Canción para tu muerte Esta película que ganó el año pasado Oscar al mejor film extranjero me resultó muy desconcertante. Disfruté varios pasajes y diversos aspectos de la propuesta, pero a los pocos minutos me encontraba odiando otros. Por momentos, me parecía una tragicomedia bien construída y mejor llevada e instantes más tarde sentía que estaba ante algo profundamente previsible y banal. Lo bueno es que -pasado un tiempo desde que la ví y me senté a escribir este texto- el recuerdo mejora y, entonces, los logros se van amplificando y las carencias empiezan a minimizarse. Creo que, aunque no es el tipo de cine que más me atrae (estamos ante un crowd-pleaser con cierto pintoresquismo, no pocos clisés y una vuelta de tuerca espiritual con un "mensaje" conciliador), Final de partida funciona. Me interesa más el cine de Kore-eda Hirokazu (After Life, la vida después de la muerte) que, digamos, por poner un ejemplo muy burdo, Muerte en un funeral y, quizás por eso, algunos momentos de Final de partida me hicieron cierto ruido en su patetismo, pero también es cierto que el director Yôjirô Takita se arriesga a trabajar el tema de la muerte combinando elementos "solemnes" de la tradición nipona con otros bastante más mundanos y "cómicos". El film tiene como antihéroe a Daigo Kobayashi, un joven violoncelista muy introvertido (reprimido) cuya orquesta (privada) acaba de ser disuelta en Tokio. Obligado a buscar un nuevo trabajo, termina casi sin proponérselo como empleado en una suerte de funeraria de pueblo en la que el patrón practica el viejo arte del Nokanshi, encargándose de preparar los cuerpos de los fallecidos antes del entierro para su partida a la nueva vida. Cuando su mujer se entera de semejante empleo y él se niega a dejarlo, lo abandona. Contaremos sólo hasta aquí. Sí, puede que Final de partida tenga algún que otro exceso sentimental (en especial cuando aborda las consecuencias de una tortuosa relación padre-hijo) y cierto look for-export (con un torpe uso de la música clásica) que tanto gusta a los votantes de la Academia de Hollywood, nos somete a ciertas imágenes simbólicas y alegóricas demasiado subrayadas sobre la creación artística vs. la muerte, pero el film fluye, genera interés por la suerte de sus personajes, tiene unos cuantos toques bien negros y retrata como pocas ciertos comportamientos, tradiciones y contradicciones de la sociedad japonesa. Creo que Final de partida es de esas películas que pueden gustar o disgustar de acuerdo con las distintas sensibilidades del espectador. Es capaz de emocionar a algunos o de irritar a otros. Yo, que por momentos estuve más cerca de los segundos, le tuve una paciencia "oriental" y finalmente terminó conquistándome. A pesar de todo.
Nokanshi para millones Ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera en 2009, este film japonés pone el acento en el nokanshi, ritual fúnebre que consiste en entregar los muertos de la mejor forma posible al otro mundo -maquillándolos, vistiéndolos con su mejor traje- ante la presencia de sus familiares, demostrando el lado espiritual y conmovedor de la ceremonia e, incluso, ubicándola como un refugio ante la vertiginosidad del mundo diario. Daigo Kobayashi (Masahiro Motoki) es un violoncelista que luego de disolverse la orquesta en la que tocaba, busca conectarse con algo que le de sentido espiritual a su vida. Al mudarse a un pueblo rural, encuentra trabajo rápidamente ayudando en la ceremonia de nokanshi a Ikuei Sasaki (Tsutomu Yamazaki). Primero le resulta repulsivo el tema de andar tocando cadáveres e incluso le da vergüenza decirle a su esposa y vecinos. Pero luego encontrará en el ritual, aquella conexión con su interior que tanto buscaba. Daigo descubre que debe tener sensibilidad para realizar su nuevo trabajo. También lo entiende así el director Yojiro Takita, captando la atención del espectador al sumergirlo en la historia lentamente, mediante una estructura narrativa clásica, obteniendo momentos profundamente poéticos. La película comienza con la práctica del nokanshi, el ritual en cuestión. A simple vista una película local (sobre un ritual nipón), ajena a nuestra cultura occidental. Nunca tan errados si pensamos así, el film es completamente universal en tema. Un hombre con un dilema existencial, quiere encontrarle un sentido a su vida que lo haga sentirse espiritualmente vivo, curiosamente será un ritual relacionado con la muerte el que lo acerque. Cuyo dilema es universal a cualquier ser humano. Pero no sólo eso, Final de Partida (Okuribito, 2008) trabaja desde el desconocimiento de la cultura occidental sobre la oriental, sobre sus rituales y costumbres ancestrales (incluso desconocidos para la Japón moderna), para, mediante este procedimiento, generar empatia con el espectador, atrayéndolo hábilmente a sus efectos conmovedores. Por ello es tan importante la linealidad del relato. Primero nos presenta el ritual al cual miramos ajenamente. Luego accedemos a él desde el mas profundo desconocimiento, incluso con rechazo, para después ir comprendiendo (junto al protagonista) el valor esencial de la ceremonia. Para aquel entonces, ya compatibilizamos con el sentimiento que experimenta Daigo, compartiendo su vocación y su anhelo por ser comprendido, del mismo modo que su conexión espiritual. De esta forma, y apoyado en la banda sonora y las efectivas actuaciones de los personajes secundarios, Final de Partida (Okuribito, 2008) transforma una pequeña historia local en un film conmovedor a nivel sensorial. Así como su protagonista, la película no nos da una explicación exacta de que hay de especial en ese ritual. Es magia y sentimiento la vez, eso mismo que el film nos logra trasmitir.
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Los adioses Drama japonés sobre un hombre que maquilla cadáveres. Final de partida fue sorpresa en los últimos Oscar. Les ganó, en el rubro extranjero, a grandes candidatas, como Entre los muros y Vals con Bashir. El premio pudo haber sido objeto de asombro o desacuerdo y, sin embargo, fue coherente. La película, que parte de un planteo poco convencional e incluso revulsivo, termina siendo funcional al gusto de la Academia: con tendencia al drama conmovedor, mitigado por el alivio cómico; personajes entrañables o en vías de redención; altísima emotividad (reforzada por una utilización ampulosa de la música e imágenes estilizadas): lecciones de vida y, en este caso, de muerte. La primera parte promete y no defrauda. Daigo, violonchelista fracasado, desocupado reciente, ve un aviso en el diario: "Se busca empleado para una empresa que ayuda a los demás a viajar". El y su mujer creen que se trata de una empresa de turismo. Pero no: es una que brinda servicios de Nokan, ritual de acicalar cadáveres, de embellecerlos en presencia de los familiares, antes de "la partida". Esa ceremonia del adiós, trabajada desde la curiosidad -acaso algo morbosa, ¿y qué?- y el humor negro es uno de los ejes logrados de la película. En este tramo, el filme funciona como una novedosa tragicomedia y presenta, con sencilla sensibilidad, a los personajes. En una escena, la esposa de Daigo pega un grito de horror: un pulpo que compró para cocinar se mueve dentro de la bolsa de las compras. Piadosa, la pareja lo devuelve, un rato después, al agua. Pero el animal flota, inerte. Distintas puntas temáticas y perfiles de personajes se concentran, impecables, en una sola secuencia breve, fuertemente visual: cine en estado puro. Además de Daigo, otro personaje central es el jefe/maestro de Nokan, Sasaki (Tsutomu Yamazaki, actor de varias películas de Akira Kurosawa). Sasaki comienza pareciendo un profesional fríamente lucrativo, lindante con el cinismo, hasta que se va revelando como una mezcla de artista y altruista que ayuda a resaltar la belleza de lo efímero y la única forma de "inmortalidad": el recuerdo de quienes nos amaron. Final ... aborda, con variada delicadeza, un abanico de temas en torno de la muerte: desde la pregunta acerca de la naturalidad (la dignidad) de trabajar con cadáveres, hasta la pulsión sexual como contracara de la tanática; desde el sentido de esforzarse en un partido perdido de antemano, hasta el dilema de alimentarnos con carne de cualquier tipo (de "cadáveres", resume Sasaki). El problema es cuando la película, en su resolución, intenta conmover con grandilocuencia y se acerca a un sentimentalismo previsible, manipulador. Los conflictos de Daigo -que casi siempre maquilla cadáveres bellos y jóvenes- se van cerrando de un modo redondo y subrayado. En la búsqueda deliberada de belleza extrema, la película pierde poder de empatía: devela mecanismos. Otro japonés, Hirokazu kore-eda, demostró en After Life que -con el mismo tema, y sin rehusar de los sentimientos- se puede alcanzar mayor sutileza.
Cuando la muerte es parte de la vida El film de Yojiro Takita conmueve y hasta hace reír con la historia de un músico devenido funebrero. Violonchelista sin demasiado talento, Daigo queda sin trabajo cuando la orquesta de la que participa se disuelve. Para el joven, la música es una parte fundamental de su existencia y al no poder seguir ejerciendo su profesión se siente abrumado. Junto a su esposa decide abandonar Yamagata, su ciudad natal, para trasladarse a un pueblo costero en el que, presume, hallará alguna labor para sostenerse. No es fácil, sin embargo, encontrar trabajo en esos días hasta que, por el aviso de un diario, se presenta en un local que, según presume, es una agencia de viajes. Pero cuando el dueño del lugar lo invita a su oficina, Daigo no puede contener su sorpresa al hallar sobre las paredes una gran fila de ataúdes. ¿Qué es ese espacio tan tétrico? Es, simplemente, una empresa funeraria que se encarga del lavado ceremonial y la preparación de los cuerpos de los fallecidos, previos a su cremación. Poco dispuesto, Daigo acepta esa tarea y así, de la mano del propietario de la agencia, comenzará a desenvolverse en medio del desconsuelo de los deudos y de los rituales que preceden al adiós final de los fallecidos. El director Yojiro Takita recrea esta temática con honda emoción y una cálida melancolía. Utiliza el cambio de estaciones para hacerse eco de los estados de ánimo de los personajes y explora con sutileza cada uno de los momentos en que Daigo se encuentra cara a cara con las muchas maneras en las que la gente es visitada por la muerte. Por momentos demasiado extensa para el gusto del público occidental, Final de partida , sin embargo, conmueve sin falsos melodramatismos y hasta se permite algún rasgo de humor. Preciosista en su puesta en escena, la historia pretende, y sin duda lo consigue, retratar una reconfortante afirmación de la vida. El elenco, encabezado por el excelente Masahiro Motoki, compone con indudable acierto esos personajes.
La fábula del cellista funerario Esta película japonesa, que llegó a la última entrega de los Oscar sin demasiados antecedentes, terminó arrebatando la estatuilla al Mejor Film en Lengua No Inglesa nada menos que a Entre los muros, de Laurent Cantet, y a la israelí Vals con Bashir. A partir de ese momento la pregunta quedó picando: ¿qué llevó a los académicos a convencerse de que esta fábula del joven e inexperto cellista funerario reunía más méritos que sus soberbias competidoras? Llegó el momento de despejar la incógnita. La visión de Departures (título internacional) lleva a pensar que los votantes del Oscar encontraron en ella lo que más les gusta ver, aquello que sus competidoras se cuidaban de no ser: una película que, a los clichés de la propia cultura, les suma los del cine internacional, tal como Hollywood lo concibe. Prototipo de buen chico, el protagonista, Daigo (a quien Masahiro Motoki dota de exasperante hiperexpresividad) pasa de la herencia del padre (tocar el cello en una orquesta de Tokio) a la de la madre (administrar el bar que aquélla atendía, en la ciudad natal de Yamagata), para terminar poniéndose a las órdenes de un padre simbólico, el viejo Ikue (el veterano Tsutomu Yamazaki, que llegó a actuar bajo las órdenes de Kurosawa), especializado en rituales funerarios. Algo así como una versión para adultos del Karate Kid, Fin de partida narra el aprendizaje de este nuevo y ultracodificado oficio por parte de Daigo, que empieza como aprendiz y termina como maestro. Ya se sabe: las fábulas de aprendizaje suelen gustar al público. Pero también gustan los artistas, y es muy lindo ver a alguien tocar el cello. Es por ello que cada tanto Daigo retoma el instrumento, ejecutándolo en exteriores de tarjeta postal, por más que sería mil veces más cómodo, accesible y funcional hacerlo en el living de casa. La novia (Ryoko Hirosue) desempeña, mientras tanto, su tarea primordial: mirarlo con sonrisa aprobatoria. En su transcurso desmesuradamente extendido (dos horas diez), Fin de partida desbroza meticulosamente todos los clichés habidos y por haber, referidos a la cultura nipona: el peso de la herencia, la relación maestro/discípulo, la sumisión femenina, los rituales de hierro y –faltaba más– los cerezos en flor. A eso suma aquello que (se supone que) el gusto occidental reclama: relato off a cargo del héroe, metáforas obvias, flashbacks de la infancia, subrayados musicales (el músico favorito de Kitano y Miyazaki, Joe Hisaishi, desciende de lo genuinamente naïf a lo chorreante de melosidad), toques de humor y de absurdo para descomprimir el tema mortuorio, muertes y nacimientos cuidadosamente repartidos, una sucesión de epifanías finales y el detalle de las grullas volando, cada vez que alguien pasa a mejor vida. “Yo quería un Oscar y por mis pecados me dieron uno”, haría bien en confesar, parafraseando al capitán Willard, el director, Yojiro Takita, cincuentón iniciado en el ancho campo del pinku eiga, el porno japonés. El culo de Seiko es el título de una de sus películas más exitosas.
Ritos de pasaje El de la muerte y el de la música son dos de los rituales que atraviesan tangencialmente el universo de Final de partida, film extranjero ganador del Oscar el año pasado, dirigido por el japonés Yojiro Takita. Una traducción más o menos fiel del título original Okuribito sería “el que envía”, y en este caso los enviados no son otros que los muertos mediante la ancestral ceremonia del Nokan, la cual consiste en la preparación del cadáver para la cremación y posterior pasaje al más allá. Si bien la impronta de la tradición japonesa por lo general es tratada en el cine con un dejo de solemnidad, la mayor virtud de esta película reside en el desacartonamiento del estilo (se permite momentos de humor negro, por ejemplo) y en su fina sensibilidad para acercarse al tema desde un lugar respetuoso pero que se encuentra profundamente ligado a la vida. Eso es precisamente lo que aprende Dai Kobayashi (Masahiro Motoki), un violonchelista que tras quedarse sin orquesta debe buscar un empleo para sobrevivir junto a su fiel pareja (que tiene cierta reticencia a que su esposo manipule cadáveres) y responde a un extraño aviso clasificado donde se buscan personas sin experiencia que “ayuden a viajar”. Lejos de tratarse de una agencia de turismo, Dai acepta con vergüenza y recelo la tarea de ayudante del dueño de la funeraria que practica desde hace varios años el ritual anteriormente citado. Así, el protagonista descubre un mundo completamente alejado a sus creencias y convicciones que toma la idea filosófica de la muerte como punto de partida y no de llegada, sin negar ex profeso que se trata del último adiós a un ser querido que abandona el mundo terrenal. Algo de las enseñanzas budistas también se percibe en la concepción de esta historia iniciática en relación a la poderosa idea del despojo de aquello que nos ata en la vida, como por ejemplo, el dolor, el rencor y en su faz más cruel el amor y el cuerpo. La purificación del alma es en definitiva lo que encierra la práctica del Nokan y - quizá un poco subrayado - termine siendo el mensaje que la obra de Takita quiere dejar. No obstante, también resulta primordial la presencia de la música; no únicamente porque el protagonista toque el chelo sino porque a través de esa conexión, casi cósmica, regresa a su pasado plagado de sinsabores y cierta tristeza. Igual que su actor de cabecera, Masahiro Motoki, el director Yojiro Takita rasga las cuerdas emocionales del espectador sin tensarlas ni romperlas bajo golpes de efecto para lograr un ritmo que, pese a lo pausado, fluye leve y se eleva en la pantalla gracias a la brillante partitura de Joe Hisaishi y a la contenida actuación de un elenco afinado como esas grandes orquestas.
El funebrero alegre En los últimos años se estrenó cine oriental en nuestras salas como nunca antes. Películas japonesas, chinas, coreanas y hasta tailandesas y mongolas. Mucho del mejor cine que vimos y de los directores que conocimos últimamente tienen este origen. Se podría pensar que Final de partida responde a esa tendencia. Pero no, por más japoneses que sean sus responsables, su propuesta está más cercana al más chapucero cine de qualité europeo, aunque explote algunos cuantos elementos exóticos de la cultura japonesa pensados para un espectador con ojos de turista. El protagonista, Daigo, es un chelista que, al poco de disolverse la orquesta en la que trabaja, decide (bastante rápidamente) abandonar la música, mudarse con su esposa a su pueblo natal y buscarse otro empleo. Por una confusión bastante básica termina tomando un empleo como ayudante de un especialista en preparar cadáveres, actividad que se lleva a cabo ante los dolientes mediante ritos tradicionales muy específicos y previamente a su introducción en el ataúd. Al principio toma el empleo de mala gana y no da pie con bola en el oficio, pero al tiempo empieza a tomarle el gustito, a valorar sus alegrías y gratificaciones, hasta descubrir, conduciendo él mismo el rito en unas cuantas ocasiones, que, quizás más que en la música, por ahí pasaba su verdadera vocación. A este punto, en el que se siente casi realizado, tendrá que hacer frente a los prejuicios que una actividad semejante provoca entre sus personas cercanas, su esposa incluida. En la primera parte el relato se mueve dentro de un registro de comedia de enredos que juega con las confusiones y las dificultades del protagonista en su nuevo empleo, apelando a situaciones incomodas, chistes bobos y caras también bobas, que hacen oscilar a este entre el depresivo torpe y el boludo alegre. Para la segunda parte el film va perdiendo el humor (que no era muy gracioso, así que no se extraña) para adquirir cada vez más gravedad, culminando en una solemnidad de pompa fúnebre, con una notoria postura de profundidad y la pretensión de estar diciendo cosas importantes. Propósito que se corona con altisonantes frases de poster del tipo “la muerte no es el fin” o “debemos vivir el presente”, y con momentos que van de lo pomposo a lo grasa. El ejemplo más acabado es la escena en que se muestra una sucesión de ceremonias realizadas por el protagonistas (donde se muestra a los deudos pasándola bomba como si se tratara de un casamiento) alternadas con imágenes de este tocando el chelo en medio del campo como si fuera un videoclip de Vanessa Mae o Kenny G. En fin, el famoso “canto a la vida” que parece obligatorio en el qualité y tanto mal le ha hecho al cine. Siendo así de pobre y trillada su propuesta, la carta de presentación más fuerte que el film presenta es nada menos que la de haber ganado el Oscar a la mejor película extranjera en la última edición. Haciéndola valer en su doble sentido, podríamos formular la pregunta ¿y a quién le ganó? Bueno, entre otros le ganó a Vals con Bashir de Ari Folman y a Entre los muros , de Laurent Cantet. Con este dato el film adquiere un valor nuevo, el de ejemplo lapidario de cómo los miembros de la Academia han perdido completamente el criterio.
Los salmones que nadan contra la corriente. Final de partida (Okuribito) fascina: su embrujo se reproduce poéticamente al ritmo de imágenes poderosamente reflexivas y emotivas. Su estética se atreve a exponer metáforas visuales musicalizadas por los tempos del gran Joe Hisaishi en fundidos encadenados que establecen analogías demasiado explícitas como la del vuelo de las grullas y el fin de la vida, mientras el humor sutil de pequeños y efectivos gags (ej: la liberación y la muerte del pulpo) anteceden y suceden a ciertos pensamientos melancólicos y nostálgicos que funden el discurso de las palabras (sin dejar de ser nunca una parte sustancial de la potencia visual que abunda dentro del relato) en maravillosas lecciones de vida fortalecidas por el uso de los primeros planos. Como si la película del nipón Yojiro Takita, ganadora del Oscar a mejor film extranjero en el 2009 (galardón que, evidentemente, ayudó a su reconocimiento y distribución internacional), decidiera con gracia y amor narrar la historia del joven Daigo (Masahiro Motoki) a partir de la pasión de un cuerpo que otorga la vida, simbólicamente hablando, a otros que yacen inertes: si el protagonista goza tocando el violonchelo, actividad que lo retrotrae a un pasado doloroso aunque ciertamente liberador en el presente, su posterior enamoramiento por el nokanshi (ritual de preparación y despedida de un cuerpo sin vida que se conforma, a la vez, como trabajo, práctica cultural y expresión artística) lo conducirá a una especie de estado catártico. Esa instancia autoreflexiva que Daigo vislumbra con una luminosidad ardiente en el cierre del relato de Takita, un momento cumbre, embellecedor, que amalgama muerte y vida dentro de ese camino circular de filosofía de vida oriental, sólo puede alcanzarse por medio del aprendizaje y la maduración. Y para lograr llegar a la superación, a ser quien se es, a hacer del pasado un recuerdo reconocible, familiar, y ya no fantasmagórico (vean como esa imagen del rostro del padre de Daigo obtiene los rasgos que lo definen, abandonando cierto estatuto sombrío para así completarse definiendo su identidad), el joven aprendiz contará con la ayuda de su maestro y jefe, Ikuei (Tsutomu Yamazaki), y con su agradable y querible esposa, Mika (Ryoko Hirosue). Pero más allá del apoyo brindado por estas dos figuras y su vínculo con el protagonista, es el abordaje emotivo (emocionalmente perfecto) que representa Takita en imágenes lo que hace de Final de partida una experiencia que jamás deja de interpelar al espectador: los rostros de los participantes del ritual, los gestos de los expertos en cada acción (delicados, como si de una danza se tratase), los silencios que hablan más que las propias palabras, la contemplación que oscila entre el dolor y la alegría durante las despedidas ritualizadas y el amor que le confiere el director a sus criaturas y al contexto que atraviesan, culminan por revestir al film de un brillo absolutamente particular. Y esa particularidad no puede ser entendida como un simple ejercicio pintoresco, sin otro sentido más que el de exponer la belleza y eliminar la emoción, ya que el cine que ofrece Takita presenta y representa, combinando un realismo que puede pensarse como extraído de un documental etnográfico (la cámara registrando un ritual y una práctica cultural tan ajena como fascinante) con una poética y un humor que buscan las emociones a través de esa capacidad que posee el cine por desnaturalizar de modo notable la simple concepción de un mundo determinado. Así, Daigo se exhibe tocando el violonchelo junto a la naturaleza: rompiendo su aislamiento, sintiéndose vivo, observando la vida de otros seres (sean grullas, salmones, plantas) y siempre en armonía con el contexto: lo bello y lo emotivo forman parte de una misma imagen. Sin embargo, tal comunión puede, en ocasiones, ser incomprendida. La escena en la que Daigo, desde arriba de un puente, observa a los salmones nadar contra la corriente es un buen ejemplo para ilustrar el pasaje de un estado de incomprensión a uno de comprensión. En una toma cenital, subjetiva del joven, se observa a los peces moverse con determinación en el agua, nadando con insistencia en una dirección específica. “Quieren volver a su lugar de origen”, le dice la voz de un anciano a Daigo. No es casual que en ese mismo plano, imagen metafórica de bella sustancia, se pueda apreciar peces vivos y peces muertos: aquellos, sin vida, que vuelven arrastrados por la corriente y aquellos que nadan en contra de ésta. Unos van porque viven, otros vienen porque ya han vivido. La vida y la muerte como parte de un todo. En este caso de una imagen, de un plano. Pero también de un punto de vista: el de Daigo. Hombre que vive junto a la muerte. Artista cuyo arte ofrece resistencia. Al menos hasta que la comprensión llega (gracias a la resistencia, como esa determinación del salmón, de Daigo). A partir de allí, la llamada vuelta al “lugar de origen” será parte de un circuito, de un recorrido, de un principio y un fin. Recorrido que sólo el cine y su belleza pueden ofrecer, brindando un sentido tan poético dentro de un ritual que se presenta y representa extremadamente fascinante y conmovedor.
El nokanshi es un ritual fúnebre japonés que consiste en embellecer a los difuntos en pleno velatorio y ante sus familiares. Diago es un violoncellista que se quedó sin trabajo, retorna a su pueblo natal y no tiene mejor idea que tomar ese empleo, pese al rechazo de su entorno. La película logra que un tema macabro se torne natural y hasta gracioso, según los casos, sin relegar el obvio cuadro dramático. El director Yojiro Takita, que llevó a que este filme ganara el Oscar por mejor película extranjera en 2008, logró que el contacto con la muerte, como leit motiv ínequívoco, invite a reflexionar sobre la vida, nada menos. Esa causa, que tiene como bandera el personaje central, se notará en la relación con su mujer, su amigo, el jefe, su compañera de trabajo, la dueña de un baño público y, quizá lo más relevante, su pasado y el vínculo con su padre.
De músico a funebrero Es el cine una de las expresiones artísticas mas populares y conocidas que nos permite conocer un poco mas las diferentes culturas del mundo a la vez que nos recreamos y reflexionamos. Un buen ejemplo de ello es este film japonés ganador del Oscar a la Mejor Película Extranjera en 2009, que aborda un tema tan complejo y universal como la muerte. Sabemos que la cultura oriental tiene concepciones diferentes sobre ella, pero desconoceos realmente sobre rituales y costumbres. Final de Partida, comienza con una ceremonia de Nokanshi (Una costumbres ancestral, incluso desconocida para muchos en el Japón contemporáneo, que consiste en entregar los muertos de la mejor forma posible al otro mundo –limpiándolos, maquillándolos, etc.- ante la presencia de sus familiares), y nos ira introduciendo en una experiencia que va desde el rechazo absoluto a la reflexión y conocimiento de lo que dicha ceremonia representa. Valiéndose de una excelente fotografía, una muy buena banda sonora y firmes actuaciones, el film nos va atrapando en la historia de Daigo Kobayashi (Masahiro Motoki), un músico que toca el violonchelo en una orquesta sin rédito económico cuyo dueño decide disolver. A partir de ese momento decide regresar a su ciudad natal en compañía de su esposa Mika Kobayashi (Ryoko Hirosue) y buscarle un sentido a su vida. Allí consigue un empleo ayudando Ikuei Sasaki (Tsutomu Yamazaki), especie de padre y guía espiritual muy particular, que lo ayudara a descubrir en este ritual de muerte el comienzo de su existencia. Salvo por el comienzo, especie de presentación de la ceremonia, la historia se desarrolla en forma lineal (cual proceso de aprendizaje) permitiendo que el espectador se vaya comprometiendo con el personaje y al mismo tiempo conocer una visión de la muerte diferente, que lo lleva a recordar y reflexionar sobre varios de los interrogantes y cuestionamientos que inevitablemente en algún momento todo ser humano se hace o evita hacerse. Y para comenzar a despedirme, en alusión a la curiosa traducción para Argentina de esta película cuyo titulo original en ingles es "Departures", me gustaría compartir cierta paradoja que me surgió al reflexionar sobre este filme, que nos invita a ampliar el conocimiento aprendiendo algo nuevo sobre un tema que ya sabemos, pero que no deseamos conocer nunca.
No todo es cine de artes marciales, terror o acción en el cine japonés. Películas como Final de Partida y en mayor medida la inédita en nuestro país, Still Walking de Koreeda, confirman que todavía quedan retazos del cine de Kurosawa, Ozu, Imamura o Mizoguchi. Pequeñas y llamativas historias, que nos hacen emocionar con pocos recursos. Un buen guión, personajes creíbles que provocan empatía, involucrados en situaciones que no son demasiado ajenas, pero a la vez se relacionan con las raíces de la cultura nipona. Daigo es un chelista profesional, sin embargo cuando la orquesta en la que toca se disuelve, junto a su esposa se replantea como seguir adelante. Ambos deciden volver al pueblo natal de Daigo y empezar una nueva vida, en la casa de la infancia del mismo. Su madre murió dos años atrás, y el padre los abandonó cuando él tenía 6 años, por lo que le guarda una gran rencor. Daigo atiende a un aviso clasificado en donde prometen buenas ganancias, sin experiencia previa de ningún tipo. Creyendo que se trata de una agencia de turismo asiste a la entrevista donde su empleador, lo contrata enseguida. Sin embargo, es muy distinto a lo que imaginaba. Se trata de ser asistente de su jefe en las ceremonias de maquillaje y vestimenta de los muertos, antes de ser puestos en los féretros e incinerados. Una práctica tradicional que todavía utilizan algunas familias. Primero, desiste de la tarea, pero el salario es bueno y lo acepta. Al principio le cuesta relacionarse con los cadáveres, pero luego lo toma como otro trabajo, y le agrada la reacción de familiares de los fallecidos ante los buenos tratos con que evolutivamente trata a los cuerpos. Daigo encuentra su lugar en el mundo, su objetivo en la vida y aprende a no tener prejuicios ante la profesión solamente porque se relaciona con muertos. Takita, director veterano, apuesta por el minimalismo y la sutileza. Disfrutar de los pequeños placeres, de formar una familia, de reflexionar sobre el pasado y el futuro. El guión de Koyama hace hincapié en dejar atrás las ideas preconcebidas sobre la muerte, respetarla y aceptarla como parte de la vida. Sensible y sentimental, por momentos, para continuar con la emoción se apelan a efectos nostálgicos y un par de golpes bajos, pero que sirven para que la narración fluya a buen ritmo. Excelentes paisajes, y una banda sonora compuesta en su mayor medida por canciones clásicas de chelo aportan belleza visual y musical a la película. Las interpretaciones son simpáticas y la austeridad de la actuación de Yamazaki se encuentra entre lo mejor del elenco. Una puesta básica y sencilla es lo único que se necesita para relatar este pequeño cuento sobre saber superar las primeras impresiones, y poder pedir perdón ya sea en la vida como en la muerte. Ganó el Oscar como Mejor Película de Idioma Extranjero del 2008. Premio un poco exagerado quizás, pero aún así se trata de una película accesible y emocionante, que se da la mano las últimas películas del maestro Kurosawa como Rapsodia en Agosto y Madadayo, o también de Koreeda, la magnífica Afterlife.
El cine japonés a través de los años ha entregado innumerables obras de sabida excelencia, un país que, ya renovado, se ha caracterizado por abordar cinematográficamente temas relacionados a las costumbres, el honor, el legado cultural de la región y por sobre todos éstos, el respeto hacia sus ancestros y la emotividad. En Final de Partida, con un vuelco de velocidad narrativa más cercana al cine de occidente, se advierte una conjunción de regiones, de nuevas y viejas costumbres, la visble pérdida de valores. Daigo, es un celista, que por fin encuentra su lugar al ser elegido para ejecutar su instrumento en una compania, por problema ajenos, la banda se disuelve y ante la vergüenza ajena de haber perdido su trabajo, el no dar la cara ante su esposa, comienza una búsqueda laboral que confusamente lo lleva a aceptar una propuesta vinculada a las “partidas”. Daigo vincula el aviso a una guia de turismo, pero, el aviso mal redactado se refiere a una “partida” aun mas lejana. El aviso en cuestión es para el puesto de un “preparador de cuerpos” para una funeraria “distinta”. El dueño del emprendimiento, el Sr.Sasaki, comenzó esta actividad luego de la muerte de su mujer, fielmente “prepara” los cuerpos para la partida final, entregando a sus seres queridos un acto o ritual, donde pueden dejarse de lado las diferencias, con respeto, honor y sabiduría, los cuerpos son presentados como en el momento vivido más bello, de lado quedan las diferencias, enojos y colera. Dificil es decirle a su mujer, que uno ha encontrado su profesión y esté relacionada a un tema de morbo para algunos, de indiferencia social y mal visto hasta el punto de querer lucrar con un fallecido. Final de Partida, demuestra que el trabajo de ser funebrero puede ser honorable, ¿por que no?. El film posee una duración extensa, nada menos que 130 minutos, por demás agiles, pero, analizando luego de ser vista, hay escenas que son repetitivas y podrian haber tenido un diferente corte debido a lo que añaden. Un clisé final, innecesario no perturba en lo más minimo la agradable visión de éste tan emotivo y agradable film. Final de Partida ha sido acreedor del premio Oscar al mejor film extranjero en el año 2008, bien merecido, para un film que como anteriormente confirmamos, por su entrelazado y ritmo comparable a contemporáneos films japoneses como Shall We Dance? –de cierta manera con similitudes en la trama tambien- o temática de la serie Six Feet Under. No dudo en próximos años ver una remake norteamericana de Final de Partida, una materia en la que Hollywood reincide frente a las escasas ideas reinantes.
El eje central de Final de partida (Okuribito) es la muerte. Más específicamente, un ritual japonés conocido como nôkan, que consiste en acicalar, perfumar, maquillar y vestir a los muertos antes de la cremación, en una ceremonia que es presenciada por los seres queridos. Quien se inicia en esta práctica es Daigo (Masahiro Motoki), un joven músico desempleado que consigue trabajo en una funeraria (muy bien remunerado, por cierto, ya que a nadie se le ocurre postularse para este puesto tan “poco decente”). Mientras le oculta el nuevo oficio a su mujer, Daigo intenta controlar la náusea a la hora de tocar cadáveres, hasta llegar a lo que parecería ser su mayor desafío como nôkanshi: un día desviste un cuerpo de aspecto femenino, para descubrir que no se trata de una mujer. Más que sorpresa, lo que se lee en la cara del muchacho es puro horror, impresión que vicia la atmósfera del film con una rara mezcla de ingenuidad y morbo retrógrado. La escena está muy lejos de calificar como gag, aunque el director Yôjirô Takita crea que sí. Y esa confusión de tono es lo que atraviesa todo el relato. Desmitificar la muerte no significa trivializarla. Final de partida es la clase de film que irrita y descoloca porque desde su misma concepción no sabe cómo abordar su objeto. Por el lado de la comedia, los brochazos de humor negro -escatológico, incluso- carecen del ingenio suficiente como para llevar el juego al extremo del absurdo radical (imagino que un Kitano podría haber sacado chispas de esta historia). Por el costado dramático, el guión tironea los piolines del sentimentalismo más llano y convencional, compactando en un solo paquete todas las estrategias del formato “lección de vida”: amistad entre maestro y aprendiz, crisis y salvataje del matrimonio, vocación frustrada y luego recuperada con mayor pasión, reconciliación con el padre ausente, aceptación de la muerte para ser mejores personas, etc. Es cierto que hay momentos emotivos, sobre todo en el acercamiento a las familias que afrontan las despedidas, pero, en conjunto, Final de partida es un producto calculado para seducir al público occidental. Un film que en lugar de narrar con naturalidad su propio latido local, se dedica a subrayar esas particularidades para vender cierto exotismo (no mucho, como para no espantar). Por ejemplo, la escena en donde el maestro (Tsutomu Yamazaki) convida a su alumno con testículos de pez globo: “Esto que ves... también es un cadáver. Los seres vivos se comen a los seres vivos para subsistir, ¿verdad? Si no quieres morir, tienes que comer”. Al rato los veremos a ambos dándose un desesperado atracón de pollo frito. Si las palabras y los gestos suenan explicativos y exagerados, es porque los personajes no los actúan para ellos, sino para nosotros, los espectadores supuestamente deseosos de detectar las diferencias culturales. Detrás de la pose, no hay nada. Cine made in Japan, for Hollywood.
Una mirada a la muerte como parte importante de nuestras vidas Lamentablemente sólo de tanto en tanto suele estrenarse una producción japonesa entre nosotros, por lo que hemos perdido el asiduo contacto con una de las cinematografías más importantes. Consecuentemente las obras de los nuevos realizadores, guionistas e intérpretes nipones nos son desconocido, más allá de alguna que otra referencia que podremos encontrar en algunos medios periodísticos. Si nos interesamos por la producción artísticamente significativa en su historia sonora encontramos entre otros, con Akira Kurosawa y Yasujiro Ozu a la cabeza, a Masaki Kobayashi, Kenji Mizoguchi, Hiroshi Inagaki, Nagisa Oshima, Kon Ichikawa, Kaneto Shindo, Hiroshi Teshigahara, Shohei Imamura, Tekeshi Kitano, Hayao Mizagaki...Claro está que también llegaron a estas latitudes títulos, de distinto nivel, como aporte al mero entretenimiento. El estreno de “Final de partida” significa la presentación en la Argentina de Yojiro Takita, quien estrenó en su país natal la ópera prima en 1981. El anterior realizador de ese origen cuyas obras llegaron al circuito comercial de nuestro país fue Hayao Mizagaki, con dos trabajos de animación “El viaje de Chihiro” (2001) y “Pongo y el secreto de la sirenita” (2008), ambas destinadas al público infantil, que también disfrutamos los adultos. La historia refiere que cuando se disuelve la orquesta que integra Daigo Kobayash,i ejecutando el violoncelo, abandona su carrera en la música y se muda junto a su esposa Mika a su ciudad natal, Yamagata, en la prefectura noreste de la provincia homónima, ubicada en la región de Tohoku sobre la isla de Honshu en Japón. Allí se topa con un anuncio que parece ofrecer buenas condiciones de trabajo en lo que él asume se trata de una agencia de viajes, partidas. Pero asiste a una entrevista en una oficina llena de ataúdes nuevos que revisten la pared trasera al escritorio. El propietario de la empresa, Sasaki lo contrata sin más que un vistazo.. En ese punto Daigo pregunta exactamente qué hace esta empresa y le responden que el trabajo comprende el ceremonial de preparación que se hace de los cadáveres previo a la cremación. Daigo está poco dispuesto, pero Sasaki lo impulsa a tomar el trabajo y él acepta, dando a su esposa pocas explicaciones, apenas mencionando que el trabajo implica “ceremonias”. De este modo comienza a viajar alrededor de Hirano, en Yamagata, junto a Sasaki. Una hermosa víctima de suicidio que resulta ser un muchacho travestido; un adolescente muerto en un accidente de motocicleta; una abuela que admiraba los calcetines holgados blancos favorecidos por sus nietas con sus uniformes de escuela. Daigo se encuentra con la muerte en sus varias formas y, aunque al principio su actitud es incierta, comienza a entender este trabajo ceremonial y de algún modo a desarrollar un respeto por la vida también. Mika, que averigua exactamente qué tipo de ceremonia implica el trabajo, horrorizada, exige que él renuncie, cuando Daigo se rehúsa, Mika lo abandona y parte hacia la casa de su familia en Tokio. Queda solo nuevamente, ya que su madre murió varios años antes y su padre abandonó la familia cuando él era un chico, pero sigue creyendo en el valor del trabajo que hace. Mientras el invierno se transforma en primavera, Daigo comienza a sentirse más confiado y seguro en su nueva carrera. Pero ahora, una serie de acontecimientos significativos ocurren sucesivamente: Mika regresa, la madre de un amigo cercano de su niñez muere de repente, y además recibe el mensaje de que su padre, del cuál no ha tenido noticias en 30 años, también ha fallecido. Como especialista en el importante ceremonial de la muerte, como marido, como hijo, como ser humano: ¿Cómo Daigo va a lidiar con la vida y la muerte de las personas más queridas para él? Una partida final hacia un feliz adiós… El lavado ceremonial de los difuntos, la preparación y colocación de los cuerpos en el ataúd en presencia de los desconsolados, previo a su cremación, es una carrera poco solicitada. Pero en “Final de Partida” sirve como reconfortante afirmación de la vida. Un joven se encuentra cara a cara con las muchas maneras en las que la gente es visitada por la muerte, una nueva vida comienza para él. Hasta que nuestra propia partida llegue, todos debemos eventualmente ‘enviar’ a aquellos que amamos. Ya la sinopsis nos predispone a introducirnos en un aspecto cultural que nos es ajeno y a conflictos personales y sociales respecto a una ceremonia ancestral, que parte de las nuevas generaciones, muy influenciadas por Occidente, redescubren. El relato tiene un desarrollo muy pulido en lo narrativo y de accesible comprensión general respecto de las tradiciones y conductas de una comunidad tan distinta de la nuestra, al tiempo que abre un abanico de posibilidades para dialogar al respecto, es decir, sobre una sociedad en la cual alternan, y conviven, dos culturas tan dispares como la nipona y la occidental. Desde el punto de vista técnico la historia encuentra un apropiado marco preciosista pero sobrio, sobre la base de una escenografía que en su sencillez define el continente para las acciones, en tanto la fotografía aporta una sutil paleta de luces que acentúa la atmósfera. El realizador denota un trabajo meticuloso en la planificación del montaje en el rodaje de cada escena marcando la candencia apropiada desde el montaje de las escenas, las tomas y en correspondiente encuadre, hasta la compaginación en la moviola. Mantiene un sostenido dramatismo, no exento humor, sin precipitarse en el melodrama, lo que se hace evidente en la sólida dirección de un consistente grupo de intérpretes, acentuando la sobriedad y la contención en la animación de los personajes, destacándose la las composiciones cálidas y emotivas de Masahiro Motoki (Daigo) y Tsutomu Yamazaki (Sasaki). Información complementaria El realizador Yojiro Takita Nació el 04 de diciembre de 1955, en Japón. Debutó como realizador en 1981 con la película “Chikan onna kyoshi” y a partir de entonces realizó una veintena de películas para adultos. Su primera película para el público en general fue “Komikku zasshi nanka iranai!” (Revista cómica) (1986), muy bien acogida por el Festival de Nueva York, a la que siguieron “Kimurake no hitobito” (La familia Yen) (1988), “Mo, hitori ja nai” (No estamos solos) (1993), “O-juken” (El examen) (1999), “Himitsu” (El secreto) (1999), “Onmyoji” (El maestro del ying y del yang) (2001), que fue un éxito de taquilla y dio lugar a la secuela “Onmyoji II” (2003), el drama histórico “Mibu gishi den” (La última espada) (2003), galardonado con el Premio a la Mejor Película por la Academia de Cine de Japón, entre otros, “Ashura-jo no hitomi” (La sangre en los ojos) (2005), “Batteri” (Batería) (2007) y “Okuribito” (Final de partida”) (2008), Ganadora del Oscar, mejor película de habla no inglesa; ganadora de 10 galardones en la edición 32 de los premios de la Academia Japonesa; Ganadora del Grand Prix des Amerique en la edición 32 del festival de Montreal; Ganaroda del Golden Rooster Award como mejor película, director y actor de la Academia China; Ganadora del premio del público del Hawaii Film Festival y en el Plam Springs International Film Festival, entre otros muchos galardones. Entrevista sobre “Final de partida a Masahiro Motoki, su protagonista - Usted es el impulsor real de la película, ¿le inspiró algún acontecimiento en particular? - Cuando fui a India hace unos 15 años, me conmovió profundamente ver que allí la vida y la muerte coexisten en armonía, de forma natural. Las dos son consideradas valiosas para la vida de los seres humanos. Hay personas lavándose en el río mientras otras celebran un funeral y despiden el cuerpo que se aleja flotando en las aguas. Existe un auténtico equilibrio entre la vida y la muerte. Quedé fascinado cuando lo descubrí. A mi regreso a Tokio, tuve la sensación de que escondíamos la muerte, que no tenía cabida en la vida cotidiana. La gente está demasiado ocupada y no se da cuenta de que la muerte es una parte importante de nuestras vidas. Dicho de otro modo, significa que no apreciamos ni disfrutamos de la vida como deberíamos. Desde que viajé a India, no he dejado de creer que el significado de la vida está ligado al de la muerte. Asistí al nacimiento de mi hijo, lo que también me ayudó a entender la proximidad entre la vida y la muerte. Me sentí muy feliz al verle nacer. - ¿Conocía antes la profesión de “nokanshi” (amortajador)? - La primera vez que me interesé por esta profesión fue cuando leí un libro titulado “Diario de un amortajador budista”, de Shinmon Aoki. Me turbó profundamente y empecé a interesarme por los lazos que unen la vida a la muerte. Me fascinó la profesión de amortajador. Reconozco que la idea de una película me vino a la cabeza en cuanto leí el libro. - ¿Tuvo que estar presente en ceremonias de amortajamiento, le enseñó alguien la profesión? - Cuando se decidió que haría el papel principal en “Despedidas” (“Okuribito”), lógicamente tuve que recurrir a un amortajador profesional para que me enseñara los detalles del ritual. He intentado capturar y transmitir la elegancia y belleza de la ceremonia, para lo que también estuve presente en un amortajamiento. Al observar el ritual, me di cuenta de lo artístico es, como la ceremonia del té. Es tranquilizador, pero requiere una enorme habilidad por parte del oficiante. También me sorprendió el profundo silencio en el que se lleva a cabo. Y vuelvo a decirlo, me recordó a la ceremonia del té. - ¿Cómo escoge a los personajes que interpreta y cómo construye un personaje? - La creación de un personaje siempre significa una batalla para mí. No exagero al decir que lo paso mal durante el rodaje, no es fácil. Pero al sufrir y tener que luchar en mi trabajo, cuando recupero la paz y la alegría, lo aprecio mucho más. Bueno, tampoco soy tan serio como parece. Tengo una faceta traviesa que me gustaría sacar a la luz en alguna película si se presenta la ocasión. - ¿Cree que esta interpretación ha sido la mejor de su carrera? - Siempre que me hacen esta pregunta, no sé qué contestar. Charlie Chaplin solía decir, cuando le preguntaban qué película suya consideraba la mejor, “la siguiente”. Me gustaría pensar lo mismo. Espero que mi mejor interpretación esté por venir. Mientras rodaba la película, nunca pensé que llegaría a tener tanto éxito ni que llegaría tan lejos, tanto como ganar un Oscar. Me parece que quien debe decidir si una película es buena es el espectador. (Publicado por Golem Distribución, España, 23 de febrero de2009).