La urgencia de la aventura El tiempo no solo es una unidad de medida sino que es en realidad un concepto clave de nuestra vida moderna, bajo el cual desarrollamos y asimos toda nuestra existencia. Nada escapa tanto a nuestro entendimiento como el tiempo, y sin embargo, organizamos todo bajo su influencia y la de los artefactos que pretenden medirlo. El Tiempo de los Amantes (Le Temps de L’Aventure, 2013), la última película escrita y dirigida por Jérôme Bonnell, narra la búsqueda de un punto de escape de la vida cotidiana, de las responsabilidades, del tiempo como rutina a través del amor. Mientras las agujas del reloj corren y las citas, castings y responsabilidades esperan, las miradas de un hombre y una mujer se encuentran en un tren de camino a París. Alix (Emmanuelle Devos) es una actriz de teatro que vive en París pero que viaja bastante a la periferia por trabajo, y Doug (Gabriel Byrne) es un personaje enigmático con un semblante taciturno y abatido...
Contenerse en un extraño. Un oficio, un escape, un sentimiento, una emoción, una aventura. La soledad. Día a día las personas montan un personaje y así salen a la calle, hasta que algo tan simple como una mirada despierta su verdadero ser. Así surge una encrucijada: ¿debe seguir uno al corazón o al reloj de la cotidianidad? El Tiempo de los Amantes narra un momento específico en la vida de Alix (Emmanuelle Devos), una actriz que -a raíz de un casting- se cruzará en el tren con Douglas (Gabriel Byrne), un hombre del cual poco se sabe. Luego de cumplir con su trabajo, Alix irá a buscarlo. Nuevamente las miradas juegan un rol protagónico: él, inmerso en una tristeza profunda, y ella, desconcertada y temerosa. Entre medio, el personaje de Devos no puede evitar el “cable a tierra” que la trae a la realidad: comunicarse con su novio y la búsqueda desesperada de dinero, consecuencia de la crisis europea actual...
Antes del atardecer Si Richard Linkater, Ethan Hawke y Julie Delpy se reunen dentro de diez años para una continuación de Antes de la medianoche, Celine debería ser bastante parecida a Alix. Insegura a la vez que impulsiva, algo neurótica pero extremadamente frágil, ella conoce a Doug en un viaje en tren con destino final en París. Viaje en el que un intercambio de miradas marcará el inicio de una atracción mutua irrefrenable, que se desencadenará luego de un encuentro en un velorio. A partir de esa anécdota, Jérôme Bonnell hace de El tiempo de los amantes un film cálido y sensible sobre el tiempo, el amor y la soledad, retratando los diálogos, encuentros y desencuentros de la ocasional pareja, todas enmarcadas en la geografía parisina sobre la cual nunca se recarga la atención. No es casual, entonces, la referencia a Linklater, más aún si se tiene en cuenta que Alix (buen trabajo de Emmanuelle Devos en el papel de una actriz) por momentos emana un aire de autenticidad sincera transmitida con sutileza y sin subrayados similar al de Jesse y Celine. Podrá achacársele a El tiempo de los amantes cierto trazo grueso en la construcción de Doug (un profesor de literatura inglés Gabriel Byrne), pero lo cierto es que la ausencia de información se corresponde al punto de vista femenino sobre el que se apoya la narración: Doug encarna un escape de la rutina, un refugio en medio de una coyuntura económica (la recorrida por los cajeros, el pedido de dinero a la hermana) y emocional (los llamados a su pareja) bastante hostil, independientemente de sus particularidades. Porque, al fin y al cabo, todos necesitan alguien con quien compartir las experiencias cotidianas. Al menos durante una tarde…
Te vi en un tren Los trenes y los relojes marcan las directrices en este microcosmos construido meticulosamente en el film de Jérôme Bonnell, El tiempo de los amantes, cuya traducción del original debería haber sido Un tiempo para la aventura o tal vez un tiempo para la fuga. Precisamente es la fuga y la fugacidad lo que define conceptualmente a una breve pero intensa aventura romántica entre dos desconocidos, Alix (Emmanuelle Devos) y Douglas (Gabriel Byrne) en lo que comienza a partir de un intercambio de miradas a bordo de un tren rumbo a París. Ella por motivos laborales y él para despedir a una mujer muy influyente en su vida. Ambos personajes comparten con el espectador ese halo de misterio lo suficientemente poderoso para anhelar que ese fugaz cruce en el tren se prolongue durante el resto del film, sujetos al devenir de lo impredecible y expuestos uno frente al otro sin necesidad de otra cosa que ser lo más genuinos posible cuando la pasión se hace carne y la rutina cotidiana se diluye por un periodo efímero donde todo es alcanzable, inclusive comenzar de cero una relación sin estar atado al pasado ni al futuro. Es el presente en su estado de máxima pureza aquel elixir que entusiasma y a la vez aturde a la protagonista, actriz de vocación que intenta trazar su propio camino aceptando castings que la llevan por las periferias de Francia, sin un euro en el bolsillo –el apunte de la crisis social en Francia está presente- y desorientada en lo que a su porvenir se refiere. El pretexto de un llamado a su novio (siempre fuera de campo) para anoticiarlo de algo importante que nunca se concreta es el aliciente para dejarse arrastrar por el deseo y seguir los pasos, o mejor dicho las huellas imperfectas de ese hombre perfecto que con su mirada taciturna ya expuesta en el tren invita a abordarlo y por qué no contenerlo. Así las cosas, los dos extraños se conectan desde la intimidad con ese juego de seducción prohibido que implica el desconocimiento del otro para llegar al extremo y ubicarse en la encrucijada que puede imprimirle un continuará a su apasionada relación casual pero para que ese elemento tome vida y destruya todo lo que constituye el temor a equivocarse parecería no haber tiempo ni lugar propicio para llevarse a cabo. Los trenes parten y los relojes no se detienen, pero su avance es tan imperceptible como el instante en el encantamiento que trastoca la realidad y vuelve a ese viaje una aventura en sí. Aunque el destino siga siendo siempre el mismo.
Solo una mirada Con una nominación a mejor guión en el Tribeca Film Festival 2013, y habiendo pasado por reconocidos festivales, se estrena El tiempo de los amantes (Le temps de l´aventure, 2013) que retrata el encuentro fortuito entre dos completos desconocidos. Alix Abaune (Emmanuelle Devos) es una actriz de teatro que se dirige a París para realizar una audición. En el viaje en tren intercambia miradas con un desconocido, que pronto se convertirá en mucho más que eso. Jérôme Bonnell (La dame de trèfle, 2009) trae una temática ya trabajada incontables veces, siendo Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995), y Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995), algunos ejemplos, pero en ningún momento se genera la sensación de agotamiento en el espectador, sino al contrario, el director consigue abarcar esta temática de un modo elegante, otorgando a través de la correctísima selección de los actores protagonistas, el ritmo del film y el juego de miradas, una química y una intensidad muy difícil de conseguir en este género. El film va desarrollando la historia personal de Alix - desde su punto de vista-, y mostrando algunas facetas sobre su vida, como los llamados telefónicos que realiza con un novio que nunca se materializa, y su trabajo como actriz, presenciando una audición filmada íntegramente en un plano secuencia y convirtiendo al espectador (junto con quien hace el registro de la audición), en testigo y observador de un ensayo, tan íntimo que inevitablemente refuerza nuestra empatía hacia ella. Por otro lado Doug (Gabriel Byrne), el ser desconocido con el que entablará una realación, atraviesa la pérdida de un ser amado, y esto lo convierte en un personaje melancólico pero encantador. Ambos atraviesan momentos particulares en sus vidas, y esto refuerza la significancia de un encuentro lleno de pasión pero con una fuerte carga de romanticismo. El realizador toma la decisión técnica y argumentativa de tomarse su tiempo en cada plano para mostrar las acciones de los amantes, especialmente en los juegos de miradas, lo que da como resultado un film cargado de sensibilidad, que logra involucrarnos con los personajes hasta el punto preguntarnos lo que ocurrirá con ellos después de aquella aventura tan significativa para ambos…y que comenzó a partir de una mirada.
Una pareja muy enigmática Alix (la exquisita Emmanuelle Devos) es una actriz de 43 años que está interpretando una obra de Ibsen en el puerto de Calais, en el marco de una decadente compañía de teatro independiente. Ella debe realizar un viaje relámpago a París -donde desde hace ocho años convive con su pareja en una relación que está atravesando una profunda crisis- para presentarse a un casting. Cuando se sube a un tren lo primero que ve es a un misterioso hombre inglés (Gabriel Byrne), con quien iniciará un juego de miradas cruzadas, entre huidizas y seductoras. Tras ese prólogo, seguiremos a Alix (que a los conflictos afectivos le suma una precaria situación económica) en su intimidad y luego en sus sucesivos y cada vez más carnales encuentros con aquel enigmático caballero británico, que arriba a París para participar de un? funeral. El guionista y director Jérôme Bonnell maneja la historia de estos dos extraños amantes (dos almas en pena) con sensibilidad y una bienvenida ligereza (no hay solemnidad, no se recargan las tintas, no se juzgan a los personajes, no se apela al pintoresquismo en sus recorridos por las calles de la Ciudad Luz) y, aunque no se trate de un film particularmente sorprendente, el tono, los climas y -sobre todo- las actuaciones del dúo protagónico resultan más que convincentes. Quizás el aspecto menos logrado sea la omnipresente banda sonora que abusa de unos violines que quitan (o más bien irritan) más de lo que agregan. El tiempo de los amantes podría verse como una versión más sexual y menos intelectual de la trilogía de Richard Linklater con Julie Delpie y Ethan Hawke, como una apuesta menos enfermiza pero con ciertas similitudes con el clásico Último tango en París , de Bernardo Bertolucci; y hasta con algo de la hondura psicológica del François Truffaut de La mujer de la próxima puerta . Pero, más allá de sus referencias y reminiscencias, se trata de una historia de amor con suficientes atractivos y hallazgos como para darse una vuelta por el cine.
Pasión y triángulo Hay miradas que lo dicen todo. Alix y Doug se cruzan muchas, la primera en un tren, cuando eran dos desconocidos. Y habrá más en el transcurso de ese día en el que la causalidad, y no la casualidad, los anuda y vincula. Si es difícil reconocer cuál fue el clic, el momento en el que un vínculo se convierte o evoluciona en amor, Alix y Doug no cuentan con ese tiempo. Fue un flash. Ella inició, dio el primer paso, pero no fue una maniobra premeditada. Después de todo, ¿qué haría luego allí, en el velatorio de una mujer a la que no conocía ni el nombre, si no era para seguir al hombre que la despertó a la vida, a sus 43 años, y con ocho en pareja? El tiempo de los amantes tiene muchos aspectos en común con otras grandes realizaciones donde ella y él se conocen, viven una pasión desenfrenada y, para complicar lo simple, uno de los dos está en pareja; de Breve encuentro a la saga iniciada con Antes del amanecer. “Lo que parece amor, siempre es amor” es la frase de Tristan Bernard que asoció el joven Jérôme Bonnell (36) y lo llevó a aproximar al profesor irlandés, de paso por Francia para despedir a esa amiga que murió, a la actriz que se quedó sin dinero y sin crédito en el teléfono y que apuesta a lo que siente. Bonnell decidió que Alix, el personaje, fuera actriz. Para que en el comienzo de la situación pudiera fingir. Pero lo mejor que hace Alix es no fingir. No oculta sentimientos, no escatima palabras y deja claro lo que quiere … y cómo conseguirlo. La película, como toda buena realización, está pensada, masticada, pero no deglutida a la hora de ofrecérsela al espectador. Bonnell reposa la cámara sobre los amantes cuando debe, no los hace hablar nimiedades, pequeñeces ni cursilerías. No transforma ese amor apasionado en algo trivial. Claro que cuenta con dos intérpretes cuya imagen y presencia ya de por sí brindan un peso propio, y cuya gestualidad exime de palabras. Gabriel Byrne está tan medido como el director y guionista necesita que esté Doug. Casi no se sabe nada de él, porque lo que requiere saberse se entiende o intuye. Y Emmanuelle Devos es un prodigio de expresión para ilustrar su interior, sus estados de ánimo, sus temores, su frenesí y su sufrimiento. Pero es determinante esa mirada, casi al finalizar la proyección, cuando los personajes ya se conocen, la que los desnuda más allá de la ilusión. Ellos, y el espectador, lo saben.
Antes que parta el tren Esta coproducción entre Francia, Bélgica e Irlanda, escrita y dirigida por Jérôme Bonnell, guarda bastantes semejanzas con el film Antes del amanecer, pero sin la belleza visual de la geografía europea ni los filosóficos diálogos que presentaba esta primera película de la trilogía de Richard Linklater. El Tiempo de los Amantes es una crónica romántica de una jornada particular en la vida de una actriz, que tras abordar un tren camino a París, tendrá un intercambio de miradas con un hombre desconocido que marcará el inicio de una atracción mutua e irresistible, llevándola a abandonar su cotidianeidad y embarcarse en una aventura amorosa. Con una temática conocida pero sin la potencia visual de otros films, como el mencionado anteriormente, y con escuetos diálogos casi intrascendentes, el relato se destaca en las buenas interpretaciones que dan lugar al excelente juego de miradas y silencios, así como el encuentro apasionado que logra retratar de estos dos personajes sorprendidos por la soledad, la incomprensión y la adrenalina de lo prohibido. A pesar de sus personajes poco construidos, asoma cierta denuncia sobre la realidad del teatro y el arte en una Europa alcanzada por la crisis económica y social. Pero algunas situaciones inverosímiles y una banda sonora que por momentos acierta y en otros hasta desorienta, hacen que el tiempo de los amantes se prolongue en demasía, deseando como espectador que su protagonista no pierda su último tren.
Postales de una pasión otoñal El título original de este pequeño cuento semierótico alude al "tiempo de la aventura". Pero, considerando los hechos que aquí se narran, está bien haberle puesto "El tiempo de los amantes", e incluso resultan aplicables "el tiempo del touch and go and touch again", "el tiempo del levante express en un velorio" y "el tiempo de darse el gusto un día en que todo está saliendo mal". Quien se da el gusto es una actriz medio grandecita pero todavía atendible que está interpretando "La dama del mar" en Calais y se manda una escapada a París (poco menos que de Rosario a Capital) para grabar la prueba de un casting y volver cuanto antes. Pero una vez allí descubre que anda corta de fondos, el cajero automático la declara persona no grata, la hermana también, el celular está agotado, el peor es nada no está ni atiende las reiteradas llamadas desde teléfono público, en fin, lo único que falta es que llueva o se muera alguien. Se murió alguien. Ni sabe quién era. Pero ella justo se choca con gente que sale de la iglesia con el cajón al hombro, y entre los circunstantes reconoce a un inglés cara de perro apaleado al que ya le había echado el ojo en el tren que la llevó a París esa mañana. El resto -miradas expresivas, tanteos previos, piernas inicialmente indecisas caminando hacia donde una señora no debería concurrir tan apresuradamente, y otras cosas que pasan, no lo vamos a contar. Solo digamos que es una película muy didáctica y gratificante para señoras y señoritas de estos tiempos, y que el libretista hizo un tiempo de goma, por la cantidad de cosas que le pasan a la protagonista antes de tomarse el tren de vuelta, si es que alcanza a tomarlo. Emmanuelle Devos se llama la protagonista. Aquí la conocemos por "Lee mis labios", "La mujer de Gilles", "Reyes y reinas", "Cómplices", "Algún día comprenderás". La que ahora vemos la consagró como mejor actriz en el Cabourg Romantic Film Festival del año pasado, donde también, gracias a ella, se consagró la película. Autor, Jérome Bonnell. Inglés cara de perro apaleado, Gabriel Byrne. Lugares turísticos recorridos muy fugazmente, la Gare du Nord, la basílica Sainte Clotilde, algunas callecitas aledañas, un bistrot, el interior de un viejo hotel (bueno, esto último no tan fugazmente).
Buscando desesperadamente la intensidad La historia del cine está plagada de amores que impactan con la fuerza de un meteorito, de amores furtivos, secretos y prohibidos. Pero El tiempo de los amantes (“de la aventura” en el original francés) intenta con creces, casi rogando, asociarse al selecto club de las historias de amor exiguas, limitadas por la falta de tiempo, cuyo romanticismo es más evidente cuanto más se distancian del cliché y del sentimentalismo, tan lejos de la comedia romántica como del melodrama almibarado. Una sociedad integrada por grandes películas como Breve encuentro (David Lean), Los puentes de Madison (Clint East-wood), Antes del amanecer (Richard Linklater) o Vendredi soir (Claire Denis). En El tiempo de los amantes los protagonistas están acordonados por más de una atadura afectiva y social y sólo podrían escribirse los siguientes capítulos de su fugaz romance si al menos alguno de ellos abandonara una vida que parece consumada (aunque, como suele ocurrir, plagada de dudas y temores). No se sabe bien qué le ocurre a Alix, una mujer de 43 años que, en palabras de su hermana, se comporta como una adolescente descarriada. Alix es actriz y, al comienzo del film, debe viajar desde Calais –donde se encuentra trabajando en una obra– hacia París para participar de un casting. No se sabe bien qué le ocurre, pero es evidente que varios conflictos y crisis de diversa intensidad están teniendo lugar en su interior. Lo que sí se sabe es que se interesa por un hombre que viaja en el mismo tren que ella y que, pocas horas después, se la encontrará buscándolo, hablando con él, teniendo sexo en un cuarto de hotel y, tal vez, enamorándose. Que el hombre en cuestión sea un profesor de literatura inglés que ha viajado a Francia por razones nada festivas es lo de menos. Lo importante, parece decir el realizador y guionista Jérôme Bonnell, es lo que les ocurre a los personajes y las decisiones que toman a partir de ese breve encuentro de apenas algunas horas. De no contar con Emmanuelle Devos y Gabriel Byrne, que “sostienen” una película con su mera presencia, la historia se hubiera desbarrancado en los primeros minutos de proyección. Tal vez el film pida demasiado de los espectadores, como simular que el olvido de la batería de un celular y el no funcionamiento de una cuenta bancaria son otra cosa que un grosero truco de guión. Si el comportamiento de Alix es un tanto extraño y extremo, alguna vuelta de tuerca, que no se revelará aquí, intentará justificarlo, aunque sin demasiado éxito. Pero incluso admitiendo la consecución de ciertas fantasías dentro o fuera de la pantalla, hay algo en el film de Bonnell que nunca termina de solidificar, con su mezcla de escenas de amor intenso con momentos de comicidad costumbrista, de retazos idealizados de vida cultural callejera con fragmentos de Vivaldi y Mozart a todo volumen. Si hay amor después del amor o si Alix vuelve con su pareja y el hombre sin nombre cruza el charco para regresar al hogar, es secundario: El tiempo de los amantes –más allá de algún diálogo acertado entre las sábanas, de alguna mirada sensible y profunda– nunca encuentra la intensidad que anda buscando desesperadamente.
Un amor de pocas horas, intimista y verborrágico Un fortuito encuentro en el tren, cruces de miradas, y dos personajes en conflicto que se manifiestan a través de cierta postura grave frente al mundo. Con esos pocos elementos se cuenta El tiempo de los amantes, un film que trae el recuerdo de Breve encuentro, aquella historia de amor de pocas horas que dirigiera el inglés David Lean en los años '50. El encuentro de Alix (estupenda Emmanuelle Devos) y Doug (Gabriel Byrne a un paso de parecer un vampiro famélico) está acotado en tiempo y espacio, razón por la que ambos no necesitan saber tanto del otro, ni de su profesión o por qué se encuentran en una ciudad como París, exhibida a años luz de la tarjeta postal. Por eso, El tiempo de los amantes muestra las idas y vueltas de la pareja –ella casada, él invadido por un aire tenebroso y fúnebre–, en actitud de espera y de aprovechar ese instante íntimo que los hará felices por un breve lapso. El director Bonnell confía en los ojos de Devos y en la lánguida flaqueza de Byrne para sostener una historia de pequeños trazos, gobernada por un asunto amoroso de características efímeras. En ese punto, la película gana la partida, en contraste con diálogos que parecen salidos de un manual de autoayuda y por otros que manifiestan una actitud pedante frente al mundo como sólo lo puede ofrecer un film francés. "Pienso en Pascal", dice un personaje secundario y allí la historia –pequeña y gratificante cuando la pareja central no abre la boca– exhibe su pose autosuficiente al describir un universo risqué protagonizado por gente culta. El tren está a punto de partir y los amantes ocasionales deben decidir si quedarse un rato más en ese París mortuorio. Los rostros de Devos y Byrne, otra vez, pelean contra una banda de sonido insoportable. Y así es el film, intimista, pero también, verborrágico.
Escrita y dirigida por Jerôme Bonnell, El tiempo de los amantes (Le temps de l’aventure) plantea una historia de amor entre dos desconocidos que pasa sin pena ni gloria. El tiempo de la aventura Alix (EmmanuelleDevos) es actriz en una obra de teatro y debe viajar a París para asistir a un casting. Viajando en tren rumbo a la capital francesa intercambia miradas con un hombre (Gabriel Byrne). La atracción es inmediata. Al bajar del tren, él le pregunta a Alix cómo llegar a una capilla parisina, pero el diálogo se ve interrumpido. Alix va y viene, se la pasa llamando por teléfono a su marido, pero da siempre con su contestador, va al casting, hace planes, los deshace. Hasta que va al encuentro de este hombre misterioso. Allí descubre que este hombre se llama Doug, es inglés, profesor de literatura y no está por razones turísticas en la capilla, sino por otras más tristes: viajó para asistir a un funeral. Sólo tienen esa tarde para conocerse y enamorarse, debido a que Alix debe volver a Calais para actuar en la obra. París y el amor, otra vez Otra vez la francesa y el angloparlante que se conocen casualmente y sólo tienen un día para estar juntos, como ya vimos en Antes del Amanecer, me aburre un poco encontrarme con esa premisa en el cine, de nuevo. Otra cosa que me molestó, que sé que no es tan importante, fue la pésima la excusa que le armaron al personaje de Byrne para explicar por qué no habla francés. Es un detalle, pero me hizo ruido. Por otro lado, la película tiene muchos aciertos, como por ejemplo las actuaciones. Durante toda la película Alix se debate entre arriesgarse y abandonar todo para entregarse a este amor, y dejar las cosas como están y quedarse en el molde. Anda a los tropezones con el mundo, sin saber qué rumbo tomar. Emmanuelle Devos lo transmite de manera genial, y se hace sentir el desamparo y la desesperación que le provocan su situación laboral y sus desencuentros amorosos. A su vez, el personaje de Alix genera muchísima empatía y, a medida que avanza la película, entendemos un poco más sus actitudes y despistes. Las escenas de los protagonistas con Rodolphe, así como las de Alix visitando a su hermana no tienen desperdicio. Los silencios y las miradas de los protagonistas transmiten de manera brillante ese enamoramiento fugaz que sienten, que a su vez les sirve para escapar un poco de sus complicadas vidas. Conclusión Es una película que se deja mirar, pero no sé si volvería a verla, en lo personal me dejó con gusto a poco y no me aportó nada nuevo. Eso sí, tiene muchos elementos rescatables. Sobresalen las interpretaciones de los personajes y la química entre ellos, y me parece un gran acierto la presencia de momentos risueños que alivianan un poco la situación. Parte de una premisa conocida, y aunque no cae en lugares comunes, tampoco innova con la historia. Me parece que es una película que voy a olvidar rápidamente, pasa sin pena ni gloria. - See more at: http://altapeli.com/review-el-tiempo-de-los-amantes/#sthash.xrqv8GXd.dpuf
Finalmente llegó la oportunidad para uno de los estrenos rezagados de la complicada agenda de 2013. El tiempo de los amantes” narra la historia de Doug (Gabriel Byrne) y Alix (Emmanuelle Devos). No se conocen, pero la casualidad y la propia circunstancia los va a encontrar en el mismo tren. Él va a un velorio; ella (sin entrar en detalles) a un casting, a uno de esos cientos de intentos predominantes en la vida de los actores, sobre todo de aquellos que luchan por vivir de su profesión caminando en una línea muy fina entre los logros y los fracasos, la euforia y la frustración. De alguna manera, tenemos a dos personas dolidas con grandes posibilidades de complementarse. De eso se trata ¿no? El director Jérôme Bonnell no parece tener muchos problemas de saber que está presentando a sus personajes exactamente en el mismo lugar, y casi de la misma manera (en el juego de miradas inicial) en la que lo hizo Richard Linklater para la trilogía de “Antes…” – de algún momento del día (1995, 2004, 2013) -. La comparación es insoslayable. Sin embargo, cuando las miradas o la actitud de los personajes van tomando color, dejamos de lado el escepticismo para encontrarnos con una historia más simple y menos dogmática desde el texto. El realizador sigue a sus criaturas con la cámara, a veces los espía, otras se deja llevar por sus necesidades existenciales mostrándolos en planos cortos, además no deja de lado el contexto y el escenario donde ocurren los acontecimientos. El buen trabajo de Gabriel Byrne y Emmanuelle Devos deja fluir mucho mejor las situaciones que en otro caso se hubieran visto algo forzadas. Tal vez por eso eligieron un registro muy natural para componer los personajes, apuntalados por una buena performance en los rubros técnicos, como la fotografía y una compaginación sutil. “El tiempo de los amantes” no tendrá ribetes de clásico, pero deja entrever una historia donde la soledad se convierte en deseo, y hasta puede que en resignación. Búsquela en la cartelera, vale la pena.
Las edades del amor Este film del poco prolífico Jérôme Bonnell (autor de la notable Le chignon d’Olga) promete un encuentro casual algo atípico. En verdad, la unión de Emmanuelle Devos (actriz fetiche de Arnaud Desplechin en films como Reyes y reina) con el irlandés Gabriel Byrne (Los sospechosos de siempre, Miller’s Crossing), varios años mayor que ella, parece forzada y la película hace poco por desmentir el preconcepto. Llegando a Gare Du Nord (París) desde Calais, donde ensaya una obra de teatro, Alix (Devos) intercambia miradas con un hombre al que luego, en la estación, pierde de vista. Alix es la oveja negra de su familia y pocas cosas de su vida funcionan. Sus sueños de ser actriz naufragan; su relación de ocho años con Antoine se reduce a mensajes en el contestador de un teléfono que él nunca atiende. En la calle, de manera fortuita (argumentalmente insólita), Alix se reencuentra con el anónimo viajero e inicia una relación extraña, donde ninguno sabe qué busca realmente en el otro (hasta que el retorno a Calais la obliga a tomar una decisión). Con un pobre papel de Byrne (casi una actuación ad honórem), la película tiene un desarrollo monótono y sólo saca brillo en el final.
La nueva película de Jérôme Bonnell comparte la premisa argumental de Vendredi Soir: una mujer en tránsito, un hombre intrigante, un encuentro azaroso y una aventura fugaz pero intensa. La gran película de Claire Denis teje un entramado de sensaciones, inquietudes e insinuaciones en torno al cruce entre Valérie Lemercier y Vincent Lindon, trabajando la incertidumbre con distintos niveles de abstracción que transcriben las pulsaciones de cada instante y logran que las líneas de guión se esfumen en favor de la imagen. En El tiempo de los amantes, en cambio, el director expone los motivos y las reservas con los cuales organiza el encuentro amoroso, que aparece como un pretexto para contar lo que estableció alrededor. El corsé narrativo se traduce en una falta de intensidad que se potencia por la elección del británico Gabriel Byrne, un actor inexpresivo y poco seductor, como amante de la genial Emmanuelle Devos. Alix es una actriz que está corta de dinero, tiempo y amor. Entre dos representaciones de La Dama del mar de Ibsen, viaja a París e intenta comunicarse en vano con su pareja mientras emprende una aventura un poco loca con un hombre mayor que divisó en el tren. Esta búsqueda es vista por el realizador como un medio para encontrarse a sí misma, función que subraya en la disputa catártica con su hermana burguesa. Bonnell atrapa a su personaje entre lugares comunes, con diálogos que suenan impostados en las peleas de café o en la demostrativa escena de conflicto familiar. La módica aventura organizada por el guionista termina siendo una carrera de obstáculos que el espectador sigue maquinalmente. La película no se termina de hundir gracias a Emmanuelle Devos, que compone a una anti heroína inmadura y tragicómica, desconcertada entre un amor a primera vista y un secreto bien guardado. En las calles de una París efervescente, Alix se pega con un poste en plena cara y, siguiendo el consejo de un médico que pasea por la calle, permanece algunos minutos con la mejilla estúpidamente pegada contra el metal frío del poste para evitar que su rostro se inflame. En estos pasos de comedia clown, la película respira, se deja llevar por el juego y el talento cómico festivo de su actriz protagónica. Las mejores películas sobre actores son las que erigen la improvisación como arte para sobrevivir y no le temen a los números de acrobacia. Por desgracia, Bonnell no trasciende esta anécdota y recarga las tintas sobre su aventura sentimental bien controlada.
Cuarto largo del galo Jérôme Bonnell y una nueva colaboración con una prestigiosa figura de su cinematografía: Emmanuel Devos (ya habían trabajado juntos en "J'attends quelqu'un" del 2007). Es fundamental para entender la lógica de "Le temps de l'aventure" conocer a esta actriz, (ganadora en #MDQ 2005 por su trabajo en "Le femme de Gilles"), dado que si bien este film se presenta como un drama romántico, lo cierto es que no hay mucha asimetría entre los dos protagonistas de la historia sentimental. Su contraparte es el legendario Gabriel Byrne, aunque aquí su rol es más de soporte que de liderazgo de la historia. Alix (Devos) es una actriz que vive en Calais y por esas cosas que tiene la vida, tiene que hacer una excursión de un día a París para audicionar en una película. Viajando hacia allí, se siente atraída hacia un hombre mayor, Doug (Byrne). Quedan prendados de esa extraña conexión y con el correr de las horas (todo transcurre en un día), encontrarán la manera de estar juntos... Claro. La cosa no es tan simple. A la pobre Alix el azar no le juega a favor, extraña a su novio (es documentalista y no está disponible) y no se puede comunicarse con él, se queda sin efectivo, su tarjeta de crédito (o débito) deja de funcionar y no da con la gente del banco, visita a una hermana con la que se lleva mal y está tan desorientada, que hasta se da la cabeza contra un poste de la calle, de pura distraída que va. Alix se animará a vivir una aventura con el desconocido y de a ratos, coqueteará con modificar radicalmente su destino. Lo que el film presenta es una cálida mirada a esa visión de la protagonista. Bonnell nos convence que su primera dama merece todas las atenciones y Devos le pone una piel única a su personaje: es una emoción en carne viva. Una mujer en crisis. Verborrágica, encantadora, sutil. Una gran actuación. Byrne, por su parte, juega desde afuera (ya verán el porqué) y sólo aporta su postura de galán y algunas miradas con oficio para subrayar su presencia. La historia, más que la de la pareja, es la de Alix con su circunstancia. Sus miedos, expectativas, dudas. El director instala la acción en las calles de París y pone a los amantes un rato a recorrerlas. Como la peli funciona a lo largo de un día, tiene alguna relación lejana con "Before Sunrise" y si, el personaje de Devos encuentra inspiración en Celine, definitivamente. Parsimoniosa, cuidada estéticamente y discreta en sus ambiciones, "El tiempo de los amantes" es el típico film europeo que reflexiona sobre el amor, desde el punto de vista de la mujer. No encontrarán en él un ritmo vertigionoso, industrial (al estilo americano) ni mucho menos. Sin embargo, hay que reconocerle cierto valor en la magia que Devos le pone a su labor. Sólo por eso, hay que tenerla en cuenta a la hora de ir a sala. Aceptable propuesta, si te gusta el cine francés, sumale algún punto a la calificación final.
(Anexo de crítica) Una mujer que necesita hacer un clic para conocerse a ella misma; esta es la premisa con la que trabaja el ya consagrado Jérôme Bonnell en su nuevo opus El tiempo de los amantes (localismo más “sutil” que el original francés). Esa mujer es Axil (Emmanuelle Devos, dueña de una belleza exótica), de profesión actriz, de novia con un personaje ausente (sabemos que es documentalista, pero el hombre sólo se presenta al teléfono), en un momento de fuertes decisiones en su vida y también de grandes cuestionamientos. Ante la posibilidad de una audición debe viajar a Paris, y es en ese viaje que entrecruza miradas con Doug (Gabriel Byrne, en plan actor de Hollywood de excursión por Europa); ese, tan solo ese, será el clic para ambos. Dos personas con duras cargas emocionales, a lo largo de un día, irán encontrando la manera de encontrarse y desatar una pasión que surgió con un mínimo gesto. A diferencia de lo que podría pensarse, no es El tiempo de los amantes un film hiper cargado de romanticismo, por lo menos no al modo meloso en que las producciones importantes nos tienen acostumbrado. Bonnell se encarga de poner el peso del relato de un solo lado de la balanza, el de Axil, siempre vemos qué le sucede a ella, qué es lo que mueve su “interior”, y no es solo una comezón del momento, una apetencia sexual, hay otros sentimientos y sensaciones que se develarán con el correr del relato. Doug por el contrario cumple la función de contrafigura, sí hay sentimientos y una historia detrás de él, pero se siente como una información básica (ser melancólico por una pérdida reciente) para que sepamos por quién se interesa Axil. Este desnivel ayuda a desviar la historia del simple plano del romance, y también colabora en el lucimiento pleno de la inmensa Devos por sobre un incómodo Byrne. Emmanuelle vuelve a entregarnos otras de esas interpretaciones para el aplauso en donde le alcanza con un movimiento para que sepamos todo lo que quiere decir su personaje (que además es suficientemente verborrágica). Bonnell cuenta una historia sencilla, intimista, pequeña, y se da el lujo de darle rienda suelta a su musa. El resultado un típico film francés con una mirada sobre el amor mucho más profunda y reflexiva de lo que varios productos pomposos pueden ofrecer.
EL TIEMPO DE LOS AMANTES ¿Cuántas historias de amor han comenzado con un cruce de miradas en un tren? ¿Cuántas películas han reflejado este flechazo instantáneo en un medio de transporte? Una vez más este fenómeno llega a las pantallas desde Francia y es “El tiempo de los Amantes” (Francia, 2012) de Jeromme Bonnell (Le Chignon d'Olga), pero con un estilizado sentido de la inmediatez de los cuerpos y de la urgencia de la piel. Alix (Emmanuele Devos) es una joven actriz nómade no profesional que deambula de un lado para otro. Corre. Siempre. Pero nadie la espera. Durante toda la película intenta comunicarse con Antoine, su novio, el único que al menos debería notar su presencia, pero siempre da con el contestador automático. Se desespera. No tiene dinero. Sigue corriendo. Se sube a un tren. Allí encuentra un poco de quietud, de paz, de sosiego a su eterno movimiento (y el director se encarga muy bien de mostrar este constante andar con constantes Zooms hacia la mujer en las calles parisinas). Sin quererlo fija su atención en un misterioso caballero (Gabriel Byrne). Se miran. Se desean. Se celan. Pero al llegar a la estación terminal se pierden cada uno en su vida. Y vuelven a ser extraños. Pero lo inevitable del encuentro comienza a latir en la mujer. Bonnell relata su ansiedad con detalles del rostro de la actriz, quien con pequeños gestos (morderse el labio, pestañar rápidamente), nos habla de su urgencia de encontrarse con la otredad. Y hacia el encuentro del otro se apresura. ¿Qué es lo que hace que Alix se entregue a un amor furtivo sin ningún tipo de condicionamiento? ¿Por qué la ciudad alberga historias basadas en la disrupción de la rutina? ¿Se puede construir un romance que surge en la inmediatez de la necesidad corporal? “El tiempo de los amantes” va mostrando el universo de la mujer para que podamos hacernos una idea del porqué de su decisión (su trabajo, sus relaciones familiares, la ausencia del compromiso, etc.) y del animarse a ingresar a un velatorio para acercarse a su objeto de deseo y terminar con él en una habitación de hotel. El encuentro, con titubeos, torpe, es reflejado con una naturalidad que incomoda, pero que a Alix la hará sentirse segura, tan segura como para enfrentar a su familia y tomar decisiones que afectarán o no a su futuro. Retrato de la urgencia en las grandes urbes y de la incomunicación entre seres humanos “El tiempo de los amantes” bien podría haberse titulado “Animarse a estar con el otro” ó “Encontrando un lugar diferente en la rutina”, porque estos amantes en realidad no hacen otra cosa que amarse por un instante para que el recuerdo dure una eternidad y esconda la promesa de volverse a sentir. PUNTAJE: 7/10
A mitad de camino Un tren recorre la película El tiempo de los amantes de Jérôme Bonnell y la vida de Alix, su protagonista. Este tren que marca un camino a seguir, con bifurcaciones y un destino en alguna otra estación. Alix es una actriz que vive en París y trabaja en una obra de teatro en Calais. Vive con su pareja, Antoine, que sólo lo conocemos a través del teléfono, por su voz y por su ausencia. Una mañana Alix sube al tren para regresar a su hogar y observa a un hombre en un asiento cercano al de ella. Sus miradas se chocan, se evitan, pero se vuelven a encontrar como un imán. Lo que resta de la historia transcurrirá en París durante ese mismo día. Ella termina buscando a este hombre (por motivaciones que no logramos entender) hasta que lo encuentra. Él, un inglés llamado Doug, profesor de literatura, viaja a París para asistir a un funeral. Por otro lado, la muerte enmarca y refuerza el límite temporal que la vida tiene. El tiempo de los amantes habla sobre las decisiones, sobre aquellas elecciones que nos proponemos seguir, aunque no sepamos hacia dónde nos van a llevar… o sí. El viaje y los recorridos toman protagonismo y Alix se moviliza (en un amplio sentido de la palabra) no sólo por diferentes lugares de la ciudad, sino por diferentes lugares de ella misma. Nosotros la seguimos, contemplando sus idas y vueltas, sus corridas y sus desventuras. Todos los lugares son transitorios (hoteles, estaciones de tren, subte, bares) y la llevarán hacia algún otro lugar. Alix tiene una necesidad imperiosa de hacer un quiebre en su cotidianeidad e intentar encontrar cierta chispa que la sacuda, por lo menos por una tarde. La historia está muy bien contada, un relato prolijo, buenas actuaciones, algunos momentos de humor y un romanticismo en todo su esplendor. ¿Cómo entender que todo el universo cambie con sólo una mirada? Bueno, es la magia de la ficción, aunque no veo a ningún vecino que le pasen esas cosas. Si bien me resultó algo inverosímil el argumento (aclaro que no soy muy fanática de las historias de amor) hay que reconocer que Bonnell resuelve la historia tratando de no caer en lugares obvios y de evadirse de aquello que se espera ver, ustedes dirán si lo logra. Hay que estar dispuestos a aferrarse a esta historia para poder disfrutarla, no cuestionarse demasiado lo que estamos viendo y entrar en sintonía. Por mi parte no logré este objetivo y la película se volvió demasiado “melosa” para mi cínica cabeza. Y si bien tiene momentos interesantes y podemos metaforizar algunos elementos del relato, me parece que hay un clima que no se terminó de lograr, ni tampoco la empatía con los personajes. Quedan cabos sueltos y si bien esto puede ser positivo porque nos permite construir como espectadores aquello que no se dice, en este caso me parece que es una deficiencia. Pareciera que nos quedamos varados a mitad de camino.