Rescate cultural En Lantéc Chaná (2016), el documental dirigido por Marina Zeising (Habitares, 2014), se registra la supervivencia de una lengua que se creía extinta. En la página web de la UNESCO existe un apartado donde se deja asentado aquellas lenguas que se encuentran en peligro por no quedar registro alguno del idioma o ante la inevitable muerte de sus hablantes. A través de un filtro que se aplica por país, un mapa ubica la zona donde se habla el idioma en peligro y la cantidad de personas que lo utilizan Una de esas lenguas es el chaná. Blas Wilfredo Omar Jaime es el último hablante vivo de esta lengua y en el documental se registra la unión de este con Pedro Viegas Barros, investigador y lingüista del CONICET, en primer lugar para confirmar la veracidad del caso y, como veremos más adelante, confeccionar un diccionario chaná-español. Lantéc Chaná es un documental valioso y original pero, en lugar de tratar la temática con entusiasmo, adquiere un tono solemne del que le cuesta salir y opaca la figura de su protagonista y el enorme desafío que tiene por delante. En palabras de la narradora, se habla sobre la brutal matanza de los pueblos originarios en manos de los españoles y luego en las dos campañas del desierto. En el año 2016, no quedan dudas del papel de los conquistadores y de los argentinos que llevaron adelante el plan de exterminio para borrar cualquier rastro de los habitantes originales de nuestro país. La narración parece apuntar siempre al mismo lugar, descuidando a Blas Jaime y su apasionante historia como único guardián de la lengua, y por ende, de la cultura de sus antepasados. No obstante lo señalado, Lantéc Chaná posee un valor inconmensurable que quedará como una fuente de consulta sobre un tema apasionante.
Un documental que revela como el último sobreviviente de la lengua Chaná (un jubilado y ex predicador) se dio a conocer y el trabajo que lo unió al investigador y lingüista del Conicet Pedro Vargas Barrios. Una labor de reconstrucción de una lengua y una cultura que estaba destinada a desaparecer, porque perteneció a una etnia extinguida hace 200 años. Pero también es un alegato a favor de los pueblos originarios que desde la conquista perdió sus derechos y fueron tratados literalmente como animales. Un trabajo emotivo e informativo de la directora y guionista Marina Zeising y el camino conmovedor de Blas Jaime que comprende su destino y se compromete. Una parte de nuestro pasado silenciado que vuelve.
Publicada en edición impresa.
Relatos de una lengua condenada El documental de Marina Zeising se centra en Blas Jaime, el último hablante de la lengua chaná, etnia de Sudamérica que se consideraba extinguida desde hace más de 200 años. La figura de este hombre sencillo, ex predicador mormón, y sus explicaciones sobre la cultura de la que es único heredero resultan fascinantes. Pero el documental pierde el foco siguiendo a otros personajes que están a su alrededor y subrayando mediante una voz en off reflexiones sobre la matanza de los pueblos originarios y la ofensiva realizada para borrar sus culturas. Ninguno de estos textos consiguen el impacto del propio Blas contando que les cortaron la punta de la lengua a las niñas chaná para que no pudieran hablar su idioma y transmitirlo a las siguientes generaciones. En esa breve escena el mensaje es mucho más fuerte y claro.
UN HOMBRE, UN LENGUAJE, UNA CULTURA La historia de Blas Jaime es cuando menos singular, por cómo carga sobre su persona un compendio de simbolismos y discursividades. Ex predicador mormón, originario del litoral argentino, se reveló públicamente a los 71 años como el último heredero y conocedor de la lengua chaná, una etnia nativa sudamericana considerada como extinta desde hace más de dos siglos. El documental Lantéc Chaná sigue el proceso de validación y difusión de ese lenguaje, en lo que es también una reconstrucción cultural. El film escrito y dirigido por Marina Zeising es esencialmente simple en su concepción, apostando al seguimiento de Blas Jaime -un personaje sumamente carismático, dentro y fuera de la pantalla-, y a diversos testimonios, entre los que se encuentra el de Pedro Viegas Barros, investigador y lingüista del CONICET, quien estuvo encargado del proceso formal de validación de la lengua. Por momentos, Lantéc Chaná puede verse como una aventura o una road movie lingüística, donde el recorrido del protagonista y su historia está atravesado por el lenguaje, con lo corporal interactuando con lo discursivo. Blas Jaime es un testimonio cultural vivo, parlante y con una visión propia, y la película acierta en respetar ese factor decisivo. Donde Lantéc Chaná tropieza es en su casi permanente voluntad -particularmente en los minutos finales- por remarcar la persecución a la que fueron sometidas diversas etnias, además de la necesidad de mantener viva la memoria de sus concepciones y legados. Obviamente que es imposible estar en desacuerdo con esa perspectiva, pero lo cierto es que las imágenes ya transmitían ese mensaje, y más aún las acciones y discursos de Blas Jaime. Allí la película peca de un didactismo que incluso subestima al espectador y que disminuye sus logros. Pero aún con sus redundancias discursivas y su puesta en escena que cae en algunos vicios cuasi televisivos, Lantéc Chaná consigue exponer una vida apasionante, que también da cuenta de numerosos factores culturales, sociales y políticos. Y que en un punto nos interpela a nosotros mismos como espectadores y seres sociales.
Atrapante relato sobre aquello que no se puede perder, la identidad, y la dificultosa tarea de recuperar, aunque sea de manera documental y cinematográfica, aquello que se está por perder para siempre La realizadora logra empatizar con Blas, su objeto de estudio y también su compañero, configurando un espacio narrativo simple y concreto para revelar una vez más la naturaleza destructiva del hombre.
La directora y guionista argentina Marina Zeising intenta mostrar la fuerza y coraje de su protagonista Blas Jaime quien es padre y abuelo, y a través de su testimonio y comentarios se anima a dar a conocer sus orígenes, sus raíces, su verdadera identidad ,además de la buscar que se conozca su lengua y cultura. A pesar que en Latinoamérica y en Argentina, los temas y problemáticas relacionadas con los pueblos originarios, sobre todo en los últimos años, fueron visibilizados aquí se muestran algunos que aun perteneciendo a determinada tribu o siendo descendientes de aquellos niegan sus orígenes para no ser discriminados. Un documental que debería ser exhibido en las escuelas.
Los espectadores con inquietudes históricas y filológicas harán bien en tomar nota del título de una de las películas que se estrenan hoy jueves en la Ciudad de Buenos Aires, Lantéc Chaná. El segundo documental de Marina Zeising reconstruye el trabajo de (re)descubrimiento, recuperación y reivindicación de una lengua autóctona que se habló en el territorio aledaño a la confluencia de los ríos Negro y Uruguay, y que hasta hace poco se creyó extinta desde la época colonial. En el registro de este proceso se cuela un tributo al esfuerzo individual primero, colectivo después, por reparar el daño que el imperialismo español les infligió a las culturas llamadas originarias o precolombinas. A la luz de este artículo que Daniel Tirso Fiorotto publicó en el diario La Nación, data de al menos doce años la porción de historia que Zeising cuenta en 61 minutos. La realizadora porteña eligió como principal vocero al último descendiente de la cultura chaná que, a contramano de las hipótesis académicas, todavía habla la lengua homónima. Mientras retrata a Blas Wilfredo Omar Jaime, la documentalista relata una serie de encuentros que parecen providenciales. El primero, con una abuela y una madre decididas a legarle el idioma a un varón, a contramano de cierta tradición matriarcal. El segundo, con una aparición que adelantó la misión histórica que este entrerriano ahora octogenario empezó a cumplir a la edad de 71 años. El tercero, varias décadas después, con el lingüista José Pedro Viegas Barros que abrió las puertas al reconocimiento académico. Hay un cuarto encuentro, con la porción de pueblo argentino interesada en conocer éste (y otros) tesoros de nuestras culturas autóctonas. Zeising combina el testimonio de su principal entrevistado con declaraciones de Viegas Barros y otros estudiosos de la comunidad chaná, con registros de la presentación del libro que Don Blas escribió con el investigador del Conicet, con breves intervenciones de más allegados a este otro hablador, en honor al libro que Mario Vargas Llosa publicó en 1987. También participan del relato dos actores: Jorge Booth, que lee en off algunas de las observaciones que el párroco Dámaso Larrañaga anotó sobre los chanaes en su Diario de viaje de Montevideo a Paysandú a principios del siglo XIX, y Ana Kogan que encarna el afán por conocer una historia silenciada. Del material de archivo consultado, sobresale –además del documento histórico elaborado por Larrañaga– el Atlas de las lenguas del mundo en peligro elaborado con el auspicio de la Unesco. En esta versión online, los curiosos encontrarán la identificación de Jaime en tanto último parlante. En este punto vale adelantar que la película da cuenta del esfuerzo pedagógico por asegurar la transmisión generacional del idioma y así evitar su extinción. Lantéc chaná dialoga con Sip’ohi. El lugar del manduré, documental que el también porteño Sebastián Lingiardi filmó en 2011 sobre la tradición oral de la comunidad wichí oriunda del norte argentino. Cada uno a su manera, ambos largometrajes se proponen recuperar las voces que los españoles acallaron en nombre de la pretendida supremacía blanca y cristiana. Cinco años le llevó a Zeising realizar este trabajo que presentó antes de ayer en la Casa de Entre Ríos en Buenos Aires. Tras el estreno porteño en el Gaumont, el film desembarcará en el cine municipal Select de La Plata el 27 de agosto y en el cine Rex Paraná de Entre Ríos cuatro días después.
Crítica publicada en la edición impresa
Lengua materna. El documental , rescata un caso que merece conocerse no sólo porque registra un hecho vital de la identidad multicultural argentina, sino uno que es único en el mundo. Se trata de la historia de Blas Jaime, último hablante de chaná, lengua que se creía extinguida desde finales del siglo XIX junto con el pueblo litoraleño del mismo nombre. Para mensurar la importancia de Jaime basta mencionar que su aparición motivó la inclusión del chaná en el Atlas Universal de Lenguas de la Unesco como uno de los 18 idiomas hablados dentro del territorio argentino, consignando que sólo existe 1 (un) hablante. Jaime cuenta que aprendió el chaná a través de su madre, quien le transmitió lo que ella misma había aprendido de madre, y esta de su abuela, siempre por vía oral. Una lengua materna, nunca mejor dicho. El dato revela más que lo que la anécdota cuenta, porque habla del rol de la mujer dentro de la sociedad chaná como guardiana y transmisora del acervo de su pueblo. Un matriarcado cultural, idea que se confirma en el hecho de que ellas eran además las encargadas de realizar las tareas de alfarería, produciendo las piezas destinadas a la labor doméstica, pero también aquellas que cumplían funciones decorativas o religiosas. “Las mujeres eran las que impulsaban los cambios de lugar [mudanzas]”, cuenta Jaime. “Y cuando se abandonaba un territorio, ellas rompían todas las vasijas y las iban arrojando por el camino para dejar atrás los malos espíritus que hubiera ahí”. A través de él también es posible conocer algunas de las costumbres de los hombres dentro de la tradición chaná. Al hablar de sí mismo dirá: “yo nunca he llorado todavía. Ni río ni lloro. Ni risa ni llanto, ni baile ni canto. El hombre, el guerrero, no canta ni baila, ni se rinde ni se arrodilla ni traiciona. Todas esas son las utapec, las prohibiciones de la cultura”. Desde lo cinematográfico Lantéc chaná realiza un estupendo trabajo de fotografía, sobre todo en el retrato de los distintos espacios geográficos que se recorren durante el relato. Como contrapartida la película en general no logra ir más allá de las herramientas básicas más usadas para presentar los testimonios, haciendo que el relato oscile entre una narrativa esquemática y el alto impacto visual. Por encima de ambos elementos se encuentra la potencia de su protagonista, sobre quien la película se apoya de manera absoluta. El peso de los relatos de Jaime alcanza para incrementar el valor de Lantéc chaná. Su explicación de por qué se extinguieron su lengua y su pueblo es un buen ejemplo. Cuenta que los españoles tenían un método eficaz para imponer su idioma a los aborígenes, evitando que las culturas locales se propaguen a través de las lenguas originales. Dice el protagonista que a los niños que en lugar de hablar castellano lo hacían en el idioma de sus padres se les cortaba la punta de la lengua. A las niñas en cambio se les pinchaba un ojo. “Así cualquier idioma se pierde”, concluye.
Lengua agonizante. Los Chanás fueron un pueblo originario ubicado entre el Río Negro y el Río Uruguay, diversificados en los territorios de las provincias de Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y norte de Buenos Aires. Ligados a la cultura Charrúa, con el tiempo el registro de este pueblo se fue volviendo más y más difuso. Entre sus características, poseían un lenguaje propio, el Chaná, reconocido actualmente como una lengua en peligro de extinguirse por la falta de descendientes que la practiquen. Blas Wilfredo Omar Jaime se considera como el último hombre que conserva esta lengua, y sobre él gira Lantéc Chaná, un documental que se asimila, intimista. Jaime se reúne con un investigador del CONICET, Pedro Viegas Barros, con la idea de planificar la preservación de ese lenguaje mediante la confección de un diccionario para la posteridad Chaná-Español. Blas Jaime es de por sí un personaje interesantísimo, el último bastión de una cultura mucho más grande y rica de lo que podemos presumir. Escucharlo hablar debería alcanzar para atrapar a un espectador interesado en estas historias de vida y en la lucha porque los orígenes de la cultura que habitó esta tierra no se pierdan. Sin embargo, algo en Lantéc Chaná no funciona tan bien como debería. La distancia evitable: Quizás por una falta de confianza en su propio material, quizás por esa tangente perversa de querer abarcar más de lo necesario, Zeising decide no quedarse únicamente con la palabra de Blas Jaime. Posa su mirada en otros habitantes de la zona, recurriendo al texto citado en voz en off para narrarnos sobre el accionar de los conquistadores españoles y de los terratenientes durante las distintas “campañas al desierto”. Estos dos accionares, que ya fueron explicitados con mayor dedicación infinidades de veces, corren el eje puntual sobre la figura del pueblo Chaná y su último sobreviviente; intenta generalizar, pero en su afán pierde peso, logrando un distanciamiento extraño en algo que se avecinaba como íntimo y cercano. Así, Lantéc Chaná cobrará fuerza cada vez que pose su mirada sobre Blas Jaime y el intento porque su lengua no muera, sobre sus relatos, de por más elocuentes, más gráficos y personales que los citados en la voz en off. Cierta solemnidad y un apartado técnico prolijo no innovador, tampoco colaboran en que el documental se eleve. Conclusión: Lantéc Chaná cuenta una historia de vida interesante, y a través de ella se abre paso a una lucha por la preservación cultural de un pueblo originario. De haberse limitado a esa interesante premisa el resultado hubiese sido más vivo, concreto, y profundo, que el conseguido en este documental.
Hagamos correr la voz La génesis del documental Lantec Chaná (2017), dirigido por Marina Zeising, tiene como misión reconstruir la historia argentina. Con esta premisa y el testimonio del último aborigen autóctono de la etnia Chaná, Blas Jaime -oriundo del Litoral argentino-, logra romper 70 años de censura para reivindicar la figura de los pueblos originarios y propone descubrir quiénes somos a partir de quienes fuimos. Esta temática redefine por excelencia el sello de su filmografía desde su primer largometraje documental, Habitares (2014), donde le da voz a los sectores que el sistema intenta silenciar y transformar la sociedad. Así también lo hizo en la serie televisiva Conurbano, que produjo para Canal Encuentro, y en el cortometraje Dolores (2016), donde denota su vocación comunitaria y preocupación por la violencia de género en el marco de la marcha #niunamenos. Su tercer largometraje pone la vara en derribar el falso paradigma impuesto por los conquistadores españoles genocidas que, a mansalva, sepultaron los pueblos originarios de Argentina, su cultura y patrimonio, y los evangelizaron y alinearon a su cultura. Esta denuncia apunta directamente a las doctrinas establecidas por el Estado y la iglesia que apañan la desigualdad de clases sociales y vulneran sus derechos cívicos. Es la contrapartida de los libros de historia para develar las atrocidades que ocultan y, al mismo tiempo, la herramienta para reconocer y rendir homenaje a los primeros habitantes de nuestra nación. Éste es el espíritu que atraviesa el guión. Desde el primer minuto la narración se centra en reivindicar los derechos humanos de la etnia Chaná, nativa de Sudamérica, que se consideraba extinguida. Para ello, Zeising sustenta su tesis con el testimonio del último sobreviviente: Blas Jaime, un ex predicador mormón que en 2005 se animó a desmentir el mito español que enterró su cultura y denunció a los medios que querían convertir el cementerio de su tribu en un estacionamiento de autos. Este hecho polémico fue tapa de grandes diarios y el Estado les dio el visto bueno, permitiendo que se visibilicen los pueblos originarios. Lantéc Chaná da cuenta de esto y pivotea sobre dos ejes cruciales. Por un lado, cuestiona el enorme déficit en materia educación, proponiendo la revisión de la historia y su modelo industrial. Por otro, pone en tela de juicio por qué las tribus se resistieron a asumir su identidad. Y aquí es interesante cómo la directora utiliza conceptos de autor para darle un marco teórico a su propuesta, como Opresores y Oprimidos, de Paulo Freire; Civilización y Barbarie, de Domingo Faustino Sarmiento; Cultura, Contracultura y Subcultura, de Ken Goffman; Base, Estructura, Superestructura, de Karl Marx. Este anclaje semiótico, en conjunción al testimonio del lingüista e investigador del CONICET Pedro Viegas Barros, aporta el conocimiento científico necesario para que su tesis no sea refutada. Juntos reconstruyen, enseñan, perpetúan la esencia aborigen y la materializan en el primer diccionario Chaná del mundo, que convirtió a Jaime en referente de la historia nacional cual enciclopedia viviente y ejemplo a seguir por sus descendientes que con coraje hoy se animan a hablar. A nivel producción, su montaje paisajista se centra en un ecosistema cuyas locaciones, musicalización y utilería reconstruyen a la perfección las huellas de los Chaná. El rodaje se realizó en las provincias del Litoral, sobre todo Entre Ríos, donde llevaron a cabo el trabajo de campo de la investigación. En este sentido, cabe destacar los planos detalle arqueológicos (vestimenta, rituales y vasijas de cerámica gruesa donde decoran con palabras de su lengua nativa), que hoy forman parte de su patrimonio en el Museo Serrano de Entre Ríos, y también arquitectónicos, sus asentamientos y geografía. Lantéc Chaná construye un material educativo para que la sociedad y las nuevas generaciones amplíen su visión de los nativos y, al mismo tiempo, cuestione la credibilidad de los libros de historia.
Documental sobre el último heredero de la lengua chaná, etnia nativa de Sudamérica que se consideraba extinguida hace más de 200 años. Es Blas Jaime, jubilado y reconocido por Unesco como último chaná parlante del mundo. Un documental que con sensibilidad registra, y alerta, sobre la pérdida de idiomas y culturas, pero que suma bajadas de línea que le quitan, a su tema, la fuerza que solito ya tenía.
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Respecto de los Chaná, cronistas de Indias mencionan por primera vez al pueblo “chaná” en 1520, con las expediciones de Hernando de Magallanes. Desde el siglo XVI los chanaes o chanás, pueblo pacífico, próximo a los charrúas que habitaba en la Republica Oriental del Uruguay, en la confluencia del río Negro y río Uruguay, las costas e islas de este último, y las islas del Delta del Paraná, entre las provincias de Entre Ríos, Santa Fe, Buenos Aires y hasta Corrientes. En la época colonial la mayor parte de los chanás fueron concentrados en reducciones, principalmente en la de Santiago de Baradero, fundada hacia 1615, y en la de Santo Domingo Soriano (actual villa Soriano en la República Oriental del Uruguay) fundada en 1660. Hacia el año 1815 el sacerdote Dámaso Antonio Larrañaga, quien escribía los discursos de Artigas, se acercó a Soriano, a la reducción indígena, y allí entrevistó a los tres indios más viejos para armar el registro conocido como lenguaje “chaná”. De lo recopilado por él se publicaron algunos datos sobre la pronunciación y estructuras gramaticales del chaná, además de unos 70 términos. Los chanás eran canoeros que practicaban la pesca y la caza de animales del monte, eran sedentarios, o semi-sedentarios, radicados en pequeñas aldeas, sabían de alfarería y practicaban agricultura. La cultura chaná se transmitía por medio de la vía femenina, la lengua de los aborígenes “chaná se creía que extinta desde hace unos 200 años hasta que el paranaense (nació en Nagoya) Blas Wilfredo Omar Jaime, descendiente de esta etnia, dio a conocer su “tesoro lingüístico” heredado de su abuela y de su madre, donde expresaba: “Dado que la cultura chaná se transmitía de mujer a mujer, que sus hermanas mujeres murieron siendo niñas, que su madre viuda ya no tendría más hijos y que sus tres hermanos ya se habían ido de la casa, le toco a él, a partir de los 14 años, la responsabilidad de preservar la memoria y el lenguaje de su pueblo” . Lo que nadie esperaba fue la aparición de un hablante de la lengua chaná. Su pueblo desapareció en tiempos de la conquista europea por cruentas masacres, o bien porque su sangre se mezcló con la de sus conquistadores. Blas Jaime es jubilado de vialidad provincial, 80 años, radicado en Paraná, tataranieto de Nicasio Santucho, indio ermitaño de Nogoyá, e hijo de Linu, quien murió cuando Blas tenía seis años, y pasó a ser el depositario de la memoria de ese pueblo. Pedro Viegas Barrios, investigador del Conicet, que se dedica a la lingüística histórica comparativa de lenguas aborígenes argentina, nos dice “Hace unos años, estando en Rosario, leí en un suplemento cultural sobre la vida de Blas Jaime y su lucha por mantener viva la cultura y la lengua chaná. Como investigador del Conicet pensaba que ya no quedaban rastros de este pueblo en Entre Ríos, así que me comunique con él y el encuentro dio sus frutos, “El diccionario de la lengua Chaná”, publicado por la Editorial Entre Ríos. Blas Jaime reveló públicamente, a sus 71 años, que es el último heredero de la lengua Chaná, etnia nativa de Sudamérica que se consideraba extinguida hace más de 200 años, de la cual se conocían pocos datos. Pedro Viega Barrios, investigador y lingüista del Conicet, validó su lengua y hoy es reconocido por la UNESCO como el ultimo Chaná parlante. Juntos emprendieron la odisea de reconstruir la lengua y cultura, para que no desaparezca como tantas otras en el mundo.: El documental “Lantéc Chaná”, escrito y dirigido por Marina Zeising, no trae innovaciones en cuanto a las entrevistas, comentarios siempre utilizados, y buena fotografía, pero sí aporta a una temática muy interesante, como lo es la perdida de las primitivas lenguas indígenas de nuestro continente, y la aparición de Blas Jaime(1), que logra ponerse al hombro la película y llevarla a buen término. Su figura sobresale en la validación y difusión del lenguaje. y en la reconstrucción cultural, logrado ya en parte al traspasar su lucha a su hija – actualmente es la encargada de dictar las clases - ,y que en un momento, cuando él quiso enseñarle el lenguaje y las tradiciones culturales le dijo “yo no quiero ser india”, pero en la actualidad ha tomado la dura tarea de mantener viva la lengua, costumbres y tradiciones de su pueblo Ya sólo por esta decisión estimo que “Lantéc Chganá” es una realización imperdible de ver y difundir en sus logros como factor de aproximación al (1)Blas Wilfredo Omar Jaime, tuvo una participación anterior en la obra de Adrián Badaracco, director del mediometraje documental “El guerrero silencioso” que plantea cómo habría sido la presencia de pueblos originarios como el Chaná si no los hubieran extinguido, y de la realidad sale la respuesta cuando Don Blas se pregunta “¿dónde están los descendientes aborígenes, si en el campo está todo sembrado y ya no queda monte donde solían vivir los originarios?”
Mi lenguaje es todo lo que tengo Los vestigios de una cultura perteneciente a uno de los tantos pueblos originarios masacrados por los españoles en sus aires de conquista y por la complicidad local durante otro período forman parte de la misión de rescate más ambiciosa, pero necesaria para preservar la identidad y una forma de ver el mundo diametralmente opuesta a la del conquistador. Ese es el resabio que gracias a la persistencia del último sobreviviente parlante de la etnia Chaná terminó en la reconstrucción de un lenguaje y, por ende, como el reflejo a través de ese lenguaje de una cultura e idiosincrasia poco retratada o alterada por historiadores y antropólogos. El encuentro de Blas Jaime, portador de la historia de su pueblo, y el investigador del CONICET Pedro Viegas Barros es un ejemplo que reduce la brecha de las culturas y deposita la esperanza en una reparación histórica vital y urgente. Las imágenes de este documental hablan por si solas, porque rescatan en el testimonio viviente de Blas su enorme sabiduría y humildad como primera lección de vida más que de historia.
Entre tantos estrenos, este jueves llega la singular y personal mirada de Lantéc Chaná de Marina Zeising. Lantéc Chaná sigue la historia de Blas Jaime, jubilado de 71 años, que es considerado el último heredero de la lengua chaná, antiguo pueblo originario del litoral argentino extinguido hace más de 200 años. El documental recrea el camino transitado por Blas Jaime junto con Pedro Viegas Barros, investigador del CONICET, para preservar la cultura chaná y dejar un registro para las futuras generaciones. La directora Marina Zeising recrea a partir del tema indígena un análisis de la memoria y de la identidad. Esta reconstrucción comienza con varias voces en off, contando la historia de los conquistadores o usurpadores de las tierras, acompañadas de imágenes de la arquitectura actual en los pueblos en donde el cristianismo se impuso. Blas Jaime continua el relato pasando por los diversos lugares y contando su propia historia y la de sus ancestros. Incluso una etapa de su vida en la que se hizo mormón y adoptó la religión, aunque después volvió a sus raíces. Su camino y conocimiento lo llevaron a diversos museos donde el documental ahonda, aún más, en la cultura y costumbres de los chaná. En un momento el relato hace un paralelismo entre la dedicación de Blas Jaime en preservar la cultura y los juicios de la última dictadura militar. Mientras que Blas Jaime deja su herencia en el diccionario de chaná-español, él mismo acompaña a la comunidad charrúa que vive en pésimas condiciones y se ha acomodado a la ayuda social que le han dado. Aquí es cuando el trabajo del documental se vierte a una crítica social y política, donde se muestran las pocas oportunidades que tienen los habitantes de esa comunidad y que sólo viven gracias al apoyo entre ellos mismos. Víctimas de la misma industrialización que les quitó las tierras.