Un director iraní con sentido del humor no es algo tan común de encontrar en el cine por estos días. El cineasta Ramin Bahrani (Chop Chop) claramente lo tiene y en su último trabajo ofrece una poderosa historia sobre la solidaridad humana y la lucha por no renunciar a los sueños personales. La película está protagonizada por dos personas que hasta ahora no tenían nada que ver con la actuación y el cine. Por un lado tenemos a un taxista senegalés llamado Souleymane Sy Savane que inspiró la historia de este film desde el momento en que el director se subió un día a su vehículo para hacer un viaje. Después de hablar y conocer al taxista el cineasta se dio cuenta que era un personaje fantástico para una película y lo convenció para que animara a actuar en esta producción. El coprotagonista es Red West, que para quienes somos fans de Elvis es una cara muy conocida ya que lo vimos en centenares de documentales. Red fue durante más de 30 años el principal guardaespaldas de Presley. Muchos biógrafos del músico coinciden en que este hombre fue uno de los poquísimos amigos reales que tuvo Elvis en su vida. Se conocieron en la escuela secundaria y cuando el músico empezó a grabar sus primeros discos West se incorporó al staff del cantante. Finalmente se distanciaron a fines de los ´70 cuando Red le quebró un pie a un primo de Elvis que le suministraba drogas al artista y no hacía otra cosa que perjudicar su salud. Cómo se le ocurrió al director reunir a estos dos hombre en una película es un misterio. West interpreta a un anciano que sencillamente se cansó de vivir. No quiere seguir más y desea matarse. Con este objetivo contrata a un taxista por 1000 dólares para que lo lleve a un montaña que el hombre eligió para arrojarse al vació. El taxista resulta ser un optimista incansable que decide entrometerse en la vida del hombre y frustrar sus planes. La trama se centra en la relación que se gesta entre estos dos personajes y como el deseo de terminar con todo para un hombre representa el nacimiento de una nueva vida para el otro. La película es realmente muy interesante y forma parte de esa clase de propuestas que a la salida del cine y probablemente durante los días siguientes despierta la discusión y reflexión de los temas que trató el director. Goodbye Solo es una gran historia que me parece deja un poderoso mensaje sobre la compasión y el enorme poder que tiene la energía positiva en el ser humano. El director Bahrani logra engancharte con la historia desde las primeras escenas en la que nos presenta los personajes y la trama se vuelve más interesante con su desarrollo. Recién hacia el final el cuento se vuelve más emocional y dramático, pero durante gran parte del film la película presenta las situaciones que viven los protagonistas, que pertenecen a dos culturas muy distintas, con bastante humor. La verdad que el trabajo de los actores es realmente fabuloso y deja en ridículo a más de una estrella de Hollywood que cobra millones de dólares en estos días y creen que son grandes artistas. Esta es una producción independiente que narra una historia emotiva sin manipular al espectador ni sentimentalismos forzados. Eso es para mi lo mejor de Goodbye Solo. Es una película que se nota fue hecha desde el corazón y transmite su mensaje con honestidad.
Dos a entenderse Con Chop Shop y Man Push Cart, Ramin Bahrani había presentado credenciales para ser considerado un muy probable gran director. Con Goodbye Solo se confirma como una de las voces (miradas) más interesantes del panorama indie norteamericano. Dos personajes (uno, de mediana edad, taxista, nacido en Senegal, radicado en Carolina del Norte, casado por segunda vez con una mujer latina que está embarazada, y que parece salido de La felicidad trae suerte, de Mike Leigh; el otro, anciano, gruñón, resentido y depresivo, interpretado por un ex guardaespaldas de Elvis Presley y que parece salido de un film de John Cassavetes), una "excusa" argumental (un viaje a una montaña que el viejo quiere hacer ¿para suicidarse? y su relación con el conductor africano que debe llevarlo) y mucha sensisibidad, profundidad psicológica y amor por el cine son los elementos que le bastan a Bahrani para redondear una pequeñísima-enorme película. Red West, ex marine, ex boxeador, ex gángster, ex amigo, chofer y guardaespaldas de Elvis, y Souleymane Sy Savane, un actor nacido en Costa de Marfil casi sin experiencia profesional, son William y Solo, la pareja-desapareja, los opuestos que no se complementan pero finalmente se entienden, se aceptan, en esta fábula sentimental (y a mucha honra) sobre el respeto y la lealtad, que escapa con sabiduría al pintoresquismo de las películas sobre inmigrantes del Tercer Mundo e incluso a los golpes bajos tan habituales en las historias sobre relaciones padre-hijo o en aquellas en las que -como aquí- aparece en escena una encantadora niña, hijastra del entusiasta Solo. Esta película -que en los Estados Unidos se estrenó en marzo y todavía continúa en cartel- está inspirada, según el propio realizador, en ciertos trabajos del gran Roberto Rossellini, pero para mí, más allá de su innegable sello indie, adquiere sobre el final una dimensión visual y emocional casi digna del cine de Naomi Kawase. Su estreno en un mercado tan achicado como el argentino, en copias en fílmico (es notable el trabajo del director fotografía Michael Simmonds) resulta, por lo tanto, una hazaña, un verdadero milagro.
El poder de la amistad Elegancia y sobriedad distinguen a esta realización del iraní Ramin Bahrani premiado en múltiples festivales independientes internacionales. El film, de forma poética e intimista, contrapone a dos personajes totalmente opuestos en su carácter, desnudando las motivaciones de ambos y la distancia que separa la realidad de vida de sendos protagonistas. Un hombre solitario y anciano hace un trato con un taxista ofreciéndole dinero con tal que lo lleve a un lugar sin retorno, supuestamente queriendo terminar con su vida. Este taxista, un inmigrante africano intentará dejar de lado su conflictiva vida personal y convencer por todos los medios a su pasajero que desista de su plan. Inteligencia y humor confluyen a la hora de recrear un film dramático que acerca su visión sobre el valor de la amistad en una historia emotiva sobre dos personajes de raíces culturales contrapuestas que se ven unidos por el destino. Ambas vidas se entrometen, una fecha definirá el destino de ambas. Un viaje planeado y las consecuencias de este serán el disparador principal de la trama. Goodbye Solo (2008) plantea, en un extremo, un retrato bastante crudo y realista de la forma de vida de muchos de los inmigrantes que desembocan en Estados Unidos adoptando a este como su nuevo hogar, trayendo consigo sueños y frustraciones a un entorno que les es ajeno. La película es, en su otro extremo, un testamento sobre la solidaridad a nivel humano, el poder de la misma como don desinteresado y el efecto en cadena que puede producir un cambio interior para generar una modificación de conducta hacia los demás. Una historia de vida pequeña, imperceptible, de esas que suceden a la vuelta de la esquina y pasan desapercibidas. Esta historia, un autentico estudio de caracteres, nos lleva la mirada a esos seres que muchas veces omitimos, pasamos por alto, nos perdemos de observar. Esos seres que en silencio construyen verdaderos valores y dejan una marca a su paso, la energía positiva que despierta la naturaleza del espíritu humano en medio de la vorágine cotidiana que casi no permite verse unos a otros. El film es en este sentido de compromiso social, ese que reivindica a su protagonista, aún no sin cierto esquematismo. Un hombre sencillo de raza negra y nativo del África. Este mágico viaje que emprenden estos dos hombres nos habla en su recorrido de los sueños perdidos, del pasado que vuelve como herida sin cerrar develando algún secreto, de un choque cultural que transita emocionalmente a ambos, de juventud y vejez como polos opuestos de la vida. Por momentos, Bahrani intenta experimentar en este tipo de dramas que exploran emociones humanas, aunque a veces estas se excedan en detrimento de la historia. Más allá de sus inconsistencias, no se puede ocultar la nobleza en su retrato. Ese que habla sobre los sueños rotos, sobre la supervivencia como pulsión de vida, de la degradación emocional de la vejez, del choque cultural en países del primer mundo. El mensaje implícito en el film nos intenta mostrar esas cuentas pendientes que nos ayudan a encontrar un motivo por el cual pelear y sobrevivir a la soledad.
Pequeña historia de opuestos simétricos Solo (Souleymane Sy Savane) es un taxista senegalés que aspira a más. Mientras maneja por las calles de Salem, en el norte de los EE.UU., estudia con tesón para poder convertirse en oficial de a bordo de una importante aerolínea. Su entusiasmo y su rectitud conquistan a propios y ajenos; además, está esperando un hijo y a la incertidumbre del futuro se opone su inagotable capacidad de esperanza. Nada más lejos de Solo que su ocasional cliente, William (Red West); un auténtico redneck que transita una mala ancianidad y cuyo objetivo inmediato es terminar sus días en Blowing Rock, un pico montañoso cercano a Salem. Pese a las manifiestas diferencias de carácter y expectativas, Solo y William traban una curiosa relación en la que la perseverancia del taxista por hacer sentir cómodo a su cliente lo tornan aún más hostil. Aunque un imprevisto giro en las circunstancias de Solo los llevan a una convivencia inesperada, y una vez establecida la cabeza de playa, poco podrá hacer William para entorpecer la determinación de su nuevo amigo en pos de mejorar su vida. Si bien parte de una premisa bastante simplista (trabajador negro negrísimo con todos los clisés de la negritud traba amistad con su hosco y ultraconservador blanco blanquísimo cliente), este filme de Ramin Bahrani conquista por puntos más sobresalientes, como la muy buena puesta en escena y las secuencias individuales en las que destaca el personaje de Solo. La carencia de banda sonora y el énfasis en los silencios incómodos de William son buenos contrapuntos, más eficaces como gancho que la propia matriz de la historia (que no remonta en lo argumental su previsibilidad). Se destaca la actuación de estos dos hombres notables, Sy Savane y West, que en su rol de amigos accidentales logran convencer a fuerza de situaciones que desbordan una trama más bien obvia. Es sencillo imaginar la forma en que concluirá la historia con el correr de los minutos, y sin embargo el final llega con la misma apacibilidad que el inicio: una sorpresa sin estridencias. "Goodbye Solo" es de esos filmes que dejan la impresión de que uno, como espectador, puede plantarse frente a sus propias decisiones vitales y reflexionar sobre cómo las personas pueden modificar una percepción que se creía inamovible. Después de todo, la vida es un fluir del que nadie escapa.
Y el viento los llevará La tercera película de Ramin Bahrani es un emotivo relato sobre la relación entre dos hombres. La primera escena de Goodbye Solo hará recordar a los espectadores a El sabor de la cereza. Un hombre anciano, con cara de pocos amigos, se sube a un taxi manejado por un inmigrante senegalés y le hace un extraño pedido: le pagará cien dólares para que lo lleve unos días después hasta Bowling Rock -el pico de una montaña en Carolina del Norte en el que se produce un extraño fenómeno meteorológico que hace que los objetos que se lanzan allí vuelvan a subir-, que lo deje ahí y se vuelva. Solo, el taxista en cuestión, sospecha que el hombre trama algo (¿suicidarse, acaso?) y empezará, de a poco, a inmiscuirse en su vida y a tratar no sólo de descubrir qué le sucede sino de contagiarle algo de esa energía entusiasta que a él le sobra. La vida de Solo no es perfecta: no está contento con su trabajo y su relación con su esposa latina es bastante tensa. Pero el tipo mira a la vida con otro prisma. Así como William -de quien sabremos poco a lo largo del filme, pero podemos imaginar que tiene un pasado duro y difícil sólo con ver su rostro y escucharlo farfullar- ha dejado de hacerse ilusiones, Solo las conserva, pese que que el mundo que lo rodea no ofrece demasiados motivos para el optimismo. Este choque/encuentro entre un veterano desanimado y un joven impetuoso podría generar todos los clichés imaginables del cine de Hollywood. Pero Ramin Bahrani, que trabaja en un universo paralelo al de los grandes estudios, los evita a conciencia. Por más que esos temas estén ahí, la belleza de Goodbye Solo (la misma que la de sus anteriores Man Push Cart y Chop Shop) está en la naturalidad, frescura y urbana poesía que el director le imprime a sus imágenes y a las actuaciones de su pequeño elenco. Bahrami es un cronista de ese "otro lado del sueño americano", parte de lo que algún crítico de los Estados Unidos ha llamado el "neo-neorrealismo" norteamericano. Sus admitidas influencias son Roberto Rossellini (dice que Las flores de San Francisco fue una inspiración para esta película), lo mismo que Vittorio De Sica, el primer Pasolini y no niega la filiación del filme con el de Abbas Kiarostami. De cualquier manera y pese a la sensación "documentalista" que trasluce su película, Bahrami estructura el relato de manera bastante clásica. William y Solo se irán conociendo, amigando, irritando, fastidiando, reconciliando, hasta que la situación llegue a su anunciado punto límite. La película evita sin embargo la mayoría de los lugares comunes y discursos (si bien hay un par de subrayados innecesarios) y crece, humanamente, gracias también a sus protagonistas. Red West, un veterano doble y actor de películas de Clase B cuya fama viene de haber sido amigo y guardaespaldas de Elvis Presley, tiene una presencia que empieza por asustar y termina por enternecernos. Con el taxista -el marfileño Souleymane Sy Savane- pasa lo contrario: su excesiva simpatía puede parecer irritante al principio, pero de a poco nos conquista con esa sonrisa que, sabemos, oculta bastantes pesares. Goodbye Solo es uno de los grandes estrenos de este año, y que se ofrezca en copias en fílmico (35 mm.), es casi un milagro. Una película pequeña, humana, más compleja de lo que deja entrever su aparente simplicidad. Una joyita en la cartelera porteña
Noble empatía de una extraña pareja Un taxista senegalés parlanchín y un taciturno pasajero pelirrojo establecen en una semana algo parecido a una amistad. Sin embargo, este film melancólico, que desde el título habla de una despedida, tiene a la familia como temática. El comienzo no podría ser más directo y concreto, pero sin embargo no deja de causar inquietud, de evocar un misterio. Exterior, noche. Un taxi surca las calles de una ciudad estadounidense. El chofer es de ésos a los que les gusta sacar conversación. Y empieza por hablar de sí mismo: que es senegalés, que extraña Dakar, que su esperanza es juntar dinero para mandar a su familia, allá lejos, del otro lado del océano. El pasajero, en cambio, que le lleva más de cuarenta años, no podría ser más hosco: mira perdido hacia la noche vacía y prefiere callar, hasta que hace una extraña proposición. Mil dólares si en unos días lo lleva a un lugar llamado Blowing Rock, una montaña en las afueras de la ciudad. “¿Vamos viejo, qué va a hacer, va a pegar un salto?”, pregunta con sorna el taxista negro. Pero la mirada de su pasajero blanco le borrará la sonrisa. A partir de allí, el tercer largometraje del director neoyorquino Ramin Bahrani –autor de Man Push Cart (2005) y Chop Shop (2007), tan elogiadas en el exterior como desconocidas en Argentina– irá planteando la simbiótica relación entre esos dos hombres, que no podrían ser más diferentes y que sin embargo van a ir construyendo, en menos de una semana, casi sin darse cuenta, algo parecido a una amistad. El taxista se llama Souleymane, pero todos, para hacerla corta, lo llaman Solo. Forma parte del ejército de inmigrantes que en Estados Unidos conforma la clase prestadora de servicios. Como su nueva mujer, por caso, una mexicana que está embarazada de Solo. De William, en cambio, no se sabe casi nada, salvo que le gusta escuchar a Hank Williams –“el mejor compositor de música country de este país”– y que todas las noches va al cine y disfruta de unas pocas palabras con el muchacho que trabaja en la boletería. Film melancólico, que ya desde su título sugiere una despedida, Goodbye Solo quizá no es tanto una película sobre la amistad como sobre la familia. ¿Qué significa ser padre, por ejemplo? Afectuoso, familiero, a Solo le cuesta entender esa tendencia a la diáspora de la sociedad estadounidense. “¿Qué pasa con ustedes que viven todos separados?”, le pregunta siempre con bonhomía al taciturno William. “¿Y vos, qué hacés tan lejos de tu casa?”, recibe como única respuesta. Es verdad, Solo confiesa que ha dejado allí a una mujer, pero en su nuevo país no sólo está por ser padre por primera vez, sino que también se comporta como tal con Alex, la hija preadolescente de su compañera mexicana. Y él mismo, de alguna manera, se preocupa por la suerte de William como si ese pelirrojo demasiado curtido por la vida (interpretado por Red West, que supo ser guardaespaldas de Elvis Presley) fuera un poco su propio padre. Con tacto y sensibilidad, el director Bahrani nunca pulsa las cuerdas más agudas o sentimentales de su instrumento. Prefiere en cambio que las pequeñas situaciones, las miradas mudas entre los personajes, los pantallazos de esa ciudad anónima –fotografiada por Michael Simmonds con una luz que recuerda la soledad de los personajes de la pintura de Edward Hopper– vayan trazando las líneas del relato. La cámara siempre parece estar en el lugar justo: ni muy cerca ni demasiado lejos. Los tiempos, regulados por el propio Bahrani desde la mesa de edición, son pausados, sin llegar a ser parsimoniosos. Y la síntesis impera: casi no existen personajes salvo Solo y William, o si existen tienen una presencia en off, como “Porkchop”, la operadora del radio taxi. Hacia en final hay quizás una gravedad un poco forzada, una metáfora demasiado densa sobre las distintas maneras, paradójicamente, en que ambos amigos piensan en el modo de levantar vuelo de este mundo. Pero aun así, a pesar de ese lastre, la relación entre esos dos personajes tiene una empatía muy auténtica, muy verdadera, que ennoblece la película.
Un milagro americano En un fin de semana donde un film artificial reduce lo humano a la caricatura y donde otro opta por el diseño para hablar de algo remotamente cercano, Goodbye Solo es un oasis. Tercer film del estadounidense Ramin Bahrani, narra la relación entre un taxista inmigrante y un hombre adusto que lo contrata para un viaje con final incierto. Se puede pensar que aquí hay una historia de alguien a punto de abandonarlo todo y alguien que desea ayudarlo, y que todo se reducirá, en última instancia, al típico cuento de redención que forma parte del folclore cinematográfico estadounidense. Pero no: la película es una sorpresa mayúscula por varias razones. La primera –fundamental- consiste en que el realizador, con una transparencia clásica, transforma a los personajes en seres no sólo creíbles sino –sobre todo- verdaderos. Son complejos, no porque escondan algún misterio sino porque, como cada persona que encontramos en nuestra vida, tienen un pasado y una mochila que cargan, más o menos pesada, sobre sus espaldas. Y que cualquier relación humana implica comprender ese peso para decidir si uno quiere compartirlo o no. Los dos personajes tienen bagajes diferentes detrás: Solo, el taxista, es un inmigrante senegalés; tiene una mujer mexicana y una hijastra a la que adora. William fue guardaespaldas de Elvis y parece encaminarse al final de su vida. Los actores son esos mismos personajes “con otro nombre”, una pirueta que recuerda –no es lo único- el mejor cine de Kiarostami, aunque de raíces bien americanas. Porque en última instancia –y de aquí la vibración universal del film- es una parábola del sueño americano, de esa utopía que los mercaderes terminaron usurpando. Aquí Bahrani bucea en la necesidad individual y colectiva de que tal utopía exista. Y lo hace sin teorías, sin diálogos rimbombantes, sin “lecciones de vida” conminativas y subrayadas: lo hace presentándonos a dos o tres personas a quienes queremos seguir mirando, sobre quienes nos hacemos preguntas. A quienes, por fin, consideramos semejantes. En el cine de hoy, casi un milagro.
Film con sinceridad, pudor y fina sensibilidad Goodbye Solo es una nueva reflexión existencial de Ramin Bahrani, el mejor de los jóvenes cineastas independientes norteamericanos Es raro encontrar en el cine de hoy personajes retratados con tanta sinceridad, tanto pudor y tan fina sensibilidad como lo hace Ramin Bahrani con los dos protagonistas de Goodbye Solo , un film que toca hondo a pesar de su ligera aridez afectiva, o quizá precisamente por ella, porque hay más sugerencia en los rostros y en los gestos que en las palabras, y cuando éstas se pronuncian no buscan explicar más que lo superficial pero abren una vía sesgada a la interioridad de los dos seres cuyo encuentro fortuito pone en marcha la pequeña historia. Es un vistazo discreto pero penetrante del vínculo que nace entre dos hombres separados por la edad, el origen y la condición. Dos hombres de esos que suelen ser invisibles para el cine y también en la realidad, pero no para Bahrani, que ya le dedicó una obra, la primera, a un vendedor ambulante de origen paquistaní ( Man Push Cart ) y la siguiente a un adolescente latino tratando de abrirse paso en un taller de Queens ( Chop Shop ). Dos hombres ubicados en los extremos del sueño americano. Uno, el charlatán y animado Solo, ha venido de Senegal, está esperando un hijo de su esposa mexicana, no se conforma con seguir trabajando de taxista, pero tiene las esperanzas y la fe intactas: aspira a ser asistente de vuelo. Del otro, William, taciturno y sombrío, nada se sabe, sólo que trae las marcas de muchas derrotas y que tiene los dólares para pagarle al taxista, con llamativa anticipación, el viaje que quiere hacer en unas dos semanas hasta un paraje montañoso llamado Blowing Rock que se asoma al abismo. Nada dice del viaje de regreso, razón por la cual su flamante chofer -empieza a serlo con frecuencia- intenta hacer lo posible por saber más de él y quizá torcer el destino que parece haberse fijado. Entre los dos, hay una chica -hija de la mujer de Solo-, cariñosa, prudente y sensata a pesar de sus 9 años, que acepta lo que ve sin hacer preguntas: estos dos hombres que van en direcciones opuestas pueden ofrecerse -más allá de sus diferencias- algún tipo de humana compañía. Y alguna lección: la del respeto por el otro. Al director, descendiente de iraníes pero nacido en Winston-Salem, North Carolina (lugar donde transcurre la acción), no le hacen falta palabras para alentar la reflexión existencial que la conducta de los protagonistas ante la muerte y la naturaleza promueve por sí misma. Su film -que tiene en Souleymane Sy Ravane, Red West y Diana Franco Galindo tres intérpretes irreemplazables- desborda humanismo, nobleza y verdad, rasgos que, sumados a la elocuencia y la plasticidad visual del film, justifican que se lo haya destacado como el mejor de los jóvenes cineastas independientes norteamericanos.
Al final de este viaje No debe haber profesión que se ajuste más a su estereotipo que la del taxista. Parecería ser que el inmiscuirse en la vida ajena y el saber discurrir entre el clima y las posibles formas de preparar pescado al horno son condiciones sine qua non de cualquiera que se digne a ser un buen tachero. El senegalés Solo no es precisamente la excepción que confirma la regla. Por eso no importa que tan poco hable su víctima pasajera, Solo habla por los dos. Lo poco que sabemos la víctima en cuestión, William, es en parte por algunos dichos suyos de dudosa veracidad y en parte por conjeturas del taxista. Lo único que deja claro el personaje es que se trata de un viejo solitario, esquivo y malhumorado que, además de haber cerrado sus cuentas bancarias, pretende ser llevado y dejado en una apartada montaña llamada Blowing Rock, donde el viento es lo suficientemente fuerte como para empujar a un hombre al cielo. Por distintas razones, la necesidad de volar alto parece ser el común denominador de William y este taxista, que ambiciona convertirse en auxiliar de vuelo a pesar de que su latina y embarazada esposa se obstine en mantenerlo cerca y en tierra. En su intento por hacer desistir a William de su viaje sin retorno, Solo se empeña en descubrir las motivaciones que oculta su cliente y para eso lo persigue, lo acosa con preguntas, lo presiona y revisa sus pertenencias. Lo que un psiquiatra no titubearía en catalogar como psicópata es, a los fines de este relato, un hombre de carácter bondadoso y solidario. Lo cierto es que, mientras se acerca el día pactado para el ascenso al Blowing Rock, entre estos dos personajes nace una suerte de extraña amistad. Goodbye... confronta, en tono poético y sencillo, a la idiosincrasia de estos dos personajes evidenciando sus distintas realidades, sus modos de ver el mundo, sus sueños y expectativas ante la posibilidad de tomar las riendas de sus propias vidas. Goodbye… es mucho más que las diferencias entre reggae y country, es mucho más aún que un fresco sobre las condiciones de vida de los inmigrantes en USA. Y en este sentido, tampoco alcanza con hablar de la excelente fotografía o las inmejorables actuaciones. Es más bien un viaje por un camino sinuoso que quieran o no, les toca recorrer juntos. Es un viaje sobre las motivaciones que impulsan a seguir o detenerse, sobre frustraciones y pérdidas y, sobre todo, sobre la necesidad de ser dueño de su destino.
Abismos y soledades Todo comienza en el interludio nocturno de una charla a bordo de un taxi: el chófer, un hablador consuetudinario (como cualquier taxista) que vino de su Senegal natal en busca del “american dream”, con ojos sanguíneos y expresivos; detrás, envuelto en el velo de la intermitencia oscura, el habitual pasajero parco, un hombre ya maduro cuyo rostro arrugado acusa no sólo el paso inevitable del tiempo sino una vida con exabruptos y altibajos como la de cualquier mortal. ¿Qué es lo que tiene de particular para el taxista este pasajero en tránsito que no tengan aquellos otros que se plantan en el asiento de atrás con sus miserias, historias y soledades en el abismo de la noche? Quizá un pedido especial que roza la más absoluta intimidad y confiesa silenciosamente un secreto que no se dice pero que el silencio persiste en gritar: llevarlo el 20 de octubre a la cima de una montaña llamada Blowing Rock. Un halo de incerteza y misterio recorre los noventa minutos en que transcurre Goodbye solo, tercer opus del realizador norteamericano Ramin Bahrani –nombre desconocido para el ámbito cinematográfico local- protagonizado por el senegalés Souleymane Sy Savane (taxista de profesión, que tuvo entre sus pasajeros al propio Bahrani y motivó esta película) y Red West, exclusivamente. Ese misterio lejos de resolverse se agiganta a partir de una justa dosificación de información que despierta en Solo (Sy Savane) una serie de hipótesis y conjeturas que lo irán sumergiendo en la vida del enigmático William (West, otrora guardaespaldas del mismísimo Elvis Presley) con quien entabla una extraña relación que va más allá de la sencilla amistad y se dispara hacia zonas grises, donde el director desplegará una serie de subtramas apuntadas todas ellas a diferentes aspectos de las relaciones humanas con sus aristas más visibles como -por ejemplo- la relación entre padres e hijos y las menos evidentes tales como la soledad, los sueños frustrados, etc. Sin apelar al sentimentalismo y con una fuerte marca de austeridad en la puesta en escena, además de un ritmo pausado en la trama, sin excesos verbales, el director consigue con pocos recursos cinematográficos y una cámara atenta pero no invasiva adentrarse en la psicología y motivaciones de sus criaturas vampirizándolos en la soledad de la noche, respetando siempre el punto de vista de Solo en concordancia directa con el del espectador para ponerle algún nombre y espacio a los abismos y a las soledades humanas sin clausurar el relato bajo ninguna prédica moralista o fábula, pero eso sí con una melancolía soberbia que impregna a cada plano de una genuina emoción.
Una decisión trágica puede cambiar la vida. Así lo plantea el director de “Goodbye Solo” quien pone al frente del relato a dos personajes opuestos, un optimista empedernido y un candidato a suicida. El director intentó acentuar el perfil positivo de un inmigrante que intenta superarse en la vida y un anciano harto de su existencia. Sin golpes bajos, el director rescata el valor de los afectos y la natural propensión humana a la solidaridad en los momentos extremos.
De modo casi fatal, en Goodbye Solo se puede apreciar una serie de taras del llamado cine independiente norteamericano, la más notoria de las cuales es una especie de obligada baja intensidad, como si el mérito mayor de la película fuera el de intentar sortear a toda costa la idea de una dramaturgia más convencional y construir a partir de esa ausencia una relación con el mundo circundante supuestamente más genuina. La película no lo consigue del todo pero sus máximos esfuerzos parecen concentrarse en simular que sí lo hace, mediante el escamoteo en verdad un poco ramplón de todo rasgo de energía que pueda ser sospechada de irrealidad o de estar por lo menos fuera de la más estricta cotidianeidad. Supongo, en fin, que Goodbye Solo podría entrar en eso que a algunos cráneos les gusta llamar “películas de gente real” (en serio, leí la expresión por ahí), categoría en la que la sociología de salón seguro que debe jugar algún papel no menor. El entusiasmo a todo trapo que practica el personaje principal de la película, un inmigrante senegalés llamado Solo que trabaja en los Estados Unidos de taxista, lo convierte más bien en un estereotipo del expatriado voluntarioso y de una nobleza y espíritu de lucha sin dobleces, cuya fe inquebrantable en el esfuerzo personal para salir adelante termina argumentando inopinadamente a favor del sistema en el que se inserta su vida. “Sé que voy a pasar el examen porque quiero hacerlo”, dice mientras se prepara para ingresar a un curso de capacitación para empleados aeronáuticos. Su mujer mexicana, en tanto, que está embarazada y tiene aspiraciones mucho más terrestres, solo le exige que pase más tiempo a su lado, que se ocupe de la familia como es debido y que por dedicarle tiempo a estudiar no se lo saque al trabajo. Paralelamente, Solo entabla una relación inexplicable con un misterioso pasajero, un wasp envejecido y agriado con pasado rockero que toma su taxi para acudir a cada rato al cine y del que el taxista sospecha que puede intentar suicidarse en cualquier momento. A las continuas atenciones de Solo (un personaje de índole sospechosamente servicial) el tipo no para de responder con rezongos y a veces incluso con franco desprecio. La mayor parte de la película, de un tono apagado al que contribuye la profusión de escenas nocturnas (el taxista hace el turno noche) se sostiene en la extraña ligazón establecida entre esos dos hombres disímiles, como si el director considerara al cine como oportuno reemplazo del mal teatro, una inmejorable oportunidad para el palabrerío serio y el desempeño más o menos simpático de los actores (en ese rubro se destaca por lejos la niña Diana Franco Galindo, que hace de la hija de la esposa de Solo). En los tramos finales de la película, sin embargo, hay una escena muy bella en la que el taxi se dirige al atardecer por un camino de montaña rumbo a un mirador llamado Blowing Rock, en donde el paseante puede asomarse a un precipicio azotado por unos vientos huracanados y en el que se dice que si se arroja un objeto éste vuelve enseguida hacia arriba como por arte de magia. El automóvil sube entre la niebla que se abate sobre la ruta y de pronto desaparece: un blancor de hueso toma por asalto la pantalla, un lienzo trémulo levantado entre los personajes y el espectador. Poco más tarde, Solo y su hijastra pierden de vista al enigmático hombre y deciden atravesar un paseo boscoso, atraídos por el mencionado prodigio que promete el lugar. Como si el nombre de Blowing Rock que el viejo pronuncia al principio fuera la cifra clave hacia la que con parsimonia se encamina todo el trámite de la película, Goodbye Solo, abstraída repentinamente de sus protagonistas un poco sosos y exánimes, seres a través de los cuales no deja de exteriorizarse un humanismo de manual que los guionistas se han encargado de imponer, parece descubrir de pronto la fuerza inefable de la naturaleza mientras el cine se manifiesta como el medio más competente para su extasiada contemplación.
Souléymane Solo es un taxista senegalés de 34 años. Un día es contratado por William, un setentañero a quien en dos semanas deberá llevar a Blowing Rock, el pico de una montaña rocosa. Pero Solo se hace amigo de este viejo testarudo e intentará hacerle cambiar de planes antes de que llegue el día. A pesar de todo, Solo finalmente tendrá que llevar a William a la cumbre de la montaña. Allí, donde el viento es suficientemente fuerte como para empujar a un hombre al cielo, que es cuando el drama alcanzará su punto máximo. Esta es la historia de un hombre vencido, el cual ya nada le interesa y piensa quitarse la vida el 20 de este mes: William y el taxista que se entera de su plan final e intenta revertir la situación, Souleymane, apodado Solo, un luchador que no se rinde y se prepara por más. Gran parte de la película transcurre en el taxi conducido por Solo, un senegales luchador y sobre todo buen tipo, quien se percata de las costumbres de William, un setentañero lejos por demás de un abuelito simpaticòn, solitario y malhumorado. Un film en el que se refleja parte de la lucha del extranjero, una filosofía de vida diferente, donde se sabe que todo es difícil pero en lo ultimo que se piensa es en rendirse: si bien Solo parece tener total control de su vida y querer tomar control de la de William también, es él quien corre tras el viejo tratando de que no se le escape hacia el fin. La pareja es atinada, los momentos de tensión y drama se dan naturalmente : Los sueños y esperanzas del taxista se contrastan con la indiferencia de William que por momentos dan ganas que se adelante a su plan para no seguir soportando su maltrato hacia Solo. Desde que el senegalés hace la pregunta, en una de las primeras escenas, ¿te vas a tirar de la montaña? El espectador comienza a contener la respiración por momentos, William no contesta, pero Solo sabe que sera su chófer hacia el pico de Blowing Rock.
Una película independiente muy chiquita que cuenta la amistad entre un taxista (Solo) y un pasajero (William) a partir que este ultimo le hace un pedido muy especial. A pesar que nunca hablan entre ellos acerca del pedido de William, el tema siempre esta presente y un final abierto ayuda a que te quedes pensando. Una historia original y profunda que se apoya sobre esos dos personajes quienes practicamente son los únicos que aparecen a lo largo del film. Para que una película de este estilo funcione es fundamental que tenga buenas actuaciones, aquí los papeles están a cargo del veterano actor Red West y de un actor desconocido como Savane quienes lo hacen tan natural que realmente pareciera que son ellos. Solo, el taxista es quien mas se luce ya que su personaje se carga toda la película y aparece en casi todas las escenas, ya sea con su nuevo amigo, con su esposa o su hija. Esta es la tercer película de este director (Man Push Cart, Chop Shop) y todas mantienen la misma linea, demostrando que con muy poco se puede hacer una muy buena película.
Gracias al esfuerzo que hacen y el riesgo que corren algunos distribuidores cinematográficos, el público argentino tiene acceso a obras que difícilmente interesen a las grandes compañías de Hollywood. “Goodbye Solo” no presenta a priori ningún elemento que ayude a su difusión salvo quizás un premio de la FIPRESCI (Federación Internacional de la Prensa Independiente) en el Festival de Venecia 2008. Muy poco sin duda como para justificar su estreno, particularmente en esta época final del año en que el público comienza a ralear o a buscar fórmulas más pasatistas. Su director, Ramón Bahrani, virtualmente desconocido por estas latitudes, es de origen iraní aunque nació en los Estados Unidos siendo éste su cuarto film y primero en estrenarse en Argentina. El personaje central es un taxista de origen senegalés interpretado por Soulemayne Sy Savane, quien aquí debuta en el largometraje. Solo, tal su nombre, es una persona muy afable y extrovertido con un natural optimismo. Su carácter contrasta fuertemente con William, un septuagenario que un día contrata sus servicios. El rol es asumido por Red West, otro ignoto actor aunque con una larga carrera en series, televisión y varias películas mayormente inéditas en nuestro país. Sin embargo, Red tiene en su haber una particularidad como es el haber sido, en la vida real, guardaespaldas y amigo, nada menos, que de Elvis Presley. Por otro lado tiene un gran parecido físico e interpretativo y casi la misma edad que Seymour Cassel, actor fetiche en los films de John Cassavetes. Los sucesivos encuentros entre tan disímiles personajes serán casi siempre producto del interés creciente que tiene Solo en saber porque su cliente desea que lo deposite determinado día en una montaña rocosa (Blowing Rock), donde circulan fuertes vientos. A modo de un thriller, “Goodbye Solo” consigue atrapar al espectador, incorporando a unos pocos personajes más como Alex, la joven hija adoptiva de Solo (brillante actuación de Diana Franco Galindo) y un joven que vende entradas en el pueblo de Winston-Salem (Carolina del Norte), donde transcurre el grueso de la acción. Se trata entonces de una obra casi minimalista, que se disfruta de punta a punta en sus apenas noventa minutos y que no debería pasar desapercibida.
Un sueño por cumplir El cine estadounidense se anima a mirar de tanto en tanto el otro lado del sueño americano, ése que desmiente el insultante mito del primer mundo civilizado y bonachón, hoy caído nuevamente en desgracia por sus propias mentiras y contradicciones. Dos películas de este llamado “neo-neorrealismo norteamericano”, en palabras del crítico A. O. Scott (New York Times), coincidieron hace unas semanas en nuestra ciudad, y dieron muestras de las diferentes miradas que tiñen al movimiento Indie contemporáneo, volcado más que nunca hacia la realidad social de los Estados Unidos. Una de ellas es la por cierto polémica Preciosa, de Lee Daniels, nominada al Oscar a Mejor Película (se llevó el de Mejor Actriz de Reparto, para Mo’Nique), pese a ser un filme duro, complejo y desafiante, que generó discusiones por dónde pasó. Basado en Push, una novela de la poetisa afroamericana Sapphire, el filme se hunde en la existencia de Clareece Precious Jones (la actriz amateur Gabourey Sidibe, excelente), una adolescente negra de 16 años del Harlem de los años `80, casi analfabeta y con 150 kilos de peso, que intenta a duras penas progresar en el colegio y sobrellevar una vida de maltratos físicos, psicológicos y afectivos por parte de su madre (Mo’Nique, aún más impresionante) y su padre, de quien tiene una hija con síndrome de Down, y de quien espera un hijo más, fruto de sendas violaciones. Es, como se verá, una historia dura desde el principio, y Daniels no se anda con pruritos: se lo puede cuestionar por cierta manipulación emocional que propone al espectador, varios golpes bajos que se repiten en su trama, cierta abyección en fin que se puede detectar en algunos tramos. Pero al mismo tiempo, se trata de una película directa, que pone en escena a una clase social casi siempre excluida de la cinematografía y el imaginario simbólico de Estados Unidos, que lo hace con una inusual potencia dramática, y que en definitiva intenta enfrentar los prejuicios que estigmatizan a miles de afroamericanos de clase baja en el norte. Claro que las formas (que es dónde se debe buscar la ética cinematográfica) pueden traicionar las mejores intenciones, y el filme de Daniels se mueve por una fina cornisa entre el sensacionalismo barato y la voluntad testimonial, entre la explotación emocional y la denuncia social. Quedará al lector definir el resultado. No será el caso del segundo filme en cuestión, del estadounidense de origen iraní Ramin Bahrani, estrenado en el Cineclub Hugo del Carril (junto a la también excelente Excursiones, de Ezequiel Acuña, que me comprometo a comentar para su estreno en DVD). Se trata de Goodbye Solo (que sí, ya se puede conseguir en los videoclubes de la ciudad), un filme que hace de la sutileza un dogma: con una puesta en escena minimalista y casi documental, Bahrani recorre los meandros de la amistad entre un taxista senegalés y un pasajero misterioso, parco, que posiblemente está buscando acabar con su propia vida. El primero es el Solo del título (Souleymane Sy Ravane, mismo nombre que su personaje), un taxista alegre y esperanzado pese a pertenecer a la clase de los inmigrantes, con todo lo que ello significa, y que una noche recoge con su auto a William (el actor Red West, en su tiempo conocido por haber sido guardaespaldas de Elvis Presley), un hombre que le ofrece mil dólares por llevarlo, dentro de unos días, a una montaña llamada Blowing Rock, de peligrosa altura. A partir de allí, Solo comenzará a construir una amistad compleja, sincera y desinteresada, con William, que al principio se resiste a su compañía pero que pronto la entiende como un bálsamo a su soledad, aunque no confiese nada de su pasado ni de sus planes futuros. La gran virtud de Bahrani consiste en apostar por la sutileza y la honestidad: su cámara, detallista, basta para expresar las emociones de sus personajes, y las manipulaciones no existen, como tampoco los sentimentalismo ni golpes bajos. Sólo hay dos personas condenadas a los márgenes de la sociedad, pero capaces de apostar a la solidaridad y el encuentro como una forma de salida. El contagioso optimismo de su protagonista no funge además como un hipócrita modelo de heroicidad: al contrario, Goodbye Solo confirma que el “american dream” es aún un sueño sin cumplir. Por M.I.