Mujer escindida En su regreso al cine, la directora Paula de Luque (El vestido, Juan y Eva) propone con La forma de las horas (2019) un viaje hacia la mente de Ana (Julieta Dìaz), una escritora, que pelea con sus recuerdos, su presente, su futuro, confluyendo todo en un mismo tiempo, que por momentos no es el de la película, sino que es el de la separación que está atravesando y que da cuenta el relato en sus múltiples líneas con las que juega. Hay muchas películas de amor, pero también muchas más de desamor, y esta es de los dos tipos y ninguno, porque curiosamente la propuesta de la directora en esta oportunidad es la de transitar en un mismo tiempo narrativo los encuentros y desencuentros entre la protagonista, su ¿ex? (Jean Pierre Noher), su nueva vida, con ella misma y aquello que deja atrás, mientras se encarga de vaciar una casa compartida y hacer inventarios. En apariencia esa sería la “sinopsis”, pero la película comienza a transitar espacios asociados a la psicología del personaje protagónico, que terminan de configurar un derrotero narrativo en el que el espectador, con inteligencia, deberá posicionarse ante los hechos presentados en las escenas y reconfigurar el relato. Ana es una y es tres, o es más, pero siempre se la muestra desarrollando sus tareas con lo mejor que tiene a su alcance. Mientras está con su computadora trabajando, otra Ana baila en la arena, otra se zambulle en la pileta y otra guarda viejos trastos en una caja, ¿o son otras personas? En ese multiplicar, en ver una y otra vez desde diferentes puntos de vista los hechos y en el jugar con la banda sonora, que hábilmente construye climas y atmósferas propicias para el enigma del film, La forma de las horas se propone como un estilizado y armónico ejercicio cinematográfico que evita llegar a lugares emocionales de los personajes cayendo en estereotipos o subrayados. Este punto, más la revalorización de la mujer como sujeto deseante, destacan en la propuesta. La forma de las horas comienza, y avanza, pero también concluye una y mil veces, apoyada en un guion cíclico que refleja cual espejo las aristas que desarrolla. Julieta Dìaz logra componer a esta mujer que debe tomar decisiones y avanzar, a pesar de sus dudas y sus idas y venidas, con un oficio y precisión únicos. A cara lavada se enfrenta a la cámara, valiente, frágil, fuerte y desnuda, sin estridencias, transmite cada uno de los estados por los que Ana atraviesa con profesionalismo y naturalidad. Paula de Luque la filma en interiores y exteriores jugando con la cámara, la casa es un actor más del relato, y también el objeto que impulsa a transitar las horas a todos. A los bellos travellings (lineales y circulares) que se utilizan, el nerviosismo de algunas tomas, que transmiten la sensación de espiar y acompañar a Ana todo el tiempo, se suma una cuidada fotografía que reposiciona la imagen en aquellos momentos en los que el drama de la historia gana espacio, traduciéndose en escenas de una belleza única, que contrastan con el dolor que atraviesa la protagonista y que terminan por convertir a la película en una historia que, sin panfletos, logra dialogar con la agenda de género actual, desarrollando su propia mirada sobre las separaciones y reivindicando a la mujer desde sus más profundos deseos y sentimientos.
El Arcón de los Recuerdos. “La Forma de las Horas” de Paula de Luque.I Un hombre (Jean Pierre Noher) y una mujer (Julieta Díaz) se juntan después de un año de haberse separado para vender la casa de veraneo que ambos tenían mientras habían sido pareja. Por Bruno Calabrese. La ruptura de una pareja es una situación dura, traumática. Plagada de idas y vueltas, recuerdos tristes, recuerdos lindos. Algunos difusos, otros contradictorios. Todos esos recuerdos suelen vivir en la memoria de quienes han pasado por una crisis similar. Muchas veces son los objetos los que traen esos recuerdos a la memoria. En este caso es una casa, con todo lo que eso encierra. Encima al borde de la playa, donde se suelen pasar vacaciones, momento relacionados con la felicidad y el reencuentro familiar. Ana y Fernando se juntan para vaciar esa casa, floreros, fotos de ellos y de sus hijos. Todos recuerdos de un pasado juntos que ya no es, pero que se hace presente cuando entran en esa casa. La directora juega con esos tiempos de manera sutil. Divide el relato en 10 capitulos, lo que uno podría interpretar 10 horas. En cada una de ellas conviven eso momentos guardados en la memoria de ellos. Momentos de diálogos, de historias contradictorias, de recuerdos en los cuales muchas veces la memoria juega una mala pasada y se transforman en confusión. Pero eso no importa, porque esos recuerdos están. Inteligentemente la película sabe interpretar los juegos de la memoria, y lo refleja con detalles. En muchos momentos no sabemos si estamos en el presente o en un recuerdo. Un anillo en un dedo delata el pasado pero en el momento siguiente el anillo no está, porque la memoria muchas veces no está en los detalles. Al igual que en “Ghost Story” del año 2017, acá los recuerdos muchas veces son fantasmas que deambulan en la casa. Fantasmas que uno llama y no aparecen, y otros que se niegan a desaparecer, pero que son necesarios para cerrar un duelo de una forma sana pero cuyo proceso es doloroso. E “La Forma de las Horas” habla del duelo por un amor que se terminó, cuyos recuerdos estarán para siempre en la memoria de esa casa que sirvió como arcón de la memoria. Un dolor hecho una poesía lenta, melancólica y triste. Puntaje: 80/100.
El laberinto del tiempo “La forma de las horas” (2019) es una película nacional independiente dirigida y escrita por Paula de Luque. Realizada sin el aporte del INCAA, el reparto incluye a Julieta Díaz (Corazón de león, Refugiado) y Jean Pierre Noher, aparte de contar con la participación especial de la bailarina Paula Robles. Filmada durante solo nueve días y con nueve meses de postproducción, la obra tuvo su estreno en el prestigioso Festival Internacional de Gramado, evento en el cual Julieta Díaz recibió el premio a la Mejor Actriz. Además, la cinta está seleccionada en la Sección Oficial del Festival Internacional de Cine de El Cairo. Sin una estructura narrativa lineal, el filme cuenta la crónica de un derrumbe amoroso en 24 horas. Fernando (Jean Pierre Noher) deja a su pareja Ana (Julieta Díaz) y desde ese momento ella comenzará a escribir y recordar los momentos que vivió con él, entrando en una dimensión donde pareciera que el tiempo corre distinto. Con una sentida música original compuesta por Leo Sujatovich e interpretada por músicos de la Filarmónica de Buenos Aires, la nueva producción de Paula de Luque peca de pretenciosa y reiterativa. Supuestamente la directora quiere tocar temas como el dolor de una separación, el olvido, lo intrincada que es la memoria y lo efímero que resulta el tiempo. Sin embargo, estos tópicos no son explorados como se debe ya que el guión no cuenta con un hilo conductor, sino que es un rejunte de diferentes momentos que no llevan a nada en concreto. Dividida por números (1, 2, 3…) que vendrían a ser capítulos, lo peor que sucede en esta película es que no se entiende. Sin coherencia ni sentido, las explicaciones brillan por su ausencia. Nunca vamos a saber por qué Fernando dejó a su mujer, cómo es la relación de Ana con sus hijos, qué relación tienen los bailes de Paula Robles, etc. De esta manera, llega un punto en el que el espectador se rinde y solo se dedica a contemplar a la protagonista. Julieta Díaz logra dar una buena interpretación a pesar de que resulta imposible empatizar con un personaje del que se sabe tan poco. Flotando en una piscina, acostada en la playa o entre álamos, Ana es una protagonista tan pensativa como indescifrable. Ni siquiera en una escena de duplicación (hay dos Anas hablando entre sí) se consigue entender qué pasa por la mente de esta persona. Olvidable casi de inmediato, “La forma de las horas” fracasa estrepitosamente al querer retratar el amor/desamor. Sin generar ningún tipo de profundidad emocional, la película debería haber contado con un guión mínimamente decente para salir a flote.
Una película valiosa por varios motivos. El más importante, Paula de Luque, guionista y directora arriesga con una propuesta distinta, lo que ella define como un “derrumbe emocional”. Un largo adiós que se considera a través del recuerdo y del olvido, de la noción del tiempo como una espiral, de la especulación sobre una línea que no tiene que ser recta, o la posibilidad de revisar lo que queda de una relación cuando se termina, las voces y los objetos. Una casa que supo albergar tibiezas y esperanza y en algún momento debió vaciarse, una metáfora sobre la desmemoria o la resiliencia, después que todo termina. Gajos de conversaciones, ternuras en algunos gestos, un encuentro con lo queda y el destino inasible de lo que será borrado cuando ya no duela la remembranza. La omisión inevitable. Un trabajo muy bueno de Julieta Díaz, capaz de muchos matices y espesores, un cálido Jean Pierre Noher, momentos de lucimiento para Paula Robles. Una fotografía espléndida, la música justa, el clima cautivante. Pero además es una película realizada de manera independiente, sin aportes del estado, con la voluntad de grandes profesionales que decidieron que filmar, por amor y no por dinero era indispensable para sus vidas. Los fundadores de una compañía de cine que llaman El Club. Bienvenida sea.
"La forma de las horas": reencuentro transitorio de una pareja El dolor, la revisión del pasado, la fuga del tiempo, son los temas del film que se estrena este viernes en el Malba. La forma de las horas transcurre en un único espacio, pero en varios tiempos. Una pareja se encuentra un año después de haberse separado, pero ese encuentro podría ser vivido, imaginado o soñado. O todas esas cosas. Ella es escritora, y algunas referencias dan a pensar que lo que vemos está siendo escrito, reescrito a veces. Abundan las segundas versiones de escenas, con ligeras variantes de una a otra, y los regresos en el tiempo, con la protagonista viéndose a sí misma en el pasado. En una escena ella llega a dialogar consigo misma, desde la serenidad que dan el paso del tiempo, la cicatrización de las heridas, la distancia. El dolor es uno de los temas de La forma de las horas, nueva película de Paula de Luque (Juan y Eva, Néstor Kirchner, la película). La revisión es otro. El tiempo, finalmente, tal vez sea EL tema secreto de la película. Ana (Julieta Díaz) y Fernando (Jean Pierre Noher) se reencuentran en su hermoso chalet de ladrillos a la vista en medio de un bosque, que podría estar o no en la zona de Mar de las Pampas. Es el último día. El último día en la casa: al día siguiente, el empleado o empleada de la inmobiliaria le entregará las llaves a los nuevos dueños. Y el último día de ellos como pareja, según hacen pensar sus diálogos, el clima de melancolía y el hecho de que ambos tienen nuevas compañías. En ese último encuentro, Ana y Fernando recuerdan. Sobre todo ella, desde cuyo punto de vista está narrada la película. Todo pertenece a Ana: ella es quien compró la casa, ella la vendió, ella es la que recuerda, practica variaciones o escribe. Se ven sus textos en la pantalla de la notebook. Escribe una línea, borra, vuelve a escribir. Algo muy semejante a lo que hace con sus recuerdos. Con la diferencia de que éstos, en lugar de ser escritos tal vez la escriban a ella, se le impongan. De él no se sabe ni a qué se dedica. Ana escribe sobre el tiempo, el Otro, la identidad, las dificultades para conocer, el modo en que huyen las cosas. La película trata básicamente sobre lo mismo, con una foto de juventud como icono de esa fuga del tiempo. Ana atraviesa la pérdida en forma seca, sin lágrimas. Sin drama, también: no hay peleas con Fernando. Ni siquiera discusiones. Otra foto indica que hay dos hijos. Se supone que son de ella. ¿De ella y de él? Aunque el tono grave haga pensar en Bergman (¿Escenas de la vida conyugal?), la falta de drama, los diálogos que enfocan más sobre recuerdos banales que sobre cuestiones esenciales, lo desdicen. La música compuesta por Leo Sujatovich, ejecutada por él mismo al frente de la Filarmónica de Buenos Aires, refuerza el aire de “cosa importante” del que se inviste la película, y que sólo alguna sonrisa de ella y alguna broma de él quiebran. Fragmentos aislados dejan ver a la bailarina Paula Robles bailando en medio del bosque. Ese baile debe querer decir algo. El crítico no sabe qué. La actuación de Jean Pierre Noher es correcta; Julieta Díaz, como de costumbre, expresa a su personaje con una variedad de matices que tal vez ni su creadora haya imaginado.
La directora Paula de Luque presenta la historia de una ex-pareja formada por Ana (Julieta Díaz), escritora, quien se encuentra con Fernando (Jean Pierre Noher) para vaciar una casa en la costa, en un zona que se asemeja a Cariló. La propiedad, también protagonista, se vendió y deben desocuparla de recuerdos y objetos de ambos. Ellos se encuentran después de un año y experimentan, sobre todo Ana, todos los estados posibles por los que pasa un matrimonio después de una separación. A cara lavada mira a cámara, intenta escribir, escribe y borra, habla mucho del tiempo, de lo que es o fue, llama a Fernando y él no aparece, guarda objetos en cajas, se da baños en la pileta de la casa, va a la playa sola y se tira en la arena a pensar y recordar, cosas lindas y otras no tanto, y con él comparte algunas charlas que nunca sabremos si en verdad ocurrieron o son parte de su imaginación. Todo dividido en 10 partes. En síntesis, un duelo, con buenas actuaciones, pero muchas situaciones que se repiten. Y la intervención de la bailarina Paula Robles que, no me quedó clara. Aplaudo el riesgo de hacer cine independiente, sin apoyo del Incaa, filmada en pocos días y con un premio para Julieta Díaz (muy merecido, es lo mejor del film) en el festival de Cine de Gramado, pero el guión, al no tener un conflicto verdadero y concreto, más que una separación, de la que se desconocen los motivos, queda a medio camino. Hay más cosas que no sabemos, si los niños de la foto son hijos de ambos o sólo de Ana, entre muchas otras preguntas que quedan abiertas en caso de que los espectadores quieran vivir la experiencia. --->https://www.youtube.com/watch?v=25Ltv4cmXog ACTORES: Julieta Díaz, Jean Pierre, Paula Robles. GENERO: Drama . DIRECCION: Paula de Luque. ORIGEN: Argentina. DURACION: 75 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años FECHA DE ESTRENO: 07 de Noviembre de 2019 FORMATOS: 2D.
El nuevo film de Paula de Luque, "La forma de las horas", realizado mediante el sistema del cooperativismo; narra el epílogo de una pareja a través de la visión de una mujer y su mente. El talento de la directora y sus intérpretes, realzan una propuesta chica pero enriquecedora. Una casa en el bosque y en la playa, una ex pareja que se rencuentra, los recuerdos expresados en palabras, y una sensación de que algo quedó sin cerrarse en esa relación. Ana (Julieta Díaz) y su ex (Jean Pierre Noher) se encuentran en el que fue su hogar para ultimar detalles antes de abandonar el inmueble para siempre. No pasa mucho tiempo para que empecemos a sospechar, y confirmar, que él no está ahí, que ya se fue, y que estamos dentro de la confusa cabeza de Ana, que debe cerrar varias puertas antes de abandonar. ¿O no? ¿Sucede otra cosa? ¿Es su ex? "La forma de las horas" se desarrolla por capítulos, como la novela que está escribiendo Ana y a la que le cuesta encontrarle forma. Comienza siendo autobiográfica, luego quiere virar hacia la ficción, pero no puede, o sí, no sabemos ¿Qué es real y que es lo idílico de lo que vemos? El nuevo film de Paula de Luque es una propuesta frágil y delicada, con muchos vaivenes, idas y venidas; como la mente de alguien que atraviesa por un cambio fundamental en su vida. En algún punto, comparte temática con la reciente y excelente "La cama" de Mónica Lairana. Pero en aquella no sólo se ponía atención en la corporización de lo físico, en esos cuerpos achacados de una adultez dura; sino que los hechos eran más concretos, y la sensación de encierro favorecía a lo sombrío y la sensación de ocaso. En "La forma de las horas", los personajes son más vitales, algo más jóvenes, de una clase media intelectual; y el asunto no pasa tanto por lo físico como por lo emocional, el no querer soltar y aferrarse a lo efímero, sea lo que sea que esté sucediendo. La luz penetra, hay puertas abiertas, y el bosque funciona como laberinto a la vez que la playa como una inmensidad de soledad. El tiempo se repliega, los cuadros se repiten, todo se envuelve en lo onírico, y la conciencia que replantea se hace real ¿Hasta cuándo seguir así? "La forma de los horas" es un film pequeño, intimista, calmo, profundamente reflexivo, en el que importan más lo que se dice que lo que sucede. El texto no sólo sale de sus bocas, los párrafos del libro invaden la pantalla mientras Ana logra desbloquearse y escribe… para luego arrepentirse, borrar, y reiniciar ¿Avanzará en el texto? ¿Le encontrará una respuesta al bloqueo creativo? De Luque no construyó un cuento de hadas, una historia feliz. Si la pareja no se terminó definitivamente, atraviesa un momento de duda e incertidumbre; sea lo que sea, es una zona con sombras y oscuridad. El ritmo es lento si bien no estático, y la puesta juega a lo austero con recursos que requieren más talento que gran producción. "La forma de las horas" creó una cooperativa de colaboración entre todos los intervinientes para poder ser realizada sin el financiamiento del INCAA (son conocidos los conflictos que la realizadora tuvo con esta entidad); y esto abrevó en que sea una película de estructura pequeña en la que se requiere de gran talento para resolver ciertas cuestiones técnicas. Por suerte, talento es lo que sobra. No necesita de más de dos actores (y unos inserts bailados libremente por Paula Robles), y jamás se siente teatral. De Luque airea permanentemente gracias a los juegos de luces, y una puesta aséptica que recurre a una fotografía blanca luminosa en la que menos es más. Hay efectos de cámara y otros detalles que en otras manos hubiesen mostrando los hilos, y sin embargo, en las manos de la realizadora de Juan y Eva quedan equilibrados y correctos, jamás se siente el artificio si no es buscado. Una película así, necesita de actores comprometidos, y ambos entregan performance muy comprometidas. Sobre todo una Julieta Díaz alejada de lo usual, empalidecida, natural, alejada de la estridencia, y transmitiendo el dolor en todo su cuerpo. El apoyo en el sonido y la musicalización, sumado a un acorde leit motiv final entonado por ambos actores en los créditos, son datos que no pasan desapercibidos. En el vestuario de ropas holgadas y oscuras o pálidas, y un maquillaje imperceptible, también hay un acierto por los detalles. Contracara de películas como "El amor menos pensado", "La forma de las horas" no busca “lo rosa”, la complacencia, ni hacerle una caricia al espectador. Más bien le presta un espejo y un hombro a aquellos que se vean reflejados en esta historia de la (im)posibilidad de soltar. Como una poesía triste hecha film, "La forma de las horas" deberá interpretarse, y en ese juego nos acompañará aún después de finalizada. No es poco mérito para una película que plantea algo tan etéreo como un vínculo que probablemente ya no exista.
El pasado viernes 8 de noviembre estrenó en el MALBA la última película de Paula de Luque, protagonizada por Julieta Diaz, Jean Pierre Noher y la participación especial de Paula Robles, realizada de forma independiente por el grupo EL CLUB. El filme no contó con el apoyo del INCAA, si no que fueron los mismos realizadores y actores quienes se hicieron cargo de los costos que abarca la realización de una película. “La forma de las horas” tuvo su estreno latinoamericano en el prestigioso Festival Internacional de Cine de Gramado y fue la única película en Competencia Oficial por Argentina. Por su trabajo, Julieta Díaz obtuvo el Premio a la Mejor actriz internacional. El filme relata el último día que Ana (Julieta Diaz) pasa en la casa de playa que está a punto de vender, un lugar que ha sido testigo de una historia de amor que se ha derrumbado pero que ha marcado en su presente una huellas más que significativa. Contada de forma tal que determinadas escenas pueden entenderse como anteriores a otras más allá de la cronología del relato, la película puede verse desde el final hacia el comienzo y también de la forma tradicional y no implicaría un gran cambio para el espectador. El tiempo es un tema central de la película y también de la forma en la que esta se cuenta. Lamentablemente esta decisión no le aporta nada positivo a la historia, solo confusión y monotonía. Las temáticas que intenta abordar el filme son la soledad, el desamor, la fuga del tiempo, sin embargo, ninguna de ellas se explora con profundidad, las escenas son reiterativas y no logran transmitir nada. Está claro que retratan momentos que la pareja de Ana (Diaz) y Fernando (Noher) tienen (o tuvieron) en algún momento en aquella casa, pero aún así esto no nos dice nada. Por otro lado, la participación de Paula Robles es un gran incógnito: La bailarina aparece en varias oportunidades bailando y hasta se cruza con Ana en un determinado momento. ¿Qué quiere decir la directora con esto? ¿Para qué aparece Robles bailando sin parar? No se entiende, este misterioso e injustificado personaje no aporta ni suma nada al ya bastante vacío relato. Por parte de las actuaciones no hay nada nuevo que descubrir. Julieta Diaz es una gran actriz y verla es siempre un placer, sin duda lo único rescatable de esta película sea su trabajo, más allá que la historia que tenga que contar no sea demasiado atractiva ni interesante, como sucede en este caso. Monótona y solemne, “La forma de las horas” intenta ser un film nostálgico e íntimo pero cae en una inexplicable secuencia de escenas que no transmiten nada.
La forma de las horas de Paula de Luque se estrena con una campaña cuyo mayor énfasis está puesto en que la película fue hecha sin aportes del INCAA. A los espectadores esto les importa poco y nada y de hecho tienen razón. ¿Qué mérito artístico tiene que una película se financie con tal o cual aporte económico? Pero como los que hicieron la película insistieron mucho con ello, muchas críticas destacan esto y lo ven como algo que invita a tener piedad o respeto por la película. La directora, por su parte, hizo su pequeña campaña diciendo que durante la gestión actual del INCAA se ha vuelto cada día más difícil hacer cine, que “estamos frente a una emergencia cultural” declaró Paula De Luque. Es un buen momento para recordar que durante el gobierno anterior al actual, Paula De Luque dirigió dos largometrajes. Juan y Eva (2011), que contaba el surgimiento de la relación entre Juan Domingo Perón y Eva Duarte, y el documental Néstor Kirchner, la película. Sobre la obsecuencia con el poder que podría suponer Juan y Eva no hay nada para agregar. Si bien esta realización coincidió con una época de festejo del peronismo y un intento de asociación de la pareja de Perón y Duarte con la de Kirchner y Fernández de Kirchner, la película tenía vida propia y podía ser tomada como un genuino proyecto cinematográfico. En cuanto a Néstor Kirchner: la película la cosa es muy diferente. Cuando el infame y absurdo proyecto de propaganda producido por Luis Fernando Navarro y Jorge Devoto con un abultado presupuesto y apoyo del INCAA ridículo se quedó sin director, Paula De Luque aceptó ser la empleada que llevó a puerto este film. Adrián Caetano hizo una versión que no gustó por no ser lo suficientemente lavada y obsecuente y se hizo esta nueva versión dirigida por Paula De Luque. La película no solo es un papelón cinematográfico, también es una página negra dentro de la propaganda del cine nacional. Pre-estrenada en el Luna Park, con una fiesta oficialista sin precedentes, Néstor Kirchner: la película representa el uso y abuso de los recursos del INCAA más el clientelismo expresado por diferentes militantes e intendencias que compraron cantidades de entradas para forzar un éxito en una película que, además de todo, era cinematográficamente pobre y fea. Por eso no sorprende que la directora vea con malos ojos una gestión donde ya no se pueden hacer estas barbaridades. Pero si el llanto y el chantaje emocional de decir que se hizo la película a pulmón no deben ser tomados para hablar forzadamente a favor, tampoco debe ser usado en dirección contraria. Obras maestras y porquerías absolutas han sido hechas sin aportes del INCAA. Claro que tales declaraciones dejan a la directora y al equipo listos para una nueva gestión donde seguramente no les faltará eso que tanto reclaman, lo merezcan o no. Pasemos a la película, ajena en su contenido a toda esta situación política. La forma de las horas es la historia de una separación, de un final, de un cierre. Una pareja se reencuentra luego de un año de haberse separado y pasa un día en la casa donde vivieron y formaron una familia. Son veinticuatro horas que se ven y se viven como mucho más. El desgarro y el dolor de lo que ya no es, la aceptación de que todo ha terminado. Temas de varios films a lo largo de la historias del cine, cosa comprensible teniendo en cuenta la universalidad del tema. La película apuesta al drama solemne de principio a fin. Con algunas metáforas incomprensibles que suponen una intención artística más allá de la literalidad naturalista que la historia supone. Cuando no hay complejidad ni profundidad visual, es difícil tomarse en serio los recursos forzadamente serios, la música grave que está a medio camino entre una película europea de la década del setenta y una publicidad televisiva de cualquier época. Como un salvavidas inesperado pero no sorpresivo, aparece Julieta Díaz, cuya actuación es lo único para tomarse en serio aquí. Hay más matices en ella que en el guión, más complejidad en su mirada que en los aburridos planos de playa y la mencionada música. Y hay más humanidad en el dolor que expresa que las imposibles escenas de danza ejecutadas por Paula Robles. Lamentablemente no alcanza con la actriz, mucho menos cuando a su lado hay un rostro inexpresivo como el de Jean Pierre Noher. El actor, que a veces funciona como actor secundario de comedias, acá se queda muy lejos de lo que se necesita para dar un mínimo de calidad al largometraje.
No se queda ni el mar En la costa atlántica y fuera de temporada, una escritora (Julieta Díaz) se refugia a escribir en una casa vacía sin más distracciones que sus propios fantasmas, a los que exprime como inspiración. Tiene la esperanza de romper con un bloqueo que la aqueja. Eso es lo único casi seguro en La Forma de las Horas, porque en adelante no será posible tener la certeza de cuánto de lo que sucede es real, un recuerdo deformado por el tiempo o la ficción de su novela materializándose. Aunque lo más probable es que sea una combinación de todo eso como la mayoría de las obras narrativas. A la breve estadía en esa casa a punto de venderse, se suma la presencia de su ex marido (Jean-Pierre Noher), con quien supieron compartir ese espacio antes de decidir separarse y de que él se fuera del país. Ahora que volvió para cerrar la venta y despedirse de esa casa ya vacía que supo ser escenario de tiempos felices en su matrimonio, el relato de ese último día juntos tiene más de una versión, con sutiles diferencias que podrían ser engaños de la memoria o correcciones de un proceso de creación literario. ¿Cuánto hay de real y de imaginado en ese ir y venir del tiempo que nunca regresa al mismo punto, pero tangencialmente lo toca como revoluciones de un espiral? En ese limbo que es la costa fuera del verano, los fantasmas de otras épocas despiertan e increpan a sus protagonistas incitándolos a cuestionar cómo fue que llegaron a ese lugar, y si lo hicieron siguiendo el camino que pretendían. Con una síntesis que bien podría ser de una obra de teatro, La Forma de las Horas aprovecha la forzada economía de recursos para concentrarse en lo que puede y necesita hacer sin aspirar a más que eso, construyendo un clima intimista y algo claustrofóbico que parece castigar a sus personajes, al mismo tiempo que les ofrece una salida a toda esa carga emocional que arrastran hace tiempo sin saber cómo resolver del todo. El mayor peso lo cargan en sus hombros los intérpretes, quienes desarrollan una buena química. También logran hacer distinguibles entre sí a los distintos momentos temporales y anímicos que representan, apenas ajustando el lenguaje corporal que muestran. Al mismo tiempo, es esa gran síntesis lo que en cierto punto le juega en contra a La Forma de las Horas, dejando la sensación de ser un cortometraje expandido para convertirse en un largo, sin suficiente carne como para sostener en pie una idea que desde el concepto resulta más interesante que en el resultado final.
En medio del éxito de la tira Pequeña Victoria (Telefe), Julieta Díaz vuelve a la pantalla grande con La forma de las horas, la nueva película de Paula de Luque (Juan y Eva). La cinta se podrá ver en el Malba. La forma de las horas se centra en el reencuentro de una ex pareja (ella interpretada por Julieta Díaz y él interpretado por Jean Pierre Noher), a un año de su separación. Ambos vuelven al hogar en el que convivieron para terminar de sacar todas sus pertenencias y así dejarlo vacío para el próximo habitante. Es así que Paula de Luque nos entrega un relato sobre el amor en todas sus variantes. El duelo tras una separación. El derrumbe de una relación amorosa. Las heridas que, en el fondo, siempre parecen estar presentes a pesar del paso del tiempo. La particularidad que presenta esta película es que no está contada de una forma lineal. A través de sus capítulos se nos irán presentando fragmentos de los momentos que esta pareja vuelve a vivir en estas veinticuatro horas de reencuentro. Pese a las constantes idas y vueltas temporales, es fácil determinar en qué momento del día se ubica la secuencia que se nos presenta en pantalla. La fuerza del relato está puesta en la forma en la que está contado (los saltos temporales). Esto, pese a hacer interesante la propuesta, hace que la historia de (des)amor pierda fuerza con el correr de los minutos. Realmente no se llega a conocer a fondo a los personajes y las situaciones que vivieron en el pasado (más allá de algunas afirmaciones), por lo que es difícil conectar con los protagonistas y sus sentimientos. La presencia de Julieta Díaz es lo que rescata, en gran parte, esta historia. La actriz pone todo de sí para interpretar a esta mujer que se reencuentra con su ex amado luego de un año. Su actuación es sólida y emocionante. Sus sentimientos parecen traspasar la pantalla. Su mirada, imponente por momentos y desolada por otros, logra conmover en cuestión de segundos. La forma de las horas es una propuesta interesante que se queda a medio camino. La manera en la que está contada le saca profundidad al relato. Es difícil conectar con los personajes y sus sentimientos. Julieta Díaz, sin embargo, logra dar un paso adelante y nos ofrece una actuación sólida que emociona.