Ulrich Kohler es una de las grandes promesas del cine teutón de estos tiempos. Si bien tiene 3 largos hasta el momento, su presentación en sociedad con "Bungalow", su ópera prima, allá por 2002 impresionó favorablemente a la audiencia (tanto que en BAFICI de ese año, fue premiado su actor principal, Lennie Burmeister). Su estilo es relajado pero detallista, incisivo y con una fuerte inclinación hacia la reflexión en la composición de los personajes. No conocemos mucho más de su filmografía (tiene un corto también renombrado en su tierra, "Rakete"), pero después de haber visto " Schlafkrankheit", haremos lo posible por seguir su carrera con atención. "El mal del sueño" es un drama comprometido que tiene lugar en Africa. Más específicamente en Camerún. Allí conoceremos a un doctor e investigador de carrera, Ebbo Velten (Pierre Bokma) que lleva adelante una tarea importante: luchar contra la pandémica "enfermedad del sueño". Lleva muchos años en ese lugar y recibe periódicamente, la visita de su esposa y su hija, quienes viven en Alemania. Ebbo es un profesional que ha logrado decodificar el modo de vida del lugar y sabe hacer su trabajo... o al menos eso parece. Sin embargo, la familia urge una decisión: para seguir unida, los viajes ya no funcionan y él debe renunciar al continente negro para seguir junto a los suyos. Mientras Ebbo metaboliza la cuestión, aparece en escena un fiscalizador de la OMS para auditar el envío de fondos que él recibe: Alex (Jean-Christophe Folly), un parisino hijo de congoleños que debuta en misión con esta tarea. Al parecer, el manejo discrecional que hace el médico alemán no es muy claro y el enviado a controlarlo, deberá decidir cuál será el tenor del informe que elevará. Del mismo se desprenderá si sigue recibiendo fondos para su trabajo o no. La película arranca lenta, es cierto, y hasta que Alex entra en escena, quizás al espectador le cueste descubrir el peso de la historia. Pero lo tiene. "El mal del sueño" ofrece varias aristas para el análisis: el desarraigo, la adaptación con el medio, la distancia y su influencia en los vínculos primarios. Aunque no son los únicos. Kohler pone la mirada en el rol que cumplen los organismos internacionales en Africa y los critica veladamente. En un tramo de la película, Alex está en una conferencia donde escucha a especialistas decir que todo el dinero que se envía a ese continente sólo ha servido para enriquecer a los que más tienen, sin poder haber generado mejoras cualitativas en la vida de su población. Esta línea atraviesa el film todo el tiempo. Eso sí, el director elige no mostrar desiertos, animales exóticos, campamentos de refugiados... No. Fotografía Africa, pero desde otro ángulo. La muestra bella, pero no de la manera tradicional: intenta explicar que efecto produce en los extranjeros y las características de la vida en dicha región. Desde ese lugar, la elección es la correcta: todo se vuelve interesante y la historia produce su efecto en el público: la intriga crece y el final (aunque anunciado) llega en el momento justo. Podemos criticarle a "El mal del sueño" quizás que durante la primera media hora nos haya desconcertado un poco (el registro es apagado en comparación con el resto de la historia), pero una vez que el encuadre estructura, el film muestra sus garras y sale airoso de la prueba. Si les gusta el cine europeo, Kohler tiene algo valioso para ofrecerles: una mirada comprometida sobre la humanidad de quienes viven en esa geografía, incluyendo una clara reflexión sobre los programas sanitarios que se encuentran por doquier en Africa. Muy buena.
Hay determinados films que en su afán de presentar un enfoque artístico terminan sin expresar muchos tópicos de interés analítico y culminan siendo monótonos; con El Mal del Sueño, tercer film del alemán Ulrich Köhler sucede algo como esto. La película de Köhler narra como el doctor Ebbo Velten (Pierre Bokma), que se encuentra compenetrado en su trabajo en Camerún contra la epidemia del mal del sueño, se ve inmerso...
Africa... ¿mía? Uno de los principales referentes de la Escuela de Berlín -el movimiento artístico más interesante del nuevo cine alemán-y conocido en la Argentina gracias a la exhibición de Bungalow (2002), Windows on Monday (2006) y esta película en distintas ediciones del BAFICI, Ulrich Köhler narra en su tercer largometraje las historias de vida de tres médicos europeos afincados en Camerún. Lejos del oportunismo, de los dictados de la corrección política o de la explotación del pintoresquismo del Tercer Mundo, el talentoso realizador germano expone en todas sus facetas las contradicciones íntimas de los protagonistas. Köhler -que ha recibido un fuerte espaldarazo de la Berlinale, donde ganó el año pasado por este film el premio al mejor director- es un experto en temas africanos y, más aún, de la labor de las ONGs internacionales que se ocupan allí de tareas humanitarias, ya que sus padres trabajaron muchos años en Zaire como voluntarios y con su hermano se crió en un pueblo perdido del Congo, donde su madre era también la maestra del lugar. El mal del sueño se centra en los derroteros de tres médicos: uno alemán (Pierre Bokma), uno francés (Hippolyte Girardot) y otro de origen africano pero residente en París (Jean-Christophe Folly). Si bien expone ciertos riesgos del trabajo en zonas marginales o la corrupción gubernamental en el manejo de los fondos de ayuda financiados desde el exterior, la película se concentra en las fuertes tensiones internas de los europeos afincados en Africa, en la atracción que les provoca el continente y su gente, pero también en las dificultades que se les genera a la hora de sostener vínculos afectivos y familiares. Un relato bello, sensible y tragicómico a la vez -que no le teme al riesgo, a la experimentación, al absurdo, a lo onírico y a lo surreal- sobre la difícil integración entre dos mundos opuestos.
Inmerso en África El film de Ulrich Koehler –Oso de Plata como Mejor Director- es un híbrido entre el drama y el misterio. El relato es simple pero atrapante, si bien hay una dosis de ambigüedad e indefinición en el argumento que por momentos confunde. Aunque probablemente sea ese el efecto buscado. Ebbo (Pierre Bokma) es un médico que reside en África hace 20 años y trabaja en una epidemia llamada la enfermedad del sueño. Su mujer y su hija desean volver a su país pero Ebbo parece no querer dejar ese lugar que tanto lo cautiva. Pasados algunos años, Alex (Jean-Christophe Folly), un enviado de la OMS de origen africano, arriba al país para evaluar el trabajo de Ebbo. Pero Alex encuentra un panorama desalentador: el programa que aquel maneja está claramente en decadencia y ni este ni nadie en el lugar le ofrecen respuestas satisfactorias que le permitan a Alex entender hacia dónde destinan el dinero enviado por la OMS. El mal del sueño (Schlafkrankheit, 2011) no presenta un conflicto muy claro. El film apunta a una problemática más íntima del protagonista, pero que no resulta muy asible. Ebbo es una intriga, una persona que parece saber lo que quiere pero al instante ya no. Porque con la primera media hora del film reconocemos en él a un padre de familia y médico de prestigio decidido a volver a Alemania con su familia y dejar atrás su vida en África. Luego de unos años (y sin saber qué ocurrió en el medio) vemos al protagonista cambiado: alguien inmerso en otra cultura pero también ávido por aprovecharse de ella, de su gente y de su posición profesional, aunque tampoco sea eso al parecer lo que busca realmente. El título del film funciona de manera simbólica representando la vida Ebbo, un ser que quedó adormecido en su accionar, en sus ganas de vivir y de luchar, prácticamente alienado. Aunque se puede seguir un argumento sin problemas, es difícil para el espectador entender qué pasa o qué va a pasar, pues nunca sabe más que los protagonistas. No se sabe si sentir pena o desprecio por Ebbo, ni cuál será su próxima acción. Como le sucede a Alex, quien con su mirada de extrañeza ante lo que ve nos representa en sentimiento. Con estas características, el final se auspicia como sorpresivo, pero este no deja de estar en consonancia con la totalidad. Si bien hay un giro cuasi inverosímil, al promediar el film se cierran los sentidos que antes faltaban. Aunque el halo misterioso quede flotando en la superficie.
Dirigida por el director alemán Ulrich Köhler, filmada en África, Camerún, donde conocemos a Ebbo Velten, un médico especialista en una pandemia que está asolando esas tierras y da nombre a este film: El Mal del Sueño. Desde la primera escena ya podemos deducir la personalidad, carácter y ánimo de Ebbo que se irá acrecentando con el correr de los minutos. Él vive con su esposa y reciben la visita de su hija que se encuentra en un internado en Alemania para continuar con sus estudios. Luego de algunos roces y entredichos su esposa e hija deciden volver al país germano dejando a Ebbo solo y decidiendo qué hacer con su vida: continuar con la investigación o regresar a su país natal. Y este es el punto donde la historia toma otro rumbo. El protagonista, interpretado por Pierre Bokma, pareciera que se fuera desgastando cada vez más, se lo nota agobiado, con su ropa sucia y su aspecto desalineado y desprolijo. La barba cada vez más tupida muestra signos de dejadez, que ya todo le da igual. Su permanencia en la investigación está siendo cuestionada por la OMS y pensar regresar a su hogar es viajar a un territorio ya ajeno a él. Si Ebbo cambió su vida para luchar por una cura a una enfermedad llamada El Mal de Sueño, ahora es él el que está padeciendo la enfermedad, la enfermedad de su propio sueño. Dato: Otro de los actores que conforman el reparto es Hippolyte Girardot, director de Yuki and Nina.
La metamorfosis de Köhler En sus dos primeras películas, Ulrich Köhler puso en escena la cuestión del territorio, la pérdida de la identidad y la dificultad para encontrar un lugar propio, mediante relatos con personajes en fuga donde la cotidianeidad era trastocada por una extrañeza inquietante. Su nueva película posee una ambición aún mayor; El mal del sueño se pregunta por el papel del hombre blanco en África y extiende la incomodidad existencial a todo el continente europeo. El director plantea temas complejos sin dar explicaciones ni respuestas fáciles y expone, sin ser didáctico ni complaciente, el paternalismo y la dificultad para deshacerse de los reflejos colonialistas. El mal del sueño es una película en dos tiempos sobre la metamorfosis africana de un médico alemán. Ebbo Velten se deja abrasar por la naturaleza, las bellezas y los rigores de Camerún durante largos años de ayuda humanitaria. El viejo doctor lamenta haber dejado a su familia en Alemania pero no desea regresar a un país que ahora le resulta ajeno. Desgarrado entre dos continentes, entre dos vidas distintas y contrarias, Ebbo termina por desaparecer en las profundidades de la selva. Años más tarde, Alex, un joven médico francés de origen africano, irá a su encuentro para auditar su trabajo, pero sólo encontrará un fantasma. La película se divide en dos partes completamente distintas, con dos historias cuyo único vínculo es la campaña médica, con dos relatos que sólo tienen en común la presencia del viejo médico. El mal del sueño sigue los rastros de la extraordinaria White material de Claire Denis, construyendo de a poco una tensión interior que proviene de la influencia de África, de su clima y de su ritmo diferente, sobre los europeos. La violencia con la cual Alex reacciona ante los múltiples retrasos y obstáculos que encuentra a su llegada demuestra que es imposible hacer el mismo trabajo a un ritmo europeo y pone de manifiesto que lo que está en juego no es la productividad sino la simple supervivencia. Köhler presenta la corrupción, la enfermedad y el devenir de las subvenciones como telón de fondo, pero se interesa más en la mirada de los europeos hacia África que en los temas africanos propiamente dichos. El cineasta muestra con realismo pero sin solemnidad las relaciones de clase entre el médico y su empleado, la ambigüedad del post colonialismo (“El mercado está en condiciones de responder a los problemas de África”, declara un funcionario cínico), los detalles de la vida cotidiana (embotellamientos, camionetas importadas que se compran al contado, vendedores ambulantes de zapatillas que portan la insignia sobre sus cabezas) y algunas taras propias de nuestro tiempo (la obsesión por la evaluación y el plan de negocios). El mal del sueño se apoya también en los géneros, en el registro fantástico de la cacería nocturna o con la comicidad que atraviesa toda la película, desde el humor negro de la cesárea interrumpida hasta la forma con la que cada uno de los protagonistas intenta adaptarse a un continente obstinado. Pero la audacia de Köhler no se limita al original uso del humor sino que toma las direcciones más sorprendentes, como abandonar el relato a mitad de camino para comenzar uno nuevo, cambiando el personaje principal sin perder el rumbo. Los que vieron el plano secuencia final de Bungalow saben que Köhler posee un talento raro para la puesta en escena. Delante de su cámara la naturaleza es aterradora: las plantas son gigantescas, la selva no ofrece ningún resquicio para ver el cielo y la espesa bruma impone un silencio inquietante. Sin perder de vista el relato, la película prosigue su camino hacia lo extraño y lo maravilloso. Del mismo modo en que la heroína de Windows on Monday caía de manera casi sobrenatural sobre un hotel perdido en pleno bosque, la deriva de El mal del sueño culmina con una secuencia nocturna tan impresionante como inesperada. La leyenda se materializa y el título adquiere una dimensión onírica consustancial al cine.
Si bien no está presentada como una pieza reveladora acerca de realidades ocultas en territorio africano, El mal del sueño tiene un enfoque por lo pronto disperso, que no deja en claro su cometido. Se trata de un film alejado de lo convencional e imbuido en una peculiar postura artística, lo cual no justifica sus falencias. El mal transmitido por la picadura de la mosca tse-tse es una problemática abordada tangencialmente por este film del germano Ulrich Kohler, cuya trama se ocupa fundamentalmente de los devaneos del doctor Velten, afincado en África para mitigar los efectos de esa enfermedad en la comunidad. Cuando su mujer prefiere volver a Alemania, él decide permanecer allí no sólo por su vocación sino por un misterioso apego, factores que investigará un doctor francés de origen congoleño que es enviado a la zona. Un desenlace alegórico y risueño, que se relaciona con una leyenda regional, ofrece una bienvenida sorpresa en el final, pero no rescatan a El mal del sueño de sus baches narrativos y personajes inconsistentes, incluyendo la declarada homosexualidad del médico recién llegado, un dato que nada aporta a la historia. Bien filmada pero caprichosa y desprolija, la película no se destaca por su causa humanitaria ni por sus valores estéticos y conceptuales.
Peor el remedio que la enfermedad Este tercer opus del alemán Ulrich Kohler, representante de la Escuela de Berlín, ganador en la última Berlinale por su trabajo de dirección, que debutara en el 2002 con Bungalow, es un film extraño que se instala en el derrotero de tres médicos muy diferentes entre sí, los cuales tienen en común la lucha contra la malaria en Camerún, atravesados por las contingencias de un continente condenado a muerte que es pretexto de la puja económica del sistema de salud mundial y laboratorio de experimentación de compañías farmacéuticas que especulan con lanzamientos de vacunas en tanto y en cuanto se detecten los indicios de una pandemia que amerite la inversión. Ese sistema perverso del capitalismo salvaje encuentra su cara más cruel en las víctimas africanas, quienes viven en condiciones deplorables, escenario al que llega el protagonista, un médico alemán (Pierre Bokma) que opta por su proyecto de salud en detrimento de la atención de su familia por lo que su vida cotidiana entra en crisis. A este doctor se suma otro médico francés (Hippolyte Girardot), quien debe relevar un informe de situación sobre la existencia o no de una epidemia para activar el financiamiento en esa zona pero que nunca ha tomado contacto con la pura realidad de la miseria y mucho menos con la gente enferma, más allá de su cómoda mirada burócrata desde Europa sin meter los pies en el fango de la coyuntura sociopolítica africana. El tercer médico es oriundo de Camerún (Jean-Christophe Folly) y trabaja junto al alemán desde hace años, personaje que funciona dentro del relato como el contraste entre ambos modelos. Sin embargo, la clave de esta película no la constituye su registro realista sino su progresivo despegue de lo cotidiano para introducir una atmósfera ambigua que, promediando la parte final, se apodera de manera hipnótica de la trama -recordando por ejemplo al film tailandés Tropical malady- mezcla de alegorías y resabios oníricos que guardan cierto sentido con el adormecimiento de la conciencia. El mal del sueño pertenece a ese tipo de cine personal e inclasificable que fomenta una relación muy particular con el espectador al desestructurarlo constantemente y sumirlo en un saludable tedio que lo obliga a estar despierto pero que asume los riesgos de pertenecer a un grupo de películas de difícil empatía.
La mirada de los otros El alemán Ulrich Köhler enfrenta a la cultura occidental con la africana en un filme fascinante. Africa como un sueño, una pesadilla. Africa como un lugar donde las reglas cambian, la lógica se trastoca y el misterio le gana a la razón. En El mal del sueño , el alemán Ulrich Köhler cuenta dos historias en una, ambas ligadas a esa idea: el continente, como parecía dejarlo en claro Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas altera los sentidos, transforma a los hombres para siempre. Un médico alemán y su familia están a punto de dejar Camerún después de tres años de trabajo allí, tratando de combatir la epidemia del llamado “mal del sueño” que hace que la gente quede en un estado de pesada somnoliencia, con consecuencias fatales. Con la epidemia controlada, Ebbo y su familia deciden regresar a Europa. Mujer e hija se van mientras Ebbo queda ultimando detalles de su partida mientras prepara a su reemplazante y enfrenta lo que, él siente, es una extendida corrupción y falta de seriedad profesional en quienes lo rodean, tanto locales como un francés que quiere convencerlo de emprender allí un proyecto en apariencia hotelero. La película salta abruptamente a tres años después. Allí vemos a Alex, un doctor francés, negro, de origen congoleño, que arriba a Africa a hacer un informe de la situación médica. Con dificultades para adaptarse al lugar y a sus costumbres, Alex termina enredado en la búsqueda infructuosa de Ebbo, quien nunca se fue del lugar y que hoy parece haber asumido una forma de vida que antes rechazaba. Lo que pasará de allí en adelante entrara en un terreno misterioso, una suerte de juego de poder y de viaje a las profundidades de la selva en la que el espectador deberá sacar sus propias conclusiones. Alejado de toda “corrección política” imperante, jugando con las contradicciones que existen en la relación entre europeos y africanos, y llevando al espectador a meterse dentro de ese universo donde las cosas no funcionan de manera convencional, los parámetros de conducta son otros y en los que un hipopótamo puede aparecer y uno no sabe si es real o alucinación, Köhler vuelve a plantear ese choque cultural tan clásico a la literatura y al cine que es el encuentro entre la razón occidental y la forma de vida africana (o, podríamos decir, “tercermundista”), a las formas del post-colonialismo. Sin juzgar ni condenar, observando comportamientos y actitudes, dejando que el paisaje vaya haciendo su trabajo sobre el espectador, este realizador clave del llamado Nuevo Cine Alemán -que vivió de niño en Africa- entrega un filme corto, subyugante, un viaje en dos partes que hace recordar la historia de la búsqueda y encuentro del mítico Kurtz, un hombre transformado por sus experiencias y circunstancias. Enredado en el corazón de las tinieblas...
Tal vez El mal del sueño aborde demasiados temas complejos como para poder desarrollarlos en profundidad, pero no deja dudas de que Ulrich Köhler conoce las problemáticas que describe -básicamente los vínculos entre Europa y Africa y en general la actitud de Occidente respecto de los países en desarrollo- y que se trata de un realizador inteligente y lúcido. Hijo de voluntarios comprometidos con la ayuda humanitaria y criado en Zaire (actual Congo), reconoce que su perspectiva no puede sino ser europea, aunque ha negado que su película sea autobiográfica. Rodada y ambientada en Camerún y dividida claramente en dos partes -una, en torno de un médico alemán al frente de un programa de lucha contra el mal del sueño-; la otra, centrada en un médico francés que tres años más tarde llega al continente de sus ancestros para fiscalizar la marcha de esa misión -habla también del desplazamiento, la identidad, la oscilación entre dos culturas, la pertenencia, el desarraigo-. En la primera parte, el escéptico, abnegado y brusco Ebbo anuncia el regreso a Alemania por motivos familiares, aunque no parece muy convencido de abandonar una tierra que lo fascina, pero en la que (sabe) siempre será un extraño. En la segunda, el joven doctor Alex Nzila, un hombre que aún anda en busca de su lugar en el mundo, comprueba que la realidad en la tierra de sus mayores está muy lejos de la que él imaginaba y que allí tampoco se libera del sentimiento de ajenidad que padece en Francia. En su función específica, los resultados no son mejores: la corrupción abunda y es bastante oscuro el destino que se da a los fondos que se envían desde Europa para combatir una enfermedad que parece casi erradicada. No siempre Köhler consigue que confluyan armoniosamente las distintas vertientes del relato, y también es probable que desconcierte o suene artificiosa la vía fantástica que elige para rematar la admirable secuencia final de la cacería nocturna -quizá un equivalente de los síntomas de la enfermedad del título: modorra durante el día, insomnio por la noche-, donde se manifiesta más abiertamente el carácter onírico que la película ha ido sugiriendo desde el comienzo. En esa extraña y cautivante atmósfera en la que envuelve su visión de Africa sin recurrir a estereotipos ni pintoresquismos habituales reside parte del hechizo que envuelve el film. Es la misma sutileza que emplea para exponer los íntimos conflictos de los personajes -de todos los personajes- a través de sus comportamientos y de las situaciones que elige mostrar: por ejemplo, las de Ebbo con su familia, que contribuyen a iluminar los conflictos interiores del protagonista, admirablemente interpretado por Pierre Bokma. Es justo destacar que buena parte del notable trabajo de Köhler se debe a la contribución de su fotógrafo, Patrick Orth, especialmente en las abundantes escenas nocturnas.
Tensiones interiores Como en sus films anteriores, Köhler vuelve a poner en escena una incomodidad existencial y personajes en tránsito, pero su foco es más profundo e involucra a Europa toda. Premiada con el Oso de Plata al mejor director en la Berlinale 2011, El mal del sueño, tercer largometraje del alemán Ulrich Köhler, es esa clase de films que resultan mucho más ricos y complejos de lo que su mera apariencia indica. Si el continente africano ha sido siempre una fuente inagotable de fantasías para los creadores europeos, el film de Köhler no reniega de esa tradición, asociada con el misterio y la aventura, pero al mismo tiempo sabe cómo ponerla en crisis, cuestionando cada uno de sus clichés y desarticulando la clásica peripecia narrativa. Detrás de las experiencias de una familia blanca en el corazón del Africa negra, Schlafkrankheit reflexiona sobre las relaciones asimétricas de poder en una sociedad poscolonial y se pregunta por la pertinencia de ciertos programas de ayuda humanitaria, concebidos desde el paternalismo eurocéntrico. Nacido en 1969, Köhler pertenece a la generación que los franceses han preferido llamar La Nouvelle Vague allemande, para evitar el agrupamiento bajo la denominación Berliner Schule, de la que el propio director reniega (ver entrevista). Es un grupo numeroso, no necesariamente homogéneo, que ya lleva –como el Nuevo Cine Argentino– más de una década en movimiento. Y que incluye, entre varios otros, los nombres de Christian Petzold y Christoph Hochhaüsler. Menos prolífico que sus compañeros de fila, Köhler sin embargo es quizás el que ha ido construyendo un cuerpo de obra más coherente e identificable, como lo han podido comprobar quienes siguieron la retrospectiva dedicada a la Escuela de Berlín que organizaron hace tres años el Goethe Institut y la Sala Lugones. Ya en Bungalow (2002), la ópera prima de Köhler, el protagonista sufría de un inconformismo, de un sentimiento de insatisfacción que nunca se expresaba, sin embargo, de una manera intempestiva o iracunda. En su segundo largo, Montag kommen die Fenster (“Las ventanas llegan el lunes”, 2006), a pesar de la aparente felicidad de su vida familiar junto a su marido y su hija, la esposa sentía súbitamente la necesidad de abandonar el hogar. Y lo hacía sin previo aviso, como un impulso vital, como si le faltara el aire. Ahora, con El mal del sueño, Köhler vuelve a poner en escena esa incomodidad existencial, esos personajes en tránsito, pero su foco es más profundo y se diría que involucra a Europa toda. El matrimonio integrado por Ebbo y Vera lleva viviendo en Africa varios años. Ebbo es médico y tiene a su cargo un programa de cura de la enfermedad del sueño en una paupérrima localidad remota de Camerún. La vida allí no es fácil, pero parece hacerlo feliz. Su mujer, sin embargo, se siente cada vez más lejos de todo y particularmente de su hija adolescente, que viene a pasar unos días con ellos desde Alemania, donde está pupila en un colegio. Una decisión es inminente: Ebbo tiene que elegir entre volver a un país que ya no siente como suyo o quedarse en Africa y separarse de su familia. Unos pocos años después, cuando Alex, un joven médico francés de origen congolés, llegue por primera vez a Camerún para evaluar los resultados de ese programa sanitario subsidiado por gobiernos europeos, se encontrará con Ebbo como si se topara con una sombra, con un fantasma perdido en sus meditaciones en medio de la selva africana. Aunque el film nunca lo dice en sus créditos, se diría que El mal del sueño es una suerte de paráfrasis, de lectura libre de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Ebbo es el nuevo Kurtz y el joven médico es como Charles Marlow, que viene a averiguar qué fue de ese hombre y de su campamento. Para cuando lo encuentre, Ebbo también se habrá convertido en un personaje tan elusivo como misterioso, mimetizado con una tierra y una gente que no son las suyas, pero que ha adoptado como propias, hasta confundirse con el paisaje. Lo que no le impide ver –aunque nunca lo pronuncia, como Kurtz– “el horror, el horror”. Hijo de un matrimonio alemán dedicado a la ayuda humanitaria, Köhler pasó buena parte de su infancia en Zaire y sabe de qué habla. Si la novela de Conrad, publicada a comienzos del siglo XX, exponía los brutales métodos del imperialismo occidental en Africa, un siglo después El mal del sueño pone en cuestión el paternalismo y la condescendencia con los que Europa pretende resolver los problemas africanos. Ni siquiera el joven médico de familia congolesa que llega de París alcanza a comprender lo que allí sucede. A pesar de su piel blanca, Ebbo/Kurtz sin embargo ha penetrado en el corazón de las tinieblas. Filmada con una serenidad y una elegancia propias de un cineasta en plena posesión de sus herramientas expresivas, Schlafkrankheit tiene la virtud de ir construyendo, poco a poco, con esa parsimonia propia de la Berliner Schule, una poderosa tensión interior. En cada secuencia, en cada plano incluso, hay un desasosiego, una violencia contenida que siempre parece a punto de estallar, pero que no se permite esa válvula de escape. Como todo buen artista, Köhler prefiere seguir incomodando: elige plantear preguntas difíciles antes que dar respuestas fáciles.
Inquieto sueño tropical Enamorado de la tierra africana donde ha misionado como médico en un proyecto humanitario, el doctor Ebbo Valten se resiste a dejar atrás el programa de erradicación de epidemias que con tanto éxito presidió, y que comienza a mostrar graves falencias. Al menos, este es el criterio de sus inversores. Nombrado un sucesor, Valten debe abandonar la casa donde fue feliz con su esposa durante tantos años y regresar a una Alemania que le resulta totalmente extraña, como si el paisaje irreal y por momentos pesadillesco de la jungla fuera más consistente con su humanidad que la civilización a la que debe volver. Lo cierto es que Valten ha redescubierto una suerte de segunda juventud en esas tierras y pocas ganas tiene de dedicarse a la vida estándar de un burgués berlinés. Su hija adolescente lo percibe como a un extraño, y el desconocimiento es mutuo. No le seduce la idea de su mujer convertida en una activa mujer urbana. Entonces, demora la partida unas semanas más, dejándolas a ellas partir primero. Las semanas pasan y se convierten en meses, y su vida termina por parecerse más a aquello que creía evitar en la civilización, en lugar del sueño de la eterna juventud africana. Así lo encontrará el doctor Alex Nzila, evaluador de los fondos destinados al proyecto epidémico frustrado y encargado de decidir el destino final de Velten. De inmediato, el recién llegado (hijo de inmigrantes africanos, pero totalmente integrado a la cultura e idiosincracia parisinos) percibe el extrañamiento hostil de esa tierra que conquistó al alemán y se siente amenazado, allí donde el otro se piensa como pez en el agua. La tensión creciente entre personajes y entorno va construyendo la trama de una historia que tomará ribetes cada vez más alucinados. El director Ulrich Köhler, hasta ahora desconocido en nuestro panorama cinematográfico habitual, es un miembro de la camada más reciente de realizadores de cine alemán. En esta producción puntual es muy marcado en contraste entre el ritmo cansino del relato, más bien clásico en su estructura, y algunas escenas donde la cámara pareciera querer meterse en la piel de los personajes a través de un estudio dinámico de su expresividad, sin escamotear defectos e incomodidades al espectador. La tensión lograda con esos sencillos trucos trasciende lo sugestivo en un par de momentos insertos justo al inicio (el puesto de control militar) y a poco menos de la mitad del filme (cuando el doctor y su familia regresan a su casa rural y nadie acude a abrirles la puerta) como para dejarle claro al espectador que en este ámbito engañosamente tranquilo subyace un mar de fondo particular, que derivará en la resolución más sorpresiva. Quizá con la digna excepción de la escena final, este film es uno de esos que producen, al momento de abandonar la sala, la curiosa sensación de ser olvidables. Como sucede con algunos sueños, que empezamos a olvidar al momento de despertar. Pero esto no lo convierte en un filme de descarte ni mucho menos, sino en una opción para quienes ven en el cine una posibilidad de reflexión creativa, donde las preguntas no quedan únicamente del lado del director. Ajustada en su timing, cumple con sus premisas y poco más.
Un hombre perdido en su laberinto, que pierde a su mujer y a su hija que dejan África para regresar a Europa, que promete un regreso pero retrasa cada vez más esa posibilidad. Tambien es una mirada cuestionadora sobre la ayuda europea a los males perores de África, la dependencia, la corrupción que genera. Interesante.
El triste legado de un médico Un médico alemán de espíritu aventurero, piensa que su profesión será más válida si ayuda a los enfermos de países del Tercer Mundo. Por ese motivo el doctor Ebbo Velten eligió Africa, en la que la conocida "enfermedad del sueño" hace estragos entre muchos de sus habitantes. Con su mujer y su hija -a las que no les causa mucha satisfacción vivir alejadas del "mundo civilizado"-, el médico ocupa una casa confortable en una zona de playas y bosques, pero también cerca de enfermos de toda índole. El médico atiende en el hospital local, pero a diferencia de lo que podría pensarse, el filme no sigue la travesía de este hombre en su lucha para combatir las enfermedades. La historia, además de centrarse en ese aspecto, lo muestra lidiando con los burócratas del gobierno, que quieren seguir solicitando subsidios exorbitantes a Europa, para acrecentar su propio patrimonio, cuando en verdad se podían reducir los costos. HECHOS REALES "El mal del sueño" es un filme si se quiere más bien lento. Su estilo narrativo la acerca al documental, pero es un producto de ficción, que seguramente debe estar inspirado en hechos reales. El título de esta coproducción con varios países de Europa, alude a dos aspectos diferentes. Uno de ellos refiere al "mal del sueño", que el médico, con sus métodos ha logrado combatir en gran medida. ¿De qué trata la enfermedad?. Es un parásito que se transmite a los humanos por una mosca tsetsé. Sus síntomas son fiebre, dolores en las articulaciones, picazón y en su etapa más terminal, altera no solo el sueño, invade el sistema nervioso central y puede llegar a ser letal. DOS ASPECTOS El otro aspecto, es al "mal del sueño", que provoca vivir en un país, en el que a sus habitantes más pobres, solo les queda resignarse frente a la corrupción política y social, el abuso, la esclavitud y el sometimiento. Si bien al ver esta historia se podría pensar que trata sobre la lucha por la vida de seres humanos indefensos, que lleva a cabo un médico, a poco de ir evolucionando el guión, lo que se ve es un cierto estado de resignación que adquiere el facultativo (buena actuación de Pierre Bokma), cuando se siente impotente de luchar, incluso, contra la vagancia y hasta cierta violencia, de aquellos que aspiran a recibir todo regalado. "El mal del sueño" tiene una valiosa actuación de Jean-Christophe Folly y es un filme triste, doloroso que se muestra como un intenso drama humano, que puede llevar a un "luchador" hacia su propia e insospechada muerte.
El doctor Ebbo Veltman (Pierre Bokma) lleva varios años viviendo en Camerún, donde puso en práctica un exitoso plan contra la apnea del sueño. Sin embargo, ante la necesidad de seguir de cerca el devenir universitario de su hija en Alemania, decide volver a su país natal y no regresar al continente negro. Años después , quien reemplaza a Veltman se encuentra intentando controlar y mejorar una situación conflictiva en el país africano, donde los logros alcanzados han empezado a trastabillar. Film que bien podría formar parte de la inminente nueva edición del Bafici, El mal del sueño es mucho más que una película pequeña sobre doctores que luchan contra una enfermedad en un país subdesarrollado, es más bien una historia sobre individualidades tratando de mejorar su entorno cotidiano. Con un ritmo pausado pero sin perder la tensión que encierra y que parece a punto de explotar de un momento a otro, el relato avanza con fluidez hasta que, al promediar, la elipsis de tres años instala cierta separación entre público y personajes. Sin embargo, el guión es lo suficientemente sólido como para que la historia se vea afianzada por una dirección correcta, apoyada en un excelente manejo del elenco, en todo momento a tono con lo que se está contando. Más allá de no eludir e retrato de cierto pintoresquismo propio de países que resultan "exóticos" para la mirada occidental, el film milita en la idea del cine como espacio de reflexión y buenas historias sobre temas poco explorados. Desde ese punto de vista, Schlafkrankheit (que si sobrevive más de una semana en las salas pasará a ser "la del título raro") resulta casi imperdible, un adelanto del cine con perfil breve y sin estridencias que inundará Buenos Aires en el mes de abril.
Una curiosa historia ambientada en África He aquí una curiosa historia ambientada en Africa pero aplicable a todo lugar donde alguien con ciertos principios se deje llevar por la picardía y modorra moral del medio ambiente. Para el caso, un médico alemán destinado en Yaundé, capital de Camerun, que recrimina a sus colegas nativos la cómoda dependencia de ayudas económicas más allá del plazo previsto, y un francés de ancestros congoleños enviado por la Organización Mundial de la Salud para inspeccionar los gastos de un hospital regional beneficiado por tales ayudas. Entre ambos episodios hay tres años de distancia, pero pocos kilómetros. También hay una misma enfermedad real y alegórica, la tripanosomiasis africana transmitida por la mosca tsé-tsé, parecida a la enfermedad de Chagas que acá transmite la vinchuca, pero más grave. En Angola y países cercanos, la enfermedad del sueño mata más que el sida. En Camerún, según dicen, está controlada. Por ahí va el chiste de la película. Las autoridades sanitarias de ese país no necesitan más ayuda económica para dicho mal, o para la fiebre amarilla, que también se menciona, pero algunos pícaros inventan proliferación de casos, así les siguen llegando dinerillos que aplican a la compra de 4x4, terrenos, y esperemos que también insecticidas. Reveladora, la actitud despreciativa, soberbia, de los médicos europeos hacia los africanos en general. Y la habilidad de éstos para vivir a costa de los demás, esquilmando incluso a los de su propia raza. Y el contagio. El alemán no se parece para nada al Kurtz de «El corazón de las tinieblas»: ni quiere acabar con las bestias mediante la propia bestialidad de sus seguidores, ni elabora una mística, se deja aprovechar y cuando se hace el guapo casi se va al suelo. Simplemente, él se contagió por dejadez. Pero al otro hay que contagiarlo a la fuerza, hundiéndolo en plena noche en la selva de sus antepasados. ¿Podrá salir de esa? Ya dijimos, por ahí va el chiste. Lástima que termine siendo un chiste alemán. Autor, el sobrevalorado Ulrich Kohler, de estilo despacioso, fragmentario, distante, poco sensorial, nada emotivo, pero bastante lúcido, muy franco, y en este caso con cierto permiso narrativo que le permite la inesperada y risueña incorporación de un hipopótamo «farmacéutico», posible pariente del caramonchón criollo.
El mal del tercer mundo La nueva película del alemán Ulrich Köhler, El mal del sueño, llega a las salas porteñas después de haber sido galardonada con el Oso de Plata al mejor director en el Festival de Berlín de 2011. Nos encontramos ante un film ambicioso y ambiguo que seguramente despertará discusiones. El relato, dividido a grandes rasgos en dos partes, comienza con la llegada de la hija y la esposa del doctor Ebbo Ventel (Pierre Bokma) a Camerún, donde este se encuentra desde hace unos años trabajando para erradicar la enfermedad del título. El dilema del protagonista en esta sección de la narración es si regresar a Alemania o no, atrapado entre su familia y la fascinación que el lugar despierta en él. A pesar de centrarse de forma casi exclusiva en este personaje, el espectador no logra identificarse con él. Por un lado parece ser un profesional ético, dado que logró contener la enfermedad y se rehúsa a seguir solicitando los subsidios innecesarios de los que se aprovechan los funcionarios corruptos del país. Por el otro, trata con obvia hostilidad a los habitantes, de quienes se burla y abusa verbalmente. Una elipsis temporal de tres años da comienzo a la segunda parte de la historia y presenta a Alex Nzila (interpretado por Jean-Christophe Folly), personaje que será el nuevo centro de la narración. Esta sección transporta al espectador a Europa, donde este médico francés de la Organización Mundial de la Salud se prepara para viajar a Camerún con el objetivo de evaluar los programas de ayuda económica. Una vez que llegue al país, se encontrará con la indiferencia y el rechazo de los nativos (por la amenaza de que pueda detener los subsidios y por ser de ascendencia africana), y con que Ebbo, el doctor a cargo, lo esquiva. La lectura inmediata del film pone en primer plano la situación de Africa respecto de las ayudas económicas que recibe del primer mundo, las cuales, por su mala distribución, antes que favorecer obstaculizan el desarrollo, privando “cualquier responsabilidad democrática”, como se escucha en un momento del film. Pero el relato también se ocupa de la transformación que experimenta el personaje principal, fascinado por un lugar del que no puede irse. Esta sensación es transmitida al espectador gracias a la espléndida fotografía, que realza la magnificencia de la naturaleza; en este sentido, son maravillosos los planos nocturnos obtenidos con muy poca iluminación. La ausencia de música y los pocos diálogos ponen en primer término el accionar de los personajes, cuya falta de justificación en algunos momentos (en especial en la primera parte), hacen que la narración se vuelva confusa y no se vislumbre de manera clara un conflicto central. El final abrupto con una imagen simbólica deja en manos del espectador la resolución del film.
ENTRE DOS MUNDOS Interesante, despaciosa, respetuosa de sus personajes y su medio Un filme que va mucho más allá del costumbrismo. Es la historia de tres médicos: uno alemán, uno francés y otro de origen africano pero residente en París. El filme habla de los afectos, del desarraigo, del choque de cultura, de la corrupción en el manejo de los fondos, de cómo se desvirtúa la ayuda solidaria, de lo difícil que es comprender ese lugar, tan quieto y tan resignado. Son mundos distintos que a los personajes les va añadiendo más confusión. Tanto el médico que allí vive como el que viene a controlarlo, acaban compartiendo pesares y alucinaciones. Es frío pero hay buenas ideas. Y hay algo de Conrad en el extraño derrotero de ese recién llegado que busca la verdad y solo encuentra el misterio.
El Dr. Ebbo Veltten y Vera conforman un matrimonio alemán que lleva años viviendo en África, alejado de su hija Helen, de 14 años, quien se encuentra en un internado en su país natal. Él se encuentra completamente inmerso en su trabajo, un programa de investigación sobre la enfermedad del sueño, pero su esposa comienza a sentirse mal por estar alejada de su hija adolescente, por lo que decidirá volver a casa. Años después, un doctor francés originario del Congo acudirá a África por un estudio... y encontrará allí a un Ebbo perdido y destruido. Esta sería la síntesis argumental del filme, o por lo menos es lo que resume la gacetilla de prensa con la información de producción. Tratar de hacer una disección de este filme es casi una tarea ciclópea ya que, en principio, lo que uno podría suponer una excelente economía de recursos, termina transformando en la ausencia total de construcción de la historia, de los personajes, de la trama, del conflicto, y de todos aquellos elementos que hacen de la prosecución de imagen y sonido en un texto fílmico. Esto, sin entrar en detalles, ya que si para muestra basta un botón debería decir que el rubro del montaje es el especifico del cine, y dentro de este uno de los personajes más importantes es el cortador de negativos, históricamente mujeres. Pues bien, toda la película parece haber sida cortada con los dientes y pegada con los codos. Las escenas terminan, punto. No se sabe por qué, no hay un desarrollo, ni fundido a negro, nada, corte, y a otra cosa. En un momento dado, alrededor de la mitad de la proyección, hay una elipsis de 3 años sin aclarar, sin justificar. En cuanto a qué me está queriendo decir con lo que intenta contar, son tan variados los temas que roza y no desarrolla que puede leerse como a cada uno su infierno, o como revelador de los misterios desconocidos de África mía, o en realidad tengo una cámara, unos amigos míos en Camerún, vayamos a registrar algo y veamos lo que sale. Con el advenimiento del sonido en el arte cinematográfico, hace más de 80 años, el celuloide se hizo apto para recoger todo tipo de espectáculo visual, ser pasible de narrar con magia de lo falso en lo real. Incluirle el sonido potencio las posibilidades del arte, pero al descansar en la construcción de esa imagen no deja de ser vehiculo de vida anterior, es decir de algo concebido, compuesto, diseñado, ordenado, con anterioridad a la intervención de la cámara. En síntesis, un guión literario en principio, luego, en segunda instancia, convertido en guión técnico, para redefinir los diálogos, con precisiones en cuanto al encuadre de cada escena, culminando en un story board, conforman etapas fundamentales de cualquier proyecto audiovisual encarado por sus hacedores, que en este caso en particular dejan mucho que desear.
Una saludable enajenación La película alemana “El mal del sueño” reedita el tema de colonialismo con inteligencia y sensibilidad. A pesar de que el colonialismo como tema político y académico parece anacrónico, incluso bajo un revival nacionalista intempestivo que sugiere confusamente su actualidad, hay un conjunto de películas recientes que insisten tanto en la persistencia de una práctica característica del hombre caucásico como en la insuficiencia de la razón blanca para interpretar culturas ajenas. Filmes notables como La locura de Almayer, Tabú, El río solía ser un hombre y, ahora, El mal del sueño, sin culpa ni vergüenza, dislocan el punto de vista del colonizador. Ulrich Köhler sitúa su historia en Camerún. La primera mitad del filme se concentra en el Dr. Velten, un médico alemán que desconfía casi por igual de los militares que controlan las rutas como de sus sirvientes, pero que lidera con compromiso un programa médico destinado a contrarrestar “el mal del sueño”. “Misionero”, le dirá su hija cuando llega a visitar a sus padres. Más tarde, su mujer y su hija volverán a Europa y el relato revelará que unos tres años después el Dr. Velten espera un hijo de una mujer de la aldea. Por un largo tiempo, el médico alemán queda en fuera de campo y el filme introduce un nuevo “héroe” vestido de blanco, de nacionalidad francesa pero descendiente de africanos: Alex trabaja para la Organización Mundial de la Salud y su primera misión es realizar una auditoria del trabajo del Dr. Velten. Tal vez la inexperiencia de Alex explique su idealismo. Antes de viajar a África, Alex asiste a una conferencia sobre ayuda a países subdesarrollados en la que el orador concluye: “Sólo el mercado puede resolver los problemas de África”. La disconformidad de Alex es ostensible. Lo que sucede luego es paradójicamente lógico e inasible. Los médicos comprenderán los límites de su tarea y Köhler orquestará paulatinamente una puesta en escena donde los signos de lo real perderán su claridad y distinción. Desde una escena extraordinaria en la que Alex se transformará en un partero improvisado hasta el hipopótamo del epílogo, tal vez el nuevo cuerpo del espíritu de un hombre, El mal del sueño hace que nuestros mitos y certezas experimenten una saludable enajenación. No es poco para una película.
Publicada en la edición digital de la revista.
Publicada en la edición digital de la revista.
Publicada en la edición digital #1 de la revista.