Ver una película con una estética e impronta como si hubiese sido realizada hace 25 años (aunque se filmó hace 5) es realmente una experiencia extraña. Si a eso se le agrega que el filme está basado en un famoso libro de un autor muy importante como es Andrés Rivera, más todavía. No es otra que La Revolución es un Sueño Eterno, basada en la novela homónima y con un tono de impostación, de importante recitado. El director Nemesio Juárez, que vino a presentar la película -que pasó por largas postergaciones, falta de apoyo y de dinero, problemas de producción y varias cosas más- hizo hincapié en el esfuerzo que supuso por un lado: realizar un guión basado en una novela, que según el modo de escribir del gran Andrés Rivera, es un diálogo interior de uno de los olvidados de la Revolución de Mayo, Juan José Castelli (como el autor también se propuso con El Farmer sobre los días de exilio de Rosas en Inglaterra). Por otro lado, Juárez, se refirió al trabajo con los actores; Lito Cruz, que a Castelli le da una impronta muy especial, con un tono de voz que se pierde al final de las líneas (el prócer olvidado tenía un avanzado cáncer en la lengua) y logra así ser lo mejor de la película. Lo secundan Juan Palomino, Adrián Navarro y Luis Machín entre otros, como Bernardo de Monteagudo, Mariano Moreno y Manuel Belgrano respectivamente. Todos están muy bien en sus papeles; la impostación buscada (como esas viejas películas importantes, es lograda). Sin embrago, tanto esfuerzo queda un poco opacado por la estética tan poco moderna, los impresos explicativos sobre las fechas en un fuerte rojo sangre y una coloratura apagada, sumado a ciertos personajes cuyas voces fueron agregadas con posterioridad. A su vez (y este es un comentario que da para largo y para un mayor análisis que excede a estas líneas de un festival) es de extrañar que un filme que pretende contar como un grupo de personas pensaron la revolución y entregaron sus vidas en ello en contra del poder, primero el de España, luego contra la oposición interna que no les permitían avanzar (si lo habrá padecido Mariano Moreno, víctima del primer asesinato político de la historia argentina; "Se necesitó tanta agua para apagar tanto fuego" dicen que habría dicho Saavedra) sea financiada en parte por "San Luis Cine", que es un fondo que supo tener 25 millones de pesos de presupuesto, de una provincia manejada casi como un feudo por un grupo familiar que no deja de alternarse en el poder. Pero dejando esto por un momento de lado, según palabras del director, al parecer Andrés Rivera estuvo satisfecho con el filme y con los agregados de batallas (filmadas con muy poco presupuesto pero con oficio) y de "escenas" y "diálogos" de las que la novela carecía.
Revisionismo histórico sin revisionismo cinematográfico El revisionismo histórico, tan arraigado en la industria literaria nacional actual, se traslada a la pantalla grande con La revolución es un sueño eterno. Al igual que varios exponentes del fenómeno gráfico, aquí se trata de una narración cuyo eje está en la revaloración de un personaje históricamente relegado de los primeros planos mediáticos: Juan José Castelli, una de las grandes figuras de la Revolución de Mayo de 1810. Basado en el libro homónimo de Andrés Rivera, el film del veterano Nemesio Juárez, quien conoció al autor de la novela durante su participación conjunta en un grupo de intelectuales de izquierda a mediados de los años '60, retrata al abogado (Lito Cruz) durante la etapa postrera de su enfermedad, en 1812. Desde allí la película retrocederá hasta la cocina de la Revolución, primero, luego hasta las acciones durante la campaña del Ejército Expedicionario del Norte, donde Castelli representó los intereses de la Primera Junta, y finalmente, al juicio por mal desempeño en la contienda. que nunca llegará a su fin, ya que Castelli morirá en octubre de 1812, poco tiempo antes de la sentencia. Ya desde la escena inicial, con Castelli en la cama recibiendo asistencia de su esposa (Mónica Galán), queda claro el aliento pomposo que tendrán los largos 110 minutos de metraje. Así, la propensión de los personajes a la afección constante conlleva, a su vez, a una secuencia infinita de diálogos altisonantes. La consecuencia principal de esa combinación es otra combinación, en este caso entre los géneros históricos y épicos con la construcción de criaturas faltas de gramaje y sin carnadura más propias de una matriz más cercana al culebrón vespertino que al de la puesta en abismo de sus sentimientos y sensaciones. Así, La revolución es un sueño eterno se convierte en un desfiladero de próceres como Mariano Moreno (Adrian Navarro), Manuel Belgrano (Luis Machín) y el eterno ladero que fue Bernardo de Monteagudo (Juan Palomino), cuya historia repleta de contracciones, de idas y venidas, merece con creces su propia película.
Con rigor histórico La revolución es un sueño eterno (2010) es una adaptación de la compleja novela homónima y que circula alrededor de la figura de Juan José Castelli, uno de los responsables de la Revolución de Mayo. La película histórica dirigida por Nemesio Juárez, se diferencia de los films sobre otros próceres patrios por su carácter crítico respecto de la historia argentina. Estamos 1812 y Castelli sufre un cáncer de garganta que le imposibilita defenderse ante el tribunal que lo juzga por supuesta traición a la patria. La película se remonta a los tiempos de la revolución y desarrollará la gesta de la misma y la futura traición por parte de quienes la apoyaron anteriormente. Juan Palomino, Adrián Navarro, Ingrid Pelicori, Mónica Galán, Manuel Vicente y Luis Machín completan el elenco. En el juicio a Castelli, se pueden dilucidar los ejes de la historia, y del personaje interpretado por Lito Cruz. Sus ideales, sus motivos y sueños, expulsados una vez alcanzada la revolución. Así como también los motivos de los promotores de la independencia y de los hombres de traje –jueces- con autoridad para decidir el futuro de los pueblos. Lo mejor de La revolución es un sueño eterno es el rigor histórico con el que se realiza esta producción. No hay resoluciones “billinezkas” entre buenos y malos, ni construcciones mitológicas de héroes patrios. Hay si, personajes de carne y hueso con la posibilidad histórica de cambiar el mundo, pero con todas las falencias humanas a cuestas. Con respecto a la transposición de la novela de Andrés Rivera, hay una intención de poner en imagen pensamientos, algunas veces muy bien logrados, mientras que otros se pierden en lo discursivo. Un texto que roza la prosa, engrandeciendo palabras que terminan diluyéndose en la vociferación. Sin embargo, y a pesar de lo mencionado, La revolución es un sueño eterno es un digno exponente del cine histórico argentino, saliendo de los lugares comunes en que cae el género y siendo fiel a la tradición literaria y a la historia que intenta rescatar del olvido.
Oíd, mortales Adaptación del libro de Andrés Rivera. La novela La revolución es un sueño eterno , de Andrés Rivera, es la voz del que ya no tiene voz. Realidad histórica y alegoría atormentada: Juan José Castelli, “el orador de la Revolución de Mayo”, muriéndose en 1812 por un cáncer de lengua. Castelli acorralado (como la Revolución, como su sueño de revolución): entre el obligado lenguaje escrito de su terrible presente y la imposibilidad de hablar que le imponen la enfermedad y un poder que ahora lo oprime. Rivera despliega una prosa formidable: desgarrada, fragmentada, interrogativa, tan pulida que logra representar el caos íntimo, formalmente compleja, oscilante entre la primera y la tercera persona. Excelente literatura: forma y fondo que se funden hasta ser un todo. Una obra muy difícil de trasladar al cine. Nemesio Juárez, alguna vez integrante del Grupo de Cine Liberación, lo sabía. Pero decidió correr el riesgo. El resultado, en primer lugar, es un filme honesto, que elude la biografía y -al igual que la novela- interpela a la Historia de manual, de bronce, de mármol. La principal debilidad de la película es su exceso retórico: los monólogos interiores de la novela -la voz de Castelli en su cárcel de cuadernos privados- convertidos en monólogos cinematográficos expresados por Lito Cruz (en el papel protagónico), por momentos sin interlocutor, con puestas en escena que terminan siendo tediosas. Como si el libro de Rivera no permitiera ser traducido a imágenes. De hecho, la novela está construida, íntegramente, alrededor de la palabra. Para adaptarla al cine habría que deconstruirla y crear algo nuevo: tarea titánica, de resultado imprevisible. El filme de Juárez, cuya recreación de época es buena, tiene un elenco de actores reconocidos: Cruz es secundado por Adrián Navarro (Moreno), Luis Machín (Belgrano), Juan Palomino (Bernardo de Monteagudo) e Ingrid Pelicori. La trama, con constantes flashbacks, hace eje en el juicio a Castelli por su desempeño durante la campaña del Ejército Expedicionario del Norte, donde representó a la Primera Junta. Es una pena que el texto afiebrado del Castelli ficcional (la pluma de Rivera) se convierta en algunas secuencias altisonantes. Y que una voz tan transgresora termine envuelta en cierta solemnidad. El final con el himno da cuenta de este tono.
Dentro de la historia argentina, Juan José Castelli sobresale por sus valores éticos, por su valentía y por sus ideales libertarios. Fue uno de los hombres de la Revolución de Mayo, comisionado para intimar al virrey Cisneros a que cesara en su cargo y encargado de defender la posición patriótica en las sesiones del Cabildo del 22 de mayo de 1810. Se lo llamó el orador de la Primera Junta, que le encargó la represión de la contrarrevolución de Liniers en Córdoba, a quien Castelli mandó fusilar, y la misión de ocupar el Alto Perú. Su vida estuvo casi siempre signada por las adversidades, ya que cuando pactó una tregua con los realistas éstos no la respetaron y sorprendieron en Huaqui a las fuerzas criollas a su mando. El director Nemesio Juárez se basó en la novela de Andrés Rivera, ganadora en 1992 del Premio Nacional de Literatura, para construir un guión en el que Castelli brilla en la gran composición de Lito Cruz. Por momentos cálida y casi siempre dura, la historia va trenzando la existencia de ese protagonista que luchó por darle a su patria esa libertad tan deseada. Con una impecable reconstrucción de época y una sobresaliente fotografía La revolución es un sueño eterno se convierte en un film que descubre a este hombre que quedó algo oscurecido en el recuerdo.
Postales de una utopía inacabada El año pasado se estrenó La patria equivocada, precedente de las nuevas miradas sobre San Martín y Belgrano que narraban determinados hechos que entronizaron a ambos héroes y próceres. Las preguntas siguen siendo las mismas cuando las imágenes de La revolución es un sueño eterno invaden con su retórica pomposa y su mirada revisionista sobre el pasado, constituido por muertes, venganzas, fusilamientos, tomas de decisiones y gestas heroicas que se tradujeron en un batallón de cadáveres con la finalidad de construir una patria diferente a la de los inicios de 1810. ¿Cómo filmar la Historia sin caer en frases altisonantes y didácticas? ¿De qué manera esta clase de cine viene a oponerse a los biopics escolares de Torre Nilsson y su trilogía sobre San Martín, Martín Fierro y Güemes? ¿Cuáles son los recursos cinematográficos de los que se vale este revisionismo siglo XXI para alejarse de modelos anteriores? Es innegable que el saldo continúa en rojo, ya que el film de Juárez, sostenido en una estética televisiva de planos medios y primeros planos que manifiesta sus propósitos ideológicos a través de la mera vomitización del discurso, como si se estuviera oyendo un radioteatro sobre próceres y personajes importantes, no escapa a ciertas reglas establecidas por aquella trilogía, ya presente en los albores triunfalistas del cine de los estudios, con La guerra gaucha de Lucas Demare a la cabeza. El punto de vista elegido por Juárez, en un principio, es seductor y original: las ambigüedades e idas y vueltas de alguien olvidado por la historia como Juan José Castelli, aquel brillante orador del 25 de Mayo que moriría de cáncer de lengua. De allí, La revolución… narra a través de flashbacks algunos hechos históricos donde el personaje tuvo participación, destacándose las escenas de los fusilamientos, entre otros el de un Liniers seguro de sí frente al pelotón y un Monteagudo eufórico frente a la sangre derramada. Otros próceres, como Belgrano y Moreno, también tendrán su propia edificación marmórea. Las actuaciones, por su parte, en pocos momentos traicionan los aspectos estéticos elegidos por la puesta en escena.
Un sueño... El comienzo no podría ser menos alentador. Los títulos de presentación remiten a una mala telenovela, con la imagen de los actores recortados con sus nombres sobreimpresos y música ampulosa. Lo que sigue es, en general, un relato bien fotografiado, con algunos pasajes notables desde lo fílmico pero que debe lidiar con un libro que obliga a los actores a decir parlamentos impostados, alejados de toda naturalidad. Las internas entre los revolucionarios de Mayo, la lucha de Castelli contra su enfermedad y aquellos que lo enjuician militarmente por acciones en el ejército expedicionario del norte, son los puntos fuertes de este filme. La pericia de Lito Cruz consigue romper la distancia y merced a su buen oficio actoral logra imponer a su Castelli más allá de los monólogos y parlamentos rebuscados. No corre la misma suerte Adrián Navarro que sobreactúa a Mariano Moreno y un Luis Machin a quien Belgrano parece quedarle grande. La desprolijidad gana la escena cuando en un primer plano se ve a un extra con una patilla postiza despegada o a una actriz con la voz doblada de manera artificiosa. La historia se torna densa, morosa y remite a un tipo de cine que es mejor olvidar, por pretencioso y excesivamente formal.
Mirar nuestra historia, un ejercicio que siempre es recomendable, más cuando tiene el soporte de la novela de Andrés Rivera. Y aunque Nemesio Suárez no logre escapar a cierta esquematización de los personajes, más que profundizar en su condición humana, igual vale esta revalorización de un héroe de mayo, aquejado por un cáncer de lengua, Juan José Castelli, injustamente juzgado, y hasta ahora, en un segundo plano.
El ideólogo de un noble sueño El director Nemesio Juárez, al abordar la obra de Andrés Rivera, se enfrenta con la difícil tarea de trasladar el extenso monólogo subjetivo de la novela a un lenguaje cinematográfico. Castelli, figura alrededor de la cual gira la historia novelada, es considerado "el ideólogo de la revolución de Mayo". Cuando comienza el filme, Castelli está muriendo de un cáncer en la lengua y a través de flashbacks se alude a hechos fundamentales de la historia nacional en los que participara, como el Cabildo del 22 de mayo, la muerte de Liniers, fusilado, la Campaña del Ejército del Norte y el juicio por mal desempeño en esa lucha. Pero fundamentalmente, "el orador de la Revolución" reflexiona sobre su papel en ella. De sus conceptos surge la pasión revolucionaria, que arde tan violenta como la enfermedad que lo carcome. MIRADA SUBJETIVA Ni totalmente biográfica, ni totalmente histórica, el filme incorpora miradas subjetivas al concepto de concepción revolucionaria, sus contradicciones, la condición que deben tener los que la aplican y el interrogante mayor: la revolución compensa dolores y penas que de ella derivan. El filme se plantea como una exposición de ideas, donde la revolución es el centro y sus manifestantes, peones del ajedrez, juego que metafóricamente enfrentan en una secuencia a Castelli y Monteagudo. Es una película austera, llana, con justo diseño de producción, que ambienta el tono de la época con mínimos elementos. Aunque faltó profundización de caracteres, hay un tono de sinceridad general y el diálogo es llano, no estereotipado y se da desde los comienzos, cuando Castelli es atendido por su médico (un excelente Hugo Alvarez) en una escena mínima y austera. Figuras como Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Bernardo de Monteagudo toman el rostro de un buen elenco integrado por Adrián Navarro, Luis Machín, Juan Palomino, una sensible Mónica Galán y en el que sobresale Lito Cruz, con toda la fuerza de la pasión que el personaje exige y los altos y bajos de la decadencia ante la enfermedad.
De combates, sueños y revoluciones ¿Qué nos faltó para que la utopía venciera a la realidad? ¿Qué derrotó a la utopía? ¿Por qué, con la suficiencia pedante de los conversos, muchos de los que estuvieron de nuestro lado, en los días de mayo, traicionan la utopía? ¿Escribo de causas o escribo de efectos? ¿Escribo de efectos y no describo las causas? ¿Escribo de causas y no describo los efectos? Escribo la historia de una carencia, no la carencia de una historia. Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno Entre las actividades que se hicieron en la Feria del Libro, se realizó la avant premiere de “La revolución es un sueño eterno”, dirigida por el conocido Nemesio Juárez1, y basada en la novela del mismo nombre, de Andrés Rivera –y que le valió el Premio Nacional de Literatura-. Más de 120 personas –incluyendo al director, al propio Rivera y varias actrices y actores- colmaron la pequeña carpa blanca (la Sala de la Revolución de Mayo), y la gente tuvo que ver la película de pie o sentada en el piso. Cuando la proyección terminó se aplaudió mucho y luego Rivera se mostró muy conforme y dijo que seguramente la película “hará historia”. La misma se estrenará –por falta de financiamiento- a fines de julio/principios de agosto. La difícil tarea de traducir una obra literaria al lenguaje fílmico salió muy bien, y con conocidos actores (Juan José Castelli interpretado por Lito Cruz; Belgrano por Luis Machín; Mariano Moreno por Adrián Navarro y Monteagudo por Juan Palomino, entre otros). La música es de José Luis Castiñeira de Dios. Desde la figura de Castelli, “el orador de la revolución”, como personaje principal, la película sigue el hilo de la novela, que transcurre entre los acontecimientos pre y pos 25 de mayo de 1810. Y muestra a las claras las contradicciones de un proceso de revolución en la periferia del capitalismo: muchos “patriotas de mayo” querían cambiar al amo español en decadencia –en esos momentos atacados por una Francia bonapartista- por otro en pleno desarrollo: Inglaterra. Castelli –representante de la Primera Junta en el Alto Perú- será uno de los integrantes del “ala jacobina” que, sin base social ni plan económico alguno, tendrá que vivir las contradicciones del complejo proceso del siglo XIX. Castelli se peleará con la iglesia en las jornadas de 1810; intentará llevar adelante las ideas del “iluminismo” francés, por medio de la igualdad entre negros esclavos, criollos e “indios” (dirá que todos “somos hermanos”); y denunciará la avaricia económica de la naciente burguesía –de base rural- en Buenos Aires y pueblos del interior. El “voluntarismo” de este protagonista de un proceso de revolución política, de independencia de la corona española, dirá entonces: “Somos oradores sin fieles, ideólogos sin discípulos, predicadores en el desierto. No hay nada detrás de nosotros; nada, debajo de nosotros, que nos sostenga. Revolucionarios sin revolución: eso somos. Para decirlo todo: muertos con permiso. Aun así, elijamos las palabras que el desierto recibirá: no hay revolución sin revolucionarios”. Lo único que no logra la película es reflejar la apertura original que hay en la novela. Mientras que la película se cierne a un guión en función de “película histórica”, Andrés Rivera abre las puertas para pensar, tras las contradicciones y fracasos del “proceso independentista”, la revolución moderna, la del siglo XX y hoy, la del XXI. Por medio del pasado histórico –como ha hecho con varias novelas más, como La sierva2, El farmer o Ese manco Paz- Rivera nos habla siempre de un “presente reciente”. Cuando le hace decir a Castelli “Hombres como yo han sido derrotados, más de una vez, por irrumpir en el escenario de la historia antes de que suene su turno. Esos hombres, que fueron más lejos que nadie, en menos tiempo que nadie, ingresaron al mundo del silencio y la clandestinidad: esperan que el apuntador les anuncie, por fin, que sus relojes están en hora”, está hablando no sólo de 1810, sino también de la Revolución rusa de 1917, que fue un gran “adelanto” para la lucha de los trabajadores y pueblos del mundo a poco de iniciarse el siglo XX, en medio de los horrores de la Primera Guerra Mundial. Rivera habla también de los procesos revolucionarios del siglo XX, y de la degeneración burocrática stalinista del primer Estado obrero, al que se opuso León Trotsky y la IV Internacional, cuando dice “En esas desveladas noches de las que te hablo, pienso, también, en el intransferible y perpetuo aprendizaje de los revolucionarios: perder, resistir. Perder, resistir. Y resistir. Y no confundir lo real con la verdad”. En definitiva, tenemos una suerte de summa de sueños e historia, basada en el gran objetivo, en la verdad, de una nueva revolución (proletaria). 1 - Nemesio Juárez tiene una larga trayectoria como documentalista. Participó en el Noticiero de la CGT de los Argentinos (1968) y fue parte del “cine militante” trabajando con el Grupo Cine Liberación y el Grupo Realizadores de Mayo. De allí surgió Argentina, Mayo 1969: los caminos de la liberación. Puede verse en Tv PTS un reportaje del programa “Dimensión documental” (http://www.tvpts.tv/spip.php?video=348). Su hermano, Ernesto Juárez, también cineasta y documentalista está desaparecido; en abril de este año el director de Cazadores de utopías, David Blaustein, ha estrenado Fragmentos rebelados, sobre la obra y actividad de Ernesto. 2 - Ver nuestra reseña a la reedición de La sierva en http://www.pts.org.ar/spip.php?arti...
La Historia contada a la antigua y con gran elenco Esta es la adaptación, y necesaria simplificación, de una novela casi inadaptable, compleja, donde Juan José Castelli, llamado «el orador de Mayo», reflexiona sobre el fracaso de sus ideas jacobinas, su lucha junto a Moreno y Belgrano, y los sinsabores que esto le trajo. No son recuerdos lejanos. Recién es 1812, pero políticamente ha caído en desgracia y encima, terrible ironía, tiene un cáncer de lengua. El director Nemesio Juárez, que años atrás supo adaptar a Horacio Quiroga, se las arregla ahora con esta obra magna de Andrés Rivera. Lo ayudan Licha Paulucci y un elenco muy indicado para una riesgosa pero ineludible decisión estética: mantener en los diálogos la impronta literaria de la novela. Esto (y otras elecciones que van pegadas) hace que algunos acusen a la obra de anticuada, pero los actores y los textos son de primera, con lo que el posible defecto se vuelve virtud. Lito Cruz es el doctor Castelli, agobiado y punzante. Lo acompañan Luis Machin, Adrián Navarro, Juan Palomino, como Belgrano, Moreno y Monteagudo, y otros de menos cartel pero muy en papel, entre ellos Antonio Ugo, Carlos Kaspar, Rolando Ochambela y James Murray, como Cisneros, Beresford, Liniers y un traficante de armas, todos en diálogos reveladores, porque acá vemos las luces pero también las bajezas de los iluminados de aquel entonces, y la injusticia que acarrean a veces los sueños. Fusilamientos, complots, limitaciones mentales y morales, gestos de soberbia, se ven ahora con otra óptica. De pronto un virrey puede tener su parte de razón, y un avanzado justificar sus crueldades con lógica similar a la de un retardatario. El sacrificio, el desagradecimiento y la desilusión salen a escena. «¿Qué Revolución compensará las penas de los hombres?», se pregunta Castelli. En todo caso, escribió Rivera, que la de Mayo no sea «una invectiva pomposa, una interpelación pedante o, para complacer a los flojos, un estertor nostálgico». Dos momentos tocan en lo hondo. La discusión del Cabildo Abierto del 22 reproduciendo casi tal cual el famoso cuadro de Pedro Subercaseaux, y la música final, más que conocida, muy bien puesta. Con la música surge también la dedicatoria, íntima y abierta. Y a barajar y dar de nuevo. Detalle extraño: esta película ya estaba lista y aprobada por Rivera hace dos años. Nunca tuvo distribuidor ni exhibidor interesado. A señalar, para estudiosos, otras dos sobre la fundación violenta de la Patria: «Cabeza de Tigre», de Claudio Etcheberry (el enfrentamiento Castelli-Liniers), y «Tierra de los padres», de Nicolás Prividera.
Coincidiendo con el comienzo de un nuevo aniversario de la revolución de mayo, este jueves se estrena este film dirigido por Nemesio Juárez, y basado en la novela homónima de Andrés Rivera. Con la excusa de acompañar a Juan José Castelli en sus últimos días, la historia narra su acción desde las invasiones inglesas hasta 1812, año en el que muere de un cáncer de lengua mientras está siendo enjuiciado por cargos en contra de la Patria. Esta es la herramienta usada para mostrar las diferencias entre los patriotas del Mayo de 1810, sus diferentes visiones en cuanto a los objetivos a largo plazo, y el triunfo del sector más conservador de los revolucionarios. Desde ese lado, el planteo resulta interesante, aunque el film adapta con solvencia la novela de Rivera, es cierto que de alguna manera no logra salirse de la reflexión interna permanente de Castelli, muy bien interpretado por Lito Cruz (cuya actuación llega casi a hacerle doler la garganta a quien lo ve, dado lo bien que transmite el sufrimiento que padecía su personaje). Abundan los largos parlamentos en los que los actores se regocijan de sí mismos y su arte, pero que terminan causando algo de dispersión en el espectador, que puede sentirse abrumado ante tanto monólogo excedido de palabras. También hay algunas ajustes en la factura técnica, que podrían haber sido cuidados con más esmero. Por ejemplo, tenemos una estética que arranca en la presentación y sigue en sucesivos planos durante la película, y que nos remite a una forma de filmar que tiene un tiempo ya y luce avejentada, en un efecto que se nota más casual que intencional. La edición del sonido es otro: quizás en el corte que llegue a las salas esté solucionado pero en la versión que vimos notamos algunos desfazajes (se notaron doblajes) aunque apostamos a que estén solucionados para su estreno. Es destacable, sin embargo, el esfuerzo, La revolución es un sueño eterno es un film que tardó cinco años en poder terminarse. No es fácil realizar una película que dependa de la reconstrucción histórica, en particular con presupuestos limitados, y en ese sentido, el film es valioso. Debemos advertir, sin embargo que quizás el encuadre y la estructura argumental no lo haga lucir como un film atractivo en los tiempos que corren. Lo más valioso de la propuesta, son las actuaciones, de Lito Cruz, en particular, pero también se destacan Luis Machin (en la piel de Belgrano), y Adrián Navarro (Mariano Moreno). El reparto se completa con Mónica Galán, Ingrid Pellicori, Juan Palomino, y Manuel Vicente entre otros. Si la historia es lo tuyo, sumale puntos a la evaluación final.
La novela de Andrés Rivera es una pieza literaria con un impresionante trabajo sobre la palabra, tanto como texto significante cuanto como poético. Pero la adaptación de Nemesio Juárez parece un Billiken de intenciones revisionistas. La película de Nemesio Juárez está basada en una de las más reconocidas novelas argentinas de la post-dictadura. La obra de Andrés Rivera, publicada en 1987, ha constituido una de las más interesantes interpelaciones al neoliberalismo en ciernes, a lo que fue la reimposición brutal del conservadurismo económico y cultural que vivió nuestro país durante los años ’90. Impactante en el momento de su publicación, es una pieza literaria con un impresionante trabajo sobre la palabra, tanto como texto significante cuanto como poético. Ya en estos tiempos, la polémica sobre el rol de “jacobinos” y “conservadores” en la revolución de Mayo de 1810 ha sido recuperada masivamente en nuestro país. La reaparición de la polémica está alentada tanto por circunstancias políticas como cronológicas (se cumplieron 200 años de aquella fecha), de modo que la aparición de esta película, basada en aquella obra, resulta temporalmente pertinente. Tanto la tarea de adaptación como la elección de los recursos estéticos no están ni a la altura de la novela original, ni acordes con el modo en el presente de la narración cinematográfica. Al mismo tiempo en que comienza la proyección el espectador siente haber sido arrastrado muchos años hacia atrás, y no hacia la época de la colonia, sino hacia los primeros años de la década de los ’80, porque la película atrasa formalmente algo así como 30 años. Sobrellevada esa situación, inmediatamente percibe que el realizador no acierta a definir sus elecciones estéticas ni el modo de relato, ya que alterna planos formalmente bochornosos (por ejemplo todos aquellos en los que Osqui Guzmán pregona las noticias en las calles, o el fugaz encuentro amoroso de Castelli con una joven interpretada por Ingrid Pellicori) con momentos interesantes en los cuales se hace presente el monólogo interior de Castelli, en las escasas escenas que aproximan la película a la potencia intelectual y narrativa original de la novela. Nemesio Juárez introduce un relato sobre la historia de los días previos y posteriores al 25 de mayo de 1810, permitiendo contextualizar el soliloquio de quien fuera llamado orador de la revolución. Y lo hace de un modo cercano al más elemental formato de manual, que pontifica y establece lecturas unidireccionales. Poblado de actores reconocidos, recitando parlamentos sobrevalorados de personajes fuertes de la historia (a quienes si no son nombrados por otros en los diálogos nadie reconocería o su palabra pasaría sin demasiado valor narrativo), la película parece un Billiken de intenciones revisionistas. En el filme la duda, profunda y central en la obra de Rivera, solo aparece manifestada (en lo que es el mejor momento de la película) en una de las últimas escenas, en la cual Castelli dialoga imaginariamente con su primo, Manuel Belgrano. Más apropiada para una militancia momentánea que para un pensamiento de largo alcance sobre las condiciones políticas y sobre el lugar de las personas, más cercanas a un discurso monolítico que a la jactancia intelectual de quien se atreve a cuestionar lo dado a partir de un personaje silenciado, La revolución es un sueño eterno es una película que no aporta ni a la revalorización de la obra de Rivera y mucho menos a un debate interesante sobre los modos en los cuales la Historia se produce y narra.
Con retraso considerable llegó a Córdoba La revolución es un sueño eterno, la película de Nemesio Juárez sobre la novela homónima de Andrés Rivera. Presentada en mayo de 2010, durante los eventos del Bicentenario, y protagonizada por Lito Cruz, la película viene recorriendo salas y espacios alternativos. En charla con Nemesio, el director comentó qué lo atrajo del libro original, para muchos, "la" novela de Rivera. "La película une la parte final del cáncer de lengua de Castelli (1812) con la escritura. La novela es un largo monólogo interior, con cadencia y ritmo que tiene que ver con la poesía. La subjetividad impregna toda la novela, que es casi claustrofóbica, es decir, la negación del cine", señala. El desafío para Juárez fue mantener la fidelidad a la estética, tratar de reencontrar la poesía, fiel al espíritu de la novela, buscando el paralelismo en el cine. "Debía oxigenar el monólogo de Castelli; también, buscar ambientes, situaciones dramáticas, desarrollarlas, y diálogos creíbles. Buscamos los elementos latentes. A partir de ahí, planteamos el tiempo presente de la novela, el del juicio espurio a Castelli y el cáncer de lengua. En ese estado afiebrado, en el momento de la derrota momentánea de la revolución, aparecen los episodios más significativos de la etapa previa". Juárez reproduce el fusilamiento de Liniers, invasiones inglesas, el diálogo con Beresford, el Cabildo Abierto del 22 de Mayo. Dice que intentó superar la visión del cine histórico que afronta a los próceres de manera demasiado respetuosa. "Eran hombres como nosotros, impulsados por ideales. Eran hombres que podían sudar, con uniformes rotos y sucios, podían putear y llorar. Además, hay en la película mínima fidelidad al inconsciente colectivo con imágenes que aprendimos en la escuela. Aparece la imaginería de la infancia (la reconstrucción externa del Cabildo). La idea fue: respeto sí, pintoresquismo no. Como premisa, parto de la base de que es imposible reconstruir la historia, porque está siempre marcada por el presente. Es como el trabajo del psicoanalista". El director arriesga la hipótesis sobre el castigo a Castelli, el prócer olvidado, que fue el orador de la Revolución de Mayo. "Sobre él hubo un cono de sombra. Fue un aliciente para hacer la película. Tal vez no se le perdona haber sido el hombre más consecuente con sus ideas. Desde aquella decisión de fusilar a Liniers, sigue inevitablemente el camino al que lo llevaron las ideas. Digo más, creo que sigue siendo el menos conocido de todos". La revolución es un sueño eterno está dedicada a Enrique Juárez, hermano de Nemesio, también cineasta. Sindicalista y luego dirigente montonero desaparecido, filmó Tiempo de violencia, una película sobre el Cordobazo. Nemesio asume que su película es política: "Permite reflexionar sobre las cualidades de los revolucionarios de distintas épocas. Por otra parte, creo que todavía nos encontramos con tareas inconclusas respecto a la patria grande, ideas que ellos tenían sobre la unión latinoamericana".
A la sombra de la historia La película rinde un claro homenaje a los protagonistas que vivieron los ideales de la Revolución de Mayo con mayor coherencia y pasión: Castelli, Moreno, Belgrano, Monteagudo... Ilumina el perfil de esos hombres que ocuparon un lugar decisivo en la historia argentina y sin embargo terminaron en soledad, empobrecidos y olvidados. El punto de vista recae en una figura nublada en el recuerdo oficial: Juan José Castelli (Lito Cruz), llamado “el Orador de Mayo” y despliega su mirada nada complaciente sobre los resultados de esa revolución. Se alinea en una lucha de intereses comunes junto a Moreno, Belgrano y otros patriotas que no vieron recompensados sus ideales y sacrificios sino con sinsabores. El guión arranca en 1812, año en que Castelli ya está prácticamente mudo por un cáncer de lengua y es juzgado por un tribunal que cuestiona su proceder en la historia reciente. El héroe ha caído en desgracia y está afectado físicamente en la parte de su cuerpo que fue más brillante. La narración se organiza desde este personaje cuya fortaleza parece desmoronarse frente a intrigas de enemigos internos. La película está vertebrada a partir del juicio de un tribunal con jueces de pelucas tan ridículas como impecables, que vierten acusaciones injustas de las que lo defiende su joven compañero de lucha, Bernardo de Monteagudo. La historia va y viene entre 1806 y 1812, con recuerdos de las invasiones inglesas, la contrarrevolución de Liniers, el cabildo abierto del 22 de mayo, el primer aniversario de la Revolución. De la novela al cine La progresión de la novela no es lineal, en la película tampoco, ya que se inicia con Castelli viejo, enfermo y cuestionado, pero intenta un seguimiento más ordenado que el caótico fluir literario. El largo monólogo se transforma en diálogos con otros interlocutores y en el desarrollo de situaciones que en la novela apenas están insinuadas pero que permiten crear momentos de mayor epicidad, indispensables para la trama cinematográfica que por momentos acusa el peso de una retórica que luce acartonada. Las idas y vueltas en el tiempo se aclaran con una cronología fuertemente subrayada por subtítulos, con fechas precisas, según aclara el director “aun a riesgo de ser demasiado didácticos, para que la gente joven que vea la película pueda tener también una referencia histórica”. Una decisión de “contar a la antigua”, es decir con hiperrealismo y sin alegorías, ahonda el esfuerzo que de por sí demanda el cine histórico en cuanto a puesta en escena, aunque buena parte de las escenas épicas, como los fusilamientos, sortean la dificultad de los escenarios al instalarlas en un ámbito fantasmal, atemporal. Optimismo de la voluntad La película no queda en lo exterior sino que pone especial cuidado en la reconstrucción, aun con ajustado presupuesto, y se esfuerza siempre en transmitir el hálito poético que tiene la novela original. Los parlamentos principales corresponden a Lito Cruz como Castelli, pero también son notables las intervenciones de Machín -interpreando a un Belgrano tan lúcido como desesperado- y las consideraciones vertidas por un joven Bernardo de Monteagudo, personificado por Juan Palomino. Solamente Adrián Navarro -como Mariano Moreno- no se destaca a la altura de su personaje. También cobran voz y rostro los contrincantes Beresford, Liniers, Cisneros e incluso un traficante de armas, todos en diálogos reveladores donde se exponen las luces pero también las bajezas de los protagonistas de aquel entonces. La lucha de estos hombres tiene muchos puntos en común con los revolucionarios de todas las épocas. La película los trae al presente, convertidos en hombres de carne y hueso que se indignan y se conmueven hasta el llanto, no tienen los uniformes impecables, insultan y maldicen a la par que pelean. En el perfil de estos revolucionarios cabales que marchan al silencio o al exilio, está muy remarcada una ética heroica y trágica en el sentido que Gramsci llamaba “pesimismo de la razón pero optimismo de la voluntad”. Así, estos héroes asumen un destino de perdedores en ese sueño incesante de ideales, sin jamás resignarlos, aunque -como señala Castelli un par de veces- la revolución no tenga el encanto de un ramo de flores.