Amores de provincia Si es cierta esa máxima (para mí, discutible) de que un director (sobre todo, un “autor”) hace siempre la “misma” película, Marco Berger podría ser su ejemplo perfecto. No estoy diciendo que Hawaii sea idéntica a su corto El reloj y a sus largometrajes Plan B y Ausente, pero surge como si fuera una suerte de relectura del mismo cuentito, una variación de la misma sinfonía, un nuevo episodio de una saga. Si se quiere, Hawaii es una versión depurada -y algo más optimista- de su mirada al universo (bastante contenido, reprimido, obsesivo) de las relaciones entre hombres. Los principales cambios de este nuevo film son que no transcurre en la gran ciudad sino en un pequeño pueblo de provincia y el uso (abusivo y ampuloso para mi gusto) de la música. Allí se encuentran de manera casual y luego conviven -entre pequeñas mentiras y engaños- Eugenio, un escritor en busca de inspiración, y Martín, un muchacho que busca changas para sobrevivir. El de Berger es un cine de miradas, gestos y detalles, de cuerpos y deseos. Por lo tanto, debe ser por definición austero y sutil (porque en estos terrenos la obviedad y el subrayado son poco menos que pecados mortales). En muchos pasajes, y más allá de su excesiva gravedad, la apuesta es bastante exitosa, aunque la sensación de déja vu, de cierto agotamiento, resulta inevitable.
Los amores difíciles Tras el auspicioso debut con la comedia romántica gay Plan B en 2009, Marco Berger presentó en 2011 la tragedia Ausente. En el medio realizó algunos films colectivos como 5 (2010) o la serie Tensión Sexual. Volúmen 1: Volátil (2012) y Tensión Sexual: Violetas (2013). En Hawaii (2013), su último opus, apela a la épica para contar la historia de amor entre dos hombres de diferentes clases sociales. Eugenio (Manuel Vignau) y Martín (Mateo Chiarino) eran amigos en la infancia. El tiempo pasó y nunca más volvieron a verse hasta que un día Martín cae en la casa que Eugenio está pasando el verano a pedir trabajo. A Eugenio la vida lo trató bastante bien y se ha convertido en un escritor, mientras que Martín quedó en la calle y hoy mendiga una changa para poder comer. Pese a la atracción inicial, ambos seres reprimirán el deseo por el temor a enfrentar lo que vendrá. Con muchas similitudes a Plan B en la construcción del juego histérico de los dos personajes, Hawaii se diferencia porque ya en el inicio -mediante algún tipo de información- queda de manifiesto que los dos personajes son gays, pese a que ninguno se anime a blanquearlo con el otro. Entre Eugenio y Martín nacerá una atracción que viene desde la infancia y que el reencuentro revivirá en forma de una extraña histeria sexual que el director, fiel a su estilo, recalca en la utilización de primeros planos corporales y gestuales que hablan sin la necesidad de utilizar palabras. Marco Berger es un gran narrador de historias, pero más aún es un gran creador de tensión sexual. En ninguna de sus películas los personajes recurren al sexo para manifestar erotismo. El erotismo, marcado por el roce, las miradas o la utilización del cuerpo, funciona como un elemento que siempre interactúa cómo un personaje más, adquiriendo un rol protagónico dentro de la trama. Con una gran actuación de Manuel Vignau (en las antípodas de su personaje de Plan B) y un intersante debut de Mateo Chiarino, Hawaii consolida a Marco Berger como uno de los autores que mejor sabe contar historias de amores reprimidos en el cine argentino y con la virtud de convertirlas en películas lindas de ver más allá de las elecciones sexuales de cada uno.
Marco Berger llega al BAFICI con su tercer largometraje. Luego del éxito de sus anteriores films, Plan B y Ausente, el director repite temática pero nos presenta un film completamente distinto a lo que nos tiene acostumbrados. Un lugar en el mundo Hawaii es la historia de dos personas. Ambos amigos de la infancia que el destino separó y hoy, muchos años después, vuelve a juntar. La vida de ambos no podría ser más diferente. Martín está de regreso en su pueblo natal en algún lugar del interior del país. Esta solo, sin un techo donde dormir y se gana la vida haciendo changas por ahí. En ese mismo pueblo Eugenio está al cuidado de la casa de sus tíos, pasa sus días en la pileta y mientras aprovecha para escribir una novela. Cuando Martín golpea la puerta de Eugenio y le ofrece sus servicios no tardan demasiado en reconocerse. Así los dos amigos comenzarán a recuperar el tiempo perdido. Poniéndose al tanto de sus situaciones, Eugenio le termina ofreciendo a Martín un lugar en su casa y comida a cambio de trabajo. Pero mientras avanza la convivencia comenzará entre ellos un juego de poder y deseo, y así también comenzará a crecer una extraña relación. Lo que no se dice Tal como dije anteriormente, Hawaii es un film distinto a los que nos tiene acostumbrados Marco Berger. Si hay que ubicar su filmografía dentro de algún género especifico, podríamos decir que Plan B era una comedia y Ausente era un drama con interesantes toques de suspenso. Es muy difícil ubicar a Hawaii dentro de algún género sin arruinar las sorpresas que nos tiene preparado el film. Aquí la acción transcurre casi en un 90% en una casa y sus al rededores, pocas veces hay más de dos actores en escena y la gran mayoría de las veces ellos son Manuel Vignau (Eugenio) y Mateo Chiarino (Martin). Hawaii dice más con sus silencios y la mirada de sus personajes que con sus diálogos, esto quizás la haga menos accesible al público, pero no por eso menos satisfactoria. Berger toma como excusa a estos dos personajes para reflexionar sobre la soledad, el amor, la solidaridad y una posterior (¿y posible?) dependencia. Quizás Hawaii por momentos se sienta redundante, pero toda esta construcción termina teniendo sentido (en su mayoría) con el desenlace del tercer acto. Si algo le critiqué a los anteriores trabajos de Berger es justamente ese último acto donde, según mi opinión, el director alarga innecesariamente las cosas. Aquí es todo lo contrario, ese alargamiento está en los primeros dos actos con una conclusión que cierra perfectamente la historia de estos dos amigos. Pero resulta inevitable sentir que al film le sobran algunos minutos. Párrafo aparte (literalmente) se merecen Manuel Vignau y Mateo Chiarino. En una película como Hawaii donde todo, o mejor dicho casi todo, pasa por los personajes, ambos actores entregan formidables actuaciones. Vignau no es novedad ya que había demostrado gran potencial en Plan B, el anterior film de Berger, y aquí repite su buena labor. Pero fui gratamente sorprendido por Chiarino, quien desde la primera escena y solo a través de su mirada nos transmite el dolor y la soledad que lleva Martín dentro. Conclusión Hawaii es una película chiquita, intima, y que recompensa al espectador que sabe apreciarla por lo que es. Hawaii es sus silencios, sus miradas y sus incomodidades. Y si bien Plan B y Ausente me resultaron más accesibles, la habilidad de Berger para manejar el suspenso en la cotidianidad de las cosas es algo que aun no deja de sorprenderme.
Hawaii: Un juego inocente Lejos de repetirse, la nueva película de Marco Berger retoma el tópico del deseo masculino ya sugerido desde su ópera prima Plan B (2009), también protagonizada por dos amigos como en este caso lo son Eugenio y Martin (soberbias actuaciones de Manuel Vignau y Mateo Chiarino). Ellos, además coinciden en un espacio común de un pueblo de la provincia al que Eugenio llega desde la ciudad para hacerse cargo del cuidado de la quinta de sus tíos y, para el caso de Martin en busca de nuevos horizontes, que se conectan con el pasado más remoto de la infancia cuando jugaba con Eugenio y planificaban aventuras sin importarles el entorno, parte de un juego íntimo e inocente que se reaviva a partir de este nuevo encuentro en el que cada máscara desaparece con sutileza cuando las miradas cómplices, los tiempos muertos y el detalle se encargan de ir construyendo una intensa relación entre ambos. La sensibilidad y la renuncia a la exposición en primer plano forman parte del estilo de Berger, quien demuestra un cabal conocimiento del universo masculino, así como de las posibilidades de lenguaje que brinda el cine y la distancia de la cámara al servicio de la narración, para transformar todo lo que filma y así definir su propio universo temático y cinematográfico, que seguramente se seguirá nutriendo de nuevas experiencias e historias como la de Hawaii.
Bajo el sol, la ley del deseo Hawaii es una película sobre el deseo. Físico, pero también emocional. Entre hombres, pero al mismo tiempo absolutamente universal. Tanto que el film de Berger termina siendo una historia de amor, en el sentido más tradicional del término. Prescindiendo casi por completo de diálogos, los primeros quince minutos de Hawaii –tercer largometraje del argentino Marco Berger, integrante de la Competencia Argentina del Bafici 2013– presentan en sociedad y ubican en contexto a los protagonistas de los hechos que sobrevendrán: Eugenio y Martín (Manuel Vignau y Mateo Chiarino, dos presencias centrales para el éxito dramático del film). El primero está pasando la temporada de verano en casa de sus tíos, en un pueblo del interior nunca nombrado, pero del cual se afirma que no está demasiado lejos de la capital porteña; el segundo llega a ese mismo lugar en busca de un techo familiar, que le será negado por la sencilla razón de que ya no pertenece a ningún miembro de su familia, cercano o lejano. Con esa aparentemente sencilla explicación (fácil de enunciar, no tanto de exponer narrativamente sin caer en parrafadas), Eugenio, periodista y escritor, y Martín, transformado por las circunstancias en un sin techo que comienza a hacer changas para sobrevivir, volverán a encontrarse. Porque si algo queda claro de entrada es que ambos fueron amigos de la infancia, más allá de que Eugenio le lleve a Martín “unos dos o tres años”, y que hay varios recuerdos que los unen, imborrables algunos, borrosos por el paso del tiempo otros.A medida que transcurren los minutos de proyección, resulta también evidente que existe una fuerte atracción del “patrón” por ese compañero de juegos de antaño, a pesar de que nunca será explicitada; apenas algunas miradas furtivas, comentarios o “regalos” en forma de ropa usada. Berger reincide en tópicos que formaban parte troncal de su ópera prima, Plan B, y de su segundo opus, Ausente, en este caso teñidos de un tono realista y dramático que nunca llega a ser grave, a pesar de la imponente orquestación de Pedro Irusta que irrumpe aquí y allá en la banda de sonido. La historia de Hawaii (el porqué del título se devela cerca del desenlace) es la de esa relación a lo largo de algunas semanas, una historia de gestos, roces y diálogos más o menos triviales, más o menos profundos, que van acercando a los protagonistas al punto de reavivar o, al menos, recrear esa amistad de la infancia. En determinado momento, más de un espectador se hará la siguiente pregunta: “¿Ambos personajes son gays?”. Aunque el interrogante más pertinente es, en realidad, este otro: ¿es posible que esa relación se afirme y avance sobre el terreno de lo físico, lo erótico, lo amoroso?Sin estridencias, mediante un ritmo casi siempre calmo, haciendo de las miradas de los personajes un referente del ojo de la cámara (de allí esos recurrentes planos de pechos, glúteos y miembros ocultos o semi ocultos), Marco Berger narra un puñado de vicisitudes de esa relación necesariamente compleja, que incluye miedos, incertezas e incluso alguna que otra culpa de clase, tema subyacente que sólo será verbalizado durante una breve visita del hermano mayor de Eugenio, quien mediante escasas y duras palabras realiza una descripción del estado de situación. Esa escena resulta de radical importancia, no sólo porque rompe súbita e inesperadamente con la interacción exclusiva entre los protagonistas –no hay prácticamente otros personajes en la película– sino, fundamentalmente, porque coincide dramáticamente con el pico del crescendo de deseo entre ambos.Y Hawaii es, fundamentalmente, una película sobre el deseo. Físico, por supuesto, pero también emocional. Entre hombres, claro, pero al mismo tiempo absolutamente universal. El film de Berger es también una historia de amor, en el sentido más tradicional del término, aunque no conviene detallar los pormenores de esa revelación, que la película va construyendo paciente y delicadamente. Hawaii parece afirmar, de manera simple y sin pretensiones, que los cimientos de toda relación duradera –de amistad, amorosa, matrimonial– se edifican en base a caminos paralelos unidos por experiencias y recuerdos en común. O que, al menos –más allá de tropezones, baches y calles sin salida– ese es uno de sus anhelos fundacionales.
Marco Berger es un director que ya tiene estrenadas dos pelis, "Plan B" y "Ausente", que la verdad, son para destacar. En esta oportunidad, "Hawaii", que solo podrás ver en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), plantea una trama (en esta oportunidad) fuera de la ciudad, en el campo, de dos hombres que........ ¿Se desean? ¿Se enamoran con el pasar del tiempo? ¿Se conocen? Varios puntos de partida para una historia con planos hermosos, buena banda sonora, una gran dirección de actores y situaciones que tienen sus tiempos y pasan a ser tan reales que uno siente la palpitación de esos personajes excelentemente compuestos por Manuel Vignau y Mateo Chiarino, dos actores que deslumbran. Berger, teniendo en cuenta sus trabajos anteriores, hace un cine en el que la mirada dice, la piel cuenta y el corazón manda. Cine argentino para subrayar y para dejarse llevar por el deseo de sus protagonistas y debatir sobre el trayecto e inclusive el final, a la salida del cine.
Este es el tercer largometraje del realizador de Plan B y Ausente. Una vez más Marco Berger se mete de lleno en el tema de la diversidad sexual, desde las miradas y cuerpos de sus protagonistas. No solo por la solidez narrativa podemos decir que este es el trabajo más logrado del director, sino también por la calidad estética del relato. La obra está colmada de dúctiles e impecables planos y una música original muy bella, que le dan al film una notable calidad artística. La película nos habla del deseo, toda la historia se centra en esa tensión libidinal que va apareciendo entre los dos personajes, el deseo en tanto no concreción del mismo. Es así como Eugenio admite a su amigo de la infancia, Martín, para que trabaje en la casa de sus tíos que él está cuidando. Los planos se encargan de mostrarnos cómo la pulsión comienza a circular en los cuerpos y fantasías de los protagonistas, las miradas, los roces, los recuerdos; y los momentos que empiezan a compartir los llevan a un camino sin retorno que por más que intenten disimular, resulta inevitable. Berger logra transmitir el deseo de cada uno de los personajes a través de un intenso trabajo de las características de sus personalidades y de consistentes actuaciones de sus protagonistas, quienes encarnan con gran solidez las vicisitudes que deben atravesar estos jóvenes -ya adultos- ante el reencuentro con un otro que había sido olvidado pero que relanza el deseo sexual. La película es enteramente disfrutable desde el minuto inicial y despierta el ansia del espectador en pos de que estos jóvenes dejen de lado miedos, temores e inhibiciones y se hagan cargo de lo que les está pasando. Esto es gracias al gran clima que supo crear su director, a través de las hermosas imágenes que nos transmite y un notable guión que con paciencia va incrementando las necesarias cuotas de libido que terminan por invadir la pantalla.
Lejos del paraíso Hubo un tiempo en que Hawaii era el paraíso. Hubo un tiempo en que Eugenio y Martín se conocían y tenían cotidianeidad. Ahora es otro tiempo y las cosas parecieran haber cambiado, pero sólo en superficie. En verdad se acentuaron. Martín vuelve al pueblo en que nació buscando una familia que ya no está más. Eugenio escribe una novela en la que fue su casa familiar de veraneo (que ahora es propiedad de sus tíos). Martín anda pidiendo trabajo y llega a la puerta de Eugenio. Se reconocen y entonces este le ofrece alguna changa. Hay secretos y mentiras que se irán desenredando. Entre charlas y convivencia no sólo va pasando el verano sino que la relación avanza entre silencios, sutilezas, medias sonrisas y deseos que afloran trayendo sorpresas. Marco Berger vuelve a construir una historia de sentimientos y descubrimientos con mano precisa y ojo atento. La cámara filma los cuerpos masculinos (desnudos, en ropa interior) menos buscando la sensualidad que convocando a la corporalidad, la fisicidad, la presentificación del cuerpo. Inteligentemente el género se cruza con la clase social provocando el choque y abriendo preguntas. ¿Es posible el encuentro entre el cuerpo del trabajo y el cuerpo del intelecto? ¿Tiene futuro? ¿Es donación desinteresada o intercambio intencional lo que mueve al que tiene a entregar algo a quien le falta? ¿Qué es el amor: uno o el otro? ¿O es uno y el otro? Del cuerpo del exceso (en un universo donde lo gay también puede calificarse de consumista acérrimo y alienado) al cuerpo de la falta. Aquello que va del gay de Palermo al puto de La Matanza. Actuaciones y rubros técnicos impecables, un guión que sabe contar y una cámara que sabe cómo convertir esas palabras en imágenes, hacen de Hawaii una película que excede el gueto, donde la diferencia sexual es un detalle más, casi accesorio (o por el contrario se vuelve imprescindible si se la piensa como resistencia, lucha y reflexión sobre lo minoritario y la exclusión) y de Berger un director ya imprescindible.
Un amor de vecinos, lánguido y demasiado extenso "Hawaii", con doble i, es el tercer largo de Marco Berger sobre los delicados pasos de atracción sexual entre dos jóvenes. Presentado hace un par de años en el Bafici, ahora se estrena en el circuito alternativo. Mientras, el nombre del autor ha ido creciendo entre el público homosexual. Ya tiene muchos seguidores, que adoran su estilo hecho de sutilezas, y detractores, cansados de esperar algo más que sutilezas. El público heterosexual, sencillamente, se aburre como una ostra. Lo interesante es que Berger ha ido probando diversas formas de contar lo mismo: la comedia picaresca en "Plan B" (un joven abandonado por una chica planea seducir al nuevo novio de ella), la intriga dramática en "Ausente" (un chico se hace la víctima para controlar caprichosamente a su profesor), la descripción bucólica y minimalista en "Hawaii" (dos vecinos de infancia se reencuentran en una vieja casa del interior, uno como sobrino de los dueños, el otro como buscavidas sin techo). Planos cercanos y fijos, miradas que van evolucionando con más claridad que las palabras, juegos de mentiras e indecisiones, sugerencias que no necesitan confirmación, eso se mantiene. Pero en "Hawaii" la atención decae. El relato es demasiado vago, el ritmo bastante lánguido, las situaciones un tanto artificiosas (quizá porque en el fondo esto es una fantasía con dos flacos treintañeros), la música se hace cansadora y la película se extiende más de la cuenta. La película se salva solo por la fotografía, la calma de un lugar alejado y placentero, y la identificación de su público con los personajes. Dicen que, para seguir variando, la nueva de Berger refiere un amor heterosexual en un juego de tiempos paralelos. Graciosamente, se titula "Mariposa", lo que puede dar lugar a confusiones.
La nueva película de Berger (AUSENTE) se centra en la relación que se establece entre dos jóvenes, el dueño de una casa en un pueblo chico y otro que viene a trabajar, ayudándolo en la limpieza de la pileta y el cuidado del lugar en verano. Ambos se conocen de muy pequeños y se dejaron de ver hace muchos años. Por circunstancias que conviene no revelar (los personajes mienten sobre su pasado y su presente), Martín necesita trabajo y va a pedirlo a la casa de Eugenio, que está allí tratando de escribir un guión. Atraído sexualmente por él más que por necesidad de ayuda laboral, Eugenio (Manuel Vignau) lo contrata pero no logra hacer más que observarlo todo el tiempo e intentar muy discretas aproximaciones por temor al rechazo. La tensión sexual entre ambos crecerá y sobre el final la cuestión tomará nuevas dimensiones en este filme que cuenta prácticamente con sólo dos actuaciones y una casa como escenario casi único. Berger logra crear un clima sugerente gracias a una cámara muy subjetiva y una música intrigante, aunque los lineamientos básicos del guión no parecen salir mucho de la zona de la atracción sexual permanente. El filme es bello de ver y la relación entre ambos está bien planteada, pero se hace un poco largo a falta de un conflicto dramático que evolucione a lo largo de los 106 minutos que dura. Con todo, Berger sigue siendo uno de los pocos realizadores locales que explora a fondo el universo homoerótico, siempre jugando en una extraña zona entre el pudor y la curiosidad.
Martin regresa a su pueblo, después de muchos años de ausencia, en busca de una tía que ya no vive allí. A la deriva, y sin nada que comer busca cualquier trabajo para sobrevivir. De esa manera llega a las puertas de la casa quinta de Eugenio, un ocioso escritor de ciudad en busca de inspiración, que al reconocer a Martin de sus épocas juveniles, va a ofrecerle realizar diversas tareas aunque no parezcan tan necesarias. El pasado compartido parece esconder secretos entre ambos y ahora uno tiene el poder sobre el otro. Entre el sometimiento, las confusiones y la seducción se mueve este intrigante relato. Hawaii es el tercer largometraje de Marco Berger (Plan B y Ausente), y en términos de producción es su película más pequeña, pero esto no significa que la historia sea sencilla. En un pequeño pueblo y con solo dos protagonistas, el director vuelve a plasmar los elementos más reconocibles de su filmografía, una relación entre dos hombres que no se presentan abiertamente homosexuales, generando así un clima de deseos reprimidos, obsesiones y mucha tensión sexual. Los temores e inseguridades de sus protagonistas siempre los llevan a tomar distancia, y en ese espacio que se genera entre uno y otro, es donde se construye el misterio. El cine de Berger siempre fue contemplativo de sus personajes, y es por eso que no hay abundancia de diálogos en sus películas, y Hawaii, en ese sentido, es la más extrema de todas. Con un tono poético que remite al cine de Kim Ki Duk, la historia se cuenta a partir de silencios, gestos y miradas. La fotografía y la música son precisas, la dupla Manuel Vignau y Mateo Chiarino se lucen con sus interpretaciones, pero aquí es la técnica narrativa del director, y las elecciones de cada plano que utiliza, la que logra que una película de estas características capture al espectador en sus más de 100 minutos de duración.
Una historia de amor. En un pueblo, un poco aislado, comienzan a conocerse, a recordarse, estos dos amigos de la infancia. Con poco diálogo transcurre una historia chica e íntima. Con muy buenas actuaciones de Manuel Vignau y Mateo Chiarino, que transmiten ternura. El erotismo y la tensión sexual, es marcado con el cuerpo y las miradas, y más silencios que se llenan de ellos. Una película que no muestra a los personajes con tecnología, como celulares o internet, tampoco tienen que estar fumando de todo, ni embriagándose para “vivir”. Una historia pura, con nostalgia y recuerdos. En los silencios, hay exceso de música que mucho no se condice con lo que está pasando. Pero tampoco eso importa mucho.
El tercer film de Berger ubica al espectador una vez más dentro de la relación entre dos hombres. Desde el principio el uso ampuloso de la música contrasta -demasiado- con la pequeña y sentida historia que el film busca contar. La historia de Eugenio y Martín tiene las características que el cine más subraya cuando habla de amor gay: la represión. Inclusive en este caso donde uno de los protagonistas ya está fuera del closet. La carnadura de la trama es el histeriqueo con sentido que Eugenio le aplica a Martín, Eugenio parece buscar inspiración y Martín trabajo, lo que encuentran en cambio les cambiará los planes. Cuando un tercer personaje aparece en el film, su presencia se justifica sólo para exponer las intenciones e historial de Eugenio, un tropo efectivo. Finalmente luego de una hora y media de coqueteos y malentendidos el film elige el optimismo y asi se despega de la mayoria de películas que con esta temática parecen disfrutar de dibujar personajes que por su elección sexual sólo tienen que sufrir miserias. Berger demuestra sensatez y sentimientos en un film de –verdadero– romance
Marco Berger, el mismo de Plan B y Ausente, presenta Hawaii otra película, prolija y cuidada, pero con una temática repetida siempre por su realizador. Una historia de amor. Así puede definirse a esta película que trata sobre Martín y Eugenio. Martín debe pasar el verano sobreviviendo, no tiene un lugar donde quedarse y se hace algunos pesos como puede. Eugenio está en su casa de verano escribiendo una novela, solo, hasta que aparece Martín en su puerta, y tras traerle recuerdos de su infancia en la que han compartido algunos momentos, decide ayudarlo. Entre los dos no pasa nada y pasa todo. Es que constantemente hay una tensión sexual en el aire pero ninguno dice nada al respecto. Todo se reduce a miradas, sonrisas, roces. Entre el histeriqueo y el juego, mentiras y engaños, se relacionan estos dos hombres, que se van acercando cada vez más, pero de manera muy lenta. Marco Berger en Hawaii no hace más que implantar aquello que se destacó como su estilo. Hace uso y abuso de planos cortos, música extradiegética en primer plano (que por momentos puede volver al relato un poco tedioso), tensión homoerótica constante. Y la homosexualidad como una de sus principales temáticas, aunque apenas se hable de ella, como si hoy por hoy es lo único que el director tiene para contar.