Sobrevivir y (re)pensar el Holocausto ¿Cómo vivir con el dolor insoslayable de ser víctima del Holocausto y volcar esa experiencia hacia el ejercicio reflexivo y no al odio visceral? El polaco Jack Fuchs perdió a toda su familia (padre, madre y tres hermanos) en Auschwitz. Luego fue a Dachau hasta el desenlace de la Guerra. De allí a Estados Unidos y, varios años después, a la Argentina, donde comenzó a pensar acerca de las consecuencias de la Shoah y la memoria. Desde entonces ha escrito libros, artículos y columnas en diversos medios, además de dar charlas en distintas facultades en las que narra sus experiencias. Justamente esas experiencias son uno de los ejes centrales de El árbol de la muralla, vista en una docena de festivales, entre ellos el de La Habana. El neuquino Tomás Lipgot ya había mostrado en Moacir (film sobre un particular artista brasilero internado durante años en el Borda) y Recta final (sobre el cineasta y escritor Ricardo Becher) que su interés cinematográfico trasciende la pura anécdota personal de sus personajes; que prefiere, en cambio, mostrarlos en su cotidianeidad. Cotidianeidad en la que, claro está, su pasado y la reflexión acerca de él serán uno de los ejes centrales, ya que una buena porción del metraje está dedicada al relato del protagonista y a las sensaciones de su regreso a su pueblo natal de Lodz a comienzos del siglo. “Parece que todo tiene que ver conmigo pero a la vez no”, dirá en medio de una geografía desconocida. Pero no es único eje, ya que lejos de quedarse con esa imagen, Lipgot lo muestra a Fuchs cocinando, hablando por teléfono o lavando, siempre con buen humor, construyendo así una criatura más devota y atenta con el prójimo que consigo mismo. Así, El árbol de la muralla se convierte en un relato acerca de las posibilidades de seguir adelante ante la adversidad y de cómo el pasado es una presencia latente en el presente.
Como si antes no hubiese nada El cuarto largometraje de Tomás Lipgot retoma algunas formas del anterior, Moacir (2011), pues nos introduce en la cotidianeidad de una persona de aquellas que vale la pena conocer. En El árbol de la muralla (2012) el director le otorga la palabra Jack Fuchs, uno de los pocos sobrevivientes del Holocausto que residen en Argentina. No hace falta explicar mucho más. Su documental es un acto de generosidad, de bien, de justicia, y no pretende mucho más que eso: presentarnos a un hombre que representa la Historia en vida. Escuchar a Fuchs, verlo caminar, mirar sus gestos, entender sus relatos, captar su humor, hacen increíble pensar que sea un hombre de 87 años. Lipgot lo sabe y lo aprovecha. Por eso su película consta de elementos simples: principalmente Fuchs contando su vida antes, durante y después del horror; algunas imágenes grabadas por este hombre cuando visitó Polonia hace unos años atrás, animaciones que recrean algunos momentos de su vida. También escuchamos testimonios de otra víctima y de gente que conoce a Jack: un psiquiatra, un amigo, la nieta, y así se diversifican las miradas. Como hizo en Moacir, este joven realizador supo encontrar la distancia perfecta para que el público se sienta cerca de su personaje. Sin invadirlo, dejándolo ser, escuchándolo hablar, escuchándolo callar, reír, dialogar. No hay solemnidad en el film, porque no es allí adónde se pretende llegar, lo que se encumbra aquí es la palabra, no los actos. La memoria, el dolor, el horror, la muerte aparecen representados a través de Fuchs y eso es lo que se respeta aquí. Si él recuerda de una manera particular su vida y los hechos pasados es desde ahí que el público tiene que conectarse. “El hombre es el enemigo más grande de sí mismo”, “no nos pudieron deshumanizar”, “no sé cómo pude sobrevivir”. Algunas de estas frases quedan resonando una vez culminado el film. Los relatos de este admirable hombre tienen que ver con la dignidad. Detrás de todo el film hay un halo filosófico desde dónde comprender. Ser sobreviviente del Holocausto claramente identifica a Fuchs y desandar en palabras y para una cámara una vida marcada por el sufrimiento puede ser desgarrador. Pero eso no le importa a él, sí le importa que la Historia no se repita, y la única manera de que eso pase es a través de su testimonio. La cámara, Lipgot y el público se convierten en testigos inmediatos según él. Y el cine, por lo tanto, es un protagonista más.
Sobreviviendo El título de este quinto largometraje del director Tomás Lipgot (Moacir) refleja tan vívidamente una imagen para sintetizar un testimonio viviente de lucha ante la atrocidad que cometen los hombres y que tiene nombre y apellido: Jack Fuchs. A sus casi 90 años, este excepcional ser humano polaco ha sabido sobrellevar la peor carga de la culpa del sobreviviente al Holocausto sin resentimiento, odio, abatimiento o cualquier acto de desesperación que pudiera conllevar el día después del infierno que tuvo que padecer desde su temprana infancia en el guetto de Lodz con su familia primero y luego en la soledad cuando fue deportado a los campos de concentración de Auschwitz hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Recordar aquellos tiempos significa abrir las puertas al dolor y es por eso que durante cuarenta años tomó la decisión de no hablar sobre el pasado e intentó recomenzar una vida en Estados Unidos y posteriormente en Argentina, con una esposa (ya fallecida), una hija y tres nietas, su única raíz familiar que sigue viva. Igual que aquel árbol, recuerdo difuso en la mente de Jack, la resistencia, la voluntad y la pulsión de vida pudieron contra la muerte y encontró de cierta manera el camino de acopiar testigos de la historia que intenta ocultarse o negarse aún en nuestros días a través de la publicación de dos libros: Tiempo de Recordar (Editorial Milá, Buenos Aires, 1995) y Dilemas de la Memoria (Editorial Norma, Buenos Aires, 2006), a la que se suman charlas y conferencias en universidades para transmitir a las nuevas generaciones su sabiduría, sus lúcidas reflexiones producto de mucho recorrido y experiencia acumulada con el paso del tiempo. Sin embargo, el realizador llegó a conocer a su protagonista de una manera indirecta al ser contactado por la psicoanalista Eva Puente, autora del libro que da título al film, quien pensó siempre que la historia de Jack debía ser conocida como un testimonio muy particular y singular de un sobreviviente al nazismo y fue así como Tomás Lipgot aceptó el desafío de construir el retrato de Jack Fuchs haciéndolo partícipe del proyecto y en la búsqueda permanente y caótica para sortear los lugares comunes de la pornografía de la representación del Holocausto, pero sin desdramatizar el contexto en el que ocurrieron los hechos. El material de archivo, de grabaciones de un viaje que el propio Fuchs decidió emprender para volver al lugar de su niñez y no encontrar absolutamente nada, que se suma al propio aportado por esta larga entrevista segmentada, connota de manera contundente los mecanismos de la memoria y el olvido y el abismo existente entre el pasado, los recuerdos, el presente, lo vivido y lo reprimido en varias capas que se van desestructurando a lo largo del relato en primera persona y con la cámara de Lipgot siempre presente y dispuesta a escuchar distintas voces. A esa estructura se le debe agregar el aporte significativo del dibujo y animación para recrear las imágenes del pasado a cargo de Nahuel Ferreyra en los dibujos y la dirección de animación en manos de Pablo Calculli, y la utilización del sonido con fines narrativos, donde el trabajo de Andrés Polonsky merece un reconocimiento. Cada vez que Jack Fuchs nos interpela con su mirada vital y transparente; nos contagia su energía y tranquilidad la cámara desaparece y la verdad germina entre los escombros del olvido como ese árbol que aferró sus raíces a la vida sin que la muerte pudiera derrumbarlo.
Un emocionante ejemplo de entereza Nacido Yankele Fuks en la vieja ciudad de Lodz, adoptó su nombre definitivo en Nueva York, adonde fue a vivir después de la guerra. A partir de entonces se llama Jack Fuchs. Diez años después vino a visitar unos tíos, y otros años después, ya cuarentón, vino, se enamoró, se casó y tuvo una hija. Más tarde enviudó, tiene tres nietas, fue a visitar Lodz y también Auschwitz. Ahí me dijeron que debía pagar la entrada. La primera vez que fui no me cobraron, dice, con típico humor judío. Así es Jack Fuchs al borde de los 90 años, alto, la voz firme, las réplicas inmediatas, llenas de lucidez y simpatía, buen cocinero, buen anfitrión, abuelo afectuoso, memorista que tardó lo suyo en elaborar todo lo que había vivido y empezar a contarlo. Primero pensó qué daño se hace, o hace a otro, y en qué contribuye recordar ciertas cosas. Pensó para adelante: recordar lo que uno ha pasado, pero no vivir en el pasado. Y recién después empezó a dar charlas y escribió un par de libros: Dilemas de la memoria y Tiempo de recordar La cámara lo sigue por la Facultad de Derecho, una escuela privada, otra estatal, recopila entrevistas televisivas, el acto de homenaje en la Legislatura de la Ciudad, algo de su regreso a Lodz con la hija, y también la visita de personas como Diana Wang, hija de sobrevivientes, y Elsa Oesterheld, a quien en los 70 le mataron al marido, sus cuatro hijas y dos yernos, y robaron dos nietos, mujer que en un gesto admirable se sobrepone a su tragedia y le dice con hidalguía El dolor en nosotros dos es esperanza, en otros es odio. Así vamos oyendo algunos breves relatos de Fuchs a sus diversos auditorios, sobre el momento en que la familia fue descubierta y entregada por la propia policía judía del gueto y otras situaciones terribles, pero no cuenta mucho, y no dramatiza nada. El habla en especial de los espacios vacíos que suele tener la memoria, acaso en defensa propia, de la tercera persona que a veces asume para no derrumbarse. Y observa que ya no puede llorar. Cuando llegó la liberación, y al fin se vio debidamente bañado y con ropa limpia, se dijo Ahora ya puedo morir. Morir dignamente, explica alguien. Pero siguió viviendo. Estamos condenados a vivir, sonríe con algún dolor. De su vida antes de 1940 solo tiene una foto que le llegó muchos años después. Allí están, gozando un día de sol, el padre, la madre, el hermano mayor, la hermanita, y había una hermanita más, que no salió en la foto. Solo él quedó vivo. De su viejo barrio, apenas hay unas casas abandonadas. La película ofrece allí un dibujo evocativo, agradable, de gente reunida ante los músicos ambulantes, un dibujo de lindos colores, que contrasta con las paredes descascaradas que quedaron. Pero ahí estaba el árbol del título. El hombre ve a ese árbol como una metáfora de sí mismo. Nosotros vemos a ese hombre como un ejemplo de entereza. Autor, Tomás Lipgot, documentalista sensible, sencillo, y sinceramente comprometido con sus retratados, como ya hemos visto en Fortalezas, Moacir, y Ricardo Becher, recta final. Digno de aprecio.
El árbol de la muralla Por Blanca María Monzón Publicado el 9 febrero, 2013 por Blanca María Monzón Ficha Técnica El árbol de la muralla D: Tomás Lipgot Estreno en Buenos Aires 14-02-2013 Sin apelar a golpes bajos, las historias de vida de Tomás Lipgot, siempre tienen el poder de emocionarnos. Esta vez el personaje elegido es Jack Fuchs, uno de los últimos sobrevivientes del Holocausto, quien vive en Buenos Aires desde 1963. Enfrentarnos a él, a su serenidad, humor y amor a la vida, nos hace reflexionar en incontables sentidos, ya que es un ejemplo de templanza y sabiduría. Pensar que este hombre nacido el Lodz, Polonia en 1924, sobrevivió al horror que implica haber sido prisionero durante años en campos de concentración, entre ellos Auschwitz -donde pierde a toda su familia- representa un ejemplo por momentos inexplicable de fortaleza. Luego de 40 años de silencio habla de su encierro a los 15 años en el guetto de Lodz, de su deportación a Auschwitz y de su último destino en Dachau, hasta el final de la guerra. Pero también nos habla, de cómo reconstruyo su vida, de su mujer, de su hija, de sus tres nietas, de sus pensamientos, sentimientos, de sus luchas y de su trabajo. Porque cuando vemos su alegría, su mesura, o lo escuchamos comentar “qué lindo día” o el relato de cuando fue recogido bañado y vestido con un pijama… y pensó “ahora estoy listo para morir” estaba pensando en la dignidad que todos los seres humanos deberíamos tener en ese momento. Lipgot elige como estrategia narrativa mostrar el trabajo de los últimos años de Fuchs, quien se ha dedicado con pasión a la difusión del tema de la Shoá en numerosas instituciones, escuelas y universidades de varias ciudades del país, sumado a la animación, a imágenes filmadas por su protagonista y al trabajo de Eva Puente. Al comienzo Fuchs relata, que le era imposible hablar de la palabra Holocausto, porque a eso sólo lo entendían ellos, pero no la ajenidad, que desconocía el genocidio nazi. Y hace una referencia al primer mandamiento -No matarás-, y esto no es una casualidad, ya que el hombre es el enemigo más grande de sí mismo. Fuchs, quien a sus casi 90 años sorprende por su lucidez mira su historia y todavía no puede creerla, aunque las preguntas sean lógicas, venir de ese mundo no lo es: el hombre mata por matar. Lipgot cuenta que este documental que lleva el nombre de El árbol de la muralla es un libro editado en octubre de 2012 escrito por la sicoanalista Eva Puente a lo largo de dos años de muchas horas de conversación. Ella es quien lo convoca para el registro de las imágenes de las entrevistas, y con ella viajan todos a Polonia para recorrer los campos de concentración y su Lodz natal, a donde se suman los relatos escuchados allí. Por lo tanto este es un trabajo, que si bien en un primer momento no surgió de su deseo, al conocer a Fuchs quedo absolutamente atrapado con su persona, dueña de una inmensa sabiduría para enfrentar la vida, que lejos de victimizarse, sigue luchando por un mundo mejor. La animación es un recurso que contribuye a tomar distancia de “la pornografía del horror”. Y en este sentido escapa al regodeo, pudiendo al mismo tiempo transmitir algo del mismo, e imaginar parte de ese sufrimiento. Sobre este trasfondo donde otros hombres tomaron el poder de suprimir la vida matando a millones de seres humanos, las palabras siempre excederán la posibilidad de representar el horror. No obstante sobre esto nunca alcanzará seguir hablando de ello. Es un derecho inalienable a la vez que un deber para comunicar a las nuevas generaciones. Todos hemos visto infinidades de films, escuchado relatos, entrevistas, leído textos… pero no existe nada, que pueda representar el poder, las órdenes, los que las ejecutaban, y esa infernal maquinaria de la muerte. Esas lápidas que yacen entre los pastos son los testigos mudos de lo innombrable, donde en este caso el racismo es la metafísica de la muerte. Porque el mismo representa la condición desde la cual el derecho a matar se legitima. Y esa legitimación es válida para todos los genocidios. Por esto El árbol de la muralla representa un esfuerzo más para describir, pensar e interpretar la locura de los hombres. Participó de: 1a Semana del Cine Documental Argentino, Buenos Aires 19º Festival Internacional de Video de Rosario 2° Muestra de Cine Nacional, Cordobés y de Nuevas Tecnologías, Córdoba 28º Muestra de Cine Independiente de Cipolletti, Rio Negro 5º Festival De Cine Latinoamericano de Flandes, Bélgica, Competencia Oficial 5º Festival Cine B, Santiago de Chile 10mo. Festival de Cine Judío, Buenos Aires, Argentina 24º Festival de Cine Judío de Vancouver, Canadá 10mo. Festival de Cine Judío de Punta del Este, Uruguay Jornadas por el Día Internacional para la Recordación del Holocausto, Caracas, Venezuela 34º Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana, Cuba SOBRE JACK FUCHS Escribió los libros Tiempo de Recordar (Editorial Milá, Buenos Aires, 1995) y Dilemas de la Memoria (Editorial Norma, Buenos Aires, 2006) y es colaborador de la sección “Contratapa” del diario Página/12. SOBRE EL DIRECTOR Tomás Lipgot nació en la Patagonia argentina en 1978, es director y productor de cine. Dirigió diez cortometrajes y en 2005 realizó su opera prima de ficción, “Casafuerte”. En el año 2010 estrenó los largometrajes documentales “Fortalezas” y “Ricardo Becher, Recta Final” y en 2011 estrenó el documental “Moacir”. Todos sus trabajos recorrieron diversos festivales mundiales y han obtenido diversos reconocimientos y premios. Es fundador de la productora Duermevela, con la que realizó sus films, y además coprodujo varios largometrajes de ficción. En la actualidad está realizando la preproducción -en coproducción con el estudio de animación Hookup- de su largometraje de animación “Gilgamesh”, basado en “La epopeya de Gilgamesh”, la historia más antigua de la humanidad, escrita hace 4000 años aproximadamente. También está trabajando en un nuevo documental sobre el pueblo gitano. “El árbol de la muralla” es su quinto largometraje.
Escuchar para ser testigos El ejercicio de la palabra, como forma de memoria y como acceso a la verdad, tal como lo consagran las tradiciones judías, es la base de este film en el que Jack Fuchs, que estuvo en el campo de exterminio de Dachau, entrega sus recuerdos como un legado. “Primero vino la palabra”, es lo primero que dice Jack Fuchs a cámara, citando a la Biblia, aunque más tarde no tendrá ningún empacho en aclarar que jamás creyó en Dios. “En el caso de la Shoá, primero fue el hecho. Por eso, después de la guerra nosotros no podíamos hablar de la Shoáh, porque no sabíamos qué nombre darle.” En verdad, y tal como él mismo reconoce, le llevó bastante más que “después de la guerra” a Jack Fuchs hablar de su condición de sobreviviente de los campos de exterminio nazis. Le llevó cuarenta años. Después de eso no dejó de hacerlo, como testimonian no sólo sus contratapas en Página/12, sino sus libros Tiempo de recordar (2006) y Dilemas de la memoria (2006). El ejercicio de la palabra, como forma de memoria y como acceso a la verdad, tal como lo consagran las más ancestrales tradiciones judías. Basado en parte en el libro de conversaciones homónimo, entre Fuchs y la psicoanalista Eva Puente, El árbol de la muralla no podía ser sino un film hablado. Pero se trata de un film hablado por alguien que no es, por suerte, una reproductora de casetes, sino una persona. El brillo pícaro en los ojos, el sentido del humor (“no es la primera que estoy en Auschwitz, es la segunda”, dice en su regreso al campo de exterminio, “la diferencia es que la vez anterior no tuve que pagar para entrar”), la calidez (“¿quieren tomar algo, un tecito?”, les pregunta a los miembros del equipo de filmación), algo de idische tatele incluso (“¿seguro que no quieren comer nada?”). Un film hablado por alguien a quien, con cuarenta años de residencia en la Argentina, el castellano todavía le cuesta. Con un acento y una gramática que parecen como si hubiera llegado ayer, o anteayer, a Fuchs cada tanto se le olvida alguna palabra y tiene que decirla en polaco. O prefiere, en una ocasión formal –como cuando lo nombran Personalidad Destacada en Derechos Humanos– que sea otro quien lea su texto. Otra, más precisamente, su nieta Florencia, que le hace a veces de lazarilla idiomática, otras de entrevistadora informal. “Se me mezclan todos los idiomas”, dice Fuchs, durante una visita a Polonia. Se entiende: al polaco y el yiddish de cuna, este nativo de Lodz le sumó el inglés (terminada la guerra emigró a Estados Unidos, y allí permaneció casi veinte años) y el castellano, desde que llegó a Buenos Aires, en 1963. Se entiende que los idiomas se le mezclen en ese momento y no en otro: está de regreso en su ciudad, allí donde alguna vez estuvo el gueto. Pero a este sobreviviente sonriente no lo van a correr con aquello de que la infancia es la patria del hombre. “No tengo ningún sentimiento, porque nada de lo que veo se parece a mi pasado”, frena a alguien que parece estar pidiéndole lágrimas. “Me gusta hablar con vos, porque como hija de sobreviviente, yo tengo un poco la idea de que en el principio fue la Shoá, como si antes de eso no hubiera habido nada”, le dice su amiga Diana Wang (otra de sus amigas es Elsa Oesterheld). “Pura tragedia, muerte, exterminio. Pero vos me traés una imagen viva, pujante, vibrante, de cómo era la vida en Polonia.” Fuchs es lo suficientemente generoso como para no querer ser propietario exclusivo de la verdad (en lugar de afirmar, suele pensar en voz alta) ni de la tragedia. “Asociar el nazismo exclusivamente con la destrucción de los judíos es cometer dramáticas omisiones, que nos perjudican a todos”, recuerda en un texto. “Entre las víctimas del nazismo estuvieron los opositores políticos, las personas con discapacidad, los testigos de Jehová, los homosexuales, los ciudadanos polacos, los gitanos...” Tan generoso, que reconoce que se sigue “autocensurando”, filtrando los recuerdos (estuvo en Dachau, perdió al resto de la familia en Auschwitz), para que al interlocutor el relato no se le vuelva intolerable. No se esperen de El árbol de la muralla cadáveres apilados, hombres-esqueleto, kapos sádicos, ejecuciones sumarias. Basta con una sola afirmación, más poderosa que mil descripciones: “Si la guerra duraba dos días más, yo no sobrevivía”. Fuchs sobrevivió, ya cumplió 88, no ignora que la naturaleza humana no se parece a las películas de Disney (“Por algo el primer mandamiento dice ‘No matarás’, ¿no? Quiere decir que la gente se mata”), no olvida nada y, sin embargo, sonríe. “Mataron a millones, pero no nos pudieron deshumanizar”, dice. “Mi abuelo me decía que el que escucha se convierte en testigo”, le recuerda a la nieta. Como quien entrega un legado, de modo muy alusivo y sin hacer sentir el peso del legado. El espectador escucha, y se convierte en testigo.
Lo imposible Documental de Tomás Lipgot en torno de Jack Fuchs, sobreviviente de Auschwitz. En El árbol..., Tomás Lipgot y Jack Fuchs -realizador y protagonista de este documental- muestran que el ser humano es capaz de cualquier cosa: incluso de hacer una película sobre el Holocausto dejando el horror fuera de campo: visual y oral. Al final queda, sí, un lógico sedimento de dolor e incredulidad, pero también de calma, vitalidad, bienestar, incluso de humor: lo que no pudieron arrebatarle a Fuchs ni el precoz encierro en su ghetto en Polonia, ni los campos de exterminio nazis -en Auschwitz asesinaron a toda su familia-, ni el exilio. No hablamos de un mero alegato histórico ni, mucho menos, de un ejercicio de autocompasión. Lipgot ( Ricardo Becher, recta final, Moacir) es un realizador sensible, no sentimental, que elude lo universal en busca de lo peculiar; Fuchs, un hombre de 88 años que, tras cuatro décadas de silencio, evita los clichés y afanes de comprensión. “No tengo explicaciones. Los victimarios tuvieron un antes, durante y después; la perspectiva completa. Pero callaron”, dice. Lipgot lo muestra en su cálida vida cotidiana, en sus lúcidas conferencias, en su regreso a Lodz -donde el mismo Fuchs filma y narra su encuentro/desencuentro con una ciudad que es y no es la suya- y en sus diálogos con familiares y amigos. En pantalla aparecen psicólogos y psiquiatras que analizan su historia -mientras el aludido parece acordar por cortesía- y víctimas de otros genocidios (como su amiga Elsa Oesterheld), que comparten la serenidad y agudeza de Fuchs con empatía. La película cuenta con bellas secuencias animadas y filmaciones en Súper 8 del protagonista junto a la familia que logró formar en la Argentina. De sus padres y hermanos, en cambio, le queda apenas una fotografía. Sabe que lo que vivió no es transmisible, aunque en una charla ante jóvenes explica: “Cada persona que escucha un testimonio de la Shoah se convierte en un testigo”. En su biblioteca asoma el lomo de La historia del amor, de Nicole Krauss. El protagonista es un viejo polaco obsesionado con no morirse un día en que nadie lo haya visto. Y que, al final de su vida, reencuentra emociones que suponía perdidas.
Jack Fuchs sobrevivió al Holocausto y vive en Buenos Aires. De rostro sereno, tono distendido y humor inteligente, permaneció prisionero durante años en campos de concentración, entre ellos en Auschwitz, y perdió a toda su familia en la Segunda Guerra Mundial. Pese al dolor, y luego de 40 años de silencio, Jack ofrece charlas y conferencias, recibe visitas y cocina para su familia y amigos. El director Tomás Lipgot tomó a este personaje para llevarlo a este documental concebido con enorme ternura y sólida emoción. Utilizando la animación e imágenes filmadas por el propio Fuchs como recursos, el film compone el retrato de un sobreviviente del genocidio nazi que, a sus casi 90 años, sorprende por su lucidez y su encantamiento. A través de las palabras del protagonista cobran vida sus recuerdos de aquellos años de torturas y de horror, se destacan su valiente accionar en medio de la metralla, se refleja su tan esperada liberación y se remiten a su estancia en los Estados Unidos hasta que, en 1963, se radicó en Buenos Aires. El documental nació a partir del libro El árbol de la muralla , que la psicoanalista y poeta Eva Puente escribió luego de incontables horas de conversación con Fuchs. En ese tiempo, la autora recogió sus palabras, y luego lo acompañó a Polonia, para recorrer los campos de concentración en los que estuvo encarcelado. El film permite una enorme reflexión acerca de ese hombre de calidez extrema. Salpimentado con dibujos de gran calidad, este documental es una lección de vida de Fuchs que, con picardía, dice que no es conveniente arrojar cadáveres ensangrentados cuando se trata de explicar la tragedia del Holocausto. Ver esta película es, sin duda, un emocionado encuentro con alguien que supo transformar el dolor en optimismo.
Cómo reconstruir el presente En "El árbol de la muralla", el cineasta entrevista y recorre momentos de la vida de Jack Fuchs, uno de los pocos sobrevivientes del Holocausto, que nació hace 87 años en Lodz, Polonia y hoy vive en Buenos Aires, a donde llegó debido a que tenía unos familiares radicados en nuestra ciudad. Entre los últimos documentales del director Tomás Lipgot, se conocieron "Moacir", sobre el cantante y compositor brasileño Moacir Dos Santos y "Ricardo Becher, recta final", dedicado al fallecido director de cine Ricardo Becher. En "El árbol de la muralla", el cineasta entrevista y recorre momentos de la vida de Jack Fuchs, uno de los pocos sobrevivientes del Holocausto, que nació hace 87 años en Lodz, Polonia y hoy vive en Buenos Aires, a donde llegó debido a que tenía unos familiares radicados en nuestra ciudad. La mayor parte del documental muestra a Fuchs en las charlas y conferencias que dicta en universidades, en diálogos con amigos, como el que tiene con la psicoanalista Eva Puentes, la que le sugirió al director Tomás Lipgot, la idea de hacer la película. LA TRAGEDIA Siendo niño, Jack Fuchs, fue apresado por los nazis, junto a sus padres y trasladado a los campos de concentración de Auschwitz, Polonia. A los veintiún años Fuchs fue dejado en libertad, aunque nunca supo nada más de sus padres y hermanos, los que presume que murieron en los campos de concentracion. A los cuarenta y dos, formó una familia y a los sesenta y tres falleció su mujer. En la actualidad, el investigador, escritor y pedagogo polaco, disfruta de la compañía de su hija y sus tres nietas. Jack Fuchs confiesa frente a la cámara que recién después de cuarenta años pudo hablar y contar en parte la tragedia que significó el Holocausto. Aunque no puede dar detalles de cómo era la vida en Auschwitz. CIUDAD NATAL El cineasta acompaña a Fuchs a su ciudad natal, Lodz y al entrevistado prácticamente le resulta irreconocible el lugar en la actualidad. Su casa de la infancia fue destruida y reemplazada por otra y las calles en las que él jugaba de niño son totalmente distintas ahora. En un momento Fuchs recuerda cómo fue qué los nazis lo descubrieron a él y su familia, tras esconderse en una de las habitaciones de su casa en Lodz. Cuenta que las patrullas nazis recorrían casa por casa y que ellos estaban encerrados en un cuarto, cuya puerta esta tapada por un armario. Poco después señala que a los viejos y a los niños se los separaba del resto de los adultos en los campos, pero por momentos se queda en silencio, como intentando ordenar sus pensamientos. "El árbol de la muralla" ubica en primer plano la voz de Jack Fuchs y a la vez, a través de lo que dice el entrevistado, permite establecer un amplio paralelo entre el ayer y el hoy, sobre los conflictos que vive la humanidad, y que la humanidad crea.
De Thomas Ligot, un conmovedor e inteligente documental sobre Jack Fuchs, uno de los pocos sobrevivientes del holocausto. Su lucidez, su inteligencia emocional sorprenden, da cátedra de vida.
Tomás Lipgot ya había demostrado en su anterior documental Moacir, una precisión casi inigualable para acercarse a personajes que parecerían pequeños y convertirlos en enormes, gigantes, sobre todo (más en este caso) por la riqueza de su historia, a pesar de la dureza de la que hablamos. La figura principal de El árbol de la muralla es Jack Fuchs, sobreviviente polaco del campo de concentración de Auschwitz. Pero no es este un documental sobre el horror del Holocausto, sino sobre lo que vino después para un sobreviviente tan joven como él; aunque claro, las reminiscencias al espanto son permanentes. Luego del asesinato de toda su familia vino el exilio en Argentina, y de alguna manera se sobrepuso, como y hasta dónde se puede. Hoy con sus 88 años es un hombre callado, que despierta ternura, y que no necesita explicaciones sobre lo sucedido ni un por qué de ese actuar perverso, ¿acaso existen esas respuestas? Lipgot lo muestra en su rutina cotidiana; regresando a su pueblo natal al que le cuesta reconocer; dando algunas conferencias; y junto a su entorno cercano. También se intenta dar un cierto análisis psicológico de su personalidad mediante charlas con profesionales, pero no pareciera que Jack esté demasiado convencido o atento sobre lo que se dice. Habrá momentos también para hablar de los horrores locales, de las dictaduras, muchos de sus amigos las sufrieron, y sirve como una suerte de contrapunto interesante. Lipgot logra algo que pareciera imposible, hacer un film sobre un sobreviviente del nazismo, sin mostrar las crudas escenas y sin evocar al golpe del espanto. A pesar de lo duro de lo que se cuenta, no es mostrado de una manera cruda, sino hasta esperanzadora, como intentando demostrar que hasta del peor horror una persona se puede sobreponer a fuerza de espíritu. El árbol de la muralla es un documental extremadamente simple, íntimo y corto, pero su paso para el espectador no será en vano; es extraño salir de escuchar hablar del Holocausto y tener una sensación agradable, aunque sí, por supuesto, conmovedora. La cámara intimista de Lipgot obliga al ritmo tranquilo, pausado, el necesario para contarnos la historia de una persona de 88 años. Y como es fundamental en todos los documentales centrados en una figura, Jack Fuchs se gana al espectador, un hombre tierno pero que al observarlo tranquilamente demuestra las innegables marcas de lo vivido. El mensaje final apunta a lo inquebrantable, a aquello que nadie ni nunca se podrán llevar, las ganas de vivir que llevan a reponerse de todo. Aquellos que buscan quebrar a una población nunca cuentan con estas personas sobrevivientes, que podrán mirar el futuro y ver algo de esperanza después de todo lo espantoso vivido.
Este nuevo documental del realizador Tomás Lipgot, cuyos trabajos anteriores ("Ricardo Becher-Recta Final", sobre el director de cine internado en un geriátrico, o "Moacir", sobre el cantante brasileño que estuvo en el Hospital Borda) también intentan abordar a personajes difíciles, se centra en Jack Fuchs, un polaco de 88 años sobreviviente del Holocausto que actualmente vive en Buenos Aires y para el cual tuvieron que pasar cuatro décadas luego del horror para que empezara a contar su conmovedora historia. Con tan sólo 15 años fue encerrado en el gueto de su pueblo natal hasta 1944, fecha en que fue deportado junto a su familia a Auschwitz. Desde ese momento perdió contacto con sus seres queridos y fue trasladado nuevamente al campo de concentración de Dachau, donde fue obligado a trabajar. Allí permaneció hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Cuando despertó de la pesadilla real, viajó a Estados Unidos y en 1963 se radicó definitivamente en Buenos Aires, En los últimos años, Fuchs se ha dedicado intensivamente a la difusión del tema de la Shoá (la memoria del Holocausto) en numerosas instituciones, escuelas y universidades judías y también católicas de varias ciudades del país. Actualmente es colaborador de la sección "Contratapa" del diario Página/12. Tras 40 años de silencio, Jack Fuchs pudo comenzar a contar su historia, primero en una entrevista concedida a Página/12 hace más de veinte años y posteriormente en un libro que la psicoanalista y poeta Eva Puente escribió luego de incontables horas de conversación con Jack y cuyo título dio nombre a éste documental. Luego Fuchs escribió los libros "Tiempo de Recordar" (Editorial Milá, Buenos Aires, 1995) y "Dilemas de la Memoria" (Editorial Norma, Buenos Aires, 2006), donde relata su infancia en Polonia, recuerda a sus padres y hermanos, analiza el avance del nazismo e, incluso, opina sobre temas de actualidad como el conflicto árabe-israelí. Una cámara que busca permanentemente transmitir los sentimientos de un ser humano que sufrió los horrores de Auschwitz y que perdió a toda su familia en la Segunda Guerra Mundial, pero que ha logrado rearmar su vida con mucho humanismo, combinada con material de archivo, entrevistas y grabaciones de VHS realizadas por el propio Fuchs en su visita años atrás a Polonia y al campo de concentración, sirven para retratar la historia de este sobreviviente del genocidio nazi que a sus casi noventa años, con rostro sereno, tono distendido y con gran lucidez y sabiduría, relata parte de sus memorias y anécdotas logrando la total empatía del espectador. Acertados momentos de animación, que ilustran partes sumamente dramáticas de su relato, sumados a otros en los que se ve el detrás de escena de la filmación, descomprimen mucho el horror que se cuenta y le dan fluidez a este documental. El árbol de la muralla logra una especie de memoria oral del Holocausto, un testimonio que nos hace testigos y que sirve para recordar y que no se repita. Una tragedia en la cual sus propias víctimas tuvieron que buscar la explicación de lo que no sabían y para lo que no tenían palabras. La enseñanza de que, a pesar de los horrores vividos, muchos de los sobrevivientes encontraron la forma de seguir viviendo, volver a amar y construir una familia. Como proclama su personaje: “A pesar de todo, los nazis no nos pudieron deshumanizar”.
La gramática de la memoria La mayor es un relato de Juan José Saer donde se cifra una problemática que motiva gran parte de su obra. Allí su personaje, Tomatis, se debate entre la imposibilidad y la necesidad de hallar las palabras que puedan, en alguna medida, dar cuenta de su experiencia. Esa misma tensión acompaña buena parte de la vida de Jack Fuchs y se convierte en el eje que articula El árbol de la muralla, la película con la que Tomás Lipgot se propuso retratar a este judío de origen polaco que terminó su destino errante en Argentina, luego de haber sobrevivido en su adolescencia al Holocausto, donde perdió al resto de su familia. Cuarenta. Es el número de años que según el propio Fuchs transcurrieron para que se decidiese a compartir abiertamente su lejana –en el tiempo, no así en su memoria– experiencia. Años más, años menos, ese período de latencia que comparten, en su mayoría, quienes fueron víctimas de las más sinuosas modalidades que sabe adoptar el terrorismo de estado, parece ser también una tregua para consigo mismo. Un intervalo en el que, en el mejor de los casos, la persona se dedica muy secretamente a filosofar, según palabras del propio Fuchs, esto es: a dar con la elusiva gramática de la Memoria, edificada pacientemente a base de expresiones que llegan a su tiempo -con el esfuerzo de un parto- para emparchar aquellos agujeros por donde amenazan con escurrirse los recuerdos. Construida también con la ayuda de deliberadas e inconscientes elipsis, saludables en igual grado tanto para quien comparte su experiencia como para el interlocutor que se presta a oírlo. Porque, se sabe, otro de los requisitos para la emergencia de esta necesidad de poner en palabras la propia experiencia tiene que ver con que exista un interlocutor, no tanto dispuesto, sino más bien preparado para escuchar. Y esto no se logra sólo con el trabajo paciente de los años; antes tiene que ver con la calidad del compromiso que asuma la sociedad para enfrentarse a su pasado y resarcir, en la (in)justa medida en que esté dispuesta a hacerlo, los daños ocasionados a las víctimas del terrorismo de estado. Lo aprenden día a día los europeos, al igual que lo hacemos nosotros desde este lado del Atlántico. La sincera amistad que estrecha a Jack Fuchs con Elsa Oesterheld es una prueba de ello. Una relación solventada en dos grandes identificaciones: un pasado de pérdida y dolor, junto a la entereza y vitalidad con que se paran ante la vida, y un común rechazo: el odio, no sólo el que podrían sentir hacia sus victimarios sino también hacia la vida que les tocó en suerte y que asumen como una condena. “Estuvimos condenados a vivir y los otros estuvieron condenados a morir” dice Fuchs, y tras su voz se cuela como un eco el asentimiento de Elsa. El odio no colabora en el hallazgo de las palabras capaces de sostener un relato, entendido éste como un discurso cohesionador de las experiencias que permitan una estadía, armoniosamente conflictiva, en la propia vida y la de ésta en la Historia. Como mucho, puede componer una enumeración caótica de insultos y otras invectivas, con la sintaxis anémica de una lista de supermercado. Sortear el odio (un ejercicio tan necesario como tan poco practicado históricamente por algunos sectores en la Argentina) significa, entonces, en esta trabajosa tarea con las palabras, recuperar la función cognitiva del lenguaje, recomponer su relación directa con el pensamiento. Jack Fuchs se convirtió con los años en un fervoroso militante por la Memoria: escribe en periódicos, ha publicado dos libros, dicta con frecuencia charlas en universidades y escuelas, y hasta recibe en su casa, con hospitalidad helénica, a quien esté dispuesto a dialogar con él. Hasta allí se llegó Tomás Lipgot con la cámara para plasmar su propio retrato de Fuchs. Por suerte Lipgot tiene el oficio suficiente como para no convertir a su retratado en un busto parlante. A ello también colabora en gran medida el propio Fuchs, quien con sus casi noventa años hace gala de una vitalidad capaz de opacar la de cualquier joven. Combinando entrevistas, videos hogareños, participaciones en programas televisivos e incluso animaciones -que brindan un soporte en imágenes a los pasajes más traumáticos del relato-, y siguiendo al personaje en su cotidianidad, se va componiendo al tiempo que la figura del retratado otra tanto más compleja: la del mapa de la fortaleza humana para sobreponerse a sus propias miserias. La película tiene al menos dos valores. El más evidente, servir al testimonio del sobreviviente de los campos de concentración como cadena de transmisión entre generaciones; el otro reside en lo específicamente cinematográfico de su gesto. Sólo la imagen cinematográfica es capaz, con su densidad y con sus tiempos, de recuperar para el futuro el testimonio de Jack Fuchs tal como merece ser conservado. La palabra acompañada por los gestos, las sonrisas, los quiebres de voz, esto es: la palabra viva en su contexto de oralidad. De otro modo, por ejemplo, la cicatriz que da cuenta del desarraigo de Fuchs se perdería inevitablemente si la cámara de Lipgot no hubiera capturado la disputa que se libra en su habla entre las tres lenguas que dibujan su itinerario por el mundo: el polaco, el inglés y un español que suele traicionarlo por momentos mezquinándole alguna palabra. Suele decirse que las ficciones del nuevo cine argentino si no reniegan, al menos son hábiles para eludir lo político y un tanto haraganas para pensar sus historias dentro de la Historia. Se agrega también que en ese terreno, el de lo político asumido como tal, abonan mejor los documentales. En la serie de Los rubios, pasando por Cándido López, los campos de batalla, hasta la más reciente Tierra de los padres de Prividera -entre otras excepciones-, El árbol en la muralla viene, a su modo, a sumar un argumento más en el sentido de reforzar esa hipótesis.
Reflexiones de la Shoah Documental sobre las experiencias y secuelas sufridas por Jack Fuchs durante el genocidio Nazi. Interesante película que sigue a su protagonista en su vida cotidiana mientras en cada entrevista reflexiona sobre las múltiples aristas que dejó el holocausto, ya sean propias o más universales. Un documental simple, paciente y muy honesto que por momentos se pierde en la anarquía del recuerdo o en un pobre uso de algunas animaciones, sin embargo termina siendo un retrato fiel y muy atractivo. "El árbol de la muralla" es un documental fascinante sobre lo que significa ser un sobreviviente del holocausto u el horror, en su visión más universal, y tener los suficientes años para que la herida cicatrice. En cada una de sus entrevistas, clases en facultades o charlas con conocidos, el protagonista intenta explicar cómo fue su experiencia, pero nunca puede lograrlo de forma completa. Como bien él recita, "Quien estuvo allá nunca puede transmitir lo que vivió", mientras también aclara "Quien no estuvo allá nunca se lo puede imaginar". Es decir, el ser humano realiza actos de los cuales no quiere saber nada. Así es como "El árbol de la muralla" se forja como un relato simple e íntimo donde su protagonista junto a sus acompañantes reflexionan constantemente sobre su vida durante el antes, el mientras tanto y el después de la Shoah. Son sus múltiples resoluciones como que todos los judíos estuvieron condenados a vivir o a morir, lo que hacen del documental un ente muy interesante que obliga al pensamiento constante junto al visionado de las imágenes. Sin embargo, la trama padece de serios problemas a la hora de constituirse. Las animaciones tan simples y tan comunes en los documentales no aportan nada a la historia y asimismo la música cobra una presencia tan poderosa que termina estorbando en vez de acompañar. No obstante, el mayor de los inconvenientes reside en los propios dichos de "Jack Fuchs" quien aunque pueda ser la persona más autorizada para decir tales comentarios, los mismos resultan ser demasiado superficiales. Son sus palabras que al intentar expresar de forma tan simple algo que él mismo admite no poder explicar lo que en gran medida hace de las posibles lecciones de vida en algo más bien obvio o irrelevante. Si bien es incuestionable el alto grado de valor que cada palabra suya tiene, es también bastante desilusionante salir del cine con la sensación de que se pudieron haber sabido cosas más profundas del señor Fuchs. Cuestiones que tal vez como termina la película, podrían ser analizadas en la próxima sesión.
Demasiada realidad Serge Daney, el crítico de cine más lúcido de todos los tiempos, decía: "La memoria es como una flor de papel en el agua: no siempre está a flote". La flor flotante del sólido documental de Tomás Lipgot es Jack Fuchs, sobreviviente de un campo de concentración nazi que todavía vive y reside en nuestro país. La metáfora elegida por Lipgot para nombrar a su personaje remite a un recuerdo del protagonista. Se trata de un árbol que nacía entre las paredes de Auschwitz o Dachau: en boca de Fuchs, pura inmanencia vital o poesía orgánica en rebelión contra el exterminio organizado. En efecto, Fuchs luce como un roble y, a diferencia de otros sobrevivientes, nunca dimite y sigue eligiendo la vida. El procedimiento narrativo de Lipgot es tan austero como el que usa para establecer la universalidad del caso: una entrevista informal, algunas apariciones de amigos, familiares y especialistas de la salud, material de archivo (clases en universidades, programas de televisión y un registro de video del propio Fuchs al regresar a Lodz, su ciudad natal), tres o cuatro secuencias animadas y algunos planos generales, discretos pero precisos, sobre el campo de concentración en el que Fuchs pasó parte de su vida y vio morir a su padre y sus hermanos. El testimonio oral es fundamental porque quien habla ha vivido lo que cuenta; se trata de una conjura verbal del olvido frente a una experiencia colectiva que, a pesar de haber sido representada una y otra vez, se resiste a la simbolización y a una justa representación. Fuchs insiste una y otra vez sobre lo irreal e ilógico de aquel momento, y alguien dirá que fue "demasiada realidad". De ahí el imperativo constante en todos los sobrevivientes de hablar y escribir. Un plano sobre la repisa de la casa de Fuchs permite ver no sólo Tiempo de recordar y Dilemas de la memoria, dos libros del propio Fuchs, sino otros clásicos de la materia como El hombre doliente de Viktor Frankl y Los hundidos y los salvados de Primo Levi. La insistencia en la palabra escrita es un indicativo de algo impensable, y por tanto innombrable. "Dios dijo que sea la luz... Y se hizo la luz. Quiere decir que primero vino la palabra. Pero en la Shoah no vino primero la palabra. Fue de hecho. Y después se preguntó qué fue", dice Fuchs en el preámbulo del filme. "Cada persona que escucha un testimonio de la Shoah se convierte en un testigo", afirma Fuchs citando al poeta Elie Wiesel. El filme de Lipgot amablemente nos convierte en testigos y cómplices de la dignidad humana.
La construcción de la memoria Una de las muchas ilustraciones de las que se compone el imperdible MetaMaus, de Art Spiegelman (sobre su historieta maestra, la única capaz -según Serge Daney- de hacer lo que ninguna película logró: retratar el horror), se titula "El pasado se cierne sobre el futuro". Una litografía donde padre e hijo ratones -convención gráfica para emular los judíos- juegan en el living, con un muñeco de Mickey Mouse, trencito, televisor, mientras un gatito descansa sobre el sillón y unas sombras enormes de ratones ahorcados son proyectadas sobre la pared de fondo. La transición generacional, histórica, es admirable. El pasado en las espaldas. Y el porvenir entre trencito y gatito (guiño gráfico a la convención animal que toca a los alemanes en Maus, amén de lo que significa el tren). En el medio, un padre que cuida a la hija e hilvana una historia porque, necesariamente, lega. Dolor compartido y, de nuevo, Maus como obra extraordinaria al respecto. La cita viene a cuento porque, casualmente, el libro referido es reciente y coincide con el estreno en Rosario de El árbol de la muralla. Entre sus páginas y la película de Tomás Lipgot se enhebra un sentimiento afín, de sensibilidad compartida. Si para Spiegelman el móvil serán las memorias de Vladek, su padre; para Lipgot el vínculo estará en Jack Fuchs, otro padre: ambos, sobrevivientes de Auschwitz. También porque en esa imagen que media -entre las sombras de muerte y la hija- hay una responsabilidad que se cifra en el acto de contar. Decir para cuidar a quien viene después, como testigo de una memoria que habrá de volver a decirse. Podrían destacarse momentos donde, justamente, el decir de Fuchs más impacta. Ninguno como su "ahora puedo morir", luego de sobrevivir a Auschwitz. Ahora puedo morir porque ahora tengo una vida donde, porque de eso se trata, morir. Hay una condición humana recuperada. Y si bien todo esto es consecuencia del pensamiento y predisposición de palabra de Jack Fuchs -vida plena, de 88 años- también lo es desde la organización audiovisual de Lipgot, lo que es decir, desde la puesta en escena de la película. En este sentido, Fuchs es inevitablemente personaje de Lipgot, y Lipgot sabe muy bien quién es Fuchs porque la sensibilidad permanece, se respeta, se escucha. Hay diálogos, hay momentos cotidianos, hay situaciones de humor, hay animaciones: allí donde lo referido no puede ser mostrado porque ¿cuál sería la imagen, cuál la palabra, que puedan apresar el horror? (Curiosamente, la elección del dibujo devuelve esta nota a la historieta que Maus es. También con dosis de humor, también con la complejidad suficiente como para dejar de lado los lugares comunes y la corrección política.) El árbol de la muralla es una construcción sobre la memoria. Lo ha señalado el director a este diario. Y se comprueba porque basta con ser lo que la película pide: espectador. Mirar y escuchar. Luego decir sobre lo visto y oído. Así siempre.
Publicada en la edición digital #248 de la revista.