Until a quarter-to-ten I saw the strain creep in He seems distracted and I know just what is gonna happen next Before his first step…he is off again “Off he Goes”, Pearl Jam Todos preguntándonos qué cosa haría Edgardo Castro después de La noche: cómo filmar después de semejante explosión. Y qué filmar. Castro responde -y uno se lo puede imaginar sereno, inconmovible-: haciendo una película que sea el reverso exacto de la otra. Si La noche descubría un mundo, Familia en cambio se mueve por un universo bien conocido, cercano para cualquiera: las orgías lánguidas y prolongadas en lugares marginales se transforman en cenas e intercambios con padres y hermanos; la sordidez se transmuta en calidez. O algo así, porque que las dos películas puedan ser vistas como opuestos no significa que estén incomunicadas. Familia empieza con el viaje de Castro hacia una localidad del interior. Uno espera que el viaje sea apenas un prólogo breve, pero el director impone un tiempo que se hace sentir en cada etapa del trayecto. Una en especial parece reveladora: Castro (nada hace pensar que se trata de un personaje) cena en un parador de la ruta. Se pide una botella de vino que toma de a poco, con hielo, y alterna la comida con la lectura y el envío de mensajes en el celular. Es de noche, el tipo está afuera y desde el off llegan toda clase de ruidos y voces típicos de un espacio de tránsito. La soledad de Castro, la naturalidad casi mecánica de sus movimientos, la sensación de aislamiento en la multitud, todo hace acordar a La noche y a esa intemperie asordinada que corroía a los personajes y los empujaba a buscar formas de cobijo, las que se pudiera, junto a otros. Entonces tenemos dos películas posiblemente opuestas pero que dialogan y trafican códigos, que hablan una lengua común y hasta comparten un tema: el de la deriva de seres más o menos desamparados. El viaje es largo. Castro para comer, dormir en un hotel, cargar nafta y prender una vela en un santuario del Gauchito Gil. Todo esto lo hace con el misma aire lacónico del protagonista de La noche: el hombre mira ojeroso hacia fuera del plano y es como si no observara nada, como si se midiera con alguna especie de vacío. El tono hace acordar a una de las escenas más impresionantes de La noche, que justamente no transcurría en ningún telo: cuando Castro se despertaba ya tarde y, para no perder tiempo cenando, sacaba unos tirabuzones de la heladera, les ponía un poco de aceite y comía directamente del tupper. El minimalismo de la puesta y la naturalidad de Castro le imprimían al momento un aire de desolación como no recuerdo haber visto en el cine argentino. Cuando Castro llega a la casa y se reencuentra con los padres y con la hermana nada cambia: no importa si se trata de cocinar, sentarse a comer, mirar televisión o cambiarse el boxer, todo es realizado con los mismos gestos automáticos, como si fuera otro el que ejecutara cada movimiento. La familia, por su parte, conforma un sistema que se rige también por impulsos repetitivos: la hermana cumple con sus tareas casi sin hablar, la madre se refugia del mundo en su celular con videojuegos, el padre tiene la excusa de la sordera para retirarse de cualquier eventual conversación. Así y todo, la película encuentra breves estallidos de cariño donde los personajes se reúnen y comparten algo, como cuando Castro, la madre y la hermana se tiran en sillones a ver una telenovela turca y comentan la trama: el relato, la moral de los personajes, cualquier cosa se vuelve el pretexto para hablar y hacer preguntas, como si se tratara de borrar de un plumazo siglos de silencio y de distancia. La escena final transcurre en la cena de Navidad. Los Castro van a la casa de un familiar y la película introduce un verdadero contingente que rompe el tono elaborado hasta el momento. Llaman la atención en especial dos parientes bastante corpulentos, sobre todo uno de ellos, que parece el anfitrión y una persona de acción, que se pasa la noche haciendo llamados y tomando decisiones a pesar de estar en una silla de ruedas. El amontonamiento de gente, voces y objetos se vuelve algo así como una prueba de fuego para los Castros, en particular para Edgardo, que debe adaptarse a un clima nuevo. Llegados a este punto, conviene explicar que Familia no es un documental de observación de esos que se inmiscuyen en un espacio y hacen sentir su presencia. La apuesta de la película, al contrario, es penetrar en la intimidad de los Castro con recursos de la ficción: muchas escenas están visiblemente construidas, como las charlas del desayuno, que transcurren en una cocina muy chiquita y el montaje alterna entre ángulos que no pudieron tomarse sin cambiar la cámara de lugar, o el gag en el que el hijo abre la puerta del baño y sorprende a la madre sentada en el inodoro. La película no trata de ocultar esto, al contrario, parece decirlo más o menos abiertamente: la cámara se interpone entre los retratados, les hace primeros planos y planos de conjunto, siempre fijos, diseñados; la planificación es fuerte, como la de una película de ficción. El caso es que la película sostiene ese sistema de puesta en escena en todo momento, al menos hasta el final: cuando la cena se vuelve muy caótica, la cámara opta por replegarse sobre los Castro, hasta que llegan los festejos y todos salen afuera a ver y escuchar los cohetes. Se trata de una extraña comunión en la que todos ríen, hablan y parecen plenos (salvo por el padre, que después del brindis se recluye nuevamente en la habitación y el sueño). Todos lucen un raro brillo, las sonrisas circulan ampliamente, Castro ayuda a entrar al pariente de la silla y los dos se matan de risa. El momento dura poco, sin embargo: una vez adentro, Castro se levanta de la mesa y se va a fumar a la calle; una vez afuera, se le nota la misma mirada lanzada hacia ninguna parte que antes, la misma expresión ausente, de nuevo el cuerpo que parece moverse solo, adelantársele. Ve pasar a una persona distraídamente, puede estar pensando en procurarse compañía, tal vez recuerda a alguien (¿de La noche?): no sabemos. Castro gira y sale del plano: la cámara no trata de seguirlo, lo libera para que vaya a buscar lo que quiera, lo que pueda, y se queda filmando la calle.
De sangre somos La segunda película de Edgardo Castro (La Noche), se trata de un retrato íntimo, distinto y conmovedor acerca de un hombre (Castro), que regresa a su ciudad natal para reencontrarse con su familia y celebrar junto a ellos las fiestas de fin de año. A diferencia de su predecesora, en la que Castro componía a un hombre que errabundeaba por la noche en busca de aquello que carecía (amor), aquí se presenta como una persona que sólo desea acompañar a sus padres y hermanos con una actitud complaciente y bondadosa, algo que todo el tiempo la película refuerza y potencia con su lábil límite entre ficción y documental. Porque justamente allí, en ese juego artificial, de hacer dudar al espectador sobre aquello que se representa, Familia (2019) funda su sentido, algo que varias recientes propuestas han olvidado acerca del valor (no económico) que los espectadores buscan a la hora de elegir una película. Quedaron descolgadas aún más las risas generadas por algunas situaciones patéticas en el centro del grupo, porque el director decide sumar situaciones de este tipo a lo largo de todo el relato, estimulando, transgrediendo, colonizando público, y modificando también su objetivo, Si en La Noche todo se resolvía a través de la palabra (parlamentos sobre sensaciones, sobre elecciones) en Familia la voz está silenciada por un devenir constante y también por la inercia de la vivienda, un hogar noctámbulo que posee rutinas y ritos que ni siquiera la llegada del otro corrompe. El silencio de Familia responde a Castro, que regresa al cine con un universo de Candy Crush, noticieros, programas de mala factoría, zapping, novelas turcas, etc., que inexplicablemente lo hipnotizan, con cafecitos y más cafés buscará despabilarse, bastones y maquillajes, que hay en casa. Como un significante más, el silencio es una pieza clave del relato, se subraya durante el tramo inicial de la narración en donde Edgardo viaja de Buenos Aires hacia el Sur, y se perciben apenas algunos comentarios al pasar pero que no constituyen tramas temáticas de la película. ¿Qué es ficción? ¿qué es documental? entre los dos algunas respuestas que Familia prefiere dejar pasar para reinventar un camino, antes que volver a las mismas estructuras. Plagado de tiempos muertos, de imágenes rústicas, de personas comiendo, riendo, peleando, de seres que se dejan estar y de procesos que se muestran completos (corte de pelo, preparación de comidas, etc.) Familia se posiciona, y en donde la elipsis no tiene espacio para ejercer su presión y primacía, la edición (consistente) termina por crear una película sintética sin posibilidad de cambio.
En su segundo largometraje después de La noche (estrenando en el Bafici 2016 donde ganó el Premio Especial del Jurado), Edgardo Castro encara un film muy diferente aunque con algunos rasgos o inquietudes comunes. En aquel film, que mostraba un viaje al fin de la noche de drogas y sexo en diferentes variantes, Castro ponía el cuerpo para mostrar de manera descarnada la soledad y el hastío. En Familia deja de lado cualquier atisbo de sordidez y cambia el ruido de la noche porteña por la presunta placidez de un hogar patagónico, pero vuelve a poner el cuerpo. Esta vez pone en juego su intimidad haciendo entrar en escena a su propia familia. Compuesta además de Castro, por padre, madre y hermana, no se trata de una familia modelo ni tampoco de una familia disfuncional, sino de una familia común, tan prosaica como la de cualquiera. El film arranca con Castro en una peluquería poniéndose a punto para un viaje a Comodoro Rivadavia, su ciudad natal, para pasar unos días en la casa familiar previos a la celebración de la navidad y de su propio cumpleaños. Una vez allí, director y protagonista se inserta en la rutina diaria de comidas, siestas y más comidas frente a un omnipresente televisor. La incomunicación, que en La noche era la imposibilidad de relacionarse en una acumulación de relaciones casuales, esta vez se expresa en la trivialidad de conversaciones mínimas o referidas a lo que pasa en la pantalla y donde la sordera del padre lo expresa de manera más evidente. Si bien la película está filmada en Comodoro Rivadavia, apenas tenemos un atisbo de la ciudad ya que los personajes no salen nunca de la casa, más que para ocasionalmente hacer alguna compra, cosa que según Castro expresó en la presentación del film, es algo muy común en los habitantes de la Patagonia. Familia tiene las formas del documental y el film de registro pero también los recursos de la ficción y las escenas que uno intuye de improvisación se alternan con las de clara puesta en escena. Conviviendo en la casa familiar, el personaje de Castro se mimetiza y es uno más en la dinámica descripta. Lo que en La noche era aturdimiento por el exceso de estímulos, en Familia se asemeja a una especie de estupor ante el rumor constante de la tele (la escena de la madre explicando el argumento de la telenovela El sultán es ejemplar). Con el correr de las situaciones el espectador también entra en esa observación letárgica donde lo cotidiano y rutinario adquiere un carácter del orden de lo hipnótico. Esta reseña fue publicada en ocasión del estreno de la película en el Bafici 2019. FAMILIA Familia. Argentina, 2019. Guion, dirección, producción: Edgardo Castro. Intérpretes: Alicia Mabel Pepa, Edgardo Castro, Magda Castro, Félix Agustín Castro. Sala: Viernes a las 20 en el Malba. Duración: 97 minutos.
“Familia” de Edgardo Castro. Crítica. Una experiencia observacional puertas adentro. Bruno Calabrese Hace 3 horas 0 1 El director de la vertiginosa “La Noche” baja un cambio para mostrarnos los días en compañia de su familia. Peculiares y extravagantes personajes que pasan sus días entre programas de televisión pasatistas y dispositivos móviles. Por Bruno Calabrese. Tres años después de recibir el premio del Jurado en el BAFICI, Edgardo Castro da un giro y nos trae un documental ficcionado sobre una familia, sus costumbres y la víspera de la fiesta de fin de año en una experiencia observacional donde se nos plantean problemáticas como la vejez, el paso del tiempo en las relaciones y el uso de la tecnología para mantenernos entretenidos mientra la vida transcurre. La familia de Castro es noctámbula. En la casa viven su mamá, su papá y su hermana de 35 años. Los dos primeros están jubilados y su hermana ni estudió ni trabaja, solo vive para cocinarle a sus padres y competir con su madre a los jueguitos del celular y en la computadora. Sus vidas comienzan siempre después del mediodía, la primera en levantarse es la hermana para preparar el desayuno, horas más tarde se suman los demás, y ahí comienza la verdadera rutina, que repiten todas sus tardes y sus noches: ver televisión, jugar a sus juegos, comer y ordenar la casa. Sólo salen para proveerse de comida y otras necesidades. Cada fin de año, en vísperas de fiestas y de mi cumpleaños, Edgardo viaja dos semanas desde la Capital y convive con ellos. A modo de experiencia observacional, el director nos sumerge en la particular dinámica de su familia, que puede ser una familia cualquiera. La cámara solo se dedica a espiarlos durante sus actividades, sin música de fondo ni trucos de montaje, solo está ahí para que nosotros espiemos como funcionan Los Castros. En ese viaje conoceremos a un padre, que escucha poco y nada. Que deambula en cuero por la casa y protesta por las comida (igual no deja nada en el plato). Discute con su madre, quien pasa sus días jugando con su celular, mientras espera un nuevo capítulo de la novela “El Sultán”. Una muestra de la vejez, el desgaste de las relaciones y el acostumbramiento que suele darse con el paso del tiempo en las parejas. La televisión es otro personaje más dentro del espectro hogareño. El sonido ambiente está dado por los programas televisivos que se emiten en ese momento. Es así que entre el poco diálogo que existe entre ellos escucharemos de fondo los estridentes gritos del animador televisivo. También aparece la hermana como uno de los referentes dentro de la estructura familiar. Casi siempre callada, se dedica a cocinar y cuidar de sus padres, mientras comparte tiempo con Edgardo en la cocina. La falta de comunicación y la televisión siempre prendida, son elementos que se presentan como algo natural dentro del clan. Pero más allá de las distancias y las diferencias, en “Familia” la incondicionalidad está ahí para cobijarnos, como ese abrazo final entre madre e hijo. Puntaje: 80/100.
Casi como contrapunto, como reacción a la provocativa y radical La noche, Familia muestra una faceta muy distinta de Edgardo Castro. Si bien vuelve a ser guionista, director y protagonista, en este caso la exploración no es tan interna sino más en función de observador bastante extrañado de una dinámica familiar que es y no es la suya. Los primeros 20 minutos lo muestran al propio Castro cortándose el pelo, agarrando el auto y enfilando hacia la ruta, parando para hacerle una ofrenda al Gauchito Gil, almorzando con suma parsimonia en el camino, parando en un motel y, finalmente, llegando a Comodoro Rivadavia para visitar a su familia algo disfuncional (un poco como todas, bah). Su padre escucha poco y nada, su madre está más interesada en seguir los episodios de la telenovela El sultán (la televisión siempre prendida y con el volumen al mango es un “personaje” más que no solo acompaña sino que incluso tapa ciertos vacíos comunicativos) y él participa poco, come, bebe, fuma sus Parisiennes fuertes y mira todo como alguien bastante ajeno. Es que el protagonista parece ir allí una vez al año, en la previa de Navidad, como quien cumple un ritual, una convención, una rutina, pero sin involucrarse demasiado con la suerte de ese núcleo. La película -sencilla, diáfana, pura, cristalina- consigue algunos momentos de intensidad emocional (y cinematográfica), ciertas irrupciones de ternura, pero al mismo tiempo resulta un trabajo algo convencional en comparación con la revulsiva y audaz La noche, en la que Castro se exponía de una manera mucho más íntima y descarnada. Como dato de color para la industria, Castro contó para este segundo largometraje con el apoyo de El Pampero Cine. En ese sentido, en la última humorada del film, los créditos cierran con “Presidente del comité cinematográfico de FAMILIA: Alejo Moguillansky; Miembro honorario del comité cinematográfico de FAMILIA: Mariano Llinás”.
Integrante fundador del grupo de danza Krapp, Edgardo Castro irrumpió como cineasta hace cuatro años con La noche, que se llevó el Premio Especial del Jurado en el Bafici 2016. Protagonizada por él mismo, en aquella opera prima la ficción y el documental se fundían para trazar un mapa de la nocturnidad que incluía, con crudeza, excesos de todo tipo. Familia es la segunda entrega de una trilogía sobre la soledad, pero transcurre en un ámbito totalmente diferente: el hogar paterno de Castro. El procedimiento es parecido. Otra vez Castro es el protagonista de una película que borronea los límites -ya de por sí difusos- entre ficción y documental. El director viaja al sur, a Comodoro Rivadavia, para pasar Navidad -que coincide con su cumpleaños- en la casa donde viven sus padres y su hermana. Durante una hora y media lo acompañamos en una tediosa inmersión en las rutinas familiares: cenas frente al televisor, compras en el supermercado y demás rituales cotidianos. Lo que aquí vemos son relaciones interpersonales erosionadas por la costumbre: un paisaje doméstico que seguramente se replica en miles de hogares. La omnipresencia de las pantallas -de los celulares y de la televisión- permite disimular los silencios, la incomunicación, el hecho de que estos padres y estos hijos no tienen demasiado para decirse. Se sabe: la soledad también es posible -y es más dolorosa- en compañía. Y la artificial alegría navideña no hace más que ahondarla. Si existe una "literatura del yo", también puede ser viable el "cine del yo". Más allá de los géneros y las formas, lo fundamental es lo que se transmite. Aquí la idea queda clara, pero poco hay más allá del registro minucioso -actuado o no- de situaciones ordinarias. No hay casi humor o tensión y es difícil establecer empatía o antipatía alguna con los personajes. La medianía del ambiente retratado se apodera de la película y termina tiñéndola de ese mismo color gris hastío.
Si en La noche Edgardo Castro revelaba con crudeza y sin tapujos detalles de su propia intimidad -un periplo anárquico condimentado con alcohol, drogas y sexo casual-, en Familia , otra vez como guionista, director y protagonista, exhibe el revés de esa trama, la monotonía de un rutinario encuentro con sus padres en Comodoro Rivadavia, una experiencia teñida por la abulia donde quizás podrían rastrearse algunos de los estímulos que forjaron la personalidad del protagonista. Castro se toma los primeros veinte minutos de la película entrar en acción, como si demorara adrede el ingreso a ese espacio en el que, él lo sabe de sobra, no va a sentirse del todo cómodo. Y después se adapta como puede a la apatía y las tensiones latentes de la dinámica del lugar. La contracara, una vez más: en La noche aquello que lo impulsaba era el deseo, mientras que en Familia el camino es entregarse a la resignación, en el mejor de los casos. En esa mesa navideña todos están muy cerca, pero la distancia emocional que los separa es importante. La televisión y los teléfonos celulares son las únicas conexiones con el afuera. En esta ficción que coquetea todo el tiempo con los mecanismos del registro documental, cada uno parece tener guardado algún secreto inconfesable y practica a destajo la política de la evasión. Como en las mejores familias.
Porque lo primero es la familia Familia, el segundo largometraje de Edgardo Castro, se centra en él y su familia. El protagonista viaja a Comodoro Rivadavia a visitarlos para Navidad y allí comienza a retratar todo lo que puede: sus familiares, su casa, sus rituales, sus relaciones. Gracias a las elecciones de cámara, los diversos planos y diálogos, llegamos a conocer principalmente al padre, madre y hermana de Edgardo. Tras el viaje hacia su ciudad natal, el resto de la película transcurre en la casa que comparte con su familia durante esos días. El documental y la ficción se mezclan y confunden al que está mirando. Su familiares se interpretan a sí mismos pero, ¿Hasta dónde? Algunos recursos, planos, la puesta en escena y la forma en la que avanza el guion parecen elementos típicos de una ficción. A Castro le gusta jugar con esa ambigüedad y pone en duda la veracidad de los hechos en todo momento. Familia es una película sencilla, que se muestra transparente. Nos acerca a situaciones cotidianas con las que nos sentimos identificados y podemos empatizar. Nos sentimos parte de esa familia, sus roles, rituales y espacios. La película termina la noche de Navidad, donde llegamos a conocer a la familia extendida del director y protagonista. Su festejo no se diferencia de un festejo argentino promedio, lo que hace sentirnos allí, brindando con esa extraña, pero por algún motivo cercana, familia.
Viaje al sur. Un film cuyo nombre auspicia y ofrece más de lo que es. Sin alma ni novedades, esta historia plana, que funcionaría como documental y no como ficción, presume simpleza, realismo y naturalidad, sin embargo, lo logra de manera tibia y sin involucrar al espectador. Familia (2019), dirigida, escrita y protagonizada por Edgardo Castro, relata su viaje a Comodoro Rivadavia para festejar las fiestas de fin de año junto a su familia, compuesta por sus padres y hermana. Sus vidas son muy rutinarias. Todo sucede en la misma casa. A veces menos es más, utilizar el silencio como herramienta, resulta ser una propuesta muy interesante para los que amamos el humilde cine de los hermanos Dardenne, que consiguen estar presentes, sin mostrarse y cada film es una lección, sobre todo en guión y lenguaje simbólico (por ejemplo Le fils, de 2002, aunque recomiendo toda su filmografía). No obstante, no es este el caso. Los diálogos, cada palabra, debería resonar y comunicar con relevancia y sutileza, tampoco lo consigue. Las actuaciones aquí, si bien son naturales, no emocionan, pecan de frialdad y los personajes no logran la empatía del espectador, salvo por el padre Félix Agustín Castro. La intención de relatar una historia sin respetar la estructura dramática habitual es asumir un riesgo y es plausible, pero desde mi humilde punto de vista, en esta película, no funciona, puesto que no existe motivación ni conflicto. Por ciertos tramos, se siente un forcejeo por incluir al espectador con permanentes y desectructurados movimientos de cámara, como si no fuesen suficientes los de las primeras secuencias. En fin, querer abarcar más de lo que se puede logra resultar en un error para ciertos espectadores, quizás acostumbrados a disfrutar films diferentes de directores, si se quiere, más modestos. No se comprende la verdadera motivación de Familia, que debería sugerir y emocionarnos, no todo lo contrario. Se transforma en una experiencia tediosa, esperamos lo que nunca sucede, en el afán de perseguir emoción en una película que no pretende eso, y cuyo objetivo pareciera alimentar el ego de un realizador demasiado pretencioso.
"Familia": la fraternidad de los solitarios Con una pata en la ficción y otra en el documental, el film pone el foco en una sucesión de escenas familiares en las que se manifiesta tanto el tedio como el cariño. Hace poco más de cincuenta años se popularizó un estilo de reportaje en el que el periodista, en lugar de limitarse a narrar lo acontecido desde una distanciada tercera persona, se involucraba directamente en los hechos, llegando incluso a interferir en su desarrollo. Los artículos de ese subgénero, conocido como “periodismo gonzo”, se caracterizan hasta hoy por exudar cercanía y crudeza, por atender tanto al texto como al subtexto y, sobre todo, por esfumar toda frontera entre subjetividad y objetividad abordando lo real a través de recursos propios de la ficción. Edgardo Castro no es periodista sino actor, director y escritor. Pero no uno cualquiera, sino uno que se entrega íntegro a sus trabajos, que pone el cuerpo y su propia experiencia al servicio de sus trabajos: un artista gonzo. Así lo había demostrado en La noche, en la que, basándose en sus notas personales, registraba el tour de force de un hombre –interpretado por él mismo– durante sus rondas sexuales por bares, hoteles alojamientos y boliches porteños. Y así lo hace ahora en Familia, aunque con una tonalidad mucho menos oscura, menos sórdida. Estrenada en la Competencia Argentina del último Bafici, el segundo largo como realizador de Castro arranca con un largo plano fijo que muestra al protagonista (Castro, por supuesto) cortándose el pelo, para luego embarcarse en un largo viaje cuyo destino al principio el espectador desconoce. Con un tempo propio de la primera etapa del llamado Nuevo Cine Argentino, la primera parte del film lo muestra atravesando una buena porción del país a bordo de un auto, con escalas en un santuario del Gauchito Gil, un barcito a la vera de la ruta y un hotel para pasar la noche, todo con una parsimonia evidente en sus movimientos, como si ese hombre en el fondo estuviera disfrutando la intimidad absoluta. Recién sobre el primer tercio del metraje queda claro que el destino final es la casa de Comodoro Rivadavia donde viven sus padres con su hermana. Padres y hermana que son, desde ya, los padres y la hermana de Castro, subrayando así el carácter bicéfalo de un relato con una pata en la ficción y otra en el documental. “¿Me despertás cuando se levante mamá?”, le dice a su hermana apenas llega, en lo que es todo el diálogo entre ambos luego de un buen tiempo sin verse. La comunicación tampoco es muy fluida con mamá y papá básicamente porque ellos están enfrascados en ese mundo hogareño asfixiante del que nunca salen. Es una rutina puertas adentro que arranca pasado el mediodía y que consiste en, básicamente, sentarse a la mesa a la hora de la comida y no mucho más. Por fuera de eso, el único interés de la madre es jugar con el celular y ver la novela El sultán, de la que comparte hasta el detalle argumental más ínfimo con su hijo. A Castro no le importa pero no lo dice, en un solapado gesto de cariño. Mientras tanto, papá –siempre en cuero, siempre sordo– se divierte consumiendo irónicamente el contenido de los noticieros. Esa tele siempre prendida es, pues, el síntoma más evidente de las dificultades comunicativas del clan. A Castro le interesan los universos poblados por seres solitarios aun cuando estén en compañía. Sus personajes son hombres y mujeres ensimismados, rotos, que comparten su tiempo menos por deseo que por obligación. La escenas familiares dibujan una dinámica basada en la sucesión de acciones autómatas. Lo mismo pasaba en La noche, donde Castro practicaba sexo oral con un apremio maquinal, preocupándose menos por el goce que por la aplicación perfecta de su técnica. El gran mérito del realizador es el despliegue del complejo entramado interno de sus criaturas a través de esos rituales en principio vaciados de emocionalidad: si en su película anterior el sexo era el canal para exteriorizar un estado de desamparo absoluto, de necesidad de amor y cariño, aquí los silencios en la mesa y la distancia entre los cuatro personajes desprenden una sensación de tedio y abulia. Pero nunca desesperanza, pues Castro les reserva a todos –incluido él– un desenlace luminoso, atravesado por la fraternidad y el cariño.
Es el segundo largometraje del director Edgardo Castro que creó “La noche”, una inquietante, extrema y premiada opera prima. Aquí también el realizador es el protagonista, en un film distinto. Aparecen los recuerdos junto a su familia, a la que visita dos semanas al año para las fiestas. Se trata de un núcleo formado por sus padres y su hermana, a la que se agregan dos hermanos en el festejo navideño. Un film sin argumento, con vivencias, con las rutinas de sus padres que recién se levantan al mediodía, de su hermana que nunca estudio ni trabajo y se dedica a las tareas de la casa. Esos días donde el televisor siempre prendido a gran volumen por la sordera del padre, es un protagonista más, y las costumbres de comidas, novelas y películas, se repiten como ritos inamovibles. Todo puertas adentro, en un clima claustrofóbico donde solo se sale para comprar lo necesario para la casa y la ciudad, Comodoro Rivadavia, solo se ve atisba desde las ventanas. Un film donde el protagonista observa extrañado ese mundo que no le pertenece aunque intenta participar de sus costumbres e integrarse. Inteligente trabajo, diáfano, sencillo pero también hipnótico.
Vida rutinaria La trama se centra y retrata la vida cotidiana de una familia. Familia (2019), es una película argentina, dirigida, escrita y protagonizada por Edgardo Castro. Podría decirse que es una mezcla entre lo experimental y una suerte de documental. Largas y silenciosas tomas carentes de diálogos, donde solo predominan las miradas fijas. Esta particularidad nos introduce en recuerdos y en lo que realmente importa, la familia. Vivencias, costumbres, el día a día y hasta incluso el amor oculto pero real que sienten y exponen los protagonistas. En su otra faceta, nos muestra la rutina, la redundancia, esos futuros encadenados que conllevan siempre a lo mismo. Aprisionados quizás por la televisión y la tecnología. En términos negativos, la historia vacía nos lleva a pensar una y otra vez hacia donde se quiere dirigir, dejando que el tiempo sea el hilo conductor pero generando expectativa de algo que nunca llega. Las escenas se tornan monótonas. Sumado al silencio que domina el paso de cada una de ellas. "El final, pese a todo lo antes mencionado, guarda la esencia intacta de la familia, el reunirse nuevamente, el olvidar las diferencias y el pasado y el poder disfrutar sencillamente un momento de paz y armonía. Sentir, aunque sea una vez, un poco de la magia familiar."
Tras su paso por la Competencia Argentina del Bafici, se estrena Familia, docuficción donde Edgardo Castro (La noche) vuelve a bucear en lo íntimo para narrar vida(s). En el comienzo lo vemos a Castro (protagonista, guionista, director) cortándose el pelo, manejando en la ruta para visitar el santuario del Gauchito Gil, comiendo en el camino, durmiendo en un hotel al paso hasta arribar a la casa de sus padres en el sur. Pareciera alargar el tiempo de llegada a destino. A partir de allí (casi) todo transcurrirá entre esas cuatro paredes en las vísperas de una navidad y un cumpleaños familiar. Toda familia (especialmente en los últimos tiempos para el arte) es disfuncional. Y ésta no es la excepción. Más que la incomunicación entre sus miembros, lo que sobresale directamente en este documental es la no comunicación, mientras el sonido ambiente si no es ensordecedor, al menos, es invasivo (celulares, música de juegos, programas de televisión, etc.), los intercambios verbales no son escuchados o no comunican o se muestran innecesarios para esa función y, ya resignados, los emisores actúan producirlos para “hacer” que hablan. Nada de lo que se muestra reviste carácter relevante, la cotidianidad familiar asfixia y va consiguiendo un extrañamiento que embota y agobia, pero la puesta en escena no recarga las tintas con burlas o juzgamientos (los personajes son personas y hay cariño por encima de todo) por lo que el momento de la narración de la telenovela está un poco fuera de tono (busca sólo la risa fácil y cómplice). Es un logro del director que la cámara se invisibilice y extraiga de la rutina y la nada extractos de vida, aunque, también es cierto, para ello no pueda evitar estirar algunas escenas, abusando del tiempo o acumulando situaciones que repiten los efectos ya conseguidos. Como en La noche, Castro vuelve a mostrar que los finales (siempre un ítem difícil) son lo suyo. Desoladores y angustiantes. Borrando los límites entre la ficción y el documental, Castro entrega, en los mejores momentos del film, un descarnado pero tierno retrato de familia, aunque no logre evitar en otros teñirlo del tedio que registra.
Director de La noche, Edgardo Castro aborda acá una historia al borde del documental que describe de forma minuciosa su viaje a la casa de sus padres con motivo de la navidad. Con un tono realista, observamos una escena donde el protagonista se corta el pelo en una peluquería en tiempo real o hace el largo viaje hasta destino. El calor, el encierro, la incomodidad de un padre que escucha muy poco y una madre obsesionada con una telenovela turca. Las comidas, las charlas, cada momento se describe como si no existiera un guión y, como es esperable, todo se ve absurdo. Castro observa –como director y protagonista- ese mundo al que él solo pertenece en la Navidad. La ternura y la emoción aparecen, pero el tiempo que le lleva alcanzar esos momentos luminosos es demasiado como para justificar toda la extensión de la película. Más interesante que buena, más para el análisis que para el disfrute, la película es más un ensayo que una narración fluida y atractiva.
Un hombre se corta el pelo en una peluquería. A continuación, esta persona ligeramente renovada agarra el volante y se adentra en alguna ruta argentina. En medio del trayecto, se detiene a la vera del camino, enciende una vela y un cigarrillo que deja como ofrenda en un altar del Gauchito Gil. El hombre, siempre solo, cena en una parrilla al paso, hace noche en un hotel y retoma al día siguiente la ruta que, ahora con su estepa a ambos lados, nos sitúa ya en alguna zona de la tan cinematografiada Patagonia y nos hace preguntarnos: quién es este tipo, a dónde va y por qué tan lejos. Pero, mientras el cine argentino ha construido alrededor de las tierras sureñas todo un imaginario que va desde un lugar de reencuentro, de nuevas oportunidades, un destino al que huir o simplemente como la contracara del universo urbano; la secuencia inicial que podría haber encajado perfecto con la débil etiqueta de road movie patagónica se agota en el instante en que el conductor llega a la casa de sus padres en Comodoro Rivadavia a donde viaja por unos días a pasar las fiestas, dando la impresión que los casi 2000km realizados representa apenas un viaje ordinario, algo que realiza anualmente. El hombre en cuestión es el mismo Edgardo Castro, director, escritor y, otra vez, encargado de ponerle el cuerpo a una de sus películas. En este caso, Familia, su segundo largometraje. Su debut fue La Noche (2016), una pieza polémica, donde el actor se entregaba a una errancia nocturna y arriesgada por los tugurios más sórdidos del barrio del Once profundo en busca de sexo, merca y más sexo. Aquel largo sorprendió mucho por la franqueza con la que Castro se exponía en carne propia, haciendo de su cuerpo un depósito de descarga y recarga infinita de fluidos y sustancias; y en especial, por la manera en que introducía al cine nacional ese costado oculto de la gran ciudad donde las personas solas, quebradas y lesionadas espirituales, vagan y se encuentran convirtiendo a la noche en un estado mental. Familia entonces se nos presenta como un fuerte contraste con su ópera prima. Más reposada, alejada del salvajismo urbano, pero que responde -como un virus que el protagonista no puede evitar- a la misma idea de soledad. No es muy difícil pensar que ese hombre canoso, con rostro de trasnochado o desempleado o de alguien al que la vida no le ha resultado una experiencia placentera; que atraviesa medio país para visitar a su familia es el mismo que, duro y borracho, se dejaba mear la cabeza en el baño de un albergue transitorio. Sin embargo, en esta nueva entrega lo autobiográfico se impone con más fuerza y el límite entre ficción y documental, que desde el uso de la cámara en mano y la ausencia de banda sonora ya estaba puesto en jaque, queda difuminado al incluir como elenco a sus propios padres y hermanos. Se podría decir que lo que viene a traer este trabajo de Castro es cierta universalidad a la hora de centrarse en la familia. El hijo que llega no trae ningún mensaje, ninguna noticia, no hay ninguna cuestión detrás de la visita más que el cumplir con el rol que le toca. Si lo que había en La Noche era una saturación de los vínculos, donde las prácticas sexuales se volvían cada vez más violentas, acá el vaciamiento afectivo acontece por repetición. La institución familiar se asume como una costumbre más, un estado rígido y criogenizado, y no hay nada que se pueda hacer para cambiarlo. A su vez, si bien todo ocurre en los espacios comunes: cocina, comedor y living, la charla es nula. Más que alguna cordialidad y comentario al pasar, es como si el tiempo mismo hubiese erosionado cualquier lazo pero sin haberlo cortado por completo y eso es algo interesante que propone la película. La falta de trasfondo, de secretos o de conflictos que aunque sea sirvan para encender la chispa de una discusión, los convierte en un puñado de desconocidos que lo único que comparten es la sangre. La familia que presenta Castro no es disfuncional ni tampoco conflictiva, sino más bien una común y corriente. La suya en algún sentido refleja la de todos. Acá tenemos una madre que abusa de los fármacos y no suelta el celular, un padre entrado en años que se está quedando un poco sordo, la hermana adulta que todavía no dejó el hogar y dos hermanos que aparecerán para la cena navideña y se irán. Frente a esa mesa, donde el padre sentado en la cabecera es una pieza ausente que no oye ni habla y cuya degradación despierta risas cómplices entre madre e hijo, se ubica el último miembro y no menos importante: el televisor. A lo largo de la película, el aparato se vuelve un personaje más que se traga toda la atención y que de tanto en tanto sopla algún tema banal para estimular algo cercano a una conversación. El cierre lo da la cena de vísperas de Navidad al que se suman a la mesa los dos hermanos restantes con sus hijos. Comen, brindan, miran los fuegos artificiales con una sonrisa en una imagen robada a una publicidad de Coca Cola y vuelven a entrar. Mientras todos duermen, el protagonista sale a fumar a la vereda, tira humo y desaparece de cuadro como una silueta sacada de un film noir, llevándose consigo su misterio, su soledad e intuyo, una ligera satisfacción por haber cumplido otro año más con la misión. Por Felix De Cunto @felix_decunto
El elenco de Familia está formado por la familia completa de Edgardo Castro: padre, madre, hermanos, hermana y sobrinos. La época elegida en el relato-retrato es la víspera de la Navidad, fecha obligada de reunión y vindicación mítica anual de todo un orden del que la familia es una pieza esencial. El film se ciñe a la espera y a la llegada de la Navidad. No hay conflictos dramáticos intercalados en la espera, tampoco revelaciones vergonzosas que mancillen el encuentro anual de los portadores de un linaje genético común. Nada pasa, en verdad: ni antes, ni durante ni después de llegada la medianoche; el film acopia preparativos insignificantes, descansos intermitentes y la experiencia dilatada de la espera de un evento en el que se brinda sin ningún indicio trascendental. Esto es Familia, con un prólogo de casi 20 minutos que añade una cualidad perceptiva, la cual solamente puede apreciarse en el final.
Esta reseña de 'Familia' debería haberse publicado a principios de marzo, cuando el largometraje de Edgardo Castro se estrenó en la Sala Leopoldo Lugones - TGSM y en el MALBA. Espectadores la publica ahora porque el contexto de cuarentena resignifica este docudrama nacional, producido bastante antes de que el coronavirus irrumpiera en Argentina. Tal vez Castro o El Pampero cine liberen 'Familia' en los próximos días. En ese caso este blog la recomienda con reparos, no porque le falten virtudes, sino porque podría exacerbar los sentimientos negativos de los adultos que 'cuarentenean' con miembros de su parentella.
El corte de pelo antes de salir a la ruta. El cigarrillo encendido en el santuario del Gauchito Gil a modo de ofrenda. La noche en el hotel. La ruta otra vez. Todo ocurre a lo largo de veinte minutos, en una especie de ritual que parece repetirse todos los años y donde el silencio apenas se interrumpe por algún intercambio con los empleados que Edgardo Castro -en su versión de actor/director- cruza a lo largo del viaje. La llegada a la casa de los padres abandona ese silencio absoluto para dar con otro de escasas palabras pero donde todo logra comprenderse o, al menos, aceptarse.
TODO FORZADO Y MONÓTONO Toda la provocación e interés que logró Edgardo Castro con La noche se vuelve rutinaria, monótona e irrelevante en su última película, Familia, donde nuevamente se calza el traje de director, guionista y protagonista. No hay aquí una polémica productiva ni tampoco un genuino atractivo en el nuevo andamiaje narrativo y estético que plantea. En un híbrido entre falso documental y video casero familiar, Castro se toma todo el tiempo del mundo en mostrarnos un viaje, su viaje, hacia Comodoro Rivadavia, cita obligada en casa de sus padres para pasar las fiestas navideñas. Los primeros veinte minutos, aún sin ningún diálogo presente, parecieran ser un prólogo seductor que antecede a un relato potente. Lamentablemente, muere en la mera intención, ya que todo lo que sigue nunca sale del estancamiento y bordea el bostezo. Lo que se va desplegando es una muestra de la intimidad de la familia Castro, que no es más que un padre sordo; una madre fanática de las novelas; una hermana que parece más la mujer que ayuda en la familia y no una integrante del clan; y el resto de los hermanos y sobrinos, que llegarán sólo para la secuencia final de la cena navideña propiamente dicha. Ese vistazo nunca transmite intensidad y energía, sino una particular sensación de pereza en la realización y la acumulación de ideas. Entre planos eternos que no aportan nada, diálogos forzados en busca de una comedia absurda, personajes con los que es imposible empatizar y una narrativa cinematográfica muy alejada de lo que se pretende, el relato de Familia se hace eterno y absolutamente olvidable.