Los restos de la era industrial. Dividido en tres relatos, el último film de Antonio Capuano recorre el barrio obrero de Bagnoli, ubicado en Nápoles, a través de Giggino, Antonio y Marco, tres generaciones que representan la ampulosa y vehemente idiosincrasia napolitana. Las historias determinan tres situaciones sobre el pasado, el presente y el futuro de este barrio marcado durante todo el siglo XX por su relación con la fábrica metalúrgica y golpeado duramente por la desaparición de la misma a principios de la década del noventa a causa de la aplicación de las preceptos neoliberales, que promovían la reconversión económica hacia las áreas de servicios. Giggino es un delincuente linyera que roba pequeñas cosas de los autos estacionados en una eterna carrera que corre alrededor de la ciudad contra la ciudad misma. Tras ser desahuciado de su casa por su esposa regresa al hogar de su padre, Antonio, un jubilado fanático de Maradona que trabajó toda su vida en la fábrica y ahora se dedica a contar historias a mafiosos sobre el astro argentino del fútbol. Marco es un joven de dieciocho años que admira a Antonio y sus relatos sobre la época dorada del Napoli, siempre trabajando como delivery en un almacén y viviendo con su familia junto a muchas otras en un edificio tomado que antes funcionaba como escuela. Los tres personifican la decadencia de un barrio y de una cultura que traspasa las fronteras de Italia y de Europa para expandirse hacia el mundo. Estamos ante las consecuencias del triunfo de las bases económicas del neoliberalismo que destruyó las industrias pesadas, la identidad y la solidaridad ciudadana para transformar el mapa socioeconómico y devastar el territorio, dejando a los trabajadores al borde del colapso sin ninguna protección ante las crisis económicas producto de la corrupción del capitalismo. A través de los protagonistas se puede divisar la violencia de Bagnoli, expresada en la droga y la mafia, no obstante también aparece la esperanza en la militancia política de la juventud que se expresa en el arte y la política. La desoladora realidad se mezcla así con la esperanza, que surge como un elemento fantástico que descoloca a los personajes y modifica su percepción para ofrecerles la belleza transformadora del arte. A su vez, en las afueras de la ciudad, la fabrica se yergue como un monumento moderno brutalista a las políticas industrialistas y la vida fabril, mientras el paisaje urbano de este barrio -construido caóticamente y sin ningún control- la rodea dándole la espalda, sumido en la crisis económica y espiritual de Europa. Utilizando la cámara en mano, Capuano exprime al máximo los recursos de la ficción documental poniendo los mecanismos a la vista en un film político y corrosivo que enfoca la cámara en los residuos de una era vía las historias de unos protagonistas derrotados. Historias Napolitanas encuentra así, de forma extraordinaria, la identidad de Nápoles en su barrio más representativo y en las vidas de sus habitantes para comprender el estado de la crisis europea en uno de sus países más importantes.
La jungla de asfalto Un tragicómico acercamiento a las desventuras de tres hombres de diferentes generaciones que viven en Bagnoli, uno de los barrios más emblemáticos y decadentes de la ciudad de Nápoles. El guionista y director de películas como Vito e gli altri, La guerra di Mario y L'amore buio retrata con humor y visceralidad la idiosincracia, las tradiciones y las contradicciones de una sociedad dominada por la violencia, la falta de oportunidades y, claro, la adoración por la figura de Diego Armando Maradona. Nápoles ha sido en los últimos años una atracción irresistible para decenas de directores: Paolo Sorrentino, Matteo Garrone, Vincenzo Marra, Gabriele Salvatores y hasta para extranjeros como Abel Ferrara o John Turturro. La geografía, la tradición, la idiosincracia, las diferencias sociales, la lengua y, claro, la camorra la convierten en una ciudad absolutamente particular e inolvidable. En Historias napolitanas -film que tuvo su estreno mundial en la Semana de la Crítica de la última Mostra de Venecia-, Antonio Capuano se concentra en un barrio de la ciudad (Bagnoli) para narrar a puro vértigo (mucha cámara en mano, buena utilización de los exteriores, una estética documentalista) las historias de vida de tres hombres de tres generaciones. La película arranca con el episdio dedicado al cincuentón Giggino (Luigi Attrice), un aspirante a poeta (recita en restaurantes por unas monedas) que ha abandonado a su mujer (o ella lo ha echado a él), tiene también una pésima relación con su hijo, se ha ido a vivir a la casa de su padre y subsiste robando pertenencias que los dueños olvidan dentro de sus autos. La segunda historia está dedicada a Antonio (Antonio Casagrande), el papá de Giggino, un octogenario con pasado como obrero de una acería ya abandonada que es un experto en la historia de su ídolo Diego Armando Maradona (de quien posee varias reliquias de su paso por el Napoli) y que mantiene una tragicómica relación con una empleada doméstica ucraniana (Olena Kravtsova). El tercer protagonista es un joven de 18 años llamado Marco (Marco Grieco), que tiene un patético trabajo (se encarga del delivery de un almacén) y está en pleno despertar sexual. A diferencia de Gomorra, la presencia de la mafia permanece aquí en un segundo plano (aunque la violencia está siempre latente) porque el director de Vito e gli altri, La guerra di Mario y L'amore buio prefiere focalizarse en conflictos más pequeños, en personajes menos altisonantes, en transmitir una sensación más casual, cercana y empática. La película se sigue con agrado y las mínimas concesiones (cierto patetismo y algún exceso pintoresquista en la utilización de imágenes de procesiones callejeras con música de fondo, por ejemplo) no alcanzan a desvirturar el eje ni el sentido de una película que va de lo íntimo a lo social para construir un visceral y desgarrador retrato sobre una comunidad que resiste como puede a tantos años de decadencia edilicia, degradación laboral y desidia oficial.
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Selva urbana Con Historias napolitanas (Bagnoli Jungle, 2015), presentada en la 31º Semana de la crítica de Venezia, el italiano Antonio Capuano hace de su Nápoles natal el escenario y el personaje principal de un cuento coral, donde lo real se choca, quizás demasiado fuerte, con lo onírico. La película sigue instantes de la vida de tres habitantes de la ciudad de Bagnoli, parte del gran Nápoles. El tiempo corto de la historia (todo sucede en un solo día) y las edades de los personajes (tres hombres: un joven saliendo de la adolescencia, un cincuentañero y un señor ya al crepúsculo de su vida) dan ganas de ver en esta estructura un retrato de cierto sector de la Italia actual. Este formato coral de la película permite una fluidez en el relato. En efecto, Giggino, Antonio y Marco, que dan sus nombres a las tres partes de la película, no se quedan fijados en sus capítulos respectivos, sino que circulan también entre las historias, haciendo lazo, y creando sentido. Así, en una de las escenas más lindas, Antonio (tal vez el personaje más logrado porque el más complejo) acepta por fin ceder a Marco su famosa camiseta de Maradona, que el joven tanto reclamó. Marco se la prueba enseguida y empieza a patear una pelota de basket encontrada. Surge ahí una transmisión – una circulación – entre dos generaciones, acompañada de un movimiento de cámara muy fluido. De hecho, tenemos por momentos la sensación de que la película es un largo plano secuencia. Esta larga y meticulosa observación de los protagonistas, y de las personas con quien se van cruzando a lo largo de sus rutas, reviste una tendencia neorrealista: la de mostrar al más cercano posible la realidad del Sur de Italia, históricamente despreciado de los poderes públicos, y donde la austeridad poscrisis de los últimos años pegó particularmente fuerte. Este naturalismo, que inclusive inserta momentos documentales como la procesión religiosa o la manifestación final, funciona y adquiere cierta poesía en este movimiento constante y difuso. Pero la película falla ahí donde quiere reconciliarlo con elementos oníricos, que aparecen forzados, como si quisiera haber insertado un poco de Fellini, cueste lo que cueste. En todos casos, Historias napolitanas perturba, incomoda. Por momentos totalmente despojada de belleza, hasta da asco. Pero esta estética irritante hace ruido, y se vuelve una reminiscencia pegajosa, como el olor a pulpo que Giggino deja quemar en su cacerola.
ITALIA REAL Y CRUDA Una mirada sobre una Italia real y cruda. Dirigida por Antonio Capuano son tres historias que transcurren en un barrio de la periferia de Nápoles. Tres generaciones: un hombre de cincuenta años que corre y solo se detiene para robar autos o refugiarse en el departamento de su papa, el resto de su familia no cuenta. El señor jubilado de una fabrica en ruinas que ve desde su ventana como testimonio de la crisis, y además en un experto en recordar a Diego Armando Maradona, y un joven de l8 años que busca su destino. Reflexiones, licencias poéticas, crueldades, racismos, desventuras, la mafia, las costumbres. Un fresco vital e interesantísimo con grandes actores.
Points: 7 Italian filmmaker Antonio Capuano’s Bagnoli Jungle is a rare bird within the contemporary panorama of Italian filmmaking. It’s by definition a fiction film, yet it incorporates many aspects of real everyday life in a documentary-like manner. And in so doing, it continually blurs the line that separates facts from fiction. Story-wise, it focuses mostly on three individuals: Giggino, Antonio, and Marco, all of them living in the working-class neighbourhood of Bagnoli, in Naples, Italy. Giggino is a 50-year-old grumpy man, an uninspired poet who recites his verses in bars and restaurants. He is, too, an occasional thief who takes small items such as cell phones and wallets from glove compartments in cars parked on the street. He lives alone in a shabby room at a boarding house and doesn’t seem to have any friends. Antonio, his father, is 80 and lives in an average-looking apartment. He’s a retired worker of the Italsider factory, now abandoned and fallen to pieces. He can’t help but remember the good old days when his work meant so much to him. But despite today’s less than happy circumstances, he’s found a way to have some enjoyment and earn a bit of money as well: he’s a storyteller of no less than Diego Maradona’s most famous anecdotes when he played for Napoli. Unlike Giggino, who’s all by himself, Antonio gets help with daily chores from a Ukrainian maid. She is, in fact, an engineer who was unemployed back home and so came to Italy looking for work in her field — which she obviously never found. And finally there’s Marco, a free spirited good-looking 18-year-old young man who works as an underpaid salesman and a grocery delivery boy. Which he hates. He feels his life is elsewhere, but he has no clue where. One thing is for sure: it’s far from the everyday hardships of the jungle of Bagnoli — as everybody calls it. These men represent three different generations whose lives sporadically intertwine. In different ways, the three generations are affected by disillusionment, loss of expectations, and an unsatisfying present. Ill-conceived political, social and economic transitions have left thousands in a very unstable situation, with little to hope for. Capuano manages to expose such a grim reality with both empathy and concern for his characters. It is through the lives of these three men that Capuano addresses the conflicts endured by many of his fellow countrymen. In so doing, he casts his own melancholic meditation on an aching state of things. Largely shot with a hand-held camera, with just the already available light in locations and settings, briskly edited, and spoken in very colloquial dialogue, Bagnoli Jungle achieves a high degree of gritty realism even in the least unexpected of places. At the same time, sound effects are used for narrative purposes, adding an extra dimension to what images already convey. It’s an interesting mix, to say the least. Also, street artists, painters, salesmen, migrant workers, rappers, and students mingle at large in the many parts of the neighbourhood. Here again, the fictional stories blend in with these real life scenes. You may wonder how much of what you see on screen is actually scripted and to what degree. But that’s not the issue here. Instead, what does matter is the impression of reality viewers have. In this sense, Bagnoli Jungle feels very credible from beginning to end. What you see is what you get. Production notes Bagnoli Jungle (Italy, 2015) Written and directed by Antonio Capuano. With Antonio Casagrande, Marco Grieco, Luigi Attrice, Angela Pagano, Gea Martire, Olena Kravstskova. Cinematography: Antonio Capuano. Editing: Diego Liguori. Running time: 100 minutes. @pablsuarez
Se estrena Historias napolitanas, tres vidas unidas por la sangre; dirigidas por Antonio Capuano . Historias napolitanas cuenta en tres capítulos las vivencias de tres generaciones perdidas en la jungla de Bagnoli, un barrio populoso de la gran ciudad de Nápoles. Giggino, de cincuenta años de edad, es un poeta de restaurant y también un pequeño ladrón callejero. Su padre Antonio, de ochenta años, es un jubilado de la fábrica Italsider, que recuerda con nostalgia su trabajo y todo lo que ello representaba. Es además un experto divulgador de las hazañas de Diego Maradona. Por último, Marco, de dieciocho años, es un vendedor de una tienda de almacén que sueña con un futuro mejor pero no sabe cuál es el camino para lograrlo. La cámara sigue el punto de vista de estos tres protagonistas y su visión de la Nápoles de ayer y de hoy. Este relato coral, separa las generaciones una de otras, con sus particulares culturas; pero también se unen en esta “jungla” que presenta el film. Con momentos oníricos, y una cruda naturalidad; Historias Napolitanas presenta las calles de la ciudad con fuertes movimientos de cámaras que da la sensación de documental; y ninguna “belleza italiana”.
Comedia a la italiana en la jungla de cemento. Un poco a la manera de aquellos proyectos ómnibus de los años 60, de los cuales los italianos fueron pioneros, pero siguiendo también el linaje de los films con relatos entrelazados tan de nuestra época, Historias napolitanas se divide en tres capítulos bien diferenciados, encabezados por referentes de tres generaciones de habitantes de Nápoles. Y si bien esos cruces le sirven de marco narrativo al realizador Antonio Capuano, lo cierto es que bien podrían no estar relacionados en absoluto. Al fin y al cabo, de lo que se trata aquí es de retratar el Napoles profundo, ese barrio de Bagnoli que el título original define sin remilgos como una jungla. Selva que, más allá del mar cercano, es de asfalto, de calles y edificios, observada desde la distancia por una enorme estructura fabril ahora abandonada, símbolo de otros tiempos que prometían progreso y bienestar, y que el realizador utiliza como fondo de apertura y cierre de su octavo largometraje. Giggino es un linyera a la vieja usanza: caído en desgracia, eligió conscientemente no escalar las alturas perdidas. Con un emisor de señales abre las puertas electrónicas de los autos, robando algunas pequeñas pertenencias. Como si se tratara de un día cualquiera en la vida de Giggino, Historias napolitanas lo encuentra en esos menesteres, recitando una poesía en un restaurante para ganarse un par de euros, pescando un pulpo a mano alzada, consumiendo alguna que otra sustancia de las ilegales, gastando su escaso dinero en comida y sexo. La suya es la mejor, la más atractiva y sensible de las tres historias, precisamente porque en su estructura relativamente libre logra describir ciertos centros desde los márgenes, a partir de una criatura que es libre y, a la vez, esclava de esa libertad. El encuentro con su hijo, primero, y con su padre, más tarde, no hacen más que contrastar un estilo de vida ansiado (o el cual apenas se ha logrado tocar con la punta de los dedos) con otro que no parece querer rendirle cuentas a nadie. La de Antonio, el padre de Giggino, es otra historia. Jubilado y viudo, su evidente interés por la empleada doméstica de origen ucraniano (ingeniera en su país de origen) que le limpia, plancha y cocina sólo es superado por su conocimiento de todo aquello maradoniano. En la repisa vidriada en la que otros expondrían las reliquias familiares, el hombre guarda con orgullo la remera celeste y blanca de El 10. Contenida por un tono más cercano a la commedia all’italiana tradicional, este segundo segmento encuentra a Capuano practicando el juego del humor melancólico, con un exponente de esa Napoli (la ciudad, pero también el equipo) que pudo haber sido y nunca terminó de ser, la leyenda y la fantasía como contrapunto de la ceguera ante ciertas realidades. No es casual que un mafioso le pague al anciano cien euros por una historia no demasiado creíble, aunque bien contada. El joven Marco, de apenas 18 años, reúne en su personaje la posibilidad de una mirada algo esperanzada, aunque en su trabajo como cadete ese futuro no se adivine realmente alentador. Luego de correr durante varias cuadras a un inmigrante africano, ladrón por necesidad, Marco le dirá a su jefe “Busca a un negro y hazlo trabajar. Así él también come”. En ese momento, Historias napolitanas reafirma su costado más retórico, la evidente intención de describir un estado de situación a partir de una recreación ficcional agridulce, con un énfasis que por momentos hace demasiado barullo, opacando las sutilezas. Lo mejor de la película está en algunos de los árboles, no en el bosque.
Tres vidas, una ciudad Estrenada en la Semana de la Crítica de la última Mostra de Venecia, Historias napolitanas ofrece la oportunidad de acercarse a la obra de un cineasta italiano desconocido en la Argentina. Para ser mas precisos, el de Antonio Capuano no es el único caso: es muy poco el cine que nos llega hoy de un país que tuvo directores de la talla de Roberto Rosellini, Federico Fellini, Michelangelo Antonioni, Pier Paolo Pasolini y Luchino Visconti. Nacido en 1940, Capuano es un veterano que alguna vez fue parte de la denominada "New Wave napolitana". Se dice que uno de los más excéntricos y originales de esa camada integrada por directores como Pappi Córcega, Stefano Incerti, Antonietta De Lillo y Mario Martone, todos ignotos por aquí. En esta película que tiene por epicentro a Bagnoli, el barrio napolitano entendido como jungla del título original, hay tres historias principales y cada una tiene un protagonista: la de un poeta cincuentón y golpeado por la vida que recita a cambio de unas monedas y aprovecha el descuido ajeno para cometer pequeños atracos; la de su padre, un viejo trabajador de una fábrica de acero cuya extinción simboliza el fin del sueño de la industrialización en el sur italiano, y la de un joven que se encarga del delivery de una tienda de delicatessen. El personaje del viejo ex obrero tiene un matiz especial: es un devoto indeclinable de Diego Maradona y, como tal, un especialista en su biografía. Es también el más grotesco e hiperbólico de un film al que, fiel a la idiosincrasia napolitana, le sobra temperamento. No es la mesura lo que caracteriza a Historias napolitanas, una película caótica y acelerada filmada a pura cámara en mano que tiene la virtud de no resignar el humor para contar el fracaso estrepitoso del sistema económico de un país cuyas desigualdades nunca dejan de asombrar. Y que también es hábil para sintetizarla en un puñado de historias de apariencia documental que se desarrollan en un barrio popular que sobrevive como puede a un colapso doloroso y salvajemente convertido en inevitable.
Son tres historias bien contadas con toques poéticos, con una estupenda y pintoresca fotografía , se muestran las desventuras de sus protagonistas, sus costumbres, toca temas sobre el racismo y las drogas, con momentos crueles, la mafia, y distintas situaciones que te van llevando a reflexionar, goza de buenas actuaciones y un toque para recordar a Diego Armando Maradona. Una buena utilización de la cámara en mano.
Una “jungla” napolitana con ecos reconocibles La jungla de Bagnoli, eso significa el título original de este film, ambientado en un barrio napolitano que nació como villa de descanso de gente rica, cambió y creció con la siderúgica Italsider, donde llegaron a trabajar unas 10.000 personas, y ahora da lástima y un poco de miedo. Para pintar eso, el realizador local Antonio Capuano arma tres historias correspondientes a otras tantas generaciones. Empieza por la de un vago cincuentón, rechazado por hijo y esposa, pretendido poeta de lugares gastronómicos y reconocido ladrón de cosas que otros olvidan en el auto. La segunda, central, tiene el peso evocativo de un viejo jubilado de la fábrica, memorioso de buenas temporadas en el trabajo y en la cancha del Napoli, y todavía animoso (dentro de lo que se puede) con una doméstica ucraniana. Y la tercera supone el presente, sin futuro definido, de un pibe honesto que se las rebusca como delivery. Dejando algunos detalles de lado, las dos últimas historias bien podrían ambientarse en la Zona Sur del Gran Buenos Aires. Nervios, rincones de pasado esplendor, o de pasado bienestar, moles que fueron templos de riqueza, edificios públicos tomados como vivienda, la droga y la mafia rondando en las cercanías, pérdida de la estabilidad laboral y, más aún, pérdida de la cultura del trabajo, nuevos inmigrantes muertos de hambre, mirados con recelo, o con piedad circunstancial. Y, pese a todo, la risa. Mordaz, amarga, vital. El griterío y la cámara en mano molestan un poco. Pero más inquietante es la realidad que se muestra. Dicho sea de paso, Capuano es autor de "La guerra di Mario", fuerte documental sobre un padre que durante cuatro años buscó justicia por su hijo y los hijos de otros, muertos a manos de la mafia calabresa. Y ahora prepara "Il buco in testa", el agujero en la cabeza, sobre la historia real de una joven que quiso hablar con el asesino de su padre. El hombre era policía, y lo mató un terrorista de la ultraizquierda cuando ella tenía apenas dos meses de vida (en este caso habría una diferencia: el terrorista fue arrestado y cumplió en la cárcel toda su condena).
Bagnoli es un barrio emblemático y popular de Nápoles, con la geografía marcada por lo que supo ser un polo industrial. Y esta película lo recorre, desde sus grandes espacios, muchos venidos a menos, a sus callecitas, bares, rincones y dormitorios particulares. El director, Antonio Capuano, atrapa el pulso de ese lugar, al que mira con gran cariño, a través de las historias de un grupo de personajes más o menos ligados entre sí. Una suerte de vagabundo voluntario e impredecible, un hombre mayor que descubre sus memorias y otro más joven. Una propuesta original para mostrar una sociedad, pintar una aldea y, a la vez, retratar la intimidad de unos tipos singulares, aunque lo formal a veces desconcierte. Por supuesto, hay un espacio para el prócer napolitano, Diego Armando Maradona.
Derrotados en la lucha En primer lugar habría que decir que el título “Historias napolitanas” no es del todo acertado. Esa combinación de palabras sugieren un tono costumbrista, y acá estamos ante una película dura, cuyo título original es “La jungla de Bagnoli”, uno de los barrios más pobres y conflictivos de Nápoles. A través de tres relatos, que siguen a tres hombres de distintas generaciones, el director Antonio Capuano (“Vito e gli altri”, “La guerra di Mario”) desnuda con crudeza la cara más humana de la crisis económica que afecta a gran parte de Europa. Y en el centro de la escena ubica a una acería destruida y abandonada, la fábrica que le había dado vida al barrio hace décadas. Los protagonistas son Giggino, un marginal que vive de robar pequeñas cosas en autos estacionados; Antonio, su padre, un jubilado que trabajaba en la fábrica que cerró y que es fanático de Maradona, y Marco, un joven que trabaja en un pequeño delivery. Los tres a su manera reflejan la decadencia del barrio, que además está salpicado de personajes derrotados, entre pintorescos y patéticos. Utilizando cámara en mano, con una estética documentalista, el director muestra las brutales consecuencias del desempleo, la degradación, la violencia, la permanente nostalgia por un pasado que no va a volver y la parálisis de un presente que parece no tener salida. La fábrica abandonada está siempre presente en las imágenes, como si fuera un testigo mudo del fracaso. El filme se vuelve político y corrosivo por momentos, y también le deja un leve espacio a la esperanza, cuando muestra a los jóvenes refugiándose en el arte y buscando espacios alternativos en una ciudad asfixiante. El tono general, sin embargo, es sombrío y derrotista, y Capuano deja entrever que hay una larga y difícil lucha por venir en los próximos años.
El cine italiano contemporáneo parece tener un cierto resurgimiento Del 2 al 8 de junio pasado tuvo lugar la tercera edición de la Semana de Cine Italiano, con la presentación de doce largometrajes en calidad de preestrenos. Por primera vez, en eventos de esta naturaleza, ocurrió que la mayoría de los títulos exhibidos ya tienen su distribución asegurada, dado que seis empresas habían adquirido previamente los derechos de exhibición de las películas. Una posible lectura de este hecho es que el cine italiano está teniendo un mayor atractivo y cierto resurgimiento tanto artístico como comercial en el país de origen así como en otros, tal el caso de Argentina. “Historias napolitanas” (“Bagnoli Jungle”) ha sido el segundo en estrenarse y lo menos que puede afirmarse es que se trata de una propuesta absolutamente original y difícil de clasificar dentro del cine que nos llega últimamente. Su realizador Antonio Capuano es un total desconocido en nuestras pantallas, pese a tener con la película que se estrena ocho en su haber. El título original alude a Bagnoli, un barrio de clase media baja de Nápoles, como lo enfatiza el agregado de “jungle” (jungla) y donde hay tráfico de droga, robo de autos y mucha prostitución. Son tres historias encadenadas con personajes relacionados entre sí. Giggino (Luigi Attrice), el primero vive del robo de celulares y otros objetos olvidados distraídamente en los autos. Pero además se gana algunos euros cantando en bares, escena muy divertida cerca del inicio del film. Su padre (Antonio Casagrande) trabajaba en una acería cerrada desde hace tiempo y que la inquieta cámara de Capuano filma desde muy diferentes posiciones de la cámara. Es un devoto de Maradona y guarda una supuesta camiseta del jugador pero su actual deporte es ver desnuda a la mujer ucraniana que se ocupa de sus menesteres domésticos. El tercer personaje e historia es Marco que trabaja de repartidor en una especie de almacén que tanto recuerda a los que aún hoy persisten en nuestro país. Y que demuestra la enorme influencia italiana en Argentina en todos los sentidos, al punto de que muchos de los personajes parecen calcados de nuestros propios habitantes. Vale la pena señalar que el actor Marco Grieco menciona en algún momento su actuación en un film de nombre “La guerra de Mario”, donde actuó cuando sólo tenía algo menos de diez años y que efectivamente fue dirigido por Capuano. “Historias napolitanas” es un film de gran frescura y distinto a casi todo lo visto localmente y que podría considerarse un homenaje a ciertas obras del neorrealismo italiano. De los restantes films vistos en la “Semana de cine italiano” señalemos el ya estrenado “El hijo perfecto” de Francesca Archibugi, con muy buenas interpretaciones de Alessandro Gassman (que ha heredado parte de los atributos de su padre), Micaela Ramazzotti (cuyo parto al final es real y cuyo marido es nada menos que Paolo Virzì, como lo atestiguan los títulos finales), la napolitana Valeria Golino (dos veces dirigida por Antonio Capuano) y Luigi LoCascio. En cuanto a “No renuncio!” (“Quo vado?”), de Gennaro Nunziante, es otro realizador desconocido y éste el cuarto de su filmografía y primero que se estrenará localmente y al que seguramente nos referiremos una vez se presente aquí. El personaje central es Checco Zalone, también conocido como Luca Medici, cuya filmografía, siempre junto a Nunziante, se reduce a cuatro títulos. Es el mayor éxito comercial de Italia en 2016 superando los ocho millones de espectadores y seguramente en Argentina llevará mucho público. De Marco Bellocchio se vio “Sangre de mi sangre”, su penúltimo film visto recientemente en el BAFICI. Transcurre en dos periodos, separados por varios siglos, con notable fotografía y varios actores importantes (Alba Rohrwacher, Roberto Herlitzka, varios familiares de Bellocchio: Pier Giorgio, Elena, etc). Por último “Las confesiones “ (“Le confessioni”) inauguró la muestra de Cine Italiano y fue presentada por su director Roberto Andó, del que ya se había visto la anterior “Viva la libertà”. Un notable elenco es encabezado por Toni Servillo (“La grande belleza”), aquí en el rol de un cura confesor de una muy estricta orden religiosa. Es invitado por el Director del Fondo Monetario Internacional (Daniel Auteuil), quien al día siguiente aparece muerto (suicidio?). Todas las películas mencionadas son o serán exhibidas localmente, lo cual constituye una muy buena noticia.
RESTOS COTIDIANOS “Si te ven los norteamericanos te denuncian por abuso de colores”, grita una mujer mientras sostiene un gran bastidor con un Goofy verde y bastante lejano al reconocido personaje de Disney. El hombre, ya cansado de los reproches, baja rápido por las escaleras y se cruza con un vecino, uno de los protagonistas, quien no se detiene hasta llegar al departamento del padre, espacio que desde hace tiempo también es su hogar. Si bien la escena en sí misma no es más que una anécdota, ejemplifica la lógica bajo la cual se rige Historias napolitanas (Bagnoli Jungle en su versión italiana): la construcción de tres relatos basados en la articulación entre comedia, cotidianidad e individualismo y sujetas a un marco temporal acotado. De esta forma, el director Antonio Capuano presenta y desarrolla a Giggino, Antonio y Marco a partir de un seguimiento exhaustivo a lo largo de un día. La primera corresponde a Giggino, un hombre de unos 50 años alejado de su esposa e hijo, que roba objetos dentro de los autos para conseguir dinero para drogas o sexo y que retornó a la casa paterna. La segunda se centra en Antonio, su padre, un experto de la época de Diego Maradona en el Nápoli, que trata de seducir a la mujer que lo cuida. La última retrata a Marco, un adolescente de 18 años, que reparte los mandados de un almacén hasta que renuncia cansado de la explotación. En la película se pueden distinguir dos grandes capas atravesadas por los rasgos antes mencionados. Una de ellas referida a las acciones, de la que se desprenden también dos cuestiones: por un lado, el contraste entre las acciones que operan fundamentalmente en el marco narrativo y aquellas automatizadas, que enfatizan los aspectos diarios; por otro, la forma de habitar los espacios vinculada con el título original. Esto quiere decir, la combinación del valor histórico del barrio Bagnoli como una de las zonas industriales más importantes del sur de Italia a lo largo del siglo XX y la idea de jungla de asfalto, una suerte de resignificación del neorrealismo italiano ya no enmarcado en la crudeza de la guerra, sino en las crisis económicas y en la contaminación, con la salvedad de los festejos religiosos o algunas protestas. La otra capa manifiesta el tiempo: los tres personajes actúan como referentes del pasado, presente y futuro no sólo debido a una cuestión generacional, sino por la puesta en escena. No cabe duda de que Giggino se corresponde con el presente porque ya desde el inicio de la película está corriendo o en constante movimiento (juega al fútbol con nenes, roba, pesca, se droga, tiene sexo). Además, la forma de actuar coincide con su pensamiento, es decir, el dinero que gana lo gasta enseguida, se mantiene con pocas cosas, es “libre” para no trabajar o recitar una poesía en un restaurante. Antonio ejemplifica al pasado porque siempre está recordando ya sea anécdotas minuciosas de Maradona en Italia como lazos entre su historia personal y Bagnoli, cuyo máximo exponente son los restos del Coliseo de acero, como menciona Antonio. Por último, Marco representa al futuro porque es el único que rompe con sus ataduras para liberarse de aquello que lo asfixia. De allí viene la fascinación por Sara, la joven que conoce, como un compromiso cultural, ideológico y de rebelión. Más allá de su esqueleto de acero, sólo queda un vago recuerdo del Coliseo del sur; pronto, de la jungla y de sus habitantes también. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Una radiografía de Nápoles y de la Italia que se quedó detrás de las promesas inacabadas del capitalismo más salvaje, aquel que arrasó con todo, es el tema principal de la nueva cinta de Antonio Capuano “Historias Napolitanas” (Italia, 2015). Concentrada en tres personajes, la película buscará reflexionar acerca de la vida de seres que sólo pueden reclamar su lugar en el mundo, y si no lo consiguen, pues lo tomarán sin pedirle permiso a nadie. En el arranque hay un viejo que es llevado en una silla de ruedas sobre el desolado paisaje de una fábrica que supo ser el centro del lugar, pero que hoy, en su abandono y desidia sólo muestra la dura realidad del lugar. Así, de manera digresiva y reposando la mirada en Giggino, Antonio y Marco, los tres protagonistas, cada uno con su edad y sus propios sueños, Capuano desnuda la vida de cada uno tomando aquello que más le sirve para revelar, de manera cruda, sucia. La multiplicidad de imágenes (no es casual que una de las escenas aluda a “Adiós al Lenguaje” de Godard) con las que el director trabaja, no hacen otra cosa más que continuar una tradición que el director plasma en cada uno de sus filmes y que marcan un estilo propio, despojado de artificios. El Nápoles más duro, aquel que quita posibilidades y que aún, a pesar del paso del tiempo, sigue amando a Diego Maradona y al fútbol como manera de superar las carencias, le sirve al director para poder construir un relato que avanza de manera lenta, pero precisa, con la solidez necesaria para poder así generar empatía en sus protagonistas No importa si Giggino es un busca que termina siempre generando conflictos a partir de la necesidad de transgredir constante, tampoco si Antonio se desprende de sus objetos más preciados para poder encontrar a alguien que lo quiera, y mucho menos que Marco deambule por las calles y apartamentos entregando mercadería y descubriendo que nada ni nadie es lo que realmente dice ser. “Historias Napolitanas” acompaña a sus personajes en un eterno deambular por la ciudad, los planos descuidados símil noticiero en busca de información, como así también la sucia necesidad de construir la verdad al rememorar un pasado que no existe más y que al menos, el más joven, desearía conocer. El errabundeo de Giggino, sus hábiles maniobras para conseguir de manera fácil lo que quiere, el sedentarismo de Antonio, con la necesidad de ver a su empleada para completarse, y la promesa de Marco, con sus ganas de encontrar en cada habitación de un edificio la esperanza de poder cambiar su presente, responden a la capacidad y recurrencia de Capuano de trabajar sin filtro el espíritu improvisado de la historia y el relato de los personajes. “Historias Napolitanas” habla de un estado latente y eterno de las cosas, de un barrio, el Bagnoli del título original, que sigue avanzando a pesar de la decadencia de sus calles, de sus edificios y de sus vínculos y que contiene, a pesar de todo, a Giggino, Marco, Antonio y a cada uno de sus habitantes.
Dentro de una parte realmente prometedora del cine italiano de esta época suelen surgir algunas obras difíciles de clasificar en términos de género, pero ciertamente muy cercanas al registro natural de una sociedad que, como todas en el mundo, va mutando de generación en generación para conformar una suerte de caleidoscopio del comportamiento humano. Así es “Historias napolitanas” El director centra su historia en la Nápoles actual. Historia es una forma de decir, puesto que no hay un hilo argumental más que el desprendido de entender esto como una observación actual de una familia sectorizada, de la cual se desprende una lectura coyuntural e histórica de la idiosincrasia de la región conquistada por Diego Maradona hace muchos años. Algunos giros curiosos ponen al abuelo, al nieto, y al padre en el mismo eje marcado por la falta de contención (social si se quiere), pero a la vez mutua. Es curioso ver a un padre sacado, corriendo como en “Trainspotting” (1996), tratando de escapar ¿Al sistema? ¿A la familia? ¿A los mandatos? ¿Todo a la vez? Este análisis morfológico puesto en imágenes parecen querer (y necesitar, por qué no) de un registro casi documental. Es vano tratar de hilvanar una historia porque esta aparece cuando los personajes se manifiestan verbalmente en un intento de explicar sus acciones. Por eso, el comienzo los junta en un abandono estructural y económico. El escenario inicial es “lo que era en una época” contrastado con “lo que son hoy”. Un planteo interesante que por momentos adolece de algo fundamental en el cine: tomar decisiones previas basadas (acertadamente o no) en la convicción de la composición de los encuadres. Aquí es donde “Historias napolitanas” parece un ensayo de estudiantes de cine que no tienen muy claro el cómo aunque estén determinados en el qué. Confusa por momentos, divertida en otros, insólita a veces. El director parece indeciso en todos estos aspectos y extravía el camino que él mismo se propone como ensayo antropológico. Basta ver, como muestra, la escena en la cual el padre entra en un restaurante para hacerse de unos mangos. Un ejemplo de intenciones contra resultado.
Testimonio de la crisis italiana Antonio Capuano es un director de cine napolitano, nacido en 1940, cuya producción no es conocida en la Argentina. “Bagnoli Jungle” (“Historias napolitanas”), del año 2015, es la primera película que llega a la cartelera local. Sin embargo, en su país ha sido favorecido con algunas distinciones y se lo considera un director muy original. Sobre sí mismo, dice ser “un eterno principiante” a quien no le gusta el “encuadre perfecto”. A “Bagnoli Jungle” la describe como “un grafiti, una película imperfecta”. Y ésa es la sensación que da. Filmada con cámara en mano y sin artificios, el film simula un estilo cercano al documental sin demasiada producción ni elaboración previa. El relato está compuesto por tres capítulos. Cada capítulo tiene como protagonista a un personaje diferente, aunque están relacionados entre ellos. La historia está ubicada en el barrio napolitano de Bagnoli y trata de captar el espíritu dominante en ese lugar particular y cómo se manifiesta en tres generaciones: un hombre de edad mediana, un anciano jubilado y un jovencito de 18 años. Giggino, el personaje del primer capítulo, es un desocupado de alrededor de 50 años que se pasa el día corriendo por las calles del barrio. Vive del producto de pequeños hurtos y también de algunas limosnas. Da la sensación de no tener hogar y pareciera estar huyendo permanentemente de algo. No obstante, a medida que avanza su historia, se devela que tiene una familia, pero su mujer lo ha echado de la casa y ahora está viviendo con su padre, Antonio. La conducta de Giggino es a simple vista disoluta, está en un estado de agitación permanente, anda todo el día de aquí para allá, sin rumbo fijo y en un estado mental bastante caótico. Por su parte, Antonio, el protagonista del segundo capítulo, es un ex trabajador de la fábrica metalúrgica que años atrás representó la época de oro de la barriada y que hoy es un esqueleto vacío y abandonado, un fiel reflejo de la decadencia económica y social de esa región de Italia. Antonio es un hombre viudo que percibe una holgada jubilación, suficiente para sostener un departamento que no es lujoso pero cuenta con todas las comodidades. Vive de sus recuerdos y es asistido por una empleada doméstica de origen ucraniano. Entre sus particularidades más notorias se destaca su devoción por la figura de Maradona, de quien conserva una camiseta de cuando jugaba en el Napoli, y se ufana de conocer la historia del ídolo con pelos y señales, motivo por el cual, algunos fanáticos van a su casa para que les cuente anécdotas del paso del jugador por el equipo más popular de la zona. La época en la que Maradona fue estrella del Napoli coincide con la época dorada de la que formó parte también la fábrica y la decadencia parece haber llegado también al mismo tiempo. De modo que para Antonio todo es nostalgia de un tiempo mejor que ya se fue y que desgraciadamente no volverá, y un presente de soledad y vacío. Finalmente, el tercer capítulo corresponde al caso de Marco, un muchachito que dejó la escuela y trabaja como delivery de una especie de despensa, por eso es conocido por casi todos los vecinos, ya que reparte los pedidos casa por casa. Es la mirada que apunta al futuro, aunque impregnada de incertidumbre, en un ambiente marcado por la miseria, la droga, la camorra y la presencia de inmigrantes que vienen huyendo de situaciones aún peores, donde no hay mucho margen para un desarrollo normal de la juventud. Los signos de decadencia se acumulan en todo el ejido urbano de esa barriada, que Capuano muestra con crudeza y sin artificios, como una herida abierta representativa del fracaso de un modelo que confiaba en el progreso y que de pronto naufragó, dejando a mucha gente sin trabajo, sin hogar y sin expectativas. Tal como lo expresa Capuano, su filme se parece a un fresco, una pintura rústica y sin artilugios de una comunidad tal como se percibe en la realidad cotidiana.
Una desigual antología El cine italiano nos ha dado varias antologías notables como Ayer, Hoy y Mañana o Boccaccio 70, pero no todos los carbones terminan siendo diamantes. Ese parece ser el caso de Historias Napolitanas, un compilado de tres historias de las cuales solamente una puede llamarse tal, mientras que las otras solo transcurren. Lo de Napolitanas es aceptable, lo de historias discutible Historias Napolitanas se concentra en las desventuras de tres personajes en el poblado napolitano de Bagnoli: Giggino, un cincuentón sin oficio ni beneficio que se dedica a clamar poesía en los restaurantes; Antonio, su padre, un obrero metalúrgico retirado, que cuando no está ocupado exagerando una historia de Diego Maradona para la prensa, está ocupado tratando de conseguir un favor sexual de su mucama; y, finalmente, Marco, un joven que trabaja de delivery boy en una fiambrería que inicia una historia de amor con una chica que trabaja de estatua viviente. La primera historia no es más que una seguidilla de dificultades que padece el personaje de Giggino, que termina por aburrir por la sencilla razón de introducir sendos conflictos pero no desarrolla —y menos que menos resuelve— ninguno. La segunda historia, la de Antonio, es la única que sale más o menos bien parada, por tener medianamente balanceado el desarrollo del conflicto y el desarrollo de personajes. Cabe destacar que es la que tiene al personaje más querible. La tercera y última historia, la de Marco, aunque describe apropiadamente el universo de su personaje, no le da un conflicto concreto más allá de una historia de amor que no se desarrolla lo suficiente, sucumbiendo así a los mismos errores de la primera historia, y regresando a la película, como un todo, a una meseta. Si bien cabe destacar que la película sabe conectar una historia donde termina la otra, la flaqueza de las partes es lo que contribuye a que el todo no pueda destacar. Por el costado técnico, la película es bastante modesta y es notorio su bajo presupuesto, aunque a menudo algunas cosas denoten cierta falta de profesionalismo en su estética. Por ejemplo, algunas tomas con cámara en mano que se ven exageradamente agitadas, y una toma hecha con un drone que no empata con el resto del material de la película. Estos tropiezos ponen en evidencia que le cuesta decidirse entre un registro ficcional o cuasi documental. En el costado actoral, los tres protagonistas entregan labores interpretativas decentes, siendo la más lograda la del personaje de Antonio. Por fuera de él no hay nada para criticar, pero tampoco mucho para elogiar. Conclusión Con una historia medianamente desarrollada emparedada por otras dos que simplemente transcurren, el saldo final de Historias Napolitanas es el de una antología desigual. Aunque hay buenas intenciones interpretativas, las fallas narrativas y sus pocos desaciertos técnicos terminan por hacerlo un intento poco agraciado, y aunque una postura noble, con eso solo no se hace nada. Una antología es un trabajo de equipo, donde cada una de las historias debe destacar, y se hace difícil recomendarla cuando la mayoría son flojas.