“El jardín de la clase media” es un thriller político policial, que mantiene en vilo la atención del espectador desde el primer segundo hasta el último de la película. El film está escrito y dirigido por Ezequiel C. Inzaghi y está basado en la novela homónima de Julio Pirrera Quiroga. Se narra una historia que transcurre en tiempos de elecciones legislativas en Argentina, donde nada, pero nada, es lo que parece. La cinta está filmada en locaciones quilmeñas y cuenta con un excepcional elenco compuesto por los siguientes actores: Eugenia Tobal, Luciano Cáceres, Esteban Meloni, Ludovico Di Santo, Roly Serrano, Leonor Manso, Enrique Liporace, Jorge Martinez, Walter Donado, Mónica Cabrera y Lalo Mir. Dentro de ello se lucen Tobal y Liporace, quienes hacen un gran papel. Ni hablar de Manso, que tiene una relación que no se termina de entender con el personaje de Luciano Cáceres, una especie de madrina política/madre dominante. Si bien está como actriz de reparto, en realidad domina muchas escenas. Todo empieza cuando las listas de candidatos están a punto de cerrarse y mientras eso sucede, en la mitad de la noche, el cadáver de una mujer joven decapitada aparece en la flamante casa de uno de los aspirantes a diputado nacional. Un fiscal y la dueña de casa intentarán descifrar el mensaje. Tras la amenaza, de manera vertiginosa, el espectador descubrirá una trama mafiosa de una impunidad increíble, con espionaje y todo, que involucra a las más altas esferas del poder político. La fotografía está a la altura del guión porque ayuda a recrear el clima sombrío y de terror que rodea a cada escena, aún aquellas más, aparentemente, inocentes. El ritmo es propicio para el género del thriller, siendo bastante vertiginoso, no le da respiro al espectador, manteniéndolo en vilo durante todo el film. Un thriller político policial argentino con un gran elenco de por medio y un ritmo que no le dará respiro al espectador.
“El jardín de la clase media” es un thriller político escrito y dirigido por Ezequiel Inzaghi y basado en la novela homónima que Julio Pirrera Quiroga publicara en el año 2004. En tiempos de elecciones legislativas en Argentina, un oscuro caso de venganza en clave mafiosa sale a la luz para confirmar que hay ciertas ocasiones en donde el reflejo de hechos ficcionados en la realidad no es pura coincidencia. La corrupción ha manchado la vida política argentina por décadas y aún dentro de su marco ficticio, hay mucho de actualidad palpable en la historia, con la que el espectador empatizará. Con un elenco integrado por figuras como Eugenia Tobal, Luciano Cáceres, Esteban Meloni, Ludovico Di Santo, Roly Serrano, Leonor Manso, Enrique Liporace, Jorge Martinez y Lalo Mir, la película integró el último Festival Internacional de Cine de Punta del Este. Un hallazgo macabro es el punto de partida para la historia: el cadáver de una joven decapitada aparece en misteriosamente en la casa de uno de los candidatos a diputado nacional, un ascendente político protegido de los altos mandos de poder. Intentando descifrar tal mensaje mafioso, así como la verdadera identidad de la mujer masacrada, “El Jardín de la clase media” nos ofrecerá un sangriento recorrido a través del mundo del crimen organizado, profundizando acerca de las relaciones de poder que se tejen en las cumbres políticas. Cada personaje ocupa un rol de mando dentro de este juego particular en dónde el precio a la ambición se paga caro. En la escala de poder, como en los más contaminados escenarios políticos, triunfan los indemnes al castigo en un ámbito donde las reglas las pone la mafia, esto está claro. Con los desafíos que siempre implica una transposición cinematográfica, el director Ezequiel Inzaghi se mantiene fiel al espíritu de la novela original, no obstante realizando algunos cambios en su adaptación. Julio Pirrera Quiroga se ha mostrado como un autor literario muy confiable a la hora de retratar los ámbitos políticos y claramente su novela posee el atractivo que este tipo de historias requieren: una trama atrapante y personajes absolutamente ambiguos. Si bien la novela fue escrita hace más de una década, su adaptación actual ha sido llevada a cabo omitiendo algunas referencias más explícitas a los años ’90, no obstante sin perder autenticidad ni relevancia. Gracias a ello, el director logra captar la esencia del relato para potenciar una trama de corrupción de la que nadie está a salvo. La fotografía recrea con preciosismo los climas lúgubres y sombríos de este thriller, en donde el aspecto estético favorece la creación de la atmósfera apropiada que siempre esperamos para este tipo de historias. Con marcas de estilo del thriller político mainstream hollywoodense, Inzaghi ejerce un gran dominio de los rubros técnicos para crear un producto estilizado desde lo visual. Como todo buen exponente de suspenso, debe saber manejar el nivel y la cantidad de información que otorga al espectador, a manera de jugar a su favor con el factor sorpresa y el desconcierto sobre el desenlace de los sucesos. En este sentido, el film dosifica de forma irregular lo evidenciado en un ejercicio de instar al público a descubrir qué se muestra y qué se oculta, aspecto que resulta vital en este tipo de propuestas. Con más de una reminiscencia a la muy lograda miniserie “El Lobista” (delineación de personajes, esquemas narrativos, situaciones clave), el film construye su identidad enmarcando una temática conocida por todos: la corrupción política es un tema que nos atraviesa como sociedad y que lamentablemente retorna de forma reiterada, una y otra vez, a jugar sus cartas en las impunes mesas de juego del poder. Resiente al potencial que pudo haber alcanzado esta película su recurrencia a echar mano a más de un cliché a la hora de delinear a protagonistas y antagonistas de turno, pese a los intérpretes de renombre que integran el reparto. Las dobles caras que evidencian los protagonistas de la historia los convierten en personajes sobre los que uno acabará por desconfiar. Aquí reside una tensión dramática que se ampara en las varias líneas narrativas que abre el relato, nutriéndose del lugar de exposición al que sitúa a los personajes títeres del entramado víctimas de las altas esferas: al desnudar los mecanismos de poder los coloca en un lugar frágil, vulnerable y fuera del propio control, regido por los villanos de turno. El espectador será partícipe de sus hechos y juzgará las conductas éticamente comprometedoras de cada uno de ellos. Un final abrupto y torpe estropea parte del buen clima construido hasta entonces, de todas maneras “El Jardín de la Clase Media” conserva la buena intención de explorar un cine de género con gran tradición. Por otra parte, siempre resulta seductor transitar estos caminos, donde la ley del más fuerte (o del más sucio) prima exenta de culpas.
El jardín de la clase media transcurre cuando las listas de candidatos para las elecciones legislativas están a punto de cerrarse. En ese contexto político agitado y de negociaciones tras bambalinas aparece el cadáver de una mujer decapitada en la casa de uno de los potenciales aspirantes a diputado (Luciano Cáceres). El hallazgo obliga a su pareja, una médica a cargo del área de psiquiatría de un hospital público (Eugenia Tobal) y a un detective de la policía (Esteban Meloni) a unir esfuerzos para esclarecer el crimen. Leonor Manso y Enrique Liporace encarnan a las figuras más importantes y oscuras de la cúpula encargada de tomar las decisiones que involucrarán directamente al político ascendente. Basado en la novela homónima de Julio Pirrera Quiroga, el film de Ezequiel C. Inzaghi se presenta como un thriller político donde nadie es quien parece ser. La investigación tirará del ovillo de una trama mafiosa que involucra al núcleo duro del gobierno en maniobras donde lo límites entre lo legal e ilegal se difuminan. El problema de El jardín de clase media es que nunca logra trascender los límites férreos del thriller, volviéndose previsible y adoptando algunas vueltas de guión varias veces vistas. Dueña de un involuntario espíritu clase B, se trata de un film cuyo interesante punto de partida (el retrato de la cocina del poder nacional) se diluye a medida que el relato queda preso de los tironeos entre la vertiente policial y la política.
Una buena oportunidad de hacer cine de denuncia se pierde esta película, tamizada por el entramado de un thriller en el que los tiempos que corren, con el empoderamiento femenino, le juega más de una zancada. Mujeres drogadas por hombres, y que son decapitadas y/o violadas, y otra golpeada ante la pasividad de otros tres protagonistas ,despiertan sentimientos de impotencia desde la platea. Que las mujeres sean prostitutas o estén atravesando un problema psicológico no hace a la cuestión. Pero el verdadero problema con El jardín de la clase media, la película de Ezequiel C. Inzaghi basada en la novela de Julio Pirrera Quiroga, es que no sólo no logra conmover, sino que el armado de situaciones resienta la credibilidad. Por más que el casting haya sido en más de una elección el correcto. La trama se centra en un candidato a diputado (Luciano Cáceres), que es capaz de hacer lo que sea para ascender políticamente. Su pareja es una médica (Eugenia Tobal), y entre los aprietes, que parece son moneda corriente, una noche el cadáver de una mujer desnuda y decapitada es atado a un árbol de la mansión en la que viven. Como todos los políticos, sean funcionarios o punteros, son viles y malos -no hay ningún problema en que se los refleje así-, la cuestión pasaría por la honestidad de la doctora Campás, a quien quieren forzar a firmar la cesión de unos terrenos del hospital bonaerense donde trabaja. Enrique Liporace, Leonor Manso y Roly Serrano son creíbles hasta en los excesos de las líneas de diálogo que deben recitar y las situaciones que atraviesan. Pero acercándose al desenlace, que algo que, por lo terrible, debería afectar a la doctora le pase como desapercibido, indica que algo quedó en la mesa de edición o es premeditado. Si Cáceres y Tobal hacen, entonces, lo que pueden, la presencia de Lalo Mir (el padre de la doctora) y de Jorge Martínez como el presidente de la Nación, por suerte son en breves apariciones. Hay allí una marcación de actuación como de macchietta. Lo dicho, lo que pudo ser un atrapante thriller de denuncia en la Argentina, quedó convertido en un filme que, carente de suspenso, no se sostiene casi nunca.
Nadie está a salvo La corrupción, ese mal que infecta a la Argentina, es retratada a través de este estreno que, en boga a un año legislativo, se arriesga y brinda un particular panorama de la política actual. “Siempre cuídate de los nadie”. Con esa línea tan particular Pocho Grañas, el personaje que interpreta Roly Serrano aconseja a Claudio Sayago, en la piel de Luciano Cáceres, de cómo manejarse en los comienzos de su carrera política. Sin dudas una frase que enmarca determinadas particularidades de una matriz instalada en la política argentina: la corrupción. Brindando el puntapié inicial para darnos a entender que alguna traición, algún “nadie” aparecerá o algo podrá suceder en el periplo de Sayago, se inicia El jardín de la clase media (2018), film de Ezequiel Inzaghi basado en la novela homónima de Julio Pirrera Quiroga. No es la primera vez que Inzagui se propone expresarse sobre temas sociales/políticos. En La cola (2011), largometraje que dirigió junto a Enrique Liporace, nos narraba la historia de un trabajador deseoso de establecer un sindicato dedicado a proteger sus derechos. Ahora el director ambiciona en ir por más sobre esos males que nos afectan y adapta una novela que interviene en los confines del aparato gubernamental. Para esto Inzaghi acierta al apoyarse en un elenco sólido y ecléctico. A los mencionados Cáceres y Serrano, se suman caras como la de Eugenia Tobal (Güelcom), Ludovico Di Santo (Topos), Esteban Meloni (Contrasangre), Leonor Manso (Anita) y el ya nombrado Liporace. Este thriller político, un género no tan frecuentado por los directores argentinos, nos plantea una exploración desde la ficción de un tema tan hablado pero muy poco abarcado desde el arte. Inzaghi toma apunte de todo esto y, con la insinuación como el bastión para contar la historia, deja cabos para que el espectador vaya descubriendo tanto la trama como la intervención de cada uno de los personajes. En una historia donde se mezcla la aparición de un cuerpo en la casa del legislador Sayago, circunstancias de infidelidades (políticas, amistosas y sentimentales) y desconfianza, uno tiende a sospechar de cualquier tipo de movimiento de los personajes. El jardín de la clase media es una película necesaria en la actualidad del país, en la proximidad a un año legislativo, e ideal a la hora de graficar a la corrupción como no un hecho aislado, sino como un sistema al que se le es muy difícil escapar. El riesgo de Ezequiel Inzaghi por contar una historia que no está tan alejada de lo que podría ser la realidad, suprime cualquier tipo de desliz que pudiera generarse en la manera de encarar esta obra. Concreta, funcionado como una especie de crítica a algo que normalizamos de forma equivocada en la política, El jardín de la clase media nos deja ese sabor agrio de algo muy complejo de combatir. “Hacete el gil”, otra de las frases que el personaje de Roly Serrano utiliza para persuadir a Sayago, es algo a lo cual no podemos hacer oídos sordos. Desde nuestra parte, como sociedad, lo que debemos es no hacer oídos sordos y denunciar, de la forma en que pudieramos, cualquier acto de corrupción.
Un cruento asesinato es el disparador de la intriga principal de esta película, basada en una novela de Julio Pirrera Quiroga que pone el foco en la corrupción en el mundo de la política argentina. Son muchos, y muy variados, los personajes involucrados en un negocio siniestro que requiere para funcionar complicidades, ambición desmedida y sobre todo mucha violencia. El film trabaja constantemente con el tiempo, viajando al pasado cuando es necesario para aceitar la narración, y no ahorra truculencias cuando busca el impacto. Su fortaleza principal son las actuaciones, particularmente las de Leonor Manso, una actriz solvente y experimentada capaz de componer con muchos matices a una astuta jefa de Inteligencia del Estado, y la de Luciano Cáceres, en un rol exigente (un legislador con estrechos lazos con el delito) que requiere trabajar a fondo la indolencia y la ambigüedad. Menos convincentes son algunos secundarios, atados por un guion que los ciñe al estereotipo. Cuando avanza empujada por la lógica del policial y se permite, como añadido que airea, coquetear con el humor negro (una veta que revela la influencia del cine de Quentin Tarantino y epígonos del director de Tiempos violentos, como el británico Guy Ritchie), la historia es más atractiva que en los numerosos pasajes en los que subraya las miserias de "las altas esferas del poder", su costado más prescriptivo, generalista y solemne.
Protagonizada por Eugenia Tobal y Luciano Cáceres y dirigida por Ezequiel C. Inzaghi (La cola), llega a los cines El jardín de la clase media, un thriller político basado en el libro homónimo de Julio Pirrera Quiroga. En el marco de elecciones legislativas en Argentina, Claudio Sayago (Luciano Cáceres), uno de los posibles candidatos a diputado provincial por su partido, recibe una no muy agradable sorpresa en el patio de su casa: el cuerpo de una mujer decapitada. Junto a su mujer (Eugenia Tobal), psiquiatra y directora de un hospital, y el fiscal de turno, deberán investigar qué y quién se esconde detrás de este macabro crimen. A partir del hecho, comenzarán a develarse diversos secretos que apuntan directamente a las esferas más altas del poder. Además del asesinato como punto de partida, la película también cuenta con otras subtramas (prostitución, tráfico, típicas infidelidades, etc.) que se van desarrollando. El problema radica principalmente en que estas cuestiones parecen tener un inicio y un final pero nunca un desarrollo acorde a lo que se va mostrando. Algunas cuestiones, de hecho, quedan más bien libradas al azar y a merced de cada espectador. Posiblemente uno de los puntos más llamativos de El jardín de la clase media sea el elenco. Más allá de los protagonistas, Eugenia Tobal y Luciano Cáceres, el film también cuenta con la participación de Roly Serrano, Ludovico Di Santo, Leonor Manso, Esteban Meloni, entre otras figuras destacadas del cine argentino. Si bien todos logran interpretar a sus personajes de una manera correcta y convincente, ninguno realiza una actuación memorable que sobresalga por sobre el resto. Ezequiel C. Inzaghi logra generar un clima tenso y mantener al espectador en vilo a lo largo de casi todo el metraje. Aun así, el final (en dónde se intenta dar una respuesta a todas las incógnitas que se presentan) termina siendo rebuscado y descabellado. Los conflictos se terminan resolviendo de una manera apresurada y poco creíble. El cineasta presenta una trama en la que intenta abordar múltiples cuestiones, pero falla en la resolución de estas. El jardín de la clase media cuenta con un final tan apresurado que no permite que el espectador termine de digerir toda la información que se le entregó en tan pocos minutos.
egundo opus de Ezequiel Inzaghi, "El jardín de la clase media", es un vetusto manual de cine declamatorio que puede terminar rescatándose como un homenaje al cine de Emilio Vieyra. Principios del cine Siglo XXI. Mientras el país se derrumbaba estructuralmente, en el cine se desarrollaron dos vertientes diferenciadas que enmarcaban el clima en el que estábamos viviendo. El incipiente Nuevo Cine Argentino, con una generación joven que ponía el foco en los marginados y los “no mirados”, retratando la vida al límite; por un lado. También surgió algo que podríamos llamar cine del “Que se vayan todos”, demostrando el malestar general por las instituciones, con esa frase que se repetía por todos lados como emblema. Mayoritariamente directores no tan jóvenes, y un marcado tono declamatorio que hacía recordar a los policiales de otras épocas, para montar historias en las que la corrupción y los juegos sucios del poder manchaban todo. “Donde toco sale pus”, dijo Néstor Kirchner cuando asumió en 2003. De eso hablaba el cine del “Que se vayan todos”; que tuvo como coronación y final con "Cargo de conciencia", el último trabajo de Emilio Vieyra estrenado allá por 2005, con un elenco multiestelar ochentoso, y un tono general tanto en el relato como en lo técnico que abrazaba décadas, por lo menos, veinte años anteriores. ¿Clima de época? En momentos en los que nuevamente la clase política y las instituciones están gravemente cuestionadas, con el Poder Judicial metiendo cuchara, se estrena "El jardín de la clase media", un hijo, una escapada, de aquel cine del “Que se vayan todos”. Ezequiel Inzaghi había debutado en el cine en 2012, codirigiendo junto a Enrique Liporace, "La cama", una comedia que hacía gala de una supuesta mirada crítica hacia el ser argentino, con personajes que se la rebuscaban, y se inventan algo para vivir sin aportar. Era fácil leer algo de los mal llamados planeros en aquella. Seis años después recargó las tintas y vuelve sobre la cuestiones sociales, alejándose de los barrios trabajadores, y observando a la clase política y el ámbito en el que se mueve; una clase alta, o acomodada, que vive de galas y negociados turbios. Adaptando la novela homónima, publicada en 2004, de Julio Pirrera Quiroga; "El jardín de la clase media" es casi un film coral, o uno que presenta un mismo hecho central (de corrupción), pero desde sus diferentes aristas, intervinientes y afectados. Es año electoral, y los movimientos y jugadas están a la orden del día. Ernesto Lafuente (Jorge Martínez) es el Presidente de la Nación, y dentro de su partido hay mucho ruido. La intención es catapultar la carrera del joven Claudio Sayago (Luciano Cáceres), pero se hará en detrimento de la del longevo Antonio Gallaretto (Enrique Liporace). Hay que disputarse las bancas. Lafuente tiene su operadora política, Beatriz Santaclara (Leonor Manso), acostumbrada a mover los hilos desde las sombras, será ella la encargada de armar todo el operativo, y de dejar limpia la imagen de su jefe. Esto llevará a un enfrentamiento, simil guerra fría, entre Gallaretto y Santaclara, ninguno limpio; cada uno con su bando y sus figuras. Hay prostitutas, narcotráfico, policías corruptos, muertes, tramoyas varias, negocios muy turbios, y todo bajo el manto sagrado de la política. En el medio, Silvina Campas (Eugenia Tobal), médica, esposa de Sayago, la figura noble e impoluta, que se verá involucrada cuando quieran ensuciar a su pareja y literalmente le arrojen un cadáver en el jardín de su casa. Investigación que recaerá en la figura del fiscal Carlos Fernández (Esteban Meloni). Fundamentalmente son Gallaretto y Campas los que mueven el relato, o muestran sus ópticas, con Santaclara metiendo su ácida y pérfida cuchara. Pero en el film abundan los personajes de todo tipo. Todos con su frases típicas para enmarcar los diferentes momentos, o mensajes, de la película. El entramado intenta ser complejo, se enreda; obviamente, le sobran personajes, y lo que podríamos esperar, maneja un didactismo sobre la conducción política y el detrás de escena, para dar por seguro todo lo que el vulgo más imaginativo puede pensar. Todo lo que una mente conspirativa informada por titulares y zócalos puede elucubrar, sucede en "El jardín de la clase media", adornado con frases sobre explicativas, declamatorias, y ultra subrayadas para que no queden dudas de lo turbio. Los baches narrativos abundan, el elenco de probado talento naufraga con personajes y diálogos imposibles; hay increíbles errores temporales y una inverosimilitud reinante por pura acumulación. La frutilla del postre son determinadas escenas en las que nos será imposible no reírnos, aunque no haya nada de comedia como un extraño homenaje a "La masacre de Texas", o un extrañísimo partido de truco). Con todo, Inzaghi hizo un homenaje al cine policial de Emilio Vieyra, con cargado mensaje político, exagerado, conservador y reaccionario. Claramente es un cine que atrasa, como también es cierto que sus seguidores no faltan, quizás no tanto por emparentarse ideológicamente, sino como objeto de culto dentro del ya celebérrimo consumo irónico. Acá la tienen, "El jardín de la clase media"parece un film hecho justo a su medida.
No voy a mentirles: tenía mis expectativas puestas sobre El jardín de la clase media. ¿Un thriller político en la misma senda que House of Cards, pero de corte nacional? ¿Un violento crimen que dejaba expuesto los entretelones del sucio juego de la política? Nada podía salir mal. Pero cuando se pierde el norte sobre lo que uno quiere contar, le sucede lo que al director y guionista Ezequiel C. Inzaghi, quien adapta la novela homónima de Julio Pirrera Quiroga y se salda con un misterio que comienza fuerte y se termina desinflando conforme la intriga se va enredando hasta niveles casi incomprensibles.
Basada en la novela de Julio Pirrera Quiroga, dirigida y escrita por Ezequiel Cesar Inzaghi que se mete en un tema tan naturalizado como la corrupción política en el marco de unas elecciones legislativas. Contó con un elenco de figuras muy conocidas como Luciano Cáceres, Eugenia Tobal, Enrique Liporace, Leonor Manso, Esteban Meloni, Roly Serrano, Ludovico Di Santo, Jorge Martinez. Una trama complicada que culmina con un cadáver decapitado que se encuentra en el jardín de la casa del futuro candidato a legislador, que implica a una verdadera mafia que trepa hasta los cargos más altos y un manejo mafioso que al no dejar cabos sueltos siembra cadáveres y desaparecidos. Demasiados hechos acumulados alrededor de un delito inquietante: la llegada ilegal de residuos tóxicos, y una trama que gira y se complica una y otra vez sin profundizar demasiado en cada una de las situaciones que de por si sola serían buenos disparadores para analizar a toda una clase política corrupta. Mas parecida a una comprimida miniserie televisiva que a un desarrollo cinematográfico que no carece de atractivos, especialmente las actuaciones, pero si de espesor.
Thriller político con demasiadas ambiciones Para funcionar, el thriller pide, como el policial y el cine de espías, precisión y verosimilitud. Si el espectador advierte un dato que no cierra, un personaje poco creíble o una zona de la trama no muy convincente, se va a “desenganchar” y eso puede ser fatal. Los anglosajones, que gozan de las virtudes requeridas, son, como se sabe, campeones en todos esos géneros, primero en la literatura, más tarde en el cine. A los latinos, más espontáneos que precisos, más fantasiosos que verosímiles, esos géneros no se nos hacen fáciles, más allá de que la literatura y el cine franceses tengan una alta tradición en el rubro y de que por aquí también se hayan dado dado, gracias a cierto cosmopolitismo, obras consumadas en ambos campos. Ópera prima de Ezequiel Inzaghi, basada en una novela de Julio Pirrera Quiroga, El jardín de la clase media es un thriller político con ambiciones en varios terrenos, al que le falta el ajuste fino necesario para resultar convincente. Una de las ambiciones de El jardín de la clase media se da en el terreno de la trama, tan intrincada como los exponentes más enrevesados del género. La historia adaptada por el propio Inzaghi, que parecería transcurrir aquí y ahora (en un momento, una prostituta inhala una línea de cocaína sobre un afiche de Mauricio Macri) narra una interna política en la que el apriete salvaje, los cadáveres usados como mensajes mafiosos y el crimen liso y llano del opositor interno son el pan cotidiano. El protagonista es Claudio Sayago (Luciano Cáceres), joven abogado a quien el veterano político Gallaretto (Enrique Liporace) apadrinó para llegar al cargo de legislador provincial. Sayago está en pareja con la psiquiatra Silvina Campás (Eugenia Tobal), hija de un médico prominente (un inseguro Lalo Mir). Aunque sus profesiones parecerían tener poca relación, Sayago se ganará a los mismos enemigos que Silvina, gracias a una disposición sobre residuos nucleares que acaba de impulsar por compromiso, y a la resistencia de ella para firmar la cesión del terreno del hospital en el que trabaja, para que capitales privados puedan disponer de él. Una de las apuestas de El jardín… (cuyo título no se explica, ya que la película no trata sobre clases sino sobre la inescrupulosidad política) es la de vincular lo supuestamente “alto” y respetable (las máscaras de los políticos) con los bajos fondos. Gallaretto está relacionado con un personaje impresentable al que él puso como Director de Aduanas (ese emblema de la truchada nacional que es Roly Serrano), y éste a su vez con las pupilas de un puticlub y un guardaespaldas-psicópata asesino. Del lado de enfrente, la llamada “Señora 5” (Leonor Manso) parece, por su descarado y cínico maquiavelismo de dos caras, la versión criolla de la M de Judi Dench en la serie Bond. Es muy complicado manejar con fluidez tantas subtramas, personajes y actores “de nombre”, y El jardín de la clase media queda apenas como un intento, que patina entre situaciones poco creíbles, actuaciones dispares (no sólo en términos de eficacia sino de ajuste al género), tonos oscilantes y más ambiciones que logros.
PURAS MALEZAS El jardín de la clase media está mal, a tal punto que lo más interesante que tiene es el título, que por otro lado nace de la creatividad del autor de la novela original, Julio Pirrera Quiroga. La novela policial editada en 2004 ya tenía algunos problemas pero lo de esta ópera prima de Enrique Inzaghi está muy por debajo de cualquier expectativa cinematográfica por mejorarla, de hecho, la empeora. Esta suerte de policial negro plagado de estereotipos, burdo para manejar el subtexto, con fotografía publicitaria y un guión con líneas de diálogo murmuradas torpemente y algunas actuaciones embarazosas (que, en general, es culpa del guión antes que de la calidad interpretativa del elenco) tiene correlación, al menos en el cine (en televisión esta mediocridad ha pululado con más frecuencia), con el paupérrimo cine de Emilio Vieyra. Y sin embargo, hay en la película de Inzaghi un cuidado por los apartados técnicos que Vieyra no solía tener, lo cual ni siquiera le va a dar la fórmula de cine serie B. La película, que arranca entre varias elipsis y la narración de cómo un candidato llega finalmente a un cargo de la cartera de medio ambiente, da lugar inmediatamente a un montaje paralelo entre un asesinato y una violación, eventos que son el disparador de todo lo que sucede y conmueve la vida del mencionado funcionario (Luciano Cáceres) y su esposa (Eugenia Tobal). Todo este entramado, que tiene la finalidad de ser agudo en su comentario social, apenas logra interesar porque salvo un fiscal interpretado por Esteban Meloni, no parece importarle a nadie. Pero esto es porque el punto de vista se fracciona absurdamente, llevándonos a cuestionar si prima el aspecto de thriller o el de comentario social. En el primer caso hubiera sido útil seguir alguna indagatoria del fiscal que parece sacado de un mal libro de Hammet. En el segundo de los casos, si en verdad se apuntaba al comentario social, resulta un misterio la energía puesta en escenas románticas de telenovela o el shock value serie B que también resultaría extraño o bizarro en un film de comentario social. Sin lugar a dudas, hay intención de contar el ascenso y descenso de una figura política y cómo la corrupción va cocinando la suerte de cada figura, pero el suspenso, el drama y, en fin, el pathos de todo el asunto, se disuelve con facilidad. En el medio de todo, las figuras que mueven los hilos terminan siendo caricaturas que poco tienen que ver con el registro de denuncia que se pretende, a pesar de que el dúo que hacen Enrique Liporace y Roly Serrano entrega los mejores momentos del film. En definitiva El jardín de la clase media, con su título poético y pretencioso, es un film de llamativa intrascendencia, en particular por la búsqueda (consciente o inconsciente) de recuperar el cine serie B policial de los ´80 y comienzos de los ´90. Ideal para ver charlando con amigos tomando una cerveza sin prestarle demasiada atención.
Las listas de candidatos para las elecciones legislativas en Argentina están por cerrarse cuando un cadáver de una mujer decapitada aparece en la nueva mansión de uno de los posibles aspirantes a diputado (Luciano Cáceres). A raíz de esto, su pareja (Eugenia Tobal), quien se encarga del área de psiquiatría en un hospital público intenta, junto al fiscal de la causa (Esteban Meloni), aclarar qué significa este mensaje siniestro.“El jardín de la clase media”, basada en la novela homónima de Julio Pirrera Quiroga, se exhibe como un thriller político que expone una trama mafiosa que involucra hasta al presidente de la Nación y que denuncia la complicidad e impunidad de funcionarios capaces de hacer cualquier cosa para obtener incluso más poder.El sistema patriarcal se ve representado explícitamente: situaciones aberrantes como comentarios machistas bastante naturalizados, golpizas y violaciones a mujeres, no tardan en aparecer. En tiempos de empoderamiento femenino, estas fuertes imágenes causan disgusto e impotencia por parte de los espectadores, quienes poco a poco comienzan a visibilizar estas cuestiones tan arraigadas a nuestra cultura.Con una continuidad cuestionable y con toques de humor negro, el film intenta desarrollarse de una manera muy forzada. En esta oportunidad la dirección y el guion de Ezequiel Inzaghi no es acertada y se vuelve inconclusa dejando mucho que desear.El elenco, que se complementa con los roles secundarios de Enrique Liporace, Leonor Manso y Roly Serrano protagonizando la red de corrupción, cumple correctamente su función consiguiendo ser la fortaleza de la película.La propuesta inicial de “El jardín de la clase media” no es errada y sabe mezclar la política con lo policial pero a medida que transcurren los minutos, la historia se vuelve previsible y pierde el atractivo con su desarrollo. --->https://www.youtube.com/watch?v=vuv8dVw1IJY DIRECCIÓN: Ezequiel Inzaghi. ACTORES: Luciano Cáceres, Eugenia Tobal. ACTORES SECUNDARIOS: Enrique Liporace, Leonor Manso, Esteban Meloni, Roly Serrano. GUION: Ezequiel Inzaghi. FOTOGRAFIA: Ignacio Torres. MÚSICA: Yair Hilal. GENERO: Thriller. ORIGEN: Argentina. DURACION: 100 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años con reservas DISTRIBUIDORA: 3C Films Group
La segunda película de Ezequiel Inzaghi, “El jardín de la clase media” se propone como una reflexión sobre la política y la corrupción. El lenguaje televisivo y un guion fallido resienten logradas actuaciones de Luciano Cáceres, Leonor Manso y Eugenia Tobal, que se ponen la película en los hombros.
Basada en la novela de Julio Pirrera Quiroga publicada en el 2004, dirigida y escrita por Ezequiel Cesar Inzaghi. La cinta cuenta con un elenco de lujo y a lo largo de su desarrollo vamos conociendo a cada uno de ellos. Por un lado está Pocho Grañas (Roly Serrano) que le da consejos a Claudio Sayago (Luciano Cáceres) candidato a legislador, es infiel, tiene problemas con sus adicciones, no está pasando un buen momento con su pareja Silvina Campas (Tobal) una médica psiquiatra, es la hija de un prestigioso médico (Lalo Mir) y tiene una relación muy especial con Beatriz Santaclara, interpretado por Leonor Manso, le da buenos matices y de gran lucimiento. El resto del elenco ofrece una gran fuerza interpretativa y son importantes en el desarrollo de la trama: Enrique Liporace (es Antonio Gallaretto, un ser oscuro), Jorge Martínez (como Presidente de la Nación), Esteban Meloni (fiscal), Roly Serrano (un ser sin escrúpulos, deja ingresar residuos nucleares, materiales tóxicos y contaminante), que se van entrecruzando entre el poder y la codicia. Dentro de la subtrama: hay prostitución, narcotráfico, policías corruptos, muertes, negocios turbios y distintas maniobras. La película muestra principalmente la corrupción política, como se puede hacer la vista gorda ante ciertos hechos, como se manejan las campañas y de que manera los medios te pueden hacer subir o bajar a una persona en la política, además negocios turbios y situaciones mafiosas. A lo largo de la cinta se logran buenos climas de suspenso, intrigas, llena de trampas, momentos asfixiantes, tensión, en este thriller político policial, además se maneja muy bien el sarcasmo y el humor negro. Cae en una serie de lugares comunes y su final resulta algo apresurado.
La corrupción política es tan pornográfica que la realidad siempre supera la ficción. Ezequiel C.Inzaghi lo sabe y quiso ir por todo en "El jardín de la clase media". Es allí donde mostró una suerte de caricatura de la política, pero lo hizo con trazos tan gruesos que su mensaje perdió nitidez, se desdibujó. Claudio Sayago (Cáceres) es precandidato a diputado nacional y para llegar al poder tendrá que sacarse un muerto de encima. Pero literal. Para el caso, es una muerta. Porque un buen día le plantan un cadaver decapitado en el jardín de su casa (¿habrá surgido allí la idea del título?) y él deberá sortear obstáculos cada vez mayores para salir ileso y convertirse en alguien digno para el voto de la gente. Pero para cristalizar esta idea, Inzaghi plantó otros "muertos" en la trama, que son las una y mil vueltas de tuerca de entramados políticos, roscas, vendetas y hasta alguna que otra historia de amor, que termina generando una ensalada agridulce, que no es ni agria ni dulce. Las frases redonditas de los personajes son tan contundentes como poco creíbles y la figura estereotipada del político villano se asemeja al Guasón de un comic. O sea, es demasiado. Quizá con un poco más de sutileza la película salvaba la ropa, pero eso es una decisión del director. Y la realidad le sigue ganando a la ficción.