros compañeros del movimiento Tupamaros. Ahora pasa sus días asistiendo a una cooperativa y dando rienda suelta a la fotografía, un hobby que lo mantiene ocupado todos los atardeceres. El director no hará una revisión de aquellos años oscuros y solamente se dedicará a narrar la historia del protagonista. La violencia política de los años setenta será el trasfondo del tema principal: la importancia de la memoria y los recuerdos y la singular tarea de llevar un registro de los 4646 días que Jorge estuvo preso para mantenerla viva. Aquí se podría trazar un paralelismo con Vals im Bashir (Vals im Bashir, 2008), el documental animando de Ari Folman en el que el conflicto entre Israel y el Líbano era abordado por un veterano de guerra que había olvidado cierto hecho en el que estuvo implicado. La búsqueda desesperada de lo sucedido lo hará preguntarse sobre la mecánica de los recuerdos y el por qué pudo haber olvidado algo tan importante en su vida. Pensar a Vals im Bashir como un documental bélico sería tan erróneo como definir a 4646 en un documental que trata sobre la dictadura uruguaya. José Pedro Charlo sigue al protagonista en la tarea de recuperar esos recuerdos junto a un valioso material de archivo que verá la luz por primera vez con el estreno de este documental. Si bien la violencia política sobrevuela todo el metraje, resalta a la vista la importancia de mantener viva a la memoria. Con planos fijos o con la cámara en movimiento y con una banda sonora casi imperceptible pero necesaria, Charlo se posiciona desde otro lugar para hablar sobre la dictadura uruguaya y la historia de un hombre que hizo lo necesario para mantenerse con vida y dejar testimonio de los 4646 días que estuvo preso.
Latinoamérica está “acostumbrada” a moverse como un bloque, lo que suele suceder en un país, su situación política, repercute en las demás repúblicas hermanas repitiéndose. Los procesos militares no han sido la excepción; por eso un documental uruguayo como El Almanaque se siente tan nuestro como cualquier film que hable de nuestra etapa comprendida entre 1976 y 1983. Jorge Tiscornia fue un preso político durante la última dictadura en Uruguay. Estuvo preso 4646 días, 12 años desde que fue detenido. En ese proceso, se dedicó a llevar un diario para jamás olvidar lo que viviría en ese tiempo. Si de algo estamos seguros es que tenemos prohibido olvidar. El documentalista José Pedro Charlo basa la historia en la recreación de ese diario, en mostrarlo a Tiscornia durante el encierro (con sus zuecos hechos por él mismo) y en el después, cuando recupera la libertad. Es poco lo que se dice del antes, lo justo y necesario para que sepamos cómo se desembocó. Tiscornia era un estudiante, militante de la agrupación Tupamaros por lo que el proceso militar lo tuvo desde el principio en la mira como a tantos otros. No hay un registro de esos años previos, talvez dejando bien claro que no importa cómo se termina en el horror de ser preso político, que no hay una justificación. Encerrado en el Penal Libertad (¿ironía? Seguro) lo único que puede hacer para escapar, para mantener su mente ocupada es escribir, documentar; y esos textos recién salen a la luz con este documental, sirviendo como un ejemplo cabal, en primera persona, de lo que debían pasar miles de personas, en toda Latinoamérica, presas por sus ideales políticos. Hoy en día Tiscornia Jorge trabaja en una cooperativa y es fotógrafo amateur, puede ser otra persona, pero las marcas estan ahí, para hacernos ver que sigue siendo el mismo, el que estuvo preso, y el que militaba en Tupamaros, las ideas no se doblegaron. La cámara de Charlo lo sigue de cerca, minuciosa, detallista, con planos cercanos o en panorama para mostrar el entorno. Posándose en un objeto, en un gesto, o moviéndose continuamente, según sea necesario. Se construye un relato, una historia, en base a un texto muy personal. Técnicamente el trabajo de Charlo es impecable, la fotografía es exquisita en varios tramos, y los detalles, que parecen insignificantes, cobrarán un singular valor para los más atentos. Pero lo fundamental es la historia, atrapante pese a su pasividad, construida en un documental, y a través de relatos sueltos; el espectador posará los ojos sobre lo que se muestra y no se desprenderá. El Almanaque es otro punto de vista del horror que Latinoamérica vivió por más de dos décadas, un asunto que sin duda alguna es inagotable, y que como lo demuestra este film, es imposible de olvidar
Hay algunas películas que se escapan a cualquier tipo de análisis subjetivo, “El Almanaque” (Uruguay, 2012) es una de ellas. Es que cualquier tipo de introducción de herramientas para trabajar sobre ella se diluyen con la honesta puesta en situación de los hechos que el realizador José Pedro Charlo Filipovich (“Héctor el tejedor” y “El Círculo”) hace en la pantalla. El calendario al que hace referencia el título de este documental (que viene precedido por presentaciones y premios en varios festivales internacionales) es en realidad un particular sistema de “memoria” que Jorge Tiscornia creó en 1972 durante su estadía en el Penal de Libertad, la mayor cárcel política de Uruguay durante los años setenta del siglo pasado. Con anotaciones y palabras claves sus almanaques han sido considerados como una prueba esencial para reconstruir una de las etapas más negras del país vecino. Jorge, diariamente, registraba en pequeños papeles todo lo que acontecía en el Penal y que él creía relevante (sin saber, claro está, la importancia de estas anotaciones). Cada pequeño papel los escondía en un par de zuecos que el mismo construía y que permitieron que esas verdades y detalles se puedan escapar a cualquier control policial/militar. 4.646 días o más de doce años descriptos de manera breve por Tiscornia. La película relata de adelante para atrás la vida de este preso político, en su actualidad y en el penal. La cámara de Charlo Filipovich lo acompaña y lo entrevista para poder descrubir qué hay detrás de cada palabra y marca realizada. Porque justamente el principal inconveniente y virtud de esos almanaques es que no pueden ser leídos por cualquiera, solo Tiscornia tiene la clave para leerlos. En el volver al lugar en donde estuvo preso luego de 20 años, en el relato en primera persona mientras las imágenes del Penal pasan por la pantalla, en la inocencia de algunas declaraciones de Tiscornia “yo sabía que no tenía buena memoria, por eso tenía que anotar todo”, es en donde “El almanaque” va construyendo su verosímil y la innegable necesidad de su discurso. Sumado a las anécdotas que se suceden, porque además de crear este sistema de registro minucioso, Tiscornia es un gran personaje para entrevistar, con ganas de narrar historias a partir de disparadores que le proponen Filipovich o los otros personajes entrevistados (también exreclusos del Penal De Libertad). “Mi mamá antes de morir me contó que ella anotaba todo, y me mostró pequeños registros de gastos” de ahí cree Tiscornia que proviene su particular manera de sobrevivir (con los almanaques) a la detención ilegítima de su persona. Los trazos gráficos acompañan por momentos las palabras de los “actores”, reforzando la idea de escritura, tan necesaria para poder en la actualidad repasar la historia, una historia repleta de ideología castrense que trabajó sobre su mente con ideas de disciplina y control hasta el último de los días dentro del penal. Pero es gracias a la inteligencia superior, que seguramente se origina en las ganas de resistirse a todo, a que genialidades como este registro en almanaques emanan de seres combativos. Hoy en día Tiscornia registra diariamente en fotos el ocaso en Montevideo. La necesidad de detener el tiempo continúa latente. Y de eso nos habla Charlo Filipovich, de la resistencia ante la opresión, en una película necesaria, urgente, que si bien puede tener algunas falencias, no opacan la magnitud de lo que muestra.
Ironías de la vida hacen que en Montevideo exista un penal llamado Libertad y que ese fuera el destino obligado de muchos presos políticos en la década del setenta hasta mediados de los ochenta. Entre esos detenidos se encontraba Jorge Tiscornia un miembro del movimiento Tupamaro juzgado por su accionar supuestamente subversivo. En el marco de su presidio el joven ideó una estrategia que le permitía mantener una rutina propia: escribir un registro de sus días. Los eventos allí señalados eran codificados de forma tal que solo el supiera descifrarlos, a cada palabra le correspondía un símbolo, como una moderna versión de los jeroglíficos egipcios. En el film Tiscornia se erige como una versión rioplatense de Champollion des encriptando los códigos de su propia piedra Rosetta y permitiéndonos ser testigos de los 4646 días en los que fue mantenido cautivo. La necesidad de conservar estos registros llevó a Tiscornia a tener que esconderlos en un lugar que le permitiera su transporte de un lugar a otro. Así fue como terminó diseñando para ello unos zuecos ahuecados donde los ocultó. La construcción de la memoria como último recurso frente a la supresión de identidad y a los atropellos presenciados es el motor narrativo del relato. Así el director logra dar una mirada objetiva sobre las consecuencias del encierro sin hacer referencia alguna a los motivos del mismo. El Almanaque nos permite conocer también las distintas consecuencias del aislamiento para otros reclusos : veremos así como las obras pictóricas vivaces y coloridas del artista plástico Elbio Ferrario se irán convirtiendo en grises pinceladas luego de años de encierro. Con una prolija realización el film se constituye como un importante testimonio sobre la construcción de la propia identidad, el ejercicio constante de la memoria y por sobre todo sobre la militancia como medio de defensa de los intereses cívicos. Tiscornia logró registrar 4646 días sin ver el sol y hoy en una nueva faceta de su vida sigue llevando un registro: el de los atardeceres de su Montevideo tan amado Justicia poética si las hay.
El antecedente inmediato de El almanaque es El círculo , película de 2008 codirigida por José Pedro Charlo y Aldo Garay basada en la vida de Henry Engler, dirigente tupamaro que fue rehén de la dictadura uruguaya durante trece años. En este caso, el protagonista es Jorge Tiscornia, otro militante del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, el mismo al que se plegó en los 60 el actual presidente oriental, José Mujica. Tiscornia, arquitecto y fotógrafo que tiene hoy 70 años, estuvo preso en el penal de la ciudad de Libertad desde 1972 hasta el retorno de la democracia, en 1985. En las dos películas, Charlo describe con minuciosidad las curiosas estrategias que las víctimas de la persecución política en el país vecino desarrollaron para sobrevivir. El caso de Tiscornia es notable: a partir de 1972, llevó un registro detallado de sus condiciones de vida en el penal, un diario de 4646 días que obviamente mantuvo en forma clandestina gracias a una idea formidable: un par de zuecos con plataforma de madera que él mismo pergeñó y que reconstruyó paso a paso para este film. El propósito de Charlo, quien también estuvo detenido en el penal de Libertad, es doble: mantener viva la memoria de los horrores de un pasado reciente y destacar la templanza y la creatividad de aquellos que en situaciones límite supieron cómo sobreponerse a situaciones complicadísimas. Él mismo fue capaz, durante su reclusión, de aprovechar el tiempo para estudiar historia y literatura, su propia vía de escape en la oscura época en la que también escuchaba periódicamente en los pasillos de la prisión el repiqueteo insistente de esos zuecos que escondían pequeños almanaques y un pedazo grande de una historia difícil de olvidar.
Una resistencia individual y silenciosa Ubicado sobre la Ruta 1 de Uruguay, a 50 kilómetros de Montevideo, el Penal de Libertad fue la mayor cárcel para presos políticos de toda América latina durante los años ’70. Se trataba de una prisión de alta seguridad y allí eran trasladadas las personas que habían sido aisladas y torturadas. El régimen era muy duro –como en toda dictadura– y los presos pasaban 23 horas diarias en sus celdas y sólo podían tener una visita familiar cada quince días. Allí estuvieron 2872 personas. Actualmente, el Penal de Libertad está destinado a presos comunes. Pero en los tiempos de la dictadura uruguaya, José Pedro Charlo estuvo recluido allí ocho años. Docente, productor y director, Charlo realizó el documental El almanaque, en 2012, donde no cuenta su historia, sino la experiencia de otro preso político, Jorge Tiscornia, al que conoció recién durante la democracia y por una casualidad. Nacido en 1944 en Montevideo, Tiscornia estudió en la Facultad de Arquitectura de Uruguay entre 1964 y 1971. Como miembro del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros fue perseguido por su militancia política y detenido en junio de 1972. Permaneció preso hasta el 10 de marzo de 1985 (4646 días exactamente), ya que con el retorno de la democracia se vació la prisión. Durante su cautiverio, Tiscornia empezó a registrar la vida cotidiana en el Penal. Pero esto no lo había pensado para darle datos a su agrupación política ni para comunicarse con su familia. “El hecho de tener graficado algo me daba a mí un respaldo a todo lo que iba pasando”, dice Tiscornia en el documental. No sabe por qué, pero le salió hacerlo naturalmente. El método elegido consistió en diseñar una suerte de almanaque con un código de signos. Y el registro de Tiscornia incluía detalles que iban desde las modificaciones del reglamento interno, cambios en las rutinas, la muerte de algunos compañeros, e incluso la mención de las películas que proyectaban en el Penal cada dos semanas, entre muchas otras anotaciones. Tiscornia escribía clandestinamente y, para no ser descubierto, fabricaba unos zuecos, los tallaba, y en ese diminuto hueco que realizaba en cada par de calzado guardaba lo escrito cada dos años. Cuando Charlo leyó el libro Vivir en Libertad, escrito por Tiscornia y Walter Phillips-Tréby, entendió recién en ese momento quién era Tiscornia. En la prisión, Charlo sentía un sonido que lo diferenciaba de muchos otros, y que llegaba de un sector donde estaban los presos que los militares consideraban más peligrosos. “Muchos años después supe que ese sonido era producto de una tarea solidaria y clandestina que Jorge realizó durante los doce años que estuvo preso”, cuenta el director. Y ese sonido eran los zuecos que Tiscornia utilizaba al caminar. Usarlos para caminar también servía para disimular lo que tenía escondido dentro del calzado. El almanaque está estructurado sobre la base de la palabra de Tiscornia: a través de una conversación con Charlo, este hombre explica con detalle algunos códigos que tenía el almanaque que diseñaba. Pero desde el punto de vista de la estructura narrativa, no es el típico documental de “cabeza parlante”. La palabra de Tiscornia está acompañada de imágenes que reproducen, a través de una serie de animaciones, esos papeles con escritura codificada que había escrito durante los doce años de su cautiverio. Generalmente a modo charla entre ambos, el documental va descifrando el almanaque de Tiscornia, pero en otras ocasiones es la voz en off de Charlo la encargada de ordenar el relato. Uno de los grandes méritos de El almanaque consiste en la solidez de su arquitectura narrativa. Por momentos, la imagen es tan importante como la palabra y aporta información. Charlo no se quedó únicamente con el testimonio de Tiscornia, sino que buscó elementos estéticos que sirvieron para cimentar el eje de su relato. “La memoria borra más acontecimientos de los que uno se imagina. Para reconstruirla hay que utilizar todos los recursos posibles”, dice Charlo al comienzo. Está hablando de Tiscornia. Pero también vale para entender el método que el cineasta utilizó para contar una historia de resistencia individual y silenciosa.
Un testimonio de la represión El documental de José Pedro Charlo sigue la figura de Jorge Tiscornia, preso político uruguayo, que logró, durante más de doce años, en el penal de Libertad, registrar clandestinamente su prisión. Retrato de un ex tupamaro, aislado durante cuatro mil, seiscientas cuarenta y cinco interminables jornadas, el filme muestra como hay formas de releer el cautiverio, creando un sistema de signos que configuren un espacio y encerrándose en él. Este estudiante de arquitectura, que ingresara a la cárcel el 20 de junio de 1972, se refugia para salir de la locura del encierro, en la creación de múltiples almanaques, donde fija, interminables, los días en el penal, almanaques que, cuidadosamente, escondía en los zuecos que lo acompañaban cuando se duchaba. Testimonios silenciosos y ocultos en el que un recluso atesora la memoria, son los que ahora salen a la luz para develar y fijar en el tiempo, momentos que pudieron desaparecer del conocimiento general. LA PSIQUIS HUMANA El director de "El almanaque", José Pedro Charlo, estuvo también detenido en el mismo penal en que vivió Tiscornia, una prisión que llegó a albergar mil doscientos detenidos. "El almanaque" permite ver como impactan determinadas experiencias en la psiquis del hombre y como se las intenta afrontar. Junto con esta película y su anterior "El círculo", sobre la historia del científico uruguayo, Henry Engler -también ex preso político tupamaro- especializado en el Mal de Alzheimer; el cineasta, intenta, como el mismo dice, "saber más de nosotros, conocer el pasado y enriquecernos hacia el futuro". Austero en el plano formal, con utilización de la voz en off, testimonios orales, entre ellos los de su compañero Elbio Ferrario, coordinador del Museo de la Memoria, de Montevideo; más fragmentos de noticieros franceses, fotos que también Tiscornia saco en prisión, de contrabando con una cámara fotográfica ajena, "El almanaque", es una respuesta digna a situaciones límites que forman parte del delicado patrimonio de la memoria.
Sobre la memoria y la fragilidad de la vida Singular documental uruguayo (coproducción hispano-argentina) sobre la capacidad de resistencia humana en condiciones extremas. Autor, José Pedro Charlo, de quien acá ya se estrenó "El círculo", notable retrato de un tipo fuera de serie, Henry Engler, que pasó de líder tupamaro a preso de "tratamiento especial", y cuando ya estaba medio loco por los varios años de "tratamiento" se impuso un autocontrol que le permitió salir atendiblemente cuerdo, retomar sus estudios de medicina, disculparse con sus víctimas, y convertirse en un calificado neurólogo de fama mundial. Residente en Suecia. En el ámbito científico tienen particular peso los estudios del doctor Engler sobre el Alzheimer. ¿Cómo se va perdiendo la memoria? ¿Cómo puede ejercitarse cuando todo opera en contra? La película que ahora vemos nos presenta a otro ex tupamaro, José Carlos Tiscornia, que sufrió "tratamiento común" a lo largo de 12 años. Pero dia tras día, un día igual a otro, casi todo el tiempo aislado en su celda. ¿Qué día es hoy? ¿Cuándo fue que pasó tal cosa? Estaba prohibido, pero el hombre se las ingenió para ir llevando un registro apretado de la vida cotidiana en su celda, un registro muy sintético y críptico, en papeles ínfimos que ocultaba celosamente por las dudas cayera en alguna inspección. Hoy mira esos papelitos y a veces hace esfuerzos para recordar qué había detrás de tal o cual palabra. La película habla de la memoria, pero no con un sentido de revancha política. Ninguna de las dos es exactamente una película política, aunque, por supuesto, no pueden faltar ciertos recuerdos. Al comienzo, dos carteles nos dicen qué era el Penal Libertad, de Uruguay (apenas menos terrible que el Penal Paraíso, de Paraguay), y cuáles eran sus reglas. Lo que sigue, en un paisaje calmo y abierto, es el regreso del protagonista y el director a ese lugar. Para la misma época, Charlo pasó nueve años en el mismo pabellón, pero recién supo de Tiscornia al leer su libro "Vivir en Libertad", coescrito con Walter Phillipps-Treby. Uno de sus capítulos hace referencia al "almanaque". Sobre el mismo se expande la película, agregando alguna filmación histórica de peso emotivo, alguna imagen de intención poética, algunas sugerencias sobre la fragilidad de la vida. Tiscornia escibía con letra de arquitecto. Era lo que estaba estudiando. Hoy dirige una compañía de construcción, expone fotos, y participa en la digitalización de los archivos microfilmados que fueron encontrados recientemente en el Ministerio de Defensa de aquel país. Charlo prepara otra película: "Postales". No tiene nada que ver, pero entre nosotros hubo otro Charlo, que en "Puerto Nuevo" (nombre de nuestra primera villa miseria) supo cantar hermosamente el tango "Olvido": "Si pensara alguna vez en lo que fui, no tendría ya más fuerzas, pa' seguir". Son puntos de vista, diferentes ejercicios de supervivencia.
Un documental conmovedor y sencillo: cómo un preso político uruguayo, Jorge Tiscornia, guardó clandestinamente el registro minucioso de los 4.646 días de cautiverio, ocultando el material a puro ingenio.Un ayudamemoria único.
Mi historia, tu historia, nuestra Historia El realizador José Pedro Charlo pasó ocho años detenido en la cárcel uruguaya de Libertad debido su ideología política durante la dictadura militar de aquel país. En ese momento no sabía que a unos pocos metros de él estaba Jorge Tiscornia, militante del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, quien pasaría más de doce años en cautiverio. O más precisamente 4646 días, según su preciso registro de anotaciones. Anotaciones realizadas obviamente por fuera de las normas carcelarias a través de un código de signos entendible únicamente por él. Los recuerdos de aquellos años son el eje principal de El almanaque. Visto aquí en el Doc Buenos Aires ‘12, el film recupera la historia personal de Tiscornia y del particular elemento del título creado clandestinamente por él, en donde registraba la cotidianeidad no sólo carcelaria, sino también la del exterior. A partir de esa anécdota, y con el propio Tiscornia como protagonista, Charlo tematiza, entre otras cosas, los avatares de la construcción de la memoria, los modos expresivos del arte y la realidad política de los años ’70 y ’80 en Uruguay. Compuesto en su mayoría por entrevistas e imágenes de archivo, el film parte de esa anécdota personal maximizándola hasta lo universal, aunque por momentos se lo nota demasiado fascinado con su protagonista, impidiéndole al film tomar distancia.
Un preso en Libertad La experiencia del cautiverio debe ser una de las más difíciles que puedan tocarle a un ser humano. El uruguayo Jorge Tiscornia la padeció durante doce años, exactamente 4.646 días, en los que estuvo detenido en el Penal de Libertad -oxímoron insólito-, la cárcel más grande de Latinoamérica para presos políticos durante las décadas del ‘70 y ‘80. Entre 1973 y 1985, este ex tupamaro pasó 23 horas diarias en una celda de 3,50 x 2,50, con el único atenuante de tener vista a la puesta del sol en el campo. Como estrategia de supervivencia, ideó una suerte de diario: pequeñas hojas de un calendario prolijamente escrito por él, en las que fue registrando, en clave, los sucesos de cada día. Las visitas, los traslados, las muertes de compañeros, las comidas, los cambios de reglas dispuestos por los militares. Las ocultaba en las suelas de unos zuecos que él mismo había construido. El cineasta José Pedro Charlo pasó ocho años en el mismo penal -junto a Pepe Mujica y tantos otros-, pero no conocía a Tiscornia. Recién cuando se enteró de la historia de los zuecos los asoció con el sonido de pasos que escuchaba desde su celda, y decidió filmar este documental, que cuenta con el testimonio del autor del almanaque y de varios compañeros de militancia presos en las mismas circunstancias. También, con valiosas imágenes de archivo de la liberación de presos en la amnistía del ‘85 y de un juicio militar a tupamaros, entre ellos Tiscornia. Pero la película no es una más sobre los años ‘70, en el sentido de que no se centra en denunciar las atrocidades cometidas por los dictadores ni plantea un debate sobre la lucha armada. Se trata de reflexionar sobre las estrategias posibles para conservar la memoria, el afán del hombre por dejar registro de sus vivencias, su resistencia a que cada día sea exactamente idéntico al anterior y al siguiente. ¿Cómo se sobrevive a un prolongado periodo de encierro? El almanaque brinda una de las respuestas posibles.
Tremendo comienzo el de “El almanaque”. Fundido negro. Letras blancas que dicen algo así: “Uruguay 30 de Septiembre de 1972. Se inaugura la cárcel más grande de Latinoamérica para prisioneros políticos. Una prisión miliar de alta seguridad pensada para contener a miembros de la guerrilla, pero que luego sirvió como claustro para opositores al gobierno dictatorial. Cuando llegaban, a los prisioneros se les daba un overol gris, un número y una rapada. Permanecían en sus celdas 23 horas al día con una visita de una hora cada dos semanas. Había una separación estricta entre convictos y sectores. La policía militar observaba cada movimiento. 2872 personas fueron encarceladas allí” Sabemos qué es un documental, pero no sabemos como se lo va a abordar. Que la primera imagen sea la de un camino bifurcado, con una flecha de “entrada” de un lado y otra de “salida” en el otro es tan inquietante como objetiva. Uno de esos 2872 presos puede contar la historia. El documental de José Pedro Charlo va a contar con imágenes testimoniales, de archivo y de entrevistas, la historia de Jorge Tiscornia. Un hombre al que le va a agregar a su condena (4846 días, o sea 13 años y 27 días) un par más… para animarse valientemente a caminar nuevamente entre esas paredes de encierro, para revelar una particularidad de esas que se ven poco. Lamentablemente el penal está siendo remodelado. Lo que será una cocina fue su celda y será uno de los tantos rincones que la cámara recorra a los efectos de enterarnos de cómo Jorge documentó al detalle, en forma clandestina, cada uno de los días que estuvo preso. “El almanaque” es, ante todo, un documento fundamental para conocer, sin golpes bajos ni efectistas, parte de la historia reciente más allá de cualquier ideología. Semejante intención cobra vida propia por el protagonista per sé, más que por lo que cuenta la cámara. El director probablemente se haya encontrado con un argumento tan gigante que por momentos da la sensación que no hay encuadre que pueda desarrollarlo. Son los momentos en los que la imagen queda acéfala de narrativa y la obra depende exclusivamente del testimonio de Tiscornia, lo cual, por cierto, no sólo no es poco sino casi lo único. Tal vez desde la imagen lo relacionado con un faro será lo más logrado visual y narrativamente. Así nos queda un documento técnicamente impecable que sólo por momentos, con algunas tomas realmente elaboradas, logra ponerse a la altura del contenido. Difícil olvidar la historia de Jorge Tiscornia porque en él vemos la viva imagen del ejercicio de la memoria. Día a día, palabra a palabra, un recorrido imprescindible por los años oscuros.
El film de José Pedro Charlo es la resultante de una tarea clandestina que desarrolló Jorge Tiscornia en el penal Libertad (Montevideo, Uruguay) , como un modo de resistencia a más de 12 años de prisión. José Pedro Charlo director y guionista del film, preso durante 8 años,reconoce en off, que dicha actividad generó el deseo de hacer este trabajo, y que la misma estuvo y está relacionada con los diversos modos de tratar y preservar la memoria. El almanaque es un objeto vivo, que va mutando todo el tiempo que la memoria lo evoca. Un modo de representar la realidad, que no sólo se reduce al mundo de la cárcel. Una creación conceptual a medio camino entre la escritura y la plástica, que deviene en un plano topológico, cronológicamente lineal. Y que esconde no sólo la historia personal de éste su artista, sino de todo ese mundo que nos habla de la violencia implícita en ese emblemático exponente de la dictadura militar uruguaya, que fue el penal Libertad, cuya celda, de quien hoy nos narra esta historia es ahora una cocina semiderruida. Tiscornia nos habla también de una predisposición genética heredada de sus padres: una madre que llevaba una especie de diario de su hogar, y un padre que fue incorporando en un bibliorato todas las cartas que envió su hijo desde la prisión. Pero este minucioso archivo clandestino oculto en la suela de unos suecos celestes, que resonaron por toda la prisión durante 4646 días como una manera de resistir a lo que acontecía, como una forma de superar la rutina y mantener vivos los recuerdos es ante todo, la memoria de un hombre. En el 2003 Tiscornia decide dar a a conocer su historia, y desde el 2007 al 2009 digitaliza todo el material, incluidos otros archivos inéditos, filmaciones y fotografías, los cuales sirvieron de base para la construcción de un documental que no tiene otro objetivo, que el de dar a conocer la historia de una experiencia carcelaria y su preservación, la cual seguramente sería cada día más borrosa, ya que los seres humanos tendemos con el tiempo a olvidar aquellas cosas que nos causan dolor. El trabajo de Tiscornia y el de José Pedro Charlo van más allá de lo particular para pasar a ser el testimonio de una época, en que una generación en toda Latinoamérica creía en que era posible vencer las utopías.
Sobrevalorada Hay determinadas películas que por la temática que abordan generan una unanimidad que de otro modo difícilmente tendrían, a tal punto que los espectadores (muchos de ellos, críticos) depositan elementos y ven cosas que no están en la pantalla, o incluso elogian aspectos que en otras obras criticarían, sin preguntarse cuál es la diferencia. Mucho de esto se ve en el contexto del estreno de El almanaque, que según indica el sitio Todas las Críticas hasta ahora ha tenido catorce reseñas, todas ellas favorables, con unos cuantos 8 elevando el promedio. Así que desde este espacio me propongo portar el “honor” de ser la primera crítica en contra de este documental, y le pongo comillas a la palabra honor porque no soy un contrera nato, no me gusta serlo, pero no dejan de llamarme la atención la catarata de elogios que percibo como totalmente desproporcionados. La historia de El almanaque es interesantísima: Jorge Tiscornia, miembro del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, fue perseguido y encerrado por su militancia política, y a partir de 1972 guardó clandestinamente un detallado y personal registro de la rutina y sus condiciones de vida, durante los más de 4600 días que estuvo en prisión, en el Penal de Libertad -el nombre certifica que milicos estúpidos y cínicos hay en todos lados-, ubicado a unos cincuenta kilómetros de Montevideo, y que ha sido la mayor cárcel política de América Latina. Hay mucho para explotar en ese pequeño cuento: el poder de la escritura, junto con las imágenes fotográficas y fílmicas, como vehículo para impulsar y consolidar la memoria; la relación entre el hecho del pasado y la percepción recortada y modificada desde el presente; el arte en general como factor de resistencia frente a un poder represor y opresor. Y todo está en la película, pero sólo a partir del discurso hablado, porque en muy pocas ocasiones se exhibe confianza en las imágenes y en lo que se está narrando. En El almanaque se escucha muchas veces la palabra “memoria”, como para que quede bien claro el eje temático del film, se explica a través de la voz en off lo que ya se está viendo y hasta aparece a cada rato una nota musical, bien acentuada, como para que no queden dudas de la trascendencia de lo que se pone en escena. Hay, es evidente, poca confianza en las habilidades interpretativas del espectador, y todo se entrega masticado. Hasta surge la impresión de que podríamos haber estado ante un potencial buen libro, o un informe televisivo, porque lo que menos tenemos ante nuestros ojos es cine. Eso sí, cuando abandona las explicaciones redundantes y se concentra en los personajes que van circulando, en los momentos de silencio y contemplación, apoyándose en las herramientas puramente cinematográficas, el film crece y adquiere una real relevancia. El almanaque vuelve a poner en evidencia los problemas para enhebrar un discurso propio de ciertos sectores de la izquierda política, al menos en el cine. No deja de ser llamativo que los mismos que cuestionan y ponen en tela de juicio -con toda razón- las construcciones textuales imperialistas, terminan apelando a una base formal paternalista y esquemática, muy propia de la industria hollywoodense. Evidentemente, en ese ámbito, la batalla cultural continúa dominada por la visión norteamericana.
"Instinto de supervivencia" No hay que hablar demasiado sobre esta película, realizada por José Charlo y basada en el peculiar, necesario y más que honrado método de supervivencia que utilizó el preso político Jorge Tiscornia durante los 12 años que estuvo tras las rejas. Y no hay que hablar demasiado por qué los protagonistas del film tampoco lo hacen. Todo se reduce a una invitación que realizan los responsables de esta producción. Una invitación que nos propone concretar un análisis introspectivo sobre como el espíritu humano puede adaptarse a lo peor. Tiscornia y Charlo (ambos fueron compañeros en la carcel denominada, paradojicamente, Libertad) nunca bajan bandera políticas, ni tampoco hacen demasiados planteos morales. “El Almanaque” es una producción cuyo único proposito es reflejar que el paso del tiempo es una inevitable herida que nunca cierra cuando se esta privado de la libertad. Sin embargo, la sangre que brota de esa cicatriz puede correr diferentes caminos y es la propia victima la que elige el metodo necesario para no perder la vida ni tampoco arruinar la de otras personas inocentes. Cuando el espiritu humano se sobrepone a todas las adversidades que le depara la vida, con una idea e intenciones pasivas, surgen anecdotas que merecen ser transformadas en grandes historias. En el caso de “El Almanaque”, este documental es apenas un cuento introductorio sobre un verdadero ejemplo de vida.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.