Una extraña banda de rock La guatemalteca Las marimbas del infierno (2010) es una extraña propuesta sobre unos personajes que deciden formar una banda que mezcle el sonido rústico del Heavy metal con el acústico de la marimba (instrumento tradiconal de Guatemala, similar al xilofón). Pero también es un relato que combina humor con desesperación en un contexto marginal. Hay varios tríos extravagantes que forman bandas de rock, desde los chilenos Los tres, pasando por los argentinos Soda estéreo hasta los internacionales U2. Ninguna banda alcanza el deliro al punto de fusionar estilos tan disímiles entre sí como Las marimbas del infierno. Pero la desesperación todo lo puede, parece decirnos su director Julio Hernández Cordón. Al comenzar el film, lo primero que vemos es a Don Alfonso confesar sus desgracias a cámara. Una serte de documental crudo sobre la miseria en Guatemala. El tipo está ahorcado económicamente e incluso su vida corre peligro. Aunque este prólogo nada tenga que ver con lo que veremos a continuación – o sí- porque la película va tomando forma de tragicomedia negra por el rumbo que toman sus personajes. Don Alfonso conoce a Blacko a través de su ahijado Chiquilín. Don Alfonso para salir de su miseria no tiene mejor idea que fusionar estilos con Blacko, un rockero proveniente del satanismo que, paso intermedio por el evangelismo, se convirtió en judío ortodoxo. Su estilo rockero satánico se unirá al tradicionalista marimbista de Don Alfonso y, para colmo de males, tienen como manager al drogadicto y ex presidiario Chiquilín. Con este cuadro de situación Las marimbas del infierno propone un retrato absurdamente cómico y trágicamente divertido de la marginalidad cuya desesperación es sorteada por las más locas ideas. Una propuesta original, interesante y extravagantemente atractiva.
TRADICION Y MODERNIDAD Tras la controvertida Gasolina -su opera prima vista y premiada en la competencia oficial del BAFICI 2009-, Hernández Cordón cambia por completo de registro en Las Marimbas del Infierno, proyecto que nació -según explicó el propio director- casi de casualidad (se filmó en muy poco tiempo, con mínimos recursos y un amplio espacio para la experimentación, luego de que se le cayera a último momento un proyecto bastante ambicioso) y que combina documental, situaciones improvisadas y escenas ficcionalizadas. Las desventuras de unos patéticos y queribles músicos de diferentes generaciones -amigos personales del realizador- que tratan de combinar el sonido de las tradicionales marimbas guatemaltecas con el heavy-metal son irresistibles, en un film cuyo tono remite por momentos al de Aki Kaurismäki o Jim Jarmusch, aunque -claro- con una reconocible y fascinante impronta centroamericana. Uno de los films latinoamericanos más galardonados de los últimos tiempos (Toulouse, Miami, Valdivia, Morelia, Torino, etc.).
Hace un par de años, gracias Hernández Cordón, conocimos el cine guatemalteco y la película Gasolina. Este segundo film es una curiosidad bastante agradable. Empieza como si fuera un documental, entrevistando a Don Alfonso, un marimbista. La marimba es un instrumento autóctono de Guatemala, una especie de xilofón de madera con forma de pinball. Don Alfonso es amenazado de muerte por uno de los clanes mafiosos locales y se escapa con su marimba buscando trabajo. Un día se le ocurre formar una banda Heavy Metal, y recurre a Chiquilín, su sobrino, un joven de corta estatura, vago y bastante torpe, quien le presenta a Blacko, una especie de mezcla entre Ozzy Osborne y Pappo, que ha pasado de ser un satanista un pastor judío evangélico. Las cosas a partir de ese momento no funcionan como desean. El director hace hincapié en el contraste entre Don Alfonso y Blacko, y vamos explorando la personalidad de cada uno. El problema se da cuando Hernández Cordón prefiere cambiar el punto de vista, y mete como protagonista a Chiquilín. El personaje es querible, y de hecho es el que genera mayor empatía con el espectador, pero no funciona como hilo conductor ni motor narrativo. No se trata de un actor atractivos. Es demasiado torpe y termina cansando. El film es divertido. Tiene un humor sencillo, sutil, honesto, pero al mismo tiempo bastante surrealista con planos generales fijos y una estética a lo Aki Kaurismaki, donde lo cotidiano se transforma en inusual, lo costumbrista termina siendo casi surrealista. Hay una historia de gángsters que sucede fuera de campo y le aporta una cuota social, acerca de los peligros de las pandillas de Guatemala, pero el director decide no enfatizar en ese aspecto ni cayendo en el típico cuento moral latinoamericano que se quiere ver en el primer mundo. Acá no hay disparos, no hay peleas, no hay enfrentamientos ni acción. Todo es discursivo, pero permite que los personajes se desenvuelvan con libertad y autonomía, sin depender de efectos alienados de la estética elegida. Absurdo y patetismo, mezclado con una banda sonora bizarra en un contexto costumbrista. Lástima que el ingenio inicial se apaga, se agota y el relato se alarga innecesariamente. La anécdota deja de ser simpática, para volverse redundante y monótona. A pesar de eso, es un film atendible, curioso, que remonta con una gran escena final.
Las huestes del heavy metal Muy divertida comedia guatemalteca. Las marimbas del infierno es una comedia brillante y absurda por donde se la mire, graciosa y conmovedora a la vez, cuyo eje central resulta una excelente excusa para crear un relato divertido y original. A partir de la situación, aparentemente real y filmada cual documental, en la que se ve contando su historia de vida a un veterano músico guatemalteco, Don Alfonso, intérprete de ese enorme y folclórico instrumento que es la marimba (similar al xilófono), el director Julio Hernández Cordón lo enreda en una serie de situaciones absurdas. Ya sin grupo propio y con la marimba a cuestas, Alfonso recorre bares y restaurantes para encontrar que a nadie lo interesa contratarlo y que prefieren reemplazarlo por un DJ. En su periplo se topa con su ahijado, Chiquilín, más interesado en aspirar pegamento que en cualquier otra cosa, y luego con Blacko, legendaria figura del rock guatemalteco (esto es verdad, no invención del filme), con quienes se termina uniendo para ser parte de una banda de death metal con Blacko como baterista, Chiquilín como improvisado (y bastante malo, por cierto) cantante y el agregado musicalmente insólito de un marimbista folclórico. El choque de este trío podría ser un chiste que se acaba pronto, pero Hernández-Cordón lo aprovecha al máximo, no sólo en su potencial humorístico, sino en la forma en la que lo transforma en un retrato de tres generaciones: un músico folclórico indígena y tímido desocupado y perseguido por deudas, un adolescente villero y hip-hopero, y un veterano rocker que parece extraído de una cueva del Oeste bonaerense de los años ’80, con sus referencias satánicas y su carrera paralela como... doctor. Todo esto lo consigue, además, manteniendo siempre la ilusión de un retrato documental. De hecho, los personajes son quienes dicen ser en la vida real, es sólo la situación que los reúne la inventada. Esa confrontación entre lo real y el gag hacen inmejorable a una película que, en otras manos, podría haber caído en la burla, la sorna o la condescendencia. Aquí eso no sucede jamás. Alfonso, Blacko y Chiquilín son tres personajes queribles, nobles y hermosos, a los que el director adora y respeta. Cuánto tardarán los productores de Hollywood en ver el enorme potencial para una remake que tiene esta película no se sabe. De cualquier manera, sería deseable que nadie se quede a esperar esa versión: este notable filme de Guatemala es una de las mejores comedias latinoamericanas en mucho tiempo, una verdadera joyita que no conviene dejar pasar.
Hernández Cordón realiza una película pequeñísima que se disfraza de docuficción y se apoya fuertemente en la gracia y la presencia de los actores. Alfonso es músico. Toca la marimba, instrumento guatemalteco, especie de xilofón de madera más grande. Producto de una extorsión de unos malvivientes se queda sin casa, debiendo ocultarse y desocupado. Lo único que puede salvar es su marimba y la defenderá con uñas y dientes. En su trayecto se cruza con un Chiquilín ladronzuelo y con Blacko, ex satanista, ex evangélico, ahora judío ortodoxo y siempre músico metalero y médico. Este trío será el centro de Las marimbas del infierno, una coproducción guatemalteca-española que viene arrasando con los premios en cuanto festival se presenta. Julio Hernández Cordón realiza una película pequeñísima que se disfraza de docuficción y se apoya fuertemente en la gracia y la presencia de los actores, lo que entrega momentos muy logrados y otros menores. Con esa falta de balance en contra y esa apuesta sin pretensiones a favor es que podemos rescatar cierta originalidad y simpatía en algunos personajes mientras que otros adolecen de intrascendencia o se asemejan a estereotipos. El registro a veces costumbrista tampoco ayuda pero cuando el exceso y el absurdo se sueltan asoman logrados intentos.
Julio Hernández Cordón y una fábula con sesgo documental ¿Cómo sumar el sonido tradicional de un viejo y melodioso instrumento usado para música popular al heavy metal? La idea puede ser disparatada o excelente. La marimba, esa especie de xilofón con teclado doble, caja de cedro, ejecutado a golpes de baqueta -instrumento nacional tanto en Guatemala como en México-, es el eje del segundo largometraje del guatemalteco Julio Hernández Cordón (el primero fue el premiado Gasolina , acerca de una pandilla de jóvenes ladrones de combustible). Es la historia de músicos marginales muy especiales, pero en particular de uno atrapado por su pasión por la marimba y su falta de trabajo. El otro es un metalero legendario, médico, ex satanista, que abrazó el catolicismo y el judaísmo. Hernández Cordón tomó a sus singulares antihéroes de la calle para demostrar cómo la gente de su país, más allá de las limitaciones, puede tener proyectos originales y muy locos a la vez. Tragicómico, sin apuro, con fotografía (en HD) impecable y encuadres muy estudiados, el relato -una ficción con registro por momentos de documental- pone en primer plano a don Alfonso, un cincuentón intérprete de marimba extorsionado por una "mara" (pandilla violenta), de las que asuelan aquel país, y que busca esconder su instrumento de quienes, asegura, desean quemárselo. Alfonso va con su marimba (con la inscripción "siempre juntos") a cuestas. La arrastra por las calles de una ciudad inmensamente pobre y peligrosa, hasta que Chiquilín, su ahijado contrahecho, lumpen importante, le presenta a Blacko, veterano heavy metal. Alfonso le propondrá conformar una banda, una que nunca llegará a tocar. Lo que sigue es una serie de delirios (la decisión de Chiquilín de empeñar el instrumento de su padrino y la de éste de robar uno), antes del final peripatético que es un nuevo comienzo, una huida. son clave para entender este espejo de una realidad difícil de explicar, la de un país muy golpeado que Hernández Cordón sabe cómo retratar. En el final se comprueba qué tan bien suena la marimba metalera. Por lo escuchado, muy bien.
El heavy metal satánico como salvación Producida con un presupuesto ínfimo en un país en el que el cine prácticamente no existe, el segundo largo de Hernández Cordón es una comedia artesanal, de una espontaneidad innegable, que sin embargo deja expuestas sus limitaciones. Desde Miami hasta Valdivia, pasando por Torino y Morelia, casi no hubo festival y premio que se le resistiera a Las marimbas del infierno, el segundo largo del guatemalteco Julio Hernández Cordón después de su discutido debut con Gasolina (Bafici 2009). Producida con un presupuesto ínfimo en un país en el que el cine prácticamente no existe, Las marimbas... tuvo alguna ayuda económica en México y Francia, pero se trata de un proyecto eminentemente singular, hecho de manera casi artesanal por el realizador y un grupo de amigos, lo que le da al film una espontaneidad innegable, al mismo tiempo que desnuda sus limitaciones. En los cinco minutos que anteceden a los títulos, en una suerte de prólogo que parece documental pero podría no serlo (la ambigüedad es la marca en el orillo de todo el film), un tal Don Alfonso explica a cámara que está siendo chantajeado por la “Mara”, una suerte de mafia de su país, que ha tenido que apartarse de su familia para no ponerla en peligro, pero de lo que no piensa separarse es de su instrumento de trabajo, la marimba. “Donde yo voy, tiene que ir la marimba; la marimba se va siempre conmigo”, afirma. Y como para ratificarlo, el instrumento tiene grabada la leyenda “Siempre juntos”. El caso es que Don Alfonso no sólo la tiene difícil por la Mara. El trabajo escasea, los restaurantes para turistas prefieren prescindir del instrumento nacional guatemalteco para reemplazarlo por música grabada (“Me sale más barato un I-Pod”, le dicen) y para colmo un ex compañero musical le quiere arrebatar la marimba, por deudas supuestamente impagas, lo que deviene en una reyerta. Por eso Alfonso no duda mucho cuando Chiquilín, un muchacho de la calle que vive aspirando pegamento y sueña con ser estrella del pop, lo pone en contacto con Blacko, un veterano baterista, pionero del heavy metal local. Entre los tres, intentarán armar un grupo para ver si pueden capear la crisis y de paso ampliar sus respectivos horizontes musicales. El planteo formal de Hernández Cordón es simple y eficaz. Como trabaja con personajes reales, que no son actores profesionales, privilegia las elipsis, los fuera de campo y los planos generales, de donde saca el mayor rédito, como esas mudas peregrinaciones de Alfonso por las precarias calles de Guatemala, en las que va empujando o arrastrando su marimba como si fuera una penitencia. Del trío infernal, el más interesante –y divertido– es Blacko, que parece entender sin problemas el humor al que aspira la película y que él es capaz de prodigar sin excederse en nada, apenas recordando que supo ser un rocker satánico cuando formó el grupo Sangre Humana, que luego perdió sus fans cuando se pasó al evangelismo y que hoy, además de fungir de médico clínico en un hospital local (donde por su aspecto no es bien visto por sus pacientes), adscribe a un culto cercano al judaísmo llamado “Leyes Noélicas” y que difunde en un hebreo aprendido por fonética. El caso de Alfonso y, sobre todo de Chiquilín, es más problemático. Hay un aura inexorablemente triste, patética incluso, en ellos, y no parece que sea apenas un recurso de la ficción a la que se prestan. Que la película por momentos pretenda también –como con Blacko– hacer algo divertido con esos dos desamparados puede llegar a resultar incómodo, porque nunca están demasiado claros los límites entre el juego cómplice y la mera manipulación.
Bizarro trío con marimbas Ésta es una película menor, que se hace mayorcita cuando se consideran su origen, su propuesta y sus elementos. Y el resultado, por supuesto. El origen es Guatemala, un país cuya producción cinematográfica siquiera abarca los dedos de una mano: «Sólo de noche vienes», 1966, «El silencio de Neto», 1996, «Gasolina», 2008, y la que ahora vemos, que es del mismo autor de la anterior, un joven que recién está aprendiendo. La propuesta es ver su país a través de unos simpáticos infelices en una especie de documental ficcionado, o más bien ficción documentada. Los elementos, apenas una cámara digital de alta definición, algún apoyo técnico y monetario de México y Francia, tres personas bien elegidas, y muchas ganas. Esas tres personas están relacionadas con la música. Un hombre grande, que pasó su vida tocando la marimba, melodioso instrumento algo pasado de moda y muy difícil de transportar, un médico de quien huyen los pacientes porque es heavy metal, practicó el satanismo y ahora integra una secta judeo-evangélica, y un joven cantor bueno para nada (sobre todo para cantar), encima drogón y delincuente juvenil en vacaciones. Bien, ahí se juntan el hambre con las ganas de comer, y se forma un trío de fusión inverosímil, donde encima el pibe hace de representante del grupo. Algo así como la unión de un viejo instrumentista de arpa con un baterista de rock pesado y el primo tonto de Pomelo tratando de conseguir los espacios. Los tres personajes realmente existen, aunque ni locos van a tocar juntos (bueno, locos puede ser), y sus problemas también existen de veras, vale decir, economía degradada, excesivo «tiempo libre», pandilleros barriales, vecinos y colegas de bajo corazón, funcionarios culturales tan amables como ajenos, oportunidades escasas, etc. Pero también existen el sentido de adaptación, la creatividad y buena voluntad para unir lo viejo y lo nuevo, lo ajeno y lo propio, los días malos y la ilusión de los buenos. Incluso, hasta la ilusión de que esa música va a sonar bien. Lo bueno es que estos tipos se hacen tan queribles, que al final hasta nos parece que va a sonar bien, aunque lo único realmente lindo que apreciamos sea el clásico «Lágrimas de Telma», del maestro Gumersindo Palacios, en marimba sola. Lo bueno también, es que esas sean, prácticamente, las únicas lágrimas que hay en toda la película. De este lado de la pantalla, en cambio, puede haber cierta suma de sonrisas, a veces piadosas, a veces simplemente divertidas, o dolidas, porque, bien mirado, todo esto bien podría ambientarse en ciertos lugares de nuestro propio interior. Son sus intérpretes, don Alfonso Tunché, el Blacko González, miembro del grupo Guerreros del Metal, Víctor Hugo Monterroso, ex habitante de un correccional de menores, y Cesia Godoy, actriz local. Autor, Julio Hernández Cordón. Otro detalle interesante: con esta película hace su presentación entre nosotros una red de pequeñas distribuidoras de cine latinoamericano. Por el momento la integran Argentina (Lat-E), México y Chile, pero cabe suponer que irá creciendo, más o menos como los músicos de esta película.
Power trío guatemalteco en clave tercermundista Debe ser la primera vez en mi vida que veo cine guatemalteco. Mientras entraba al Gaumont, trataba de recordar si algo de esa filmografía había llegado a mi videoteca y el resultado era negativo: no es una región en la que haya mucho desarrollo de la industria local y no hay noticias de que alguna de sus producciones hayan logrado estrenarse aquí alguna vez, comercialmente. No llegué a verla en el BAFICI de este año aunque se que participó de la competencia oficial (Mención Especial) y sumó reconocimientos a su larga carrera internacional (Gran Premio del Jurado en Miami , "Flechazo" de Encuentros de Cine de América Latina en Toulouse, Francia; Mejor Largometraje Documental -cosa extraña- en Morelia, Mexico y Premio Especial del Jurado, en Torino, Italia, todos entre 2010 y el año en curso). Indudablemente, leer sobre tal unanimidad (sus valores) en festivales tan distintos, nos llevó a verla y comprobar in situ las bondades del nuevo cine guatemalteco, o al menos, de su director Julio Hérnandez Cordón. La verdad es que es un film original, extraño, dotado de un regionalismo particularmente universal (sí, su mayor mérito) y una realización modesta que flaquea en todos los rubros técnicos, de principio a fin. La marimba es un instrumento de la música popular de Guatemala. Es como una especie de xilofón encajonado en una plataforma de madera y su sonido es muy particular. Ella es la responsable del nombre de la cinta. "Marimbas del infierno " es la historia de un hombre común, Don Alfonso (Alfonso Tuché), músico al que le cuesta conseguir trabajo en su actividad: los tiempos ya no son lo que eran. Su actividad no es requerida y encima, el único lugar en el que todavia toca, lo despide en los primeros minutos de proyección. Deprimido por su mala suerte, se niega a dejar su pasión y busca sobrevivir como puede a la crisis laboral, escucha los consejos de un pendenciero guapo de su barrio llamado "Chiquilín" (Víctor Hugo Monterroso) quien le dice que hay que mutar la dirección musical de su repertorio y trata de cambiar su estilo para tratar de sobrevivir. La estrategia será fundirse con el heavy metal que propone un colega que se encuentra en el lado opuesto: el carismático Blacko (Blacko González), también músico alternativo quien acepta el desafío de formar una nueva banda que integre las dos corrientes de manera singular. En otras palabras, conciben una idea delirante (aunque tan mal no suena, aunque el vocalista desafina de una manera...) y se disponen a intentar dar a conocer su material para hacerse conocidos y conseguir lugares para tocar. Hasta aquí lo que se puede contar del film... Hay en "Marimbas del infierno", un aire puramente tercermundista, no sólo por lo limitado de sus recursos a la hora de llevarla adelante (que es natural por su carácter de independiente) sino por esa ingeniudad que tiene cuando elige seguir a Alfonso, quien se resiste a que el mundo actual extermine su profesión y lo prive de la actividad que lo define como sujeto. El transita un derrotero de contratiempos tristes que el espectador decodifica como pasos de comedia triste, aunque nunca llegan a tener la carga dramática que podrían destilar (el robo de su marimba, por ejemplo, en otro director sería una tragedia y aquí es vivido como un hecho negro, pero al que el grupo logra sobreponerse). Hay muchos grises en el relato, un sonido pobre que no ayuda a transmitir la riqueza de cada palabra del guión y un ritmo habitual a las películas hechas con poco presupuesto, mucha buena voluntad, actores amateurs y la firme convicción de un director que sabe que le interesa trasmitir y adonde llegar con su trabajo. Soñar es difícil para los hombres urbanizados, pero estos protagonistas entran y salen de ese estado (el anhelar el éxito) con una frescura increíble. Será su idiosincracia (siento que los argentinos no podríamos hacer un relato así, somos más...dramáticos, melancólcos...) pero la cinta tiene una impronta única: es una muy buena idea que llega hasta donde puede, merced a los elementos que puede unir para crearse. Nada más que eso. No hay que salir del cine y decir "si, Piratas del Caribe 4 la pasa por encima"... No tienen comparación. Esto es, mal que le pase a algunos, cine de autor. Es un artista de su medio expresando su visión de un recorte de su terruño, con lo que tiene a su alcance. Si tu idea no es acercarse a una geografía lejana y vivir una experiencia cultural distinta, ni se te ocurra mirar los horarios en cartelera. "Marimbas del infierno" es una propuesta novedosa, aunque creo que una versión más "armada", explotaría mucho las filosas y divertidas aristas que la trama deja sin profundizar. Dos o tres guionistas de fuste y un trío protagonico carismático y esta historia se vuelve global y delirante. Cierro los ojos y veo a Zach Gallifianakis (The hangover) o Jack Black (necesito hablarles de él?) trabajando juntos una trama así, sería dinamita pura. Digno, chiquito y singular estreno de un director latinoamericano que puede dar que hablar en el futuro.
Con la música a otra parte Una historia chiquita. Hay un repartidor que toca la marimba, un rockero heavy metal que también es médico, pero que prefiere la vida bohemia, cantar heavy, formar grupos improvisados y hablar sobre religión, pasando de lo que fue una creencia satánica, hasta ahora, que practica y enseña prácticas evangélicas. Y también hay un chico de la calle, que quiere cantar y desentona y cuyo padrino es el aficionado a la marimba. El nudo del asunto es que siendo la marimba el instrumento nacional de Guatemala, está cayendo en el olvido y el repartidor, que ama la marimba está al borde de perderla, porque casi no tiene trabajo. El rock está arrasando con todo. Entonces resuelve crear una nueva forma y fusionar ritmos. HISTORIA MINIMA Uno ignora que hay cine en Guatemala. Pero ni existe una Ley de Cine, ni un Instituto y cada cual hace lo que puede. Así como tienen maravillas literarias como el Popol Vuh, un premio Nobel como Asturias, pronto se piensa que habrá sorpresas en cine, como la de este director de poco más de treinta años, familia guatemalteca, pero nacido en Estados Unidos, que construye una minimalista narración, filmada con un equipo de seis personas, amigos la mayoría, con cámaras precarias y sin guión. El resultado es una mínima historia, que casi como un documental se desarrolla en medio de la nada. Con bares míseros, gente de la calle, carteles de incitación política y muchas, muchas ganas de hacer algo diferente. Un resultado entrañable, mezcla de documental y ficción, cuyos personajes recuerdan con su humor deshumorado aquella película de Wayne Wang que se llamaba "Humo" con Harvey Keitel. Muy precaria, sí, pero con algo que la diferencia de otras, pero las une en su visión de continente olvidado. Actores no actores, locaciones "a la vuelta de la esquina". Una pequeña sorpresa, sobre todo para los que siguen un cine latinoamericano y auténtico
El riff de la resistencia ¿Qué sabe usted de Guatemala? ¿Tienen cine en "el lugar de muchos árboles"? Es posible que si uno cultiva la curiosidad por el continente latinoamericano, su historia y su política, el pasado y el presente de Guatemala no resulten lejanos. De ser así, tal ve sepa que desde los comienzos del cine Guatemala fue un país fértil para el séptimo arte, aunque su devenir histórico en el siglo XX interrumpió ese perfil y esa esperanza. Las marimbas del infierno arranca como si fuera un documental. Alfonso Tunche habla a cámara y cuenta sobre su (mala) suerte. Lo chantajean, lo persiguen, y él, solamente, pretende quedarse con su marimba, instrumento esencial en la cultura guatemalteca. Unos títulos suministran mayor información. En el 2007, este músico iba a formar parte del primer filme de Hernández Cordón, pero el temor del protagonista "obligó" a dejar afuera su parte. De ese inicio es difícil intuir que Las marimbas del infierno es una comedia; lo que será evidente siempre es que la vida en Guatemala no es sencilla. Dedicada a todos aquellos que se involucran en proyectos imposibles, la película de Hernández Cordón desarrolla una historia tan verosímil como delirante. El músico encontrará asilo en la casa de un ahijado, Chiquilín, que le presentará a Blako, médico, religioso y metalero, con el que habrán de conformar una banda de heavy metal cuyo nombre es homónimo al de la película. La distorsión de una guitarra se combinará con los golpes suaves de la marimba, aunque este emblemático personaje, alguna vez entusiasta de Satán, es ahora, paradójicamente, una suerte de rabino heterodoxo que recita en un hebreo fonético ante su comunidad de creyentes. Insólita fusión: un símil de Pappo entona pasajes del Antiguo Testamento; no siempre los que visten de negro pertenecen a las huestes satánicas. Poco importa si el grupo musical conocerá el éxito. Bastarán un par de ensayos y algunas situaciones para que Hernández Cordón desarrolle un retrato discreto pero férreo de una sociedad específica y un discurso preciso sobre el lugar del arte en esta sociedad. Como sucedía en Gasolina, la premiada ópera prima del director, un filme formalmente ampuloso y menos simpático que éste, la violencia social es el tema excluyente de Hernández Cordón (Polvo, su próximo filme, se ocupará directamente de los efectos sociales de la guerra civil, que empezó en 1960 y terminó en 1996). En esta oportunidad, el malestar es evidente, pero la violencia explícita permanece en fuera de campo y el humor neutraliza las calamidades y sintoniza con un espíritu noble de resistencia. En una pared se lee: "Cuando el mundo está en venta revelarse es natural". Reír y hacer música son pequeños actos de rebeldía. Escribir esa palabra con b larga o con v corta, en este contexto, no modifica el significado político de no ceder al conformismo.