Al ver la película que dio puntapié inicial al Festival de Cine Inusual 2015 en Buenos Aires, Internet Junkie, se me vino a la cabeza una entrevista que le hicieron al director. Ante la pregunta: ¿A ti te ha pasado quedarte encadenado a alguna de estas tecnologías? Ah sí; yo soy el primer ‘Internet Junkie’ del mundo y me doy cuenta de mi adicción. Por eso mismo ni tengo Facebook, ni Skype, ni Twitter, pero ya sólo entre los e-mails, la información que puedo leer y los vídeos que puedo ver, me puedo tirar diez horas sin darme cuenta y noto que es algo negativo, no lo veo como algo positivo. (Link Entrevista) Esa respuesta es importante para entender a “Internet Junkie” y la satírica crítica que hace de las relaciones humanas mediadas por la red de redes. Porque si bien el desarrollo de las acciones está bien armado, los personajes son bien claros y hay varios momentos muy cómicos, en el fondo, la Internet de la cual está hablando Alexander Katzowicz se asemeja más al estado de la red en 2006-08 que a la ultra conectada Internet actual de los celulares, las apps y redes sociales como protagonistas. Por un lado, eso no evita que el relato mantenga cierta actualidad, por compartir el mismo universo y las obsesiones de los usuarios. Pero se nota en los detalles que no parece ser un film contemporáneo, por ejemplo en el momento de una imposibilidad de utilizar el “Messenger” en la computadora, no lo pueda hacer desde el celular. Le faltó incorporar nuevas obsesiones como la selfie, el retrato constante de la vida cotidiana para su propia comunidad, o a Tinder como medio de levante, etc. internet-junkie Más allá de ese detalle, el guión de Internet Junkie lo hace un film entretenido y gracioso, las actuaciones de los diferentes protagonistas le otorgan a las situaciones la frescura para que el espectador disfrute en la sala. La película conecta una serie de hechos que involucran un coronel (Antonio Birabent) que se encuentra con varias mujeres que conoce por internet; una familia mexicana que comparte el hecho de estar pegados a la compu las horas que están despiertos; un hombre en Tel Aviv cuya sabiduría es brindada por Youtube, pero continúa viviendo con su familia sin trabajar porque desprecia el mundo en el que vive; y una pareja de novios cuya vida se ve complicada por la forma de financiamiento online que ella utiliza. La mayoría de las escenas fueron hechas en interiores, ahí es donde los protagonistas se mueven más cómodos y sin problemas, en cambio en las pocas escenas que son en exteriores, el ambiente es hostil, difícil e incomodo para los personajes. Como una metáfora de lo que significa Internet para el director, porque a pesar de todo, él mismo reconoce las virtudes y los efectos negativos que la red otorga a las relaciones y emociones humanas. Pero, nuevamente, esa alienación, esa distancia con la emoción humana y el miedo al mundo exterior por la comodidad del click queda como una crítica de Internet que ya oímos, y por lo tanto, no agrega mucho más para reflexionar. Quizás lo más grave es que ya naturalizamos los defectos de los personajes que el film exhibe, que ya no nos chocan, que se hicieron tan habituales que no sorprenden. Si bien continúa siendo una gran exageración, es más común de lo que los sentimos. Ahí quizás está la virtud de Internet Junkie como crítica, en que entendamos que lo que vemos ahí no es algo nuevo, sino que está muy instalado en nuestras sociedades. Mucho más de lo que pensamos. Si no, vean la película y piensen en el nuevo gran personaje mediatico de este país.
Los internautas del nuevo mundo. Las nuevas tecnologías siempre cambian el comportamiento social. Así como los individuos se apropian de las herramientas, las herramientas también influyen en la percepción de los individuos del mundo, ya que mediante ellas intervenimos en ese mundo y lo transformamos. Internet Junkie es una película sobre la adicción, los trastornos, las obsesiones y algunas patologías asociadas al uso excesivo de Internet en la época moderna. El realizador Alexander Katzowicz utiliza las mismas para exponer la vida de sus personajes como seres anhelantes que construyen sus relaciones mediatizadas. Las historias del film constituyen un triángulo de relaciones transitivas que recorren tres países: Argentina, México e Israel. Lo que une a todos los personajes es su imposibilidad de relacionarse cara a cara como consecuencia del abuso de la conectividad. Por un lado tenemos la historia de un falso Coronel en Buenos Aires que seduce a mujeres por Internet para robarles. Por otro tenemos a Lorena, una de las novias del Coronel, que habla en tiempo real a México a través de un chat con una amiga, con dos hijos adolescentes apáticos -encerrados en sus cuartos- que abusan de Internet. A su vez, el Coronel conversa y juega al ajedrez con un joven israelí fanático de las artes marciales que vive encerrado en la casa de sus padres. También podemos ver a una pareja que se envía constantemente videos y a una joven promiscua que para vengarse del mundo tiene relaciones sexuales sin protección con cualquier hombre que se le cruce para contagiarle el virus del Sida. Lo que une a todos los personajes es la espera. Todos esperan que algo suceda, que un acontecimiento extraordinario los saque de su marasmo. La llegada del hombre perfecto, la entrega de la mujer sensual inaccesible. Los adictos intuyen o saben que sus vidas son un simulacro. Lorena no soporta su trabajo en una galería de arte, Caro se masturba por Internet para pagar sus estudios mientras su novio espera obtener el trabajo que cree merecer, el Coronel mantiene su red de mujeres seducidas mientras el joven israelí encerrado en su casa aterroriza a sus padres y espera que el mundo reconozca su talento. El mundo es un lugar extraño y hostil para estos individuos, asimismo la tecnología funciona como un oasis que les permite encerrarse en sus miedos. El resultado es un mecanismo de aislamiento que fortalece sus prejuicios sobre una realidad de la que se sienten expulsados. En Internet Junkie solo vemos a sujetos que no quieren ni pueden mirar al otro y entablar una relación que no sea patológica. Alexander Katzowicz analiza sin concesiones la realidad de una clase media atrapada en sus propias patologías, incapacitada de salir al mundo, viviendo a través de sus artefactos tecnológicos como extensiones ortopédicas de su cuerpo, de su conciencia y de su vida. La relación mediatizada del hombre post orgánico se convierte en una relación con la propia tecnología, ya ni siquiera con un otro. De esta manera, la otredad deviene artefacto en una burguesía atrapada por sus consumos.
A un sólo clic. Sin lugar a dudas, el fenómeno de la Internet y los cambios de hábito que genera en las sociedades trae aparejado para el cine un nuevo problema en base a los alcances narrativos. Soledades, alienación y la virtualización que invisibiliza cada vez más los cuerpos son los elementos más comprobables al tomar cualquier historia donde el chat, por ejemplo, se utiliza para que avance el relato en un diálogo sin palabras, o como subtexto que posibilita el desarrollo más profundo de los personajes.
REALIDAD (DES)CONECTADA Una joven está sentada en el suelo sobre unos almohadones. Si bien se encuentra lo bastante aislada en medio de la penumbra con los auriculares y un iPad, pareciera que aún le quedan ciertos resabios alerta de sus sentidos para escuchar el timbre en la lejanía. Entonces, desconecta los auriculares y, ya de pie, los pone en el celular. La distancia es corta y enseguida se encuentra abriendo la puerta al molesto e inoportuno novio de su compañera de casa. La acción dura sólo unos segundos, tal vez un minuto, y esa joven ya no vuelve a aparecer en pantalla pero su actitud convierte a la efímera escena en una de las más impactantes de Internet Junkie. Porque si bien la temática que Alexander Katzowicz enfatiza durante toda la película tiene que ver con la adicción y la dependencia que provoca internet, en dicha fugacidad la imagen y el gesto lo son todo: no hay lugar ni tiempo para las palabras y, por eso, las acciones hablan por sí mismas; allí la aparente necesidad de conexión con el mundo torna al sujeto en objeto, en un ser vaciado de contenido pero colmado de virtualidad que repite movimientos automatizados. Claro que esta lógica se reproduce y amplía a lo largo de Internet Junkie. Por un lado, desde los variados ejemplos, donde se replica este funcionamiento como el caso de una madre que pretende recuperar el comedor como sitio de encuentro familiar aunque sin desprenderse de la notebook y los auriculares. O los escasos ejemplos opuestos como la mujer que evita subir fotos o poner información personal en internet. Por otro, a través del entrecruzamiento de historias y personajes que comparten dichas acciones en diferentes países como Argentina, México o Israel, cuyos vínculos sólo pueden “materializarse” a partir de la red. En este sentido, se puede pensar que la alienación tecnológica funciona como una suerte de lo siniestro planteado por Sigmund Freud: aquello familiar y conocido que se vuelve extraño. La realidad se torna ajena, incluso, no experimentable mientras que lo propio es el espacio virtual, la navegación permanente a todo tipo de sitios (en especial búsquedas de información o pornográficos), el chat para conocer gente, las conversaciones vía skype, la interacción con los juegos y hasta, incluso, abrazos virtuales. Pero este extrañamiento no sólo se reduce a la pérdida del contacto humano, sino también a la puesta en escena de ese rito. Se pueden establecer dos escenarios posibles: aquellos que se encierran en sus cuartos a oscuras, cuya única fuente de luz proviene de la pantalla o quienes no pueden despegarse de los aparatos en ningún momento y los llevan a todas partes. Sin embargo, la mayoría concuerda en valerse de los auriculares como vital forma de lazo, casi como una extensión propia del cuerpo. Otro elemento curioso es la equiparación del director entre la dependencia tecnológica y la banalidad del arte. Si bien se exhibe cierta mirada estereotipada en la presentación de los jóvenes que se acercan a la galería, su vestimenta, la forma de hablar entre ellos o con Lorena que trabaja allí, el objeto artístico, el valor de la pieza o el desinterés de Lorena hacia ellos, la postura busca reforzar la analogía entre ambos ejes basado en la pérdida del aura, de la experiencia única e irrepetible del aquí y ahora y en el vaciamiento de los contenidos. “Quiero algo real, dolorosamente humano”, le manifiesta Lorena a su novio como síntesis de la asfixia de la galería pero que no se replica en su relación con la web. Frente a semejante panorama desalentador, Katzowicz pareciera concebir sólo dos alternativas como rupturas del efecto narcotizante y restauradoras de la realidad: por un lado, la búsqueda del amor que no sólo actúa como un motivo recurrente, sino también como construcción discursiva de “lo verdadero” frente a lo irreal; por otro, la muerte, focalizada en el suicidio, como una especie exoneración de culpas y como símbolo de la auténtica libertad expresada desde un plano teórico –en alusión a los planteos del filósofo alemán Arthur Schopenhauer– como en el práctico –la pareja de ancianos en el geriátrico–. La adicción consigue aunar idiomas, nacionalidades y sexos en la pluralidad de escenas donde, por momentos, dos personas no son más que una en su singularidad, en ese viaje individual en lo etéreo de la red, su idea de comunidad, la disposición del rito y el vano intento de aferrarse a un motivo universal como forma de restitución de lo real. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Mundo virtual Internet Junkie (2015), una película de Alexander Katzowicz, bucea sobre las relaciones que se establecen a través de los diferentes mecanismos tecnológicos y la búsqueda desesperada del amor. Con una estructura coral de historias y personajes cruzados, Internet Junkie focaliza en diversos seres alienados tras una serie de dispositivos tecnológicos (PC, Tablets, Celulares) buscando entablar relaciones con los demás pero que se ven imposibilitados de establecer cualquier tipo de contacto con las personas que los rodean. Chats, Whatsapp, mensajes de textos y de voz, Facebook, Twitter, Youtube...dominan las vidas de cada uno de estos personajes que se anulan ante cualquier tipo de contacto real. Filmada en Buenos Aires, México e Israel, Alexander Katzowicz propone un interesante recorrido sobre la compleja realidad comunicacional que se establece de manera virtual, donde lo presencial se vuelve cada vez más difícil. Una fauna de personajes ecléticos deambulará en la red mostrando sus costados más íntimos pero que ante un encuentro presencial volverán a recuurir a sus dispositivos para conectarse con el mundo virtual. Así la película trazará una tesis sobre lo paradójico de un mundo donde a mayor comunicación mayor incomunicación. Protagonizada por actores de diferentes países como Antonio Birabent, Paula Carruega, Nicolás Mateo, Angela Molina o el director mexicano Arturo Ripstein, Internet Junkie es una película principalmente de pequeños personajes que irán creciendo a medida que la trama avance, se mezclen géneros (hay drama, comedia, policial, thriller sexual) y se crucen las historias de unos con otros. Aunque el verdadero protagonista termine siendo Internet.
Vivimos continuamente conectados, a través de un celular, una computadora, o algún portátil por el estilo. Vivimos conectados sin necesidad de tenernos cerca. Y eso a veces es lindo y otras veces perjudicial. Puede llevarnos a aislarnos, a la incomunicación, a no concebir otro modo de relacionarnos con la gente. Películas que intentan representar esta problemática, las hay muchas. Incluso en nuestro país, hasta la televisión expuso diferentes ideas en un programa del que quizás pocos se acuerden, “Conflictos en red”. La película que nos compete, Internet Junkie, que abrió el último Festival de Cine Inusual, explora este mundo virtual y sus redes a través de diferentes personajes situados en diferentes partes del mundo (Argentina, Mexico e Israel, para ser más precisos), pero conectados entre sí a través de nuestra bendita internet. Dirigida y escrita por Alexander Katzowicz, la película sigue a varios personajes que se van interconectando entre ellos. Entre otros, un hombre seductor que se arma una vida que en realidad no tiene y le ayuda a conquistar mujeres. Una madre de familia que no puede dejar la computadora a través de la cual skypea con una amiga a la distancia, hasta el punto de no escuchar a sus hijos y haber dejado a sus padres abandonados en un asilo. Una joven que no encuentra otro trabajo que el de venderse sexualmente a través de una cámara web. Otra que seduce y tiene sexo compulsivamente con cuanto hombre se cruza en su camino. Las historias se van tejiendo a su tiempo y al final logran cada una un cierre correcto. El tono elegido mayormente es el satírico, sí estamos ante una sátira ante todo. Pero por momentos también decide ponerse más dramático, especialmente cerca del final, para subrayar la idea de la alienación que puede producir esta constante conexión a través de lo virtual. También es cierto que no se la siente lo suficientemente moderna, como si la película perteneciera justamente a la época del mencionado anteriormente “Conflictos en red”, donde prepondera la conexión a través de computadoras y no tanto, como hoy en día, de cualquier dispositivo, celulares sobre todo, de menor tamaño. Entretenido, divertido y con un guión que más allá de ciertas acciones forzadas logra funcionar, y es imposible no sentirla real.
¿Qué tienen en común Antonio Birabent, Ángela Molina, Arturo Ripstein y un joven director israelí? Todos forman parte de este singular experimento llamado Internet junkie, que, cómo su título indica, apunta los cañones a la adicción que provoca Internet, las relaciones artificiales, los limites disfumados entre lo virtual y lo real, y la alienación que esto conlleva. Planteada de forma coral, la película traza un puñado de historias que se rozan y que transcurren en Argentina, México e Israel, siempre con la Red como denominador común. Birabent interpreta a un misterioso coronel que visita regularmente a su amante Lorena (Paula Carruega), a quien conoció por Internet (obvio), y desde su computadora juega al ajedrez con un joven israelí (Nicolás Baksth). A su vez, Lorena tiene una "amiga" en el DF cuyo único vínculo con sus hijos parece ser el poco tiempo en que los tres no están frente a la pantalla. Uno de estos chicos es adicto al sexo virtual, medio por el que conoce a una profesora de gimnasia en pareja con un apático treintañero (Nicolás Mateo). Así de enrevesada es la estructura de un film que tiene pocos elementos atractivos. Despojada de su razón de ser (el tiempo transcurrido frente a la pantalla y las dificultades para relacionarse fuera de ella), la propuesta es errática y nunca logra encontrar un tono. Ni siquiera las breves apariciones de Ángela Molina y Arturo Ripstein salvan las flojas actuaciones.
Conflictos en red Internet Junkie es una sátira acerca de las relaciones humanas e internet. Se basa en la continua convivencia que tenemos con los celulares, las computadoras, las tablets… y lo hermoso y pernicioso que puede resultar, según la ocasión. Por ejemplo puede llevarnos a relacionarnos más con otra persona, encontrar a quien pensamos es el amor de nuestras vidas; o por el contrario, a aislarnos, no sentir otra forma de relacionarnos con las personas o pensar que sin internet no nos queda nada por hacer. Hace más de 10 años, con el auge de las redes sociales, existía un unitario de televisión llamado Conflictos en red, donde se hacía foco en el inmenso mundo de internet y mucha gente entrelazada con chats, mails, msn, nick names, personas inventadas, fotos trucadas, personalidades inventadas. Y hacia ese lugar apunta Internet Junkie, película que abrió el último Festival de Cine Inusual. Es por eso que a pesar que el film aborda la problemática de la obsesión de los usuarios como sucede en la actualidad, por momentos no se lo siente lo suficientemente acorde a nuestros días, con un exceso de smartphones, apps y redes sociales como protagonistas indiscutidos. Incluso en una de las situaciones una de las protagonistas entabla una breve conversación con su hermano acerca de su estado de Messenger, algo que hace un tiempo vimos desaparecer. Sí debemos resaltar de esta película dirigida y escrita por Alexander Katzowicz, que el hecho de seguir a personajes interconectados y situados en diferentes partes del mundo (Argentina, México e Israel), permite que entendamos la problemática como algo mundial más que propio de nuestro país. Los personajes están bien delimitados, y a pesar de sus distitnas culturas, llegamos a entender el "encierro" por el que pasa cada uno. No por nada la gran mayoría de las escenas están filmadas en interiores. Internet Junkie lleva adelante un guion entretenido y divertido (que por momentos se torna dramático, sobre todo hacia el final) de algo que ya naturalizamos y es probable que sorprenda poco, pero aun así nos acerca una vez más a reflexionar de la forma en la que internet está instalada en la sociedad. Y es probable que aún nos quede mucho más por conocer.
Otra clase de pobreza Pese a las buenas intenciones, a la película le cuesta zafar de los estereotipos que intenta mostrar. Fragmentaria, como el drama social que denuncia, Internet Junkie sublima varias de las preocupaciones sobre el proceso de socialización que se da en y por la red. Ese recorte, tan subjetivo como las experiencias que elige mostrar Alexander Katzowicz, asume por momentos un tono de denuncia al servicio de una ficción con altibajos, con historias conectadas, atadas con alambre, en busca de un fin que excede a la película. En Buenos Aries un coronel vela sus armas para seducir mujeres por Internet. A la vez, cultiva un vínculo por chat con un joven de Tel Aviv mantenido por sus padres, a quienes desprecia desde la “sabiduría del Tai Chi” que mama en YouTube. En México una madre y dos hijos viven una aislada adicción a la red, que los relaciona por un lado con una de las historias del coronel, y por otro con una chica argentina que se gana la vida desnudándose frente a su webcam. Auriculares, pantallas, teclados y camaritas dominan este entrecruzamiento, el mundo representado en la película (viejo, por cierto). La peor cara de un tiempo con sujetos despersonalizados, privados de su propia experiencia, aunque escuchen música clásica y se regalen libros de Van Gogh. Y esa despersonalización es también el problema de esta película, que convierte a sus personajes en perfiles, en casos de estudio exentos de profundidad. Katzowicz hace un recorte sobre el sexo, el amor, la enajenación y la superficialidad de las relaciones humanas sin grandes hallazgos. Funciona más la advertencia que la narración, apocalíptica por cierto, sobre una crisis de la experiencia, de la palabra, de los vínculos que se reconoce con facilidad. Pero adjudicarle todo a Internet es la salida fácil. Claro que su película es interpeladora, porque esos rasgos acechan, preocupan. Un cambio cultural sin sociedad, sólo individuos para quienes nada es suficientemente importante. Y una confusión enorme sobre lo real y lo virtual que lejos está de saldarse.
El (des)amor en los tiempos de Internet Una ópera prima que intenta exponer la desconexión física y emocional de estos tiempos. “Internet está convirtiendo a la humanidad en zombie”, afirma el realizador de origen israelí Alexander Katzowicz en la gacetilla de prensa a la hora de justificar la elección de las consecuencias de la comunicación 2.0 como el gran tema de su ópera prima, Internet Junkie. Rodado en la Argentina, Israel y México, el film presenta varias historias. Por un lado, un falso coronel (Antonio Birabent) que seduce mujeres en chats. Entre ellas a Lorena (Paula Carruega), quien a su vez habla vía Skype con una mujer en México cuyos hijos viven pegados a la computadora y el celular. También habrá una joven pareja porteña que se envía constantemente videos, y otra mujer que se acuesta con cuanto hombre se le cruce. Lps distintos personajes desandarán sus caminos, cruzándose y separándose según la conveniencia del guión. Katzowicz quiere, como manifiesta en la frase del primer párrafo, usarlos para problematizar la desconexión física de los internautas con el mundo real, pero no logra que ellos adquieran una carnadura propia, convirtiéndolos en hombres y mujeres impulsados por la búsqueda de sexo. Así, el resultado es apenas una acumulación de situaciones más dignas de una comedia de enredos.
Desconectados Hablar de la imposibilidad de conexión entre los seres humanos, luego que el mundo de internet se incluya entre ellos, es quizás el logro más importante de “Internet Junkie” (2015) filme de Alexander Katzowicz, que trabaja con varias historias conectadas entre sí, a pesar del desconocimiento de los participantes de cada una. Con una multiplicidad de lenguajes, texturas, hipertextos y pantallas incorporadas al cuadro académico, el realizador, que comenzó su carrera como editor de “Nueve Reinas”, maneja hábilmente la línea discursiva para elevar una crítica a la imposibilidad de conexión real entre las personas. Buceando en el universo de un coronel adicto al sexo (Antonio Birabent), una pareja en la que uno esconde un secreto y es descubierto por uno de ellos (Nicolás Mateo) y un joven adicto al porno que decide visitar a sus abuelos (Angela Molina, Arturo Ripstein) para saber más de sí mismo, por nombrar alguno de los disparadores, “Internet Junkie” avanza a paso lento y firme para contextualizar en estado de desconexión actual ante el otro. Si la caricatura del Coronel que interpreta Birabent se reduce a escenas plagadas de narraciones en off sobre aquello que se muestra (sexo oral, exhibicionismo, sexo anal), la llegada a la casa de sus abuelos del joven mostrará el lado opuesto de la autoridad al exacerbar las características más desagradables de dos ancianos que se pelean por el control remoto. En ese punto, y contraponiendo a la exagerada caricatura de la relación del hombre con la tecnología, Katzowicz apunta a quizás, para él, el primero de los momentos de despersonalización de las relaciones, en donde mediante el zapping la palabra y el acercamiento se fue desvaneciendo. Pero “Internet Junkie” se va diluyendo en su propuesta, tan rápido como la sorpresa inicial plagada de imágenes y música, una idea interesante pero que en lo desprolijo del armado y puesta a punto termina por resentirse y no llegar a explicar ni desarrollar aquello que en un primer momento quería reflejarse. PUNTAJE: 4/10
Aunque desparejo -como sucede siempre con las películas que narran varias historias- y a veces un poco pegado al lugar común, este film es un interesante paseo por la manera como la tecnología digital ha cambiado nuestras vidas, disuelto ciertas barreras y empujado a nuevas ansiedades. Las historias que transcurren en varios lugares del mundo son una constelación que retrata no solo las posibilidades sino, sobre todo, los límites de la omnipresente Internet.
Una mirada a la jungla de los adictos a la red Como dos brillantes en medio del camino, aparecen a mitad de esta obra la actriz española Ángela Molina y el director mexicano Arturo Ripstein, componiendo una pareja de abuelos abandonados en el asilo. Intensa ella, desbordada de amor, malhumorado él, repitiendo su personaje público habitual. Aparecen poco, pero ellos llenan la historia con una sensación de realidad absoluta. La mayoría de los otros personajes parecen hipnotizados por la realidad virtual. "Internet Junkie" pinta eso: personas dependientes de la computadora y sus derivados. Una rubia fascinada por el coronel que se levantó en algún sitio de citas, incapaz de advertir que el tipo no tiene la edad ni siquiera el corte de pelo que requiere su cargo (y para lucirse ella se compra ropa sexy, lógicamente por internet). Un grandulón que vive encerrado absorbiendo las enseñanzas de sucesivos sitios web (artes marciales, filosofía inútil, etc.), mientras sus padres desesperan. Una madre de familia sentada todo el día frente a la compu. Su hija adolescente acostada todo el día frente a la compu. El hijo que paga por sexo virtual. La chica que se gana sus dinerillos haciendo sexo virtual, para enojo y confusión de su novio, que (colmo de los colmos), requiere del GPS para ir caminando por la vereda hasta la veterinaria. Entre medio, los abuelos que el nieto visita por obligación, descubriendo algo distinto en su vida. Vemos también una rara especie de ninfómana cool, bonita y peligrosa, que no deja títere con cabeza, un viejito senil que vive su propia fantasía, un tipo con un bate demasiado verdadero (y diríamos justiciero si en este caso no fuera algo "políticamente incorrecto"). En fin. Este es el primer largo de Alexander Katzowicz, hecho entre la Argentina, México e Israel, en forma totalmente independiente. Pinta criaturas de nuestra época, suma personajes atractivos. Se nota que faltó plata para resolver algunas escenas (escuchamos el off de un noticiero sin ver las imágenes, que hubieran requerido varios extras). También falta más chispa en ciertas situaciones, algo que un coguionista habría podido aportar. Aun así, es un debut promisorio. En el elenco, Paula Carruega, Tatiana Olhovich, Antonio Birabent, Victoria Doubovik, el pibe Nicolás Baksht, y el perro Pomelo, que no dice mucho.
Las relaciones humanas, a puro deterioro Una de las discusiones clave de la cultura contemporánea es la influencia de las nuevas tecnologías en nuestra vida cotidiana. Internet Junkie se hace cargo de la problemática entrelazando historias de una galería de personajes que sufren un importante grado de dependencia: entre otros, un pretendido militar que seduce y engaña a desprevenidas amantes, un adolescente adicto al sexo virtual, un jugador de ajedrez a distancia que también practica tai-chi y hasta dos agrios ancianos que se disputan salvajemente un control remoto en un oscuro asilo (las escenas de esa hilarante dupla que encarnan la actriz española Ángela Molina y el cineasta mexicano Arturo Ripstein están entre lo mejor del film). Alexander Katzowicz usa el humor como válvula de escape para una historia cargada de un evidente patetismo. En la sociología que plantea el director, el horizonte para las relaciones humanas es puro deterioro.
Esta es la ópera prima de Alexander Katzowicz. Algunos de los personajes principales son: la computadora, la notebook, los celulares u otros dispositivos que forman el lazo fundamental para que las personas se contacten entre diálogos de todo tipo hasta momentos relacionados con el sexo virtual. De las historias algunas son más atractivas que otras y tal vez ciertos espectadores se sentirán identificados. Es un film entretenido, con toques de sátira y de humor.
Relaciones 3.0 Internet nos ha modificado de una u otra forma la vida, no sólo individualmente, sino también la manera de relacionarnos entre nosotros. Internet Junkie es la ópera prima de Alexander Katzowicz y busca retratar las afecciones que generan la red en tres historias distintas y entrelazadas a la vez. En Argentina hay un coronel del Ejército (Antonio Birabent) que obtiene citas continuamente a través de internet y es un amante profesional, mientras que chatea con Ari (Brian Jagodnik) un amigo virtual en Israel que vive con sus padres y practica artes marciales a través de videos en youtube. Una de las amantes del coronel es Lorena (Paula Carruega), que está profundamente enamorada de él y hace catarsis con una amiga virtual en México. Esta amiga es madre de dos adolescentes, uno es Martín que es un jóven onanista que paga para mantener sexo virtual con Jimena, que vive en Argentina y está de novia con Rodo (Nicolás Mateo). El Lado Oscuro de Internet En Internet Junkie se plantea un guión con varias historias que se desarrollan en distintos puntos del mundo, pero que no sólo transcurren en paralelo sino que además se entrecruzan. Algo similar a lo que sucedía en Babel, del anticine nacido como González Iñárritu, pero en este caso de una forma muchísimo más interesante debido a que se explora esa oscuridad propia de internet, sin intentar imponer una verdad, sino que se aboca a ficcionalizar historias que ocurrieron y ocurren. Pese a lo interesante que pueda leerse este guión, lamentablemente tiene puntos vulnerables en su estructura, lo que no quita que la película se hace llevadera. En parte, esto se debe también a las actuaciones de todo el elenco que logran alcanzar un buen nivel actoral brindándole credibilidad a las historias que en Internet Junkie se desarrollan. Conclusión Internet Junkie tiene una gran idea y premisa para plasmarse como reflejo de una sociedad cooptada por el mundo virtual, sin embargo en su ejecución me fui con la sensación que se queda corta ante una temática sumamente explotable. Fuera de toda opinión, como suelo decir, si cuentan con el dinero pueden acercarse al cine BAMA y sacar sus propias conclusiones sobre una película que es sin dudas interesante.
¡Qué solos estamos! Internet junkie es una película coral que profundiza con una mirada satírica en cómo los vínculos sociales han sido deteriorados (este término peyorativo es a propósito de la película) en todas las escalas debido a, esencialmente, Internet, permitiéndose reflexionar brevemente sobre el amor. Esa es la idea que, como en tantas películas corales de esta naturaleza, termina consumiendo a personajes, situaciones y recursos cinematográficos hasta el hartazgo, llevando a que el relato nos parezca un tanto asfixiante. El TEMA, así, con mayúsculas, no sobrevuela el film o fluye con personajes que podamos sentir cercanos, sino que se focaliza arbitrariamente en estereotipos y situaciones cercanas a representaciones televisivas (en el peor sentido posible); tomando forma de un panfleto reaccionario que casi nos hace olvidar lo poco de bueno que tiene la película. Internet junkie consiste en historias corales que unen distintos puntos del mundo bajo la consigna que ya mencionamos: las crisis en la comunicación y los afectos por el uso de las herramientas que facilita Internet. Un coronel emula su falsa identidad para estafar mujeres y perseguir nuevos desafíos, una familia mexicana se encuentra encapsulada en sus mundos y estímulos apenas conociendo qué es de la vida del otro, un megalómano encerrado en su cuarto busca absurdamente la superación personal desde su hogar, una chica con HIV se “venga” del mundo manteniendo relaciones casuales sin que sus eventuales amantes se protejan y, finalmente, una joven pareja supera una crisis tras descubrirse la fuente laboral de uno de ellos. En el medio hay secundarios inexplicables interpretados por gente monumental como Angela Molina y Arturo Ripstein, cuya participación anecdótica resulta olvidada en el medio de la historia mexicana. Más allá del tema, las historias se encuentran en algún punto que intenta reforzar o degradar lo que está sucediendo. En Amor sin escalas, de Jason Reitman, hay una secuencia que se encuentra entre lo más cuestionable de la película, donde los personajes interpretados por George Clooney y Vera Farmiga ponen sus notebooks sobre el mismo escritorio y comienzan a trabajar en silencio luego de un encuentro amoroso. Lo reprochable se encuentra en que están cruzados en la misma mesa, cerrando un encuadre perfecto que tiene más de una búsqueda forzada que una eventualidad llevada por la narración. Todo en la secuencia y la imagen es forzado para hablar de la incomunicación entre los personajes. En Internet junkie secuencias semejantes a este fragmento del film de Reitman aparecen por doquier, edulcoradas de las arbitrariedades más insólitas: uno de los casos más engorrosos es el que pone a la madre de la familia mexicana buscando ayuda en Internet para curar a su hija o el momento que conecta a los hermanos de una forma forzada, que demuestra cómo la gente se ampara en el anonimato en Internet. Floja en cada uno de los aspectos que se propone, aunque dando cierto aire a los actores para conseguir un trabajo consistente más allá de las falencias del material, Internet junkie carece de la sutileza y el desarrollo de personajes que haría más verosímil a las historias y situaciones que la atraviesan, acercándola a notas revisteriles que anuncian el “fin” del contacto humano o a bodrios como 360, de Meirelles.
Con libro y dirección de Alexander Katzowicz el tema de la adicción a internet se desarrolla al mismo tiempo en Israel, México y nuestro país. Unas historias tienen más intensidad y redondez que otras: por ejemplo la que protagoniza Antonio Birabent. Emotiva la participación de Angela Molina y Arturo Ripstein. Despareja pero audaz.