El escritor oculto Un buen drama nacional de Víctor Jorge Ruiz que se sumerge en el pasado nefasto de la Argentina y deviene en un relato de suspenso con venganzas en primer plano. Gonzalo (Eugenio Roig) es un escritor argentino, criado por sus tíos en España, que regresa al país para terminar una novela sobre sus padres y tomar venganza contra el asesino de éstos, un ex-comisario (Arturo Bonín) que vive cerca del lugar donde se hospeda. La trama lo cruza también con la hija de su enemigo (Victoria Almeida), de quien se enamora, mientras continúa con su investigación que tambíen pone en dudas el pasado de la joven y la relación con sus padres. La última mirada, que llega con dos años de retraso, es la imágen que conserva Gonzalo de su madre, lo único que lo ata a un presente desolador. El director de Flores amarillas en la ventana, construye una historia que va agregando detalles a cada minuto: las muestras de ADN; Katja Alemann, una médica que sufre los embates de su profesión en un mundo inhóspito; los animales que aparecen muertos a balazos y el inglés que comienza a sospechar del comisario. Todos los personajes que desfilan por la trama afrontan sus propias dudas. Un tema recurrente del cine nacional desde La historia oficial y La noche de los lápices hasta Garage Olimpo y La mirada invisible, es plasmado acá con intriga y galopa hacia un desenlace con envoltorio de thriller. La búsqueda de la identidad y el conflicto creativo del escritor sirven para contar una historia que desgraciadamente conocemos todos.
Existen films que ocasionan comportamientos diversos en el espectador, están aquellos que pueden generar discordia, hartazgo (este es uno de esos casos) y a su vez, permitir la instancia de llegar a la posición de decir “basta, me retiro de esta sala”. En otros casos, hay espectadores que prefieren quedarse atornillados a sus butacas y realizar otras actividades, la visión del film pasa a un plano secundario...
A la hora de revisar el pasado reciente, cuanto mas variadas sean las propuestas, mas caminos habrá para llegar al público. Es muy sano que esto ocurra en el cine, porque las posiblidades estéticas y narrativas están disponibles para ser utilizadas. El problema de La Ultima Mirada es un estado constante de indecisión por parte de su realizador y la que aparentemente será la última película argentina a estrenarse en el año, no le da un marco muy rimbombante al cierre que digamos...
Fantasmas del pasado Es delicado cuestionar a una película que aborda temas importantes como las heridas aún abiertas que dejó el terrorismo de Estado (desapariciones, bebés apropiados) porque el lector puede entender los reparos a la obra artística como un cuestionamiento a la legitimidad de los reclamos de los derechos humanos. A no confundirse: La última mirada es una mala película. No tengo ninguna duda de ello. Es torpe, aburrida, maniquea, didáctica, obvia, manipuladora y -en lo ideológico- muy controvertida, porque habla (¿justifica?) el revanchismo del ojo por ojo, algo que hasta las propias entidades de DD.HH. se han cuidado muy bien de no alimentar. Un hijo de desaparecidos (escritor y periodista radicado en España que regresa a la Argentina para terminar un libro) se enamora de una joven que resulta ser hija de un ex militar, ex represor ligado al caso ¡Vaya coincidencia! Los personajes, las actuaciones, los diálogos, las situaciones... todo aquí está muy por debajo de la media de una producción argentina que parecía haber dejado de lado hacía mucho tiempo este tipo de cine anquilosado, solemne, subrayado. Como en la película, los fantasmas del pasado han regresado. PD: Que un guión así haya ganado el 1° Concurso del Bicentenario habla muy mal del jurado que participó del mismo. El INCAA, así, tuvo que participar como coproductor del film.
Gonzalo es un joven escritor y periodista nacido en la Argentina y criado en España que decide volver al país para terminar de escribir una novela acerca de sus padres, torturados y asesinados durante la dictadura militar y también para lograr, ambiguamente, vengarse de los asesinos de aquellos. Con esos propósitos se instala en un pequeño pueblo de las afueras de Buenos Aires donde es recibido por unos parientes que entenderán sus intenciones, aunque tratarán de hacerlo olvidar de aquellos años de horror, cuando él era un niño y observó el trágico fin de sus padres. Al paso cansino de su caballo, Gonzalo conocerá a un estanciero hosco y a la hija de éste, y ambos comenzarán a vivir un apasionado romance. El escritor, sin embargo, no cejará en su intento de averiguar el destino de sus mayores y dialogará con Marta, esa muchacha que ahora halló a su amor y parece feliz en su entorno familiar. De esas conversaciones le surgirán a ella las dudas de que quienes son aparentemente sus padres podrían ser, en realidad, aquellos que la adoptaron cuando fue separada de sus progenitores y llevada por ese hombre que, en aquellos tiempos, había sido uno de los verdugos de numerosos desaparecidos. Las dudas de Marta crecen y, en un viaje a Buenos Aires, va a la institución de las Abuelas de Plaza de Mayo para tratar de averiguar su origen mientras Gonzalo va descubriendo en aquel torturador a uno de los asesinos de sus familiares. La historia se desarrolla sobre una base algo artificiosa. Una serie de personajes, muchos de ellos concebidos con trazos demasiado simples, rodean a esa pareja que aúna sus esfuerzos para desentrañar su verdadera identidad. En su cuarto largometraje, Víctor Jorge Ruiz quedó a mitad de camino entre una trama de amor, una necesidad de venganza y ese esfuerzo de definir la identidad de los descendientes de los desaparecidos. Se destacan los trabajos de Arturo Bonín, Katja Alemann y Eugenio Roig.
Secuelas de los años duros Un drama, que transcurre en el siglo XXI, sobre las consecuencias trágicas que dejó la última dictadura argentina. El principal desacierto de La última mirada, no el único, es su tendencia a la impostación y a la obviedad. Seamos sinceros: que en un drama sobre la dictadura, ambientado en el siglo XXI, un ex represor -que habla y se comporta como en 1976- diga: “Me llamo Francisco, pero me dicen Franco”, no suena a alegoría sino a broma de escasa efectividad y gusto. Ah, este comisario retirado aparece, para el que no haya entendido, en varios fotomontajes junto a Videla. La asociación que provoca, por su grado de absurdo, remite a Zelig al lado de Hitler... El eje de La última... es el vínculo entre tres personajes que, abusando de la retórica, condensan las principales atrocidades de la última dictadura: secuestros, asesinatos, desapariciones, apropiaciones de bebés. Una de las protagonistas se pregunta qué habría hecho Shakespeare con esta historia: seguramente no una tragedia lineal, con personajes sin profundidad, cuyos giros abruptos transmiten el artificio del guión, no las tormentas internas de seres verosímiles. Hablamos de una coproducción con España: lo que, en este caso, implica una didáctica para principiantes en genocidio argentino, postales patagónicas y, claro, escenas de tango bailado. El protagonista es un escritor español, nacido en la Argentina (Eugenio Roig), que viaja hasta acá para terminar una novela sobre sus padres muertos en los ‘70. En una estancia del sur, se vincula con la hija de un vecino autoritario (Arturo Bonín), que, básicamente, anda matando animales a los tiros por ahí. El resto es secreto, aunque todo lo que usted imagina ocurre en la película. Es una pena que actores de la trayectoria de Bonín o de Beatriz Spelzini -una de las pocas que logra lucirse, a pesar del guión- estén, en general, desaprovechados. Algunos personajes secundarios, como un viejo gaucho y un inglés estanciero, no sólo son estereotipados; son más: seres que parecen salidos de un show cómico/paródico. Puede haber muy buenas intenciones en el tratamiento de la restitución de identidades robadas por esbirros de la dictadura, pero, aun en este caso, no sólo importa el qué sino el cómo.
Tragedias familiares en dos tiempos Película coral, voces múltiples, el pasado que retorna desde los años de la dictadura, el presente que interroga, plantea y escarba rigurosamente en los personajes que encarnaron el horror y la masacre. El director Víctor Ruiz no anda con vueltas al activar una historia que se inicia en España y muestra a Gonzalo (Eugenio Roig), que retorna al país para culminar un libro sobre sus padres asesinados por el comisario Cadrinelli (Bonín), casado y supuesto padre de Marta (Almeida). El romance entre Gonzalo y Marta es el siguiente paso que autoriza el guión, en tanto las heridas, cicatrices, ajustes de cuentas y dilemas éticos recorren un relato que conjuga el realismo exacerbado del cine argentino de los ’80 con una importante dosis de tragedia familiar. El paisaje abierto y una naturaleza que adquiere cierto peso dramático (buena parte del rodaje fue en Sierra de la Ventana) favorece al conflicto y permite la dosis trágica que estalla en la media hora final. En tanto el punto de vista del film, se modifica desde el escritor a la aún joven Marta, que empezará a resolver su pasado concurriendo a Abuelas de Plaza de Mayo en una escena que incluye una breve participación de Estela de Carloto. La película autoriza una maraña de culpas y responsabilidades que, en muchas ocasiones, se dirimen de manera enfática y contundente. Con pocos momentos que dejan lugar a la sutileza y abordando un tema que vuelve a ser reflotado en el cine argentino reciente, La última mirada, manifiesta su particular visión sobre aquella época de catacumbas y muertes. El pasado retorna en un grupo de personajes trazados de manera ostentosa por Ruiz, quien en Ni vivo ni muerto (2001), protagonizada por Edgardo “Gatica” Nieva, también transmitía cierta incomodidad en el espectador. Como también ocurre en La última mirada, especialmente en la escena donde Gonzalo mata a sangre fría al asesino de sus padres y luego se descubre que se trata del final de su “ficción” escrita. Allí la película plantea sus propias contradicciones cinematográficas, ya que fluctúa entre el verosímil y la torpe manipulación, permitiendo una incómoda convivencia del más crudo de los realismos junto a una riesgosa y discutible abyección.
Género tradicional, mirada esquemática El conflicto que presenta esta película puede ambientarse, sin mayores cambios, en casi cualquier punto del planeta. Un joven escritor vuelve a la tierra de sus padres, donde él nació y ellos fueron muertos. Cerca de ahí vive ahora el asesino. Por esas cosas de la vida, su hija se engancha con el joven escritor. Y ahora éste tiene tres formas posibles de ejercer su venganza: la literaria, la tradicional por mano propia, y la cizaña. Para la tradicional, parece que le falta carácter. En cambio, cualquiera de las otras puede ser terrible, sobre todo la última, que causaría la separación fatal de padre e hija. No hay problema: la cosa está expuesta de tal modo que el público entenderá dicha separación (y la unión con el joven) como algo totalmente lógico y conveniente. Claro que no será fácil, ya que el susodicho padre, comisario retirado, también tiene sus tácticas, larga experiencia, viejos contactos, y está del tomate. Por ahí viene la mano. Daba para folletín televisivo, para drama isabelino, y en viejos tiempos también hubiera sido indicada para radionovela campera. En los tiempos actuales, y éste es el caso, sirve para enésima denuncia contra los represores de los 70 y la apropiación de niños. No está mal, pero lamentablemente el asunto se ve afectado por personajes acartonados, planteos esquemáticos, diálogos duros, elenco desparejo y la caracterización improbable de un comisario del Proceso con melena a lo Richard Gere. En compensación, la obra incluye hermosos paisajes, lindos interiores de estancias, buena música, unos cuantos tiros (los decisivos vienen de donde menos se espera), y un simpático y casi seráfico estanciero inglés vecino a los protagonistas. Su intérprete es Raúl Techaren, y el personaje fue bautizado Bob Roberts, igual que el norteamericano que vivió entre nosotros e hizo la fotografía de «La guerra gaucha». Esto bien puede entenderse como un guiño del director Víctor Jorge Ruiz, que en viejos tiempos fue también director de fotografía, y como tal se lució acá y en Colombia («Tiempo de morir», la novela decimonónica «María», etc.). Ahora en ese rol se luce Juan Carlos Lenardi, junto al director de arte Abel Facello, y Katja Alemann, como la buena vecina que de paso toca el piano y canturrea un tango. Proyecto ganador del 1º Concurso del Bicentenario del Incaa, rodaje en 2008 en Sierra de la Ventana, Parque Nacional Tornquist, Dique Las Piedras, las estancias Los Nogales, La Luisina y otras, copyright 2010.
La búsqueda de la identidad perdida en los años oscuros El argumento pasa por la historia de un escritor y periodista español, que vuelve a la Argentina desde España, para terminar un libro. Más allá de la escritura del libro, la verdadera razón de su vuelta es saber más de su identidad y vengar la muerte de sus padres, desaparecidos durante la época del Proceso. Habrá viejos amigos que lo reciban y lo ayuden en su hogar de la Patagonia, pero también aparecerán sus vecinos, la familia de un ex comisario, que Gonzalo, el periodista, averigua estuvo involucrada en las muertes. Justamente éste es padre de una jovencita que se enamora del recién llegado y cuya relación con el periodista la hará recurrir a la agrupación Abuelas de Plaza de Mayo. CORRECTAS ACTUACIONES El filme de Víctor Jorge Ruiz, retoma una historia por todos conocidos: los desaparecidos. Pero, lamentablemente, el guión no pasa de una medianía general, tiene escenas poco creíbles, diálogos no siempre verosímiles y muy explicativos lo que ralenta la acción narrativa. Ciertos temas han sido muy tratados por el cine argentino,como el de los desaparecidos y los niños apropiados. Algunos de esos filmes gozan de cierto interés y hallazgos formales, recordemos "Cautiva", de Gastón Birabent, que tan bien interpretara Bárbara Lombardo. Pero no es el caso de "La última mirada", que aunque tuvo el apoyo de un buen director, el mismo de "Flores amarillas en la ventana" y un correcto plantel de actores, el desarrollo de su tema no aporta nada nuevo en líneas generales. Algunas situaciones estereotipadas, ciertos personajes poco justificables y algunos obviables, no dejan de dilatar el discurso narrativo. Es correcta la labor de Eugenio Roig como Gonzalo, muy bien Arturo Bonín en el comisario Caldrinelli, junto con Katia Alemann y Beatriz Spelzini, como la esposa del comisario. Una revelación Victoria Almeida en el papel de Marta.
Un periodista cuyos padres fueron torturados y asesinados por la dictadura militar argentina, viaja de España a Buenos Aires en busca de verdad y de venganza. Pero se enamora de la hija (buena) del comisario asesino (malo). Y la hija (buena) comienza a pensar sobre sus orígenes y se acerca a Abuelas de Plaza de Mayo. Como todo film que trata sobre los crímenes de la dictadura, decir algo en contra implica que a uno lo tilden de mal tipo. Pero allá vamos: en primer lugar, el film no termina de decidirse entre el abstracto suspenso (efecto universal y metafísico) o la denuncia puntual (efecto de corto alcance en el tiempo). En segundo, cae en la manipulación casi infantil de que si el hijo de una persona mala es bueno, es porque no es su hijo -como si el mal fuera un gen hereditario, lo que en última instancia disuelve la tensión emocional de los personajes. Es loable la intención de utilizar un contexto reconocible para plantear una fábula moral, hasta que el contexto deja de serlo y pasa a ocupar el centro de la escena. Entonces, la fábula se vuelve publicidad.
Llegué al cine tarde, con la expectativa de ver lo que sería el último estreno nacional del año. Y mientras apuraba un café para despabilarme (muchas reuniones de celebración y cierre en poco tiempo), pensaba que había visto unas 24 argentinas este 2011 que se va. De las 166 que llevo vistas, representan menos del 20% del total. Es el año que creo que más ví pero aún estoy lejos de poder ver todo lo que el INCAA produce. Especialmente cuando va a parar a salas como el Arte Cinema con una función diaria, o el Cosmos, incluso el Malba. Que quede claro que me gustan estos lugares para ver cine argentino, pero los horarios y días, complican. No son datos menores, dispongo de cierto tiempo para ver cine y muchas veces no llego a ver lo que se estrena por estos temas... Estoy seguro que necesitan reformulación. Pero volvamos al tema. Como últimamente, llego a la butaca sin leer material de prensa. Pasan los minutos y la primera impresión que tengo es que este es un lugar común en nuestra filmografía. Demasiado. Y si bien creo que está bien consolidar memoria (los desaparecidos, la dictadura del 76 y sus nefasto accionar), también me da la impresión de que hay que tener mucho ingenio para estructurar una historia que sorprenda, desde ese lugar. Las producciones que han ganado premios importantes en el extranjero en general han sido sobre este tema, o sea que es un universo bastante familiar para el espectador local. Como al parecer esta es una coproducción con España, tenemos un escritor (periodista) español de nombre Gonzalo (Eugenio Roig) que regresa a la Argentina a terminar un libro que está escribiendo sobre el asesinato de sus progenitores, asesinados por el ex comisario Cadrinelli (Arturo Bonín). Se aloja en las afueras de Buenos Aires, en la casa de familiares que intentan que él deje de lado su tarea y pueda seguir adelante con su vida. Mientras eso sucede, el se trabará en una historia amorosa justamente con la (supuesta) hija del matador de sus padres, Marta (Victoria Almeida), quien con el devenir de los hechos irá cuestionándose su origen para obrar en busca de la verdad. Lo que sentí en la sala es como que al film le faltaba unidad. A ver, hay varios enfoques que parecen buscar la misma intensidad, y que parecen válidos en sus recorridos, aunque sin lograr ensamblarse con acierto. Esto es, por un lado, está la historia de amor de Gonzalo y Marta, por el otro, la venganza del primero hacia el personaje de Bonín y por el otro, lo que surge cuando la hija del represor decide indagar sobre su origen. Falta amalgama en la línea narrativa porque parece que cada una va por un carril distinto, aunque las tres corresponden al mismo conflicto que las engloba: el pasado y las heridas que dejaron los genocidas en la trama de nuestra sociedad. Víctor Jorge Ruiz escribe y dirige "La última mirada" con nobles intenciones de plantear una película de fuste, pero queda lejos de tan noble objetivo. Las actuaciones del elenco son lo esperable, pero ninguno descolla. Asimismo, encontramos alguna estridencia en la banda de sonido que también conspira contra la atmósfera que se intenta lograr. Se que este guión ganó el Concurso organizado en ocasión del Bicentenario, por lo que deduzco que podría haberse extraído mucho más de él. Ruiz seguramente tendrá oportunidades de seguir rodando y apostamos a que la próxima producción supere las previsibilidades que se anticipaban en "La última mirada" y que se cumplieron, casi inexorablemente.
Podríamos decir que todos quedamos marcados con la peor época, la del proceso, que sufrió y aún sufre La Argentina, heridas que no cierran, y sobre este tema se realizaron muchas películas como: “La historia oficial”, “La noche de los lápices”, “Garage Olimpo”, entre otras, y esta es una forma de seguir manteniendo viva la memoria. El problema está a veces en cómo se narra una historia, en este caso vemos la vida de Gonzalo (Eugenio Roig) su memoria continua intacta, no olvida lo que vivió siendo un niño, ahora es escritor, fue criado por sus tíos en España, sus padres fueron torturados y asesinados durante el golpe militar y ahora decide volver a su país para darle un final a la novela que habla sobre ellos. En apariencia esta sería la forma de cerrar heridas del pasado y darle un final a esto; pero aquí notamos un flojo guión; se hospeda en la casa de unos parientes de Sonia (Katja Alemann), que vive con su esposo e hija, o casualidad una de las casas más cercanas es la del asesino de sus padres, un ex comisario Cadrinelli (Arturo Bonin) de pocas palabras, que vive con su esposa Chiche (Beatriz Spelzini) y su hija atractiva Marta (Victoria Almeida), este es otro de los puntos evidentes, ¿con quién va a involucrarse sentimentalmente?, y con Marta. En algunas secuencias vemos a este ex comisario, vinculado en fotografías con Videla; una esposa sumisa y sufrida; y cada vez se hace más intensa la idea de tomar venganza del asesino de sus padres; por otro lado en el lugar se ven animales muertos a tiros y un vecino del lugar Bob (Raúl Techaren), le manifiesta su preocupación por la situación a Gonzalo. De los diálogos entre Gonzalo y Marta, surge otra sospecha que ella puede ser hija de desaparecidos, y es cuando Marta decide viajar a Buenos Aires para investigar, allí se reúne con Estela de Carlotto; quien hace una aparición en el rol de abuela de Plaza de Mayo, a cargo de la institución “Hijos”. La historia queda a mitad de camino, aborda muchos temas y situaciones, tiene algo de western, esta la tragedia al estilo Shakesperiano, (en algún momento se lo señala a Shakespeare), no termina siendo creíble, es previsible, algunas actuaciones destacables y otras poco aprovechadas, se luce la fotografía de Juan Carlos Lenardi (Años rebeldes; Eva Perón; El caso María Soledad; Dios los cría; entre otras) y es una pena que con esta película argentina terminemos este año.
Daño Irreparable La última mirada (2010) no es una mala película como la catalogó la mayoría de la crítica argentina. Puede ser que sea molesta en algunos aspectos pero decir que es mala es no ser objetivo. Está claro que gran parte de la crítica evalúa de acuerdo a su gusto personal (o a los intereses del medio en el que trabaja) sin realizar un exhaustivo análisis de la obra en sí misma y eso muchas veces hace que se cause un perjuicio irremediable. Antes de hablar de la película en sí misma vamos a enumerar algunos aspectos que mucho no tienen que ver pero vale la pena aclarar. Sí esta crítica sale una semana después del estreno siendo la primera vez que desde EscribiendoCine sucede es porque la productora nunca mandó la copia para poder reseñarla. Ante un caso sí entendimos que no les interesaba que se publicara en el site. Podríamos haberla visto en uno de los dos cines en que se proyectaba el día del estreno pero en un primer momento nos pareció que si a los responsables no les interesaba porqué hacerlo. En la semana que pasó muchos lectores sorprendidos ante la ausencia de la misma preguntaban el motivo y hasta se especuló del porqué de su no publicación. Fue que decidimos ir al cine y escribir sobre ella. Hecho este comentario, que tal vez a nadie le interesa pero que no queríamos pasar por alto vamos a remitirnos a La última mirada. La película que dirigió Víctor Jorge Ruiz focaliza su conflicto en un hijo de desaparecidos (en la piel del actor Eugenio Roig) radicado en España desde su infancia que vuelve al país para finalizar el libro que está escribiendo. Sin nada que lo ate y sin familia se instala en la casa de unos amigos de sus padres en el medio del campo. En la estancia contigua vive un comisario retirado que tuvo una participación activa durante la última dictadura militar. De naturaleza autoritaria ejerce todo su poder sobre su esposa e hija. Cuando todo parecía seguir su cauce habitual la presencia del escritor desestabilizará la aparente cotidianidad de cada uno de los involucrados llegando a una verdad tan dolorosa como necesaria. Por qué la hipótesis de esta crítica dice que La última mirada no es una mala película. Porque simplemente no lo es. Desde lo narrativo cuenta bien una historia que muchas veces se contó pero desde otra perspectiva. Se le puede criticar el querer abarcar demasiados temas pero también es cierto que en este caso cada uno conlleva al otro. También se puede decir que la historia es demasiado rebuscada e inverosímil. ¿Pero es así o en las secuelas de la dictadura la realidad supera a la ficción?. Desde lo formal todo es correcto. Por ahí hay cierto abuso de la música para subrayar las imágenes y apelar al golpe bajo, algunas escenas innecesarias con temas que mucho no tienen que ver con el contexto o un exceso de metraje, pero no mucho más. Actoralmente el nivel es parejo aunque vale la pena destacar la actuación de Victoria Almeida en el rol de la hija apropiada y Arturo Bonín como el comisario apropiador. Una grata sorpresa es la aparición de Katja Alemann con una interpretación nunca vista antes en ella. La última mirada no es una mala película como sostenemos en el inicio y no paramos de remarcar. Está claro que su temática molesta a quienes fueron cómplices de la dictadura como es el caso de algunos medios periodísticos hegemónicos que carecen de objetividad y también a algunos críticos que evalúan de acuerdo a sus gustos, intereses personales o amistades con los responsables de las películas. Lamentablemente esto es así y La última mirada es víctima de la falta de objetividad que hoy en día también atraviesa la devaluada crítica cinematográfica muchas veces en manos de quienes se sienten más estrellas que las propias películas.
Tocando temáticas de fuerte contenido, La última mirada evoca nuestro derrotero histórico en una dura parábola vinculada al presente. Con aciertos pero también desbordes melodramáticos y expresivos, el film de Víctor Jorge Ruiz ofrece una trama que enlaza diferentes tópicos relacionados con la dictadura cívico-militar. Un escritor y periodista español nacido en Argentina vuelve al país para terminar de escribir una novela sobre sus padres, asesinados en 1976, incluyendo una deseo oculto y no muy firme de llevar a cabo una drástica venganza. Este periplo, ubicado en un alejado espacio campestre, es aprovechado por Ruiz para focalizar en aspectos visuales y en la intimidad de los personajes, que atravesarán por una incómoda historia de amor y la paradoja que experimenta el protagonista, al descubrir que el hombre al que quiere desenmascarar resulta ser un “colega”. Claro que el libro que escribe el militar transita por la vereda opuesta y se titula Tarea inconclusa, por considerar un “error” la superviviencia de los bebés de desaparecidos. Con la distinguida presencia en una escena de Estela Carlotto, esta pieza con toques de thriller presenta algunos desniveles actorales y diálogos y escenas no muy pulidas. Aún así mantiene un interés constante y se apoya en una notable caracterización de Arturo Bonín, destacándose el trabajo de Victoria Almeida como su atribulada hija apropiada.