Hay expresiones que parecen haberse inventado para determinadas películas. Por ejemplo, el término “entrañable” seguramente surgió para definir a películas como Empieza el baile. Carlos (Darío Grandinetti), un veterano bailarín de tango argentino, vive en Madrid, donde formó una familia y lleva una carrera exitosa. Entonces recibe un llamado de Pichuquito (Jorge Marrale), amigo y colega de la juventud, con una triste noticia: Margarita (Mercedes Morán), ex pareja de baile y ex pareja sentimental, acaba de morir. Carlos vuelve a Buenos Aires y enseguida descubre que fue una estrategia para que regresara. Margarita no sólo está viva: le revela que había tenido un hijo suyo, sin que él jamás se enterara durante su etapa española. Ahora deben ir a verlo a Mendoza, donde el ahora hombre de 30 años fue criado. La directora Marina Seresesky presenta una road movie en clave de comedia dramática. Un viaje donde Carlos, al principio muy molesto por las mentiras, irá recuperando el fuerte vínculo con Margarita y Pichuquito. Aquí se impone la química entre Grandinetti, Morán y Marrale (se nota que son amigos en la vida real). La película bien podría haberse conformado con eso para funcionar, pero Seresesky va más allá. Detrás de los gags y de los diálogos filosos (los protagonistas tienen un humor ácido), hay una indagación en la nostalgia, los reencuentros, los valores, la amistad verdadera, el amor de toda la vida; el pasado, el ahora y lo que vendrá. Empieza el baile cautiva con su humor y sus situaciones hilarantes y sus héroes tan imperfectos como queribles, pero no por eso pierde complejidad. De hecho, la comedia -como toda comedia bien hecha- habla de lo más profundo de uno mismo.
Cuando Carlos regresa a Argentina, nada le haría pensar que se embarcaría en tal vez el viaje más transformador e iniciático de su vida, acompañado por dos entrañables amigos, Margarita y Pichuquito, quienes, además, le devolverán las ganas de seguir peleando por sus sueños. “Empieza el baile”, nueva película de Mariana Seresesky, propone una aventura de esas que cambiarán al espectador a la hora de verla. Acostumbrados a que las “good feeling movies” siempre estén habladas en otros idiomas, esta coproducción permite no sólo recuperar esa agradable sensación a la hora de conectarse por completo con un relato, sino que, principalmente, nos permite viajar por Argentina de la mano de un trío protagónico de lujo. Darío Grandinetti es Carlos, un bailarín de tango que hace años vive en España, y que decidió cambiar de rumbo al entender que el tiempo pasa. Cuando Pichuquito (Jorge Marrale) lo llama para comunicarle el fallecimiento de Margarita (Mercedes Morán), su eterna compañera de pistas, sin dudarlo vuelve al país para darle esa esperada y sentida despedida a su partner. Pero claro, esto es cine, y un giro inesperado del destino, bah, en realidad, una “mentirita piadosa”, volverá a reunir a Carlos y Margarita de una manera completamente inesperada para el primero. “Empieza el baile” se inscribe en una línea dramática reconocible, que, sumado al talento de los protagonistas, terminará por construir una historia entrañable sobre la amistad, pero también sobre el amor y mucho de eso de “donde hubo fuego…”. Seresesky potencia cada escena con un guion lúdico que además revisa el adn argento en cuanto a su música, pero también al folclore propio del tango, el lunfardo, y cuestiones adyacentes como el rol de la mujer en un mundo de hombres. Pero “Empieza el baile” también habla de la confrontación entre universos, ese que de a poco se va opacando, casi en el ocaso, y por otro lado un mundo que tiene que ver con la resistencia, con la idea de mantenerse en un lugar que ya no pertenece, peinando la poca cabellera que queda como disfraz y queriendo callar las verdaderas emociones. Si bien el trío protagónico brilla, gracias a ese contrapunto continuo y respuestas rápidas para aniquilarse, y luego amarse, la Margarita de Mercedes Morán es increíble, deliciosa, un personaje de esos que uno compra desde el minuto uno. Seresesky nos regala una lección de amor, de amor por sus raíces, por aquello que dejó atrás y vuelve como película y, paradójicamente, homenajea con sus pies puestos en Europa a una época que ya no le pertenece a nadie, ni siquiera a esa dupla de excelsos bailarines que hoy en día necesitan decirse verdades para poder continuar con su camino.
Es casi un ritual, que todos los años aparezca dentro de la cartelera, uno de esos crowd pleasers, esas películas que le gustan a todo el mundo y que genera, casi automáticamente, un envolvente boca a boca que la convierte también en un éxito de público. “EMPIEZA EL BAILE“ parece absolutamente destinada a ingresar directamente en esta categoría. Dentro de una cartelera algo alicaída y con falta de propuestas novedosas (sobre todo para un público maduro que no tiene ganas de ver una más de superhéroes o la nueva entrega de un descuartizador serial), con tanto producto mediocre y fallido, es indudable que este último trabajo de Marina Seresesky representa una bocanada de aire fresco, y ratifica esa sensación de que no hace falta contar historias pretenciosas ni grandilocuentes, sino contar una pequeña historia pero con sensibilidad y talento. Narrar desde lo pequeño, no es una tarea sencilla -aunque muchas veces desde afuera, lo parezca- y Seresesky logra plasmarlo en un guion que apunta directamente a las emociones, sin ningún tipo de sensiblería. Sus personajes, que ya pasaron hace rato los 60, pertenecen a esa generación de la cual las películas, en general, parecen no tener ninguna intención de convertirlos en protagonistas de sus historias. Carlos (Dario Grandinetti) y Margarita (Mercedes Morán) fueron, en su momento de esplendor, una de las mejores parejas de baile de la historia. Pero eso fue hace mucho tiempo y hoy Carlos vive en Madrid con su familia, ha dejado atrás esa Buenos Aires que le permitió desplegar una exitosa carrera, mientras que Margarita, como suele suceder con gran parte del mundo artístico, vive con extremas dificultades económicas pero sobre todo con el peso del olvido y abrazada al recuerdo de épocas más doradas. Un llamado con una noticia completamente inesperada de parte de su inseparable amigo Pichiquito (Jorge Marrale), trae a Carlos de nuevo a su Buenos Aires natal para comenzar una “aventura“ fuera de todo pronóstico, que lo empujará a revivir todo su pasado y retomar algunos de los asuntos que ha quedado pendientes, con esa invalorable posibilidad de volver a elegir. Si bien uno de los condimentos fundamentales para que uno quede atrapado en esta historia es el hecho que Seresesky escribe con una mirada cargada de nostalgia, pero en la que también irrumpe el humor sutil y la fina ironía, hay otro innegable atractivo en “EMPIEZA EL BAILE” y es el trío protagónico de lujo que aparece en pantalla. Quien haya visto a Carmen Machi en “La puerta abierta“, acompañada de la recordada Terele Pávez, sabe de la pericia de Seresesky para sacar lo mejor de cada uno de sus actores y actrices. En este nuevo desafío la acompaña una triada absolutamente perfecta, que sabe cómo manejar los tonos de cada una de las situaciones para pasar de la comedia al drama, de momentos con mucho humor a aquellos otros más conmovedores, y lo hacen con total naturalidad y soltura. Es prácticamente imposible destacar a alguno de los trabajos por sobre el de sus compañeros, ya que todos tienen oportunidad de componer momentos con gran lucimiento y aprovechan todas las posibilidades que les brinda el guion, al máximo. Sin embargo, Mercedes Morán, como Margarita irradia una luz especial: además de tener los diálogos más chispeantes y los pasos de comedia más divertidos, ella sabe perfectamente cómo sacar partido y construir con ironía y sagacidad a esta mujer completamente vulnerable y deseante de tener una nueva oportunidad para reconstruir sus pedazos. Seresesky tiene la habilidad de bucear en temas delicados con absoluta espontaneidad, sin sentenciar a sus personajes y así recorre los amores pasados, las cuentas pendientes, la vida de los artistas (que puede pasar del éxito más consagratorio al olvido absoluto), los sueños por cumplir y ciertos secretos difíciles de confesar: temas que van formando parte de esta historia, enhebrados en forma armónica y escapando absolutamente de toda solemnidad. El estreno de “EMPIEZA EL BAILE“ se agradece entonces porque ofrece una historia tierna, contada desde los sentimientos, tres actuaciones impecables y es de esas películas que uno se quedaría un rato largo más esperando ver cómo continúa la vida de estos personajes, que ya, apenas salimos del cine, nos quedaron grabados en el recuerdo.
Quién nos quita lo bailado, dice la frase; como si la vida, con los años, no nos llevase de un lado a otro, para después sorprendernos haciéndonos perder el compás. Marina Seresesky escribió y dirigió Empieza el Baile, film que se estrena en cines el 20 de abril y que ganó el Premio del Público en la última edición del Festival de Málaga, celebrada el mes pasado.
Carlos (Darío Grandinetti) y Margarita Rey (Mercedes Morán) fueron durante muchos años la pareja de bailarines de tango más famosa del momento. Luego de una pelea, se distancian y ya no vuelven a verse ni a hablar. Carlos forma una familia (mujer e hija) en España y Margarita queda en Buenos Aires, con la única compañía del amigo de ambos, "Pichuquito" (Jorge Marrale). El será el nexo para lograr la vuelta de Carlos a Buenos Aires y el reencuentro de los tres, a los fines de emprender un viaje a Mendoza que tiene una importante finalidad. Pero nada de lo que ocurre en esta road- movie debe ser adelantado ya que la película escrita y dirigida por Marina Seresesky, ganadora del Premio del Público de la sección Oficial del último Festival de Málaga depara muchas sorpresas. En el mismo Festival, Marrale se hizo acreedor al Premio como Mejor Actor de Reparto. La película emociona con recuerdos y añoranzas de lo que fue, con un presente que aún plantea amores encontrados, gratos momentos vividos y melancolía de lo que ya no está, y todo eso con la excelente música de Nicolás Guerschberg. Buenas y convincentes actuaciones del trío protagónico que supo desplegar amor por el baile, la amistad y las relaciones que permanecen por años.
Empieza el Baile es una emocionante y entretenida aventura que combina la nostalgia de los reencuentros con la belleza de los paisajes, creando un conjunto cinematográfico que no deja indiferente al espectador.
Carlos (Darío Grandinetti) es un argentino radicado desde hace mucho tiempo en España, donde ha formado una familia con su esposa Elvira (Pastora Vega) y una hija ya adulta. Alguna vez un muy famoso bailarín de tango ahora reciclado en actor de series, el protagonista recibe un llamado y viaja de urgencia a Buenos Aires. Le dicen que Margarita (Marcedes Morán), quien fuera su pareja artística (y por momentos afectiva), ha muerto. Pero, tras el funeral, su viejo amigo Pichuquito (Jorge Marrale) lo lleva hasta un club de barrio donde se encontrará con que ella no solo no ha fallecido sino que le informa que ambos han tenido un hijo ya casi cuarentón que vive en Mendoza y al que ella quiere y le propone (re)encontrar. Más allá de los reparos inicales de Carlos (un típico cascarrabias y dueño de un cinismo que le permite controlar y tapar sus verdaderas emociones), los tres parten a bordo de una vieja y destartalada furgoneta con la que solían salir de giras. Se inicia así lo que es el corazón de la película, una road movie llena de peripecias, desventuras, contratiempos, situaciones íntimas y confesiones que tardaron demasiado tiempo en hacerse. Los trayectos y las historias de los personajes de esta historia sobre reencuentros que reivindica y exalta esos amores que trascienden tiempos y distancias luce por momentos un poco obvios y recargados, pero la ironía y el humor negro compensan ciertas dosis por momentos excesivas de sentimentalismo y costumbrismo a partir de tres notables interpretaciones que logran dotar de fluidez, ternura y empatía a conflictos que en varios pasajes están incluso al borde del ridículo. Si como guionista Seresesky tiene cierta tendencia al subrayado y la sensiblería, como directora se muestra no solo como una sólida narradora sino también como alguien capaz de darle a sus intérpretes el espacio y el contexto necesarios como para que expongan todo su talento y expresividad.
Qué extraño bochorno y que viaje incómodo es el que emprende el largometraje Empieza el baile. La directora y guionista Marina Seresesky realiza una película que reconstruye con una nostalgia molesta el reencuentro entre tres artistas que se mueven de Buenos Aires a Mendoza para cumplir una postergada misión. Aunque al principio la historia coquetea con la idea de plasmar un costumbrismo rancio y aburrido con una vuelta de tuerca, la verdad es que al final la realizadora está convencida de que esta forma prehistórica de hacer cine todavía tiene algún sentido en alguna parte del mundo. Nacida en Argentina pero radicada en España, hace una película que en la década del treinta hubiera sido una enciclopedia de lugares comunes. En la década del setenta se habría movido como un film menor e irrelevante y aún más viejo y hoy es simplemente un papelón, lisa y llanamente. Un misterio que en todo el proyecto a nadie le haya sonado la alarma de lo que estaban haciendo. Carlos (Darío Grandinetti) fue un extraordinario bailarín de tango. Hace años se ha retirado y vive en España, con su hija y su esposa. Su gran amigo y bandoneonista, Pichuquito (Jorge Marrale) lo llama para avisarle que ha muerto Margarita (Mercedes Morán), quien fuera la pareja de baile de Carlos. Ambos fueron una leyenda, pero por algún motivo tomaron caminos diferentes. Carlos viajará rápidamente para el funeral. El primer conflicto del guión es que perdemos quince minutos iniciales en lo más evidente: Margarita no ha muerto, como bien lo muestra el afiche de la película. Cuando Carlos descubre, ya en Buenos Aires, esta verdad, se enoja, pero no tiene mucho tiempo para dicho enojo porque inmediatamente le avisan que existe un hijo de ambos viviendo en Mendoza. Margarita y Pichuquito le piden viajar los tres para conocerlo. Otro cráter del guión es como se explica que Carlos tiene un hijo de Margarita que ella dijo abortar pero finalmente tuvo. Pobres explicaciones se dan, como en casi todo el resto de la trama. En la misma combi Volkswagen con la que hacían las giras, los tres empezarán el viaje en una road movie que va desde el corazón mismo del cliché, a las cumbres más altas del lugar común y la sensiblería barata. Pasando por sinuosos caminos de humor tan poco efectivos como el resto de las cosas de Empieza el baile. Para ser justos hay que decir que la película se derrumba poco a poco y que esas primeras escenas iniciales que no nos gustan son mejores que las siguientes, quizás si se la proyecta al revés, la película sale ganando. De Darío Grandinetti no se puede esperar ya nada y Mercedes Morán varía según la película, aunque esta queda entre las malas, claro. Jorge Marrale arranca mejor, coqueteando con el costumbrismo de forma tal que resulta gracioso, pero ese efecto se apaga poco a poco. Hay dos o tres vueltas de tuerca en este largometraje que impiden que cualquier espectador se la pueda tomar en serio. Es insólito lo que ocurre en dos o tres desviaciones de ese camino. Los baches mencionados aumentan, pero nos dejan dos o tres para el final. Ni el más distraído de los realizadores hubiera filmado a la Argentina así, pero tampoco el más perezoso de los guionistas hubiera creído que este guión podía filmarse. Si no dijera 2023 como fecha de estreno, nadie hubiera adivinado que es un cine que se hace hoy. Coproducción entre España y Argentina, responsabilidad compartida.
La primera señal de lo que está por venir son sus tres protagonistas. A una película que reúne a Mercedes Morán, Darío Grandinetti y Jorge Marrale hay que prestarle atención y tomársela muy en serio, mínimamente por respeto a una delantera que no solamente juega de memoria sino maravillosamente bien. Este “trío tan mentado” (en la ficción y en la vida real) es capaz de mejorar cualquier guion pero la pregunta es: ¿es necesario mejorar un guion como el de Empieza el baile? Juan Carlos Moreno (Darío Grandinetti) es un bailarín de tango que, luego de triunfar por los escenarios del mundo, hizo pie en España, donde se asentó y formó una familia. Un día recibe el llamado de su amigo y compañero Pichuquito (Jorge Marrale) con la noticia del suicidio de Margarita (Mercedes Morán) su compañera de baile y amor de juventud. Aturdido por la noticia, el hombre viaja a Buenos Aires para asistir al funeral. Sin embargo a poco de llegar se entera de que Margarita está viva, que fingió su muerte para obligarlo a volver y pedirle que la acompañe a Mendoza, donde vive el hijo que tuvieron, y del que Juan no sabía absolutamente nada. Pasada la sorpresa, el terceto emprende un viaje en una camioneta destartalada, con más optimismo que recursos, movidos por una amistad que todavía late en el interior de cada uno de ellos, incondicional y muy parecida al amor. Presentado el conflicto, el resto se desarrolla en clave de road movie por diferentes paisajes mendocinos y madrileños, sumado a una carga de melancolía tanguera concentrada sobre estos tres personajes que encuentran en el pasado la clave para seguir viviendo, y en el presente las razones para cerrar su historia con un último baile. La directora y guionista Marina Seresesky acompaña el ritmo crepuscular que propone la trama con un tempo acorde, que no desentona pero que al mismo tiempo mantiene la narración en una llanura exenta de picos de interés. Por supuesto que los personajes en su viaje tendrán todo tipo de contratiempos -desde banales a trágicos, pasando por algunos forzados o resueltos a las apuradas- pero ninguno moverá la aguja del relato, más allá de lo necesario para seguir adelante. En este aspecto hay una clara diferencia entre la riqueza de matices de la primera media hora, con lo que viene después, aun cuando en esta continuidad están las mayores sorpresas de la película. Sin embargo, incluso en sus momentos más planos Empieza el baile se destaca por la actuación del terceto protagónico. Imposible destacar un trabajo por sobre otro entre el cínico Moreno, la terca Margarita y el bonachón de Pichuquito, cada interacción entre ellos es un placer y una clase de actuación al mismo tiempo. Empieza el baile es una película tan tierna como amarga, no exenta de pinceladas de humor negro que colaboran a suavizar un poco su esencia taciturna. El frío de un último encuentro entre tres amigos, que buscan recuperar por un rato lo que fue una vida juntos. Y a la vez darse el tiempo para confesar lo que sienten el uno por el otro, en un recuerdo de pasadas alegrías, con ritmo y pena de bandoneón.
Empieza el baile: el amor y la amistad al ritmo del 2x4 Darío Grandinetti, Mercedes Morán y Jorge Marrale protagonizan esta comedia dramática, premiada en Málaga. Es una historia de encuentros y desencuentros, de amor y de amistad la que coprotagonizan Darío Grandinetti, Mercedes Morán y Jorge Marrale y la que cuenta Empieza el baile, coproducción con España que estrena este jueves. Y llega con dos premios en el Festival de Málaga: el del público y a Marrale como mejor actor de reparto. Carlos (Grandinetti) está radicado en España, donde se estableció y formó una familia hace ya muchos años. Vive con su mujer Elvira (Pastora Vega) y su hija. Fue un talentoso y exitoso bailarín de tango, y la llamada que recibe desde Buenos Aires lo descoloca. Y decide viajar de regreso a Buenos Aires, por unos días, porque ha fallecido Margarita (Morán), que en su momento fue su pareja artística, y algo más íntimo. Terminado el funeral, Pichuquito (Marrale), amigo de los dos, lo lleva ante Margarita, quien no solamente no murió, sino que le cuenta que han tenido un hijo en común, que obviamente ya es un adulto y vive en Mendoza. Hablábamos de que es una película de reencuentros. Bueno, Margarita quiere ir hasta Cuyo para oficializar ese encuentro. Una road movie al compás del tango A partir de ahí, Empieza el baile se transforma en una suerte de road movie tanguera, porque los tres personajes se suben a la furgoneta en la que hacían sus antiguas giras y ponen rumbo a Mendoza. La película es una de esas realizaciones en las que lo que prima son las actuaciones. Y no vamos a descubrir aquí el talento del trío protagónico, aunque el rol de Marrale por momentos sea como de acompañante. Igual, hay una revelación que le devuelve al actor de El vestidor, en teatro, su lugar en el centro de la escena. No son Carlos, Margarita y Pichuquito personajes que vayan a evolucionar en el transcurso del viaje, que es lo que suele suceder en todas las películas del camino, en las que es más importante lo que sucede en el trayecto que si llegan o no al destino prefijado. Ya son grandes, tienen sus edades y sus achaques personales, y tampoco tienen por qué andar guardándose nada. La directora Marina Seresesky, argentina radicada en España, se preocupa porque el carácter de cada uno de ellos entre en sintonía o colisione con el de los otros. Carlos es un tipo cuyo sarcasmo, cuando no cinismo, le permite desenvolverse lo mejor que puede; Margarita va de frente y Pichuquito navega como puede toda la situación que atraviesa con este reencuentro. Hay bastante de humor negro en el filme, una agudeza en las ocurrencias, que permiten soslayar algunos momentos en los que la trama roza la sensiblería más pura. El ritmo no decae, y la iluminación es natural, como todo lo que sucede en la película.
"Empieza el baile": ¿todo pasado fue mejor? La realizadora Marina Seresesky despliega un arco dramático que recuerda a los de Juan José Campanella, además de una impronta costumbrista anclada en otras épocas del cine argentino. No hay mucho baile en Empieza el baile. Los movimientos corporales coordinados son, en todo caso, cuestiones de la historia en común de Carlos, Margarita y Pichuquito, pareja de tango y bandoneonista, respectivamente, que supieron forjar una relación que trascendió lo laboral para convertirse en una amistad que no logró sortear los escollos del tiempo y la distancia. Todos los recuerdos de la fama y el éxito se materializan en la cabeza de Carlos (Darío Grandinetti), que hace largos años vive en España, apenas recibe un llamado de Pichuquito (Jorge Marrale) desde la Argentina para anunciarle la mala nueva: sola, deprimida y sin contención de ningún tipo, Margarita (Mercedes Morán) se suicidó. Su viejo compañero de pistas arma las valijas para volver al terruño y dedicarle unas sentidas palabras en el velorio, donde también se reencuentra con el músico que los acompañó en giras a lo largo y ancho del mundo, el mismo que lo lleva a recorrer varios lugares propios de aquel pasado, incluyendo el lugar donde vivía Margarita. Dos situaciones sorprenden a Carlos: la primera, que ella haya vivido sus últimos años en un cuartito detrás de la cancha de fútbol 5 de un club de barrio; la segunda, que detrás de una cortina aparezca… Margarita. ¿Acaso Empieza el baile es una drama romántico-fantástico alla Ghost? Nada de eso, pues la mujer es de carne y hueso y su muerte, fingida, porque ya no le quedaba nada. O casi: tiene una deuda pendiente –que para evitar spoilers no se adelantará– en Mendoza que lo involucra directamente a Carlos. Más allá de su reticencia inicial y la excusa de que debe volver al Viejo Continente, acepta el pedido de ella y su amigo: que los acompañe hasta la provincia del vino a bordo de una vieja Volkswagen Kombi, ese vehículo cuadrado y de ruedas pequeñas muy similar a la utilizada por el perro Scooby Doo y su grupete de humanos. Así se enciende la mecha de esta road movie que, como mandata el subgénero, someterá a sus protagonistas a un sinfín de escollos y situaciones de todo tipo, desde un intento de ayuda que termina en robo hasta una indeseada invitación a un evento policial, pasando por desperfectos técnicos en el vehículo. Todo esto, mientras el terceto abre sus corazones y pone en común anécdotas y sentimientos silenciados durante décadas, siempre con un paisaje cada vez más montañoso de fondo. Un telón ideal para que la realizadora Marina Seresesky despliegue un arco dramático que por momentos recuerda a los de Juan José Campanella, en tanto la película está permeada por esa idea de que todo pasado fue mejor y que el presente resulta injusto con los antecedentes de ellos, además de una impronta costumbrista anclada en otras épocas del cine argentino. Del responsable de Luna de Avellaneda –no parece casual que Margarita viva en un club de barrio– toma la impronta y la matriz de los personajes: Carlos es el tipo recio y algo agreta, pero de buen corazón; ella es una mujer doliente y aquejada por la culpa, y Pichuquito, portador de una bonhomía, sensibilidad y predisposición para lanzar algún chiste ante cualquier incomodidad, una criatura que podría haber interpretado Eduardo Blanco. Hay, también, revelaciones de todo tipo, incluyendo enfermedades terminales y alguna muerte repentina destinada a despertar la piedad del espectador.
El problema de `Empieza el baile' es no saber manejar ni dosificar las expectativas. El cartel es estelar: Darío Grandinetti, Mercedes Morán y Jorge Marrale. Por ende, la confianza ya está al tope. Encima, los primeros cuarenta minutos son letales porque incluso ya con esa alta temperatura, sube aún más la vara hasta coquetear con los niveles del cine nacional donde conviven, por ejemplo, `Un lugar en el mundo', `Sol de otoño', `Made in Argentina'. Una historia inicial que lo tiene absolutamente todo: nostalgia, tango, amistad, amor, secretos, falso exilio y actuaciones simplemente maravillosas. Ver a los tres protagonistas interactuar en escenas entre el ridículo, la melancolía y lo hipotético, es sublime. Después que sucede, hablando en el código de esta road movie regional, la apuesta de su autora y directora Marina Seresesky toma un camino pedregoso y pierde definitivamente su alineación. Algo hay que reconocerle a Seresesky y es la audacia para animarse a darle semejante giro a una historia que encantaba segundo a segundo. Con el filme terminado, algo no cierra. O el guion no merecía a sus tres protagonistas o la calidad de los mismos exigía otra historia. No develaremos el punto pero quien lo vea (hecho que igual recomendamos) se dará cuenta de que quedaron dos películas en una. Una comedia dramática deliciosa y disfrutable fotograma a fotograma durante la primera parte, y una cinta de carretera del montón, con todas las curvas comunes y obvias que puede tener la ruta elegida. `Empieza el baile' cuenta la historia de la otrora exitosa pareja de tango compuesta por Juan Carlos Moreno (Grandinetti) y Margarita Rey (Morán), quienes luego de treinta años se vuelven a encontrar para iniciar un viaje hacia el pasado, junto a su entrañable amigo Pichuquito (Marrale). Los primeros chispazos entre ellos son indicios de que entre sus recuerdos hay momentos inolvidables y cuestiones inconclusas. Y así arrancan, entre reproches, recuerdos, confesiones y acordes del 2x4, un viaje que develará la verdadera trama. MEMORABLES Aunque el filme nos deja un sabor amargo de lo que pudo ser y no fue, a Seresesky hay que agradecerle algunas escenas memorables, como ese reencuentro entre los protagonistas luego de un amague de velorio, la discusión por ver quién paga una parrillada en un alto del camino, y la borrachera de Pichuquito con un karaoke de antología. Otro logro de la directora es la definición de los personajes y no encorsetarlos en el registro pretendido. Se nota el vuelo y la impronta de cada uno de ellos en sus gestos y diálogos. La actuación de Marrale es superlativa de principio a fin. `Empieza el baile' termina a duras penas, entre la desilusión y un cambio de tono que desorienta. ¿Por qué? Porque la vida no es como queremos sino como sucede. Una road movie que no desbarranca pero que envalentonada con su arrollador comienzo se confía, desestima la brújula y se pierde en el medio del camino.
Es la historia de un amor que sobrevivió las ausencias, las distancias, el paso del tiempo, las conveniencias. Una relación de tres protagonistas entrañables que vivieron épocas de fama y tienen un presente con solo ecos de esa gloria. Dos de ellos se complotan para hacer regresar a un tercero que se fue a España y armó allá una familia. Cuando se reúnen comienza un camino de secretos que deberán ser contados, de sentimientos ocultos y otros que salen a la luz con apenas una mirada, intactos a pesar de todo. La historia muy bien pensada es la de un viaje de sinceramiento, uno real, otro interior. Los tres manejan un lenguaje de otro tiempo pero no es una caricatura, sino tejido de palabras que fueron cayendo en desuso, reemplazadas, olvidadas. Tres magníficos actores como Darío Grandinetti, Mercedes Morán y Jorge Marrale que se conocen y transmiten como ninguno esa intimidad emotiva, esa intensidad de sentimientos que casi no se pueden disimular. Es un placer verlos interactuar, un lujo de talentos. Algo que la directora y guionista Marina Seresesky aprovecho tan bien, para mostrarlos en ambientes barrocos o exteriores despojados, en un argumento redondo. Ni la pareja de baile demuestra sus virtudes ni el músico toca el bandoneón pero es como si los viéramos en esos pasos de amores perdidos y encontrados, en esa melodías del alma.
Un filme que empieza como “Volver” (2006) de Pedro Almodovar, sigue como “Pequeña Miss Sunshine” (2006) de Jonathan Dayton y termina como “Antes del Atardecer” (2004) de Richard Linklater, la segunda de su trilogía. Así de inconexa. Al salir de la proyección, un viejo critico de cine me dice: “Que desperdicio de talento”, me parece que es la mejor definición. El filme abre en Madrid, presentándonos a Carlos (Dario Grandinetti) en el momento que se entera, por el llamado de Pichuquito (Jorge Marrale), del fallecimiento de Margarita (Mercedes Moran), su antigua pareja de tango, con quien a conocido la fama y otras cosas. Ante
UN VIAJE CON DEMASIADOS PROBLEMAS Hay una gran parte del cine nacional que todavía sigue presa estética y narrativamente de los años 80’s, como si su público potencial añorara todavía aquellas películas de la post-dictadura, un poco declamadas, un poco toscas. Empieza el baile, la película de Marina Seresesky protagonizada por Darío Grandinetti, Mercedes Morán y Jorge Marrale, es un ejemplo de esto: La idea del que estuvo en el extranjero y vuelve al país, lo tanguero con un dejo de llanto constante, el costumbrismo y el peso puesto fundamentalmente en las actuaciones. Con todo esto se podría apostar a un relato autoconsciente con un sentido irónico, pero lamentablemente esta road movie con tono de comedia dramática nunca se corre de su aplicado muestrario de clichés dispuestos sin ningún sentido de novedad. Una leyenda de la danza tanguera que vive en España hace años vuelve al país para asistir el velorio de su antigua compañera de baile… y de la vida. Pero todo no es más que una mentira urdida entre la mujer y su antiguo bandoneonista, con el objetivo de hacerlo volver para anoticiarlo sobre un viejo secreto. Primera de una serie de revelaciones que la película irá filtrando progresivamente como giros del viaje, de Capital Federal a Mendoza, que los tres protagonistas emprenden a bordo de una destartalada furgoneta Volkswagen. En ese sentido, y más allá de lo forzado que pueda sonar en un comienzo, Empieza el baile se aplica razonablemente a los códigos de la road movie y el viaje tendrá las paradas y complicaciones lógicas, aunque las complicaciones que más molesten sean las narrativas. De todos modos, y más allá de lo plana que es, no deja de haber algo interesante en la mezcla que propone por momentos la directora. Porque si por un lado Empieza el baile parece una película vieja destinada a un público convencional, las paradas obligadas de la película rutera la llevan de vez en cuando por los caminos de un humor negro algo incómodo y por situaciones humorísticas más propias de una de Todd Phillips, como lo que sucede en la fiesta de un comisario a la que los protagonistas concurren por casualidad. El problema es que la película carece del timing suficiente como para que esos exabruptos de comedia más directa funcionen y no resulten interferencias incómodas o fuera de registro. De paso, tampoco los protagonistas parecen cómodos en esas escenas, más propios ellos al costumbrismo o, tal vez, el grotesco. Empieza el baile es una película que obviamente luce profesional, pero que está lejos incluso de sus propias posibilidades. Apenas hacia el final nos encontramos con una escena bien resuelta, que elude los sentimentalismos para disolver su conflicto principal a puro baile. Sí, es un lugar común, pero de los que resultan inevitables y hasta lógicos.
Una road movie tanguera con Darío Grandinetti, Mercedes Morán y Jorge Marrale "Empieza el baile", dirigida por Marina Seresesky (Lo nunca visto, 2019) y protagonizada por Darío Grandinetti, Mercedes Morán y Jorge Marrale, fue reconocida en la 26 Edición del Festival de Málaga con la Biznaga de Plata como la película elegida por el público y Jorge Marrale fue premiado como Mejor Actor de Reparto. La trama de la película se centra en Carlos y Margarita, una pareja legendaria del tango que, después de 30 años separados, se reencuentran para emprender un viaje de Buenos Aires a Mendoza con su inseparable amigo Pichuquito. A lo largo del viaje, los personajes se ven confrontados con sus propios recuerdos, temores y anhelos más profundos, lo que les lleva a reflexionar sobre el amor verdadero y la importancia de los recuerdos compartidos. La obra realiza un minucioso estudio de los personajes, explorando sus conflictos internos con gran delicadeza y respeto por su humanidad. Empieza el baile es una road movie que utiliza la carretera como un elemento central en la construcción del tiempo narrativo. El paisaje de la Argentina rural se utiliza como una metáfora del viaje interior que los protagonistas emprenden, en el cual se enfrentan a sus recuerdos, miedos y deseos más profundos. El relato se enfoca en la exploración de los personajes, a quienes se les sigue de cerca con la cámara, capturando cada matiz, gesto o silencio en su trayecto. Esto permite que el espectador se identifique con ellos y se involucre emocionalmente en la trama, generando una mayor conexión con la historia. La fotografía utiliza una luz natural y sin artificios en los exteriores, lo que realza la belleza de los paisajes y otorga una sensación de autenticidad y veracidad a la trama. El contraste con los interiores abigarrados y llenos de claroscuros en la primera parte de la historia transmite el estado de ánimo en el que los protagonistas comienzan su aventura, y cómo poco a poco se desprenden de lo superfluo para quedarse con lo esencial. Además, la música original, creada por Nicolás Guerschberg y ejecutada por el grupo Escalandrum bajo la dirección de Daniel "Pipi" Piazzolla, desempeña un papel fundamental en la trama de la película. Empieza el baile es una comedia dramática que fusiona la intimidad con la grandeza, permitiendo al espectador sumergirse en una historia conmovedora, presentada a través de un enfoque cinematográfico detallista y cuidadosamente elaborado. Seresesky demuestra una sensibilidad única para plasmar la complejidad emocional de los personajes, lo que se traduce en un retrato auténtico y profundo de la condición humana.
La argentina radicada en España, Marina Seresesky, escribe y dirige una película sobre tres personajes que compartieron grandes momentos de su vida y se reencuentran entre mentiras y secretos para iniciar un nuevo, quizás último, viaje. Carlos Moreno es un hombre radicado en España junto a su esposa y su hija. Si bien lleva una vida tranquila, su pasado supo ser glorioso: fue un bailarín estrella de tango. Cuando recibe una llamada de su viajo amigo, Pichuquito, se entera de que quien fue su compañera de baile, Margarita, acaba de morir. Eso lo lleva a viajar a Buenos Aires, algo con lo que su mujer no está del todo de acuerdo. Pero al llegar a la ciudad que lo vio triunfar, se encuentra con que las cosas no son como le habían dicho y todo había sido parte de un engaño para realizar el extraño pedido de esta mujer: ir a ver al hijo que él no supo que tuvieron y que ella dejó en cuidado de alguien más en Mendoza. Empieza el baile es entonces una road movie sobre cuatro ruedas de una vieja furgoneta que pone a tres personajes, viejos conocidos que hoy se desconocen, a unirse para un mismo destino. Como toda película de espíritu tanguero, hay pasiones, desencuentros, secretos, discusiones. Y como bien argentina, sus protagonistas disfrutan de una fugazzetta o un asado apreciándolas como únicas, imposible de encontrar de esta manera en otro lugar del mundo. El trío de actores resulta clave para llevar adelante una historia bastante predecible pero no por eso menos encantadora, con momentos divertidos y conmovedores. A Darío Grandinetti le sienta bien el papel de quien se muestra duro por fuera, Mercedes Morán brilla como una mujer excéntrica y demasiado directa y picante y sorprende un Jorge Marrale con espíritu jovial y lúdico. Los escenarios, una Buenos Aires céntrica o las rutas que perfilan hacia Mendoza, con un paisaje que se va tornando cada vez más montañoso, están bien utilizados y se convierten en un personaje más. Seresesky parte de un guion algo básico pero consigue narrar con oficio y que le permite desplegar temas como los viejos amores, la amistad y la nostalgia. A la trama que por momentos se torna más dramática, las situaciones absurdas y los diálogos filosos le permiten conseguir un tono ameno que, incluso en algún momento álgido, se salva del golpe bajo aunque no puede escaparse de varios clichés. Lo que una llamaría una feel good movie, películas que están para hacernos pasar un buen momento pero no intrascendente, que nos exponen ante situaciones de la vida que resultan universales y que nos pueden permitir hacernos preguntas o rememoras viejos sentimientos. Parece poco pero no lo es.
Coproducida por Meridional (España), Oeste Films y Patagonik, llega a nuestras salas locales una road movie de identidad tanguera, en donde tres artistas se reúnen en Argentina, décadas después que uno de ellos se marchara para triunfar en tierras ibéricas. Dirigida por Marina Seresesky, quien ha desarrollado su carrera mayormente en España, este film pendula entre el drama y la comedia, ofreciéndonos un revelador viaje con paradas inesperadas. Un secreto a voces podría alterar por siempre el futuro de este extraño triángulo amoroso. La funesta excusa que utiliza como disparador inicial no acaba de cuajar del todo. Circunstancias impensadas de la vida los llevarán a través de un disparatado itinerario, con destino en Mendoza. Premiada en el último Festival de Cine de Málaga, “Empieza el Baile” pretende imponerse como una entrañable aventura otoñal. Lo consigue de a ratos, sobre todo en su primera media hora de metraje, apoyándose en su excelente talento actoral. Jorge Marrale, Darío Grandinetti y Mercedes Morán son tres estupendos intérpretes que conforman un elenco de lujo, aunque presos de una serie de decisiones narrativas (que no es conveniente adelantar) que acabarán desfavoreciéndolos y desdibujándolos. De reconocibles postales porteñas a la patria federal y rural, “Empieza el Baile” traza un contorno geográfico en donde se desarrollarán reproches, disputas, discusiones y confesiones varias. Con intermitencias, modela un relato que se hace de baches y curvas narrativas propios de la interacción entre personajes que por conocerse demasiado saben bien cuando y cuando no pelear. Y, en adición, donde el paisaje funge como elemento descriptivo: lo que cambia en el afuera imita a las emociones que se transforman en el interior. No obstante, con desacierto, quien mucho abarca poco aprieta. Lo sinuoso del tejido vincular que une a tres personajes divertidos, coloridos y emotivos, será revestido por idéntica dosis de cabronada, ternura…y sabor a insuficiencia. De a ratos, busca hacer del humor negro su aliado, pero tropieza. Amaga con cierto paneo observacional acerca de realidades contrastantes con el Viejo Continente, pero se estanca en lo previsible. Proveyendo una mirada puesta en el pasado y otra en el presente, Seresesky abre múltiples subtramas, sin adentrarse en consolidar ninguna de ellas. Con buen tacto, sondea en el universo tanguero y su iconografía, con el afán de alterar ciertos estereotipos machistas y conservadores. Con menos tino, apenas roza la superficie a la hora de indagar en la paternidad y las crepitantes cenizas de un viejo amor. Contribuyendo en favor de cierta lograda atmósfera, la notable banda Escalandrum -liderada por Pipi Piazolla-, es responsable de la omnipresente banda sonora del film. El guiño emotivo no se hará esperar: también suenan reconocibles melodías del inolvidable Astor. No será el único guiño utilizado, echando mano a la permanente autorreferencia sobre glorias añejas de nuestro espectáculo.