Para el jueves 15 de noviembre está anunciado el estreno de El silencio es un cuerpo que cae, una de las películas más interesantes que se exhibieron en el 20º BAFICI (de hecho ganó una mención especial en la competencia de Derechos Humanos). En su opera prima, Agustina Comedi expone desde una perspectiva tan personal como atípica el daño que la heteronormatividad causó en la población homo y transexual argentina entre los años ’70 y ’90. “Cuando vos naciste, una parte de tu papá murió para siempre”. La realizadora cordobesa reconoce en esta suerte de oráculo contemporáneo el disparador de la investigación que se propuso llevar adelante para dar con ese pasado anterior –hasta entonces ignorado– de su padre. La documentalista lo rastrea en archivos familiares y en testimonios, a veces crípticos, a veces explícitos, de parientes, amigos, ex amantes. Esta búsqueda evoca el recuerdo de aquélla que Renate Costa Perdomo emprendió para reivindicar a un tío que la heteronormatividad también desapareció (en Paraguay). Esa otra indagación devino en el largometraje 108. Cuchillo de palo que se proyectó en el 12º BAFICI. Como la documentalista paraguaya, Comedi descubre la dimensión nacional de ese pasado individual que el entorno calla o apenas farfulla. La realizadora argentina relaciona la primera muerte de su padre –ese deceso parcial y anticipado– con la supremacía de un poder punitivo históricamente entrenado para sancionar el incumplimiento del mandato patriarcal con estigmatizaciones, razzias, detenciones o internaciones, torturas, ejecuciones. También con la homofobia de la Izquierda donde Jaime militó en la prehistoria de su vida heterosexual. Comedi cuenta con un valiosísimo material del que Costa Perdomo careció: 160 horas de registros audiovisuales de viajes y reuniones sociales que su progenitor filmó antes y después del nacimiento que lo cercenó “para siempre”. Mientras proyecta algunos segmentos en su propio documental, la hija señala hilachas de verdad en encuadres azarosos y voces en off. El silencio es un cuerpo que cae comienza con un fragmento de la filmación que Comedi padre le dedicó al imponente David durante unas vacaciones familiares en Florencia. La atención acordada a los detalles de la estatua de Miguel Ángel exuda un homoerotismo que desmiente la muerte de esa “parte” sepultada para ejercer la paternidad como Dios manda. De ésta y otras revelaciones sutiles está hecha esta película intimista y a la vez política. Y además extremadamente estremecedora como toda historia de sujetos enterrados vivos.
Entre lo público y lo privado La directora cordobesa Agustina Comedi se encarga de retratar un pasado familiar, más precisamente acerca de una vida oculta de su padre, Jaime. A partir de un reclutamiento de material filmado por Jaime, ella decide contar la historia con archivos, entrevistando amigos o familiares y hablando en primera persona a través de una voz en off. No solo es una historia fascinante por testimonios de protagonistas contando cómo era vista la homosexualidad en época de dictadura militar, sino también por cómo va desentrañando el pasado de su padre que muere cuando ella tenía doce años. Se puede decir que lo empieza a conocer desde su fallecimiento, cuando se entera que tuvo una vida de amor y sexual muy activa con diferentes hombres antes de casarse con su madre. Se lo considera como un documental muy personal e instrospectivo, que toca fibras sensibles en el espectador y conmueve por el contexto social en el que vivimos, donde se avanza día a día para que todos tengamos los mismos derechos.
“Las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos: es la mente lo que hace al hombre libre o esclavo” -Franz Grillparzer- Todos somos capaces de crear nuestras propias cárceles, da igual dónde vivas. Puedes crear rejas tan fuertes con el simple poder de tu mente y tu corazón, de los que jamás podrás escapar… Si no tienes la libertad interior, ¿qué otra libertad esperas poder tener? “El silencio es un cuerpo que cae”, la primera película de Agustina Comedi, construye el relato desde material recuperado entre más de 160 horas que va desde 1986 con viajes, cumpleaños familiares, fiestas infantiles, actos de colegios, museos, espectáculos, hasta el momento justo antes de la muerte de Jaime, su padre (cae de un caballo, con cámara en mano, durante un asado familiar en 1999). A partir de películas caseras en 8mm y VHS, explora un pasado personal y a su vez descubre en sus pliegues el retrato político y social de una época, en que la línea entre lo privado y lo público es muy estrecho y ocupa un rol transversal dentro de la narrativa del audiovisual. Expone un lado muy íntimo en relación a su padre, una historia intrafamiliar tan propia como de muchos. Un padre con un pasado oculto, una vida del que ella no tenía idea hasta mucho después de que éste falleciera, es reconstruido a través de testimonios de personas que vivieron los años ’70 y ’80 cercanos a Jaime, pero sobre todo a través de material fílmico que él mismo grabó a lo largo de su vida. Un documental sin una estructura convencional, construido a partir del found footage, crea una cinta impactante y reflexiva. Una historia marcada por la sexualidad y el activismo político, un falso militante comunista que se iba a cruceros gays en Miami o viajes de placer a Europa post dictadura; se muestra el espacio que ocupaba lo personal dentro de la militancia en esas décadas. Todo lo que fue tras abandonar su entorno gay y someterse a una vida “normal” heterosexual. “Cuando se acabaron los comunistas, les siguieron los putos y putas”, dice un entrevistado tratando de elaborar una reflexión histórica sobre los tiempos finales de la represión, pero que no consta literalmente como pasado de su propio padre. El trayecto durísimo sufrido que ha tenido que atravesar el movimiento LGTBI (siglas que designan colectivamente a Lesbianas, Gays, Bisexuales, personas Transgénero e Intersexuales), donde ser lesbiana y militar en un sector de la izquierda significaba un juicio al interior de esa corriente política (el relato de Paloma es estremecedor), donde el “vestirse de mujer” era hacer activismo mucho antes de que el activismo LGTBI existiese con tanta popularidad, donde la corporalidad del deseo era existir, ser, resistir. En síntesis, la historia de Jaime es una excusa para encauzar y retratar los prejuicios ante la identidad sexual más allá de un partido político, al mismo tiempo del cómo influía también en ello durante aquel tiempo. Por otra parte, se hace una lectura sobre una jaula mental y el sufrimiento de alguien que debió negar su identidad o sacrificarla por mandatos sociales.
La vida sin él Un revelador documental sobre su padre, militante político y homosexual fallecido a finales de los años 90, es la carta de presentación de Agustina Comedi con su ópera prima El silencio es un cuerpo que cae (2018). Jaime murió en un accidente doméstico una tarde cuando Agustina era aun una niña en tránsito a la adolescencia. Ella solo recuerda algunos viajes y una cámara con la que su padre filmaba. La misma que tenía la tarde en que murió al caer de un caballo. Ella conoció su vida cuando él ya no estaba y es a partir de ahí que pudo entender el silencio que rodeaba a ese cuerpo. Militante de la Vanguardia Comunista, amigo de Manuel Mújica Laínez, homosexual, ex novio de Néstor, cultor de la noche cordobesa en las décadas del 70 y 80, amigo de transformistas, gays, lesbianas, viajero inclaudicable, padre frustrado, se casa inesperadamente con la madre de Agustina que nace en el año 86. El mismo día que muere su pasado. Documental de montaje e investigación, trabajado desde la técnica found footage, El silencio es un cuerpo que cae se estructura a través de la recuperación de 160 horas de imágenes que Jaime filmó con su cámara Súper 8 y que están conformadas por viajes, recuerdos familiares, cumpleaños, actos escolares y hasta el momento justo antes de su propia muerte, pero también muchas de esa vida que permanecía en silencio. Comedi interpela el pasado a través de quienes lo conocieron y lo no dicho por su padre convierte así lo privado en público, lo personal en político, porque a medida que rearma el rompecabezas va encontrándose también con las piezas perdidas del movimiento LGBTI cordobés, al que decide darle voz y que le permiten colocar la historia dentro de un contexto histórico, social y político, para así entender el porqué de ese silencio. Su historia también es la de otros que callaron por miedo. Evitando todos los lugares comunes, los subrayados y sin ningún tipo de manipulación, lo que Comedi logra con El silencio es un cuerpo que cae es de una contundencia y rigurosidad única. Venciendo todos los tabúes y miedos a los que debió enfrentarse su padre ella traspasa los límites y pone el cuerpo. Sin importarle nada se expone y expone la historia de la que nadie quería hablar.
Los rostros de Jaime. Los caballos, la tranquilidad de Córdoba, el campo, los viajes a Europa y la obsesión de filmarlo todo. Ese es el primer recuerdo de la realizadora Agustina Comedi sobre Jaime, un padre que tras una muerte accidental en 1999 -y doméstica- empezó a transformarse cuando a esas imágenes se les antepuso otra historia ligada al pasado y al silencio para no ser descubierto. El cuerpo cayó del caballo minutos después del último fotograma registrado, pero nadie lo escuchó y Agustina tampoco. De repente, indicios, imágenes que en un montaje con mayor precisión encuentran un sentido diferente al de los afectos y revelan por un lado la militancia desde el movimiento LGTB cordobés y también la otra militancia política en el Comunismo mientras la vida sigue por otro lugar y los viajes acopian experiencias y muchas imágenes como la de El David en uno de los tantos itinerarios europeos que Agustina recuerda con cierta alegría o en una presentación de La Sirenita, algo más próximo al gusto de un niño que un museo de arte con tantas riquezas al alcance de la mirada. Y así, en ese derrotero de descubrimientos y emociones, empiezan a aparecer personas, voces, amigos y muchas pequeñas revelaciones que terminan por definir a Jaime antes del silencio y a Agustina Comedi desde su rol de hija y cineasta, dispuesta a no esconder en su ópera prima absolutamente nada de esas historias de Jaime, su lucha silenciosa y sus múltiples rostros.
Es la historia reconstruida por la directora Agustina Comedi de su propio padre. El descubrimiento de secretos familiares guardados bajo siete llaves, pero como ocurre con todos los ocultamientos de ese tipo, inevitablemente intuidos, sospechados, casi evidentes y al mismo tiempo formando una realidad que no queremos ver. A partir de 160 horas de grabaciones caseras y la conciencia de que, desde una perspectiva de lucha y compromiso, no era solo dar a conocer algo íntimo individual sino “la huella necesaria para tantas conquistas logradas en nuestro tiempo”, la realizadora un regala un conmovedor documental. Un hombre y todo un grupo de pertenencia que ocultó su elección homosexual durante años y en determinado momento de su vida eligió casarse con una mujer y tener hijos. Con un espíritu casi detectivesco y mucha comprensión por una época intolerante y cruel, el film despliega un trabajo impecable, un verdadero panorama de esos tiempos de incomprensión y rechazo.
Hacer un documental sobre la figura de un padre conlleva, de por sí, un fuerte riesgo (emocional y artístico), pero si ese papá tuvo además una vida tan intensa, llena de secretos y con un final tan trágico (murió en 1998, a los 53 años, tras caerse de un caballo) se trata de un desafío decididamente extremo. En su primer largometraje como directora, Comedi no sólo sale airosa sino que regaló una de las sorpresas del año. La película va de lo íntimo a lo público, de lo privado a lo político, para luego regresar a las sensaciones más personales de la directora y su familia. El film es fascinante por la historia que reconstruye, por la época en que transcurre (de los años '70 a los '90), por los temas que aborda (la militancia de izquierda, la homosexualidad, el SIDA) y por la forma en que Comedi utiliza los diferentes recursos: mucho material de películas familiares (su padre tenía una compulsión a filmarlo y fotografiarlo todo), entrevistas, archivo de la época y una voz en off que tiene el tono justo. En general la directora maneja un registro pudoroso sin por eso esconder nada y evita caer en el lamento desgarrador o en la manipulación emocional (la historia tenía todos los condimentos para hacerlo). Jaime vivió como gay gran parte de su juventud y adultez (en un submundo semioculto y marginal como se estilaba en esa época), tuvo múltiples amantes y una pareja durante más de 11 años, Néstor, que murió de SIDA. Jaime fue también abogado y militante de izquierda (Vanguardia Comunista/Partido de la Liberación) y el film -en otro de sus hallazgos- expone el tremendo grado de homofobia que existió en todos los grupos revolucionarios (ERP, Montoneros, etc.). De hecho, muchos gays y lesbianas de distintos movimientos solían reunirse para compartir experiencias, ya que sus preferencias sexuales eran reprimidas por sus compañeros y compañeras de lucha (“desvíos burgueses”). Los viajes de Jaime por todo el mundo (en su etapa gay y en su etapa familiar), los recuerdos infantiles de la realizadora (su padre murió cuando ella tenía 12 años), las referencias musicales (Queen, Virus), el uso de las home-movies, la intensidad de las charlas con sus familiares... Todo en El silencio es un cuerpo que cae funciona, suma y abre nuevas líneas para comprender y sentir una historia de vida y una época de la Argentina donde la violencia, el sectarismo y los prejuicios se manifestaban en todos los terrenos.
Llegar al hueso de la identidad Este cronista no recuerda una película como El silencio es un cuerpo que cae. Bueno, sí, es cierto que indagar en el pasado familiar partiendo de la base de grabaciones, audios y demás registros privados se ha vuelto una recurrencia en el documental argentino contemporáneo. Tan cierto como que las últimas ediciones del Festival de Mar del Plata y Bafici entregaron varios exponentes que se inscriben en esta tendencia. Pero ninguno de ellos transmitió la sensación de carne viva, de intento desesperado de explicar lo inexplicable –la muerte, pero también otras cosas–, como la ópera prima de Agustina Comedi. La realizadora cordobesa radicada en Buenos Aires construye un artefacto de explosividad radiactiva centrado en su padre, Jaime, fallecido luego de caerse de un caballo cuando ella tenía 12 años, en enero de 1999. Hasta minutos antes de ese accidente, papá había empuñado una cámara de video Panasonic con la que filmaba toda la vida familiar, incluido el asado previo a la cabalgata mortal. Pero antes de convertirse en padre y marido modélico que llevaba a sus mujeres de viaje a los destinos más top del mundo, antes de ser un abogado premiado que vestía pulóveres cerrados y se peinaba prolijo, Jaime fue otro. “Cuando vos naciste, una parte de tu papá murió para siempre”, le dice a Comedi una confidente de Jaime. Aquella frase es la punta del iceberg de un pasado que permaneció oculto bajo siete llaves, pues ni ella ni nadie del círculo íntimo previo a la conformación de la familia estuvo dispuesto a quebrantar el pacto de silencio, ese contrato ético jamás firmado pero de innegable peso en el presente. ¿Quién era Jaime? ¿Qué parte de él murió cuando se casó? ¿Por qué no hay ni un registro audiovisual propio previo al nacimiento de su única hija? ¿Cuáles fueron las razones para filmar horas y horas de situaciones familiares cotidianas? Movida por éstas y otras preguntas, Comedi se sumerge en un viaje de poco más de una hora hasta el pasado más lejano de su padre, llegando hasta el hueso de una identidad opuesta a esa imagen de hombre próspero y exitoso cultivada en sus últimos años. El silencio... desnuda la personalidad de Jaime poniendo a dialogar aquellas imágenes familiares caseras con los testimonios de quienes lo conocieron antes de que filmara su vida. Un diálogo que muchas veces genera el mismo efecto que el choque frontal entre dos trenes, pues el contraste entre la apolínea felicidad en los VHS se contrapone al desparpajo del pasado. La directora tira del ovillo y se entera que papá tuvo no una sino dos parejas de larga duración antes que su madre. Dos parejas de las que, desde ya, nunca se había hablado aun cuando luego entablaron un fuerte lazo de amistad. Incluso una de ellas, de profesión obstetra, comandó el parto y ofició de testigo del casamiento. Dos parejas que amaron a Jaime y fueron amadas por él. Dos parejas que no eran mujeres: el secreto de Jaime, aquello que archivó cuando empuño la cámara, era su homosexualidad. Es muy difícil seguir hablando de El silencio..., puesto que implica contar más detalles acerca de las situaciones que el relato irá revelando con un ritmo arremolinado a medida que se suman más voces a la (re)construcción de Jaime. Es indudable que el combustible narrativo de El silencio... son las dudas acumuladas durante toda la vida de la directora. Pero esas dudas no implican que persiga la catarsis pública. O, si la persigue, lo hace sin olvidar que el cine debe ser más que un diván. De allí que Comedi tome una distancia emocional absoluta: quien narra no es la hija, sino una directora plenamente consciente de las herramientas cinematográficas. A falta de una, aquí hay dos historias interesantísimas. La de su padre en sí, cuya figura es inasible aun con todas las cartas sobre la mesa, y otra vinculada con cómo esa esfera personal fue consecuencia directa de un contexto, lo que le da a este retrato en principio íntimo y privado una dimensión pública y política: el pasado personal es también el de todo un colectivo, con la persecución de principios de los ‘70 y la brutal represión a quienes no cuadraran en los patrones de lo que se consideraba “normal”. Y Jaime, desde ya, no lo era. No se sabe, ni se sabrá, el porqué de esa “normalización” posterior. De allí que el hilo que atraviese de punta a punta el film sean las diversas formas que puede adoptar la libertad de ser y hacer lo que cada quien disponga. Una libertad que, como se dice en la última escena, es algo tan sencillo y a la vez difícil como no estar encerrado en una jaula propia.
“El silencio es un cuerpo que cae”, de Agustina Comedi Por Ricardo Ottone Uno de los fenómenos más notables que se dio en el cine argentino de 2000 para acá es el auge de los documentales en primera persona. Documentales donde el realizador parte de experiencias personales, es narrador (a veces en off) y protagonista (a veces en cámara). Varias de estas experiencias están ligadas a historias familiares como en Los rubios (2003) de Albertina Carri, Fotografías (2007) de Andrés Di Tella (2007), M (2007) de Nicolás Prividera o, más recientemente, Desmadre (2017) de Sabrina Farji. Estas historias pueden ser apasionantes o conmovedoras, pero films como los mencionados no tendrían la misma relevancia si no es porque a su vez logran conjugar lo personal y lo íntimo con algo del orden de lo universal. El silencio es un cuerpo que cae, opera prima de la realizadora cordobesa Agustina Comedi es un buen ejemplo de documental que puede hacer confluir lo personal y lo universal, lo privado y lo público. El origen de la película, según Comedi, está en el hallazgo de un cantidad considerable de material filmado de manera casera por su padre, Nestor, fallecido en un accidente en el año 1998 cuando ella tenía 12 años. Esto se suma a ciertas revelaciones acerca del pasado de su padre, que fue militante político y que antes de casarse con la madre de Agustina mantuvo durante once años una relación con otro hombre y se movió en los ambientes gay de la época. La visión de este material, más la indagación de la historia familiar es la que le dio la idea de realizar el film, con la dudas iníciales no solo de cómo organizar esa inmensa cantidad de archivo sino acerca de si estaba bien sacar a la luz estos secretos que habían sido tan cuidadosamente mantenidos. Agustina Comedi narra la historia de su padre a través de su voz en off, las imágenes de archivo en donde su padre rara vez aparece en cámara pero está presente en su búsqueda, en su manera de mirar, y también a través de entrevistas a quienes lo conocieron. Con este material traza el recorrido de vida desde la clandestinidad de la militancia de izquierda en los 70 y la clandestinidad del ambiente gay en la dictadura, a los 80 de los primeros años de democracia donde la liberación política no significó necesariamente abandonar los códigos secretos y el silencio y donde se iba a sumar a mediados de la década la aparición del SIDA, hasta llegar a los años 90 donde, ya casado y padre de una niña, encaró una vida totalmente distinta. En documental de Comedi es de una gran riqueza, abordando una buena cantidad de temas partiendo desde lo íntimo del abordaje familiar y ampliándolo hacia lo político, mostrando no solo el enorme prejuicio que había en la sociedad y en el seno de las familias con respecto a la homosexualidad sino también la homofobia virulenta en el seno de las organizaciones revolucionarias, incluso realizando juicios internos a integrantes que habían caído en esta “desviación burguesa”. Al mismo tiempo echa luz sobre el ambiente gay de los 80, sus códigos de pertenencia, sus maneras de relacionarse y la difícil vida cotidiana de quien los integraban. Hay un trabajo muy interesante en la forma en que se trata la diversidad del material y el ejercicio de empatar los formatos del archivo familiar en VHS con las entrevistas realizadas recientemente, tratando estas últimas para darles continuidad al relato tanto desde la imagen como desde la gráfica. Este trabajo desde la postproducción, que en primer lugar podría parecer una elección de índole estética o puramente formal, también puede estar aludiendo a que ciertas cosas no han cambiado demasiado, como la continuidad del secreto y del silencio y de las dificultades para abordar la cuestión que siguen presentes. La constatación de esto lo atestigua la dificultad que tienen algunos entrevistados para nombrar la homosexualidad o el pedido de otros que acceden a hablar y mostrar sus imágenes de archivo pero sin dar la cara con su imagen actual. Agustina Comedi pone su voz y también pone el cuerpo, se muestra en el archivo como la niña que fue y en la actualidad junto a su hijo pequeño. Aborda un material muy íntimo y complejo de índole emocional y lo hace de manera emotiva pero sobria, sin caer en ningún desborde. Abre a demás su historia personal a diversas líneas de índole social y político y da cuenta de cómo esta historia ocurrida entre los 70 y los 90, puede verse no sólo como un interesante retrato de una época sino además mostrar su vigencia y su continuidad con las luchas de hoy. EL SILENCIO ES UN CUERPO QUE CAE El silencio es un cuerpo que cae. Argentina, 2018. Dirección y guión: Agustina Comedi. Fotografía: Agustina Comedi, Ezequiel Salinas, Benjamín Ellenberger. Música: Virus. Edición: Valeria Racioppi. Sonido: Guido Deniro. Producción: Ana Apontes, Matías Herrera Córdoba, Juan C. Maristany. Producción ejecutiva: Juan C. Maristany. Distribuye: 3C Films Group. Duración: 72 minutos.
Agustina Comedi presenta en la Sala Lugones, un documental que viene precedido de una mención especial del jurado en el #BAFICI20 de este año. "El silencio es un cuerpo que cae" es un fascinante relato que reconstruye, a través de retazos de "found footage" y entrevistas, la vida de Jaime, un abogado cordobés que supo ser gay durante los difíciles 70' y 80' y militó por la causa revolucionaria en forma comprometida y sostenida. Pero ese es sólo el punto de partida para un análisis más profundo, sobre lo complejo que era expresar la preferencia sexual en esos duros años. Comedi cuenta la historia a través de fotogramas y material fílmico recuperado de la casa de sus padres. Jaime (su papá), era un hombre muy culto, preparado y tuvo muchas parejas en su condición de homosexual, hasta que decidió que necesitaba atravesar la experiencia de ser padre, y abordó una etapa distinta de su vida. Se casó (ya un poco más grande, en sus 40) con la mamá de Agustina, para vivir un tipo de existencia de otro tipo, hasta el momento de su muerte, producto de un accidente en un campo. Lo primero que hay que decir es que las 160 horas de VHS que encontró Comedi sobre vacaciones, eventos, cenas, reuniones y salidas, ella encontró material muy interesante que muestra lo carismático que era su padre, pero cómo los silencios y lo "escondido" marcaban la agenda de ciertos acontecimientos. En cierta manera, muestran una configuración silenciosa en la que hay cosas potentes que se juegan en miradas, con opiniones (la secuencia de entrada es muy gráfica) e incluso, con ausencia de las mismas. Se suceden entrevistas a gente que conoció a Jaime, en sus épocas de militante y activista. Se reconstruye un perfil de hombre que parece tener dos etapas bien marcadas en su vida. Además, estos testimonios contribuyen a conocer al padre de la cineasta, a quien se lo percibe como un líder nato, que llevaba adelante una vida militante peligrosa, que siempre puso al servicio de los demás. Puede decirse que hay una parte bien documentada que explica que pasó en esos años, hasta que sentimos que se llega a un punto de inflexíon en el film. Agustina trae el recuerdo de un amigo de su papá que le dice, luego de su desaparición física..."cuando vos naciste una parte de Jaime murió para siempre". Todo este universo de contradicciones es lo que gobierna el sentido del film. ¿Cómo reprimir lo que uno siente y quiere exteriorizar, en el marco de una sociedad cuyos valores condenan la homosexualidad?¿Qué cuestiones tuvo en consideración Jaime para cercenar una parte de sí? Jaime probablemente pueda ser un emergente de esa trama de opresión cultural que estigmatiza y lastima, y ese costo, se paga caro. Es en definitiva, el panorama que la comunidad LTBG tuvo que enfrentar durante los años oscuros de nuestra dictadura, y los que siguieron, que tampoco fueron fáciles. "El silencio es un cuerpo que cae" es un trabajo que se asemeja a una despedida, puesta en valor. Una suerte de homenaje de una hija a un padre, que fue, mucho más de lo que se podía percibir en la superficie. Ese trayecto, está bien presentado, es emotivo y sobre todo, tiene una potencia gráfica y un montaje que lo hace destacado. Un pequeño hallazgo en la cartelera porteña, en término de un género (a nivel local) que ha tenido un enorme año.
El peso del silencio El cine documental siempre cuenta con una cuota extra de entrega emocional sobre lo que se quiere contar. En el género siempre se intenta descubrir una verdad, re-interpretar un hecho o visibilizar realidades invisibles. Y no es para poco. “El silencio es un cuerpo que cae” es la materialización de esa pasión y se disfruta de la misma manera visceral y cruda con la que la realizadora cordobesa, Agustina Comedi, decide compartir su historia familiar en esta ópera prima. Habiendo pasado por el Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam, para luego ser reconocida en el BAFICI pasado, “El Silencio…” es la reconstrucción que Comedi hace sobre la identidad de su papá, Jaime, fallecido en 1999 cuando ella tenía 12 años. La pasión familiar por llevar siempre una cámara en mano pasa de padre a hija, sellándose en el momento que un accidente a caballo deja de ser un simple luto, para convertirse en la búsqueda continua de saber quién era Jaime en realidad. El inevitable momento de darnos cuenta que nuestros padres son personas, hermanos, tíos, amantes, antes de ser nuestros padres. Solo que a la directora le llegó mucho más temprano que a la mayoría. Sin embargo, el pasado de Jaime deja de ser algo netamente personal, para convertirse en el testimonio social y político de un joven homosexual militante de izquierda en la década del 70’ en la Argentina, mucho antes de ser el papá de Agustina. Y es así como la necesidad de rescatar su figura paterna a través de miles de horas de VHS casero y la catarsis de amigos y exparejas termina transformándose en una herramienta fundamental para recrear la brutal persecución y el prejuicio de la época, capaz de convertir algo tan natural como el deseo en algo inaceptable y vergonzoso. La intensidad de la juventud de Jaime, marcada por la libertad sexual y el activismo colectivo, contrasta (o más bien se complementa) con la imagen madura de abogado prolijo y padre ejemplar. Fragmentos en Super 8, videocasetes deteriorados y fotos descoloridas, la misma fragilidad del enorme archivo al que accede la directora para sumergirse en su propia historia, y en consecuencia en el mundo gay y trans, termina siendo tan potente que por sí solo transmite lo que resulta imposible de narrar con palabras, o siquiera imágenes, como lo es el miedo en pleno destape del HIV o el rechazo sistemático de una sociedad retrógrada. “Cuando vos naciste, una parte de Jaime murió para siempre”, le dice uno de los confidentes más cercanos a Agustina Comedi durante las entrevistas, y ella todavía se niega a pensar que su padre haya dejado atrás su naturaleza sólo por el profundo anhelo de tener hijos. A fin de cuentas, la memoria de Jaime sobrevive en este homenaje, lejos del silencio forzado que algunos continúan queriendo imponer.
La mirada de los otros El silencio es un cuerpo que cae se presenta como el retrato de un hombre elusivo. La voz en off de la directora trata de reconstruir la figura del padre con los materiales que tiene a mano: filmaciones hechas por él, entrevistas a familiares y amigos, fotos viejas, recuerdos de la infancia. Jaime muere en 1999, pero el motor de la película no es tanto la pérdida como un misterio: la familia recuerda al fallecido y entre ellos flota algo no dicho, alguna información que todos esquivan con denuedo. La película revela enseguida el dato y reconfigura la intriga: Jaime era gay, pero un día conoció a Monona, se casó y tuvo a Agustina. El misterio cambia de lugar: ¿qué fue lo que lo empujó a un cambio tan grande? Luego: ¿cómo sobrellevó su nuevo rol de esposo y padre, lejos de los amigos y de la vida nocturna del pasado? La pesquisa de El silencio es un cuerpo que cae se va toda en develar ese enigma. Pero las respuestas, si las hubiera, llegan desfasadas: Néstor, pareja de Jaime, muere un día antes que Freddy Mercury; de las integrantes de Las Kalas, grupo de teatro frecuentado por el padre, solo una acepta hablar frente a la cámara (algunas fallecieron); la familia se resiste a comentar el asunto. En el camino, Comedi halla los retazos de un mundo perdido que persiste a duras penas en la memoria triste de los sobrevivientes: los testimonios sugieren una época de plenitud interrumpida por los códigos de las organizaciones políticas (sobre todo de la izquierda), la dictadura y el sida. Qué habrá pasado por la cabeza (y por el cuerpo) de Jaime como para cambiar de vida de un momento a otro. La película mantiene las incertidumbres: los interrogantes que se formula Comedi no esperan una respuesta final, sino que funcionan como vías para indagar, para aproximarse al costado desconocido, extraño, del padre. La directora utiliza grabaciones hechas por Jaime (parece que el tipo filmaba todo): eso le imprime a la película un punto de vista dislocado; una buena parte de la evocación del personaje se construye a partir de su punto de vista, como si el hombre mismo estuviera observando desde algún lugar inaccesible. En muchas grabaciones aparece Comedi muy chica y el recurso sugiere una nueva forma del recuerdo: sostener la memoria de los seres queridos mirando a través de sus ojos, fijarse en cómo nos miraban.
Sin duda, la institución familiar no carece de interés, porque ha sido desde tiempos inmemoriales el primer modo de hacer experiencia del mundo. En esa esfera afectiva y lingüística se aprende a describir, discriminar, aceptar y desdeñar; también se aprende a elegir y, lo que es todavía más decisivo, a desear. La extraordinaria ópera prima de Agustina Comedi es sobre todo un film sobre el deseo y su historia en coordenadas muy precisas: la vida de un hombre que vivió en Córdoba, fue militante, más tarde abogado, amó a un hombre, después tuvo una familia y murió en un accidente insólito. Ese hombre es el padre de la directora y, si bien El silencio es un cuerpo que caepuede haber sido espiritualmente edificante para Comedi, el film trasciende la novela familiar para devenir en un retrato de los límites de la imaginación moral de una sociedad específica.
EL SILENCIO ES UN ESPACIO A RELLENAR ¿Quién sabe todo sobre su familia? ¿Cuántas cosas del relato familiar de nuestra historia nos hacen ruido? Sobre la construcción de la identidad propia y la de los otros se trata El silencio es un cuerpo que cae, el documental de Agustina Comedi. Con relatos personales, filmaciones caseras y reflexiones en voz en off, Comedi nos presenta la historia de su padre, personaje a quien ella irá reconstruyendo a partir de los fragmentos que visualizamos en la película. El hombre joven que vemos en las imágenes en 8mm y VHS que nos muestra el documental, es un militante político y homosexual, quien ante el deseo de ser padre y gracias a una sociedad heteronormativa como la de la Argentina en los años 70 y 80, deja de lado su deseo pasional en pos de su deseo paternal. Una frase comienza y cruza transversalmente el film: “el día que naciste, algo murió en tu padre” y es aquella afirmación contundente e hiriente la que mueve a Comedi en esta búsqueda personal, pero al mismo tiempo cinéfila y social, que le permite no solo reconstruir su pasado y su familia, sino también retratar una época llena de excesos, libertad sexual y autodescubrimiento como fue aquella que vivieron sus padres antes de su llegada. Al mismo tiempo el documental permite un lazo que vincula a la directora con la figura de su padre: ambos filman todo. De hecho, el film nos presenta imágenes del mismo padre el día de su propia muerte, ya que murió de forma accidental con su automóvil. Los silencios incomodos, de ese pasado que está y no está al mismo tiempo, es rellenado con las voces de quienes Comedi va entrevistando a lo largo del film, amigos de la familia, personas cercanas a su padre, militantes gay friendly que le han permitido, a través de sus relatos, ir construyendo una nueva percepción e imagen de su padre e ir desterrando esa sombra de dudas y misterios que rodeaba los recuerdos de su papá. No hay nada peor que quedarse con la duda, señores, que esos silencios no nos hagan ruido toda la vida.
A partir del hallazgo de más de cien horas filmadas por su padre, la directora Agustina Comedi indaga en la intimidad familiar y cuenta cómo fue desnudar la identidad de un ser querido y visibilizar cómo lo que parecía un secreto era un silencio a voces. El descubrimiento de la homosexualidad de un muchacho cordobés que fue joven en los "70, activista político, profesional respetado, permite repasar la necesidad de compartir una doble vida frente a las sanciones sociales que suponía la asunción de la propia identidad sexual. A través de películas caseras, en 8 mm y VHS, sumadas a reportajes a parientes y amigos de Jaime, su padre, la directora compone un damero donde el silencio era una imposición y sólo los muy íntimos o los integrantes de la oculta "otra vida" de Comedi conocían la verdad. Los testimonios hablan de la imposibilidad de confesar la que se consideraba como "sexualidad culpable" cuando se integraba grupos políticos, tanto de izquierda como de derecha (Jaime pertenecía a Vanguardia Comunista); esa "debilidad burguesa" no era aceptada y podía provocar la expulsión del partido. Un paneo por los amigos "de la otra vida" de Jaime habla de bohemias compartidas en los "70, siempre íntimas por temor a redadas policiales o detenciones; de los grupos de amigos como Bonino, Alfredo Alcón, Mujica Láinez. Y de la concurrencia a psicólogos que aseguraban la posibilidad de revertir la condición sexual. LA REALIDAD Agustina Comedi descubre a los quince años la verdad de su padre y tarda más de quince en decidirse a realizar esta ópera prima. Indudablemente, el dictado de leyes que garantizaban derechos (la del Matrimonio Igualitario e Identidad de Género) ayudó, pero también la madurez de asumir una responsabilidad frente a toda esa familia y amigos que silenciaron una actitud que consideraban equivocada, ya sea por convicciones o por miedo. ""Cuando vos naciste, una parte de Jaime murió para siempre"", le dice un amigo trans a Agustina. La necesidad de ser padre, a la que se refiere una tía conocedora del secreto de Jaime, prevaleció. Y Jaime eligió a la mujer que lo acompañaría hasta el final (él murió en un accidente cuando su hija tenía 12 años), pero no olvidó su otra vida. El que la trajo al mundo fue quien lo había acompañado sentimentalmente por once años, el que se convirtió en médico cuando Jaime se recibió de abogado y murió de sida en soledad cuando la llamada "peste rosa" era una mala palabra en Córdoba y el mundo. De eso se enteró esta directora que presenta su película no sólo como confesión y catarsis, sino como una carta para que los que la vean comprendan mejor la lucha por la identidad.
La memoria de una familia suele estar en las fotos. Las que se guardan durante años y luego circulan de generación en generación (si no ocurre que alguien se deshace de ellas antes). Ayer en papel hoy digitales, aunque las formas de tomarlas y de conservarlas cambia, las fotografías persisten en ese “haber estado ahí” barthesiano que el tiempo se ocupa de congelar. - Publicidad - También están las filmaciones familiares, cosa que en alguna época era cosa exclusiva de cierta clase social que disponía del material para hacerlo: cámaras de super8, a veces de 16 mm, luego los vhs, las digitales, hoy los celulares. La memoria familiar materializada en estas imágenes fotográficas o audiovisuales resulta ser el lugar simbólico donde yace una historia personal o grupal, que podríamos comparar en términos pequeños con la historia de una Nación. Es que la aparición en los últimos 20 años de los archivos familiares, o las colecciones fotográficas personales han adquirido un valor que incluso va más allá de esa memoria particular, en tanto recuparan parte de los modos personales, o sociales de un país. Tambien ha proliferado un cierto cine, tal vez un subgénero a esta altura y creo que el found footage ha ayudado mucho a esa operación, que suele darse en algunos documentales sobre ciertos modos de leer las imágenes buscando restos e interpretaciones arqueológicas de un pasado real histórico hecho de comportamientos, secretos, veladuras. En el FIDBA había visto y comenté aquí la notable Ainhoa, yo no soy esa, un documental chileno realizado en base al trabajo sobre un enorme archivo familiar; el documental se focaliza en contar la historia de una joven en cruce con sus diarios personales. Una historia fuerte que tiene tantos rincones como el material que releva. Incluso Carolina Astudillo, su directora, se da el lujo de hacer paralelismos con su propia historia y la de su país. Me toca ver ahora el documental de Agustina Comedi, El silencio es un cuerpo que cae, que Fernando Caruso vio y comentó en Leedor a raiz de su exhibición en el ultimo FICIC, y que se estrenó la semana pasada en la Sala Lugones. La cordobesa Comedi encuentra en filmaciones realizadas por su padre mayormente en Super8 durante largos años, una historia oculta que quedó plasmada en cientos de reuniones familiares, canciones infantiles, cumpleaños, anuncios de boda, vacaciones en Marruecos o Disney , y que se propone desenvolver, sacar a la luz 20 años después de la muerte absurda del padre cuando cae de un caballo. Los primeros minutos de El silencio es un cuerpo que cae los ocupa la tomas de un cuerpo de mármol, el del David de Miguel Angel, en el que no tardan de aparecer la familia. Así mostrado podría ser un video turístico como cualquier otro, y seguramente el espectador irá olvidando esa toma cuando se adentre en la historia, sin embargo si se las repiensa el David, en la Academia de Florencia y su mujer y su hija, resultan ser una síntesis de dos deseos concentrados que el film se ocupará de ir revelando. A esos deseos se ingresa a través de una frase bien contundente: “Jaime era un hombre distinto, especial, una especie de Mesías.” Como si fuera posible un ser humano así, Comedi tiene claro que esto no es más que un punto de vista: la manera en que los otros ven a su padre tiene palabras más concretas y otra frase motivadora: “Cuando vos naciste, una parte de tu papá murió para siempre”. Tratar estéticamente algunos inserts como si fueran imágenes “antiguas” bajo el formato de super8 es uno de los hallazgos de este notable documental: igualar con el significante las dos vidas de Jaime intensifica su coherencia. Ser militante político, formar parte de la comunidad gay y ser un padre de familia todo eso puede caber en un solo hombre. Para que la sociedad lo acepte depende de la época, claro. Y no eran tiempos los años 70 y 80 ni para lo primero ni para lo segundo: las vacaciones, las reuniones familiares van dando ugar a los los testimonios de los hombres y las mujeres que lo conocieron que van revelando sus propias experiencias. Es verdad que los tiempos cambiaron. Jaime tuvo que formar una familia heterosexuall para seguir su deseo de ser padre. Agustina Comedi tiene en sus manos una historia y un material fascinante, la historia de su padre, muerto por una muerte absurda: un cuerpo que cae de un caballo y deja solamente silencio, como cuando se cae una cámara al suelo y se corta abruptamente una filmación. Tambien es la historia de toda una generación de la comunidad lgbtiq, sumida en el silencio y la marginación. Para terminar con todo esa coherencia, el final Agustina niñita responde una pregunta que le hace su madre, tras lo cual dedica El silencio es un cuerpo que cae a Jaime, con amor.
El silencio es un cuerpo que cae, ópera prima de Agustina Comedi, que tuvo su paso por el 20 BAFICI llega a las salas comerciales. “Cuando vos naciste, una parte de tu papá murió para siempre”. Con esa frase comienza el documental de Comedi. Pienso, mientras tengo la hoja en blanco frente a mí, qué contar y qué insinuar para que por ustedes mismos puedan descubrir lo que Agustina Comedi quiso contarnos en El silencio es un cuerpo que cae. El film comienza, probablemente con esa frase como disparador para Comedi, (re) descubriendo a su padre: Jaime. Jaime filmaba todo con su cámara hogareña y en eso se apoya la directora para ir juntando los pedazos del pasado que vivió y que le contaron. Jaime era su papá. Pero antes de eso era militante de izquierda en plena dictadura militar en Córdoba y desde su adolescencia y gran parte de su juventud tuvo amantes y hasta una pareja por más de diez años. Lo que su hija no sabía (así como tampoco su mamá) era esa militancia política y LGTB. Jaime era homosexual. El silencio es un cuerpo que cae comienza dentro de lo privado, de lo familiar. Con las grabaciones caseras realizadas por Jaime, con entrevistas a familiares y amigos (algunos quieren hablar, otros no. Algunos muestran su cara, otros no). Pero a medida que avanza la película, lo particular le queda chico y la directora lo entiende virando parte de la historia a lo que sucedía en aquellos años de militancia y homosexualidad. Jaime muere cuando la directora tiene tan sólo 12 años. En off, en varias ocasiones, se pregunta las cosas que nunca le pudo preguntar a él. Qué sentía cuando las llevaba junto a su mamá de viaje a los mismos lugares que fue muchos años atrás con sus amantes. Se pregunta y pregunta, por esas vidas “en la oscuridad” que debía llevar Jaime y sus amigos y amigas.
La mirada del padre En este relato audiovisual, ópera prima de Agustina Comedi, coexisten –superpuestos, cruzados, aunque sin tensión entre ellos- tres niveles temáticos, cada uno con particulares rasgos estéticos. Tenemos el punto de vista político, anclado en la militancia y la sexualidad secreta de Jaime –padre de Comedi y centro del documental-, trabajado básicamente sobre testimonios de viejos conocidos y compañeros. Luego está el punto de vista personal de la directora, anclado en el redescubrimiento que hace de la historia de su padre: aquí el rasgo distintivo es la voz en off. Y finalmente aparece la propia mirada de Jaime, revelada en las imágenes que él mismo registró durante años con cámaras de video y super8. Sin duda de esto último surge lo más interesante de El silencio es un cuerpo que cae. Si el conjunto de entrevistas que componen el primer nivel, más allá de sus contenidos, resulta un tanto esquemático y luego la voz en off de la realizadora agota rápidamente su potencial, lo que van descubriendo esas imágenes encontradas es desde un principio el componente que enriquece todo. Una especie de revelador diario íntimo a través del cual su autor, de manera totalmente involuntaria, deja huellas de sus secretos, de su doble vida, de sus deseos. Resulta fascinante cómo al tratar de esconderse en su mirada no hace más que revelarse. Porque nada desnuda más que la propia mirada. Y así, disfrazadas de registros casuales, familiares o turísticos, las grabaciones de Jaime se van convirtiendo en una muy particular puerta de acceso a la intimidad de un hombre que había decidido dejar fuera de campo gran parte de su vida. Hay un notable mérito en el trabajo de montaje de Comedi, quien a través de su propia mirada va recomponiendo y reinterpretando la de su padre. Mejor dicho: la de ese otro Jaime a quien ella empezó a conocer recién luego de su muerte. Más allá del desarrollo de esta historia de re-conocimiento y de todo el material que se va acumulando con el correr de los minutos, podemos encontrar la clave, el punto exacto donde la mirada de Jaime queda totalmente expuesta, en el comienzo. Es decir, en la fascinación con la que recorre en detalle cada parte del cuerpo del David de Miguel Ángel que se revela. La intrínseca monumentalidad del David, cada uno de sus rasgos tan finamente esculpidos, son resaltados muy sugestivamente por la cámara de Jaime. Y allí, mientras la hija redescubre el otro yo de su padre, la realizadora paralelamente reflexiona sobre el poder de la mirada y la potencialidad de las imágenes. Y es entonces cuando el cine asoma.
Este notable documental cubre tres décadas de la historia argentina a partir de los materiales de archivo grabados por el padre de la directora, un hombre que atravesó los momentos más conflictivos del país entre los ’70 y los ’90 y que dejó testimonio de una vida muy particular. Un film personal y político. Son tantas las grietas, las puertas (y ventanas) que se abren en este documental que al terminar uno tiene la sensación que ameritaba ser convertido en una serie o en una película el doble o triple de larga. Es que la opera prima de la cordobesa Comedi trabaja sobre demasiados temas fuertes, inquietantes, personales y emotivos que da la impresión que cada uno de ellos podría desarrollarse mucho más. Pero no es cuestión de quejarse por lo que falta sino celebrar lo que hay: EL SILENCIO ES UN CUERPO QUE CAE es una de las mejores películas del BAFICI y una que ameritaba un lugar más visible en el festival, uno que diera pie a muchos más debates y discusiones que esta película generará. O debería hacerlo. En principio se trata de un diario familiar. O, de alguna manera, de dos. Uno, de la directora, rememorando a su padre. El otro, de su propio padre, quien mientras vivió grabó muchísimo material en VHS (y algo en Súper 8 o eso parece) y dejó allí un esquivo retrato de su propia vida. Esquivo porque uno no tarda en saber que Jaime, el padre de la realizadora, fue gay y en un momento de su vida (a los 40 años) decidió casarse con una mujer, tener hijos y seguir manteniendo oculta/secreta su homosexualidad. Y sus videos, la mayoría de esta “nueva etapa”, requieren de algún modo ser leídos en esa clave, con ese fundamental dato. Y que murió joven. Muy joven. Para no spoilear lo que son una serie de sorpresas no daré muchos detalles de las continuas, duras y por lo general bastante tristes revelaciones sobre la historia de Jaime, que fue militante de izquierda en los ’70 y, al momento de morir, ostentaba una muy sólida posición económica, o al menos eso permite pensar por la cantidad de viajes por el mundo que hacía en familia. Solo me parece importante destacar que la película transforma esa historia que en principio parece muy particular y propia en una exploración de algunos episodios quizás no del todo debatidos del pasado argentino de los ’70 a lo ’90. La película abre muchas preguntas y no busca (ni lo intenta) cerrar todas. Hay una película sobre la homofobia de la militancia de izquierda en los ’70. Hay otra, tal vez más previsible, sobre las “vidas secretas” de muchos hombres de familia en el interior del país (y no solo ahí) a partir de la hipocresía de sociedades conservadoras y tradicionalistas. Hay una tercera en la que entra el sida y los cambios de vida que generó a partir de mediados de los ’80. Otra sobre los ’90 y el menemismo que casi ni se toca pero se advierte en los viajes familiares. Y otra, más sutil si se quiere, sobre el registro audiovisual que devela costados personales aún cuando aquel que filma pretenda ocultarlos. La mirada no miente y se posa donde se posa, donde la lleva el deseo y no siempre la burocracia de ese registro. Usando entrevistas muy bien ensambladas con el material de archivo y una voz en off que cuenta y que reflexiona sobre esas otras historias que hay detrás de lo que aparece en primer plano, la película es también un sensible homenaje de la directora a su padre, un hombre que atravesó una época compleja y con un alto grado de hipocresía que, pese a lo que parece, sigue existiendo sin demasiadas diferencias hasta la actualidad.