Un thriller uruguayo a fuego lento. El director uruguayo Matías Ganz hace su debut cinematográfico en este largometraje que ya fue presentado en distintos festivales internacionales de cine y que llega este jueves 5 de noviembre a la pantalla de Cine.Ar. La muerte de un perro sigue la historia del veterinario Mario (Guillermo Arengo) y su esposa Silvia (Pelusa Vidal), un matrimonio de clase alta que disfruta de una vida tranquila en Montevideo hasta que algunos eventos fuera de lo cotidiano lograrán sacarlos de su zona de confort. Uno de estos eventos, como justamente el título de la película lo indica, es la muerte de un perro en la veterinaria de Mario. Este al tratar de encubrir su error profesional le ofrece a la dueña del perro una cremación instantánea, la cual acepta, pero a las pocas horas se arrepiente, dando lugar a una serie de protestas tanto en redes sociales como en la puerta de la clínica. Por el otro lado, Silvia, ya estando jubilada, pasa muchísimo tiempo en la casa desconfiando constantemente de Guadalupe (Ruth Sandoval), su empleada doméstica. No sólo tiene miedo de que esté robando objetos de la casa, sino que teme que por su culpa los mendigos vuelvan a su puerta a seguir pidiendo alguna que otra limosna, o algo para comer. Pero eso no es todo: volviendo de una cena familiar en casa de su hija Verónica (Soledad Gilmet), la pareja anciana se encuentra con que han entrado a su casa. Este acto de vandalismo será el detonante para que Silvia sospeche más que nunca de su empleada, dando lugar así a una crítica social y política que poco a poco comienza a tomar más fuerza dentro del film. Ya a partir de este primer acto y teniendo en cuenta la premisa que se presenta se puede decir que estamos frente a una película que logra combinar con bastante destreza la sátira social con el suspenso, algo que bien podría hacernos recordar a algunos films de los hermanos Coen. Y son justamente estas intenciones en donde se destaca lo absurdo, la riqueza indicada para que la película siga creciendo a medida que van pasando los minutos. Otro refuerzo a esta dirección (o a la toma de decisiones) es la caracterización que contiene cada uno de los personajes que integran la historia. Cada uno de ellos está construido de tal manera para que la narrativa siga un curso lineal, siempre bajo el amparo de las características ya mencionadas de la película. Todo encaja. Ganz termina demostrando que sabe cómo explotar las herramientas del suspenso a la hora de sostener una película que termina generando más preguntas de las que pretende responder. Si bien a fin de cuentas la película comienza a perder ritmo llegando al final, se llega a comprender perfectamente la búsqueda principal del director. Se puede decir entonces, que La muerte de un perro es una gran opera prima que sabe cómo combinar suspenso con un sentido del humor rápido e irónico, además del sabor local que al menos nosotros (tanto argentinos como uruguayos) podemos encontrar dentro de la cinta.
Errar es humano. Crítica al film “La muerte de un perro” La película de Matías Ganz integró la selección del Festival Slamdance celebrado en enero en Utahse. Juan Paez La muerte de un perro (2019) es una coproducción de Uruguay, Francia y Argentina, dirigida por Matías Ganz que narra la historia de Mario (Guillermo Arengo) y su esposa Silvia (Pelusa Vidal). Ambos llevan una vida bastante tranquila y apacible, sin embargo, un hecho imprevisto desencadena toda una serie de sucesos que tensionan la trama y plantean un final inesperado. La película comienza con imágenes de perros corriendo libres y jugando en un parque. Estas escenas se complementan con melodías de música clásica que ayudan a construir una atmósfera de ensueño. Pero inmediatamente ocurre lo peor: en una intervención, el perro que Mario opera, muere. Luego de las formalidades, que incluye el aviso a la dueña y la firma de su autorización para un crematorio opcional, el veterinario se dirige a las afueras de la ciudad para cumplir con el rito. Al entregar las cenizas a la dueña, se sorprende de la rapidez con que lo hizo e instaura dudas sobre su procedimiento. La negligencia de Mario, su mal desempeño como profesional, desaparece con el cuerpo del animal vuelto cenizas. No obstante, su accionar queda expuesto y comienza a sufrir escraches tanto en la vía pública (su lugar de trabajo) como en las redes sociales donde los usuarios comparten la noticia y sus opiniones al respecto. Así, la muerte de un perro en su veterinaria pasa de la esfera pública al ámbito privado y familiar. Su esposa, hija y yerno se enteran del suceso y lo apoyan para tomar acciones legales contra los supuestos difamadores. Este primer acontecimiento desencadena otro más tremendo, el protagonizado por Silvia, la esposa del veterinario, quien aparece en escena buscando vuelos a Europa y el Caribe. Ensimismada en su mundo de clase media burguesa, pasa los días espiando a la empleada pues piensa que esta le está robando. En un principio son puras invenciones ya que no cuenta con prueba materiales, sin embargo, el robo que sufren en su casa potencia esas sospechas convirtiéndolas en una verdad. Esa paranoia la conduce a cometer sus propios errores. Luego del robo, Silvia advierte que no solo se llevaron el televisor sino también los bombones. En esta cinta, tanto las redes sociales como los medios de comunicación forman parte de la trama. De hecho, en varias escenas se escuchan noticias sobre actualidad, fútbol y futbolistas, instaurando un clima de cotidianeidad que contrasta con los acontecimientos mortuorios que se producen. Ese contraste también se percibe en el aspecto de los personajes, es como si esos “errores” humanos se les metieran en el cuerpo. Porque Mario y Silvia pasan de estar arreglados a estar en pijamas y desalineados. En suma, La muerte del perro (2019) es una pieza que mezcla los mejores componentes del thriller y de la comedia. Una película que pone en diálogo los aspectos privados y públicos de un matrimonio que comente sus errores y, al buscar subsanarlos, cometen otros más graves. Las decisiones mal tomadas entretejen al espectador, lo convierten en cómplice y, a su vez, logran sorprenderlo. Actuación - 90%
La muerte de un perro de Matías Ganz. Crítica La sangre de los otros Cristina Lopez Hace 2 días 0 15 El primer largometraje del director uruguayo Matías Ganz combina con maestría el suspenso y la sátira social. LA MUERTE DE UN PERRO - Dir. MATÍAS GANZ - YouTube Mario finalmente logra cerrar el bolso. Él llega en su auto al cementerio y se dirige al crematorio. “La muerte de un perro” (2019) se estrenará en Cine.Ar el jueves 5 de noviembre. Este filme habla de una otredad amenazante construida desde el imaginario de la clase media. La pregunta clave es: ¿Dónde se hallan los fantasmas que persiguen a los pequeñoburgueses? Silvia y su esposo Mario, dueño de una clínica veterinaria, viven tranquilos en las afueras de Montevideo, en la comodidad hogareña, hasta que un episodio de mala praxis lo involucra. Este hecho le provocará una serie de desgracias e intrigas a toda la familia. – ¿No tendría algo pa´ dar? – pregunta un indigente en la puerta de la casona matrimonial. Los pobres están en el perímetro de la propiedad privada y la mujer se siente cada vez más atemorizada. El único contacto que establece con ellos se da a través del portero eléctrico. Ella los observa detrás de los cortinados de la casa. No se los puede quitar de la cabeza. Sus obsesiones crecen día tras día. A Dog's Death by Matías Ganz | Trailer on Vimeo Los comentarios negativos aparecidos en las redes sociales difaman la buena reputación del veterinario y llegan al celular de su hija. La armonía familiar pequeñoburguesa, basada en rituales y en lugares comunes respecto del “deber ser social”, se ve transformada. Ellos ya no serán los mismos. La muerte y la sangre no los dejarán descansar. Varios grupos ecologistas reclaman en la puerta de la clínica. Ellos también constituyen una alteridad que perturba a la pareja, pero el cinismo del matrimonio los hará victoriosos. El “lucro cesante” será el reclamo judicial que les devolverá la paz económica. Como en el clásico de Luis Buñuel El discreto encanto de la burguesía (1972), la hipocresía enlaza los límites entre lo real y lo verosímil. Mario y su esposa intercambian miradas opacas y cómplices. Unos ladrones han entrado en la casa, pero nunca se cuenta qué robaron. Lo único relevante y simbólico es el excremento que les dejaron arriba de la cama. Guadalupe, la mucama, es la encargada de limpiar la suciedad. Silvia siempre desconfía de la joven. Su presencia la angustia y la llena de pensamientos persecutorios. Un perro muerto al comienzo del filme. La categoría gramatical “un” (pronombre indefinido) instaura el lugar del otro indeterminado. Un ser que puede ser cualquiera. La mujer limpia con desesperación las manchas de sangre que tiñen el césped del jardín. Una escena se repite en el crematorio del cementerio: el horno está por encenderse. Cada uno elige cómo ahuyentar a sus fantasmas.
“La Muerte de un Perro” de Matías Ganz. Crítica. Una mirada irónica sobre la paranoia y la inseguridad. Bruno Calabrese Hace 2 días 0 13 Este jueves en CineAr TV y a partir del viernes en su plataforma streaming CineAr Play se estrena la coproducción uruguaya-argentina. Por Bruno Calabrese. El perro es una forma de conjurar el angustiante aislamiento vital de las ciudades globales. Ofrece compañía y cariño a cambio de casi nada: su manutención es relativamente económica y su demanda afectiva, limitada. El perro lo da todo y al mismo tiempo mantiene su umbral de exigencia en niveles tranquilizadoramente controlados. Pero todo ese control que pensamos tener sobre el perro no es tal si lo miramos desde afuera. Jerry Seinfeld cuenta en un célebre monólogo que “Juntar la caca de los perros es lo más bajo que puede hacer un ser humano. Si los extraterrestres un día ven eso a través de un telescopio, pensarán que los perros son los líderes de la Tierra. Si ven a dos seres, uno de ellos hace caca, y el otro la recoge y se la lleva, ¿quién pensarán que manda?”. Lo mismo sucede con el control sobre nuestras acciones. La paranoia, la sensación de inseguridad, la desconfianza son sensaciones que silenciosamente se van retroalimentando mayormente por factores externos, pero que no nos damos cuenta si no es por la mirada del otro. Esas sensaciones son las que afectan a la pareja protagonista de La Muerte de un perro. Desde sus primeras escenas con unos perros corriendo y jugando en un campo con la música clásica de fondo nos trasladan a lo que puede denominarse una vida armoniosa. Ese tipo de vida parece ser la de nuestra anciana pareja protagonista, Mario (Guillermo Arengo) y Sylvia (Pelusa Vidal), pero no es tan así. Ella está jubilada, pero pasa mucho tiempo en casa, temiendo que la empleada doméstica, Guadalupe (Ruth Sandoval), le robe o que los mendigos vuelvan a la puerta de su casa. En cambio, Mario es un veterinario distraído que comete un error en una operación rutinaria al perro del título. El problema comienza cuando intenta encubrir este error profesional sugiriendo la opción de la cremación a la dueña del perro (Ana Katz), que acepta en un principio, pero luego cambia de opinión, dando lugar a una serie de protestas tanto en Facebook como en la puerta de la clínica de Mario. Para colmo de males, la casa de Mario y Sylvia, situada en las afueras de Montevideo, sufre un robo y es saqueada en su ausencia, mientras visitaban a su hija (Soledad Gilmet) y su familia. La pareja se muda temporalmente a la casa de su hija, pero la paranoia de Sylvia también empieza a afectar a Mario y se descontrola, animando a la pareja a considerar extrañas teorías conspiratorias sobre los acontecimientos recientes que involucran a Guadalupe, la empleada doméstica. Con un ritmo parsimonioso (propio de la edad de los protagonistas), el film nos sumerge en un espiral incontrolable de angustia y paranoia. Haciendo gala de una notable sapiencia para el uso del humor rápido e irónico, Ganz logra construir un relata atractivo y universal, que cruza a cualquier sociedad pequeñaburguesa. El director demuestra gran habilidad para la narración y le imprime una mirada muy precisa sobre la paranoia relacionada con la clase social y a la vejez, pero también sobre el bombardeo mediático al que estamos sujetos (de fondo se escuchan las noticias sobre delitos). Siempre con un suspenso constante, gracias al uso de la música como medio para crear la atmósfera de la película. Pero quienes se llevan todos los aplausos son la dupla protagonista. Arengo y Vidal logran configurar dos personajes torpes y complejos, que se irán degradando poco a poco, a medida que sus instintos paranoicos y su falta de control empiece a hacer mella en su psiquis. Coqueteando con el cine de los hermanos Coen, La Muerte de un perro no tiene violencia explícita pero sorprende al espectador con sus vueltas de tuercas plenas de salvajismo. Un austero y eficaz relato sobre los miedos, los prejuicios y la inseguridad, pero también una mirada irónica e interpelativa hacia una sociedad donde la vida de un ser humano tiene menos valor que la de un perro.
Cuando pensamos en la “comedia uruguaya” dentro del cine –y mucho más aún dentro de los contemporáneos-, aparecen rápidamente no sólo los títulos de algunas películas que, a su manera, se convirtieron en emblemáticas y fueron dando forma a un pequeño movimiento, sino también los nombres de algunos directores asociados a esos filmes. Es así como recordamos a “25 watts” “Whisky” “Gigante” “La Vida Útil” o más recientemente “Belmonte” –y el retrato de un artista pasado los 40 en plena crisis- o “Alelí” -con su particular mirada del universo familiar-, junto con los nombres de directores como Pablo Stoll, Adrián Biniez, Juan Pablo Rebella o Federico Veiroj, que ya han logrado una marca de autor dentro del cine latinoamericano. Quizás el común denominador de todas ellas es el sentido del humor que las atraviesa, una mirada melancólica, no exenta de sarcasmo e ironía, con un tono gris que, por momentos, se empeña en ser denodadamente monocorde y sin grandes estridencias, todo lo que constituye un estilo claramente reconocible. Matías Ganz con “LA MUERTE DE UN PERRO”, estreno de esta semana en la plataforma www.cine.ar/play, abreva de muchos de estos elementos comunes, pero apuesta a atravesar aún más ciertos límites convirtiendo ese retrato de seres grises en una comedia absolutamente negra, que termina emparentándose mucho más con la corrosiva “Under the tree” del islandés Hafsteinn Sigurösson. Ese riesgo que toma Ganz de sobrepasar ciertos estereotipos y exponer a sus protagonistas a romper cualquier ética posible para lanzarse alocadamente a una desenfrenada carrera en donde “el fin justifica los medios”, hace que su ópera prima tenga un clima exquisitamente atractivo. Un pequeño hecho ocurrido dentro de la veterinaria de Mario (Guillermo Arengo) en donde inexplicablemente en medio de una intervención, muere un perro, desencadena un efecto dominó con derivaciones completamente insospechadas cuando ese hecho, en apariencia intrascendente, genere una escalada de violencia inmanejable. Lo que en principio ha sido un error involuntario o una mala praxis, al tratar de ser torpemente encubierta, generará desconfianza en la dueña del perro (una pequeña pero perfecta participación de Ana Katz) quien, influenciada por su madre, exige saber la verdad de lo ocurrido incluyendo un escrache en las redes sociales e inclusive con manifestantes en la puerta del local de la veterinaria. Sumado a esto, un robo en la casa familiar empeora el equilibrio de la pareja protagónica, dispara posibles conspiraciones y paranoia y provoca que se instalen provisoriamente en la casa de su hija y su familia, que le dará la posibilidad a Ganz de observar con detenimiento la dinámica familiar y el comportamiento de las diferentes clases sociales, además, con sus diferencias generacionales. El guion (escrito por el propio director) apunta ciertos dardos de mordacidad e irreverencia sobre las clases sociales, los vínculos familiares, el mundo de la pareja, pasando también por el poder de las noticias, las redes y la potencia con la que influyen en nuestro cotidiano. Otro de los elementos claves es la inseguridad que no solo viene desde el exterior con el robo que deja toda una casa “patas para arriba” sino del desequilibrio que le genera a Mario el hecho de ser catalogado como un mal profesional –en el afuera, en su intimidad y en el entorno familiar- y quedar expuesto. El hecho de llevar a sus personajes al límite y hacerlos pasar por situaciones extremas donde toman decisiones que parecen imposibles de acuerdo con el contexto, está trabajado en forma delicada y sin ningún tipo de estridencias ni subrayados. Gran parte de este logro también se comparte con las meritorias actuaciones de Guillermo Arengo y Pelusa Vidal que vibran perfectamente en la misma sintonía (con interesantes encuadres como las escenas que se desarrollan dentro del auto, con pequeños diálogos en los que los silencios y las miradas lo dicen todo) y expresan esa solapada violencia que habita en sus personajes. “LA MUERTE DE UN PERRO” se constituye entonces en una de las buenas sorpresas que nos depara esta plataforma, con una propuesta diferente a los estrenos que hubieron en este último tiempo, invitándonos a compartir un humor ácido y una mirada crítica a una clase social e incluso a una generación que, tras una cierta pátina de corrección, esconde su costado más vulnerable, sus obsesiones y sus neurosis, con una pulsión oscura que se pone de manifiesto cuando un pequeño hecho genera un espiral negativo que los arrastra a los actos más despiadados. POR QUE SI: «Ópera prima con un clima exquisitamente atractivo»
En la línea de las últimas comedias negras uruguayas, una perfecta radiografía de la clase media, asustada, aislada, permite fortalecer un relato que tiene la inseguridad y la mentira como punto de partida.
Silvia se jubiló recientemente, por lo que pasa mucho tiempo en su hogar, mientras que Mario es un veterinario que comete un error durante una operación. Esta distracción, mala praxis o mala suerte será la primera de una serie de tragedias que empezarán a rodear a la pareja. La ópera prima de Matías Ganz es una coproducción entre Uruguay, Argentina y Francia, que sabe moverse muy bien en el terreno del suspenso, generando un clima cada vez más tenso e inquietante a partir del uso de la música, la ambientación, la puesta de cámara y los gestos del dúo protagonista, quienes luego de una serie de hechos empiezan a transitar un estado de paranoia e inseguridad. En este sentido, debemos destacar sobre todo las interpretaciones de Guillermo Arengo y Pelusa Vidal, que manejan muy bien los silencios y las miradas, priorizándolos por sobre los diálogos, que no abundan mucho en el guion. Completan el elenco de una buena manera Soledad Gilmet como la hija de la pareja que los hospeda en su casa, su marido Lalo Rotaveria, que intenta ayudar con la acusación por mala praxis, la mujer que limpia en ambos hogares, Ruth Sandoval, que comienza a ser el blanco de sospecha para Silvia, y la participación de Ana Katz como la dueña del perro del título, que forma parte de uno de los detonantes de la historia. A lo largo del film se tratan varias temáticas, como la falta de seguridad, la paranoia, el karma, los prejuicios, la mala praxis profesional, la jubilación, la violencia, la justicia por mano propia, entre otras, como parte de una crítica social que se relaciona con la creciente sensación de inseguridad que existe en Uruguay. Pero la película también tiene su cuota de comedia, ahondando por momentos en el humor negro y las escenas absurdas, para descomprimir las distintas situaciones que atraviesa la pareja protagonista y aportarle mayor credibilidad al relato sobre lo que puede ocurrir en el camino hacia la perdición y cuando se actúa bajo miedo y presión. En síntesis, «La muerte de un perro» es un sólido debut para Matías Ganz quien a partir de una historia que mezcla el suspenso con la comedia negra logra plasmar en pantalla una crítica social interesante. Una trama entretenida que va creciendo en intensidad, gracias a sus aspectos técnicos y a la buena interpretación de su dúo protagonista.
Desde la seminal 25 Watts (2001), de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, pasando por gran parte de la obra de directores como Federico Veiroj, Adrián Biniez y Álvaro Brechner, el cine uruguayo de las últimas dos décadas está íntimamente asociado a la comedia solapada, a una gestualidad reducida a su mínima expresión, a protagonistas inseguros y de a pie, muy parecidos a cualquier persona que podemos cruzarnos en una calle, envueltos en situaciones que deben enfrentar aun cuando la mayoría de las veces no estén preparados. Así ocurre con Mario en La muerte de un perro, ópera prima del montevideano Matías Ganz. La acción es disparada por el hecho que describe el título, algo que sucede por la supuesta mala praxis del veterinario Mario (Guillermo Arengo). O al menos eso piensa su dueña (Ana Katz), que no duda en escracharlo en redes sociales y congregar a varias decenas de personas para insultarlo en la puerta del negocio. Las cosas tampoco andan bien en casa, donde su mujer Sylvia (Pelusa Vidal) pasa sus primeros meses de jubilación poniendo en tela de juicio a una empleada doméstica que supuestamente le roba elementos de valor que, sin embargo, siempre aparecen en el mismo lugar. A todo eso se suma un robo en la casa que obliga al matrimonio a instalarse durante un tiempo en la casa de su hija y su pareja. Pero, ¿fue un robo o se trató de una (otra) maniobra de la dueña del perro? Ante la falta de respuestas concretas, Mario empieza a elucubrar diversas teorías conspirativas –algunas relativamente realistas, otras, absolutamente descabelladas- que harán ingresar al relato a una zona donde la realidad empieza a enrarecerse. El recorrido del film, entonces, va de un costumbrismo rioplatense, con sus silencios y miradas, al suspenso, no sin antes incluir algunos pasos de un thriller psicológico. En medio de todo eso, el film aborda cuestiones como los temores de las clases medias alrededor de la propiedad privada y el paso del tiempo en ese matrimonio que empieza a crujir a raíz de esta seguidilla de situaciones. Una materia prima que daba para un drama, que sin embargo Ganz convierte en comedia imprimiendo a todo un tono leve y relajado, atravesado por varias pinceladas de un humor subterráneo que sale a la luz en los momentos menos esperados.
La muerte de un perro, ópera prima de Matías Ganz, demuestra que es posible la articulación de diversos géneros de una manera habilidosa y con escasez de recursos. Pasando de un estado de suspense al de sorpresa, el espectador queda atrapado por un trama sencilla e inquietante que involucra a más de una muerte y a más de un perro. Cuando Hitchcock decidió adaptar la novela de Boileau y Narcejac, De entre los muertos, para realizar Vértigo (1958) tuvo que resolver un dilema que para él era irresoluble ya que apuntaba a las particularidades intrínsecas del dispositivo literatura y del dispositivo cine. En la novela, el lector debe esperar al final para que se le devele sorpresivamente que Judy es efectivamente Madelaine y, por tanto, que Scotty no delira cuando ve un parecido inédito entre la muerta y su doble. Hitchcock consideró que no era viable que ese efecto sorpresa se pudiera trasladar al cine porque el espectador siempre vería a Kim Novak –en su versión rubia o castaña, elegante o vulgar- y que no caería en la consternación de Scotty. En estas circunstancias, decidió revelar en la mitad de la película no solo la verdadera identidad de Judy, sino además, a través de una carta que ella le escribe a Scotty y que luego destruye, nos cuenta toda la trama: cómo ella es una herramienta de un engaño y él la víctima, la sustitución de cuerpos, el simulacro de un suicidio, etc. En síntesis, en Vértigo no hay sorpresa a partir de este punto sino solo suspenso: ¿de qué manera Scotty descubrirá el engaño? Este motivo sustituirá el de la primera parte de la película que radica en la relación entre Carlotta y Madelaine, una vez más entre una muerta y una viva. Tal vez La muerte de un perro no sea la obra maestra de Hitchcock, pero demuestra con gran soltura el manejo del suspense e incluso la pequeña sorpresa hacia el final, y no creo casual que exista cierta reminiscencia a Vértigo en la estética del afiche de la película. Podría decirse que toma algo de las enseñanzas de la película del 50 y pone en práctica su adaptabilidad en otros horizontes. Incluso, La muerte de un perro, trabaja con la noción de doble, pero desde otro ángulo. Mario (Guillermo Arengo) y Silvia (Pelusa Vidal) son una pareja mayor. Él posee una clínica veterinaria y su esposa ya jubilada tiene demasiado tiempo libre. Un pequeño error o distracción deriva en la muerte de “Cookie”, un paciente de Mario y el perro al que alude directa e indirectamente el título de la película. Frente a este cuadro, el veterinario intenta saldar la situación sugiriendo una rápida cremación del animal. La dueña, interpretada por Ana Katz, accede a pesar de su estado de shock; decisión que luego lamenta cuando intuye que se ha llevado a cabo una mala praxis. La situación deriva en una denuncia en redes sociales que resulta difícil de manejar. Por su lado, Silvia parece obsesionada por la inseguridad reinante que afecta desde hace un tiempo los barrios tranquilos y residenciales de Montevideo. La tensión que impera entre la pareja burguesa, la empleada doméstica –vista como una amenaza constante- y la gente que toca timbre para preguntar “¿tiene algo para dar?” va creando un clima hostil sostenido por unos pocos encuadres, movimientos de cámara y miradas al fuera de campo. La muerte del perro inicial parece operar como una metáfora y sinécdoque simultáneamente. Es metáfora de otra inminente muerte, del “error” de criterio que padece Silvia que ve un perro donde hay un ser humano. Pero también hay una sustitución similar a la sinécdoque en donde la parte vale por el todo, la diferencia de clase es la amenaza y el mal, y debe ser contrarrestada con la vigilancia y el ataque, que desde la lógica de Silvia es solo una maniobra lícita de defensa. Según Matías Ganz, La muerte de un perro no trata sobre la muerte literal de un perro. Efectivamente, hay aquí un doble sentido. Sin embargo, la operatividad de la trama necesita esa muerte para ser efectiva, es decir, la literalidad. Pasando por diversas lógicas de género, La muerte de un perro tantea por momentos la comedia incongruente, con interpretaciones actorales ejemplares, no solo de la mano de la pareja principal sino completando la cartografía con los personajes de la hija, el yerno y Lupe, la empleada doméstica. Intercalando estos estereotipos grotescos, emergen recursos que construyen un clima de suspenso y tensión, logrados en gran parte por la maestría del diseño de sonido y la música, a cargo de Sofía Scheps así como de un impecable montaje y una cuidadosa fotografía. Una excelente obra, resultado de un trabajo minucioso y contundente. LA MUERTE DE UN PERRO La muerte de un perro. Uruguay / Argentina /Francia, 2019. Dirección y guión: Matías Ganz. Intérpretes: Guillermo Arengo, Pelusa Vidal, Soledad Gilmet, Lalo Rotavería. Diseño de sonido y música: Sofía Scheps. Dirección de fotografía: Damián Vicente, Miguel Hontou. Montaje: Rodrigo Lappado, Jèrome Brèau. Producción: Nadador Cine, Le Tiro Cine, Les Valseurs.
Un veterinario atiende en el quirófano de su clínica al tierno Cookie pero algo sale mal y el perro muere; el profesional, entonces, asegura que fue un ataque de epilepsia, algo imposible de prever. El veterinario, de inmediato, se ocupa de llevarlo a cremar a un sitio cercano a un cementerio de mascotas con el que trabaja habitualmente. Sin embargo, la dueña de Cookie no queda muy conforme con la explicación, y mucho menos con la cremación, al punto de que el veterinario empieza a recibir todo tipo de agresiones, tanto en la puerta de su clínica como en las redes sociales. Poco a poco, la paranoia y una serie de hechos inconexos terminan con él y su esposa enfrentados ya no al cadáver de un animal, sino de una persona. “La muerte de un perro”, dirigida por Matías Ganz, es una combinación de comedia negra, thriller y sátira social, con elementos interesantes y originales, aunque también un par de cosas en contra. Por ejemplo, la lentitud narrativa, y el montaje casi estático que suelen atentar contra el sólido guión. Las actuaciones son verosímiles, pero nunca tan carismáticas como los de algunos intérpretes perrunos que aparecen en este curioso film.
PISTAS SOBRE LA PARANOIA BURGUESA Al matrimonio de Mario y Silvia le empiezan a pasar algunas cosas extrañas: a él, veterinario, se le muere un perro por un hecho que, para la dueña del animal, es claramente un caso de mala praxis; a ella, mujer solitaria y depresiva, supuestamente le desaparecen cosas y culpa de ello a la mucama. La crisis definitiva llegará cuando una noche, al regresar al hogar, descubran todo revuelto y, ante la inseguridad y el temor que sienten, decidan mudarse unos días a la casa de su hija. Con gran habilidad, el director Matías Ganz deja pequeñas pistas sobre cada episodio y nos sugiere más de lo que muestra, en una precisión de puesta en escena que sostendrá con inteligencia hacia el último plano. Como tantas otras, La muerte de un perro es una película sobre la tensión en un hogar de clase media-alta, sobre los miedos sociales, sobre la burguesía paranoica, pero con la peculiaridad de nunca ponerse por encima de los personajes y abordar los géneros cinematográficos desde una sustracción absoluta de emociones. Esto de la actitud hierática es propio del cine uruguayo de las últimas décadas, y Ganz respeta la tradición sin subrayar ningún rasgo. Mario y Silvia (estupendos Guillermo Arengo y Pelusa Vidal) atraviesan el relato con aspecto inescrutable, pero la película no traslada esto a la puesta en escena: es decir, La muerte de un perro no es una de esas películas quirúrgicas en la senda de un Haneke mal aprendido que tanto se hacen por estos lares, sino una comedia negra con la capacidad de volverse thriller cuando lo necesita. De la misma manera que Ganz va dejando pistas sobre lo que pudo haber pasado con aquel perro o en la casa del matrimonio, construye grandes momentos de humor y tensión, pero de forma esquiva: definir el tono de la película es difícil, y Ganz tiene el logro de convertir eso en una virtud. Es una de esas películas alegremente inclasificable. Es cierto que hay algunas cosas subrayadas, como la presencia omnipresente de la radio y la televisión, pero La muerte de un perro es dueña de una tensión impecable, desarrollada en un principio desde la música y el sonido, con un ruido constante que nos alerta sobre una inestabilidad al borde del estallido. Se huele sangre en la película y está claro que irá apareciendo progresivamente. Ganz, también autor del guion, es elegante con la cámara y es hábil para que los recursos estructurales no luzcan demasiado automáticos (por ejemplo, lo que sucede con la cremación y algún cierre) y, por el contrario, sirvan como constantes llamados que alertan a los personajes. A diferencia de la oscarizada Parasite (por pensar otra película sobre clases sociales y la propiedad privada), La muerte de un perro exhibe un muestrario de personajes repudiables pero lejos del cinismo que reducía los aciertos de aquella película. Aquí hay, en el fondo y más allá de lo terrible que sucede, cariño por esas criaturas que parecen reaccionar más por un sistema que los reduce antes que por su propia mirada regresiva. Ganz mantiene hasta el final su idea de apelar a la elipsis, pero sin caer en ese otro mal de buena parte del cine rioplatense: aquí hay cosas que no se dicen, situaciones que se ocultan, pero la película dice lo suyo y tiene una mirada. Eso es lo que diferencia a un director de un mero reproductor de conceptos estéticos.
«¿Éstos, quién?» le pregunta Mario a Silvia con la intención de identificar a los sospechosos que su mujer señala a diestra y siniestra, y que menciona –cada vez más seguido– con algún pronombre demostrativo. La reducción lingüística es la quintaesencia del desprecio clasista que lleva por mal camino al matrimonio que Guillermo Arengo y Pelusa Vidal encarnan en La muerte de un perro del uruguayo Matías Ganz. La duda del veterinario ante la acusación de su señora es la última manifestación de cordura contra el avance implacable de esa paranoia «construida» en palabras de Raúl Zaffaroni. Son lacónicos los personajes de esta tragicomedia sobre la tan mentada inseguridad. Acaso por eso los (escasos) parlamentos provocan un impacto contundente y conviven bien con otros recursos narrativos sonoros, por ejemplo el ringtone de los celulares que delatan inconductas de los esposos porfiados. Ganz explota la legendaria parquedad uruguaya como lo hicieron Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella cuando filmaron Whisky, Federico Veiroj con La vida útil, el argentino Adrián Biniez con Gigante, Daniel Hendler con Norberto apenas tarde y El candidato. Con esta última película, La muerte de un perro comparte el cruce entre elementos de dos géneros: el thriller psicológico y la sátira social. La banda de sonido de Sofía Scheps y la fotografía de Damián Vicente y Miguel Hontou resultan fundamentales a la hora de recrear la sensación de peligro inminente que experimenta sobre todo Silvia. Vidal y Arengo se destacan a la hora de transmitir la transformación silenciosa y siniestra que experimentan sus personajes. Los acompañan con solvencia Soledad Gilmet, Lalo Rotavería, Ruth Sandoval y, a cargo de un rol pequeño, la siempre convincente Ana Katz. La muerte de un perro constituye otro motivo para seguir prestándoles atención a los realizadores nóveles oriundos de la otra orilla del Río de la Plata. Al término de 2020 vale celebrar el descubrimiento de Ganz como en el BAFICI de 2019 el hallazgo de la autora de Los tiburones, Lucía Garibaldi.
El propósito estético de la película de Matías Ganz puede encontrarse en la primera secuencia. Imágenes ralentizadas y musicalizadas donde vemos a un perro jugar por un parque. La situación idílica se diluye progresivamente para dar paso a una pelea entre canes por un objeto. Inmediatamente, descendemos al primerísimo primer plano de un sorete en el pasto. Y para remate, la señora que ha recogido los excrementos pasea con su animalito, mientras retrocede al ver a una joven sacando restos para comer de un contenedor. Se trata del primer indicio de descenso a los infiernos de una pareja de burgueses abúlicos, miedosos y rutinarios, que dialogan por las noches con protectores bucales y ocupan su tiempo existiendo, solo eso. Si no fuera porque el tono general del filme está signado por brochazos sutiles de humor y por un laconismo que tanto le debe a la tradición de las ficciones uruguayas de las últimas décadas, podría haber sido una historia más donde prevalecen el esquematismo y una angustia empaquetada. Y si bien, por momentos, se cae en la desgracia de que sobran encuadres cuando faltan ideas dramáticas, o se confunden los tiempos muertos con escenas sin vida, el equilibrio retoma su cauce a partir de un distanciamiento que posibilita el ingreso del absurdo. El matrimonio en cuestión es el de Mario y Silvia. Él es veterinario y un ejercicio de mala praxis le provoca la muerte a una perra. Entonces, Mario saca a relucir un aspecto de su condición criminal, deshacerse lo antes posible del cadáver. Para ello, convence a una de las dueñas para cremarlo rápidamente. En la casa, Silvia pasa el tiempo leyendo y se muestra obsesionada con Guadalupe, la mucama, porque cree que le roba. Las dos obsesiones irán in crescendo y los meterá en complicaciones progresivamente. A Mario lo acusan de maltratar a los animales en frente del negocio y Silvia continúa alimentando su paranoia. Para colmo, un día encuentran su casa revuelta a causa de un robo, hecho que los lleva a parar temporalmente en lo de su hija y de su yerno, donde también trabaja Guadalupe. Los mejores pasajes de la película hay que buscarlos en su filiación genérica con la comedia negra. Vista desde esa óptica, acaso se suspendan los juicios críticos en torno al modo en que se construyen las tensiones sociales y a cierto maniqueísmo. La demora como resorte expresivo para dar cuenta de las decisiones y de los vínculos entre los personajes apunta a poner ese mundo desangelado de pátina azulada patas arriba. No se trata del desprecio característico de gran parte del cine contemporáneo cuya mirada se erige desde el altar, sino de explorar actitudes patéticas desde una lógica criminal cuyas columnas se construyen en una sociedad donde predomina un abismo entre clases. Mientras tanto, mientras los humanos se comportan instintivamente, los animales nos interpelan. Allí está Axel, el perro de la hija, el testigo de las barbaridades que cometen Mario y Silvia, quienes se protegen y se encubren en sus locuras. Para él también habrá un plan. Si la película no cae en un barranco es por la habilidad de su director a la hora de introducir aristas para que no nos tomemos en serio semejante disparate. Se supone que deja traslucir quiénes son las víctimas de todo esto, sin embargo, no condena a sus protagonistas, no hace falta. Eso corre por cuenta nuestra. Lo que busca la película es esa sonrisa que aparece sin que sepamos bien por qué, tal vez para desafiarnos a indagar nuestros propios instintos. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Drama de suspenso intrigante "Mediante una premisa simple y simbolismos bien marcados, nos cuenta una historia que va más allá de lo que la realidad aparenta. Un veterinario afronta conflictos a raíz de la muerte de un perro en su trabajo. Sin embargo, poco a poco la realidad lo antepone a otros conflictos." La muerte de un perro (2019) Mario Guillermo Arengo y Silvia atraviesan traumáticamente su jubilación cuando su casa es desmantelada por ladrones. Esto los sumerge en un espiral de inseguridad y paranoia al que arrastrarán también a su familia, hasta mancharlo todo con sangre. La película del Director y guionista Matías Ganz cuenta con una gran desventaja, y es su ritmo que busca la pausa para generar suspenso, pero que avanza de forma tan lenta, que el suspenso se diluye ante sus poco marcadas escenas. Es difícil seguir el hilo de la historia por su forma de ser contada, sin embargo, si se logra seguir, la película recompensa con una gran trama. Los aspectos técnicos cumplen su cometido, sin arriesgarse, pero sabiendo contar una historia simple, pero sorprendente. La figura del perro trasciende lo literario, convirtiéndose en una gran metáfora que dota a la película de un gran valor. "Pese a su ritmo y actuaciones simples, La muerte de un perro cumple su cometido y logrará llegar al espectador amante del suspenso."
Los paranoicos En su ópera prima, el uruguayo Matías Ganz propone con La muerte de un perro (2019) una oscura sátira social a través de un eficaz cruce de géneros y un elenco a la altura de las circunstancias. Los protagonistas de La muerte de un perro son la pareja conformada por Sylvia (Pelusa Vidal), recién jubilada, y Mario (Guillermo Arengo), un médico veterinario. Mientras ella pasa todo el día sumergida en un estado de paranoia que la hace sospechar de que su empleada doméstica le roba objetos que más tarde encuentra en el lugar donde los dejó; Mario, se ve envuelto en un linchamiento público a través de las redes sociales por una negligencia que provocó la muerte de un perro. Pero en esta historia nada es producto del azar ni de la mala suerte sino de hechos que se encadenan. La casona del matrimonio sufre un ataque que deviene en un robo y se ven obligados a mudarse temporalmente a la casa de la hija de ambos. La paranoia de Sylvia se traslada a Mario conjeturando extrañas teorías conspiratorias sobre los acontecimientos recientes, dando como resultado más violencia. Ganz logra con habilidad una historia universal pero narrada con elementos de la idiosincrasia local, con un sentido del humor rápido e irónico, utilizando elementos relacionados con la paranoia de clase y el miedo a la vejez. La película, que por momentos parece estar estructurada a partir de una serie de viñetas aisladas pero que al final confluyen en un todo, construye a través de las acciones y el silencio de los protagonistas la sensación de un final trágico en el que una especie de paradoja hace que los espectadores se enfrenten a sus propios prejuicios. La música de Sofía Scheps, que también es responsable del diseño sonoro, es uno de los aspectos técnicos que más ayuda en la creación de los diferentes climas que envuelven la historia. Tanto Arengo como Vidal son artífices en gran parte del resultado final. Personajes complejos, que se manejan más por la intuición que por el razonamiento, logrando con sus actos situaciones realistas que rozan la inverosimilitud. Con elementos del thriller psicológico, pero también típicos de la comedia negra y el drama social, Ganz logra una película potente, en la que reflexiona sobre la condición humana, las consecuencias de sus actos y la impunidad de cierta clase social que siente que sus derechos están por encima del resto.
La muerte de un perro: cine uruguayo de calidad Hay un juego de espejos interesante en esta ópera prima de Matías Ganz, realizador uruguayo que tuvo su paso por la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (La Habana, Cuba). La muerte de un perro, titulo bien fuerte y recordable, llega a la plataforma cine.ar a modo de coproducción entre Uruguay, Argentina y Francia. Es verdad que en la historia hay un perro muerto,pero también hay un perro que está vivo, dos casas de clase acomodada, una matrimonio de padres y un matrimonio de hijos, sirvienta y pobres. Como en buena parte del cine contemporáneo, latinoamericano sobre todo, el tema de la amenaza hacia lo extraño, por ejemplo la que sienten las clases altas hacia los que piden en las puertas de sus casas o de sus propias mucamas (vestidas como mucamas por supuesto) es el mar de fondo que el guión también de Ganz, desarrolla con deliberada astucia. Rico en sutilezas, desde el momento en que un perro muere en la mesa de operacion de un veterinario, tiene una base central: el usual despliegue de pequeños gestos. Con aquella idea de que en lo cotidiano también se esconde lo siniestro, ese universo de pequeñeces sin embargo va mutando a una zona más negra: el título entonces se transforma en una metáfora, y los perros, para cierta gente, no son solamente los que tienen cuatro patas y corren felices por la plaza, como el de la foto de esta nota.
La sociedad de consumo y las mayores posibilidades de acceso a bienes y servicios, sumados a varios derechos para los trabajadores de nuestro país, dieron origen a nuevos estamentos sociales, y allí es que toma fuerza la tan mentada clase media. Pero la idea no es aburrir con una clase sobre sociedad, consumo y economía. Luego hay toda una especie de culpa que remeda el golpe de pecho judeo cristiano en la que nadie es responsable de nada y a la clase media que engloba(ba) una porción importante de la población (una clase que, como tal, y en virtud de su definición original, localmente ya no existe hace mucho tiempo) se transforma en un espacio virtual al que nadie pertenece, como una mancha en el expediente.
Una pareja educada y civilizada, víctima de hechos fortuitos, cae presa del miedo y el salvajismo en el primer largometraje del uruguayo Matias Ganz. La historia sigue a Mario (Guillermo Arengo) y Silvia (Pelusa Vidal), un matrimonio mayor que disfruta de una vida tranquila en Montevideo. Él posee una clínica veterinaria y su esposa, ya jubilada, tiene demasiado tiempo libre. Ante esta apacible rutina de sus vidas, dos eventos cambiarán su mundo. Mario realiza una cirugía que, como el título indica, sale mal. Por su lado, Silvia parece obsesionada por la inseguridad reinante que afecta desde hace un tiempo los barrios residenciales y, al poco tiempo, su casa es desmantelada por ladrones cuando ellos se encontraban visitando a su hija. Esto sumerge a ambos en un espiral de inseguridad y paranoia al que arrastrarán también a su familia. Algunas veces hay un quiebre en la vida cotidiana, y eso te lleva a un vacío. Ahí uno lo empieza a resolver con la lógica o el sentido común, o terminas llenándolo con lo que tengas a mano en ese momento. Matias Ganz elige ver esta última opción en la historia de una pareja que lo único que tiene a disposición es el factor miedo. Al ser director y guionista, coloca una serie de sucesos en el camino de dos personas racionales para tantear el límite que las lleve a ejecutar actos violentos y absurdos, con un nivel de incompetencia que consigue engatusar al espectador. Un círculo vicioso donde se termina causando justamente lo que se quería evitar. La muerte de un perro, Matías Ganz, Guillermo Arengo La muerte de un perro es una coproducción entre Uruguay, Argentina y Francia, que cuenta también con la participación de Ana Katz (Una Novia Errante) y Soledad Gilmet (La Cáscara). La musicalización corre a cargo de Sofía Scheps, quien realiza una notable imposición de tono pesado, casi torpe, acompañando así el incongruente accionar de los protagonistas. El nerviosismo del personaje de Arengo y la paranoia e impasibilidad del de Vidal muestran una excelente comunicación entre los actores y la dirección, para saber transmitir una idea precisa y al mismo tiempo compleja sobre la sociedad y su tolerancia al cambio. La obra representa una sátira social sobre el estilo de vida burgués. Clasista y racial, pero enmarcada en la comedia, el drama y el thriller. Con interpretaciones actorales ejemplares en las que queda a criterio nuestro qué pesa más sobre los protagonistas: si la culpa o la necesidad de escapar de la situación. Un relato grotesco, producto de la desesperación, que no juzga sino que llama al debate sobre cuán cerca podemos estar nosotros de realizar algo similar. Una película lenta, sobria y concisa pero con un desenlace arriesgado que hace que valga la pena llegar hasta el final.