Las cárceles interiores El opus del canadiense Maxime Giroux toma como punto de partida el derrotero -en apariencia distinto- de dos personajes extremos: Félix, hace pocos días ha perdido a su padre sin poder despedirse, pues ya no lo reconocía, producto de su avanzada enfermedad, mientras que Meira vive en el claustro hogareño con su hija pequeña, al haberse casado con un judío de la rama ortodoxa jasídica, quien prácticamente le niega todo tipo de deseo y su entusiasmo por querer despegarse de ciertos postulados religiosos estrictos, como por ejemplo prohibirle escuchar música. Ambos parecen representar, con sus diferentes orígenes, la idea de no encajar en el mundo que les tocó en suerte: Félix por pertenecer a una familia donde nunca se sintió cómodo y de la que debe elaborar un duelo tras la reciente desaparición de su padre y Meira por estar atada a los mandatos maritales y a la asfixia cotidiana de convivir con un esposo muy poco sensible a sus necesidades. Sin embargo, en los paseos que Meira puede arrebatarle a la rutina anquilosante, junto a su pequeña, encuentra por azar a Félix y a partir de aquel choque de mundos distintos, el resultado de la colisión abre las chances de una segunda oportunidad; de encarar el proyecto de independencia aunque eso implique rebelarse de absolutamente todo aquello que la conecta con la comunidad. Pero Félix también ve en Meira una alternativa a su presente, el cual parece no tener dirección hasta que aparece ella y se detiene a observar sus dibujos, aspecto que la hace recuperar el deseo de volver a dibujar como parte de su ocio e intimidad antes de convertirse en madre. El realizador canadiense no apela al melodrama seco, sino que dosifica el tono de la historia y se despoja de manera inteligente de los lugares comunes de todo relato opresivo. No estigmatiza a las víctimas ni demoniza a los victimarios, sino que escarba en la tensión que supone el deseo por encima del deber ser, ya sea en el seno de una comunidad religiosa como la que retrata el film o la estructura social de una familia tradicionalista donde los roles de los hijos y los padres están definidos a fuego. La historia de amor que surge de los encuentros clandestinos, como símbolo de una expresión de libertad, gana fuerza cada vez que aparece el obstáculo y el prejuicio como contrapeso a esa anhelada necesidad de cambiar de vida. Son destacables, por un lado, las actuaciones de la israelí Hadas Yaron y del candiense Martin Dubreuil, ambos se acomodan al relato y a sus particulares personajes con ductilidad y sin grandilocuencia melodramática de por medio. La gestualidad de Hadas es el fuerte de su actuación y su economía del recurso una verdadera cualidad, que destaca en escenas donde el dolor se trasmite a través de los ojos y del cuerpo. Félix y Meira -2014- no es solamente una historia de amor en un ámbito multiculturalista, es un relato de superación y apuesta al deseo como motor capaz de modificar la realidad cuando se tiene presente que la búsqueda de la felicidad también forma parte de la vida.
Amores platónicos. En Félix & Meira el director canadiense Maxime Giroux explora la multiculturalidad de Canadá y más específicamente de su ciudad natal, Montreal, a partir de la relación entre una pareja de mundos distintos. Pasando gentilmente del inglés al francés y viceversa, los personajes construyen en una época incierta pero reciente (tal vez principios de la década del ochenta) una relación de amor platónico que saca a ambos de la rutina y los pone ante unos sentimientos que sacuden sus vidas. Meira (Hadas Yaron) es una joven y bella madre y esposa judía que vive bajo las tradiciones de la comunidad hebrea ortodoxa sin relacionarse con el mundo por afuera de la misma, pero cuando su esposo se va a trabajar, escucha música soul y da rienda suelta a su melancolía. La mujer se siente atrapada y afligida por el tipo de vida que lleva. Su marido, Shulem (Luzer Twersky), es un judío ortodoxo que ve cómo su esposa se aleja cada vez más de él a nivel sentimental y sufre por su pertenencia a tradiciones demasiado rígidas que él ama y a ella la afligen. En un negocio kosher, Félix (Martin Dubreuil), un hombre solitario y taciturno que vive con las puertas siempre abiertas y que acaba de heredar junto a su hermana una gran mansión en la que habitaba su padre recientemente fallecido, se encuentra con Meira y su bebé y queda conmovido por la belleza de la joven. Tras breves encuentros fortuitos, se descubren en una extraña relación platónica con la que ella busca salir de la sumisión de sus valores culturales y él escapar de su estado mustio y decaído. Juntos emprenden un viaje a Nueva York y comienzan a conocerse cada vez más a fondo, pero las distancias son demasiado grandes y sus mundos demasiado distintos. El film busca en la languidez de los personajes entablar un diálogo con las tradiciones heredades y su disolución en un mundo cada vez más globalizado. Con muy buenas actuaciones de todo el elenco, especialmente de Hadas Yaron, y un buen guión a cargo del propio Giroux en conjunto con Alexandre Laferrière, Félix & Meira es una obra que emprende una aproximación al choque de dos universos que se deshacen tiernamente en la colisión. La fotografía de Sara Mishara le da a la película un tono inveterado que nos lleva a una era de colecciones de discos al calor de hogares abiertos a la soledad de la desconexión mediática. Con sutileza y calidez, el opus de Giroux intenta ver al amor con los ojos de otra época y como parte de una apertura de visiones del mundo, con un ritmo pausado que funciona como un alivio ante la evanescencia de la cultura rauda que no permite detenerse para apreciar el instante. Giroux nos deja así una bella historia que nos coloca en un oasis en medio de tanta futilidad estética, pero no mucho más en términos artísticos y argumentales.
Escape de amor Félix y Meira (2014) cuenta la historia de dos personajes muy distintos que confunden la curiosidad y la fascinación con el amor. Vienen de mundos extraños: Félix (Martin Dubreuil) es un irreligioso solterón franco-canadiense, Meira (Hadas Yaron) es una judía jasídica casada con Shulem (Luzem Twersky) y madre de una bebé. De una u otra forma, ambos se sienten prisioneros de sus vidas, y cuando se da la oportunidad, intentan escapar juntos. El padre de Félix acaba de morir. El hombre, desconsolado, se pasea por Montreal. En la calle detiene a una mujer, Meira, buscando consuelo religioso. Ella huye de regreso a una casa donde sufre el agobio cotidiano de la vida jasídica. Todas las noches hay toque de queda. No disfruta de la compañía de sus amigas designadas, ni de las labores domésticas. Su marido le prohíbe dibujar y escuchar música (“¡Avergüenzas a nuestra hija!”). Sus inquietudes son desestimadas como histeria. “¿Has hablado con el rabino?”, le preguntan. ¿Dónde están los hermanos Coen cuando los necesitas? No mucho tiempo después, Meira se topa con Félix de nuevo. En un acto de desesperación, le sigue y le pide si puede escuchar música en su casa, por favor. Félix se abre completamente para ella, y ella comienza lentamente a abrirse a él. Al principio no puede ni mirarle a los ojos, aunque descubrimos que incluso le cuesta mirarse los suyos en un espejo. “¿Cómo es estar solo?”, le pregunta. Así comienza una amistad escapista que cura la estima de Meira, cuyos impulsos artísticos reinciden. Ante su desafiante apertura espiritual, su marido monta en cólera. La exilia a Nueva York, lo cual es como querer castigar a un niño que se comido una galleta mandándolo a la fábrica de Willy Wonka. Lo único que logra es proveer un nuevo y más atractivo escenario para que Félix y Meira continúen su cortejo y lo lleven a nuevos niveles de intimidad. El director Maxime Giroux y su co-guionista Alexandre Laferrière hacen una gran labor al ilustrar dos mundos tan contrastantes como los de sus protagonistas, y encontrar un punto medio color gris en el cual pararse y hacer de observadores. Dubreuil está muy bien como un tipo que logra ser discretamente carismático a pesar de la pesadumbre en su corazón; Yaron hermosa y excelente como la extraña en tierra extraña; y a pesar de su carácter antagónico, Twersky infunde a su personaje con una humanidad insospechada. En ciertos aspectos, Félix y Meira camina en paralelo junto a la vasca Loreak (2014). Ambas cintas problematizan la naturaleza del amor y las emociones confundidas o malinterpretadas. Ambas son altamente recomendables.
Una película tan ortodoxa como sus personajes Como sucede con los partidos del fútbol argentino, este film de origen canadiense se presenta dividido en dos partes que, en términos de juego –de espíritu y de puesta en escena, para el caso–, tienen poco y nada que ver entre sí. La primera mitad es una variante “para adultos” del típico “chico conoce chica”. Siendo el chico un cuarentón poco menos que descastado por su padre y la chica una mujer jasídica, harta de su rol y de su mundo, todo se encamina al tropo no menos típico de la segunda oportunidad, que permitirá a ambos dar nuevo sentido a sus vidas. Sin embargo y como si se tratara de una bienvenida enfermedad, hacia la mitad a la película “le sobreviene” un abrupto cambio de punto de vista, abriéndose una grieta que el rumbo prefijado no había permitido aflorar hasta entonces y que la vuelve mucho más interesante.Ya en la primera escena queda claro que Meira (a quien los suyos llaman Marka) está hasta la peluca de rituales, tabúes y ortodoxias (una de cuyas imposiciones consiste, justamente, en el uso de peluca por parte de las mujeres). Sentado su marido Shulem a una cabecera de la mesa, ella en la de enfrente y parientes y amigos a ambos lados, Meira no sigue los rezos que los demás elevan en hebreo. “Estoy harta de esta luz”, se dice en voz alta cuando la bombilla del comedor se apaga automáticamente, a la hora que el shabbat prescribe. El espectador puede preguntarse a qué viene que Meira prepare con tanto esmero tantas trampas para ratones, hasta que cuando uno de esos roedores queda atrapado se comprende que son metafóricas: el ratoncito es ella y el que vela que la trampa funcione, Shulem. Si de velar se trata, eso es lo que Félix hace con su padre, que si no lo reconoce en su lecho de enfermo es un poco por chochera y otro poco en sentido metafórico también.Como tanto cine contemporáneo, esa primera parte funciona como un Rasti. Se diseña una pieza llamada Meira, que ansía una vida más heterodoxa, y otra llamada Félix, que necesita algo que dé alguna orientación a su vida, y se hace encajar a una con otra. Aunque haya que hacer fuerza para ello, proporcionando a ambos una osadía que no parece muy coherente con el espíritu de sus personajes. Que la película ingresa en una fase de mutación se percibe en una escena en la que Shulem va a casa de Félix, a pedirle que no se lleve a su esposa. La escena va en contra de la lógica que regía hasta entonces. De la lógica dramática, haciendo del guardián fundamentalista un personaje inesperadamente vulnerable, y de la lógica de puesta en escena: si hasta ese momento ésta había sido meramente funcional, toda esa escena está narrada en un meditativo plano fijo, que pone en inesperado pie de igualdad (visual) a Félix y Shulem.De allí en más la película entera mantiene su carácter meditativo, mediante una estética de largos planos fijos, poniendo además en duda la posibilidad de concretar sus sueños por parte del héroe y la heroína. “¿Qué vamos a hacer?”, (se) pregunta Meira con su niña de un año en brazos (a la que de hecho secuestró), y Félix no sabe qué responder. En ese momento consuman su viraje, de parejita romántica ad hoc a pareja en fuga. De esas a las que el cine negro de los años ’30 y ’40 convertía en víctimas de la fatalidad.
Las distancias entre Meira y Felix Félix y Meira viven en el mismo barrio en Canadá, pero en dos universos totalmente distintos: el es un soltero, proviene de una familia adinerada cuyo padre está muy enfermo, ella una judía religiosa con una hija bebé. Pero, sorpresiva y a la vez obviamente, se conocerán y encontrarán en qué pueden acompañarse. La película tratará entonces sobre esta atípica pero entrañable relación. Es curioso que el título de la película ponga primero a su protagonista masculino, ya que con el desarrollo del film parecería ser que es Meira la verdadera protagonista. Sin embargo, es destacable cómo se logra construir la distancia entre los personajes (la verdadera temática del film, trabajada desde las distintas áreas) y cómo esa distancia evoluciona. Lo más disfrutable de la película está en la forma de comunicarnos el estado de sus personajes mediante pequeñas acciones y gestos sutiles; no es exactamente una historia de grandes intrigas, pero sí es una historia donde es vital conectar emocionalmente con los personajes, y ese clima intimista está logrado. Es cuestionable pero a la vez interesante el momento en el que deciden concluir la historia: allí podrían comenzar muchas otras historias, muchos otros conflictos, pero tan cierre muestra que esa no es la preocupación del film. Esta simple pero linda historia está acompañada de momentos fotográficamente hermosos, que saben aprovechar una buena elección de locaciones (la luz de Times Square casi nunca falla). Quien guste de este tipo de films no se llevará una sorpresa, pero pasará un muy buen momento junto a Meira y Felix. Por Laura García Lombardi
Marginales en sus propios universos Una sufrida madre y esposa se resiste a seguir ahogada por las costumbres de su comunidad. En paralelo, un hombre acaba de perder a su padre y se encuentra, desde siempre, sin rumbo. Hace menos de un año llegaba a la cartelera cinematográfica argentina la película israelí La esposa prometida, de Rama Burshtein, suerte de oportunidad iniciática para la mayoría de los espectadores de asomarse a la cotidianidad de los judíos ortodoxos, con una chica obligada a aceptar un casamiento arreglado –nada menos que con el ex esposo de su hermana fallecida-, en un enrarecido escenario donde la tradición y los intereses cruzados se exponían para tratar de entender a una comunidad. Quien daba vida a la heroína del film de Burshtein era Hadas Yaron, una extraordinaria actriz que también es la protagonista de Felix y Meira, aquí como una sufrida esposa y madre ahogada por las costumbres de jasidismo, que no se resigna a permanecer dentro de las fronteras de la tradición religiosa –por caso, aún con la advertencia de su marido, se empeña en escuchar música en su casa–, que le depara un futuro de muchos hijos y obediencia a la tradición. En paralelo, Felix (Martin Dubreuil) acaba de perder a su padre con el que tenía una relación difícil y se encuentra perdido desde siempre, sin rumbo. Ambos personajes son marginales dentro de sus pequeños universos y aunque los separan diferencias aparentemente insalvables, luego de un encuentro fortuito la resistencia de ella va claudicando y surge entre ambos una historia de amor. El director canadiense Maxime Giroux se propuso retratar a una colectividad que vive en Nueva York pero podría ser de cualquier parte, dadas las características de esa comunidad ultra ortodoxa en choque con el afuera -en este caso representado por Felix-. Pero si bien el relato va sumando datos hacia el interior de la vida de Meira, con sus deseos de libertad frente a la religión que define cada paso de los fieles, la puesta no estigmatiza ni condena ese entorno y en todo caso se define por la valentía de los protagonistas que hacia sí mismos y frente a la sociedades a las que dan cuenta, apuestan por la relación abandonando la comodidad de lo que se supone que debería ser un camino más o menos previsible. El andamiaje afectivo de la incipiente pareja, el marido traicionado que lucha para retener a su mujer y un hombre sin propósitos que encuentra en el amor un camino posible, todo está está contado con una austera sensibilidad, aunque en busca de una especie de agrio happy end, pierde el rumbo. Sin embargo, este final chapucero no desmerece el resto del film, que desde la honestidad, intenta contar una historia diferente.
Un hombre solo, con un padre millonario a punto de morir que siempre lo despreció, atrapado en la indefinición. Una mujer dentro de la comunidad judía súper tradicional que se ahoga en ese mundo lleno de reglas y sometimiento. Entre los dos seres desolados nacerá una impredecible historia de amor, delicada, profunda y muy bien actuada.
¿Puede el amor romper un paradigma en el que se está inmerso por elección ajena? ¿Es amor lo que se siente ante el sexo opuesto cuando nunca se sintió nada por prohibición? ¿Hasta qué punto se puede seguir con una ideología religiosa cuando no se está convencido realmente sobre la misma? ¿Cuánto tiempo se puede dudar sobre ser feliz y amar cuando con sólo tomar una decisión se lo puede ser en instantes? Algunas respuestas a estos interrogantes son las que intenta brindar el realizador Maxime Giroux en “Felix y Meira” (Canadá, 2014), un filme que profundiza sobre los vínculos sociales, religiosos y humanos de los protagonistas con sus entornos y la irrefrenable fuerza de la pasión entre seres de mundos completamente diferentes. En “Felix y Meira” hay dos protagonistas excluyentes; por un lado estará Felix (Martin Dubreil), quien se encuentra abrumado luego del fallecimiento de su anciano padre, con quien hacía 10 años que no tenía contacto, y debe decidir cómo continuar con su vida mientras se deciden algunos temas relacionados a la sucesión y venta de los inmuebles de éste. Por otro lado estará Meira (Hada Yaron), una joven mujer judía ortodoxa, quien está sometida a un matrimonio por obligación en el que no encuentra ya razón de ser y estar inmersa en el, pero por cuestiones de religión no puede cambiar su estado. Pero estos dos no son los únicos personajes principales. El tercer protagonista es el judaísmo ortodoxo, lleno de leyes y obligaciones a los que Meira debe someterse diariamente sin su consentimiento. Entre los tres, el escenario para la historia se arma y así, un día por casualidad, mientras Meira realiza sus compras diarias, se topa con Felix, un ser completamente diferente a los que está acostumbrada a relacionarse y distinto a su mundo, ese lleno de obligaciones y quehaceres, se desmorona. Meira vuelve a su casa, atónita por el encuentro, y no sabe qué hacer. Su marido la juzga, sus parientes también y Giroux aprovecha la oportunidad para continuar retratando la realidad de la joven como un mundo oscuro, opresivo, que le imposibilita ser ella misma hasta que hace que en otro encuentro en la calle despierte desde la inocencia y la curiosidad una tormenta sobre Meira y su marido. “Felix y Meira” reflexiona sobre aquellas personas que se ven inmersas en una realidad que los supera y sobre la que no pueden, por cuestiones religiosas, políticas y sociales, tomar una decisión que cambie su realidad. Giroux narra digresivamente el lento proceso a través del cual Felix y Meira se van conociendo y acercando, sin juzgar las decisiones que, principalmente Meira, va a ir tomando a lo largo del largometraje. Algunas imágenes poéticas, que potencian el arte como posibilidad de expresar la pasión, van además a reforzar la idea principal del filme, en el que, con dos claras divisiones, conforma el arco narrativo. Una primera etapa antropológica de mostrar costumbres religiosas, y una segunda mucho más “pasional”, en la que los opuestos comienzan a alinearse, van conformando el contexto ideal para que esta historia de amor sorpresivo, de eliminar obstáculos y principalmente, de evitar la postergación para concretar sueños, inspire profundamente sobre el amor y sus derivaciones.
"Felix y Meira" es una experiencia cultural más que una simple película. Meira es un personaje un tanto más complejo que Félix. Ambos viven en Montréal, esa ciudad canadiense, con tanta nieve en invierno, que hasta los autos tienen un calefactor propio en el garage para poder seguir funcionando. Meira es la esposa de un rabino ortodoxo, apegado a las tradiciones y por tanto, atándola a los ritos y condiciones que impone la religión. Tienen una pequeña hija. Deberían ser padres de muchos más hijos, por la bendición que esto conlleva pero Meira no lo desea, se encierra en el baño, tiene escondidas pastillas anticonceptivas, algo que no le está permitido y encima, escucha música soul al lado de la cuna de su pequeña. Félix es un personaje solitario, podríamos decir un "tiro al aire", sin rumbo fijo, desperdiciando la libertad que le es coartada a Meira. Un día se cruzan, los dos coinciden en sus dibujos y en que Félix al que se le acaba de morir un papá del que nunca fue cercano, le pide a Meira que le explique esta pérdida desde la fe. Poco a poco, la joven va cediendo a la tentación del mundo que le propone Félix y él va sentando cabeza. Los dos saben que en esta decisión de encuentro de sus diferentes mundos y su único deseo, no hay vuelta atrás y eso es lo que nos contará la historia dirigida por Maxime Giroux. Ésta, su última realización obtuvo el premio a la Mejor Película Canadiense del año 2014 en el Festival de Toronto. Realmente es una historia de amor contada de una manera diferente y pido presten atención al idioma que utilizan los personajes en situaciones de romance o de distancia. En Montréal se utiliza el francés, en provincias contiguas se habla inglés, también por la proximidad con los EE.UU. y Meira con Shulem, su marido, en situaciones cotidianas, no las discusiones, se manejan en dialecto. Los conflictos siempre se desatan en inglés, algo interesante, ¿no? No les cuento más, la recomiendo como uno de esos bocadillos que de vez en cuando nos sorprende en la pantalla y si son afectos al cine no tan tradicional.
“Felix y Meira”: moroso y con partes antojadizas Probablemente el espectador habitual recuerde la dulce carita de Hadas Yaron en "La esposa prometida". Y nada más que la dulce carita, porque se trataba de una película israelí filmada en plena comunidad judía ortodoxa de Tel Aviv, relatando el proceso de aceptación que debe hacer una chica cuya madre ya le ha designado marido. Así son las costumbres entre esa gente. La película desarrolla eso y algunas otras cosas, todas debidamente aprobadas con el sello del "nihil obstat" del rabino. Pues bien, ahora el espectador puede ver algo más que la dulce carita de Hadas Yaron. Pero no se haga demasiadas ilusiones. Acá también interpreta a una joven de la comunidad judía ortodoxa. No de Tel Aviv, sino de Montreal. Claro, existen diferencias: en la calle se acumulan metros de nieve, ella está casada, tiene una nena, y desde la primera escena se la ve decididamente harta de la vida que lleva. Incluso aprovecha cuando el marido no está para cometer pecados terribles, como escuchar música. Y a la media hora se toma el atrevimiento de hablar con un extraño en la calle. Se convertirá en adúltera. Para colmo con un "goi". Francamente, el tipo no es gran cosa. Un flaco solterón, medio vago, que está haciendo medio duelo por la muerte de su padre. Pero le da pie para que ella pruebe sentirse soltera por un rato. "Me gustaría saber cómo es ser como los demás", dice luego. Y sigue practicando. Se anima a mirar al otro fugazmente a la cara, con expresión adolescente. Y se anima a más cosas. La que no se anima mucho es la película, despaciosa, con un estilo de ritmo parejo, escenas saltadas y frio invernal. Por ahí algunas situaciones parecen antojadizas, y no se sabe si esa gente es así o el montajista hizo de las suyas. Hasta hay un video insertado, que no se sabe cómo aparece pero igual se agradece: un fragmento donde vemos a Rosetta Tharpe en un teatro de Manchester, allá por 1964, cantando "Didn't It Rain" ante un público que bate palmas con todo fervor. También se aprecian algunas tomas de Montreal, Nueva York y Venecia, y los centímetros que esta vez alcanza a mostrarnos la protagonista. No son muchos, pero le dan al espectador la expectativa para seguir participando. Autor, Maxime Giroux, sobre guión a cuatro manos con su habitual colaborador Alexandre Laferriere. Coprotagonista, Martin Dubreuil, de mucha actividad en el cine canadiense
Almas juguetonas Es una historia de amor sutil, que conmueve sin apelar a golpes bajos ni sentimentalismos. Con la cantidad de romances que el cine ha contado a través de los años, es milagroso que todavía haya historias de amor capaces de conmovernos y sorprendernos. Félix y Meira lo consigue manteniéndose lejos del melodrama, sin apelar a sentimentalismos, golpes bajos o heroísmos inverosímiles, recursos a los que el argumento podría haber llevado fácilmente. Meira (Hadas Yaron, vista en un papel parecido en La esposa prometida), una joven madre y esposa, ya no se siente cómoda viviendo según los estrictos preceptos religiosos de la comunidad judía ortodoxa de Montreal, y no sabe muy bien cómo salir de ese universo, el único que conoce. Está en ese trance cuando encuentra a Félix (Martin Dubreuil), un gentil en pleno duelo por la muerte de un padre con el que nunca tuvo afinidad. Son dos inadaptados a dos mundos patriarcales, dos solitarios que rompen los moldes del deber ser. Es una lástima que llegue tan poco cine canadiense (y específicamente de la región de Quebec) a la Argentina: a nombres ilustres como los de Denys Arcand (Las invasiones bárbaras) o Xavier Dolan (Mommy) ahora hay que agregar el de Maxime Giroux. En este, su tercer largometraje, muestra una envidiable economía narrativa: no requiere de diálogos explicativos ni situaciones extremas para contar el desarrollo de este amor, y aun así no cae en el sopor de cierto cine contemplativo. Todo se desenvuelve con sutileza, ternura y humor. La clave de la película es que tiene un alma juguetona. En ese sentido, la música juega un papel fundamental: no podía faltar Leonard Cohen, pero también hay hallazgos, como Cosi Veloce, de Jonathan Richman, la soulera kitsch Wendy Rene, y un increíble video de Rosetta Tharpe, pionera del gospel, que redondean el espíritu dulce y tristón de Félix y Meira.
Mundos distintos Félix y Meira vienen de dos mundos completamente distintos. Él es un solterón que promedia los cuarenta años, único hijo varón de una rica familia franco-canadiense que durante años mantuvo una enemistad con su padre, quien acaba de morir luego de una larga enfermedad. Meira es una joven judía jasídica, (in)felizmente casada y con una hija de apenas un año, y quien por curiosidad de ver lo que se esconde más allá de lo que su religión le permite, se terminará cruzando en el camino de Félix. Con la dirección de Maxime Giroux y un guión que él mismo escribió junto a Alexandre Laferrière, Félix y Meira resulta un cuidadoso estudio de personajes. Se desarrolla lentamente con ambos intentando buscarle un nuevo significado a sus vidas y encontrando en el otro la respuesta a sus necesidades, muy a pesar de las diferencias culturales que tarde o temprano entrarán en juego. Pero aquí Giroux se aleja de todo convencionalismo que supo inculcarnos el cine romántico hollywoodense. No hay momentos idílicos donde la volumen de la música va en aumento, al igual que el sentimiento entre los protagonistas. Los personajes no son perfectos y mucho menos lo son las situaciones. El camino a la felicidad es tortuoso y, peor aun, incierto. La necesidad de alejarse de sus vidas actuales es tan fuerte que Félix y Meira comienzan una relación que parece destinada a nunca prosperar, pero avanzan igualmente. Porque la necesidad de reinventarse es más fuerte, y no hay tiempo para detenerse a cuestionarlo. Los papeles principales recaen sobre Martin Dubreuil y Hadas Yaron, esta última quien viene de cosechar una buena cantidad de elogios y premios por su papel de Meira, y todos ellos muy bien entregados. La joven actriz de 25 años y origen israelí es el gran hallazgo que tiene el film. Ya que trae a la vida un personaje sumamente complejo, con dudas y contradicciones, y que a pesar de diferencias culturales que pueda haber con los espectadores, logra trascender estas barreras y conectarse a través de los sentimiento más básicos. Conclusión Félix y Meira es un film sobre dos almas en pena que no encuentran su lugar en el mundo, pero que creen encontrar uno en el otro una vía de escape. Lejos del sentimentalismo, la cinta que se apoya en la platónica relación entre ellos, para terminar meditando a través de un cuidadoso estudio de personajes sobre las diferencias culturales de los protagonistas y los sentimientos que los movilizan. Excelente labor de Hadas Yaron.
Escapar en el otro Meira (Hemadas Yaron) es esposa y madre de una pequeña bebe dentro de la hermética comunidad judia jasídica de Montreal, donde cada día le resulta más difícil tolerar el riguroso y tradicional estilo de vida que le han impuesto, donde no se le permite hacer lo que más le gusta: dibujar y escuchar música. Felix (Martin Dubreuil) es un cuarentón bohemio, que siempre ha sido el hijo rebelde de una familia de clase alta y ha vuelto a Montreal a ver a su padre por última vez, quien en su lecho de muerte ya ni siquiera lo reconoce. Ambos se cruzan de casualidad por la calle, Meira paseando a su beba en el cochecito, Félix paseando sus penas, y lo imposible sucede, luego de una breve charla en la que Meira ni siquiera lo mira a los ojos, ya que su religión se lo prohibe, ambos quedan enganchados, buscando excusas para volver a verse. Iniciar un romance es algo normal para Félix, pero no para Meira, pero el amor entre ambos parece inevitable, y finalmente sucede, con todas las consecuencias que puede traer para ambos, viniendo de mundos tan diferentes. La película narra una historia de amor bastante atípica, sin lugares comunes, reflejando de modo íntimo todas aquellas barreras que nos impone nuestra cultura, nuestras costumbres, y también nosotros mismos. Maxime Giroux construye un filme sereno con una hermosa fotografía, lleno de pequeños detalles que ilustran aquello que las culturas se encargan de separar y que las personas deben aprender a unir. Tanto Yaron como Dubreil le otorgan una enorme sensibilidad a sus personajes, quienes de forma sencilla y sin grandes gestos son capaces de demostrar la enorme pasión que surge entre ellos. También es destacable la interpretación de Luzem Twersky como el estricto y represivo esposo de Meira, quien sorprende cuando finalmente logra demostrar lo que siente por su mujer. Félix y Meira es una hermosa historia de amor, sobre dos personas que no han encajado en la realidad que les toco, y que logran, cuando se enamoran, escapar de ese mundo que los ahoga.
Cuando el amor está a la vuelta de la esquina Un film sobre segundas oportunidades hecho con honestidad brutal. Las cosas no andan del todo bien para Félix y Meira. El (Martin Dubreuil) vagabundea sin saber muy bien qué hacer mientras aprovecha las bondades del caserón heredado de su padre recientemente fallecido, mientras que ella (Hadas Yaron, de La esposa prometida) es víctima no sólo de los mandatos de su marido, un judío ultra ortodoxo al que no ama, sino también de todos y cada uno de los ritos, tradiciones y costumbres impuestos por esa religión. Ambos se cruzarán repetidas veces en el barrio y empezarán a llamarse la atención, desatando una serie de sentimientos recíprocos. El franco-canadiense Maxime Giroux (Demain, Jo pour Jonathan) dedica buena parte de la primera mitad de su opus tres a la presentación de la dupla protagónica, construyendo una especie de comedia romántica de ritmo acompasado, hecha a pura sordina. Silenciosa y sutil, Félix y Meira (película) es, en ese sentido, muy parecida a la relación de Félix y Meira. Ya sobre la segunda mitad, el film pegará una vuelta de campaña desplazando la faceta religiosa y multicultural del centro temático y cambiando su punto de vista (el marido de Meira adquiere un protagonismo impensado) hasta convertirse en un relato sobre segundas oportunidades mucho más oscuro y cáustico, pero que jamás juzga el accionar de los personajes. La aparición de ciertos elementos forzados y el aumento del peso metafórico de la puesta en escena a medida que se aproxima el desenlace nublan el resultado de una película que, sin embargo, apuesta a la honestidad. Con sus personajes y, sobre todo, con los espectadores.
Encontrar un lugar Ya no hace falta fingir estar muerto/a cuando ya se lo está en vida. Este sentimiento es el motor que une a Félix y Meira por buscar juntos un lugar en donde sentirse vivos. Traspasar e imponerse ante las presiones familiares es lo que intentará esta pareja de amantes. La represión propia de una religión ortodoxa puede no molestar a mucha gente que la practica. En el caso de Meira, quien pertenece a una familia judía, ella sufre la crianza paternalista. Aunque su personalidad no es necesariamente la de una persona confrontativa, logra mostrar su grado de rebeldía por un lado escapando y por el otro discutiendo, de forma pacífica, algunas reglas establecidas. La música tiene un gran peso para el film porque, sobre todo para Meira, parece representar momentos de satisfacción y goce. Las escenas en las que esta mujer se atreve a hacer ciertas cosas impensadas o vive sensaciones nunca antes posibles están apoyadas por la música, que le da peso a esos momentos. Tiene un efecto de evasión en los personajes y, a su vez, representa lo prohibido. Son interesantes las transformaciones constantes que realizan los protagonistas en el film, lo que habla muy bien las actuaciones. Vemos en este aspecto, no sólo los estados en los que cada uno de los personajes está, sino algo más profundo que es el sistema de máscaras que convive dentro de una persona. Decimos con esto que no hay personajes que evolucionan o cambian, sino personas que conviven dentro de la persona. Al personaje de Meira lo vemos ir y venir entre la mujer sometida, que baja la mirada y acata, y la mujer que se libera, que mira a su amante a los ojos y se atreve a amarlo. En Félix también se puede observar una oscilación entre el hombre atrevido y sin miedos ni arrepentimientos y el hombre inestable que no sabe qué hace de su vida. En cuanto al esposo de Meira por un lado aparece como una persona paternalista y posesiva, y por el otro un hombre comprensivo y preocupado por los pareceres de su esposa.
Entre el coraje y la locura El canadiense Maxime Giroux, en su tercer largometraje, “Félix y Meira”, se propone una misión “no fácil”, según él mismo admite: entrar en el interior de la comunidad judía jasídica, comunidad cerrada si las hay. Ya lo intentó de algún modo John Turturro, con su film “Casi un gigoló”. La película cuenta la historia de un hombre cuarentón, Félix (Martin Dubreuil), solitario y algo bohemio, quien entra en crisis a partir de la muerte de su padre, un judío acaudalado de Montreal, con quien estaba distanciado desde hacía unos diez años. Félix tiene una hermana, Caroline (Anne-Élisabeth Bossé), que es su albaceas, ya que administra la abultada herencia que el anciano les dejó, mientras que Félix prefiere deambular por el mundo, sin ataduras ni compromisos. En pleno duelo por la muerte del padre, tropieza con una mujer joven y bastante bella, perteneciente a la comunidad jasídica, Meira (Hadas Yaron, que ya hizo un papel parecido en “La esposa prometida”), a quien se la suele ver con su beba por las calles del barrio judío de Montreal, el mismo en el que viven Félix y su hermana. Él es quien procura tener algún contacto con ella, movido quizás por una atracción irresistible, inexplicable, pero que curiosamente encuentra una incipiente respuesta favorable de parte de ella. Resulta que Meira es la esposa de un rabino jasídico, Shulem (Luzer Twersky), pero está agobiada por las costumbres rígidas y estructuradas de esa comunidad. Ella, a escondidas, se toma algunas libertades, que si fueran descubiertas por los otros integrantes del grupo, la pondrían en aprietos. De hecho, pareciera que Meira va tanteando con pequeñas actitudes provocativas hasta dónde puede ir en su intención de experimentar algo distinto, un poco de libertad, otras experiencias. En eso, aparece Félix, con su conducta provocadora, un estilo que ya lo llevó a romper con su propio padre y que con su asedio a Meira no hace más que reforzarse. “Félix y Meira” intenta mostrar el conflicto que sufren dos integrantes de la mencionada comunidad, fuertemente religiosa, que no se sienten a gusto con ese sistema de vida, lleno de reglas y convenciones, y pretenden hacer un camino propio, aunque eso implique desafiar a las autoridades y asumir el rechazo y la exclusión al que serían sometidos si insistieran en su conducta atrevida. La narración es un tanto morosa y se concentra en el proceso, lento y sutil, que va sufriendo Meira, a partir de su relación con Félix. La mujer va aflojando poquito a poco la rigidez de sus modales y se deja seducir por el hombre, que la lleva a conocer otras manifestaciones culturales, todas experiencias prohibidas para la comunidad jasídica, como por ejemplo escuchar y hasta animarse a bailar música latina o gospel o soul, en ámbitos nocturnos, donde ellos mismos desentonan, pero por los cuales sienten una fuerte atracción. La cuestión es que la situación se vuelve insostenible, el matrimonio de Meira con el rabino empieza a hacer agua, sobreviene la ruptura inevitable, y Félix y Meira parecen estar decididos a asumir el riesgo de lo desconocido, impulsados por el fuerte deseo de empezar una nueva vida, aunque no sepan cómo ni dónde. La película de Giroux apela a muchos detalles e indicios sutiles, cargados de valor metafórico, para expresar los conflictos y las contradicciones de un sistema cerrado, que pese a todos sus esfuerzos, no consigue hacer felices a sus integrantes. Sin embargo, como gente educada y muy religiosa, siempre se busca una salida que no sea violenta, aun cuando la exclusión sea una forma tajante de resolver la crisis. “Félix y Meira” deja un regusto agridulce al expectador, porque sus personajes transmiten tristeza, frustración, infelicidad y pocas esperanzas de lograr una verdadera realización personal.
Un tropiezo llamado amor Félix (Martin Dubreuil), un solterón de cuarenta, acaba de perder a su padre, un hombre adinerado con quien no tuvo una buena relación. En otra parte de Montreal, en el barrio judío, Meira (Hadas Yaron) lleva un matrimonio frustrante; mientras su marido pretende una crianza estrictamente religiosa para la hija de ambos, la chica muestra el irrefrenable deseo de largar las ataduras. Una tarde, en el distrito Mile End de la metrópolis canadiense, el destino de ambos se une, con todas las grietas de sus vidas anteriores como imperfecta sutura. Hay una prohibición latente, pero lo curioso es que en esta relación en ciernes lo arbitrario no incomoda tanto como la realidad de lo casi imposible. Uno de los mayores logros de este film, del debutante Maxime Giroux, es que mantiene a la clásica relación amorosa bajo parámetros (por definirlo de alguna manera) de un realismo tragicómico a rajatabla. Si parece improbable que Meira pueda romper con la naturalización de su vida religiosa, fortalecida aún más por la conformación de una nueva familia, no resulta menos fácil la situación para Félix, que, si bien criado en un entorno laico, se encuentra atado a las normas casi igual de seculares de la soltería. La ruptura del matrimonio de Meira le permite viajar sola a Nueva York, donde se encontrará con Félix y vivirán una noche de permisividad, de relajamiento de las costumbres; pero nunca emerge el deseado amor sino, más bien, la necesidad urgente de la contención. Las buenas locaciones en Montreal, Brooklyn y Venecia, retratadas en su natural devenir, sin elocuencia, dan un marco apropiado para este moderno romance agridulce.
Meira o Malka (Hadas Yaron) es una joven madre judía que pertenece a la comunidad ultra ortodoxa, vive en el distrito de Mile End, de Montreal. Insatisfecha en su matrimonio y desganada de su vida se rebela en secreto contra los mandatos: escucha música pop, tiene un talento natural para el dibujo que no ha desarrollado, y toma píldoras anticonceptivas. ¿? Por el otro lado tenemos a Félix (Martin Dubreuil), un hombre solitario, bohemio, judío no practicante, en duelo por la muerte reciente de su padre, de quien no se pudo despedir pues el deterioro de su progenitor para cuando él retornó a la casa paterna era definitivo, lo cual termina por transformarse en culpa. Se cruza por casualidad con la joven madre y queda subyugado por su belleza, ¿Quién no? Félix cree que la religiosidad de Meira lo orientará como para resolver su conflicto interno. Son dos mundos que se chocan, aclarando que en el mundo de la ortodoxia quienes no respetan las leyes son peor vistos que aquellos que no pertenecen a la fe. Luego de un primer rechazo al acercamiento de Félix, ella se acerca y casi se ofrece ayudarlo, reuniones esporádicas, secretas, van construyendo supuestamente un afecto mutuo y un efecto insoslayable en ambos. Él le muestra un mundo diferente, ella queda seducida por la posibilidad de otra vida, sin tantas restricciones. Esta posibilidad de cambio es presentida por el marido. Por el lado de ella, es quien le otorga a Félix la posibilidad de quebrar con su misantropía a ultranza, constituida por sus propias vivencias infantiles. Pero todo esto no son más que deducciones ya que el filme nada de esto presenta o desarrolla, y ese es el gran problema: no hay justificación alguna, no hay un pasado que pueda constituir ninguna acción ni resolución de los personajes, no existe ni tienen motivos, sólo hacen. Si el filme se sostiene es porque los actores hacen creíbles a sus personajes, destacándose la actriz israelí, el gran problema es la construcción del verosímil. Muy similar, pero mal construida, a la historia de amor que se desarrolla en “Testigo en peligro” (1985) de Peter Weir o, si se quiere, leerse como una adaptación demasiado libre de “Romeo y Julieta” de William Shakespeare, pero a la inversa que plantea el gran escritor ingles. Aquí se nota la ausencia de investigación por parte de los responsables, desconocen por completo el mundo religioso, debería haber más rigurosidad, debería haber asesoramiento, no sólo el observar desde afuera, eso promueve a engaños, sólo para que nada mueva al decredito de la historia, que es lo que termina ocurriendo. El relato se establece a finales de los ´70, principios de los ´80, el mundo globalizado por la tecnología estaba recién en ciernes, ni celulares, ni Internet, no habría posibilidades por parte de Malka de saberse querer ser Meira. Mas allá de los valores estéticos que posee, en cuanto a la cuidada dirección de arte, la muy buena fotografía, el vestuario, un correcto montaje y, lo más importante, el romanticismo de los espectadores por sobre todas las otras variables.
Dos seres encerrados en mundos que no les pertenecen y el destino decide cruzarlos. Narra los momentos que comienza a sentir en su interior Meira (Hadas Yaron, “La esposa prometida”), una joven casada y madre de una niña que ya no se siente cómoda viviendo según los estrictos preceptos religiosos de la comunidad judía jasídica en Montreal, no sabe muy bien cómo salir de ese universo, aunque sea lo único que ha conocido, no se la ve feliz, esta fastidiosa y a escondidas dibuja y toma anticonceptivos. Su esposo Shulem (Luzer Twersky, "Romeo y Julieta en yiddish") mientras se prepara para el Shabat, la observa, nota ciertas asperezas y se enoja cuando la encuentra escuchando música soul. Por otro lado esta Félix (Martin Dubreuil, "Les 7 jours du talion"), un ser solitario y soltero. Su padre Théodore (Benoît Girard "Camping sauvage") con quien tuvo algunas diferencias acaba de fallecer y ahora debe arreglar algunas situaciones legales con su hermana Caroline (Anne-Élisabeth Bossé, "Laurence Anyways"). Por casualidad estas dos almas (Félix y Meira) desdichadas se encuentran y se conocen. Comienzan lentamente a relacionarse y no tenían que enamorarse pero sucede. Plantea aquellos momentos en los cuales se deben cumplir lo mandatos religiosos. Las mujeres deben tener todos los hijos que lleguen y las que se divorcian lo pierden todo, ya no son recibidas por la familia o comunidad, los hijos quedan al cuidado de los padres y se quedan sin nada, pero si el hombre quiere alguna excepción puede ocurrir. Es una historia de amor de mundos diferentes (ella ahogada en una comunidad de la cual no quiere ser parte y él, que soporta la muerte de su padre y su vida no tiene rumbo), ambos están perdidos en la vida, son curiosos y tienen inquietudes. Ellos a partir que se conocen tienen una segunda oportunidad y le pueden dar un vuelco a sus vidas. Aunque el director deja un final abierto en esa góndola en Venecia. Contó con un cuidado vestuario, la fotografía Sara Mishara y su realización fue con mucho respeto. Las actuaciones son correctas, varias metáforas, se van creando buenos climas y a veces se marcan planos fijos y largos.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
El director y guionista canadiense Maxime Giroux elige contar una historia de amor de manera muy bella e interesante. La historia protagonizada por dos personas totalmente diferente que se sienten encerrados en su vida y que en la primera posibilidad de salir de su mundo tan cuadrado caen en la tentación y la curiosidad del “¿Cómo será hacer otra cosa?”. La bellísima Hadas Yadon le da vida a una mujer judía ortodoxa (Meira) que está casada con Shulem (Luze Twesky) y tienen una bebe. Por otro lado vemos a Félix (Martin Dubreuil) un hombre de unos cuarenta años que le escapó al peso de la religión por el lado de su familia y luego de la muerte de su padre vuelve a verlo.