El doble duelo Mariana Arruti es la directora de este documental muy personal y que comparte con el público, sin especulaciones, la experiencia de un doble duelo: la pérdida de su padre, Juan Arruti, cuando ella tenía cuatro años y la necesidad de ganarle la batalla al olvido, cuando el recuerdo mínimo o reconstruido por ella comenzaba a desaparecer. Esa necesidad se traslada a la pantalla en forma de viaje, comienza a indagar sobre el pasado y a romper el manto de silencio detrás de esa muerte, con versiones contrapuestas que dispararon un sinfín de “por qués” en ella y que persiguen la búsqueda de una verdad lo suficientemente sólida para que el duelo de la pérdida transite por esa etapa entre el umbral del dolor y el recuerdo.
La infancia de Mariana Arruti ha sido, por mucho tiempo, un simple recuerdo de su pasado; imágenes y sonidos que se sucedían con inocencia infantil mientras la oscura verdad era escondida. En este relato, conducido y protagonizado por ella misma, se busca reconstruir a una persona para descifrar su propio pasado. Mariana vivió toda su vida con una imagen en la que juega en la playa con su padre, pero este muere cuando ella tiene 4 años y sus familiares más cercanos la convencen de que fue a causa de un accidente ferroviario. Con el paso del tiempo esta versión generó en ella cada vez más dudas y desconciertos y es este el motor de su investigación para “El padre”. De esta manera, Mariana se plantea la posibilidad de que su familia le haya escondido detalles sobre su padre y sale al encuentro con la verdad, o por lo menos, una reconstrucción de experiencias que la acerquen a ella. Los recursos que utilizará son muy variados y van desde material de archivo audiovisual hasta la ficcionalización de los eventos ocurridos. Es importante hacer hincapié en este punto debido a que no ficcionaliza eventos por separado sino que lo hace como historias que suceden en paralelo; por un lado, la infancia de su padre y, por otro, la suya hasta los 4 años. Estas reconstrucciones se basan en los relatos de las personas que participaron de su vida y se expresan con diferentes estilos, la infancia de su padre (José) transcurre en un campo de buenos aires a la veda de una laguna completamente en escala de grises, su propia infancia es a color y recrea las propiedades de una secuencia de fotos y videos propias de las cámaras de los 70’s. Esta decisión atraviesa al espectador tanto por su estética como por su narrativa y también dotan a las secuencias de un ritmo más amigable para mantenernos atentos. El documental se podría dividir claramente en dos partes, la primera trata la historia de una mujer intrigada por saber más sobre su origen y la segunda una búsqueda, casi policiaca, de la verdad sobre la desaparición de su padre. La historia de la muchacha es mucho más interesante, una conjunción exquisita de imágenes, sonidos, música y entrevistas que generan en el espectador curiosidad y asombro. Lamentablemente la segunda no llega a satisfacer ya que se estanca en territorio conocido de una sucesión de entrevistas indagatorias. De todos modos es destacable que todas estas entrevistas sucedan en lugares comunes como una construcción, un patio o una casa y logran una hermosa composición de planos que junto al montaje permiten mantener hasta cierto punto la expectativa. Son los relatos de los entrevistados los que nos entregan un poco más de lo mismo. Ninguna persona es igual a la otra y tampoco sus historias pero es cierto que los relatos de los argentinos en los 70’s no se diferencian mucho entre sí y en esta parte el documental se torna un poco monótono. En “El Padre” Mariana nos abre su corazón y nos presenta su historia, la conocida y por conocer, balanceando todo el tiempo la nostalgia y la alegría que ellos le producen. Lo hace con una estilización y una naturalidad que agrada y verdaramente permite la empatía del espectador. Está dirigida especialmente a un público que conoce el contexto social de la República Argentina en los años 70's pero de todo modos la explica de una manera poco original. Una pelicula disfrutable, con algunos momentos más interesantes que otros pero que coexisten armoniosamente hasta el final. Con actuaciones maravillosas y una estética con variaciones que producen climas tiernos y emotivos llega a los cines argentinos “El Padre” de Mariana Arruti.
La directora de Trelew filmó un relato autobiográfico demoledor, que tiene como eje la figura de su padre. Mariana Arruti recuerda hasta los detalles menos significativos de la casa de sus tíos, pero absolutamente nada de su padre, quien murió en un supuesto accidente ferroviario cuando ella apenas era una niña en los primeros años de la agitadísima década de 1970. O, al menos, eso le dijeron durante toda su vida. Con la idea de validar o no aquella teoría, la realizadora de la excelente Trelew viajará hasta los lugares más oscuros de su pasado familiar. Que son también los lugares más oscuros de la historia reciente de la Argentina. El padre es la crónica del intento de reconstrucción de una figura ausente, a la vez que el retrato de una época signada por una violencia estatal ocultada bajo rótulos eufemísticos: la versión oficial, la misma que le transmitieron a su madre y ella, a su vez, a su hija, habló de un descuido de José Arruti a la hora de cruzar los playones de maniobra del Ferrocarril Roca en Avellaneda. Pero la cuestión se complejiza cuando se sepa que se trataba de una figura con amplio reconocimiento en el sindicalismo obrero, un hombre combativo que era observado desde hacía meses por las fuerzas policiales y parapoliciales que en 1973 timoneaban los destinos de las tensiones sociales del país, y del cual existían, al menos para quienes lo vigilaban, numerosas pruebas de sus ideas “comunistas”. La realizadora reconstruye su historia –y la de su gente– mediante testimonios de sus familiares, compañeros de lucha y amigos de José. Los testimonios evidencian, por un lado, dos universos ajenos y complementarios: el ilustrado y profesional de la madre de Arutti, y otro forjado al calor del trabajo manual y la práctica obrera del cual provenía el padre. Por el otro, la presión y el carácter catártico de la enunciación de secretos, temores, recuerdos y puntos de vista silenciados durante décadas. No es casual, entonces, que casi todos se muestren emocionalmente quebrados: es, en todo caso, la consecuencia directa de la verbalización de lo oculto y, en el caso de los compañeros de trabajo, la más triste prueba de la existencia de un sueño destruido a fuerza de balas y represión. El resultado es un relato de una crudeza por momentos insoportable, sobre todo en aquellos que las entrevistas se exhiben sin cortes de edición, como en la que el tío paterno cuenta cómo fue el reconocimiento del cuerpo o la madre recuerda el instante preciso en el que el mundo pareció derrumbársele a sus pies: “Pero qué iba cuestionar, Mariana, ¡no entendía nada!”, le dice a su hija en medio de una electricidad que trasciende la pantalla. El padre es una experiencia autobiográfica demoledora, incómoda y de una tristeza infinita, construido con herramientas puramente cinematográficas. Sí, es cierto que la materia prima son las entrevistas a cámara, pero Arruti las encadena con sentido dramático, dotando de más capas a su padre y haciéndolas dialogar con escenas ficcionalizadas que, lejos de subrayar o remarcar, podrían ilustrar la reconfiguración interna de aquella figura en la mente de la directora, una suerte de concreción audiovisual de una serie de recuerdos que nunca existieron pero que ahora, después de la película, quizás estén más cerca de hacerlo.
La documentalista Mariana Arruti presenta su segundo documental tras la exhaustiva y celebrada Trelew. Esta vez, el relato se torna mucho más personal, sentimental; sin abandonar el tono investigativo de su anterior trabajo. Es que Mariana decide en El Padre investigar sobre su propio pasado, sobre esa parte de sus recuerdos que no sabe hasta qué punto son veraces. El recuerdo de una caminata en la playa, una historia contada sobre ese padre que a partir de ahí no está, y las dudas. De modo similar a Grace Spinelli, protagonista de Beirut Buenos Aires Beirut, Arruti debe armar un rompecabezas sobre los baches que no cierran, sobre esa versión de una muerte en un accidente. Para la “tarea”, indagará a los conocidos, tomará archivos de diferentes fuentes, y recurrirá a la ficcionalización en base a las certezas. Se trata de romper con los silencios, de hablar de lo que no se quiere hablar, sobre todo, por el dolor que conlleva. Juan Arruti era militante, y fue una de las tantas víctimas de la etapa más oscura de este país. Se ha hablado mucho de la última dictadura militar argentina y su etapa previa, más aún en el terreno documental. Sin embargo, sigue pareciendo una cuestión inagotable e inabarcable. El Padre opta por la singularidad, lo puntual de un caso particular. Pero para quienes los efectos de la época nos tocan de cerca – y para quienes tengan conciencia social en general – la identificación y la apertura hacia lo macro es inmediata. Tal como lo hacía en Trelew, la cineasta maneja una veta del relato atrapante, imprime un halo de misterio, esta vez tamizado por una emtividad a flor de piel. Es imposible no ponernos en su lugar y transitar su camino. Las ficcionalizaciones serán un gran aporte, no solo para otorgarle originalidad, también para adentrarse en la profundidad de los subjetivo. Muchas veces, los documentales que incluyen segmentos ficcionalizados parecieran empantanarse en esos tramos. Como si hubiese una necesidad de apoyarse en la representación ficcional para subrayar o dar un contexto que el material documental no pudiese entregar por sí solo. No es el caso de El Padre. No solamente la directora manea a la perfección estos tramos como si fuesen reales viñetas de su pasado, y el de su padre, reconstruidos; sino que resultan un complemento orgánicamente ensamblado con las entrevistas y el archivo. Se cuenta el pasado de Juan en una tonalidad de blancos, negros, y sobre todo grises; y el pasado de Mariana, a color, pero con ese tono cuasi sepia típico de una Polaroid o una cámara de cubos de flash ¿Es ese el tono de un recuerdo construido en imágenes? En sus escasos setenta y dos minutos la historia fluye por sí sola, más allá de que en determinado momento el tono cambio a una investigación más íntegra sobre la época. Nunca abandona al espectador y es explicativo sin necesidad de ser didáctico. Quizás haya algunos tramos en que se necesite contar con algún conocimiento previo de nuestra historia; quizás resulte incomprensible que alguien que habita este país desconozca determinados hechos. El Padre ingresa dentro de los mejores documentales sobre la época que retrata. Su punto de vista tan personal, y por lo tanto único, lo convierte en un testimonio tan insoslayable como incuestionable. Hay que abrazarse y dejarse llevar, permitir que esas lágrimas liberadoras surjan; que no conducen al olvido, por el contrario, sirven como homenaje vivo en carne viva. Todos tenemos derecho a conocer nuestros orígenes, nuestro pasado, trabajos como El Padre son un ejemplo de eso.
¿Cómo se pueden construir a partir de la evocación del recuerdo de una imagen la corporeidad de alguien que nunca se conoció? ¿Cómo se logra atravesar un proceso de duelo desde una mentira que lo funda y que a la vez lo niega? ¿Cuánto tiempo se puede sostener una fachada por vergüenza y replicarla hasta el hartazgo para convertirla en una verdad? La directora Mariana Arruti (“Trelew”) logra plasmar a partir del relato de sus propias memorias, o de la recreación de las mismas, en la convicción de ellas, una historia desgarradora sobre algo fundante que termina por revelarse ante su investigación como mentira y falsificación de todo. Trabajando con algunas ideas que le fueron transmitidas oralmente en su familia, y otras que creyó verdaderas durante mucho tiempo, “El Padre” (Argentina, 2016), su nuevo proyecto documental, se presenta como una suerte de catarsis personal, que intenta, además, universalizar ciertas ideas sobre la desaparición forzada de personas durante la última dictadura cívico militar en Argentina. Pero “El Padre” no es sólo eso, es mucho más, porque no quiere detenerse sólo en un momento, sino que busca, explicaciones, también sobre el proceso previo y posterior en el que continuaron las macabras acciones contra aquellos que se oponían al régimen. La directora decide cristalizar sus pensamientos con una narración tradicional en la que la multiplicidad de elementos, la profusión de significantes, y la elasticidad con la que maneja la imagen, proponen desde su relato, una mirada particular sobre un momento siniestro de su historia y de la de todos. Porque la casuística no es reforzada sobre su la ausencia de su progenitor, al contrario, su narración bucea en la memoria personal para universalizar el dolor, y desde esa expansión se termina por configurar un espacio en el que la evocación consolida las ideas con las que trabaja. Arruti habla con familiares, conocidos, empleados de sus padres, para, encontrar en la pesquisa la información que de alguna manera, le permita recuperar, aunque sea en palabras, a aquel señor que nunca conoció. La recreación de viñetas en Super 8, la utilización del blanco y negro como ejercicio para potenciar ausencias, la recuperación de solicitadas y documentos históricos y periodísticos, y, principalmente la voz en off como dirección hacia la revelación que termine por constituir en parte, una identidad doblegada por una mentira, hacen que el filme reafirme su razón de ser. Si por momentos el clasicismo del relato resiente su propuesta, en la reiteración de imágenes e impresiones personales, se recupera una vez más la figura de alguien que nunca tuvo la posibilidad de terminar plasmado en su descendencia. Las ideas se desprenden, el impacto de la ausencia es notorio, pero una emotiva escena final, en la que una grabación de audio devuelve, al menos, un vínculo, y ya no un cuerpo, terminan por solidificar una suerte de ejercicio fílmico terapéutico en un como un válida propuesta sobre la etapa más oscura de nuestra historia y de la de Arruti personal.
Búsqueda de identidad En torno de la búsqueda y de la propia identidad, la directora Mariana Arruti (Trelew) logró con este documental narrar una historia personal que habla de la necesidad de escudriñar el pasado y volverlo al presente para esclarecer dudas y pasiones. Aquí es la propia realizadora quien necesita saber la verdad sobre la muerte de su padre ocurrida en su infancia, 40 años atrás, y en esta búsqueda se empeñará en descorrer velos. El relato confuso y fragmentado que quedó en su memoria y acabó en el olvido, y los cabos sueltos de lo que ya nada es posible saber marcarán las vivencias de esta senda en busca de un padre del que poco supo hasta hoy. Esta mujer, movilizada por el deseo de desentrañar el silencio y el ocultamiento de décadas, empezará a hilvanar los contornos de la trayectoria de ese padre a través de quienes lo conocieron y del rodaje de escenas ficcionadas de su infancia con su progenitor. Así, desde un universo imaginario y subjetivo, ella irá descubriendo que su padre, de quien todos le dicen que murió en un accidente ferroviario, integraba un grupo extremista que era tenazmente buscado por las fuerzas de seguridad y, finalmente, fue asesinado a mansalva. Arruti compone un puzzle teñido de reminiscencias, de seres que estuvieron presentes en aquellos años de terror y de la posibilidad de que ese padre vuelva al presente con la fuerza de su amor de antaño. La búsqueda de la verdad queda aquí patentizada con enorme elocuencia y convierte este documental en un mensaje personal de enorme calidez y con el propósito de descargar su emotividad en ese viaje.
La parte afectada. Como ya es hábito en el documental contemporáneo, el film de Arruti provee momentos de una emotividad a la que el cine de ficción, paradójicamente, parece haber renunciado hace rato. Producto de la cisura ocasionada en el cuerpo social por la última dictadura, el de la busca del padre perdido, desaparecido o asesinado es casi un género aparte dentro del documental argentino de las últimas décadas. A Los rubios (A. Carri, 2003), Papá Iván (M. Inés Roqué, 2004) y M (N. Prividera, 2007) se suma ahora El padre, que a su vez representa el esperado retorno, tras largos doce años, de Mariana Arruti, realizadora de un título poco menos que mítico, Trelew (2004), donde reconstruía la masacre del 22 de agosto de 1972 extensivamente, a través de las voces y recuerdos de las víctimas, del modo en que la literatura de no ficción lo viene haciendo desde los tiempos de Operación masacre y A sangre fría. Al igual que los títulos mencionados, pero tal vez más, la busca de la realizadora, que la tiene por protagonista, asume las formas del relato policial, con una forma de resolución que satisface a lo que en los estrados judiciales se llamaría “la parte afectada”. “Luego de eso mi padre murió”, dice brutalmente la voz en off de la realizadora, cortando unas filmaciones caseras que la muestran de pequeña junto a su familia, festejando su cumpleaños. En realidad ésa no es ella, ésa no es su familia y ésas no son filmaciones caseras: todo está fraguado. Juan Arruti murió cuando Mariana era muy pequeña, y ella no guarda recuerdos de su padre. Tampoco guarda filmaciones, por lo cual optó por la vía de la ficción para reproducir las de su padre cuando ella era chica, y las de su padre de chico en otra serie distinta de imágenes, en blanco y negro. Ciertamente hubiera cabido la opción de no llenar el vacío de imágenes, o de hacerlo sólo con las que la realidad proveyera (fotos, por ejemplo). Lo cual no quita validez al recurso de la ficción. Arruti opta por ambas opciones: fotos del padre real y filmaciones del padre actuado. Juan Arruti, padre de Mariana, es hallado muerto en setiembre de 1973, junto a las vías de un tren. Se supone que se trató de un accidente, y desde aquel momento esa fue la versión aceptada. “Hoy quiero saber qué fue lo que pasó”, dice la realizadora y se toma un tren (justamente) que la lleva a Monte Hermoso, donde su padre, oriundo de Coronel Dorrego, se radicó tempranamente. Allí habla con un tío y sus primos, primero, y con compañeros de militancia, después. Además, Arruti charla reiteradamente con su madre y con un tío de la rama materna de la familia. Modelo acabado de dosificación de información, crescendo narrativo y construcción de un personaje, en El padre Juan Arruti (que al comienzo no tiene ni nombre) pasa de ser un hombre “jovial y fornido”, al que le gustaba cantar tangos, a sindicalista combativo, desencuadrado del PC luego de que la burocracia de su partido lo acusara de “trotskista y extremista”. Sin que en ningún momento se formule en palabras, la propia narración va desarrollando una lógica que permite decantar distintas hipótesis conspirativas posibles para la muerte de Arruti, quien en los relatos de la gente cercana a él aparece como un tipo tan ejemplar que hasta su propia hija desconfía de tanta falta de mácula. Como ya es hábito en el documental contemporáneo, a la inversa de lo que el lugar común presupone El padre provee momentos de una emotividad a la que el cine de ficción parece haber renunciado hace rato. Son varios los que se quiebran frente a cámara, al recordar a un hombre que dejó sin duda un recuerdo fuerte. Dos de ellos resultan particularmente tocantes. Uno es su hermano, uno de esos tipos que parecen llevar tatuado en la frente el cartel “Hombre bueno”. Está haciendo memoria lo más tranquilo frente a su sobrina, cuando de pronto le viene como una ola de adentro, que le hace pegar un cachetazo sobre una mesa que tiene frente a él, y taparse la cara con esa misma mano rugosa de albañil. El otro es uno de los primos de la realizadora, que hablando sobre las convicciones del tío de pronto se larga a llorar porque “fue al pedo”. Lo otro que El padre termina por redondear, siempre sin manifestarlo expresamente, es su carácter metonímico, con su muerte altamente sospechosa y la trama de silenciamiento, ocultamiento y complicidad que la rodearon.
Misterios sobre mi padre Trece años después de haber provocado un quiebre en la forma de abordar el cine documental, la directora de Trelew (2003) regresa con El Padre (2016), una docuficción en primera persona donde investiga la misteriosa muerte de su padre, Juan Arruti. En septiembre de 1973 Juan Arruti, padre de la realizadora, muere en un supuesto accidente ferroviario. Oriundo de Monte Hermoso, militante comunista y de fuertes ideales, con su muerte pareció que su pasaje por este mundo nunca hubiera sucedido. Ni amigos, ni familiares, ni siquiera la propia esposa mencionaban su nombre y lo ocurrido. Mariana Arruti pasó casi cuarenta años de su vida con más dudas que certezas sobre lo que en realidad había pasado ese día. El Padre es su investigación cinematográfica para encontrarse con lo más cercano a la verdad. Si en Trelew Arruti construía un documental en forma de thriller político en El Padre apuesta a las reglas del cine de misterio y suspenso. Se aborda un tema realista creando en el espectador la sensación de que se le está por revelar un secreto, una verdad que, supuestamente, hasta ese momento sólo unos pocos conocen. Arruti cumple el rol de la investigadora cuya misión es descubrir el secreto, que al igual que el espectador también desconoce. A diferencia de muchos documentales en primera persona, donde el ego del realizador se come a la historia que pasa a un plano segundario, en El Padre siempre es la investigación la protagonista. El atino y delicadeza de Arruti por correrse del centro de la escena, aunque lo sea permanentemente, no hace otra cosa que aportarle potencia al trabajo en su conjunto. El Padre se complementa de escenas ficcionalizadas que llenan el vacío que genera la ausencia, tanto físico como afectivo. Arruti filma los recuerdos de lo que no fue pero que alguna vez imaginó. Son solo pequeñas escenas que le aportan lirismo a la construcción de ese misterio que se trata de develar. Sin lugar a dudas Mariana Arruti sabe narrar historias complejas desde lugares pocos convencionales. Sin importar los géneros, las formas o las estéticas. Atraviesa todos los límites que rigen al documental clásico para hacer un cine de rupturas, tan potente como revelador.
La directora Mariana Arruti (Trelew) construye con El Padre un rompecabezas doloroso. Esta es la búsqueda de su padre, muerto a principios de los setenta, a quien la realizadora apenas conoció pero de cuya desaparición -mejor dicho, de los motivos reales de su muerte- duda. El Padre es un documental raro, que echa mano de la ficcionalización y se apoya en testimonios de formato periodístico: gente hablando a cámara. El suyo es, obviamente, un diario personal, ahora abierto a quien quiera compartirlo. No es una experiencia placentera, claro.
El Padre es la búsqueda de la directora de la película, que inicia un camino para esclarecer las circunstancias de la muerte de su padre, Juan Arruti. Con lo que va descubriendo, cuestiona las decisiones de su familia por silenciar lo poco que sabían. “A mí las versiones sobre su muerte me congelaron. Hoy quiero saber qué pasó”. Videos de la infancia de Mariana con su padre, su madre y su hermano. Reelaboraciones de la infancia de su padre en un blanco y negro resplandeciente. El documental de Mariana Arruti se mueve en las aguas del recuerdo con una fluidez que atrae e inquieta. Son las distintas imágenes que ella tiene de sí misma y de su padre. “Me acostumbré a esperar, a no preguntar”. El silencio y la omisión son cómplices en la historia de su padre y, en el fondo, de ella misma. Así, el documental va desentrañando su vida y la de su familia, pero sin dejar a un lado cierta poesía: la naturaleza y, en particular, los árboles como testigos de esta indagación, los videos como registro de la memoria, la vestimenta secándose como indicio de la inquietud. “Reconocer un cuerpo es ponerle nombre”. Más allá del conflicto ideológico y del misterio que rodea a su padre, está por delante el conflicto poético: cómo abordar la identidad, cómo nombrar(nos) como seres humanos. El documental asoma las preguntas ¿Somos a pesar de la omisión de los otros? ¿Quién hace nuestra historia vital: nosotros o los demás? Por eso la indagación de algunas cartas y documentos legales es un hilo al que la directora se aferra para desentrañar la historia de su padre. “¿Qué pasó con el acá?”. El documental no se divide en capítulos, como se hace en este acercamiento a él, pero las frases de la narradora son puntos de inflexión, leves reproches vitales a la memoria y al olvido. No pocas veces le preguntan a ella si recuerda algo de su padre y ella constantemente dice que no. Y esta negación pesa a lo largo del documental. Probablemente por esto, en muchas ocasiones, se nos da la espalda en los juegos memoriosos que hace la película, como si la única manera de abordar la memoria fuese a través del velo de la identidad propia. La directora busca su historia pero a través de la de su padre. Así, el acá se hace difuso; al igual que las vías del tren, se confunden, se tuercen. Entre Dorrego y Buenos Aires, entre padre y madre, el documental nos moviliza con la música sencilla de Bernardo Baraj que evade el melodrama y agolpa la emotividad. “Sólo puedo hacer suposiciones después de cuarenta años”. Al final, Arruti se conforma con lo que queda después de tanto tiempo. Toda búsqueda tiene sus frutos sin importar cuándo se emprenda. Y los logros aquí no son pocos porque esbozan una imagen del padre. Es una imagen difusa llena de dudas y de gestos, pero donde la playa evoca la ausencia e invita a recordar lo que el tiempo se ha llevado.
¿Quién fue realmente Juan Arruti? Es la pregunta-disparador que se planteó su hija Mariana para desentrañar la identidad de este obrero sindicalista que murió en circunstancias nunca esclarecidas y sobre quien la familia posó un manto de silencio. La directora tenía cuatro años cuando perdió a su papá, en septiembre de 1973, por lo cual sus recuerdos son prácticamente nulos. A través de testimonios de quienes lo conocieron y que ahora se atreven a hablar (esposa, hermanos, sobrinos, compañeros de militancia), el documental es un viaje tras las huellas de una figura tan admirada como -al menos para el núcleo familiar- controvertida.
Con El Padre, Mariana Arruti intenta sanar heridas mal curadas desde la infancia cuando su familia decidió no volver a hablar sobre las condiciones poco claras en que falleció su padre en 1973. Las marcas de un silencio: El PadreJuan Arruti murió cuando su hija era demasiado pequeña para entender mucho de lo que sucedía o siquiera para recordarlo. Ella no tenía forma de saber que ese hombre que jugaba con ella llevaba años corriendo riesgos simplemente por ser delegado sindical y tener ideas de izquierda, pero aprendió a dejar de hacer preguntas para las que no conseguía respuesta cada vez que quería saber más sobre él o las circunstancias de su deceso. Cuarenta años más tarde y convertida en cineasta, Mariana Arruti desanda el camino que la alejó de sus raíces para reconectar con la familia y amigos de ese hombre cuya ausencia les es tan pesada, con la esperanza de llenar los agujeros de su propia historia con los relatos de quienes por ser mayores que ella aún conservan recuerdos. Como el tío materno encargado de reconocer el cuerpo en la morgue, quien afirma que hubo discrepancias entre la historia que se contó sobre el hecho y lo que él leyó en el acta policial. O todos sus tíos y primos paternos que aún trabajan de albañiles como él, quienes recuerdan con admiración las épocas de militancia en que Juan se destacaba como un líder natural al que todos respetaban por preocuparse mejorar en lo poco que podía la vida de sus compañeros obreros. Entre todos los relatos, la directora comienza a echar un poco de luz sobre el pacto de silencio o encubrimiento que varios sospechan que hubo sobre la muerte de su padre. Construido a base de entrevistas, material de archivo real pero también ficcionado para representar momentos de los que no hay registro, El Padre no documenta simplemente la actividad de una personalidad relevante. Hay poco de dato concreto y mucho de sentimiento en el retrato que la directora rescata de los recuerdos ajenos, porque la mayor obra de Juan Arruti no se mide en hechos consumados sino en personas afectadas y aunque esta vez tiene un nombre, su historia es la misma de muchos anónimos que como él creyeron en otra forma de vivir y trabajaron para lograr al menos cambiar su entorno más inmediato. Con esa intención de reflejar algo intangible es que combinando recuerdos ajenos con imaginación las historias avanzan acompañadas de ficticio material de archivo intercalado con el real, llenando los espacios y dándole vida a una personalidad que no podría quedarse capturada en una foto fija sino que brota alegremente de las palabras de quienes aún lo recuerdan y extrañan. El Padre podrá no haber sido una personalidad famosa fuera del entorno que habitó, pero por el tono cálido de este documental parece quedar bastante claro que no pretende inmortalizarlo como un personaje histórico en un libro, sino como la persona que quienes lo quisieron recuerdan. Conclusión: Mariana Arruti borronea algunos límites entre documental y ficción para relatar de una forma cálida y amena la historia que sirve de homenaje a Juan Arruti, El Padre.
LAS CUENTAS PENDIENTES DE LA VERDAD La directora Mariana Arruti (la misma de “Trelew”) ha realizado este film sobre su personal necesidad de saber que ocurrió con su padre. Con Débora D`Antonio elaboró un documental ficcionado. Es que ella no tiene en claro que ocurrió con la muerte de su papá en los años 70, porque la versión oficial y familiar de un accidente ferroviario no le cierra en una época de accionar parapolicial y policial de impunidad y violencia. Su padre un obrero sindicalista comunista murió hace ya 40 años y su hija, desde la nada reconstruye los jirones de datos ocultos, el testimonio de su madre, ingeniera, el de su tío atravesado por la vergüenza de aceptar lo que le dijeron, de compañeros y amigos. Y literalmente, en una tarea conmovedora reconstruye su vida con su padre, reelabora su pasado, crea recuerdos desde la profundidad del sentimiento.
Es un documental ficcionado, toca temas bastantes personales pero tiene que ver con la historia de muchos, aquí la directora intenta buscar parte de la vida de su padre a quien perdió cuando era una niña. Una búsqueda de identidad. Fuerte y emotiva. Hay que ver los créditos finales.
Points: 6 “When I was four, my father died, and the one and only icy phrase to explain his absence was: ‘Your dad died in a train accident.’ Nobody in my entire life explained to me how that accident actually happened. So little by little, the everyday silence became so intense that I got used to not asking anymore,” says Argentine filmmaker Mariana Arruti (Los llamaban los presos de Bragado, La huelga de los locos, Trelew) about her new and insightful documentary El padre (“The Father”), which seeks to fill in the void left by an absent father who has faded from his daughter memory. More than three decades have gone by since Juan Arruti, the filmmaker’s father, died on September 13, 1973, and it’s now time to start asking questions that were left unanswered, or that were never asked to begin with. Arruti doesn’t believe the version of the accident — and not without reason. Her own mother never identified the body at the morgue, many folks claim he was too watchful a man to cross a railway without seeing the train coming, whereas others also distrust the official version for unspoken reasons. Plus the fact that Juan was being persecuted by the police because of his being a political activist is not to be taken lightly. Narrated in the first person singular, El padre is not exactly or strictly a conventional documentary since it boasts some fictional segments and chooses a subjective point of view in portraying its subject. But it’s definitely not a fiction film either, so let’s just say it lies smoothly on the thin frontier dividing the two formats. Arruti meets with her mother, uncles, cousins, and nanny, as well as with three of her father’s comrades, who were also involved in politics. And as a non-obtrusive interviewer, she asks succinct questions and lets them go back in time to bring forward fragments to recreate a missing picture. In so doing, some interviewees cannot hide the emotions that start flowing from deep inside their hearts, and with teary eyes they say what they know about Juan Arruti. Yet there’s no possible way to have hard information, absolutely true facts, or even conclusive statements. Because memory often fails the best of witnesses, and also because some stories have parts that are never unveiled. So it’s particularly smart for Arruti to go for a subjective point of view because in order to fill the void left by her father, all she can possibly have are images provided by those who knew him — to which she can add sounds for making a film. This way, the art of filmmaking will eventually allow for closure. So you have sensitive, affectionate reenactments of her early days with her father, which she can only imagine, shot in elegant black and white. In slightly sepia tinted tones, there are reenactments of her days, weeks, and months following her father’s death, which are removed from the cosy or welcoming. At the very end, there’s a sweet and emotional —if restrained — segment that visually expresses what the director has accomplished in her pursuit of overcoming a traumatic absence. One more things: unlike many documentaries filmed in a very narcissistic first person singular — where the figure of the filmmaker is too noticeable to the point of being obnoxious — Arruti knows better, and so she discreetly chooses not to take centre stage at any time. She’s after a father that was abruptly taken from her, and so the film is always about him and his absence. More to the point, it’s about getting him back in the best of way possible for her. Production notes El padre (Argentina, 2016) Written and directed by Mariana Arruti. With Emma Gil, Manuel Martínez Sobrado, Franco Jeremías Lara Arruti, Nadia Schmiedt y Vanina Aybar. Cinematography: Manuel Muschong. Editing: Marisa Montes. Running time: 72 minutes. @pablsuarez
Durante la década del setenta se le quiso hacer creer a la población argentina que el silencio era salud. Detrás de este slogan se trataron de ocultar un sinfín de tragedias y miserias. Mariana Arruti, directora de El Padre, no recuerda nada sobre el suyo, cuando él murió, ella era muy pequeña. Esther y Mario -jefe de su madre ingeniera- cooperaron con su crianza, mientras la mujer, un tanto ausente, atravesaba la pérdida. Arruti creció en medio de la confusión, sin que nadie le explique bien qué fue lo que sucedió y aceptando la clausura del tema: una muerte en las vías del tren en Avellaneda y punto. A partir de apelar a imágenes ficcionalizadas, en blanco y negro, la realizadora construye los recuerdos que no tiene: los de la infancia de su padre y los de la suya junto a él. Arruti les da una forma y los aúna a partir de los relatos de su madre, sus primos, sus tíos y los compañeros de militancia de él. Todos le preguntan lo mismo: “¿no te acordás de nada?”, “de nada”, afirma ella. Pero ellos, por primera vez, están dispuestos a ayudar a solucionar ese hueco en su historia.
“RECONOCER UN CUERPO ES PONERLE UN NOMBRE” Los créditos muestran filmaciones caseras en Súper 8 de una niña con su padre. Juegan, comen, ríen, se abrazan, festejan un cumpleaños, se quieren. Son una familia feliz. La cámara corta abruptamente, y entre el silencio y la oscuridad se escucha una voz que dice “a los pocos meses, mi papá se murió”. Quien pronuncia las fatídicas palabras es Mariana Arruti, licenciada en Antropología y directora de premiados documentales como Los llamaban los Presos de Bragado (1995), La huelga de los locos (2002) y Trelew, la fuga que fue masacre (2004). Fiel a sus raíces como antropóloga, la documentalista realiza una investigación al respecto de la historia de su padre, Juan Arruti, una figura ausente a lo largo de toda su vida. Esta ausencia se inicia con su fallecimiento en un confuso accidente, pero se perpetúa a través del silencio y la complicidad del entorno en el que se crió. Lo inesperado del suceso deja a la familia en un estado de shock al que le siguieron numerosos años de preguntas sin responder. Con El padre, Mariana sale a la búsqueda de esa figura ausente: investiga sobre la infancia de su padre, su adultez, sus convicciones y su ideología. “Reconocer un cuerpo es ponerle un nombre. Yo tuve siempre un nombre que no tuvo cuerpo y tampoco tuvo historia”, dice la directora, quien se encarga de llevar adelante la narración, a modo de diario íntimo. Para hacerlo, entrevista a familiares y amigos que lo conocieron y que se lo puedan describir, porque Mariana no posee recuerdos de él en su memoria: sólo tiene fotos. Las filmaciones caseras de los créditos iniciales -que se añaden a otras tantas a lo largo del film- no lo son en realidad: la directora ficcionaliza momentos que probablemente ocurrieron entre ella y su padre, así como la figura de él en su infancia mediante imágenes en blanco y negro. En conclusión, busca formas de hacer cuerpo ese nombre. Asimismo, las incongruencias del accidente en el que su padre perdió la vida saltan a la luz cuando chocan con su ideología comunista y su militancia sindical. El film no otorga respuestas absolutas para el espectador en este aspecto, sino que ofrece hilos tentativos. Sin embargo, para Mariana, la historia de su padre ya no será la de “un cuerpo con una historia silenciada”.
Mariana Arruti, directora del documental Trelew, vuelve a revisar el pasado político de nuestro país pero esta vez desde el riñón íntimo, desde la experiencia y el sufrimiento personal. En este documental ficcionado, Mariana regresa a Monte Hermoso, el hogar de su infancia, para entrevistar a familiares, amigos y compañeros de su padre, un militante del Partido Comunista muerto en un dudoso accidente ferroviario, en 1973. Mezcla de homenaje personal y de retrato de una era, la de la militancia al filo de la navaja pero a cara descubierta, previa al golpe del ’76, la película empieza como el simple rastreo de una muerte para adentrarse, de a poco, en las actividades políticas de Juan, en su liderazgo del sindicato de obreros de la construcción, uno de los pocos que en el interior del país había sido relegado por el peronismo para las organizaciones de izquierda, y así consigue dar un paneo de un pasado pocas veces documentado –como ocurrió con los trabajos previos de Arruti–. Filmaciones en Monte Hermoso, Bahía Blanca y recreaciones familiares en un falso Súper 8 refuerzan la convicción por recuperar el pasado.
SOBRE LA AUSENCIA Cuarto trabajo de la realizadora Mariana Arruti (entre ellos, el gran documental Trelew), a diferencia de los films anteriores, la búsqueda en El padre remite a una mirada personal, escarbando en un pasado familiar construido desde la ausencia paterna. Arruti emplea testimonios a cámara pero en esta ocasión, como no suele ocurrir en el género, esas palabras aparecen acompañadas por escenas donde se reconstruyen los años 60 y 70 desde la militancia en el PC del papá de la directora. Pero la complejidad del relato es aún mayor: se parte de la aseveración de que el personaje ausente falleció debido a un accidente ferroviario cuando desde el mismo inicio la directora intuye y sospecha que no es así. Efectivamente, El padre está construido como un relato de investigación, casi de características policiales, en donde la primera parte actúa como presentación del conflicto acomodado a una supuesta verdad absoluta. Como en las tramas detectivescas, el punto de vista empieza a abrirse a otros personajes, conformando un rompecabezas que la directora –presente en las imágenes- deberá ir desovillando para llegar a ciertas conclusiones sobre su caso personal. O, tal vez, para no arribar a ninguna de esas conclusiones, sin poder responder las preguntas del inicio. El padre recorre los años 60 y 70 desde testimonios familiares, laborales y de militancia política de un personaje ausente. En ese punto, las cabezas parlantes emocionan a través de las palabras y de los recuerdos por el que no está. En fuera de campo, como casi en todo este documental-ficción, permanece la directora, escuchando los textos, armando su propio rompecabezas familiar, intentando responderse esas preguntas construidas a través de las piezas sueltas que dejó un pasado. Monte Hermoso es la geografía principal que le sirve a la cineasta para volver a una época donde los datos y las informaciones, también la versión oficial sobre la muerte de su papá, empiezan a descartarse ante el surgimiento de otras voces y otros rostros igualmente invadidos por los interrogantes y las preguntas. El padre, en ese sentido, abre puertas, plantea enigmas, cruza lo público y lo privado y aquello familiar con el contexto político y social de entonces. Escapa de las convenciones habituales en esta clase de registros, logrando diluir las fronteras entre el documental y la ficción. Describe un caso individual para comprender una época determinada. También en sentido inverso. EL PADRE El padre. Argentina, 2016. Dirección: Mariana Arruti. Guión: M. Arruti y Debora D´Antonio. Producción: María Pilotti. Música: Bernardo Baraj. Fotografía y cámara: Manuel Muschong. Sonido: José Caldararo. Montaje: Marisa Montes. Dirección de arte: Mariana Petrini. Con Emma Gil, Manuel Martínez Sobrado, Franco Jeremías Lara Arruti, Nadia Schmiedt , Vanina Aybar. Duración: 72 minutos.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.