Extraña peli uruguaya, dirigida por un argentino y que ganó en Festival de Berlín: el seguridad de un supermercado se enamora de una de las empleadas de limpieza del local, siguiéndola obsesivamente a través de las cámaras de vigilancia del lugar. Una historia retorcida y pequeña, con mucho humor negro. Muy buena ¡Es lo que hay, bó!
¿Qué ves cuando me ves? En medio de tantas películas ampulosas, solemnes, pomposas e infladas (desde todo punto de vista) que abordan temas “importantes” y “trascendentes”, la aparición de una modesta, sencilla y querible historia de amor resulta a esta altura una bienvenida rareza. Esta opera prima del argentino -residente en Montevideo desde hace más de cinco años- Adrián Biniez narra la historia de Jara (Horacio Camandule), un guardia de seguridad treintañero y fan del heavi-metal que trabaja por las noches en un supermercado de la capital uruguaya. A través de las cámaras de vigilancia se enamora de (y se obsesiona con) Julia (Leonor Svarcas), una de las empleadas de limpieza del lugar. El “gigante” del título no se anima a establecer contacto con su objeto del deseo y continúa con su práctica voyeurista (también la sigue por la calle) hasta que un conflicto gremial provocará un brutal cambio en su actitud. Con una puesta en escena muy rigurosa y cuidada (que se sostiene en planos fijos e incluye la utilización de las imágenes de las cámaras de seguridad como parte esencial del relato), Biniez saca el máximo provecho de sus dos intérpretes (de formación teatral y escasa experiencia en cine) y apuesta por un tono liviano y por momentos cómico, que evita caer en el comentario obvio sobre la soledad e incomunicación social. Gran revelación del Festival de Berlín de 2009 (ganó allí) y elegida como apertura oficial del BAFICI de ese año, Gigante nos invita a depositar firmes esperanzas en el futuro artístico de Biniez. Aguardamos con ansiedad su segunda película.
Este film debut del director argentino Adrián Biniez, galardonado en el Festival de Berlín y el Festival de San Sebastián, presenta una historia chiquita y sencilla de amor entre un guardia de seguridad y una empleada de limpieza de un Supermercado. Jara es un grandote tímido, con cara de buen tipo, que siente un amor obsesivo por Julia. La mira, la sigue, la estudia, pero nunca se anima a acercarse. "Gigante" es simplemente esto, una historia de amor de un solo lado en la que seguimos al protagonista mientras acompaña a Julia, sin que ella lo sepa, en sus actividades cotidianas (su trabajo, caminando, yendo al cine o a un locutorio) y esperamos que se anime a acercarse para transmitirle lo que siente. Con un desarrollo pausado, largas tomas, pocos diálogos y muchos silencios, es un largometraje que podría caber en un corto. Horacio Camandule carga todo el peso protagónico interpretando a Jara, mientras que Leonor Svarcas se limita a actuar sin palabras. "Gigante" es un relato tierno al que hay que tenerle paciencia para poder disfrutarlo.
Amor a Distancia Olvidémonos por un minuto del guión, de los diálogos, de los personajes. ¿De que se trata el cine? ¿De que se trata el arte en general? De miradas. Puntos de vista. Aprender a ver, observar. Se ha dicho por ahí que los cineastas son grandes vouyeristas del mundo que representan su visión a través de la cámara. Bueno, lo mismo se puede decir de los artistas plásticos, de los fotógrafos, incluso de los escritores. Pero en el cine, la visión está en constante movimiento, por lo cuál el receptor de la información no tiene tiempo “eterno” en realidad, para quedarse mirando una simple imagen (incluso en una película de Kiorastami). Cuando uno va al cine está obligado a moverse, a ver como el cuadro cobra vida y movimiento. Mirada y movimiento. Eso caracteriza al cine. ¿Y cuales son los pilares fundamentales de Gigante? Justamente eso: mirada y movimiento. Y no hablo de travellings. Es más el 80% de la película está filmado con planos fijos, pero cuando tiene que moverse, se justifica, y la técnica, ahora sí llamémosla travelling, está al servicio de la historia. Por lo tanto, esta autoconciencia de la importancia de las miradas, los encuadres y el movimiento en Gigante, hacen de esta “pequeña” película uruguaya, una de las mejores obras del año. Discípulo del cine de Robert Bresson más que de George Stevenson (cuac), Biniez apuesta por un minimalismo austero pero riguroso, sin nunca perder de vista a sus protagonistas, la historia e incluso, el propósito real de la película: contar un clásico relato de amor. El cuidado de la puesta en escena es proporcional al excepcional guión, apoyado por el Hubert Bals, en Alemania. Jara es el guardia de seguridad nocturno de un hipermercado en Montevideo. Es un hombre realmente corpulento, una bestia anatómica. Su trabajo consiste en vigilar un pequeño monitor por donde van pasando sucesivamente las imágenes que graban las diversas cámaras de seguridad, y anotar anomalías. En su tiempo libre juega a la Play con su sobrino y los fines de semana es patovica en un boliche de Heavy Metal. Un día, queda prendidamente enamorado de una de las chicas que limpian. A partir de ese momento, y en parte carcomido por la culpa, empieza a seguirla después que ambos terminan su turno nocturno. Al igual que el protagonista de la ópera prima de Christopher Nolan, Following, Jara sigue a Julia por el barrio, empieza a conocer su vida, sus rutinas e interiorizarse de su “vida amorosa”. Al mismo tiempo, en el trabajo debe luchar con las presiones diarias: un supervisor molesto, compañeros que se quejan de contracturas, y fundamentalmente, la amenaza de despidos masivos. Pero a Jara solo le importa una cosa: Julia. A pesar de ser algo rústico, este “seguidor” empieza a convertirse en una suerte de “héroe urbano” al tiempo que trata de pasar desapercibido ante los ojos de Julia. Biniez recrea una historia de amor clásica: la bella y la bestia, pero solo desde el punto de vista de este último. La “brutalidad” de su comportamiento diario contrasta con la timidez, ternura e incluso, comportamiento infantil cuando sigue a Julia. Los celos, el miedo, la protección. Biniez trabaja con un humor sutil, sencillo y efectivo. Cálido. Lejos de la pretensión intelectualoide. La manera en que construye ambos personajes es maravillosa. No vale develar mucho, pero préstenle mucha atención a las palabras que Julia dice en toda la película. Pero no es solamente el tacto de Biniez para crear esta historia y representarla, lo que convierten a Gigante en un film… gigante. Horacio Camandule, austero, natural, brutal es increíble. Desde sus pequeños ojos, se pueden leer muchas cosas, y al mismo tiempo, estamos frente a una persona sincera y honesta. Al mismo tiempo, la frágil interpretación de Leonor Svarcas, es perfecta como contrapunto de Camandule. Sin dudas, se trata de la pareja perfecta. Desde la cuidada fotografía que toma elementos del cine de Kitano (como Escenas Frente al Mar), los encuadres, la música incidental, el montaje externo y sobretodo el interno de los planos, Gigante es una de esas pequeñas películas, a las que uno le encuentra más elementos y facetas a medida que pasan los días. Porque si encanta por la historia, al tiempo que uno la está viendo, va creciendo en perspectiva cuando sigue reflexionando sobre ella (y especialmente cuando la compara con la mayoría de los demás estrenos de la semana). No se trata solamente de una historia de amor, es una película política, es una película sobre la cura de la soledad, de superar los miedos y aversiones de la sociedad, de ir en contra del sistema, incluso. Biniez se ha criado trabajando a la par de Rebella y Stoll (directores de Whisky y 25 Watts, donde colaboró) y ha tomado lo mejor de su lenguaje austero, su humor lacónico, melancólico pero a la vez querible Generalmente, no me gustan las comedias románticas estadounidenses. Me parecen todas iguales, por eso Gigante, sin ningún exceso me pareció increíble. La comedia romántica del año. Es cierto, que hay una escena promediando la hora de metraje, que queda un poco inconexa y no logra resolverse concretamente. Pero Biniez repara este descuido narrativo / formal con otra escena y un plano que resumen toda la película, donde la pauta es, que ni los personajes ni los espectadores lo sabemos todo. Que siempre hay otra mirada dentro de una misma mirada. Un solo plano, que sería la envidia de Orson Welles y emocionaría al propio André Bazin. Ganadora en Berlín del Oso de Plata: Gran Premio del Jurado, a la mejor Ópera Prima y el premio Alfred Bauer, Gigante, anuncia que del otro lado del río (aunque es argentino), Adrián Biniez es un realizador sensible y reflexivo a tomar en cuenta. A pura mirada… a puro movimiento… nos ha mostrado su visión del mundo, y compartido con nosotros, qué hay más allá del ojo de la cerradura, o en este caso, del otro lado de la pantalla.
La obsesión de un guardia El film, premiado en los Festivales de Berlín y San Sebastián, marca el debut del argentino Adrián Biniez en la pantalla grande. A partir de una historia pequeña, el realizador logra mantener la atención del espectador con personajes que cumplen su tarea en un hipermercado. La película es la obsesión secreta que desarrolla Jara (Horacio Camandulle), un gigantesco guardia de seguridad que contempla, en silencio y con mate en mano, todos los movimientos del supermercado. Hay alguien que llama su atención: Julia (Leonor Svarcas), una empleada de limpieza del local que "guarda" mercadería sin que nadie la vea. Jara enciende la mecha de un amor secreto, se protege detrás de los monitores de las cámaras de seguridad y sigue de cerca sus pasos (incluso fuera del trabajo, en el cine, en una pizzería o en la parada del colectivo). Estudia todo lo que ella hace pero no la encara. La pregunta que dispara el relato es: ¿estamos en presencia de un psicópata o frente a un hombre inofensivo al que le cuesta relacionarse con las mujeres?. De pocas palabras, aún con sus compañeros de trabajo, el protagonista también trabaja en un boliche nocturno al que llega su "presa". Gigante es una historia de amor unilateral en la que el realizador sigue los pasos del protagonista, quien a su vez persigue a Julia en sus actividades cotidianas. De ritmo pausado y escasos diálogos, el relato está ambientado en Montevideo (con más suspenso en los tramos finales) y descansa en la actuación de Horacio Camandulle, quien brinda a su criatura su enorme figura y su limitado corazón.
En Uruguay un empleado de seguridad de un supermercado se ha enamorado de una maestranza. A pesar de su enorme anatomía, se siente pequeño para enfrentarla y mientras toma el coraje suficiente se limita a observarla …. Primero a través de una pantalla, luego a pocos metros cuando para conocerla mejor, la sigue en su rutina diaria. El argentino Adrian Biniez, actor, guionista, músico y director elige multiplicar las pantallas para contar este momento en la vida de Jara, el enorme pero tímido guardián que no deja de pensar en Julia, parte del personal de limpieza del supermercado con la que comparte la jornada laboral del turno noche. Pronto Biohazard, la tv en su casa y su sobrino dejaran de ser parte de su rutina, ya que la llegada de Julia lo cambiará por completo. El hardcore se va destiñendo cuando se descubre siguiéndola, comprándole un regalo, ojeándola casi a diario. La trama es sencilla, los personajes escasos, lo justo: dos para contarla sin torpezas. Casi como una balada, el film pasea junto a un personaje sensible y corpulento que se sabe brusco, algo impulsivo y que no puede reprimir la violencia del metal que lleva en la sangre y que lo hace único. Gigante fue ganadora del Oso de Plata Gran Premio del Jurado, mejor Opera Prima, en el Festival de San Sebastián fue ganadora del Horizons Award, entre otros premios
Te estoy mirando La premiada ópera prima de Adrián Biniez (obtuvo tres galardones en el Festival de Cine de Berlín, entre ellos el Premio Especial del Jurado) es una “pequeña gran historia” en donde se cuenta el particular enamoramiento de un guardia de seguridad (el “gigante” del título). Jara (Horacio Camandule) es un lacónico empleado de seguridad de un hipermercado, que transita sus noches observando los movimientos de quienes lo limpian y ordenan. Cuando descubre a la bella Julia (Leonor Svarcas) su cotidianidad se desvanece. Porque lo que creíamos pequeño se agiganta. La obsesión de este hombre le basta a Andrés Biniez para consolidar una puesta en apariencias sencilla, minimalista, pero cargada de significados y distintos niveles de lectura, en donde no hay apuntes sociológicos pero el contexto (caja de resonancia de la pequeña cabina en donde está el guardia) resulta fundamental. El guión nunca abandona la mirada de Jara, primero a través de las cámaras de seguridad con las que captura a su objeto de deseo, y luego mediante el recorrido que emprende para seguir a Julia fuera del hipermercado. Este movimiento nos permite conocer a los personajes, al mismo tiempo que se va generando cierto misterio sobre ella. Tanto en la mente de él como en la del espectador. Una elección que potencia la identificación con este treinteañero tímido y bonachón, a quien la obsesión, lejos de otorgarle una faceta “perversa”, le da un aire aniñado. Gigante ofrece un humor que difícilmente pueda señalarse como “uruguayo”, pero que sin lugar a dudas carga una bienvenida mirada local. El realizador emplea a la ciudad de Montevideo eludiendo todo pintoresquismo, pero sí haciendo uso de las posibilidades expresivas que las locaciones le aportan a esta inusual historia de amor. La impronta barrial y pausada propia de la capital uruguaya recorre todo el metraje, y algo de eso se cuela en el hablar de los personajes, en la sutileza de los diálogos que están finamente trabajados. Rodada en HD, con una excelente calidad fotográfica, Gigante no abandonará nunca la visión de su personaje. Los diálogos tocan periféricamente las cuerdas del conflicto interno que se va gestando en Jara, la imposibilidad de relacionarse de forma directa con Julia. Una de las secuencias lo muestra intentando entablar diálogo con un hombre que acaba de tener una cita con ella. Es uno de los pocos momentos en donde la palabra tiene mayor contundencia, pero en él se funden las inseguridades del guardia, en el tono falsamente relajado y en las cesuras que dejan entrever sus miedos. Tal vez por eso la secuencia no deja de ser conmovedora y cómica al mismo tiempo. Otras secuencias, en cambio, son mera contemplación, recuerdan al cine de Aki Kaurismaki (el de Luces al atardecer - Laitakaupungin valot, 2006-, sobre todo). Una contemplación que sigue a esta peripecia de forma amena y rigurosa, y que ofrecerá una resolución emotiva: el plano final es de una transparencia bellísima, sutil metáfora de la belleza que habitualmente no miramos.
Satisfacción garantizada Esta premiada coproducción uruguayo-argentina se centra en un enamoradizo guardia de seguridad de un supermercado. La opera prima de Adrián Biniez, Gigante , fue una de las sorpresas del cine uruguayo de los últimos años. Presentada en competencia en Berlín 2009, se fue de allí con dos galardones importantes (el Gran Premio del Jurado y el Alfred Bauer) y después tuvo un largo recorrido por festivales. Biniez cuenta una historia sencilla que combina, como pocas, rigurosidad y liviandad, minimalismo y humor, en un estilo que ya es casi una marca de cierto cine uruguayo (como Whisky ) y que tiene como referencias a maestros como Jim Jarmusch y Aki Kaurismaki. Pero Gigante es todavía más contenida y seca que sus predecesoras. Cuenta la historia de Jara (Horacio Camandulle), empleado de seguridad de un supermercado en Montevideo que se dedica a seguir lo que sucede dentro del local a través de las cámaras de vigilancia. Como su trabajo es nocturno, no hay tanta presión: la cámara sólo registra empleados limpiando (o robándose algo, discretamente) y otros pequeños accidentes. Pero Jara, un grandote con tamaño de guardaespaldas (de hecho, su trabajo de fin de semana es en la entrada de un boliche nocturno) y fanático del hardcore y el thrash metal (porta una remera de Biohazard casi toda la película) encuentra un motivo de obsesión en su tarea. Ella es Julia (Leonor Svarcas), una empleada del local, a la que sigue, primero a través de la cámara y luego, literalmente, por las calles. Y si bien no se atreve a hablarle, se involucra lateralmente en su vida sin que ella, aparentemente, se entere. Esta persecución/seguimiento jamás resulta morbosa para el espectador porque de entrada da la impresión de que, pese a su aspecto, Jara es un tipo sensible, tierno y nada peligroso, más allá de lo discutible u obsesiva que pueda ser su devoción por una chica que no conoce. Pero los apuntes de humor, las situaciones que debe resolver con colegas, con su sobrino y hasta en el boliche, dejan a las claras que es un tipo tímido y enamoradizo, que no sabe cómo acercarse a la chica que lo apasiona. Aunque, nunca se sabe... Minimalista, ligera, con apuntes certeros de la vida cotidiana en Montevideo (la escena de la transmisión televisiva de un partido de fútbol donde un comensal critica al árbitro Larrionda, el del error del gol inglés contra Alemania en el Mundial, resulta sin quererlo muy graciosa) y musicalizada, en parte, por el propio Biniez, esta pequeña Gigante es una película medida y controlada desde lo formal, es cierto, pero que trasciende la habitual frialdad que puede tener cierto cine contemplativo gracias, también, a la actuación y a la presencia de Camandulle en el rol central, uno de esos personajes que tiñen a toda una película con su curiosa, simpática pero también intrigante personalidad.
Un gigante romántico y su bella historia de amor Adrián Biniez sorprende con un film de raro encanto Ni tan grande como podría sugerir el título ni tan pequeño como aparenta ser por la sencillez de su anécdota y por la modestia de su tono, Gigante es un film de raro encanto. Habla de gente común, la muestra en su rutina cotidiana sin altos ni bajos y discretamente se asoma a su íntima soledad y a sus modestos sueños. Pero hace algo más: coloca al espectador en la posición de un voyeur que sigue los movimientos de otro voyeur: el protagonista del cuento, vigilador nocturno en un supermercado montevideano. Grandote, taciturno y bonachón, Jara pasa la mayor parte de su jornada frente a los monitores que registran la actividad en cada ángulo del local: el movimiento de los repositores, las tareas de limpieza; nada que le exija demasiada atención, más allá de alguna esporádica ratería. Tampoco hay mucha animación en el resto de sus horas, ni siquiera cuando en los fines de semana su figura le basta para imponer autoridad en la entrada de un club de heavy metal. Su vida social se reduce a las visitas de un sobrino con el que comparte juegos. Pero cuando en la pequeña ventana por la que cada noche se asoma al mundo descubre a la bella Julia, del servicio de limpieza, todo cambia. Jara la rastrea en sus monitores, no le pierde pisada. No se atreve a acercársele, aunque la obsesión lo lleva a seguirla, de lejos, cuando sale del trabajo; a sentarse unas filas atrás cuando ella entra en un cine, a ser testigo de la cita que la mujer mantiene con otro y hasta a buscar vincularse con ese desconocido para saber algo más del objeto de su deseo. Timidez y sinceridad Si el film genera algún suspenso no es porque se tema por la seguridad de la chica (el tono es siempre liviano, a veces risueño), sino porque se ignora si alguna vez este oso tímido y enamorado será capaz de mostrarse como el galán romántico que en el fondo es. Biniez emplea pocas palabras y adopta el mismo ritmo calmo del personaje, cuya interioridad Horacio Camandule desnuda con asombrosa variedad de matices, sin buscar una adhesión emotiva que se gana a fuerza de sinceridad. Claro que detrás de la cámara hay un ojo sensible, uno que sabe cómo y dónde mirar, aunque lo que desfile frente a su lente sea casi siempre una serie de situaciones tan banales como desabridas, y también sabe transmitir cómo se ve el mundo desde la perspectiva de un alma solitaria. Con esa sensibilidad y suma delicadeza le basta para hacernos ver cómo nace y crece esta pequeña pero muy bella historia de amor.
Un voyeur en la sociedad de control Sencillo en términos narrativos, el film manifiesta empatía con el mundo del trabajo y los desplazados del sistema. La película fue filmada en Montevideo con un presupuesto mínimo; su historia no podría ser más simple y tiene apenas dos personajes, que casi no hablan entre sí. Pero se titula Gigante y fue, el año pasado, la primera producción uruguaya que entró en competencia oficial en uno de los tres festivales mayores del circuito cinematográfico internacional, la Berlinale, donde obtuvo no uno sino tres premios simultáneos: el Grand Prix del Jurado, el Premio Alfred Bauer a la Innovación Artística y el premio a la Mejor ópera prima, dotado de 50.000 euros. Su director es Adrián Biniez, un porteño de 35 años radicado desde hace un lustro en Montevideo y a quien desde su triple corona en la Berlinale no han dejado de preguntarle cómo es que hizo el camino inverso al habitual y dejó Buenos Aires por las calles tranquilas de la Ciudad Vieja. Quizá la mejor respuesta esté en la película misma, de una rara serenidad, que no es frecuente en el cine argentino. Lo que hay para contar, en términos estrictamente narrativos, es tan poco que se puede resumir en apenas un par de líneas. El bueno de Jara (un estupendo Horacio Camandule) trabaja como empleado de seguridad de un supermercado y cumple con el horario nocturno, el más tranquilo, que lo único que le exige –entre mates y bostezos– es montar guardia frente a los monitores de video que controlan las góndolas, mientras hace su ronda el personal de limpieza. La abulia de Jara –que parece si no disfrutar al menos contentarse con esa dulce rutina– se sacude cuando Julia (Leonor Svarcas) entra en su campo de visión, empujando un carro con un balde de detergente y un lampazo. Es una chica común, como cualquier otra, que evidentemente agarró el primer trabajo (quizás el único) que consiguió. No es particularmente linda ni sexy y el espectador la conoce de la misma manera que Jara: a través de una cámara de vigilancia. Pero para Jara, Julia se convierte en un ser especial. Y no hace falta que el protagonista pronuncie ni una sola sílaba para comprenderlo. A partir de allí, Jara –con una timidez tan grande como su propio cuerpo– no hará sino fijar sus ojos en ella, seguirla a través de cámaras y monitores, pero también por la calle, en la parada del bus, en el cine, sin atreverse siquiera a dirigirle la palabra. Sin la carga de perversión con que habitualmente se asocia su condición, Jara es básicamente un voyeur y la película no hace sino seguir con rigor cartesiano esa lógica. La parquedad de los personajes, la austeridad de lo que se ve en cuadro, la empatía con el mundo del trabajo y los desplazados del sistema pueden recordar al cine de Aki Kaurismäki (con el que también se asoció a Whisky, la otra película uruguaya de proyección internacional). Pero en Gigante hay una dosis mayor de humor, un humor eminentemente visual, pero muy tenue, delicado, como si Jara fuera una improbable reencarnación de Buster Keaton, un personaje siempre dispuesto a resolver las situaciones más sencillas a través de los caminos más complicados y recónditos. Es más, si hubiera que definir en una sola línea a Gigante, se diría que es como uno de los ensayos del sesudo alemán Harun Farocki sobre la sociedad de control y sus cámaras de vigilancia, pero tamizado, purificado por un humor delicado y absurdo heredero del cine de Keaton. Producida en Uruguay por Fernando Epstein para su compañía Control Zeta (la misma que estuvo detrás de 25 Watts, Whisky y Acné), Gigante tiene –además de Biniez, que dice haber integrado en los ’90 la banda de rock porteña Reverb– coproducción argentina, a través de Hernán Musalu-ppi y su compañía Rizoma. Pero por sus locaciones, sus personajes, su humor frugal y discreto y sobre todo por su sensibilidad no podría sino ser un film esencialmente uruguayo.
El punto ciego Punto ciego es aquel en el que una cámara no repara o no alcanza dada su acotada trayectoria; es ese lugar donde puede pasar todo y nada al mismo tiempo sin que nadie se entere. Y en consonancia con esta idea podríamos pensar que un amor no correspondido o no enunciado –que es casi lo mismo- es como un punto ciego: abierto a que todo pueda suceder o nada termine por ocurrir, sin perderse por ello la incerteza de la búsqueda o el vértigo de observar al otro, seguirlo a una distancia prudencial y no ser atrapado in fraganti en plena contemplación. A grandes rasgos, así se determinan las coordenadas por las que pasa el relato propuesto por el debutante Adrian Biniez, Gigante, que llega con bastante retraso a las salas porteñas y que ha cosechado numerosos premios en su trayectoria festivalera por Berlín o San Sebastián por citar sólo algunos, incluido su estreno en Buenos Aires en el marco de la apertura del Bafici 2009. Como las historias de amor asordinadas, los protagonistas son seres solitarios y sensibles que comparten más cosas en común de las que se imaginan pero que por el miedo al rechazo o al compromiso no se atreven a romper la inercia, que se traduce en una distancia corta aunque imperceptible. Esa distancia es la que resguarda a Jara (Horacio Camandule), seguridad nocturna de un supermercado que espía desde el control a Julia (Leonor Svarcas), también empleada pero en el personal de limpieza. De inmediato, el corpulento Jara siente curiosidad por conocer los hábitos y gustos de la misteriosa joven a quien comienza a seguir todos los días tras la salida del trabajo procurando que ella no advierta su presencia. Así de pequeños detalles, silencios, miradas y los necesarios diálogos de rigor -sin abuso de palabras como ocurriera en Whisky- la ópera prima de Biniez transita por los caminos de la soledad sin volverse obvia; no estigmatiza el lado de perdedor de su protagonista rodeándolo de situaciones cotidianas en las que no queda en ridículo, sino que se ajustan perfectamente con su temperamento y personalidad. El trabajo sobre Julia es mucho más sutil porque el director mantiene una interesante distancia entre los personajes en pos de un descubrimiento progresivo que va llegando a partir del punto de vista de Jara, que por fortuna carece de aspectos fantasiosos o alucinatorios como suele ocurrir en muchas propuestas de características parecidas para impregnarle torpemente algo de color o luminosidad a una realidad bastante monótona y gris como la de estas almas de supermercado. Gigante hace gala del minimalismo cinematográfico pero su apuesta trasciende la idea de lo anecdótico para volverse prácticamente existencial sin una bajada discursiva detrás y con un fuerte vínculo y respeto por sus personajes de carne y hueso, absolutamente identificables para cualquier espectador.
La mirada discreta sobre la soledad Gigante es una pequeña historia de amor entre un guardia de seguridad de un supermercado y una chica de limpieza, a la que él observa a través de las cámaras de vigilancia. Con sólo dos personajes que se conocen, un hombre gigante y una mujer pequeña, y el marco del monstruoso negocio casi vacío, Adrián Biniez describe una historia de voyeurs, narrada en sus ínfimos detalles, sin caer en psicologismos baratos y explicaciones redundantes. Mientras que la primera parte describe al gigante Jara, su fanatismo por el heavy metal y la adolescente relación que tiene con su sobrino, el resto de la película, concreta y concisa en sus intenciones, articula un discurso que tiene relación con la historia de amor, primero en pequeñas pantallas y a la distancia, y luego a través de persecuciones de él a ella recorriendo la ciudad. Biniez se atreve al humor (excelentes resultados tienen las escenas de la agresión a un taxista y el no casual encuentro de Jara con otro pretendiente en un bar), donde el director se atreve a mostrar –sin necesidad de enfatizar el conflicto– algunas vidas solitarias en un paisaje tan particular como es Montevideo. En ese afán de no trascendencia están las virtudes de Gigante y también su limitada poética, aferrada a la solidez del guión, la prolijidad de sus encuadres y sus justificados silencios. Como sintetiza el plano final en la playa, donde el gigante desocupado dejará por un rato su adolescencia tardía por esa mujer, hasta el momento, poco más que una imagen borrosa visualizada por una cámara de seguridad.
Me encantan las historias sencillas, me gusta el cine contemplativo y las historias cercanas y verosímiles. Me encanta que Gigante cuente una historia de amor en la que está involucrada gente común y corriente, gente como uno, esas historias de amor que no son de telenovela y que podría ser la historia de cualquier vecino. Y odio ser tan rara. Sí, porque no entiendo cómo me pudo encantar films como El custodio o El perro y sin embargo Gigante me dejó un tanto indiferente. Quizá sea porque el film de alguna manera se queda en eso, en mostrar a un hombre común, Jara, custodio nocturno de un supermercado que termina obsesionado con Julia, una de las muchachas de limpieza. Y nada más. No es que esté mal ese "y nada más"; de hecho Adrián Biniez muestra una mano segura a la hora de dirigir a los actores y de crear escenas que sin necesidad del diálogo dicen mucho, describen, apuntan. Pero el guión me dejó con ganas de más, me dejó con el deseo de alguna vuelta de tuerca que no tiene porqué ser tremendamente original pero que al menos le de un climax diferente al film. Es como si la historia de a poco se inflara para luego desinflarse sin más. No tiene elementos que dentro de su sencillez despierten empatía o emotividad, es en definitiva casi una historia más. Como meterse invisiblemente en las noches de un supermercado y descubrir su vida, común, nada sorprendente. Horacio Camandule, no obstante, brinda una actuación creíble como este solitario y tímido sereno que descubre en su monitor a Julia una noche tras un accidente mientras limpiaba. Se transforma a partir de entonces en una especie de héroe anónimo, un ángel custodio que la seguirá incondicionalmente a todas partes.Leonor Svarcas como Julia se muestra correcta dentro de un papel que no se lo destaca demasiado salvo por lo que representa en la vida del protagonista. Un personaje que apenas tiene alguna línea de diálogo, que la veremos como una figura que va y viene entre la realidad y la "ficción" del monitor. Un film minimalista como la describiera mi amigo bloggero Xavier Vidal, y ciertamente lo es; quizá demasiado minimalista para mi gusto. Recomendable para aquellos que quieran ver una historia de amor distinta, una historia de amor sin los fuegos de artificio a los que estamos acostumbrados. No olvidemos que después de todo es un film que ha ganado en tres categorías en el Festival de Berlín además de otros incontables festivales por los que ha pasado como el de La Havana, Lima o Chicago.
VIGILAR Y AMAR Un inmenso y tierno guardia de seguridad observa a una de las empleadas de limpieza desde los monitores de su oficina. Minimalista en los recursos, pero inmensa en los sentimientos, Gigante es una inusual y, a la vez, arquetípica historia de amor. El cine está lleno de convenciones, tantas que ni siquiera pensamos en ellas. Pero ahí están, marcando cada minuto de nuestra experiencia como espectadores. Las convenciones son absurdas, aunque como tales forman parte de nuestro imaginario. Así, una historia de amor en los lugares más absurdos y remotos, o formada por los personajes más insólitos y lejanos a las conductas humanas, es aquella con la que nos identificamos con mayor facilidad. Y eso no está mal, al contrario, es una de las posibilidades que nos brinda el arte cinematográfico. Lo curioso es que luego, cuando aparece un film como Gigante –en definitiva una película perteneciente al cine romántico-, nos parece rara, inusual, con personajes “diferentes”. Diferentes a la historia del cine, pero no a nosotros mismos. Lo que sin duda es distinto, es la apuesta visual para el género, pero tan solo eso. Porque el director consigue transmitirnos los sentimientos del protagonista con absoluta claridad, como lo han hecho todos los cineastas que han contados historias de amor en el cine. Jara (Horacio Camandulle) es un guardia de un supermercado que se encarga de vigilar el negocio, a través de las cámaras de seguridad, durante la noche, ese momento en que el lugar se convierte en otro mundo, secreto, privado, en el que hay solo unos pocos empleados: los que limpian o los que cuidan. Entre las personas que limpian está Julia (Leonor Svarcas), y Jara -desde un evidente espacio voyeur- se enamorará de ella. Pero Jara, aun con su intimidante aspecto por su altura y su peso, es uno de los personajes más tiernos que haya dado el cine de los últimos años. Todas las oportunidades que el film tiene las aprovecha para describirlo como un ser amable, sensible, noble, cuyos únicos arrebatos de violencia los manifiesta cuando la mujer a la que ama se encuentra amenazada o es insultada por alguien. Bellísima historia de amor contada con los recursos minimalistas propios del cine independiente. Gigante no cae en ningún momento en los vicios de esta clase de cine, sino que se sirve exclusivamente de sus virtudes. Realizada por un argentino radicado en Uruguay, la película es fiel al país donde fue filmada. Sin llegar al absurdo de Whisky (otro film uruguayo notable) y explorando más los sentimientos, ambos films poseen, de todos modos, ciertos elementos en común con respecto al retrato de personajes. La diferencia más notoria está en el protagonista. La postura física de este callado y buen guardia enamorado, fan del heavy metal, es casi tan expresiva como su mirada. En los ojos de Jara –él observa durante todo el film- está el gran secreto de Gigante. Y es que en cualquier lugar del mundo, en cualquier época y más allá de todas las convenciones, las personas enamoradas se parecen.
Adrián Biniez es un realizador argentino que vive en el Uruguay, y en esta película cuenta la historia de Jara, un muchacho solitario que trabaja en la seguridad de un supermercado por las noches. Desde su monitor chequea las actividades del personal hasta que se enamora de la chica que hace la limpieza. Éste voyeur a su vez es una persona tímida, violenta y de pocas palabras, que los fines de semana trabaja de patovica en un boliche de rock. La relación enfermiza que se plantea a la hora en que su enamorada es echada del supermercado marca los límites de este filme lento, silencioso y por momentos reflexivo. Horacio Camandule en la piel de Jara muestra solvencia y mucha seguridad, la dirección de actores es muy medida y genera ansiedad en el espectador, por su parte Leonor Svarcas /Julia) es una gran actriz, joven y bonita. Sin lugar a dudas, esta historia tiene todos los aditamentos para convertirse en un interesante filme uruguayo que se suma a “Whisky” y “El Baño del Papa” como clásicos de la cinematografía que se hace del otro lado del charco.
A big, big love Un tipo entra a una sala de cine y se sienta, pero no mira la película. Tiene el pelo corto, usa bigotes, remera de Biohazard, pero por sobre todo es grande, grandote. El rostro de Jara, el héroe que protagoniza Gigante, está iluminado por la proyección de cine pero sus ojos van hacia otro lado porque él está mirando a Julia, se hace la película con ella. Gigante es una historia de amor que nos muestra, paso a paso, cada vez más cerca, el acercamiento progresivo de Jara hacia Julia. Los dos trabajan en un hipermercado: él monitoreando las cámaras y ella como personal de limpieza. Las de Jara mirando por una pantallita son escenas en las que nosotros también observamos, como en cuadros dentro de cuadros, mediante una subjetiva-vouyeur. El trabajo de Jara no es precisamente divertido, lo vemos haciendo un esfuerzo terrible por gastar el tiempo, haciendo morisquetas, resolviendo palabras cruzadas, lo que sea. Pero cuando aparece Julia él se convierte en un fisgón que se vuelve director de cámara de su mirada y también de la nuestra: mete zoom cerrando el plano, la espía por los pasillos, la sigue. Este seguimiento en ningún momento nos resulta inquietante ni nos hace temer por Julia porque Gigante nos deja en claro desde el principio que Jara es bueno. Lo sabemos porque cuando le toca laburar como patovica no golpea a nadie, sino que separa y le pregunta a uno de los chicos si está bien, dándole palmaditas. En otra escena termina comprando una revista de tejidos por haberse escondido en un kiosko para que Julia no lo vea. Jara es un buen pibe, no hay dudas. En Gigante, la primera película de Adrián Biniez, abundan los planos fijos armados sobre marcadas líneas (las de los techos de las casas, las de las góndolas), y en esa confección hace acordar a Los paranoicos, otra opera prima. Pienso en Los paranoicos también por la fuerza de los colores y porque se trata de historias de tipos que persiguen una obsesión y que estallan: Hendler bailando o tirándole vinos al chino, Jara rompiendo todo en el supermercado. La furia es otro aspecto que aparece en Gigante. Jara es tranquilo, muy tranquilo, es uno de esos tipos que si se enojan te pueden lastimar, y por eso sólo se descarga contra los malos (y si no vean cómo le fue al taxista que se atrevió a gritarle algo a Julia). En la escena en que Jara entra al cine buscando a Julia podemos ver los afiches de dos falsas películas en cartel: Salto al amor y Mutante. Jara se juega por la primera y falla, y es recién en la proyección de Mutante donde encuentra a Julia. Durante toda la película, la información que tiene Jara (y nosotros) sobre Julia es prácticamente nula, no sabemos nada de ella, la seguimos, la espiamos trabajando, haciendo karate, pero nada más. Jara no le habla, ni tampoco escuchamos hablar a Julia, que en toda la película apenas dice una sola palabra. Sólo alcanzamos a deducir algún dato por pistas sueltas que, a medida que avanza Gigante, nos dan el indicio de que los gustos de ambos coinciden. Gigante es una historia sencilla. Si Jara se enamora de Julia es porque ella logró hacerlo sonreír en medio de una de sus jornadas de letargo delante del monitor, logró robarle una sonrisa a ese rostro serio y adusto. El personaje interpretado por Horacio Camandule es un caso, pero lo que define a este grandote no está en su gran tamaño, sino que lo podemos encontrar en su mirada que, detrás de un gesto en principio hosco, refugia las marcas de una cálida inocencia. Jara es como un chico, hay mucho de infantil en su timidez, en la forma en la que (no) demuestra lo que siente por Julia, en cómo la sigue a escondidas y le deja un regalito. Por eso, Jara es un personaje que transmite una ternura gigante, la de un nene de cien kilos.
Sobre el amor, que es un cactus Las plantas cactáceas son endémicas de América y las Antillas y se caracterizan por poseer una areola, estructura generadora de espinas, nuevos vástagos y flores. Parece que semillas de las cactáceas viajaron al Viejo Mundo en el tracto digestivo de las aves migratorias no hace muchos cientos de años lo cual indica que el estoicismo de un cactus y sus espinas son nuestros, de aquí mismo, poética herencia de los pueblos originarios. Pero volviendo a las aves, ¿podría una canaria llevarse nuestra semilla? Los estoicos (no los cactus) propugnaban que el hombre alcanza la libertad y la tranquilidad guiándose por la razón y la virtud y no a través de los bienes materiales. La razón y la virtud tornan imperturbables a los hombres, razón por la cual bien podría decirse que Jara es un estoico. Un estoico metalero y montevideano, que tal vez parezca un cactus porque de tan grandote mete miedo. En realidad, y es la mayor virtud del cactus evidentemente, Jara es una areola entera porque es capaz de prodigar nuevos retoños y flores de su alma, pero mejor que nadie lo sepa. El, ahíto en su cubil de vigilancia del supermercado, pasa sus noches sin sueños, durmiendo de a ratos e insumiso a su destino. Pero si los canarios tuvieran la posibilidad de volar por los desiertos, seguramente que Julia merodearía a Jara. Julia es una canaria venida del interior del país como cualquier otra, pero tiene afán de golondrina o de paloma, y está a punto de desplegar las alas de Jara mientras Jara la observa desde el monitor y le acerca y le aleja la cámara para mirarla mejor, más que como un lobo feroz, para aquietarse las olas de sus ojos verdemar. Julia es una empleada de limpieza del supermercado, algo negligente y con otras esperanzas. Una botella que encalló en la playa sucia de Montevideo, y que más que un mensaje seguramente guarda un beso en su interior. La gran virtud de GIGANTE es que jamás se aparta de su personaje, porque todo gira alrededor de su pequeño mundo: tanto las situaciones del guión como la puesta de cámara responden con precisión a la subjetividad de Jara, sin reforzar, sin subrayar, sin invadir. Esto es mérito de Adrián Biniez, autor de un film tan particular como conmovedor, que es cierto que puede parecerse a filmes como Marty (al guión de Paddy Chayefsky y a la película de Delbert Mann de 1955), a la estética de Aki Kaurismäki o en ciertos aspectos rozar el tema de la sociedad manipulada como en La naranja mecánica (en la novela de Anthony Burgess o en la película de Stanley Kubrick de 1971), pero que prefiere asimilarse a la vida sencilla de esos padres ancianos de Una historia de Tokyo (Yasujiro Ozu, 1953). Para decir esto último baste observar una secuencia determinante, esa en la que Jara elige una plantita y que en principio no tiene ni ton ni son con el relato, que no se sabe ni de dónde viene ni hacia dónde va. No está mal que lo digamos aquí: esa plantita Jara la elige para dejársela a Julia una noche en el pasillo que le toca limpiar entre las góndolas, una plantita que Julia descubrirá sola, sin testigos alrededor, tan solo con una cámara que le sigue los pasos y que esta vez la guiará por otro rumbo. La plantita es un cactus, un cactus pequeñito con una flor recién florecida. Quizás por eso GIGANTE no sea nada más que la historia de un hombre que se enamora hasta la obsesión, ni tampoco una comedia romántica ni una radiografía de costumbres. Si GIGANTE se escapa de los conceptos se debe pura y exclusivamente a que la presencia de Horacio Camandulle como Jara es insustituible. El trabajo de Camandulle se vuelve inolvidable por los matices de esa mirada que tan bien disocia un cuerpo enorme; mezcla de Matti Pellonpää (el protagonista de las mejores películas de Kaurismäki) y de Gérard Depardieu (ese Depardieu de La última mujer, Marco Ferreri, 1976), Camandulle logra que Jara imponga su humanidad cuando su manota reacciona al feroz piropo de un taxista, cuando sus puños imponen justicia desde el lugar menos pensado o cuando sus ojos se asombran cuando se encuentran con los de Julia. En esas pinceladas Horacio Camandulle transforma su oficio en un acto de amor, quizás porque entendió cabalmente de qué se trataba esta película, nada más que de pasear juntos por la playa cuando seamos viejitos.
Las primeras imágines de Gigante poseen un registro cercano al documental que podría formar parte del cine de autor contemporáneo de tendencia social y verista. El plano fijo de un batallón de empleados de limpieza iluminados, de manera poco amena, por las luces de neón del supermercado donde trabajan, sitúa a la opera prima de Biniez en la línea estética de Whisky, otra película uruguaya de proyección internacional. Pero rápidamente el director se desmarca tanto del molde global como del notable referente local y sorprende con un humor simple y franco. La película dinamita el realismo con el gag, erradica lo sórdido y conserva una mirada lúcida. El gigante del título es Jara, un grandote bonachón que trabaja como empleado de seguridad nocturna en un supermercado de Montevideo mientras escucha heavy metal y luce remeras de Biohazard y Motorhead. A pesar de la cruza evidente entre fragilidad social y potencia física, Biniez nunca cede a la observación clínica y uniforme de esa sociedad sombría sino que, por el contrario, da pruebas de un verdadero afecto por sus protagonistas. En verdad, la cuestión del trabajo no es más que el telón de fondo sobre el cual la película construye de a poco una historia de amor sencilla, original y emotiva, con un tono ligero y un humor tan eficaz como imperceptible. Jara debe controlar las góndolas a través de una pantalla instalada en su puesto de vigilancia. La rutina se quiebra cuando Julia aparece por primera vez en el monitor empujando su carrito, el inmenso guardia queda sublimado y no logra despegar los ojos de la joven. Jara establece una rápida empatía con el espectador dejando pasar los pequeños robos que comete una de las muchachas y ayudando con destreza a su empleada favorita. Nuestro héroe observa atento los movimientos de Julia desde su monitor y cuando termina su turno la sigue por la calle hasta el locutorio, el cine o la parada del colectivo como un San Bernardo con su barrilito de whisky. Las escenas de exteriores aportan cierto suspenso cuando el protagonista, anclado en el papel de observador, se revela incapaz de abordar a la chica y genera con su merodeo una bomba de efecto retardado. Gigante es un pequeño antídoto contra tantas películas pretenciosas de guiones retorcidos y estrellas parlanchinas a las que los directores siguen en primer plano a falta de algo mejor que filmar. El cuerpo solitario y resistente de Jara posee una presencia bruta que desborda la pantalla. La película desecha los discursos y las recetas narrativas, y el cine recupera con alegría sus silencios, su inocencia y su virtud.
La mirada discreta El límite del voyeurismo precisamente reside en la pasividad de la mirada. La observación de la cotidianidad sostenida en la distancia corre un riesgo: describir como un modo de naturalizar. Es decir, adoptar la mirada de quien ve por nosotros y asumir así su perspectiva. Gigante es un drama laboral y romántico sostenido en el vouyerismo de su protagonista. Jara, solitario y amante del heavy metal, trabaja en un supermercado; mira por detrás de las cámaras de vigilancia. Por el turno que le toca, su actividad de vigía se aplica a sus compañeros. Sin los clientes, los potenciales sospechosos son los trabajadores. Testigo sistemático de un microcosmos mecánico, Jara descubrirá una criatura llamada Julia entre las imágenes condenadas a la repetición. Así ese hombre dedicará su tiempo libre a observar a una mujer no menos solitaria que él, aunque más activa. La incipiente tensión pasa por saber, primero, si Laura está sola y, segundo, si Jara pasará de la contemplación a la acción. Biniez demuestra cariño por sus personajes. Salvo un pasaje en una playa, no hay diferencia entre las calles de Montevideo y los interiores del supermercado. Muestra una preocupación formal explícita: sus planos abiertos de la ciudad no alivian la claustrofobia y el control de los planos generales en el trabajo. No desprovista de humor y ternura, Gigante se empequeñece porque jamás asume de lleno los conflictos laborales en el supermercado y prefiere hallar consuelo en la discreta utopía de los sentimientos. Habrá despidos y maltratos, pero la rabia de Jara sólo se suscita por celos y protección. La discreción política del filme revela un problema de prioridades. Los empleados pueden amar, pero apenas consiguen rebelarse. Ocurre que el vouyerismo social inmoviliza cualquier atisbo de conciencia política.
El gigante de ojos azules Jara, un guardia de seguridad del turno noche en un hipermercado, se enamora de una de las chicas que realizan la limpieza del lugar. Todo comienza como un juego voyeur. Mientras él cumple con su trabajo mirando atentamente lo que muestran las cámaras de seguridad y controla que ninguna de la empleadas de limpieza robe nada, que nada salga de lo predeterminado, que no haya ningun problema y casi sin quererlo.... se cruza en su cámara de vigilancia Julia. Y ya no habrá forma de que Jara la olvide, pero tampoco va ser fácil que él se anime y encuentre la forma de poder abordarla... No le alcanza con seguirla con la cámara de seguridad y controlar sus movimientos: necesita más datos, saber más detalles de su vida, de sus lugares, de sus espacios. Y entonces comienza a inmiscuirse imperceptiblemente en su rutina diaria, en su cotidiano. Jara inicia un proceso de rituales alrededor de ella, de pequeñas "persecusiones", alentado por el deseo de conocerla, de cruzarse con ella. En definitiva: de que ella lo vea. Se agradece enormemente el estreno comercial de esta película Uruguaya, que tiene el antecedente de ser ganadora en Berlín. "Gigante" logra transmitir una historia pequeña, silenciosa, con pocos diálogos, pero enorme en su potencia. Y el espectador no puede más que caer rendido ante la seducción de acompañar a Jara en este recorrido romántico inundado por su inmensa timidez. Porque ese Jara es grandulón, vigilante, patovica y totalmente contrapuesto, también habitan en su otro costado la candidez y la fragilidad de su mundo. Los pocos diálogos que tiene la película son sumamente tiernos, queribles, nos acercan a la manera rioplatense de expresanos. No son seguramente el punto más importante, "Gigante" gana ampliamente en la fuerza de las imágenes, mientras participamos de los movimientos de los protagonistas, cuando el director nos abra de lleno la puerta para introducirnos en sus mundos, en sus vidas, en sus detalles. Horacio Camandule es el Jara ideal, protagonista indiscutible y excluyente, una pieza excelente para el éxito de esta historia. Un "gigante" todo corazón que cae rendido ante Julia y todo su "derrotero" hasta llegar a ella cerrará en un último plano en la playa lleno de sencillez, de poesía y de magia cinematográfica. Una historia sencilla, pequeña. Una película GIGANTE.