El 22° Festival de cine alemán presenta una decena de films, con la singularidad este año de que dos de ellos trascurren en la misma época y lugar. Para la inauguración en Cinépolis Recoleta, el Festival programó El falsificador, de la realizadora Maggie Peren. Pese a que no pudo asistir al evento, los espectadores pudieron escuchar y verla en forma virtual, notando su contagioso entusiasmo con éste, su cuarto largometraje, que participó de la última Berlinale. 1942 fue un año bisagra desde que se inició la Segunda Guerra Mundial, con un muy diferente estado de ánimo de los países opuestos al nazismo, al inicio y fin de dicho año. El 20 de enero de 1942 tuvo lugar una reunión en Wannsee, al suroeste de Berlin, a la que se refiere La conferencia (del director Matti Geschonneck), que terminó de rubricar la Solución Final de la cuestión judía. Equivocadamente se suele atribuir esa fecha al momento en que se gestó dicha atroz iniciativa, en la que participaron entre otros dos célebres asesinos: Adolf Eichmann y Heinrich Heydrich. El falsificador también transcurre en Berlín en el mismo año, pero seguramente muchos meses después, cuando ya eran frecuentes los bombardeos de los aliados como lo muestra una de las escenas más dramáticas en que casi es descubierto Cioma Schönhaus (brillante interpretación de Louis Hoffman). Se trata de un joven judío de apenas 21 años, que gracias a su aspecto físico es confundido con los alemanes de raza aria. Suele vestirse como un oficial de la marina alemana, habiendo elegido ese atuendo ya que confiesa que: “la Marina es más que el Ejército, al ser familia y libertad”. Otros dos personajes jóvenes suelen acompañarlo: su pareja Gerda (Una Wedler) y su amigo Det (Jonathan Berlin). Cioma habita en el edificio donde se relaciona con la Sra. Peters (Nina Gummich), personaje ambiguo y prototipo de ciudadanos alemanes, no necesariamente nazis, pero con temores de ser deportados. Como afirma la realizadora, la historia está basada en un personaje real, ya fallecido, al que ella llegó a entrevistar. Cioma tenía un especial talento en falsificar pasaportes y otros documentos, aprovechando su pulso firme y ayudado de tinta y otros elementos de trabajo. De esa manera creó falsas identidades que salvaron la vida de muchas personas y finalmente la propia. Aunque la película no lo menciona, del total de algo más de 500.000 judíos que habitaban en Alemania cuando Hitler llegó al poder en 1933 un tercio habitaba en Berlín. Al empezar la Guerra ya la mitad de los berlineses habían abandonado el país y a fines de 1942, producto de las deportaciones, sólo quedaban en la capital unos 10.000 judíos entre los cuales estaba Cioma. El falsificador está basado en las memorias del personaje.
El cuarto largometraje de la realizadora alemana Maggie Peren, El Falsificador (Der Passfälscher, 2022), su mejor trabajo hasta la fecha, reconstruye los años más difíciles de la vida de un artista gráfico alemán radicado en Suiza desde 1943, Cioma Schönhaus, un falsificador de documentos de identidad que ayudó a uno de los movimientos protestantes que se oponían a las ideas de unificación del protestantismo, lo que a la postre salvó a cientos de ciudadanos judíos del genocidio nazi. Basado en las memorias del propio Schönhaus publicadas en 2004 en Alemania, el film narra con lujo de detalles la vida de los judíos en Berlín durante la Segunda Guerra Mundial antes de la implementación total de la Solución Final en la Conferencia de Wannsee. Cioma (Louis Hofmann), un estudiante de artes judío que es obligado a trabajar en una fábrica de municiones para estar exento de ser deportado a los campos de concentración en 1942, se ve envuelto en una trama de falsificaciones mientras lucha por sobrevivir en Berlín. Con veintiún años, un poco de ingenuidad y otro tanto de valentía ante un futuro incierto que vaticina no muy brillante bajo el régimen nazi, Cioma comienza a falsificar documentos de identidad y pasaportes para Franz Kaufmann (Marc Limpach) y su grupo confesional protestante, ayudando a cientos de personas a escapar de Berlín y mejorando sus falsificaciones a medida que practica en un taller clandestino provisto por Kaufmann. Viviendo con su mejor amigo, Det (Jonathan Berlín), otro joven judío que lucha por conseguir cartillas de racionamiento, el protagonista busca vender los artículos de su familia -deportada a los campos de concentración- que fueron confiscados por el Tercer Reich. Haciéndose pasar por un oficial nazi conoce a una joven judía, Gerda (Luna Wedler), con la que mantiene una relación mientras intenta lidiar con la portera de su edificio, la señora Peters (Nina Gummich), esposa de un soldado enviado al frente, que teme quedar envuelta en algún problema por las acciones temerarias de su inquilino. El film de Maggie Peren es una obra costumbrista donde la tensión es suplantada por la emotividad de los actores, los detalles sobre la vida en Berlín durante la Segunda Guerra Mundial y una aproximación al período de la Alemania nazi completamente diferente a la de prácticamente todas las películas que abordan esa época. A pesar de que la vida de Cioma pende de un hilo muy fino, el joven se pasea disfrazado de oficial nazi sin que nadie note nada por su apariencia aria, viaja en transporte público con una identificación bastante gastada y deambula por las calles de la ciudad después de ser despedido de la fábrica por llegar tarde repetidamente, hasta que logra falsificar un documento que le permite cruzar hasta Suiza, trayecto que realiza finalmente en bicicleta según sus memorias. La intención del film es romper con los clichés sobre el nazismo y la guerra a partir de los recuerdos de una persona que vivió esa época y decidió presentar su visión de los acontecimientos a principios del Siglo XXI a avanzada edad. Peren busca alejarse de los lugares comunes haciendo hincapié en las consecuencias cotidianas del racismo en una obra que tiene escenas extraordinarias pero que no logra mantener el ritmo de los mismas y se apaga constantemente. Peren cuida mucho de no juzgar, de buscar la voz del personaje y dejar a Louis Hofmann encarnar al personaje. Hofmann, actor conocido por protagonizar la exitosa serie alemana Dark (2017-2020), realiza una gran labor en la construcción de un personaje sobre el que trabajó durante todo el primer año de la pandemia de coronavirus, ofreciendo a la postre una actuación emotiva sobre un muchacho que busca encontrar su camino, que comienza a dibujar y a expresarse a través del diseño y que descubre en la falsificación de documentos una forma de ayudar al prójimo y salvar su propia vida. El Falsificador revela cómo la vida en Berlín se movía alrededor de algo tan mundano como las cartillas de racionamiento y que la burocracia tenía efectos materiales palpables en la vida cotidiana que se sentían más que los delirios raciales nazis. De hecho, en la película prácticamente no hay oficiales nazis persiguiendo judíos, al igual que en las memorias de Cioma, una cuestión que llama poderosamente la atención del espectador acostumbrado a ver oficiales de la Gestapo, las SS y las fuerzas armadas por todas partes en los films sobre la Segunda Guerra Mundial, salvo contadas excepciones como El Barco (Das Boot, 1981), de Wolfang Petersen. Simplemente nos topamos con burócratas que cumplen con su deber, que tratan de vivir su vida cumpliendo las reglas y de ganarse sus preciadas cartillas u obtenerlas de cualquier manera. El Falsificador es una historia sobre un mundo que se desmorona, y sobre lo que ocurre cuando perdemos todo y a partir de ello hay que encontrar una nueva existencia. En este caso, el protagonista pierde a su familia, a sus amigos, a su amor, su casa, su nacionalidad, absolutamente todo, para tener que escapar de la locura de un movimiento político extremista que transforma su vida y la de millones en un infierno. En el comienzo, el film da una pista sobre ese nuevo camino que Cioma emprende a partir del arte, desde el dibujo, una forma de expresar aquello que no se puede decir con palabras con una serie de bosquejos tan bellos como perturbadores sobre el horror de vivir bajo el nazismo. Peren logra indagar en los pormenores de la vida bajo el nazismo y la guerra para construir un relato sobrio, con actuaciones excelentes, pero demasiado plano en su desarrollo narrativo, con emociones contradictorias y sutiles que ayudan a comprender mejor cómo es la existencia bajo una dictadura y cómo las personas muchas veces se juegan la vida sin darse cuenta, a veces por valentía, tal vez por un plato de comida, otras como una especie de juego para no caer en la locura o en la desesperanza, todas vías posibles para enfrentar el horror que se vuelve habitual.
Crítica de “El Falsificador”, biopic sobre Cioma Schönhaus, perseguido por la Gestapo La película se estrena dentro del 22º Festival de Cine Alemán que se lleva a cabo del 8 al 14 de septiembre en Cinépolis Recoleta. El Falsificador (Der Passfälscher, 2022) está basado en las memorias de Cioma Schönhaus, publicadas en 2004 bajo el título de El falsificador de pasaportes. Tal rótulo se debe a que en una Berlín atravesada por la Segunda Guerra Mundial, el joven Cioma, para salvarse de los nazis por su origen judío falsificó su identidad y asi mismo ayudó a aproximadamente 300 personas con la producción de documentos falsos. La historia de vida de Schönhaus es sorprendente, pero no única, por eso este periodo terrible de la humanidad es el más representado en la historia del cine. Al respecto, resulta pertinente recordar el filme Los falsificadores (Die Fälscher, 2007) en donde un exitoso falsificador de dinero es capturado por los nazis y obligado a trabajar para ellos en la “Operación Bernhard” junto a otros judíos. En el caso de El Falsificador, el trayecto es el inverso, Cioma debido a su talento manual con las artes gráficas, es contratado por un hombre de la aristocracia -con orígenes judíos semi desconocidos- para falsificar documentos que ayuden a otros judíos a escapar de los nazis y de este modo salvarles la vida. El aspecto “ario” de Cioma a sus 21 años (interpretado cálidamente por Louis Hofmann de 25 años, conocido por participar en la serie Dark y quien se encuentra en tratativas para su próximo proyecto con los hermanos Duffer, creadores de Stranger Things) le permite llevar a cabo lo que el mismo denomina como “mimetismo”, es decir poder camuflarse, como lo hacen los animales, entre los nazis. Luego de que su familia es deportada a los campos de concentración, el joven se propone que nadie, ni siquiera los temibles nazis, le quiten sus ganas de disfrutar la vida. Esto, está muy bien esbozado en la película en donde mientras que los ojos de Cioma emanan tristeza, su boca se permite aun sonreír. Dicha ambivalencia en el personaje, es resaltada por cierta inconsciencia o desparpajo que mediante la imitación de la conducta antisemita le permite sobrevivir a través de ese disfraz, de la máscara, cada vez que sale a la calle. El instinto de supervivencia del protagonista intenta sobreponerse a la forma despiadada y siniestra en que operaba el nazismo, despojando a cada individuo de sus pertenencias materiales y afectivas, hasta subsumirlo a ser un sujeto, hasta suprimirlos de todo rastro de dignidad y humanidad. En adición, en la conferencia de prensa, la directora y guionista Maggie Peren, declaró que su intención era representar el terror de estado sembrado por el antisemitismo y la xenofobia “sin uniformes”, lo que se puede interpretar como una poética construida a través de la ausencia. Es decir, que en la película aparecen muy poco los soldados u oficiales nazis y, sin embargo, se logra transmitir muy bien el miedo latente y constante en la sociedad. Pero también, se simboliza la complicidad -ya sea desde el silencio, la falta de empatía o su inacción- y responsabilidad del resto de la sociedad alemana. Asimismo, el esquema actancial, cuyos personajes poseen profundidad psicológica, puesto que son contradictorios y humanos. Por ende, no hay una división tradicional entre buenos y malos, sino seres ambiguos y quebrados por un contexto en guerra. Por último, acertadamente la obra rinde homenaje a aquellos “héroes anónimos” que, durante la segunda guerra mundial, a pesar de todo se arriesgaron ellos mismos para salvar a otros.
Este filme alemán basado en las memorias de Cioma Schönhaus (Louis Hofmann), narra las peripecias de este joven judío de 21 años para sobrevivir a los nazis en Berlin durante la segunda guerra mundial. El joven se salva de la deportación de la que fue víctima toda su familia, gracias a trabajar en una fabrica de municiones. En ese transcurrir descubre que su talento para el dibujo y la pintura puede ser utilizado para falsificar documentos y salvar la vida de otras personas, mayormente de religión judía. La estrategia que utiliza es la de mimetizarse con los alemanes, no ocultarse sino lo contrario, ayudado por su imagen netamente aria. Tal cual el cuento “La Carta Robada” de Edgar Allan Poe, donde lo que se debe ocultar
Hay algo de Atrápame si puedes (y bastante de Spielberg, en general) en esta historia de un joven judío de 21 años que sobrevivió durante el régimen nazi en Berlín gracias no solo a falsificar documentos para salvar otras vidas sino a falsificar su propia persona. La historia es real y tiene varias aristas interesantes: por ejemplo, cómo era la vida cotidiana bajo la dictadura de Hitler; qué es justamente eso que llamamos “felicidad” y dónde y cómo aparece, más allá de las circunstancias; cómo se construye una puesta en escena para poder vivir o sobrevivir. Hay otro elemento: el tono, si bien el film abunda más en diálogos que en acciones, tiene cierta ligereza y nos atrae, melodrama aparte, la simpatía de los protagonistas. En el fondo, es sobre la despreocupación de ser joven y tener toda la vida por delante, y de cómo esa juventud se transforma también en un arma de supervivencia.
Berlín, 1942. Cioma Schönhaus es un despreocupado joven judío de 21 años con un firme propósito: los nazis no le quitarán su entusiasmo. Buscando evitar ser deportado, utiliza la identidad de un oficial de la marina y descubre, del modo menos pensado, un talento que será su instrumento de supervivencia. Basada en la novela homónima y autobiográfica del protagonista de los hechos, este es un film que nos habla acerca de la identidad. En la piel de un muchacho que se rebeló al sistema, apropiándose del nombre y apellido de aquel a quien se considera enemigo. El fin justifica los medios, y el don adquirido se compagina con una vida inventada en medio de una sociedad y un panorama decadentes. “El Falsificador” hace una obra de arte del engaño con motivo de escapar de la muerte segura en horror circundante. La autora de “El Color del Océano”, basándose en los diálogos y acciones acaecidas, adapta esta novela de modo contrastante, la guerra aparece como telón de fondo: Con agudeza, retrata el antisemitismo desde la mirada de un judío que logró sobrevivir al genocidio. Antes de morir, el propio Cioma vio publicada sus memorias que hoy llegan a nuestros cines. Un as bajo la manga se convirtió en una carta de supervivencia vital.
Berlín, 1942. Cioma Schönhaus es un joven judío de veintiún años que sobrevive gracias a un extraordinario talento para la falsificación. Con el fin de escapar de la deportación, Cioma utiliza la identidad de un oficial de la marina, aprovechando un arte que va depurando día a día, no sólo para salvarse, sino para ayudar a otros a no caer en manos de los nazis. Esta película alemana tiene como punto sobresaliente un tono más ligero que otros títulos ambientados en esos años. Aprovecha la juventud del protagonista para mostrar la vitalidad y la irresponsabilidad de Cioma, quien se toma muy en serio su trabajo pero nunca vive con terror a ser capturado. La película es rescatada de la rutina de este género del cine europeo gracias a eso, pero no va más allá. Hay una genuina necesidad de volver sobre los oscuros años del nazismo al mismo tiempo que existe la certeza del éxito comercial. Inevitablemente la película debe abandonar el tono leve al final, cuando la tragedia se impone y obliga a la realizadora a mostrar el drama y no tanto el suspenso divertido que sostenía hasta entonces. Varios carteles finales nos recuerdan el horror del Holocausto, algo que nunca está de más, pero que no convierte a una película mediocre en una buena.
Después de su paso por el Festival de Cine Alemán, llega a las salas comerciales la película «El falsificador» («Der Passfälsher» en su idioma original), una historia basada en hechos reales que retrata las consecuencias del nazismo y la Segunda Guerra Mundial en la vida de un joven sobreviviente. Basada en las memorias de Cioma Schönhaus, publicadas en 2004, la película se ubica en Berlín en 1942. Allí seguimos a un estudiante de artes judío de 21 años, que para no ser deportado, es obligado a trabajar en una fábrica de municiones. Mientras tanto, vive en su casa a la que poco a poco le van quitando los bienes, porque su familia sí fue enviada a un campo de concentración. Para sobrevivir empezará a falsificar documentos de identidad y pasaportes para Franz Kaufmann y su grupo confesional protestante, ayudando a cientos de personas a escapar de la ciudad. A diferencia de otras películas de este estilo, «El Falsificador» es una cinta mucho más contenida, donde se sugiere más de lo que muestra. No tenemos grandes despliegues de producción, ni intervención de una gran cantidad de soldados o bombardeos, salvo uno que otro, sino que la mayoría de las escenas se dan en espacios cerrados, resguardados y donde el protagonista se encuentra a salvo. Afuera está el peligro, la presión y el enemigo, pero principalmente se encuentra en las sombras, tensionando el clima en todo momento. Cualquier paso en falso puede significar una deportación, y el protagonista se maneja entre el cuidado y la impunidad que le trae ciertas cuestiones inherentes a su persona. El film no solo muestra cómo una persona se arriesgó para salvar a otros y a sí mismo, sino también logra retratar la sociedad de la época. Por su buena imagen y su ingenio, Cioma se pasea por la ciudad sin mayores inconvenientes y sin llamar la atención, e interactúa con distintos personajes que muestran sus miedos, sus recelos o su indiferencia. Realiza una radiografía de cómo se comportaba la comunidad alemana durante la guerra y sus distintas reacciones frente a los judíos. Louis Hofmann, que además de ser conocido por realizar la serie «Dark» viene protagonizando distintas películas alemanas, hace un buen trabajo para retratar a este complejo personaje, que a pesar del difícil momento que está atravesando, lo afronta con una actitud positiva y optimista. A medida que la historia va avanzando se va notando más el estrés, la ansiedad, la falta de comida y sueño, el frío y la cercanía a ser agarrado por su religión y sus actividades ilegales; y cómo todo eso va impactando en su vida. Cada uno de esos cambios están bien plasmados en sus gestos y miradas. Hacia el final la cinta se torna un poco repetitiva, haciendo que se siente un poco larga. Tal vez se podría haber condensado un poco más la historia, pero de todas maneras es interesante el foco que le dan a la trama. En síntesis, «El falsificador» es una película que busca retratar la historia de un sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial como también mostrar a la sociedad alemana en una época particular. Con un tono mucho más contenido, que sugiere más de lo que muestra, buenas actuaciones de su elenco y un clima de tensión constante, la cinta cumple con su objetivo de entretener y servir como un testimonio de nuestra historia.
"El falsificador": las travesuras de Cioma en el país de los nazis Basada en un caso real, la película cuenta la historia de Cioma Schönhaus, un muchacho judío de 21 años que –en el Berlín de 1942, nada menos- se propone que nadie, ni siquiera los nazis, le quite su entusiasmo por la vida. “Shoah no es una película sobre los sobrevivientes”, declaró Claude Lanzmann a este cronista en 1997, en una entrevista con PáginaI12. “Estas personas en Shoah nunca dicen ‘yo’, nunca cuentan su historia personal, nunca dicen cómo escaparon. Ellos no querían contarlo y yo no quería preguntarles sobre eso. No me interesaba, porque Shoah es un film sobre la muerte, sobre la radicalidad de la muerte, y no una película de aventuras sobre una fuga.” Es injusto comparar cualquier otro film con Shoah, pero las palabras de Lanzmann sirven para posicionar la enorme cantidad de películas que -luego de la experiencia límite del nazismo- se hicieron de “aventuras sobre una fuga”, como él dice. Entre ellas, El falsificador, de la guionista y directora alemana Maggie Peren, que luego de su paso fuera de concurso por la Berlinale del año pasado ahora llega a las salas argentinas. Basada en un caso real, que se dio a conocer originalmente en forma de una novela escrita por su protagonista, Der Passfälscher cuenta la historia de Cioma Schönhaus, un muchacho judío de 21 años que –en el Berlín de 1942, nada menos- se propone que “nadie, ni siquiera los nazis, le quite su entusiasmo por la vida”, como describe la sinopsis de prensa del film. Ese optimismo a toda prueba de Cioma (Louis Hofmann, el actor alemán que logró trascendencia internacional gracias a la serie Dark) es lo que hace de El falsificador una película banal, por decir lo menos, donde la buena suerte de un individuo en particular oscurece el destino trágico de millones de sus compatriotas. Empezando por los de su propia familia. No se entiende muy bien por qué Cioma tiene una permanente sonrisa en el rostro cuando sigue malviviendo –controlado por un viejo oficial de la Gestapo y por una agria casera- en el departamento en el que hasta hace poco habitaba toda su familia, deportada hacia “el Este”, el eufemismo que usa la película para no mencionar los campos de la muerte. Pero allí está lo más contento Cioma con sus habilidades manuales, falsificando documentos de identidad que le provee –sin motivos demasiado claros- un funcionario civil bienintencionado y que le paga generosamente con unos cupones de racionamiento que pocos tienen. Por su extrema juventud, Cioma no llega a ser exactamente un bon vivant (como a su modo lo era el Schindler de Spielberg), pero aspira a serlo. Munido de un imponente uniforme de la Marina que le consigue un amigo sastre, se pasea feliz por la glamorosa noche berlinesa, donde conoce también a su primer amor, ambos judíos como él, pero que no tendrán su misma buena suerte. ¿Suspenso al menos? Tampoco demasiado. Algún momento tenso frente a unos policías que piden documentos y poco más. La realizadora Maggie Peren cuenta las travesuras de Cioma con un entusiasmo digno de mejor causa y con un profesionalismo tan terso como televisivo. Todo el atrezzo parece estar en su lugar, pero falta algo: si no la verdad histórica, al menos la verosimilitud cinematográfica.
La verdadera historia de 'Cioma' Schönhaus es fascinante. Un joven judío de 21 años que en la decadente Berlín de los años '42 y '43, en plena Segunda Guerra Mundial, se dedica a vivir la buena vida gracias al don artístico que tiene para falsificar todo tipo de documentos. Y así, mientras sus pares son perseguidos y enviados a campos de concentración, él ayuda a que muchos de su misma religión puedan escapar del aparato nazi con identidades adulteradas. Por su parte, su alter ego, el oficial de marina Peter Schönhausen, le permite inmiscuirse en fiestas partidarias, transitar libremente por los servicios públicos y vivir la ciudad como uno de raza aria. Recordemos nuevamente que esta historia fue real. Schönhaus murió a los 92 años, en 2015, once años después de haber publicado sus memorias, 'El falsificador de pasaportes', texto que inspiró a la realización de esta película. Sin embargo, el filme de Maggie Peren en su rol de guionista y directora, no logra transmitir en casi ningún momento la tensión que habrá vivido el protagonista. Sabemos que Hollywood se hubiese hecho un festín con una historia así, sólo basta recordar el derrotero de Leonardo DiCaprio escapando de Tom Hanks en `Atrápame si puedes'. Tal vez la esencia alemana o la historia en sí y el dolor que aún perdura no le permitieron volar, pero no hay emoción en sus escenas. Con diálogos chatos, musicalización que nos obliga a tensionarnos o relajarnos sin espontaneidad, apenas la participación de Nina Gummich le pone nervio a un relato neutro. BERLIN ESPECTRAL Después, por dentro de los niveles bajos de la ecualización, la historia de amor entre Schönhaus (Louis Hofmann) y Gerda (Luna Wedler) es a lo que nos aferramos para llegar al desenlace obvio, porque no hay síntomas de persecución ni de planes truncos. Lo positivo de 'El falsificador' es que muestra el peor perfil de la Berlín nazi. El desasosiego de sus habitantes, las pequeñas guerras que acontecían en los edificios, la impunidad de los fieles a Hitler y el desamparo que cohabitaba entre los ciudadanos, sin dinero, sin agua, sin electricidad, con todo un país a disposición de un plan chocado que se desmoronaba día a día. Y aquí, el ADN alemán juega a favor de la cinta, porque solo ellos pueden transmitirlo como lo hacen en cada toma, en cada cuadro. Peren tenía en sus manos un guion de oro, cortador de tickets por excelencia y, sin embargo, no logra llegar al corazón del público. No agobia ni entretiene. Tal vez alguna remake de algún intrépido productor logre tal cometido. Porque en sí, la historia de Samson 'Cioma' Schönhaus es una joya en bruto, para aplaudir cada vez que se lo recuerde.
La guerra, los efectos del régimen nazi en una sociedad, la sensación de amenaza constante hacia la población civil, el clima de delación y sospecha se ha mostrado de muchas maneras. Pero la manera que eligió la directora y autora del guión Maffie Peren es absolutamente distinta y además basada en un personaje real. En esa sociedad en jaque con la inseguridad y la posibilidad de ir a parar a un campo de concentración, igual que su familia, un joven de 21 años se empeña imprudente y temerariamente a sobrevivir, a no perder el optimismo, a empecinarse a favor de la vida. Cuenta con pocos años, un aspecto físico que le permite mimetizarse con un alemán y un talento único para falsificar documentos. Con esa casi insoportable levedad del ser navega por situaciones límites, se disfraza de marino, se enamora, se divierte con su amigo, toma lo que puede y donde puede con una energía envidiable para mantenerse vivo. La película con una impecables rubros técnicos en fotografía, vestuario y dirección de arte, planea entre situaciones de tensión insoportables con descansos de pasos de comedia, siempre con el telón de fondo de una situación que pone blanco sobre negro las peores reacciones de los humanos. Desconcertante y desafiante, interesante y original. El protagonista es el notable Louis Hoffman (“Dark” en Netflix) que tensa sus recursos actorales para brillar en la extrema oscuridad.
La fuerza del engaño. El falsificador es una película alemana dirigida por Maggie Peren, basada en la historia real de de Cioma Schönhaus, interpretado por Louis Hofmann, de la exitosa serie Dark. Y lo acompañan Jonathan Berlin, Luna Wedler y Marc Limpach, entre otros El guion toma como referencia las memorias de su protagonista, publicadas en 2004, y cuenta la historia de Cioma Schönhaus, un joven que logró falsificar documentos para poder exiliar a trescientas personas de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Mostrando además la forma en la que sobrevivió estos años ocultando su origen judío, sacando provecho de su aspecto «ario». En primer lugar, es imposible no comparar esta película con Europa Europa (1990), obra maestra de Agnieszka Holland, ya que ambas muestran a personajes judíos que sobrevivieron al nazismo mediante el engaño. Aunque a diferencia de esta, se centra más en cuestiones técnicas y no tanto en el conflicto humano, por lo que le resta emoción, y por lo tanto interés al espectador. Porque no se generan escenas de suspenso, en las que la vida de su protagonista corra peligro, debido a que todo le sale bien al poder mimetizarse sin conflicto con el enemigo. Un párrafo aparte merece el diseño de producción, a cargo de Marc Ridremont y Eva Stiebler, por la forma en la que muestran mediante detalles la austeridad que atraviesan los sectores aristocráticos de Alemania debido a la guerra. Que por la decisión de puesta en escena de mantenerla fuera de campo hacen que el espectador tampoco pueda tomar dimensión del motivo por el que esto ocurre. En conclusión, El falsificador es una película que no saca provecho de una idea interesante, porque se centra más en las cuestiones técnicas que en el conflicto humano. Dejando afuera al espectador que, corre el riesgo de no sentir empatía por lo que le ocurre a su protagonista, interpretado por uno de los actores jóvenes más importantes del cine europeo contemporáneo.
Berlín, 1942. Una ciudad y una fecha que remiten inmediatamente a la Segunda Guerra Mundial, quizás el hecho histórico que más ha nutrido las usinas creativas del cine de Europa y los Estados Unidos, ya sea para recrear sus batallas como para indagar en las penurias sufridas por los civiles que vieron cómo sus vidas se transformaron para siempre. En este último grupo se encuadra El falsificador, cuarta película de la realizadora y guionista germana Maggie Peren, en la que las bombas y las sirenas antiaéreas operan como telón de fondo, como un fuera de campo que adquiere la forma de banda sonora constante de las aventuras de su joven protagonista. Ese muchacho se llama Cioma Schönhaus (Louis Hofmann, el Jonas de la serie de Netflix Dark) y es un judío de 21 años que trabaja en una fábrica de municiones hasta que descubre un particular talento para falsificar documentación oficial y, con ello, adoptar distintas identidades y evitar caer en manos de los nazis. Una suerte muy distinta a la que corrió su familia deportada y con sus bienes a punto de ser confiscados por la Gestapo, como demuestran las fajas de seguridad colocadas en las puertas de sus habitaciones. Mientras la guerra recrudece en el exterior –se trata de una película filmada íntegramente en interiores– Cioma entabla una relación amorosa con Gerda (Luna Wiedler), quien opera como faro moral del relato. Lo llamativo es que él nunca parece tomar verdadera conciencia de la tragedia. Peren lo presenta como un joven entusiasta y por momentos ingenuo, pero dispuesto a todo con tal de salvarse incluso cuando el engaño empiece a derrumbarse. La idea de que en ningún momento de los varios meses que abarca el relato se preocupe por la desaparición de su familia puede interpretarse como una característica propia de su personalidad algo ajena a su contexto, o un fallo central de un guion excesivamente parlamentado a la hora de construir un verosímil creíble.
El flamante largometraje de Maggie Peren toma como punto de partida el caso de Cioma Schönhaus, un joven judío quien, en plena Segunda Guerra Mundial, emplea una identidad falsa para no ser capturado por el régimen nazi. En esa búsqueda incansable por la supervivencia, Cioma advierte que tiene la capacidad para falsificar pasaportes y documentos y, así, permitir que aquellos que viven con temor puedan encontrar un refugio seguro. En este punto, Peren, también responsable del guion, no toma demasiados riesgos en el momento de retratar lo que llevó a cabo su protagonista (una hazaña que se reduce a una placa final un tanto perezosa), y su enfoque de la cotidianidad de Cioma y su mejor amigo no se aleja nunca de la sobriedad. En algunos tramos, la decisión funciona a favor de la película, especialmente cuando se presenta una urgencia dramática en el relato, a medida que los movimientos del protagonista empiezan a ser puestos bajo la lupa. La cineasta no apela a los golpes bajos y, a través de acertadas elipsis, genera secuencias poderosas y angustiantes en las que el joven protagonista debe permanecer impertérrito mientras todo a su alrededor empieza a desmoronarse. Por lo tanto, aunque a El falsificador le falte fuerza y le sobren escenas vinculadas al interés romántico de Cioma, al llegar el desenlace, la interpretación de Louis Hoffman (más reconocido por su rol en la serie Dark) va adquiriendo matices que tienen su correlato con el contexto claustrofóbico en el que su personaje intenta pasar inadvertido, con el pánico omnipresente.