En la escena inicial, la protagonista del film aparece cantando la canción Pronta entrega, que fuera popularizada por la banda Virus. Es una escena incómoda, ya que la falta de simpatía y la horrible interpretación que destroza el tema, ubica al espectador en un lugar de distanciamiento insalvable. De ahí en más no habrá forma de que nos caiga bien ese personaje. Luego se hundirá más, por lo cual uno imagina que la directora la eligió por eso, por su incapacidad de transmitir algún tipo de emoción o humanidad. Un personaje endeudado siempre ofrece drama, pero no aquí. Está claro que hay una intención en esa construcción, pero la película deambula por esa historia y otras y no consigue hacer pie en ninguna. Ese camino de retorno que emprende la protagonista no genera nada. El cine argentino tiene docenas y docenas de títulos como este al año, películas que nunca lograr encontrar el rumbo, ni el público, pero que ahí están, en un camino difícil de precisar. Imposible recordarlas y, en muchos casos, encontrarlas luego de su estreno. Un cine efímero, invisible, que sumado da una escalofriante cifra. El cine nacional, el cine argentino, es un fantasma. Películas que van a ninguna parte.
Mientras se ven los títulos de inicio, una música conocida suena, “Pronta entrega” de la mítica banda Virus y su música eterna. La primera secuencia de la película es el rostro de una mujer en primer plano dueña de la misma voz que escuchamos antes. Un cuerpo que se mueve exageradamente – tal vez- y canta el cover del tema de Virus. Vestida de rojo, con aros al tono, con el cabello largo; ella canta sin importarle casi la audiencia, en ese contexto que es un restaurante muy familiar, con mesas con niños, hombres y mujeres que al finalizar aplauden sin demasiado entusiasmo. En este comienzo el tono de la película se vislumbra con claridad: cierto misterio con algo de desazón y mucho de tristeza, será el ritmo del relato de esa mujer que, esa misma noche se pondrá en viaje. Esa escena transcurre en algún lugar de Brasil, ella cruzará la frontera y llegará a Misiones con dos objetivos: firmar la tutela de su hija adolescente y aclarar cierta cuestión de dinero que sugiere una estafa anterior. La película transcurre con una calma tensa, algo puede suceder en cualquier momento, sin embargo aquello que suponemos que ocurrirá, no sucede. En este sentido radica la validación de la película en varios sentidos, como obra cinematográfica que quiebra con cánones narrativos establecidos y como relato de una vida. Julia- la cantante- que es una Miss Bolivia a cara lavada es madre de una hija adolescente a quien no ve hace un tiempo, a quien dejo de escribirle, a quien al parecer extraña poco. Una madre poco convencional, una mujer que apuesta más al improbable dinero que va consiguiendo por ahí y a su vida de trashumante que a ser mamá. Es evidente que la chica está bien donde está, claramente es su territorio, son sus amores, su lugar de pertenencia, su movilidad por el lugar es cómoda, todos la conocen en esa comunidad. Ella, Julia, la madre; es casi una extranjera en su tierra natal, la han expulsado de ahí y no volverá. Una nómade que solo tiene un auto pequeño y desvencijado que cumple con el objetivo de trasladarla, una mamá que realiza pequeños robos de dinero, incluso a su propia hija, que son casi la única conexión que establece con el mundo externo. En su calma tensa, la película se permite momentos de felicidad casi pueblerina; unos chicos que juegan con carritos de supermercado, una larga secuencia de baile entre adolescentes, una visita al rio. Incluso instantes de felicidad entre madre e hija; canto y coreografía de una canción, una tarde en un humilde parque de diversiones. No se puede negar la corriente afectiva que hay entre ellas, pero si se puede afirmar cierta distancia no solo física, sino emocional; que la cámara registra a la perfección. La maternidad de Julia es lo que se interroga en Este fin de semana de Mara Pescio (aquí la entrevista). El “deber ser” de la maternidad, aquello que tiene de instintivo, aquello que tiene de problemático, sobre todo cuando se enfrenta con el feminismo. Contrarias, opuestas, semejantes, estas concepciones lo que tienen de sacralizadas lo tienen de problemáticas. Julia quiebra, de alguna manera, con la naturalización de los instintos maternales y decide dejar en manos de su padre la crianza de la adolescente; casi en contra de lo que pensaría el sentido común. De este modo Este fin de semana es una película pequeña, una historia de mujeres – casi no hay hombres en la película- que dice mucho más que algunas obras contemporáneas, una película que problematiza concepciones ancestrales, a las que Julia – Miss Bolivia– le pone el cuerpo de una manera natural y consciente, tal vez por ser ella misma una de las voces más potentes de la corriente feminista contemporánea. ESE FIN DE SEMANA Ese fin de semana. Argentina/Brasil, 2021. Guion y dirección: Mara Pescio. Intérpretes: Miss Bolivia, Irina Misisco, Laura Kramer, Gabriela Saidón, Sergio Prina. Fotografía: Inés Duacastella y Armin Marchesini Weihmuller. Edición: Florencia Gomez García y Andrés Pepe Estrada. Música: Rita Zart. Producción: Cecilia Salim y Georgina Baisch (Murillo Cine, Argentina), Paula Zyngierman (Maravillacine, Argentina) y Tathiani Sacilotto (Persona Non Grata Picture, Brasil). Duración: 67 minutos.
Reconocida guionista (Vaquero, Bien de familia, La casa, Marilyn, Nada es lo que parece, Los sonámbulos, Pequeña Victoria, El fin del amor), Mara Pescio debuta en la dirección de largometrajes con una película sobre una conflictiva relación madre-hija, una sensible historia de reencuentros y reconciliaciones en medio de la culpa y los apremios. La primera escena es imponente: enfundada en un vestido rojo, Julia (Miss Bolivia) canta en primer plano un cover de esa hermosa canción de Virus que es Pronta entrega. Pero un par de planos más tarde descubriremos que ese aparente glamour inicial deviene en una realidad muy distinta: el show es un restaurante familiar en el sur de Brasil. Para peor, el poco dinero que le deja ese recital solo servirá para pagar una ínfima parte de la deuda que ella mantiene. Y, le advierten, solo tiene un par de días para cubrir el resto. A sus 43 años, Julia cruza la frontera y regresa a su Misiones natal; más precisamente a un barrio de monoblocks en las afueras de Posadas, donde Clara (Irina Misisco), su hija adolescente, vive con Fernanda (Laura Kramer) y cuenta con la ayuda de su tío o de una vecina llamada Gloria (Gabriela Saidón). El reencuentro es, en principio, muy frío, tirante y formal (la madre debe firmar una autorización para que Clara, próxima a cumplir 17 años, pueda instalarse junto a su padre en Paraguay), mientras que el entorno resulta por demás hostil, ya que Julia huyó del lugar luego de estafar a varios vecinos que siguen reclamando el dinero (el destino de esa plata es otro de los misterios que se irán resolviendo con el correr del metraje). Ese fin de semana alude al breve plazo que tendrán madre e hija para reconectar. Los rencores y resentimientos no tardarán en surgir, pero también ese amor que persiste más allá de las miserias y los traumas. Lo mejor de esa relación (y del film) pasa por los momentos musicales. Es que tanto Julia como Clara (quien además de la relación afectiva con Fernanda mantiene con ella un dúo de guitarra y teclado) parecen transformarse cuando cantan y bailan una “coreo”. Una intensidad emocional que se extraña en algunas otras escenas en las que, de todas formas, siempre está presente esa sororidad que les permite a esas mujeres acompañarse incluso en las situaciones más difíciles. De hecho, resultan más emotivos ciertos momentos “intrascendentes” (cuando se pintan las uñas o cuando dan rienda suelta a su espíritu lúdico para compartir unos juegos como el Gusano Loco o los Autos Chocadores en un viejo parque de diversiones) que aquellas en las que surgen confesiones “importantes”. El trabajo de Pesce con los DF Armin Marchesini Weihmuller e Inés Duacastella logra retratar esos climas tan propios de una zona de frontera con su dinámica propia, su diversidad étnica y hasta su idioma particular que surge de la mezcla. Pero, más allá de ese ambiente tan distintivo, el corazón de esta breve historia (poco más de una hora neta) pasa por la descripción, íntima y delicada, de ese reencuentro con las horas contadas, pero que igualmente tendrá algo de catártico y curativo. Está claro que un par de días juntas no cambiarán ni repararán una historia signada por la decepción, la descontención y el abandono, pero pueden servir para paliar un poco el dolor, para demostrar que nunca es demasiado tarde para recuperar (al menos en una ínfima parte) el tiempo perdido.
Bella y entusiasta de la música, Julia vive presionada por una deuda de deberá saldar. Su estadía en Buenos Aires, a donde llegó de su Misiones natal, se convertirá en un doble conflicto, ya que deberá retornar a su lugar de nacimiento para autorizar a su hija a mudarse junto a su padre, y decide entonces aprovechar el viaje para recuperar el dinero de una vieja estafa que podría solucionar sus problemas económicos. Hace años que Julia no tiene contacto con Clara, su hija adolescente, y no sabe qué podrá hallar en su tierra misionera. La muchacha, por su parte, no desea viajar a Paraguay con su padre, ya que prefiere quedarse en el barrio en el que ha nacido junto a una compañera con quien comparte el deseo de armar una banda de música. Sobre esta base de enredos y de traiciones la directora Mara Pescio logró un film cálido que cuenta la historia de un reencuentro que se da en el mismo momento en que dos personas dejan de verse. Miss Bolivia, la protagonista, aporta suficiente ternura a su papel de madre.
El viaje al pasado de Mara Pescio con la cantante Miss Bolivia Miss Bolivia debuta en un rol protagónico en cine con este film ambientado en Misiones y presentado en el festival de San Sebastián. Ese fin de semana (2021) respira alegría incluso en los momentos dramáticos de su relato. La música es un motivo fundamental para la trama (aquello que se cuenta) pero también para el relato (el cómo se cuenta). Música urbana que imprime frescura y verdad al universo representado. Julia (Miss Bolivia) es una cantante acorralada por las deudas. Llega al pueblo de su infancia para recuperar un dinero y reorganizar su vida. Allí se encuentra con su hija adolescente, Clara (Irina Misisco), a quien abandonó hace tiempo. Una vez en el lugar debe firmar la potestad al padre de la chica para que siga haciéndose cargo de ella en el Paraguay. Pero Clara no sólo no pretende ir sino que intentará recuperar el vínculo con su madre. Mara Pescio retrata un espacio pluri-cultural donde se entremezclan diversos idiomas ya sea de Argentina, Brasil o Paraguay. Hay un reconocimiento del barrio de monoblocks (existentes en la ciudad de Posadas) donde sucede la historia, de sus habitantes y de la rutina del lugar, trasmitido con un encanto que capta la felicidad que sobrevuela el ambiente (los chicos jugando carreras con carritos de supermercado), como un paréntesis a los problemas económicos y sociales cotidianos. La película puede leerse desde dos ópticas diferentes. Por un lado, el retrato casi documental del lugar y sus habitantes, sus costumbres y modos de relacionarse. Ahí Ese fin de semana se destaca con elocuencia haciendo un registro cercano y verdadero de lo que vemos. Pero no en términos de realismo cinematográfico sino de verdad expresiva, hay una veracidad propia de los primeros films de Leonardo Favio en la representación puesta en pantalla. Por otro lado, aparece la trama de recomposición del vínculo entre madre e hija. La película juega con tres tópicos: la música de Julia y Clara, la relación de Clara con su novia, el dinero necesario para subsistir, sin dedicarse a desarrollar del todo ninguno de ellos. No lo hace porque en definitiva no importan demasiado para el cuento que se quiere contar, son distintas maneras de abordar la relación rota entre madre e hija. La música de uno y otro personaje juega un papel fundamental para establecer el viaje de Julia. Abre la película y marca el tono y registro del condominio y sus personajes, sobre todo de niños y adolescentes. Una melodía que une a Julia con su pasado perdido. Una película con la capacidad de trasmitir emociones a través de la vida de personas reconocibles en sus anhelos y defectos. Una característica que universaliza el cuento para convertirlo en un recorrido músico-emocional por el norte argentino.
Lo que el tiempo se llevó Una argentina que se gana la vida trabajando como cantante en bares de Brasil tiene que volver a su provincia para buscar un dinero que dejó en su antigua vivienda familiar. Pero no sólo plata había quedado atrás. Anunciada como el primer protagónico en el cine de la cantante Miss Bolivia, la película Ese fin de semana es además la opera prima de Mara Pescio, conocida sobre todo por su trabajo como guionista. En esa área la directora se desempeñó tanto en la televisión, donde integró los equipos de libretistas de series muy populares como Las estrellas o Pequeña Victoria, como en el cine, donde entre otras cosas coescribió el guión de Marilyn, ópera prima de Martín Rodríguez Redondo, estrenada en la Berlinale en 2018. Su primera película, que está más cerca de este último trabajo mencionado que de aquellos que escribió para la pantalla chica, cuenta la historia de una mujer que se gana la vida trabajando como cantante en bares y discotecas en Brasil, pero que obligada a pagar una deuda debe volver a Argentina, para buscar un dinero que dejó en su antigua vivienda familiar. Ese regreso puede representar además el reencuentro con su hija adolescente, a quien no ve desde su partida, ocurrida hace varios años. Ese fin de semana tiene algunos puntos de contacto con Las mil y una, segunda película de la correntina Clarisa Navas. No solo por el escenario en el cual se desarrolla (un barrio de monoblocs en algún lugar de las provincias mesopotámicas), sino por su intención de retratar el pulso de la vida en el lugar. Pero a diferencia del de Navas, el trabajo de Pescio no se concentra en el universo adolescente, sino que, por el contrario, se enfoca en los dilemas de una protagonista adulta. Un personaje complejo al que es más fácil juzgar que intentar comprender, disyuntiva en la cual radica el gran desafío que la cineasta debutante consigue sortear. Signo de los tiempos, Ese fin de semana retrata un universo eminentemente femenino, en el que la agenda de género se cuela por las grietas de la historia, aunque a veces lo haga de un modo algo subrayado. Es que, a pesar de su decisión de narrar desde un registro naturalista, que se manifiesta tanto en el tono contenido de las actuaciones como en una búsqueda formal alejada del artificio y la exuberancia, Ese fin de semana comete algunos excesos leves que enturbian el contrato con el realismo. Actitudes que los personajes asumen pero que no coinciden con el momento dramático que enfrentan. Escenas en las que la puesta en escena se vuelve ligeramente evidente e intencionada, como si la cámara hubiera dejado de ser invisible para los personajes y de golpe se pusieran a posar para ella. Esos momentos no son muchos ni muy groseros, pero sí lo suficientemente perceptibles como para generar algunas intermitencias. Como ejemplo puede citarse una escena cercana al final, en la que la protagonista evalúa una decisión que puede cambiar el rumbo del vínculo con su hija. En ese momento, aunque debería lucir cuanto menos nerviosa y apurada, la mujer se toma el tiempo para sentarse en el piso como una bailarina esperando ser retratada por Edgar Degas.
Un corto periodo de tiempo para el reencuentro de muchos conflictos que el espectador deberá adivinar, participando atentamente a cada gesto, a cada pequeño secreto que se desliza. Una cantante que trabaja en restoranes, es acuciada para que pague una deuda en un plazo corto. Esa mujer regresa de Brasil hacia su Misiones natal, en un barrio periférico donde todos se conocen, se vigilan y le reclaman cuentas pendientes.. Entre sigilos y observaciones se habla de una estafa, de un dinero que no aparece, de enojos y amenazas. Pero la médula del film es el encuentro entre una madre y una hija con una relación marcada por la distancia, de necesidades mutuas, de sororidad y buenos instintos. De cierta magia acotada pero bien lograda. Miss Bolivia, la personal y única María Paz Ferreyra debuta en labores actores aportando su presencia magnética secundada por Irina Missisco y Laura Kramer. Una mirada de la directora y guionista Mara Pescio que no juzga pero profundiza, que no señala pero muestra desde la codicia a las pequeñas miserias.
Algo similar sucede con Julia (Miss Bolivia), personaje principal de la ópera prima de Mara Pescio, que pasó por el último Festival Internacional de Cine de San Sebastián, construido como una mujer libre, que en algún momento se escapó para no asumir responsabilidades. Lo más interesante de la propuesta es cómo presenta nuevas maternidades, y pese a ciertos lugares comunes, la figura de la vuelta del hijo pródigo, en este caso de la hija, con el recelo con el que es recibida, se reinventa en un relato simple e intimista.
Opera prima de la escritora argentina Mara Pescio y protagonizada por Miss Bolivia, una historia que hace foco en un universo completamente femenino donde se desarrolla, principalmente, una de las tantas formas de maternar exhibiendo en cada fotograma el desvanecimiento del “deber ser”. Simone de Beauvoir fue una de las primeras feministas en señalar a la maternidad como una atadura para nosotras pues anula e impide la existencia y la trascendencia social de la mujer; y pareciera ser que Pescio también pone en cuestionamiento la construcción alrededor de la identificación de que la mujer equivale a ser madre. Resulta que Julia (Miss Bolivia) es una mujer argentina, de aproximadamente 40 años, que se “gana la vida” en Brasil cantando en bares y cantinas a la que pareciera no irle muy bien económicamente. Un fin de semana cruza la frontera hacia Argentina con su auto y regresa a su ciudad natal y al barrio del que se alejó tras el deseo de grabar un disco. Su entorno parece ser hostil, pues ella se mueve a escondidas, como pidiendo permiso por los lugares que alguna vez fueron suyos… pero no. Parte de su regreso se debe a que tiene que firmar una autorización legal para que su hija se mude con su padre a Paraguay, pero de alguna manera Julia Madre no sabe como acercarse a Clara Hija (Irina Misisco) después de tantos años de ausencias. Esta danza vincular entre ellas será lo que irá deconstruyendo el famoso concepto de instinto maternal; ese supuesto amor espontaneo e incondicional que surge de toda mujer hacia sus hijxs y que crea además la obligación de ser ante todo madres haciendo caer (hermosamente) la vieja idea patriarcal de que toda mujer es madre en potencia, en deseo y necesidad. Incluso estableciendo una fractura social desde la mirada del otrx (representada en les vecinxs) de que las que no manifiesten cualidades maternales serán sospechosas como mujeres y como “personas de bien”. ¿Por qué si? Porque Mara Pescio entendió que no hace falta hablar de formas de maternar para hablar de formas de maternar y eso hace que la película trascienda, más allá de cualquier tecnicismo, emergiendo las miradas que sí nos identifican en el cine con perspectiva de género.
Diferentes construcciones familiares, diferentes formas de maternidad, diferentes maneras de entender las relaciones humanas. ESE FIN DE SEMANA es una película breve y poética que ensambla, por un momento, las vidas de dos generaciones a partir de la historia de una madre y una hija adolescente que se reencuentran por apenas unos días –los que dan título al film– y tratan de ver si pueden reconstruir un lazo dañado. Filmada en Misiones, no muy lejos de la frontera con Brasil y con Paraguay, la opera prima como directora de la experimentada guionista (de series televisivas como PEQUEÑA VICTORIA, LAS ESTRELLAS y películas como MARILYN) tiene un acercamiento visual y particularmente inesperado viniendo de alguien cuya experiencia principal pasa por el guión. ¿Por qué inesperado? Quizás sea un cliché, pero uno esperaría que alguien que viene del mundo de la escritura pasaría a la dirección con una película que esté armada en base, bueno, a un guión estructurado de una manera muy ajustada. Pero ESE FIN DE SEMANA se escapa por completo de ese sistema, no responde a ese «prejuicio». Al contrario. Se trata de una película bastante libre, que pone el acento en el lirismo y en la extensa duración de ciertas escenas que normalmente serían desechadas en una película con una estructura de guión más tradicional. Desde la primera escena, en la que Julia (Miss Bolivia) interpreta en su totalidad un cover de Virus cantando en un bar hasta una larga secuencia de danza que la sigue pasando por trabados ensayos de canciones de una banda, estamos claramente ante una película que prefiere expresarse más a través de las imágenes –es muy buena y expresiva la fotografía de Inés Duacastella y Armin Marchesini Weihmuller– que de las palabras. Y eso mismo va pasando con el desarrollo de la historia, que se va descubriendo y adivinando a partir de gestos mínimos, situaciones que podrían pasarse de largo. Julia tiene (mala) fama en el pueblo por haberse quedado con algún dinero que no le correspondía y vemos, cuando ayuda a cruzar a una chica brasileña la frontera (la película usa mucho el portuñol), que esto de meter manos en carteras ajenas lo sigue practicando. Julia ha regresado al pueblo a firmar un permiso para que su hija se vaya a Paraguay a vivir con su padre, pero también a buscar un dinero que dejó allí y no encuentra. El tema es que su hija Clara (Irina Misisco) no tiene ganas de irse con su papá. Está en pareja con Fernanda (Laura Kramer), la chica con la que toca en la banda, y es claro que su lugar está allí. El problema es que es menor de edad. Da la impresión que madre e hija no se ven hace tiempo y que la relación entre ambas no es buena. Y será a partir de «ese fin de semana» en el que ambas se verán las caras, pondrán algunas cosas más o menos en claro y se verá cómo continúa esa trabada relación. Pescio cuenta su historia de un modo impresionista. Las escenas se van hilando más o menos libremente y el espectador de a poco se va armando un panorama de quién es quién y qué es lo que está sucediendo. Quizás el tema del dinero en circulación (una especie de McGuffin de la trama) no esté del todo bien manejado –hay una deuda, poco tiempo para pagarla y así–, pero da la impresión que lo importante no pasa por ahí, sino por cómo cada una de ellas decide qué hacer con sus vidas y cómo una y otra entienden el concepto de maternidad, algo que quedará más claro aún sobre el final. Julia es una mujer que se dedica a la música, que gira por Brasil cantando en lugares chicos y da la impresión de que vive al día, que necesita esos dineros (bien o mal habidos) para sobrevivir. Clara, en cambio, parece cómoda en esa comunidad, con su novia y amigues, con sus salidas y actividades cotidianas. La música también forma parte de su vida –aunque el estilo parece ser otro–, pero todavía no ha definido demasiado su futuro. En el reencuentro entre ambas habrá algunos momentos tensos y otros de comunión, pero siempre quedará flotando la sensación de que, aún de maneras dolorosas, existe una mutua comprensión entre ambas respecto a las decisiones que cada una toma con sus vidas. La maternidad no es igual para todas y ESE FIN DE SEMANA, quizás más que cualquier otra cosa, trata sobre eso.
La cantante Miss Bolivia debuta, con un rol protagónico, en cine interpretando a Julia una cantante argentina instalada en Brasil que debe retornar a su pueblo natal, en la provincia de Misiones, para firmarle a su ex marido la potestad de su hija para que pueda seguir haciéndose cargo de ella en Paraguay. Julia abandono a Clara con su padre desde hace diez años. Su presente esta rodeado de deudas y el viaje que realiza para reencontrarse con ella, ya adolescente, puede ser una oportunidad clave para ambas, para Clara la de recuperar el vinculo con su madre y para Julia la de recuperar el dinero de una antigua estafa que la dejó con muy mala reputación en el pueblo. La trama de la coproducción argentina-brasilera ensambla un discurso sobre una crianza dañada, poco tradicional, junto con un retrato sobre la realidad de un pueblo misionero ya que muestra sus costumbres y sus modos de relacionarse. Sin embargo, un detalle que no se puede pasar por alto, es el error de no incorporar la tonada misionera en la actuación de los personajes principales. No es una película apta para ansiosos ya que el desarrollo de la historia se torna en un ritmo lento y requiere de mucha paciencia ya que, Mara Pescio, logró romper con la estructura de guion tradicional lo que le permitió dirigir las escenas de “Ese fín de semana” de una manera más libre y poética donde el dialogo no es una prioridad pero los gestos sí, una característica que conduce al film hacia lo documental. Algo poco habitual, pero ameno.
Hay una particularidad muy significativa en la ópera prima de Mara Pescio, un rasgo poco convencional en este tipo de historias que hace que este drama familiar respire con frescura y optimismo. Y es que Ese fin de semana es una película celebratoria, un homenaje para aquellos que se quedan en sus lugares de origen voluntariamente, sin resignación. Cuando Juana regresa al hogar que abandonó tiempo atrás, se encuentra con una realidad que no podría ser más luminosa: la música siempre encendida, niños que juegan y corren alrededor de las casas y jóvenes que bailan y ríen en un estado de felicidad permanente. Para Pescio no hay fracaso en la opción de quedarse, y construye así una comunidad de puertas abiertas y buenos vecinos donde reina la armonía. Es por ello que la llegada de Juana se siente como una desestabilización, casi como la irrupción de un forastero que obliga a cambiar hábitos o aumentar la alerta. La cineasta, sin embargo, encuentra la forma de que convivan (y se entiendan) las dos realidades: la de esta mujer que persigue un sueño, el éxito profesional, y la de quienes ambicionan, ante todo, una vida feliz. Una visita a un viejo parque de atracciones se convierte en la metáfora en la que se sustenta Ese fin de semana: revivir el pasado siempre incluye las huellas que el paso del tiempo ha ido dejando a su paso. Las emociones regresan, pero con menor intensidad. Y aunque los lugares son siempre los mismos, hace falta reparar los daños, reponer lo perdido y pintar lo gastado para mantener en el presente parte de un pasado que alberga buenos recuerdos. Todas ellas, acciones que no solo sirven para rehabilitar el antiguo parque, sino que permiten recomponer lo que el tiempo ha deteriorado. Ese fin de semana es, por tanto, una película que encara la tristeza, la mira de frente y le explica que mirar hacia atrás no siempre es llenarse de nostalgia.
VOLVER “Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida”. Prácticamente ese verso de Gardel define la ópera prima de Mara Pescio, Ese fin de semana, un slice of life sobre relaciones y ausencias entre madre e hija. Julia (Miss Bolivia), es una cantante de bar con relativo éxito en Brasil. Aunque su presente se encuentre allí, el recuerdo de no ver a su hija hace años y una deuda importante de dinero, le hacen cruzar la frontera hacia Misiones para encontrarse con Clara y un barrio no a gusto con su regreso. Una madre que no es, que quiere serlo, frente a una hija adolescente ya con sus propias inquietudes como formar una banda y su novia. La película de Pescio no buscar trazar una figura maternal en Julia, quien intenta sobrevivir con su música y, cuando es el caso, roba con naturalidad y sin culpa. Observa a sus personajes, dónde viven, haciendo del film una experiencia contemplativa en demasía. El silencio y la ausencia se extienden en varias escenas, aunque hacia el final logra ser intimista. “Pero el viajero que huye tarde o temprano detiene su andar”. Ese fin de semana es el alto en Julia, un verso, un tema al que vuelve para luego continuar.
Dirigido por Mara Pescio, el filme, rodado en la frontera argentino brasilera, es el recorrido que traza Julia, la protagonista, nada menos que Miss Bolivia, que interpreta a una cantante de covers en boliches del lado brasilero. Julia es una especie de pasajera en tránsito acostumbrada a viajar ligera de equipaje… El filme nos cuenta además la historia de una compleja relación materno-filial dentro del ámbito de la música. EN EL CAMINO Julia (Miss Bolivia), una cantante argentina, que se gana la vida en boliches nocturnos, bares y fondas, en Brasil, vive endeudada permanentemente. Tiene sólo dos días para cancelar una deuda acuciante, por esa razón decide viajar a Posadas para recuperar un dinero que le fue robado de la que fuera su casa. Y también, para firmar unos papeles que le darán la custodia al padre de su hija Clara (Irina Misisco) y el permiso para que Clara pueda viajar al Paraguay donde probablemente tendrá que ir a vivir junto a su padre. El encuentro, con sus tires y aflojes, al principio se les presentará como algo difícil de abordar. Nada mejor que un parque de diversiones para distenderse, romper el hielo, y de paso, mostrar cómo se ponen en movimiento los juegos que han estado sin funcionar durante mucho tiempo. El Gusano Loco es una bella imagen para demostrarnos como cuesta arrancar una maquinaria paralizada para ponerla nuevamente en movimiento. O delirar al volante de los autitos chocadores sintiéndose tan libres y despreocupadas como para darse el lujo de poder chocarse. Clara, una vez que ha logrado cierta intimidad con su madre, Julia, le confiesa que ha guardado todas las postales que ella durante sus giras artísticas le había enviado. Julia, sin embargo, vuelve a ponerse a resguardo al tomar cierta distancia emocional, asegurando que su letra es ilegible y que no puede descifrar ni recordar nada de lo que escribió. Por otro lado, no resulta casual que la vocación artística de Clara pase por la música, la misma profesión de su madre. Y que haya formado un dúo musical con su amigovia Fernanda (Laura Kramer) una especie de sustituto materno que hace a la vez de mentora en el campo musical, y tutora y guía, en la vida diaria. La circulación del dinero, del que Julia da la impresión de vivir constantemente en falta, lo consigue de maneras varias, a través de la venta de celulares o de la sustracción de unos billetes de la cartera de la mujer a la que le da un aventón, para cruzar la frontera, como si en vez de robarle un par de billetes, sólo le estuviera cobrando el peaje. El dinero, en su fluir continuo, puede equipararse al afecto que fluirá o interrumpirá su flujo de acuerdo al compromiso que asuma Clara decidida a retener a su madre, incluso, tentándola con dinero, para convencerla, o a la decisión final por parte de su madre, Julia, de irse o de finalmente quedarse. Pareciera que tanto afecto como dinero están estrechamente vinculados y los lazos que forman tanto uno como el otro se presenta como indisolubles. En una de las escenas más conmovedoras del filme, Clara le muestra a su madre el dinero que Julia creía robado. Son ocho mil dólares, le dice, por qué no te quedas, no tendrías que hacer nada… En este punto crucial, donde el dinero se intercambia por afecto o protección, salen a la luz los motivos que mueven a Clara y, sobre todo, a Julia, o para decirlo de otro modo, las expectativas que cada una de ellas tiene con respecto a la otra. Si bien Clara pareciera dispuesta a todo con el fin de agenciarse una madre, Julia, por su parte, sólo estaría dispuesta a dejarse llevar por su propia naturaleza errante. Sin embargo, lo más interesante del filme, más allá de lo estrictamente anecdótico que nos cuenta, la problemática materno filial de una compleja relación entre una madre que abandona para rehacer su vida y una hija que la reclama para hacer la suya, es la exposición de una nueva configuración intrafamiliar dentro de la que se teje una compleja red de relaciones entre mujeres que se sostienen a sí mismas a través de fuertes lazos solidarios de una especial complicidad y acompañamiento que aparentemente resultan para ellas mismas indestructibles.