EL PLACER DE ESTAR CONTIGO El cine de George Miller quedó atrapado/encasillado dentro del universo de Mad Max y sus secuelas -analogía mediante luego de ver este film- al igual que el genio dentro de la botella o lámpara de la que no puede salir. El género de la ciencia ficción es su especialidad aunque probó con otras opciones: su panfleto ambientalista en Happy Feet, la simpática fábula Babe (que abrió el camino para concretar la admirable, grotesca y por demás negra Babe 2) y hasta una declaración de lucha contra un sistema, el medicinal/farmacéutico, en Un milagro para Lorenzo. Sin embargo, el público masivo no pudo desligarlo de las aventuras postapocalípticas del guerrero de la ruta, por lo que no extraña que se decepcione frente a toda obra de su autoría que no se trate de otra nueva Mad Max. Miller lo tiene presente, ya está anunciada a estrenarse la precuela de Mad Max: Fury Road centrada en el personaje de Furiosa. Sin embargo, con Three Thousand Years of Longing, he aquí Miller dándose otro de sus gustos personales, el partir de una fábula o fairy tale (en este caso considerémosla adulta) basada en “The djinn in the Nightingale’s Eye” de A.S. Byatt. Nada más alejado de la hasta ahora y ya mencionada cuadrilogía de Mad Max, algo que quizás el espectador debería saber de antemano para no llevarse una desilusión magnánima. Three Thousand… comienza como una especie de mezcla entre The Fall, Los hermanos Grimm y por qué no The Princess Bride. Como en “The djinn…”, se parte de la historia de un genio que concede tres deseos a quien frotó la lámpara (en este caso una botella). Vuelta de tuerca mediante, tenemos la narración de tres historias que permiten entrever la esencia del personaje del djinn o genio, y una historia troncal que no es más que un clásico relato de amor. La Dra. Alithea Binnie (Tilda Swinton), una académica un tanto pacata, especialista en narratología, mitología y ciencia (en resumen, con profesión de “estudiar historias”), viaja de Londres a Estambul para dar una conferencia en una convención y en medio del escenario palidece, se desmaya frente a las visiones que comienza a tener, producto de una especie de premonición que devela un desafío. En su paso por el Gran Bazar, Alithea adquiere una botella singular. Es la que al estar en su habitación de hotel frotará y así permitirá la eventual aparición del genio (Idris Elba). Lo novedoso que presenta la experta Alithea frente a cualquier otro mortal al que se le concedan tres deseos, es que todo lo que se le dé por regalado o concedido traerá aparejado algo raro o sospechoso, algo que puede originar un beneficio y a la vez un mal mayor. Cuestión por la cual Alithea decide sorpresivamente rechazar la oferta. El conflicto es que el djinn, quien pasó tres mil años dentro de una botella para poder salir y volver a ser mortal como cualquiera de nosotros, necesita indefectiblemente cumplirle los tres deseos a su amo/a. Algo que no pudo concretar y lo tuvo aislado y recluido en la botella por esos miles de años. Djinn necesita su libertad. Allí es cuando se superpone, luego del extenso relato en off del genio, una engorrosa y apuntalada historia de amor, un tanto maniqueista y sobre la que, al igual que la protagonista, terminamos dudando como espectadores: ¿Amor real o simplemente una estrategia del genio para poder lograr su cometido? En consecuencia, Alithea vuelve a creer en ese sentimiento que tenía reprimido y el film instantáneamente comienza a convertirse en un panfleto cursi repleto de reflexiones sobre la soledad y el amor, una lámpara que Miller no debería haber frotado.
En literatura existe un tipo de estructura llamada “narración enmarcada” que está desde que la imprenta es imprenta: Las Mil y una Noches, El Decamerón (Bocaccio) y Los Cuentos de Canterbury (Geoffrey Chaucer) son varios de los grandes ejemplos a lo largo de la historia. Por otra parte, films como La Princesa Prometida (Rob Reiner, 1987) y La Crónica Francesa (Wes Anderson, 2021) demuestran el uso de este mismo formato en el lenguaje cinematográfico; tal como lo es Érase una vez un genio, dirigida por George Miller (Mad Max), que se estrena en cines la semana del 8 de septiembre. Alithea (Tilda Swinton) es una narratóloga -la narratología es el estudio de las formas narrativas- que está muy conforme con su vida. En un viaje de trabajo encuentra una pequeña vasija de vidrio de donde emerge un genio (Idris Elba), quien le promete concederle tres deseos para poder ser libre. Al ser erudita, ella sabe que todo este tipo de relatos terminan mal, por lo que no hará ninguno. El genio, ante esto, decide contarle su propia historia, tan fantástica como las que Alithea leyó durante su vida. Basada en los cuentos cortos de la novelista A. S. Byatt, la cinta se apoya sobre los hombros de los talentosos protagonistas que siempre tienen el condimento correcto para llevar adelante estos proyectos. Sin embargo, es dentro de los relatos secundarios donde el film parece brillar más, esto se debe a la dirección de fotografía a cargo de John Seale, quien ya trabajó con el realizador en Mad Max: Furia en el camino. Los colores toman mucha más vida que la sosa habitación de hotel, donde tanto Alithea como el genio pasan la mayoría del tiempo, lo que puede fatigar al espectador si no fuera por la química entre Swinton y Elba. En donde falla la narrativa, valga la redundancia de esta crítica, es en el final. Resulta un poco cansador notar que varios momentos simulan ser la conclusión cuando en realidad no lo son. Se pierde el enfoque de lo importante. Por último, es necesario destacar el mensaje que hay en el fondo de estas historias dentro de historias, donde el conformismo está fuera de moda y la imaginación marca tendencias.
Basada en el cuento del autor británico A.S. Byatt “The Djinn in the Nightingale's Eye” y coescrita por el director George Miller con su hija, la guionista Augusta Gore, la película tiene lugar principalmente en una habitación de hotel de Estambul. La Dra. en literatura Alithea Binnie (Tilda Swinton) intenta elaborar la ruptura de su pareja en un viaje a
Con la firma de un realizador que entregó al cine películas tan perdurables y disímiles como Mad Max, Las brujas de Eastwick, Babe, el chanchito valiente o Happy Feet, cada reaparición del veterano George Miller genera un revuelo cinematográfico. Miller ha cincelado un puñado de largometrajes notables, con un cine que puede interesar de maneras diversas, pero nunca es indiferente gracias a su nutrido imaginario visual. En ese sentido, 3000 years of longing -o 3000 mil años esperándote, nombre que resume y define la fantasía romántica que contiene mucho mejor que el burdo título de estreno local, Érase una vez un genio-, se añade al universo de sentidos que propone el realizador en su cine otra vez de manera identificable y difícilmente olvidable. Pero este no es un producto logrado o con destino de clásico como tantos otros de su filmografía. Ese sitial indeterminado entre un fallido relato ampuloso y una excelsa fantasía anacrónica pareciera buscado intencionalmente por el realizador, enfatizando los recodos narrativos que escapan del convencionalismo mientras enuncia un relato tan antiguo, y en buena medida convencional, como es el del genio atrapado en una botella que es liberado. Así, lo ingenioso y caprichoso de su mítico protagonista parece trasladado a la historia que lo contiene y presenta a la doctora Alithea Binnie, quien asiste a una convención sobre su especialidad intelectual -“el arte de contar historias”-, que se desarrolla en Estambul. Llega hasta allí con las Aerolíneas Scherezade, para hospedarse en la misma habitación en la cual Agatha Christie escribió Asesinato en el Orient Express. En todo el periplo se le aparecen extrañas criaturas y visiones “paranormales”, hasta que en un típico bazar turco compra una botella que, luego al abrirla, liberará al genio encerrado con su clásica oferta de tres deseos. A partir de allí el relato hilvana los siglos en los cuales el genio entró y salió de la botella junto al vínculo que va uniendo a los protagonistas. Miller se vale para cautivar de su extravagante universo visual y de la íntima sensibilidad que rodea a la doctora Binnie (Tilda Swinton) y al genio (Idris Elba). También con su inteligente uso del metarrelato (un relato acerca de un relato), para incluir en su historia una crítica al discurso de la posmodernidad y el progresivo abandono de estas historias ancladas en el imaginario colectivo. Y aquí es donde la película no encuentra a su público, porque es demasiado compleja y hasta sensual para niños pequeños pero resulta, asimismo, demasiado convencional para un público adulto que si no se entrega al relato podrá verse defraudado. En cambio, dejándose atrapar por el poderoso imaginario visual de Miller, por momentos con una estética un tanto kitsch y sin dudas demodé, se conseguirá el efecto deseado: cerrar los ojos y que el estallido de colores a pura fantasía se haga presente en la memoria. Pablo De Vita
Erase una vez un genio es una parábola íntima que en un principio explora la soledad de una mujer y el poder de las historias, para luego convertirse en un relato sobre ese momento mágico en una relación floreciente donde nos sentimos seguros al compartir todas las anécdotas que conforman las partes más importantes y formativas de uno mismo
Viaje surrealista a un mundo ideal. El director australiano George Miller ganó fama y prestigio a fines del siglo pasado gracias a su enorme y acertada labor en la dirección en la saga postapocalíptica Mad Max conformada por Mad Max (1979); Mad Max 2: El guerrero del camino (1981); Mad Max 3: Más allá de la cúpula del trueno (1985) y la más contemporánea Mad Max: Furia en el camino (2015). Esta serie de películas de culto, todas dirigidas por Miller, siguen la historia de Max Rockatansky (personificado por un joven, novato y vital Mel Gibson), un policía de la carretera australiana que tratará de sobrevivir en un en un futuro distópico y deshumanizado. Posteriormente en el año 1987, Miller decide correrse del cine de acción y la brutalidad de esta saga y filma su primera película dentro del género fantástico: Las brujas de Eastwick, con elenco estelar encabezado por Susan Sarandon, Michelle Pfeiffer, la cantante y actriz Cher, Jack Nicholson, entre otros. Tres aburridas mujeres norteamericanas, hartas de esperar a su príncipe azul, una noche de lluvia lo invocan y con resultados muy sorprendentes. Está simpática comedia de terror, ciencia-ficción y fantasía, demostró nuevamente que George Miller es un realizador creativo, personal y que no rehúye de los excesos, con la simple misión de entretener al espectador. Este año 2022, el realizador australiano de 77 años vuelve después de mucho tiempo a filmar otro relato de fantasía, una encantadora fábula acerca de los deseos humanos llamada Érase una vez un genio, protagonizada por Tilda Swinton e Idris Elba. Su trama, entre extraña y hasta por momentos extrovertida, nos presenta a la Dra. Alithea Binnie (Swinton), una profesora de letras que se dedica a enseñar el arte de la narración a sus alumnos. Decepcionada tras un engaño amoroso, viajará a Estambul para participar de una famosa convención acerca de leyendas y mitos. Siendo una mujer muy inteligente, pero risueña, en un paseo por una feria artesanal local compra una bella y gastada botella antigua. Menuda sorpresa se llevará cuando al llegar a su habitación de hotel, que casualmente fue la misma dónde la autora Agatha Christie escribió su novela «Asesinato en el Expreso de Oriente», al abrir la botella salga de ella un enorme y atractivo djinn (Idris Elba), que le comenta que le concederá los tres deseos que le pida. Pero ella, una docente que ha leído mucho sobre historia de la fantasía a través de la literatura, le dice que según los mitos todo lo que le pida resultará mal. De allí en adelante todo podrá pasar en esta historia sobrenatural de magos, hechizos y hasta de romance. Érase una vez un genio es una película que se disfruta y mucho. La creatividad visual y la fuerza narrativa de George Miller, como se puede apreciar en la saga Mad Max, afortunadamente siguen intacta, y las diferentes historias que se irán contando, mágicas y sobre un mundo pasado de reyes y seres mitológicos, nos transportarán por un rato a un mundo ideal. La realidad pasará a ser una mera circunstancia y el romance entre estos seres tan diferentes (una cerebral doctora en letras y un inmortal y magnético Genio de la botella, así como de los actores que la interpretan, Swinton y Elba) nos demostrará que en este universo sobrenatural nada es imposible, ni mucho menos previsible. Quizás la conexión entre el deseo, los mitos y el amor más profundo que habita en este muy recomendable cuento de hadas moderno (a su vez una transposición de Miller del relato “The Djinn in the Nightingale’s Eye”, de A.S. Byatt), sea la base de todo.
Es muy probable que la nueva película del aclamado director australiano George Miller (Mad Max) vaya directo a la lista de películas que no están del todo logradas, ya sea por el decaimiento gradual de la trama o porque se tornan un poco enrevesadas, o bien porque exigen volver a verlas al mismo tiempo que quitan las ganas de hacerlo. Esto es lo que pasa con Érase una vez un genio, basada en el cuento The Djinn in the Nightingale’s Eye, de A.S. Byatt, y protagonizada por Idris Elba y Tilda Swinton. En los primeros minutos, la película amaga con ser una declaración de fe en la ficción, una defensa imaginativa y fantástica del hábito de contar historias. Pero en la segunda mitad se inclina por una historia romántica (y algo trillada) que la perjudica. La doctora en literatura Alithea Binnie (Tilda Swinton), experta en narratología, viaja a Estambul para dar una conferencia sobre mitologías. Apenas llega al lugar, vemos cómo se le aparecen extraños personajes que solamente ve ella, lo cual nos pone en sintonía con el mundo de fantasía que propone la película. Luego de dar un paseo por la ciudad, Alithea entra a un bazar y compra un llamativo objeto antiguo, una suerte de pequeña botella de cristal. Cuando intenta lavar el objeto en el baño del hotel, sin querer lo destapa y sale un enorme genio llamado Djinn (Idris Elba), que le agradece el haberlo liberado y que le concede tres deseos. Con los dos personajes principales frente a frente, Miller empieza a desplegar su imaginación. Ante la negativa de Alithea de pedir los deseos (porque, según ella, esas historias terminan mal), Djinn le empieza a contar leyendas para demostrar que no siempre fueron como cree Alithea, y para convencerla de que pida sus deseos. Las historias que cuenta Djinn, propias de Las mil y una noches, nos llevan a mundos que dejan enseñanzas, que seducen y que entretienen gracias a sus personajes extravagantes y a las difíciles situaciones que tienen que atravesar. Sin caer en excesos formales (aunque los tiene), Miller aprovecha los relatos del genio para dar rienda suelta al imaginario característico de su particular universo cinematográfico. El problema es que llega un momento en el que todo lo que se venía construyendo a nivel narrativo, toda esa apuesta por la fantasía y por la magia de los cuentos de genios a lo Aladdín, se va por la borda al priorizar una historia con tintes más románticos, que habla de la necesidad de estar acompañados para alcanzar la felicidad. Es una lástima que la película no explore más esa defensa que hace al comienzo del arte de contar historias, del poder de las fantasías y de los cuentos de hadas, porque es allí donde se encuentra el punto fuerte de un director que siempre resulta interesante, aun en sus desaciertos. Es fácil imaginar a Miller como el alter ego de Alithea, un maestro en el arte de contar historias que hacen volar la imaginación. Lo más positivo de Érase una vez un genio es que es una película que cree en la magia de las historias y en la fantasía como un mundo que nos permite estar con quienes queremos. Es decir, es una película que cree en la ficción como un lugar en el que se está mejor.
George Miller un poco alejado de la acción oscura y trepidante de “Mad Max: Fury” se toma una tregua mágica en tono de fábula que permite un despliegue fantástico de creatividad y efectos especiales que rondan a los dos magnéticos protagonistas: Tildan Swinton e Idris Elba. Esa relación entre una experta en narrativa y tradiciones que está en Estambul y se trae del Gran Bazar un botellón particular, promete y cumple con las expectativas. Claro que del envase emerge un genio con la fuerza y magnetismo de Elba que clama por su liberación definitiva y le concede tres deseos que ella toma con cautela. Deseos que los llevan como los cuentos de Las mil y una noches, a la corte del rey Salomón, al harén del sultán Suleiman y a las cuitas de la esposa de un comerciante. Es un argumento que se transforma en el soporte de la originalidad, colores y efectos que hay que ver en un cine, con el entretenimiento liviano de la aventura que se aparta del cliché, y la propuesta de dejarse llevar por una fantasía desbocada.
Emboscada por la fantasía Tres Mil Años Esperándote (Three Thousand Years of Longing, 2022), la última película del querido George Miller, es un trabajo un tanto agridulce porque se engloba en el gremio de muchas otras realizaciones similares que han tratado desde la fantasía los tópicos del amor entre los seres humanos, la melancolía que las experiencias vividas dejan en la mente y el placer que generan los relatos cual sustrato visceral del alma que reclama ficciones aleccionadoras o por lo menos ilustrativas de la realidad que nos rodea, pulsión de ansias narrativas que se remonta a la infancia de los sujetos, su siempre accidentada educación y los primeros contactos en general con un mundo que ya nos vino formateado así como está y nosotros no elegimos. Al igual que Las Brujas de Eastwick (The Witches of Eastwick, 1987), Un Milagro para Lorenzo (Lorenzo’s Oil, 1992), Babe: El Chanchito en la Ciudad (Babe: Pig in the City, 1998), Happy Feet (2006) y Happy Feet 2 (Happy Feet Two, 2011), amén del episodio Pesadilla a 20.000 Pies (Nightmare at 20.000 Feet) de la propuesta colectiva Al Filo de la Realidad (Twilight Zone: The Movie, 1983), codirigida junto a Joe Dante, Steven Spielberg y John Landis, adaptación de la mítica serie de TV de Rod Serling, La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964), a Tres Mil Años Esperándote le toca la incómoda condición de ser un “no capítulo” de la saga que llevó al poco prolífico director y guionista australiano a la fama, aquella de Mad Max (1979), Mad Max 2: El Guerrero de la Carretera (Mad Max 2: The Road Warrior, 1981), Mad Max: Más allá de la Cúpula del Trueno (Mad Max: Beyond Thunderdome, 1985) y Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max: Fury Road, 2015), y asimismo se puede aseverar que se ubica al mismo nivel de Happy Feet 2 como la más floja de la producción artística de Miller, lo que tampoco es del todo negativo porque la mediocridad del señor es el buen nivel de la gran mayoría de sus colegas contemporáneos filmando en el espantoso mainstream anglosajón. El guión de Miller y Augusta Gore, basado en el cuento El Djinn en el Ojo del Ruiseñor (The Djinn in the Nightingale’s Eye, 1994), de A.S. Byatt, escritora británica que ya había sido adaptada vía las olvidables Ángeles e Insectos (Angels and Insects, 1995), de Philip Haas, y Posesión (Possession, 2002), de Neil LaBute, comienza con el viaje a Estambul de una narratóloga inglesa, solitaria y delirante, Alithea Binnie (Tilda Swinton), para dar una conferencia invitada por el Profesor Günhan (Erdil Yasaroglu), lo que genera algunos momentos un tanto bizarros porque la mujer suele experimentar alucinaciones alrededor de figuras demoníacas que la protagonista interpreta como “emboscadas” a instancias de su imaginación para que se mantenga alerta y no sea complaciente. Recorriendo un bazar de la ciudad Alithea encuentra una botella antigua que eventualmente destapa en su habitación de hotel y así libera a un Djinn (el perfecto Idris Elba) que se ofrece a concederle tres deseos, regalo que interpreta con desconfianza conociendo que casi todas las historias semejantes derivan en tragedia y una moraleja precautoria. Para convencerla de su honor y sus buenas intenciones, el genio le narra tres episodios que lo tuvieron como eje y que lo dejaron en su posición actual, primero su amor por la Reina de Saba (Aamito Lagum) y cómo terminó preso por la intervención de otro pretendiente, el célebre Rey Salomón (Nicolas Mouawad), segundo su breve vínculo con Gülten (Ece Yüksel), una esclava enamorada de Mustafá (Matteo Bocelli), el cual a su vez es asesinado por su padre, Solimán el Magnífico (Lachy Hulme), para así condenar al Djinn al presidio de su botella porque la ninfa embarazada también perece y los príncipes/ sultanes descendientes, Murad IV (Ogulcan Arman Uslu) e Ibrahim I (Jack Braddy), no ayudan demasiado, y tercero la historia romántica del genio con Zefir (Burcu Gölgedar), la esposa de un rico mercader a la que le brinda conocimientos frondosos y de la que no deseaba separarse, provocando que la fémina se sienta “atrapada”. El director en todo momento mantiene el tono narrativo en la frontera entre una algarabía surrealista sutilmente grotesca y el drama nostálgico del corazón por un destino funesto que parece mofarse de las intenciones románticas del genio y sus ansias de lograr que cada humano que destapa las diferentes botellas/ prisiones logre -o se decida en serio a- pedir los tres deseos reglamentarios para liberarlo de su maldición y poder regresar al Reino de los Djinn, planteo que nos deja con una mixtura -a priori chiflada pero luego coherente- del hambre de ensoñaciones diurnas de The Fall (2006), de Tarsem Singh, esa gratificación que generan los relatos digna de la Trilogía de la Imaginación de Terry Gilliam, léase Bandidos del Tiempo (Time Bandits, 1981), Brazil (1985) y Las Aventuras del Barón Munchausen (The Adventures of Baron Munchausen, 1988), aquella estructura del cuento de hadas dentro del cuento de hadas de films como La Historia sin Fin (Die Unendliche Geschichte, 1984), de Wolfgang Petersen, En Compañía de Lobos (The Company of Wolves, 1984), de Neil Jordan, La Princesa Prometida (The Princess Bride, 1987), de Rob Reiner, o la gran precursora del formato en cuestión, El Manuscrito Encontrado en Zaragoza (Rekopis Znaleziony w Saragossie, 1965), del cineasta polaco Wojciech Has, y finalmente algo del romanticismo onírico, alucinado y/ o de ciencia ficción de propuestas variopintas de influjo filosófico extasiado de principios del Siglo XXI como por ejemplo La Fuente de la Vida (The Fountain, 2006), de Darren Aronofsky, La Ciencia del Sueño (La Science des Rêves, 2006), de Michel Gondry, Todas las Vidas, mi Vida (Synecdoche, New York, 2008), de Charlie Kaufman, Sr. Nadie (Mr. Nobody, 2009), de Jaco Van Dormael, y Ella (Her, 2013), de Spike Jonze, a lo que se suma una ampulosidad ochentosa de propia cosecha símil Las Brujas de Eastwick y esas moralejas de Happy Feet y Babe: El Chanchito en la Ciudad, continuación de Babe, el Chanchito Valiente (Babe, 1995), escrita y producida por Miller. Ahora bien, el problema fundamental de Tres Mil Años Esperándote pasa por el carácter anodino y poco simpático -tendiente a lo repetitivo o redundante- de Alithea, un personaje que hace las veces del burgués aburrido, paranoico, abúlico y falto de ambiciones más allá de respetar minuciosamente sus rutinas o seguir los rituales de su trabajo o profesión: la criatura de Swinton, quien por cierto está perfecta en lo suyo y hace lo que se le pide, por un lado está bien insertada en la historia como narradora a lo Scheherezade en Las Mil y una Noches (Alf Layla Wa-layla, Siglo IX), en esencia invirtiendo aquella movida del texto de Medio Oriente porque ella en pantalla es oyente aunque oficia de reproductora formal de los relatos del genio para nosotros porque nos narra la película, y por el otro lado no sirve al cien por ciento para ofrecer un desenlace satisfactorio porque el cuento tácito final, ese que la tiene de protagonista principal una vez que le exige al Djinn que ambos se enamoren al sentirse “tocada” por su devoción hacia la Reina de Saba y Zefir, es bastante flojo ya que se ven venir a kilómetros de distancia los dos giros moralizadores cuando la pareja viaja a la morada de ella en Londres, hablamos primero de una posmodernidad de triste dependencia tecnológica que enferma al genio, a raíz de las constantes transmisiones satelitales de la metrópoli que atentan contra su fisiología fantástica, y segundo del marco de por sí forzado, caprichoso y patético del supuesto afecto entre ambos, no surgido de una convivencia o una atracción o siquiera una “química” natural sino producto del deseo de Binnie, movida que desde ya enfatiza la ausencia de paciencia, sabiduría y mesura de nuestra contemporaneidad por un hedonismo que entroniza a los antojos y a la voluntad individual automatizada como los únicos horizontes válidos a la hora de relacionarse con el prójimo. Si bien esta denuncia de la autoindulgencia y saturación informativa resulta interesante, el apenas correcto opus de Miller no logra despegarse del todo de diversas odiseas semejantes y mucho mejores…
La Dra. en literatura Alithea Binnie (Tilda Swinton) parece estar feliz con su vida aunque se enfrenta al mundo con cierto escepticismo. De repente, se encuentra con un genio (Idris Elba) que ofrece concederle tres deseos a cambio de su libertad. En un principio, Alithea se niega a aceptar la oferta ya que sabe que todos los cuentos sobre conceder deseos acaban mal. El genio defiende su posición contándole diversas historias fantásticas de su pasado. Finalmente, ella se deja persuadir y pedirá un deseo que sorprenderá a ambos.
La fantasía milenaria de George Miller El visionario director de “Mad Max” realiza una fábula sobre el poder de contar historias con Tilda Swinton e Idris Elba. Érase una vez un genio (Three Thousand Years of Longing, 2022) es la historia de una cuentista (Tilda Swinton) que viaja a Estambul para dictar una conferencia sobre narrativas. La racional escritora es sorprendida por la magia oriental cuando entra a un bazar turco y compra una pequeña botella de la que emerge un gigantesco genio (Idris Elba). En el cuarto de hotel tienen lugar los clásicos tres deseos del mágico ser ofrecidos a la mujer por liberarlo. Pero ella se niega por las consecuencias negativas de los deseos en los relatos y el mágico personaje despliega su abanico de historias milenarias de sultanes y princesas que lo tienen de esclavo. El clásico de Las mil y una noches articula la trama. El debate sobre los cuentos en el cuarto de hotel entre la narratóloga y el genio es también un debate entre la racionalidad estructural de los relatos y la creencia mágica detrás de ellos. El lugar de la imaginación sin reglas para hacer posible la vida diaria termina cerrando el círculo de la fantástica propuesta. Creer o no creer es la cuestión. Miller hace del metarelato su lógica narrativa en este film que genera un deleite vísual con efectos digitales justificados por el grado de fantasía propia de la historia. Pero a la vez abruma con su estructura narrativa de caja de Pandora, con genios saliendo y entrando de botellas y cuentos dentro de otros con moralejas que descifrar. Hacia el final la película adquiere un tinte romántico sobre el poder irracional del amor haciendo un paralelo con las necesidad de los relatos fantásticos para la condición humana, en esta producción estéticamente deslumbrante y por momentos enrarecida, que obliga a dejar la credibilidad de lado y sumergirse en la historia para disfrutarla. Miller emerge del cine fantástico de explotación de los años setenta y parece nunca haberse alejado demasiado de esa lógica. Con mayores presupuestos y tecnología digital realiza de una u otra manera las mismas aventuras imposibles que antes. El límite siempre es su inagotable imaginación y, haga el género que haga, siempre es un placer observar hasta dónde se anima a llevarnos.
George Miller, cuya ópera prima Mad Max (1979) cambió la historia del cine de género, es un director no muy prolífico pero su nombre ya está en la historia grande del cine. Películas tan distintas pero excelentes como Un milagro para Lorenzo y Babe 2 confirman su talento más allá de todos los largometrajes de Mad Max que ha hecho y seguirá haciendo. Érase una vez un genio (Three Thousand Years of Longing, 2022) es una rareza y al mismo tiempo no. No se parece a nada del cine actual, pero tiene elementos que la conectan con la habilidad de George Miller para el artificio como ha demostrado en otras ocasiones. La Dra. en literatura Alithea Binnie (Tilda Swinton) lleva una esquemática pero satisfactoria existencia, aferrada a las grandes historias universales como explicación del mundo, alejada de sentimientos que la distraigan de su profesión. Pero en uno de sus viajes descubre una botella con un genio dentro de la misma. Este genio (Idris Elba) le ofrece concederle tres deseos a cambio de su libertad. Pero Alithea, experta en historias, sabe que todos los cuentos de ese tipo terminan mal y se niega a concederle los pedidos. El genio, para convencerla, comienza a contarle diversas historias fantásticas de su pasado para que vea que no todo es como dicen los cuentos. La película es una combinación sorprendente entre un estilo demodé, con aires de cine de Bollywood, cine clásico de Hollywood y cuento de hadas inocente y simple. Un film romántico y una versión moderna de Las mil y una noches con dos protagonistas que juegan al drama y la comedia sin solemnidad pero con mucha convicción. Con virtudes y defectos, lo que se nota a lo lejos en esta película es la forma en la cual toma decisiones. Hay un director detrás de esto y se nota.
«Las historias fueron una vez la única manera de hacer coherente a nuestra desconcertante existencia». El reconocido director de la saga «Mad Max» nos presenta su más reciente y extraño film que se aleja un poco de los otros relatos de su carrera para ofrecer una peculiar historia sobre el amor y los anhelos más personales. Tras su paso por el prestigioso Festival de Cannes y un discreto estreno comercial, al menos en nuestro país donde prácticamente no fue publicitada ni presentada al público, «Three Thousand Years of Longing» se materializa prácticamente de la nada ante nosotros con una propuesta extravagante y poco catalogable que a pesar de algún que otro reparo que puede hacérsele al film en sí, se agradece en esta época repleta de remakes, secuelas y demás producciones derivadas de fórmulas ya probadas. El largometraje representa una fábula que adapta un relato corto de A. S. Byatt, titulado «The Djinn in the Nightingale’s Eye». La misma sigue a la Dra. en literatura Alithea Binnie (la talentosa Tilda Swinton), quien parece llevar una vida austera y solitaria con pocas emociones, pero bastante feliz. Un día, en medio de un viaje laboral, tras una conferencia, se encuentra con un Djinn (Idris Elba) que ofrece concederle tres deseos, por haberlo liberado de un prolongado cautiverio dentro de una botella que obtiene en un mercado de Estambul. En un principio, Alithea se niega a aceptar la oferta ya que su enorme conocimiento en literatura la lleva a pensar que todos los cuentos sobre conceder deseos que conocen, acaban mal. El Djinn defiende su posición contándole diversas historias fantásticas de su pasado buscando persuadir a la mujer y así poder cumplir con su tarea y consecuentemente conseguir su tan ansiada libertad. Estamos ante un film que presenta relatos enmarcados dentro de la trama principal de la película, que son tan peculiares como atractivos y que sumergen al espectador en un mundo de ensoñación compuesto o erigido en base a un cúmulo de historias de diferentes procedencias, con seres/personajes mitológicos provenientes de diversas culturas (incluso hay una alusión a Las Mil y Una Noches, entre varios otras). Una fábula que además de aferrarse a la fantasía, también compone un drama romántico inspirado. La frase que precede a esta breve reseña es mencionada por la protagonista del film, que, tras imaginar ciertas presencias ilusorias durante su conferencia, se desmaya. Lo interesante es que dicha frase parece resonar a lo largo de todo el film, no solo porque las historias son lo que llevan adelante la narración y atraviesan las vidas de los dos personajes principales, sino porque dialogan con la mirada del director, y el contexto sociocultural que vive el mundo en la actualidad, no solo por la crisis creativa que parece atravesar Hollywood sino también como uno de los reflejos que tuvo que atravesar tanto la producción de la película y el mundo entero con la pandemia del COVID-19. Las historias son lo que nos dan coherencia e incluso las que nos brindan cierto escapismo de la cruda realidad, pero también nos vinculan, nos transforman y nos dan sentido. George Miller es un narrador excelso y aprovecha este mundo ficcional para establecer una mirada madura de temas universalmente conocidos. A diferencia de su anterior trabajo, «Mad Max: Fury Road» (2015) donde se alababa lo artesanal de la producción y el uso de efectos prácticos más que el habitual CGI, aquí no queda otra que recurrir a los efectos por computadora para poder crear los miles de aspectos fantásticos de la historia, que igualmente están perfectamente desarrollados y no desentonan ni sacan al espectador del film. Respecto a la pareja protagónica, solo resta decir que Swinton y Elba están maravillosos como los personajes que llevan adelante el relato, y el film es en parte lo que es gracias a su enorme talento como intérpretes. «Érase una vez un genio» es un film extravagante, peculiar y desafiante que es probable que no sea del agrado de todos, pero que realmente se siente como algo diferente y encantador. Una película realmente imaginativa que demuestra el amor de Miller por la narración y que reflexiona sobre el poder de las historias y el impacto que tienen en nuestras vidas.
La nueva película del mítico George Miller, responsable de una ecléctica filmografía en la que destaca la franquicia “Mad Max”, está adaptada de “El Genio en el Ojo del Ruiseñor” (de A. S. Byatt), una historia corta publicada en 1994. El destacado director australiano imprime aquí su esencia y alma como artista, si bien se trata de un film mucho más íntimo y específico que otros de su factura, fuera de todo estereotipo comercial. Una rareza que, curiosamente, mixtura elementos extraños y anticonvencionales, y cuyo reparto está liderado por rostros conocidos como Idris Elba y Tilda Swinton. Incontrovertible, Miller es un cineasta en total control de la herramienta audiovisual, quien pervive como un clásico imperecedero del séptimo arte y nos obliga a disfrutar sus obras en la pantalla grande. Fuera del radar del cine blockbuster, prefiere explorar la plasticidad de mundos fantásticos y situaciones que conviven en una narrativa que escapa a lo mundano. Con referencias al cine de Zack Snyder y Terry Gilliam, la cinta amalgama el poder de historias que nos nutren bajo dilemas existenciales: ¿Cuál es la clave de la felicidad? Viñetas del ayer resuenan en el presente, gracias a un tratamiento del flashback que posee cierto halo místico en visión onírica. De disfrutable belleza visual, “3000 Mil Años Esperándote” es una experiencia placentera, aunque no atrapante. Fotografía y banda sonora excelsas brindan un fondo apreciable para que el realizador indague en su costado más metafísico y filosófico para reflexionar acerca del destino, la soledad, el amor, la edad moderna y las telecomunicaciones. ¿Quién mucho abarca poco aprieta? Un genio funge como factor conector: la humanidad y nuestro paso por este plano no representa un asunto menor acerca del cual pronunciarse. Tenemos aquí una pieza cinematográfica que no se parece a nada. No es poca fortuna, en tiempos donde la originalidad es un valor que escasea.
Protagonistas espectadores y un Genio cuentista George Miller, el director de Mad Max: Fury Road, regresa con una atrevida propuesta visual. Con una voz en off -calma y omnisciente-, Alithea (Tilda Swinton) nos adentra en una historia llena de muchas otras, ya que la única forma de que el espectador la digiera es reducir aquella aventura, repleta de fantasías que alteran la percepción de su realidad, en un cuento de hadas. Para alimentar su solitario y erudito temple, la narratóloga se zambulle en diversos paraísos culturales para buscar las diferentes verdades que se esconden entre sus calles. Ya en Estambul, la incrédula mujer se encuentra con diversas imágenes que alteran su percepción de la realidad. Tratando de encontrarle un sentido racional, su afición por comprender lo incomprendido se concentra en la compra de un curioso frasco que, sin otra intención que abrirlo para examinar cada centímetro del mismo, desata la fuga de un Djinn mastodóntico (Idris Elba). Frente a este ser que rompe todos los paradigmas científicos, fácticos y comprobables, Alithea -nombre que hace referencia a la Diosa griega de la verdad- se entrega a la experiencia de intentar comprender la veracidad del Genio y sus historias acerca de cómo, desde hace tres mil años, intenta brindarle tres deseos a algún desafortunado para así conseguir su libertad. Seteadas las leyes de la historia, Érase una vez un genio (Three Thousand Years of Longing) se dispone a resplandecer por un apartado visual que da cátedra tanto por el uso de la tecnología CGI como de los efectos prácticos. George Miller (creador de la saga Mad Max) decide apoyarse en el relato enmarcado como recurso para relatar el contraste entre la seguidilla de historias que recorren los diversos rincones culturales de la mitología árabe y el escepticismo de la protagonista frente a las palabras del Djinn angustioso. Junto con John Seale (director de fotografía de Fury Road), el realizador explota la paleta de colores a un nivel superlativo, en donde la saturación y los contrastes enriquecen el aura fantástica que engloba las narraciones que logran, muy paulatinamente, enriquecer la mirada y quebrantar las barreras ideológicas y sentimentales de la narratóloga. Más allá de la simpleza y poca trascendencia que pueda dejar la película en el inconsciente colectivo –no por nada el film sufre por la comparación automática con The Fall, de Tarsem Singh – es interesante el planteamiento de personajes que trae Miller en sus relatos, logrando que los mismos generen una empatía instantánea en el espectador. Tanto Max Rockatansky como Alithea son participantes – activos y pasivos- de los sucesos que los rodean. La aparición de Furiosa y su misión por volver a aquel paraíso que le fue robado como los cuentos del Djinn y su intención de conceder deseo para conseguir su libertad son sucesos que transforman a los protagonistas en espectadores de su propia película, consiguiendo que el visionador que está detrás de la pantalla consiga ser parte de los mundos planteados. De esta forma, Miller logra una vez más demostrar su poder de narrador, brindándonos un film que destaca más por el poder de transformar al espectador en oyentes activos del relato que por el poderío del relato en sí.
Esta fábula sobre mitos y tradiciones narrativas es un extravagante y tierno ejercicio de parte del director de la saga «Mad Max». Con Tilda Swinton e Idris Elba. Su inclusión como película «fuera de competencia» en el último Festival de Cannes daba a entender que se trataba de una producción particular, de algo no del todo convencional, de parte del realizador australiano de MAD MAX. Si uno veía el trailer o imágenes de la película sabía que no tenía que esperar nada parecido al tipo de cine que lo ha hecho famoso en todo el mundo. Pero, se sabe, una cosa es ver los materiales promocionales de una película y otra, de hecho, ver la película. Y lo cierto es que THREE THOUSAND YEARS OF LONGING, si bien es una rareza, una película un tanto extraña y fuera de norma, tranquilamente podría haber estado en la pelea por la Palma de Oro. De hecho, es bastante mejor que muchas de las que sí compitieron. Una fábula que tiene como tema el propio hecho de contar fábulas, una película que apila ficciones como historias y encantamientos para entretener a los reyes (o a los semiólogos y «narratólogos», como en este caso), la película de Miller ya con el título juega con la evidente referencia a LAS MIL Y UNA NOCHES: es una colección de historias que conectan al que las cuenta con el que las escucha, una celebración del arte de la ficción no necesariamente como colección de símbolos y metáforas sino del arte de narrar, de fascinar, de entretener. Tilda Swinton interpreta a la Dra. Alithea Binnie, una mujer que se dedica a estudiar y dar clases sobre el arte de narrar historias, y que se ha divorciado recientemente, dejada por su pareja por una mujer más joven que ella. En un viaje a Estambul en las Aerolíneas Scheherazade (guiño, guiño), Alithea se aloja en la habitación en la que Agatha Christie supuestamente escribió ASESINATO EN EL EXPRESO DE ORIENTE con la idea de participar en una convención sobre historias, mitos y leyendas. Pero entre los típicos momentos de llegada a un congreso de este tipo, la mujer empieza a tener visiones y siente que está siendo acechada por criaturas fantásticas y mitológicas que nadie más parece ver. En una salida a una feria local compra una botella antiquísima –el que se la vende, curiosamente, le dice que seguro es actual y falsa– y al llegar a su cuarto de hotel se topa, al abrirla, que de allí sale un djinn que le ofrece los clásicos tres deseos. El «genio» en cuestión es gigante (lo encarna Idris Elba con enormes orejas y poca ropa) y amable, pero se encuentra con que Alithia, una especialista en el tema, no quiere decirle sus deseos ya que sabe, por la tradición en la materia, que al final esas historias terminan mal. Para convencerla, o por necesidad de hablar después de haber estado miles de años encerrado en una botella en el fondo del mar, el djinn empieza a contarle sus historias y cómo fue entrando y saliendo de la botella en cuestión a lo largo de los siglos. Y la película irá mostrando esas historias, que incluyen su relación con la bella Reina de Sheba, otros jeques, reyes y magos que fueron cruzándose en su camino, lo fueron engañando o dejando de lado para finalmente volverlo a encerrar. Y así, cada tantos siglos, algo que el film cuenta a modo de capítulos de un cuento tradicional, casi para niños, y que Miller filma con toda la parafernalia de las películas de Terry Gilliam, solo que con una mayor dulzura, con más encanto que impacto. De a poco, oyendo esas historias de amores, desamores y penares en un cuarto de hotel, Alithia y el genio empiezan a conectar. El disfrute de ERASE UNA VEZ UN GENIO pasará un poco por el gusto del espectador por estas historias de magos, hechizos, brujas y reinas en un tono que está más cerca del público infantil que del adulto, si bien el marco que las integra no lo es. Y Miller tiene talento y creatividad visual como para transmitir su pasión e interés por un tipo de leyendas que en principio pueden resultar un tanto vistas y escuchadas. Más allá del interés personal que cada uno pueda tener por este tipo de historias, la película funciona y es efectiva en su manera de conectar mito y realidad, en redescubrir la pasión por las leyendas mucho antes de que la ciencia pueda explicar las cosas de manera más fría y mecánica. Miller apuesta a ese romance con las historias para hacer más llevadera la realidad.