Brutalidad honesta Un escritor que está a punto de ser padre de un hijo no deseado recuerda su traumática preadolescencia (cuando tenía 13 años) en el seno de un clan familiar (padre y tíos varios) dominado por seres patéticos, alcohólicos, brutos, vulgares y abusivos, pero al mismo tiempo con un fuerte sentido de lealtad y pertenencia. Algo así como una versión flamenca de una película de Emir Kusturica, este tragicómica historia del treintañero Van Groeningen que tuvo su estreno (y fue premiada) en la sección Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2010 combina competencias de ciclistas desnudos y de bebedores de cerveza, desventuras escolares, un homenaje a Roy Orbison, vómitos, palizas y misoginia para una mezcla muy espesa, pero que asume muchos riesgos y tiene no pocos hallazgos en su búsqueda de un humor negro sin límites ni prejuicios. Una película definitivamente "guarra", desquiciada, pero finalmente honesta y querible que proviene de una de las cinematografías más libres y estimulantes de los útlimos tiempos: la belga.
Camino a la fama El personaje principal de La vitalidad de los afectos (De helaasheid der dingen, 2009), Gunther, es mostrado en su juventud y adultez, etapas que comparten similitud en las distintas luchas que enfrenta. En sus primeros años de vida, tiene el desafío de crecer y estudiar en la casa que comparte con su padre y sus tres tíos y cuando es mayor, resiste las múltiples dificultades al intentar alcanzar el sueño de ser un escritor reconocido. En un rancho ubicado en Reetveerdegem, Gunther convive con su padre Celle (Koen De Graeve) y sus tres tíos, a los que distintos obstáculos en sus respectivas vidas los obligaron a volver a vivir en el hogar de su madre. El adolescente de 13 años no puede llevar adelante la vida normal de un niño de su edad, ya que para aquellos hombres, los días se suceden entre jarras de cervezas y la conquista de mujeres. Pero las eternas noches en las que se dedicaban a emborracharse en el bar, son interrumpidas por la llegada de una asistente social que se encargará de chequear que aquel sitio sea digno para que crezca Gunther. El director Félix van Groeningen, que basó la película en el libro de Dimitri Verhulst del mismo nombre, muestra dos escenarios totalmente distintos y bien diferenciados para marcar el paso del tiempo que separan al joven protagonista, que encarna el actor Kenneth Vanbaeden, y al mismo personaje cuando es mayor, interpretado por Valentijn Dhaenens. Mientras menor es la cantidad de años que tiene Gunther, y más atrás se remonta la historia en el tiempo, los escenarios resultan más atractivos y reflejan una era más antigua, lo que es acompañado por el vestuario de los personajes, y hasta por la música (cuando se escuchan por ejemplo los éxitos de Roy Orbison). En la etapa posterior, el espectador puede percibir la indecisión que atraviesa el joven. Los cuatro Strobbe se caracterizan por ser ridículos e insolentes, sin embargo provocan en el espectador una extraña simpatía. Sin duda el más gracioso es el hermano menor, Lowie (Wouter Hendrickx), que comparte el dormitorio con el adolescente, motivo por el cual este último se vuelve testigo involuntario de las escenas que su tío interpreta cada noche con su amante de turno. Una combinación perfecta entre algunas situaciones hacen reír, como la carrera de desnudos en bicicleta en la que todos los hermanos participan, y otras que estremecen, cuando Gunther es golpeado por su padre, dan como resultado un producto que despierta en la audiencia todo tipo de emociones, al presenciar el recorrido junto al personaje que anhela convertirse en escritor.
En La vitalidad de los afectos , el cineasta belga Felix Van Groeningen (cuya anterior Steve+Sky se conoció aquí en DVD) cuenta una historia marginal, y lo hace como si él mismo fuese parte de ese mundo, es decir, más o menos en primera persona. No sabemos a ciencia cierta si es así, si está de alguna forma poniendo un espejo delante de un universo que le es familiar, pero sí se puede afirmar que no sólo demuestra calidad narrativa, sino, además, una sinceridad que conmueve, como si fuese una confesión de partes. En verdad, Van Groeningen adapta la obra autobiográfica de Dimitri Verhulst contada por Gunther, un escritor cuarentón que recuerda el inicio de su adolescencia en una familia patética junto a su abuela, su padre y sus tíos, personajes lamentables, groseros y alcohólicos. La vida de estos seres discurre en una casa humilde, donde poco espacio le queda a este chico al que su entorno intenta hacer crecer de golpe, como si eso fuera posible cuando no existen reglas y las que sí aparecen no son precisamente muy pulidas. Se trata de gente bastante bruta que supera los límites permanentemente, que entre otros excesos organiza una bizarra competencia con ciclistas desnudos (un momento que parece homenajear al cine de Emir Kusturika). Y ocurre que la llegada de un control social cuestiona la tutela del chico a cargo de semejante padre, que se desmadra aún más, rompe su casa y termina también desahogándose a los golpes con el único ser querido cercano, al que nadie duda que ama. Van Groeningen se cuestiona, a través de su relato, cómo es posible el amor a pesar de todo, y convierte este interrogante en el gran tema que reaparece cuando aquel joven, ya adulto, es padre de un niño no deseado por él pero al que, a pesar de todo, ama también. La vitalidad de los afectos no cambiará seguramente la historia del cine, pero es un retrato sincero y hasta luminoso (y esperanzado) de un mundo más oscuro de lo que aparenta, y si consigue atrapar es por sus correctos encuadres, por su desenlace en el presente, pero en especial por la dirección de un elenco homogéneo en el que se destacan Kenneth Vanbaeden y Valentijn Dhaenens.
El escritor Gunther Strobbe (Valentijn Dhaenens) está intentando que alguien le publique su libro. Hace tiempo que le pasa esto y a lo mejor también quiere atención o la reivindicación de su sueño. Por eso se pone a contarnos una historia. Su historia, la cual es a la vez la médula en la que se basa la de cada uno de nosotros: la familia. En lugar de volverse pretencioso y querer pintar el mundo, el director Felix Van Groeningen se vuelve minimalista y retrata la historia de los Strobbe para eventualmente llegar a la aldea. Del escritor adulto que comienza a narrar, volvemos varios años atrás hasta sus conflictivos 13 años (interpretado por Kenneth Vanbaeden) en el pueblito de Reetveerdegem en Bélgica. Gunther va presentándonos uno a uno a los integrantes de su familia. Sus tíos “Gasolina”, “Fortachón” y Kurt son ideales para el dicho “Dios los cría”. Su padre “Celle” (Koen de Graeve) no les va en saga en esto de cantar, tomar cerveza (o lo que llene el vaso) y holgazanear. Finalmente conocemos a la abuela Meetje (Gilda de Bal) o sea la madre de estos cuatro hermanos y la única que parece tener los patitos en fila en una familia de propensos a la violencia pero con fortísimos valores por los lazos familiares. Una ruda forma de quererse si me permite. Lo que convierte a La Vitalidad de los Afectos en una caótica y pintoresca comedia de la vida es el hecho de que todos ellos viven juntos en una casa muy chica. Van Groeningen se mete en la intimidad más visceral de esta familia. Sin ser subjetiva, la cámara se posa varias veces a la altura del resto. Por ejemplo cuando están sentados a la mesa, como si quisiera al espectador como uno mas compartiendo ese momento. En este aspecto, es válido citar a los personajes que pinta Kusturica en sus películas: Son grotescos, si. Y también queribles. Las situaciones de confiscación de muebles, la escuela de Gunther o un concurso para ver quién toma mas cerveza, colaboran con la construcción del estado de desidia de esta familia y la consiguiente preocupación de cómo Gunther pudo sobrevivir a eso. Quizás el mejor acierto del guionista Christophe Dirickx (junto con el propio director) sea el de evitar la tamización de los personajes para no caer en una moralina barata. Por el contrario, todos esos excesos naturalmente incorporados en la idiosincrasia familiar ayudan a subrayar un sentimiento que subyace en el subtexto del film: el amor incondicional a las raíces. La relación padre – hijo se vuelve asfixiante para Gunther y a la vez será ese el catalizador para tomar decisiones que necesariamente cambiarán su vida. Sobre todo a partir de la visita de la tía Rosie (Natalie Broods). Desde el comienzo sabemos que nos están contando una anécdota funcional a entender tanto a Gunther como al resto. Lo agradable de La Vitalidad de los Afectos, es poder descubrir un humor que nace desde un lugar muy explorado, lleno de dolor y frustración por el supuesto destino que nos toca, momento en el cual las películas chicas como esta se vuelven grandes.
Desafortunados pero afectuosos El título luce cariñoso, sentimental, optimista: «La vitalidad de los afectos». Según parece, el título de la novela flamenca y la película belga-holandesa que en ella se basa y ahora vemos, sería más bien «Lo infortunado de las cosas». En francés la tradujeron «La merditude des choses». Menos francos, los norteamericanos prefirieron rebautizarla «The Misfortunates». Y sí, hay tipos desafortunados en este relato. ¡Pero son tremendamente vitales y afectuosos! Es cuestión de ver el vaso lleno o vacío. Por su parte, ellos lo prefieren lleno, y vuelto a llenar. La pasan bomba hasta que les explota el hígado. Ellos son (o eran) el padre y los tíos del protagonista. Ahora él está esperando a su primer hijo y los recuerda. Cada tanto los recuerda. Es lógico, lo criaron, lo ayudaron a crecer, él hacía los deberes en el bar mientras ellos bebían y hasta le hacían probar alcohol a otra criatura, todos estaban felices y orgullosos de sus concursos de resistencia etílica, sus carreras nudistas en bicicleta, y sus orgías de travestidos a la conquista de mujeres. Y había mujeres que se arrodillaban a sus pies, etcétera. Así habrá nacido él, que ahora no sabe qué hacer con su posible vástago. Esa es la historia, que va y viene entre los recuerdos, a veces divertidos, a veces vergonzantes. Son «recuerdos de años a los cuales no podemos volver para mejorarlos», según él mismo dice. Pero el tiempo, la vida, la abuela, algunas visitas desagradables, y el cuerpo que pasa factura, hicieron que todos fueran madurando un poco. En el fondo, eran buenos tipos, como el padre sacrificado que se gastaba el sueldo en los bares porque «era su manera de protegernos del capitalismo». En fin. La cosa no termina ahí, ni eso es todo. Tampoco es ésa la única clase de humor que vemos en la película. Hay también, desgraciadamente, varios momentos de humor escatológico, bastante desagradables, algunos otros malos ejemplos, y una melancolía incómoda en quien recuerda, cercana a la sensación de resaca. Y mucha sinceridad. La película es de Felix van Groeningen, sobre novela casi autobiográfica de Dimitri Verhulst, conocido representante de la fundación flamenca Cerdos en Apuros. Una adaptación local bien podría hacerse en cualquier villa o monobloque, sin mayores diferencias.
Una familia presa del descontrol Basada en una novela autobiográfica del escritor belga Dimitri Verhulst, "La vitalidad de los afectos" propone una historia tan irreverente, como desprovista de prejuicios morales, a la hora de evaluar el comportamiento de una familia. Los Strobbe viven en un barrio de clase media baja, en una ciudad de Bélgica. La familia está compuesta por la madre jubilada y la única que aporta recursos económicos a esa casa, en la que habitan sus cuatro hijos. Uno de ellos separado, con un hijo adolescente. Ninguno de los hombres trabaja y viven sus días y noches, entre borracheras y apuestas inútiles al juego, que lo único que hace es endeudarlos. LOS VECINOS La anarquía parece reinar en la familia Strobbe, cuyo grupo a pesar de ser considerado por los vecinos como maleducados, sucios y vagos, se mantiene unido en el afecto y viste con orgullo ese apellido, que los define como un grupo de cuidado, para los que los conocen. El observador de lo que ocurre en esa casa, es el adolescente Gunther. El muchacho ya desde la escuela primaria, siente el deseo de convertirse en escritor, pero sin duda el medio lo invita más a delinquir que al estudio. La llegada de una asistente social a la casa termina modificando el entorno de Gunther y su familia y finalmente de lo que el espectador es testigo, es de que el muchacho decidió trasladar al papel lo vivido entre los suyos. VIGOR DRAMATICO En ese libro, al que primero las editoriales rechazan, se apoya esta historia filmada con sólidos recursos narrativos y un vigor dramático admirable. "La vitalidad de los afectos" no pierde en ningún momento el concepto de unidad familiar, a pesar de las crisis, la dosis frecuente de violencia o el maltrato entre pares. Emociones que se muestran crudamente, caracteres que se definen a través de un comportamiento humano bien estudiado por este joven cineasta representante de la "nouvelle vague" belga, son parte de este filme de un intenso atractivo dramático. La película en síntesis detalla lo que ocurre cuando uno pasa de ser hijo a padre y cómo se vive esa experiencia y se la asimila simplemente a través del afecto, la dedicación y el respeto al otro. Kenneth Vanbaeden y Koen De Graeve, hijo y padre en la ficción concretan una de las actuaciones más contundente de este fascinante friso familiar.
Instinto de supervivencia Con sus 31 años a cuestas y tres largometrajes, incluidos La vitalidad de los afectos, Felix Van Groeningen es considerado por la crítica especializada como uno de los más interesantes representantes de la denominada nouvelle vague belga. Fiel a un estilo muy personal y partidario de un cine sin complacencia ni efectismos, es la primera vez que el realizador adapta una novela autobiográfica del escritor Dimitri Verhulst, que parte de la mirada contemplativa de un niño de 13 años, Gunther Strobbe (interpretado por Kenneth Vanbaeden en su etapa preadolescente y Valentijn Dhaenens en su etapa adulta), quien se ha criado junto a su padre alcohólico Marcel y sus cuatro tíos en el seno de una familia disfuncional donde la promiscuidad, la violencia, las borracheras y el desenfreno son moneda corriente. Sin embargo, ante este panorama de decadencia y autodestrucción, el muchacho siempre le encuentra un costado lúdico a los problemas y hasta por momentos divertido con las ocurrencias de sus familiares. Pero eso se termina cada vez que llega la resaca o en las ocasiones que debe soportar la violencia de su padre Marcel "Celle" Strobbe (Koen De Graeve) cuando exterioriza toda su frustración en el cuerpo de su pequeño hijo. La única que realmente intenta salvarlo del maltrato y lo obliga a concurrir a la escuela es su abuela, consciente del ambiente perjudicial en el que está creciendo su nieto. Si bien todo relato concentrado en el derrotero de una familia disfuncional presenta situaciones típicas de enfrentamientos o conflictos que desencadenan tragedias, el film de Felix Van Groeningen se destaca por un estilo seco y directo, muy particular que fragmenta la historia en dos tiempos: pasado y presente, donde la presencia del protagonista Gunter resulta clave como único punto de enlace, ya que es su mirada –tanto la de niño como la del adulto- aquella que predomina en la historia. No obstante, también la idea de narrar en tercera persona una experiencia que por lógica implicaría una primera persona –dado que se trata de una autobiografía- genera a los fines narrativos y cinematográficos una fascinante distancia que por momentos se despoja de la pura catarsis y verborragia para encontrar un vuelo poético en las peores sentencias o descripciones de momentos traumáticos. El tratamiento que el director belga emplea en la imagen mezcla por un lado el blanco y negro con un rabioso colorido, además de apelar algunas veces a un registro cuasi documental que transmite mayor sensación de verdad en la imagen como suele ocurrir en el cine de los hermanos Dardene. El drama se desplaza por los carriles normales pero siempre una cuota de extravagancia o gracia de borrachera lo quita de su densidad y sordidez hasta volver humanos a estos personajes frágiles, patéticos pero queribles, que rodean al joven muchacho y no le permiten crecer. Hay momentos donde los afectos se vuelven tóxicos; donde las familias subyugan y aplastan cualquier intento de libertad para terminar fagocitando a sus miembros. Sobre ese lazo invisible siempre a punto de romperse, de resquebrajarse, se maneja con sutileza el realizador belga haciendo gala de su capacidad para dirigir actores y extraer de cada uno de ellos las máximas purezas. Si hay algo que a veces puede salvar a las personas de la autodestrucción pese a las condiciones adversas, ese inexplicable algo es el arte y en este caso en particular la concepción de una novela autobiográfica, cruda y vivida por un adulto que alguna vez fue niño y que debió aprender a andar por la vida sin un sustento afectivo, a fuerza de instinto de supervivencia.
Alcohólicos, vagos y pendencieros Suerte de comedia de borrachos, en la película de Van Groeningen hay, en lugar de sordidez, condena y castigo, una simple naturalización de la disfuncionalidad, con buenas dosis de humor y empatía para con estos feos, sucios y malos. Que una película cuyo título en francés es La merditude des choses se estrene con el título La vitalidad de los afectos debe marcar, seguramente, un record histórico de infidelidad, aun en un terreno tan permisivo en este aspecto como es el de la titulación cinematográfica. Igual, tampoco es que La merditude des choses sea el original: esta película belga, hablada en flamenco, se llama en verdad De helaasheid der dingen. Que vendría a ser algo así como El infortunio de las cosas. Valga como consuelo el título con que se estrenó en España: La lamentabilidad de las cosas. ¿Pero cuál es ese infortunio o lamentabilidad? Tal vez el haber nacido en una casa en la que a un padre alcohólico, vago y pendenciero se suman tres tíos alcohólicos, vagos y pendencieros. Por suerte el director toma todo esto más como el John Ford de las comedias de borrachos que como el mexicano González Iñárritu. Por lo cual en lugar de sordidez, condena y castigo hay una simple naturalización de la disfuncionalidad, con buenas dosis de humor y empatía para con estos feos, sucios y malos. Si es belga tiene que haber ciclismo y cerveza. Hay y para el campeonato. Literalmente: tres de los picos de excentricidad de la película dirigida por el treintañero Felix Van Groeningen son una carrera ciclista con competidores desnudos y un par de torneos por el record internacional de litros de cerveza bebidos al hilo. Por supuesto que uno de ellos lo gana uno de los tíos del protagonista. Basada en una novela, De helaasheid der dingen (más vale evitar traducciones), no carece de tics clásicos de las películas-europeas-basadas-en-novelas: el formato de relato de iniciación, la obsesión por confrontar infancia y adultez del protagonista, la narración como memoria, el relato off en primera persona. Lo que permite al realizador desordenar ese férreo orden cinematográfico-literario es, justamente, el desorden. El desorden existencial de los Strobbe (a los que el protagonista califica de tribu) y el desorden de puesta en escena con que Van Groeningen traduce, acertadamente, ese de-sarreglo existencial. Todo es caótico en casa de los Strobbe. La cohabitación de cuatro tipos adultos (todos separados de sus mujeres, todos sin empleo a la vista), la abuela y el nieto, en un espacio reducido; la desa-tención por si el chico concurre o no a la escuela; la ocasional promiscuidad (cuando llegan con alguna mujer, los tíos no se fijan si lo hacen o no en la cama de al lado) y el eventual castigo físico del padre al hijo. El mayor acierto de Van Groeningen reside en la elección del punto de vista, que no condena ni se escandaliza de esta suerte de hooliganismo de entrecasa. Pero tampoco celebra una vida en pelotas, cantando canciones de borrachos. En lugar de eso, Van Groeningen mete la cámara entre ellos, filmándolos a la misma altura (en sentido literal y figurado) y llenando el cuadro de gente, muebles y objetos, utilizando angulares para que todo eso entre en cuadro. “Los Strobbe son así”, parece decir la película, sin que ello implique resignación o fatalismo. “Se puede ser un Strobbe y no ser así”, dice también, en la figura de ese chico en quien lo hereditario y lo adquirido andan a las piñas, como su padre y sus tíos en el pub de la vuelta.
“Cualquier semejanza con la realidad es puro conocimiento de la raza humana”. Así comienza este relato basado en la vida del escritor cuarentón Gunther Strobbe, quién rápidamente viaja en sus recuerdos a la época en que tenía trece años y sus días eran de todo menos tranquilos. Abandonado por su madre, Gunther vive en una pequeña casa junto a su abuela, su padre y sus tres tíos: una manada de toscos, brutos y feos que izan la bandera de la cofradía con un marcado sentido de la hermandad. La cerveza corre por litros y sirve como medio para divertirse, para olvidar, para conocerse y para desinhibirse. La llegada de la única mujer de la familia junto a su hija, es una brisa de aire nuevo. Sin embargo, la tensa relación que une a Gunther con su padre parece no encontrar solución mientras ambos vivan bajo el mismo techo y el hombre decida comenzar un programa de desintoxicación. La visita del servicio de protección infantil será el primer paso en el largo proceso de recuperación de los vínculos y la reconstrucción del amor entre ellos. Esta coproducción entre Bélgica y Holanda, que sólo será proyectada en calidad DVD, retrata al detalle a una familia marginal poniendo el ojo en el absurdo que se esconde detrás de algunos momentos dramáticos, proporcionando un comic relief que no se ciñe a un único personaje. Tanto los momentos de prosperidad (aquel que coincide con el recital de Roy Orbison genera una sonrisa complice) como aquellos de vacas flacas contextualizan el tema central del filme: la decisión de hacerse cargo de los hijos, más allá de que ellos no hayan sido buscados y fueran concebidos por un descuido. La responsabilidad y el sentido de la paternidad es una cuestión generacional, trascendente, que atraviesa las diferentes épocas en las que se desarrolla el relato.
Feos, sucios y malos. Aunque decidí titular está crítica en honor al clásico de Ettore Scola (algo que, debo admitir, ya había hecho con Torrente IV, pero creo que en este caso la elección es aun más apropiada), el mundo reflejado por La vitalidad de los afectos me recuerda a algunas películas escocesas de los últimos años, o a los personajes de Kusturica. Gunther es un aspirante a escritor treintañero que no puede conseguir editor para su novela. Su mujer, a la que odia, está embarazada, por lo que debe trabajar de lo que venga para subsistir. Estas acciones se intercalan con la narración autobiográfica del protagonista, que revive su tremenda pre adolescencia junto a su familia. En la cochambrosa morada de los Strobbe solo la abuela trabaja. Mientras, sus cuatro hijos (incluyendo al padre de Gunther) holgazanean, se emborrachan, salen de putas y chocan autos. El niño es un desastre en la escuela y sólo ve un futuro posible fuera de Reetveerdegem y de esa casa. Paradójicamente, las bestialidades que presencia día tras día constituirán su objeto de inspiración. Todo parece indicar que Gunther será un Strobbe más, y sólo él puede alterar las coordenadas de ese destino miserable. La vitalidad de los afectos contiene algunas escenas memorables en las cuales no se ahorra descripción alguna. El concurso de beber cerveza, la carrera de ciclistas desnudos, el polvo contra la pared del bar, la borrachera con canciones de Roy Orbison y el baño al aire libre donde cagan los Strobbe son postales de un retrato lamentable, hilarante, despreciable, querible y, sobre todo, sincero. Con el aporte de unas actuaciones soberbias, el relato de Felix Van Groeningen (quien a su vez se basó en la novela de Dimitri Verhulst) entrega toda su visceralidad sin golpe bajo alguno. Por toda la mugre que nos hace ver no hay reproche que hacerle. Lejos de ese pasado de violencia y peinados ochentosos, el Gunther adulto consigue finalmente convertirse en escritor. De vez en cuando vuelve a Reetveerdegem a visitar a esa tribu de salvajes cuya penosa existencia le valió su obra consagratoria. Claro que con el éxito llegó la vida que tanto anhelaba, junto a una nueva mujer y a un nuevo hijo por los que, ahora sí, siente afecto. Algo así como un salto de calidad que lo alejó del infierno anterior. Van Groeningen no lo juzga, y quizá tampoco deberíamos hacerlo nosotros. Si hay algo que no se le puede señalar a su película, como dijimos, es falta de honestidad.
Los Strobbe son una familia algo especial. Sucios, borrachones, vulgares, irresponsables. Pero entrañables para el espectador. Quizá esa haya sido la mayor virtud de Félix Van Groeningen. Es que el director no cayó en el lugar común de pintar a una familia marginal de un pueblo belga con el tic en el que caen muchos. Son ebrios y vagos, pero no asesinos y violadores. No son ideales para invitar a casa a comer ravioles un domingo al mediodía pero tampoco andan con un cuchillo entre los dientes todas las mañanas. El filme está contado desde la perspectiva de Gunther, un adolescente de 13 años que vive con su padre Celle, sus tres tíos y su abuela, la única santa, que a veces sufre y otras se divierte con las travesuras familiares. Gunther ve a los tíos como un espejo de su futuro. Todo indica que su destino va en esa dirección. Pero el relato no es lineal y eso lo hace más atractivo aún. La trama pivotea con Gunther adolescente, con sus problemas en el colegio y las dificultades para vincularse con sus amigos, pero también con Gunther adulto, con más fortalezas que miserias. "La vitalidad de los afectos" transita por momentos dramáticos pero sale airoso en pasajes de comedia, como la competencia de tomadores de cerveza o la carrera de ciclistas desnudos. La lealtad familiar es otro tópico clave de la película, ideal para los que aman el buen cine independiente europeo.
El relato iniciático de un adolescente La mayor parte de los críticos coincidieron en establecer un paralelo entre el protagonista, de trece años y el inolvidable antihéroe Antoine Doinel, de la saga que abre Los cuatrocientos golpes, del francés Francois Truffaut. Nominada para el premio Oscar en el rubro mejor film extranjero, y con sólo una semana de permanencia en los cines de Capital Federal, se ha conocido en estos días en nuestra ciudad esta atípica realización del director belga Felix Van Groeningen, para nosotros particularmente desconocido pese a que cuenta ya con una trayectoria considerable, que nos acerca a otra visión de lo que nosotros concebimos de lo que se ha dado en llamar y reconocer "primer mundo". En el momento de su estreno, y en los pocos días en que mereció numerosos premios internacionales tras su presentación en muestras y festivales, la mayor parte de los críticos coincidieron en establecer un paralelo entre su protagonista, un adolescente de trece años, que se va asomando desde la mirada desde el mismo personaje, ya adulto, volcado a la escritura de una novela autobiográfica, que se mueve en un mundo familiar que permanece indiferente ante sus inquietudes, que no contempla sus temores, sus deseos; un personaje tal como lo experimentaba y lo padecía el ya inolvidable antihéroe Antoine Doinel, entrañable criatura de la saga que abre Los cuatrocientos golpes, de la mano del siempre recordado Francois Truffaut. Si seguimos de cerca a nuestro personaje, lo vemos en medio de un pueblo de provincia (el film de Truffaut, urbano), ligado a un mundo semi?marginal, viviendo junto a su padre semidesocupado, abandonado a la suerte de una vida entre el ocio parasitario de sus tres tíos que ven pasar sus horas entre vasos de cerveza y lanzados desnudos a las carreras de ciclismo. Junto a su padre, en ese ambiente, respirará violencia, la que se ejercita en el propio ámbito escolar, la que lo llevará a vivir situaciones dramáticas que lo colocarán frente a figuras institucionales y asistentes sociales. Como acontecía, en algunos aspectos, en el film de Francois Truffaut. Ambientada en los años 80, en un clima en el que los hermanos sí se gratifican escuchando al sensible y admirado Roy Orbison, el joven de trece años, no obstante, sentirá en la figura de su abuela ese espacio de protección que los otros le niegan. Sí, en cambio, su mirada, se posará, sobre una joven prima, que un día llegará a ese lugar. Su educación sentimental estará marcada por sobresaltos. Entre el rechazo y el diálogo que le brindan los de la del Servicio de Protección Social (recordemos ese antológico momento en el que Antoine Doinel es entrevistado por un personaje similar), aunque en el film que hoy comentamos el clima que se respira no está matizado por lo que el cine le permitía a Antoine Doinel, desde lo lúdico y lo creativo, junto a un amigo. Van Groeningen logra transmitirnos ese sentimiento de orfandad que experimentan tantos niños, desde el Neorrealismo hasta la Nouvelle Vague, alcanzando a tantos directores de los nuevos cines de la cinematografía latinoamericana e iraní, alejados del exitismo de la idea de niños prodigios, triunfalistas, que tanto gustan a la industria. Sentimiento de orfandad que este film transmite desde esa vivencia dolorosa que surge desde esa primera persona que, mirándonos, nos acerca ese retazo, ese fragmento de su propia vida. Y que encontrará en el acto de la escritura y en la llegada de su propio hijo la reconciliación con su propio pasado.
Pasiones desatadas, libertad condicionada El título original de la novela del escritor belga Dimitri Verhulst es De Helaasheid der Dingen, algo así como “El infortunio de las cosas”. Nada que ver con el título con que se conoce aquí la versión cinematográfica de Felix van Groeningen: “La vitalidad de los afectos”. Desde ya que el título original tiene más relación con el contenido, aunque los afectos sean también protagonistas ineludibles en la historia de los Strobbe en su país natal. Son cuatro hermanos que viven con su madre, una pensionada que tiene que hacerse cargo de los grandulones porque ellos son vagos, jugadores y bebedores empedernidos, que se gastan lo que tienen y lo que no tienen en juergas. Las deudas los acosan y siempre terminan parasitando a la anciana, que no es capaz de ponerles límites a sus vástagos. ¿Del padre?, ni noticias. En ese ambiente está tratando de crecer Gunther, un niño de trece años, hijo de uno de los hermanos, a quien la madre abandonó a poco de nacer. El relato está narrado en primera persona por el protagonista, quien en su vida adulta, es un escritor de novelas, a través de las cuales, aparentemente, ha logrado no sólo tener un digno pasar económico sino también exorcizar los fantasmas de su infancia, dolorosa, por cierto. Gunther ha tenido que pasar los años más tiernos de su vida entre borrachos desaliñados, groseros y violentos, sin madre, y con una abuela de muy buenos sentimientos, pero víctima también de los abusos de esa banda de desconsiderados llamados hijos. El pequeño es sometido a todo tipo de presiones para tratar de inclinarlo hacia las mismas malas costumbres de su padre y de sus tíos, pero algo se rebela en su interior, una necesidad de zafar de las garras de ese ambiente autodestructivo y promiscuo. Dotado con una sensibilidad y una inteligencia especiales, aprovechará las oportunidades (aunque pinten calvas), para buscar y al fin, encontrar, una salida a su situación y así, quizás, evitar ese destino poco promisorio que caracteriza a los miembros de su familia. Familia disfuncional La vida cotidiana de los Strobbe es un caos, un caos existencial, económico, afectivo. Es una familia completamente disfuncional, incapaz de establecer relaciones normales y durables con otras personas. El relato de Van Groeningen asume el caos como estilo narrativo y muestra las cosas como son, sin analizarlas ni juzgarlas. Solamente se intercalan algunos párrafos en off dando cuenta de que se trata de la historia contada por uno de sus protagonistas, varios años después. Son los recuerdos de Gunther adulto los que se expresan, y como todos los recuerdos, sobre todo de la infancia, son más bien desordenados y si a eso se le agrega el entorno, literalmente bochornoso, se entiende que la subjetividad domina por completo la escena, llevando a situaciones extremas o disparatadas a cada paso, porque se trata de una subjetividad extravertida y ruidosa, por lo general. En el presente narrativo, Gunther es un joven treintañero, que ha logrado hacerse un lugar en la vida, pero para ello tuvo que pagar el costo de renunciar a su familia. Por decisión propia, a los trece años se refugió en un internado para chicos con problemas y a partir de allí, comenzó su recuperación. Pero los lazos familiares no son tan fáciles de romper y la vida lo pondrá ante pruebas y zancadillas difíciles de eludir, aunque con el tiempo, logrará reconciliarse con sus orígenes y seguir adelante. Es un relato de iniciación, con ribetes costumbristas y con final alentador, donde el esfuerzo personal le gana a la adversidad y a la orfandad.
Premiado en Cannes, el film está contado desde la mirada de un niño y se ocupa de lazos de sangre entrañables, que redoblan la apuesta en las peores circunstancias. Un chico de 13 años, sin mamá a la vista, vive con su padre, Celle, en la casa de su abuela. Celle está lejos de ser el papá ejemplar, pero a su manera quiere profundamente a su hijo. Comparten la casa tres tíos con quienes Celle se agarra unas borracheras fenomenales. Queda claro que no es el ambiente ideal para una criatura que está por entrar en la adolescencia. Así y todo, para el muchachito ese es su lugar en el mundo. Una visita del Servicio de Protección Infantil intentará poner las cosas en su lugar. Las autoridades deciden que no es ese el hábitat adecuado para el chico. Tiempo de cambios y separaciones que duelen mucho. Habrá que ver si la fuerza y la intensidad de los afectos pueden más que lo que imponen las reglas de convivencia.