Criminal suelto, detective atado. Con un aura mística que recupera la cosmogonía maya, El Día Fuera del Tiempo introduce al espectador en la investigación de un detective privado de la muerte de una estricta profesora de catequesis en un colegio privado religioso franciscano en el año 1987 en Argentina. Con el trasfondo del levantamiento militar liderado por Aldo Rico y la sanción de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, el thriller discurre alrededor de una niña, Ariadna, que con un dibujo parece haber presagiado la muerte de la profesora. Su madre, sobreviviente de un centro de detención clandestino, vive recluida en su casa y teme salir producto de la sanción de las ominosas leyes que dejaron libres a los cuadros operativos del Proceso de Reorganización Nacional que secuestró a treinta mil personas. La tía de Ariadna, Emilia, profesora de música del colegio y hermana melliza de la madre de la niña, recurre al padre Rafael, un joven cura benedictino y ex enfermero, como confesor y amigo mientras que los curas se muestran esquivos a la investigación. La niña, concebida en un centro clandestino tras su secuestro durante la última dictadura militar, parece ser la clave de un misterio en el que todo el colegio parece involucrado. Gracias a una serie de gags humorísticos producidos por algunos personajes secundarios, como un eterno monaguillo y un vendedor de golosinas homosexual del colegio, la película se transforma de thriller policial religioso en una comedia absurda. Estos chistes disparatados son lo mejor del convite y representan la imposibilidad de la película de desarrollar una trama policial creíble y sólida. El Día Fuera del Tiempo adolece de graves problemas en su guión y nunca puede resolver una escena sin ad-hocs que se trasladan finalmente a las actuaciones, atentando contra la coherencia narrativa. La profundidad que el conjunto de las historias debería transmitir se desintegra debido a la pobreza de cada una de las subtramas y de los diálogos. Al buscar una resolución la película solo consigue confundir más al espectador sobre las intenciones narrativas. Escena tras escena hay un derrumbe que solo es amainado por las intervenciones cómicas de los actores secundarios. Desgraciadamente el film nunca se decide a desarrollar un thriller policial o político o una comedia, dejando la cuestión política de las “leyes de impunidad” a la deriva y la temática filosófica como una mención al pasar sin desarrollo narrativo. El cáliz sagrado sigue perdido y el guión teme encontrarlo.
La película fuera del cine. El cine argentino está atravesando por uno de sus mejores momentos (no sé si financiero, pero al menos artístico). Se estrenan hermosas películas de producción independiente pero gran calidad que han llegado muy lejos, como Cornelia Frente al Espejo (2013), que ya celebra un año en cartel y ha recibido reconocimiento internacional. Pero lamentablemente cada tanto nos cruzamos con obras como El Día Fuera del Tiempo, que no está para nada a la altura de estas producciones. El Día Fuera del Tiempo pretende ser un policial pero termina por ser un pastiche de estereotipos y clichés que no logran encausarse hacia ningún lado. No funciona ni como policial ni como comedia, a pesar de la presencia de gags que rozan el absurdo, y atraviesa absolutamente todos los lugares comunes que ya estamos cansados de ver: el detective solitario y alcohólico (que no duda en sacar una petaca cada dos minutos y tomar burdamente en cualquier contexto, no sin antes asegurarse de que la cámara lo esté encuadrando), la niña un poco siniestra que hace dibujos sugerentes, el portero feo, gordo y tuerto que se decida a la magia negra, un vendedor de chupetines y garrapiñadas homosexual y un monaguillo, en los que se deposita la comicidad de los diálogos y que vendrían a ser una especie de fool o clown; una división maniquea de personajes propia del melodrama. Como si fuera poco, también se nos explica a los espectadores, mediante un diálogo que mantiene el detective con la niña, la alegoría presente en la elección del nombre Ariadna para el personaje de la niña. Pero el principal problema es que de alguna manera el film pretende enlazar una trama de corte policial, que termina siendo de lo más inverosímil, con el contexto de Argentina del 87 luego de la dictadura, representado en la historia de las dos hermanas que encarnan las mellizas Marull. Emilia es profesora de música, su hermana fue secuestrada durante la última dictadura cívico-militar y tuvo una hija con un enfermero, quien hoy es párroco en la escuela a la que asiste la niña y viene a llevársela. Pero la conexión no funciona. El guión realmente es muy pobre y hasta parece de lo más abyecto tratar la impunidad que otorgaron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final de esta manera. Hubiera sido más interesante, tal vez, si se tratara más en profundidad el conflicto entre las hermanas relacionado con el problema de los dobles, que tiene tantos ecos en la historia del cine. Para que las convenciones con las que pactamos los espectadores cuando entregamos nuestro tiempo y alma a una película o una obra de arte sean eficaces, el artista debe realmente tenerlas presentes, cuidar los detalles y conocer los artificios, no solo copiar. Se puede rescatar la elección de la paleta de colores, de tonos pasteles, que es lo único que le da una unidad -al menos estética- a la película. Cuando se acerca la secuencia final y nos recuerdan que el título tenía algo que ver con el calendario maya, comienzan los créditos y seguimos sin entender de qué se trata.
Crimen, religión y post-democracia A veces los realizadores intentan cubrir demasiadas cuestiones en una misma obra, sueñan con una película que se asocie dentro de un género conocido y al mismo tiempo nos hable de otras cuestiones más profundas, las cuales con suerte interpelen a la memoria emocional y el inconsciente colectivo del espectador, en pos de instalar una suerte de reflexión que traspase la barrera impuesta por la ficción. Algunas veces este tipo de obras sale airosa de semejante desafío, y otras veces ocurren cosas como El día fuera del tiempo (Cristina Fasulino, 2013). Gonzalo Urtizberea (Elsa & Fred, Garage Olimpo) es Morgan, el supervisor de un colegio religioso en una Argentina de 1987 un tanto sobrecargada de referencias a los primeros años de la vuelta de la democracia. Ese es el rótulo de su personaje en el film, el de "supervisor" a pesar de parecer más un policía o detective, una función poco clara desde el inicio. Morgan investiga la misteriosa muerte de una monja en dicha institución, al mismo tiempo que bucea a través de una galería de personajes que poco ayudan a la trama y suman mucho a la confusión general del relato, a saber: una niña misteriosa que a través de dibujos parece anticipar las desgracias futuras, su madre sobreviviente a los centros de detención de la época de la dictadura, la hermana gemela de la madre que es docente de música en el mismo colegio, una suerte de seminarista español con pasado oscuro, el sereno del colegio con hábitos extraños y el monaguillo de la iglesia y su leve retraso mental, entre algunos otros. Morgan irá conduciendo una suerte de investigación detectivesca al mejor estilo Clue –ese juego de mesa donde debemos descubrir quién es el asesino- desarrollada en base a los testimonios que irá obteniendo de cada uno de los personajes. Podríamos decir que el acartonamiento de las actuaciones de todos los involucrados esta al mismo nivel que el trabajo de Cámara y Fotografía, con encuadres poco inspirados en espacios pobremente iluminados, con poca dinámica y una conformación del espacio a la altura de un corto de estudiantes de cine de primer año, sin ánimos de ofender a aquellos estudiantes que hacen sus primeras armas en este arte. La banda musical tampoco colabora mucho, apenas llena silencios cuando los personajes no tienen nada que decir e intenta mantenernos todo el tiempo en un estado de intriga y misterio que no se apoya en ningún otro recurso formal. La lentitud con la que avanza el relato -a pesar de hacer más que evidente hacia donde apunta- y los esfuerzos tan evidentes de disparar constantemente pistas que confundan al espectador respecto de aquello que ocurrió realmente con la pobre monja y la resolución del crimen, no hacen más que empantanar una historia cuya resolución carece totalmente de climax o relevancia alguna cuando finalmente llega. Y la cuestión es aún peor cuando nos enfrentamos a un desenlace que termina dejando en un segundo y lejano plano toda esa intriga criminalística que se intentó construir en vano a través de larguísimos noventa y dos minutos, dejándonos con un final que intenta dejar una reflexión –bastante metida con fórceps- sobre los años de dictadura y pos-dictadura en nuestro país. No, no acabo de arruinarles el final, esto no es un spoiler. Es simplemente la misma información que pueden encontrar buscando la sinópsis oficial del film en cualquier sitio. Daría la impresión que la realizadora fue traicionada por sus propias intenciones, por más buenas que pudiesen haber sido. En su afán de intentar transmitir esa difícil etapa de transición que vivió nuestro país, parecería haber olvidado que su película comenzó contando otra historia, o al menos aspiraba a una bastante diferente, y se perdió por el camino.
Un berenjenal de (tele)novela Segundo largometraje de ficción de Cristina Fasulino, El día fuera del tiempo es una parodia no intencional de varias cosas: del policial de investigación, del misterio en ambiente religioso alla El nombre de la rosa, del drama intimista e, incluso, del film con temática histórico-política ligado a la última dictadura militar. Pocas cosas funcionan como deberían y las razones son diversas y profundas. En principio, la historia del detective (Gonzalo Urtizberea) que descubre que la muerte natural de una profesora no es tal está atravesada por los mil y un clichés, desde el propio protagonista –con su gabán y petaca a cuestas– hasta el personaje gay que hace las veces de informante y confidente, pasando por la niña que crea dibujos sangrientos y premonitorios que, por otro lado, parece ser la única estudiante del establecimiento educativo al cual concurre. Ese descubrimiento detectivesco (una media rota, polvo en un zapato) se produce a partir de la simple inspección de un puñado de fotografías, sosteniendo –como ocurrirá con muchas de las vueltas de tuerca que el film acumula en hora y media de proyección– el disparate de la autopsia peor realizada en los anales de la medicina y la historia del cine. Narrada en el marco temporal de veinticuatro horas –de allí, en parte, su título–, el ambiente algo tenebroso que contiene a personajes y avatares es una escuela parroquial, con iglesia adyacente gobernada por monjes franciscanos, en lo que parece ser un pueblo del interior o un tradicional barrio porteño. El año es 1987 y es a partir de ese contexto histórico que El día fuera del tiempo incorpora otro elemento que, por deducción lógica, debe haber sido determinante en la escritura del guión: en los primeros minutos se escucha la voz de Raúl Alfonsín comunicando la promulgación de la Ley de Obediencia Debida. El berenjenal de crímenes pasionales y políticos en el cual el film se interna a medida que avanza la investigación –banalizando unos y otros– hace recordar a esas telenovelas tradicionales a las cuales se les inyecta artificialmente una temática “seria” como adminículo prestigioso. Con momentos de humor involuntario y otros en los cuales los gags planificados no convocan a la sonrisa, una paleta de actuaciones que pocas veces da en el clavo, los más inverosímiles secretos del pasado saliendo a la superficie sobre el final (que harían sonrojar al término melodrama), El día fuera del tiempo es el espécimen perfecto de uno de los estratos más bajos de la producción cinematográfica local.
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Cada uno en su propia película El disparador argumental es la muerte de una profesora de catequesis en un colegio de religiosos franciscanos durante los tiempos del Punto Final y la Obediencia Debida. El disparador argumental es la muerte de una profesora de catequesis en un colegio de religiosos franciscanos durante los tiempos del Punto Final y la Obediencia Debida. De allí surge el trabajo del supervisor Morgan (Urtizberea), un detective que extrae a escondidas la petaca de su saco. Por otra parte, hay dos mellizas (las Marull), una tía y la otra madre de la niña Ariadna (Cardoso), curas sospechosos que hablan con voz grave y otro de acento castizo. Y, como personajes periféricos, entre otros, un monaguillo de pelo rubio con corte un tanto glamoroso, un portero medio roñoso y un vendedor gay de golosinas. Ah, la nena dibuja cosas raras y tiene un comportamiento extraño cada dos por tres. En realidad, cada actor hace su propia película o su show interpretativo dentro de una supuesta seriedad que sin peaje previo llega al disparate sin sentido. Se podrá echarle la culpa al guión –solemne y demencial al mismo tiempo–, a un trabajo de cámara rutinario o a una historia donde se conjuga –sin suerte alguna– el thriller detectivesco, el tema de los desaparecidos, la incidencia y el silencio de la iglesia y otros desvíos argumentales que sólo provocan confusión y desconcierto. Cuesta, por lo tanto, comprender a un film como El día fuera del tiempo, donde las preguntas del detective suenan como el momento posterior a una catarsis de un intérprete del Actor's Studio, mucho más ruidosas frente a los tonos graves de las voces de los clérigos. También, resulta bastante incomprensible (mal narrada, digamos), la historia de la niña extraña y conflictiva frente a su mamá y tía. Por si fuera poco, el relato avanza a golpes de efecto dignos de una película de terror de bajísimo presupuesto. En tanto, el trío de personajes secundarios parece provenir de una estudiantina con mucho alcohol encima. Al respecto, sucede una memorable pelea entre los susodichos y el impávido detective. Pero, además, el aspecto más tenebroso es cómo pudo concebirse semejante cinta donde se recuerdan aquellos años de terror y catacumbas.
Perdidos en la escuela La historia transcurre en el año 1987, en un colegio católico. Una estricta profesora de catequesis aparece muerta en la biblioteca, y las autoridades eclesiásticas contratan a un detective privado llamado Morgan (Gonzalo Urtizberea), ya que no creen que la muerte haya sido natural. Al principio la actividad del investigador es un poco complicada, ya que las autoridades del colegio se muestran un tanto reticentes a colaborar, pero una maestra de plástica le muestra al detective los dibujos de una de sus alumnas, Ariadna (Lara González Cardoso), convencida de que en ellos la niña anticipó la muerte de la maestra; ya que en otras ocasiones también había dibujado algunos hechos oscuros que luego sucedieron. Al principio, Morgan no toma en serio las palabras de la docente, quien esta convencida de que algo raro pasa con esa nena, pero ocurren otros hechos de índole sobrenatural que llevan al detective a seguir investigando, para así descartar las teorías esotéricas por otras más racionales. El planteo inicial de la historia, acompañado por una muy detallada y realista reconstrucción de la época, hacen interesantes los primeros minutos del relato que luego, como si no fuera suficiente ir y venir entre el policial y lo sobrenatural, agrega al guión giros y elementos de todo tipo, que no hacen mas que despistar y aburrir al espectador. La investigación policial nos hace sospechar de cualquier cosa: encubrimientos eclesiásticos, robos comunes y corrientes, celos, fuerzas sobrenaturales. Como si todo eso fuera poco, y a último momento, aparecen como telón de fondo las leyes de obediencia debida y punto final, sumadas a personajes que han estado en un centro clandestino de detención. Todo esto a para darle un giro a la historia que termina por no ser absolutamente nada más que un pastiche entre policial negro, sobrenatural y drama de profundo contenido histórico. Gonzalo Urtizberea y Mario Vedoya realizan muy buenas actuaciones, dentro de lo que el guión les permite. Finalmente son dos extraños y bizarros personajes los más interesantes de la historia: un monaguillo y un kiosquero gay, que en sus extrañas apariciones convierten por minutos a la película en una comedia absurda, para agregar otro género més, como si hiciera falta.
Tan solemne y confusa que mueve a risa Al comienzo de esta historia alguien (luego sabremos quién) explica que en el calendario maya había cinco días de mal augurio. No queda claro a cuento de qué vienen los mayas ni en cuántos días exactamente transcurre la historia, pero el comienzo no augura nada bueno. La vieja cultura pagana, la voz de una niña, sotanas, latines, detalles de las manos sangrantes de Cristo, pasillos de un colegio religioso, el cádaver en cruz de una mujer, música ominosa, predisponen a una película de terror. Para más, parece que la referida niña es la única criatura que hay en la escuela. Quizá sus compañeritas ya son fantasmitas. Sorprende de pronto el portero sucio y tuerto que esconde en su covacha libros de Lovecraft, Lobsang Rampa, Allan Kardec, la cábala ¡y el método Silva!, y practica sacrificios animales en plena parroquia. El hereje debe estar medio tocado. Lo mismo, un grandulón neurótico que dice ser monaguillo, y un cura que se lo pasa barriendo como Fray Escoba. Puede ser una película de locos. O tal vez sea un reclamo contra el celibato, ya que dos curas del colegio son demasiado cariñosos con el personal docente femenino, y entre las hileras de la biblioteca asoma una revista con una chica de espalda descubierta en la tapa. Por ahí alguien menciona que con los asesinos sueltos "todos estamos en peligro", así que también puede ser una película de actualidad. Pero no, porque se ambienta en 1987, año de la Ley de Obediencia Debida, razón por la cual la madre de la nena sufre crisis nerviosas, se niega a decir de quién es hija, y la tía se ocupa de todo. En gacetillas, esto se anuncia como una reflexión sobre el ocultamiento de identidad, el tema del doble, la naturaleza del tiempo, la diferencia entre lo real y lo imaginario, y otras cosas que tampoco alcanzamos a distinguir. A resolver el caso del cadáver en cruz (que era catequista) llega el supervisor Morgan, un petiso que debe ser mago, porque le da y le da a la petaca y nunca se le termina. Sus investigaciones lo enfrentarán a dos criminales, varios cómplices involuntarios y un marido rabioso que por su culpa perdió el juicio de divorcio. Hacia el final hay una sorpresa medio ridícula pero sorpresa al fin, la cosa se enreda y oscurece, luego parece que los días de mal augurio pasan y sale el sol y todo eso. Intérpretes, Gonzalo Urtizberea, el veterano platense Mario Vedoya, que ha hecho toda su carrera en España y acá hace bien su parte de padre superior y secreto picaflor, y el sevillano Bernabé Rico, que parece Enrique Pinti cuando era joven y flaco. ¿Fue flaco alguna vez Enrique Pinti? ¿Hay escuelas de una sola alumna? ¿Y vendedores de garrapiñadas a la salida de una escuela con una sola alumna? ¿De quién es la revista? ¿Por qué el inspector saca a relucir la sospecha del amor fraterno entre Ariadna y el Minotauro? ¿Por qué todo tiene un aire tan solemne, confuso y amenazante que mueve a risa? ¿Por qué hacen este tipo de películas? Otra tarea para el supervisor Morgan.
Policial anodino Aunque parezca evidente, las intenciones de El día fuera del tiempo, segundo opus de Cristina Fasulino (El sur de una pasión, 2000), no alcanzan para concebir siquiera un film interesante desde el punto de vista de la meta narración porque es tan antojadiza la ligazón de la trama central con sus adyacencias, que rápidamente se pierde el camino para conectar ambos polos y lo que queda es realmente muy pobre en términos narrativos y mucho más aún cinematográficamente hablando. Si vamos a intentar analizar el relato desde el género policial a secas, teniendo presente que todo gira en torno a un asesinato de una monja estricta y odiada en un colegio religioso de la orden de los franciscanos, en el trasfondo de los primeros escarceos del periodo democrático bajo las leyes de la impunidad, la resolución del misterio es poco menos que absurda y lo peor es que se reviste de una seriedad que nunca se respeta en términos formales porque de parodia o sátira este film tiene muy poco. Los estereotipos, no ridiculizados sino potenciados, no ayudan en lo más mínimo a configurar algún personaje con alguna característica interesante para descubrir al menos cierto rasgo de particularidad como por ejemplo el supervisor devenido detective -con problemas de alcoholismo- interpretado por Gonzalo Urtizberea. Tampoco aporta nada nuevo la niña algo siniestra y sus dibujos premonitorios, cuya madre vivió la pesadilla de un centro clandestino de detención y ahora enterada de la ley de obediencia debida y punto final confronta nuevamente con los fantasmas del pasado. El humor que pretende construirse desde los estereotipos como el monaguillo con retardo mental es muy elemental y básico, así como el avance de la pseudo investigación que siembra pistas falsas con bastante torpeza. En síntesis, El día fuera del tiempo es un film que no funciona como policial por su elementalidad y tampoco como puente alegórico para hablar de tópicos serios o buscar la apertura de caminos reflexivos sobre los años de la dictadura y las consecuencias de ese régimen dictatorial una vez llegada a la democracia.
Una larga lista de defectos Tomando como variable de análisis apenas la banda sonora de El día fuera del tiempo, ya pueden intuirse todo el resto de los problemas que hay en la película: pretende generar suspenso e inquietud, pero en verdad, por lo invasiva y redundante que es, sólo termina molestando. Es puro trazo grueso, al igual que todo lo demás en el resto del film, que tiene muchas ambiciones, aunque no puede concretar ninguna apropiadamente. Hablábamos de ambiciones, y son muchas, con su relato policial situado en 1987, con el alzamiento militar y la promulgación de la ley de obediencia debida como telón de fondo, en el que un asesinato en un colegio de padres franciscanos va revelando conexiones con los años de la última dictadura militar. La realizadora Cristina Fasulino, autora también del guión, no sólo pretende establecer un alegato político, sino que además incorpora elementos místicos y religiosos, atravesados por lo sobrenatural. Para manejar toda esta variedad de recursos y llevarlos a buen puerto se necesita habilidad y conocimiento del género policial, pero la cineasta no parece poseerlos. Enseguida todo se va por la borda en El día fuera del tiempo, empezando por el protagónico de Gonzalo Urtizberea, ya que su personaje de detective privado encargado de investigar el crimen jamás adquiere espesor. Lo mismo se puede decir del resto de los personajes, todos estereotipados y enmarcados en actuaciones absolutamente fuera de registro. Nada se salva en el film, todo cruje y se va cayendo a pedazos frente a los ojos del espectador: una puesta en escena esquemática al extremo; situaciones pretendidamente serias que terminan causando gracia; líneas que apuntan a causar una risa irónica pero quedan completamente en off-side; vueltas de tuerca carentes de verosimilitud; resoluciones arbitrarias; y un ritmo cansino, que en ningún momento conecta con las necesidades de la historia. El día fuera del tiempo es apenas una larga lista de errores y defectos, un film olvidable, que certifica que a pesar del paso de los años el cine argentino sigue entregando películas sin valor cinematográfico.
Cuando Cristina Fasulino incorpora la temática de la dictadura en "El día fuera del tiempo"(Argentina, 2012), un policial clásico con algunos tintes sobrenaturales, entendemos la complejidad y la intensidad con la que maneja el oficio en, éste, su segundo largometraje. Porque por más que uno se sumerja en la trama y subtramas que la componen y construyen, lo latente en el filme y la amenaza de algo que nunca queda bien en claro qué es, es mucho más fuerte que lo que se cuenta en la superficie visible. En “El día…” hay un policía (Gonzalo Urtizberea), gris, abatido, con un grave problema de bebida, que como puede intentará descifrar las pistas e indicios sobre un misterioso caso de muerte en un colegio religioso del que nadie puede dilucidar nada. El hermetismo de la institución religiosa, sumado a las trabas propias de la complejidad del caso, pondrá al investigador ante una serie de personajes que nunca terminarán de brindarle el apoyo necesario para terminar el caso. Dos padres (Bernabé Rico y Mario Vedoya), dos hermanas (María y Paula Marull) y un variado grupo de secundarios, todos con secretos, intentaran ayudarlo o directamente obstaculizarle el trabajo. Y como nadie está libre de pecado hasta que se pruebe lo contrario (o algo parecido) el supervisor (Urtizberea) deberá dilucidar quién dice la verdad y quién miente para poder así encontrar al culpable, pero a medida que avance se encontrará con más preguntas que respuestas. Además, para completar el misterio, hay una niña llamada Ariadna, a cargo de una de las mellizas, y de quien se desconoce la identidad de su progenitor y que misteriosamente posee contacto con cada uno de los hechos oscuros que se van presentando en el colegio. "El día fuera del tiempo" posee elementos de policial de procedimientos (se nota que Fasulino conoce el género) potenciados por los trazos gruesos con los que impregna al personaje principal, pero también por el halo místico que rodea a las mellizas (una ambigüedad que se genera en la misma posibilidad de discernir quien es quien de las dos) y su relación con la Iglesia, principalmente con el padre interpretado por Rico. La subtrama política, que ubica la acción en el punto de inflexión que significó la transición hacia la democracia, además, posibilita un estado de tensión que se entrelaza con la acción y hechos presentados. La presentación de cierta imaginería religiosa e íconos claves del género, permiten a Fasulino profundizar sobre la idea tomada del calendario Maya que hay ciertos días “fuera de tiempo”, pero que en realidad son sólo la afirmación de la amenaza del mal agüero sobre los actantes. Si el filme posee algunos errores, como la actuación de algunos secundarios (exagerados y casi sin variaciones en los discursos que dicen), la elección de musicalizar exageradamente situaciones de suspenso, y hasta leves errores de edición (detectados en saltos de ejes) la intención de la directora permite hacer la vista gorda y generar las ganas de esperar su nueva propuesta a la brevedad. Un acercamiento a la temática de la dictadura diferente.
Estrena este jueves en el ArteCinema de Constitución, el tercer largo de Cristina Fasulino, productora, guionista y directora de larga experiencia en el medio (comenzó su carrera allá por 1993 escribiendo para televisión), "El día fuera del tiempo". Luego de "El sur de una pasión" y el documental "Entre vientos y mareas", vuelve a guionar y a ponerse detrás de las cámaras para traernos un film en el que se deslizan muchas ideas y vivencias de su propia experiencia a pocos años de la recuperación de la democracia en Argentina (promediando los 80'). La historia gira en torno a un colegio religioso donde se produjo un crimen. Si bien las autoridades ecelsiásticas del lugar quieren hacerle creer a la comunidad que la muerte de una profesora fue accidental, hay gente que duda. Y ellos son quienes quienes envían a un detective particular, jugado por Gonzalo Urtizberea, quien con su particular observación pronto descubre que hay más de un misterio rondando en la institución. Hay una niña que en sus dibujos, parece haber anticipado el accidente y deceso de la docente. Pronto, comenzará la investigación y varias subtramas irán desplegandose hasta llegar a integrar el cuadro completo en el que se produjo el hecho. "El día fuera del tiempo" parte con una curiosa referencia a la cultura maya y uno de sus calendarios, en el cual el año tenía 13 lunas de 28 días. El jornal que quedaba fuera, "el día fuera del tiempo", era como una fecha especial de cara al nuevo período que se abría. Aquí, pareciera ser la intención de la directora de presentar un día en el cual, la ambivalencia de las pasiones pueden llevarte a distintos escenarios, impensados para todos. El problema principal de esta cinta es su mezcla de géneros. De a ratos policial clásico, por momentos, drama histórico (con el tema de los desaparecidos y la búsqueda de la identidad), ficción con tintes religiosos (hay muchas preguntas girando sin respuesta), y hasta de a ratos, comedia (cuando el investigador, errático y fuera de registro, abusa de algunos tics, como sacar su petaca todo el tiempo para beber en cualquier circunstancia, o cuando el monagillo de curioso flequillo cuenta sus actividades en la sacristía). Esa fusión de géneros no permite que el film luzca equilibrado y profundice conceptos. Fasulino elige contar una historia de un modo que impide que el espectador se sienta atraído (cuesta mantener la intensidad ante los matices que transmiten cada género que se despliega) y logra solo desconcertar durante la mayor parte del relato. Las actuaciones reflejan esa dirección y empujan al film a un lugar incómodo del cual no logra salir. Es cierto que hay una intencionalidad de reflexionar políticamente sobre hechos importantes de nuestra historia (las leyes que obstaculizaron el juicio a los militares), pero la forma en que son referidos, es lejana e impersonal. "El día fuera del tiempo" parte de una buena idea, pero no alcanza a redondear una propuesta aceptable. Otra vez será.
La Argentina de 1987 es el escenario de una historia que comienza cuando un policía llega a un colegio de padres franciscanos para esclarecer el asesinato de una profesora. Morgan, tal el nombre de ese detective, comenzará a interrogar a los sacerdotes y su mirada apuntará a una niña que predijo el episodio mediante un extraño dibujo. Ella y su madre se verán envueltas en una serie de situaciones que determinarán que la chica, alumna del colegio y nacida en los años de la dictadura, vaya descubriendo su verdadera identidad. La realizadora debutante trató que su anécdota hiciera uso de elementos clásicos del género como sospechosos que resultan inocentes, hombres y mujeres de mirada torva que guardan algunos secretos y, en este caso, un sacerdote atraído por la madre de la niña. Todo este ovillo se enreda cada vez más y por momentos la narración pierde el rumbo, dejándose llevar por la enorme cantidad de elementos de prueba que el detective (decoroso trabajo de Gonzalo Urtizberea) descubre a través de sus conversaciones con los religiosos, de sus caminatas y su ojo siempre avizor. El resto del elenco procuró hacer creíbles a sus por momentos extravagantes personajes, lo que logran a medias, mientras que los rubros técnicos no se apartaron de una discreta medianía.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Dios, patria y cine noir En su segundo largometraje de ficción, Cristina Fasulino combina una serie de influencias y arriba a un film extraño, donde las partes no llegan a cristalizarse y, sin embargo, consigue un buen resultado. La película está ambientada en 1987; mientras Alfonsín anuncia la ley de amnistía, una docente muere misteriosamente en un colegio franciscano. El investigador Morgan (Gonzalo Urtizberea), un Marlowe criollo, con petaca en lugar de termo, entra al colegio y atraviesa una red de relaciones ocultas, hasta hallar un par de dibujos de una estudiante que parecen anunciar el asesinato. Los dibujos son de Ariadna, una chica nacida en cautiverio mientras su madre, sobreviviente, teme que la amnistía devuelva a los captores a su hogar. Si la primera parte sugiere un thriller sobrenatural, al estilo de Alex De la Iglesia y Guillermo del Toro, la segunda se impone como testimonio de lo que la dictadura dejó (y en ese sentido, El día fuera del tiempo es un desprendimiento de El secreto de sus ojos). De los tres curas del colegio, el padre Rafael, un español agraciado, aparece como el más solícito con Morgan; se muestra protector con Ariadna y atraído hacia su tía, la profesora de música. En ese núcleo la trama empieza a desnudarse, pero Fasulino también incorpora personajes bizarros, como un pirulinero gay y un monaguillo algo retrasado, con corte de pelo a lo Carlitos Balá. Entre algo de humor y una esencia bien porteña, la película encuentra su encanto.
En el Buenos Aires de finales de los años ochenta del siglo pasado, en una escuela dirigida por franciscanos ocurre la muerte de la profesora de catequesis. Una autopsia poco concluyente es suficiente para hacer de la muerte un presunto crimen y del crimen, teñido de la inexplicable casualidad que supone el dibujo premonitorio de una alumna, un misterio enredado en el reciente pasado de la dictadura. El caso sería interesante si no perdiese aguas por todas partes. Empezando por el guión, la película no se sustenta. La estrategia de dosificación de la información va cambiando a lo largo de la realización alternándose entre la información compartida por detective y público y los momentos en los que éste se adelanta sin pista previa a las hipótesis y deducciones del espectador y se saca de la manga conclusiones sin pruebas evidentes durante la narración. Falla pues la verosimilitud y, consecuentemente, el público se sale de la trama. Elementos forzados y luego olvidados, colocados en escenas exclusivamente para facilitar la explicación de una trama de por sí bastante artificiosa y diálogos acartonados que no hacen fluir con organicidad el relato son otros de los elementos errados en este filme. Pero sobre todo el exceso. Las tramas excesivas, por su conflicto demasiado enredado y por el número de las mismas, el exceso de casualidades, las excesivas corrupciones de los personajes, los excesivos remarques de pistas -falsas y verdaderas- que hacen anticiparse al espectador en el devenir de la trama y por tanto los aburre por la previsibilidad, las excesivas confesiones y el dramatismo de las mismas... Todo es demasiado: demasiado rebuscado, demasiado complicado, demasiado corrupto... Y la música es excesiva también. De tanta que hay, tan presente y constante, pierde la función expresiva (o subrayadora, que tendría en el género de suspense) y pasa a convertirse en una simple llenadora de huecos sonoros. Su uso es más televisivo, a modo de cortinilla de transición entre escena y escena, secuencia y secuencia, que cinematográfico. Tampoco la interpretación ayuda a introducirse en este universo dramático. Actuaciones escasas y teatrales, bastante melodramáticas o telenovelescas que otra vez le restan verosimilitud a la historia. Pongamos por caso la escena en que la profesora de plástica le enseña al detective los dibujos premonitorios que la niña -y cabe señalar que es la única infante que aparece en una película donde el 90 por ciento de los planos son en una escuela- hizo de dos acontecimientos, entre ellos la muerte de la profesora Norma. Además de ser excesiva la gesticulación facial durante toda la escena, hay dos momentos puntuales en los que la actriz mira hacia lo que sería la puerta del aula (en fuera de campo) señalando de tan obvia, ridículamente, que no quiere que la escuchen ni la vean. Para respetar el final de la película, no entraremos en detalles, sólo añadir que tampoco la resolución del crimen es creíble ni por el móvil ni por la acción física. Y el elemento más original de la historia, la premonición de la niña exteriorizada mediante los dibujos, queda olvidado sin explicación.
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