El axioma femenino de Jia baila. Zhao Tao, la mujer de todas sus películas, se mueve para la izquierda y la derecha mientras un travelling hacia delante se acerca a ella y a todos los bailarines que la acompañan. Es una fiesta, y ella conduce el trencito danzarín. En ese momento se escucha un tema musical: Go West, de Pet Shop Boys. Son planos lacónicos pero precisos. La escena cuenta con unos 5 o 6 planos y sintetiza un momento en el tiempo: el fin del milenio, o la cercanía del fin. Es 1999. Y ahí están en la calle dos hombres con enormes máscaras de dragón que se mueven anunciando el cambio del calendario. Dividida en tres capítulos, el que se circunscribe al siglo pasado dura unos 40 minutos. Después vienen los créditos. Sí, “un film de Jia Zhang-ke”. Hasta ahí, todo gira en torno a un triángulo amoroso, pero uno que dista de ser equilátero. Zhao Tao se debate entre dos amores: uno es el dueño de la mina de carbón; el otro, un empleado de éste, aunque curiosamente son buenos amigos. Tao no es justamente una histérica; su indecisión es apenas inescrutable, y si bien se puede inferir que la elección por el acomodado Jinsheng pasa por una vida material sin sobresaltos, no hay razones valederas para entender que responde a un interés económico. En ese segmento hay pocos elementos que escapen al melodrama, pero Jia nunca ha dejado de concebir que toda expresión afectiva pertenece a una coordenada simbólica que tiene lugar en un orden social y económico específico. En una salida de los tres, el lugar preferencial que ocupa el automóvil que recién ha adquirido Jinsheng indica una nueva era en la economía china y un fetichismo de la mercancía revisitado. La realidad material nunca deja de estar insinuándose a partir de los objetos, el mobiliario, los espacios públicos y, fundamentalmente, la relación que se establece entre los personajes y con el dinero. La visibilidad del dinero es una constante en las películas de Jia, al igual que la arquitectura y las transformaciones del espacio como extensión de un sistema económico. En el inmueble y su relación con el espacio se lee siempre la transformación histórica en un signo concreto. En varios cierres de escena, ya desde el principio, se privilegia una panorámica en la que se puede divisar la disposición del espacio urbano: la mina, la ciudad y los fuegos artificiales. Distan de ser planos de transición. Hay algo más: Mountains May Depart insiste no solamente con cambios de formato (arranca en 4:3, luego pasa a 16:9 y culmina en un formato que desconozco), según el tiempo histórico, sino que también Jia experimenta con la textura de la imagen digital. Hay capas de nitidez que se intensifican, en líneas generales, cuando hay un paso de la acción de los amantes a una representación colectiva en la que el pueblo toma el lugar central. En ciertos pasajes, además, el plano se pliega desfigurándose, a veces en simultáneo con un peculiar desenfoque heterodoxo que sugiere un enrarecimiento en la confiabilidad de la percepción. El procedimiento poético se resiste a una interpretación inequívoca, pero no hay en estas elecciones formales ningún elemento del acaso. Es programático. En ese mismo primer capítulo, en una caminata de Tao por la ruta, una avioneta se estrella estrepitosamente a pocos metros de la protagonista, un accidente que se agota en su misma ejecución y que remite directamente a Naturaleza muerta, cuando un edificio literalmente despegaba como si se tratara de una nave espacial. Este evento catastrófico tampoco es identificable en tanto que signo a ser entendido fácilmente respecto de la trama. Parece un capricho, y a su vez no lo es. Quizás se trate de una forma de percepción histórica en la que la conciencia individual experimenta las transformaciones históricas en China como si se trataran de ataques violentos del presente. Aquí, los aviones caen de los cielos, y todo es susceptible de desaparecer frente a la marcha de la Historia. El fin del primer capítulo culmina con el casamiento de Tao y la compra de un perro, una raza que según el veterinario vive por unos quince años. De ahí en adelante la película salta en el tiempo, hacia la época de la edad terminal de ese perro que había sido adquirido unos años antes. El pretendiente proletario, por su parte, se ha casado con otra mujer y ha tenido un hijo. Además, tiene cáncer. ¿Morirá? Jia elige dejar en fuera de campo el destino de ese hombre emocionalmente devastado. El reencuentro con Tao no será amoroso sino menesteroso. Ella pagará el tratamiento. A su vez, Tao también ha tenido un hijo, a quien no ve, porque su matrimonio con Jinsheng se malogró. La vida en 2014 no es sencilla y permite descubrir otra dinámica económica que envuelve a los personajes. Un tren bala, teléfonos ultramodernos, automóviles carísimos, un capitalismo dinámico global altera la totalidad de las prácticas sociales. Un viejo minero, por ejemplo, está por migrar a Almaty. Es que ahora las primeras que emigran al extranjero son las empresas chinas, conquistando de ese modo otros territorios y mercados. La precisión de Jia para combinar elementos diversos en la puesta en escena es indiscutiblemente medida. No inventa detalles, más bien reúne signos volátiles que en su conjunto enuncian un tiempo específico. Y a la vez no renuncia a un orden de indeterminación sobre lo que cuenta, sostenido en una forma de dimensión poética que matiza el peso del calendario. La total indefensión de Liangzi, el otro candidato, resulta apabullante. La Historia lo devora. La breve caminata en la que él se encuentra con un tigre es la síntesis de una época. Se trata de un intercambio misterioso, una escena que se desmarca, como la del avión, de la propia percepción de la cotidianidad y la lucha continua por la supervivencia. Es un plano de conciencia. El devenir capitalista de China, o esa invención monstruosa de un comunismo de mercado, es un hecho. Una vez más Jia sabe cómo decirlo en un solo acto discursivo, tan cómico como aciago: el hijo de Tao y Zhang se llama Dollar. El segundo capítulo reúne a Tao con su hijo, debido a que en un viaje el abuelo morirá. El hijo vendrá entonces a despedir a su abuelo y reconocerá a su madre, a quien no ve desde hace años. Tao tiene entonces la dura misión de dejar una huella en su hijo, al que tendrá sólo por unos días. El registro de la lenta evolución de la relación es una proeza. Hay un instante que funciona como una exposición de la pedagogía discreta que Tao ha adoptado para contrarrestar lo que su hijo ha aprendido con su padre, quien planea mudarse junto con su nueva esposa y Dollar al país de los canguros: Australia. La escena en cuestión sucede en un tren. Frente a la pregunta de por qué viajan en un tren de los viejos, la madre responde: “El tren lento te da más tiempo para pensar en uno”. Es una sentencia que reverberará por años. El tercer capítulo transcurre durante el 2025. Jia abandona China y va en búsqueda de Dollar, que vive hace tiempo en Australia. Ya no habla en chino sino en inglés, y si no fuera por sus ojos rasgados sería imposible identificarlo como un ciudadano chino. Todavía vive con su padre en un departamento ultramoderno y no tiene la menor idea de lo que quiere hacer con su vida. Por lo pronto, su pasado oriental es prácticamente una nebulosa simbólica por la que no tiene interés alguno de recuperar ni descifrar. Durante una clase de chino dice que ni siquiera se acuerda de su madre. En este segmento, probablemente el más desbalanceado y acaso narrativamente apurado, Dollar terminará teniendo una historia de amor con su profesora de chino, una mujer divorciada de un inglés más miserable que el padre de Dollar, una mujer que, por otra parte, podría ser su madre. Este Edipo diferido es un tanto bizarro, aunque verosímil, y Jia lo sugiere cuando ella y él van en un auto y Dollar dice que tiene un déjà vu, escena que está ligada a un viaje con su madre en la infancia. El problema reside que hay aquí una voluntad de marcación semántica más delimitada que en los capítulos precedentes, que tienen mucho más que ver con sus películas precedentes. Esta incomprensible necesidad de reforzar los efectos de las acciones en las conductas se constata en exceso por la presencia de la música extradiegética. En quince oportunidades, unas cuerdas y unas notas de piano abiertas vienen a suministrar un apoyo directo a las imágenes, demasiado poderosas y suficientes para procesar orgánicamente la envoltura sonora. Pero todo lo que se puede objetar hasta ahí se conjura con el plano de cierre, uno de los más hermosos que ha dado el cine de Jia: Tao sacará a su perro en una tarde de invierno; la nieve cae en un atardecer cerrado, Tao camina un poco y de la nada empieza a tararear y bailar el tema musical que da inicio a la película. El regreso del hijo se anuncia un poco antes pero quedará en fuera de campo. La descripción es inútil porque la vitalidad de ese momento trasciende su transcripción escrita. Es magnífico e inolvidable. En los pasillos, al salir de la sala Debussy, ya corría el rumor que aquí podría estar la ganadora, incluso cuando la tercera parte era para muchos lo más fallido que había hecho el director en su carrera. Es posible que la habitual perspicacia de Jia no sea eficaz debido al cambio de escenario elegido en el desenlace. Pero he aquí en donde reside la clave de lectura. Si el cine de Jia ha sido hasta hoy una forma de registro de la naturaleza de los cambios de su país a través del espacio –materia en donde se verifica la Historia–, lo que implicaba la puesta en práctica de una poética denominada xianchang, algo así como un uso del tiempo presente entendido como proceso histórico transfigurado en ficción que se extrae de una escena de lo real, Jia se topa ahora con un cambio de naturaleza en la propia Historia. Lo que él intuye en el futuro visto en Australia es acaso una fantasía crítica del devenir chino que tendrá lugar de aquí a unos años: China, como territorio real, será un país americanizado en sus propios términos. La materia del pasado dejará de estar en el espacio, y de una civilización milenaria quedarán vestigios poco legibles, viéndose sustituida por una existencia hipermoderna de tecnologías omnipresentes. En Touch of Sin hubo un intento de trabajar con el género, de salirse del método de trabajo habitual. En esta nueva película hay una poética que se desea recuperar, pero lo que sucede en China parece reclamar otro método de apropiación. Los saltos temporales y la fuga hacia delante constituyen esa novedad. Hasta hace unos años, el cine de Jia dependía exclusivamente del espacio para poder filmar el tiempo. El espacio, como las extrañas imágenes que se curvan y pierden su nitidez, ha dejado de ser la materia en la que se constata la Historia. La pregunta pasa ahora por cómo filmar el tiempo, que viaja a velocidades imposibles y que se rehúsa a ser mirado en el momento de su duración. El ser del tiempo ya no se encuentra en el espacio. Las dos películas recientes del gran cineasta chino de la Sexta Generación son derivas de una búsqueda sistemática y metodológica por seguir filmando la Historia de su país, cada más enrevesada para dilucidar y filmar.
Recuerdos del futuro. Desde la apertura de la República Popular China a las leyes del mercado, su entrada a la Organización del Comercio y la recuperación de los territorios de Hong Kong y Macao, el país ha experimentado cambios socioeconómicos y culturales impresionantes que transformaron su visión general. Lejos de Ella (Shan he gu ren, 2015) narra la historia de un trío amoroso en un pueblo minero de China. La trama está dividida en tres partes. El relato comienza en 1999 con tres amigos: dos hombres, Zhang y Liangzi, compiten por el amor de la joven Tao. Zhang es un joven capitalista, soberbio y ambicioso, mientras que su competidor es un trabajador minero pobre y sencillo sin aspiraciones. De los comienzos de la apertura capitalista china pasamos al presente de un país ya dominado por la mentalidad técnica y la ideología de mercado. Tras 15 años de exilio, Liangzi regresa a su pueblo para intentar curarse de un padecimiento pulmonar -debido a su profesión- y debe pedirle ayuda a Tao, su antiguo amor. De allí la historia salta hacia el futuro como un cohete: el hijo de Zhang y Tao, Dollar, se ha mudado junto a su padre de Shanghái a Australia y ya ni siquiera habla mandarín, mientras que su padre no habla inglés. La imposibilidad de comunicación vuelve a padre e hijo extraños, metaforizando la extrañeza de las nuevas generaciones con las de sus padres ante semejantes cambios. La necesidad del joven de romper con su padre se manifiesta en una relación con una señora mayor, que le recomienda volver a China para visitar a su madre y encontrar sus raíces y su vocación en el país donde nació. Zhangke Jia mira hacia el pasado, el presente y el futuro a través del mismo lente, retrotrayéndose a los inicios de la entrada de China en el capitalismo de mercado, observando el aparentemente prometedor presente y los futuros peligros que acechan a la idiosincrasia oriental. China surge en Lejos de Ella como un país en permanente cambio y construcción, apartándose de su pasado para abrazar con fanatismo la ideología de mercado, perdiéndose tras la codicia y enterrando los cadáveres de su contracara. Con mucha esperanza, Jia sitúa el futuro cargado de rebeldía juvenil, con una gran carga de nostalgia hacia el pasado y mucha incertidumbre. El futuro resulta muy parecido al presente y al pasado, sin grandes avances a nivel tecnológico e industrial pero con una imposibilidad de comunicación a pesar -o tal vez, debido- a la explosión de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información y de las redes de la antisociabilidad. Lejos de Ella es una mirada sobre la realidad china y sus posibilidades como nuevo motor económico del mundo capitalista. Tal vez sea la esperanza de un mercado distinto, o la reestructuración de las mismas oprobiosas leyes del mercado para flexibilizar y precarizar lo ya flexibilizado y precarizado, conduciendo finalmente el barco a un naufragio anunciado tras el suicidio de sus anteriores capitanes. La historia dará cuenta de esto…
Placeres desconocidos La enorme cartografía del espacio en China y el tiempo insondable entre el pasado y el presente constituyen una matriz en la obra de Jia Zhang-ke. El cineasta ausculta las gigantescas mutaciones de su país de un modo estilizado y a la vez inscripto físicamente en una realidad material. Lejos de ella se interroga sobre el devenir de los valores esenciales que sustentan las relaciones humanas en el contexto de la veloz transformación de las formas de vida. La película instala una contradicción dinámica y abierta entre dos concepciones del tiempo: la línea recta, que sigue un curso rápido por los tres episodios en tres épocas diferentes, materializadas en los autos, motos, trenes, camiones, aviones, tranvías y helicópteros que utilizan los protagonistas; y el tiempo cíclico de la tradición, con elementos, figuras y motivos que se repiten o reaparecen de una época a otra. La última película de Jia Zhang-ke explora nuevas tonalidades manteniendo una total coherencia con su obra anterior. El cineasta filma por primera vez en el extranjero y en idioma inglés, abandona a los personajes a lo largo de una historia de más de veinticinco años y juega con los formatos de proyección. Lejos de ella es un cuento desesperado y emotivo que sorprende por el uso de materiales visuales diferentes, a mitad de camino entre el ensueño y el hiperrealismo. La película moviliza los recursos del melodrama clásico: la presencia y la belleza de Zhao Tao aportan una desmesura inédita. Todo va muy rápido, entre elipses y ramificaciones que dejan olvidados temas narrativos. Una sorprendente metamorfosis formal fluye desde el formato de video cuadrado para el himno kitsch “Go West” de Pet Shop Boys, hasta el scope frío y azulado del lujoso exilio australiano. Un país desorientado convertido en un karaoke. La imagen digital como plástica posmoderna, un relato errante, una poética del desvanecimiento, el aire etéreo de la música electrónica y los fuegos artificiales para el vacío que aflora inexorable.
Esta genialidad del gigantesco Jia -un cineasta multipremiado, amable con el espectador y lleno de ideas- narra la modernización de china en tres historias conectadas que tienen, como modelo, tres grandes melodramas de Douglas Sirk (Escrito en el viento, Imitación de la vida y Lo que el cielo nos da) y, a través de los mejores elementos del cine clásico cuenta no solo el presente de China sino, también, su potencial futuro. Pero más allá de la evidente crítica política y social, lo importante es cómo Jia logra hacernos comprender el retrato de un mundo sin declamar, a partir de la ironía, el drama y la pura poesía. Las simétricas primera y última secuencias, el bello romance entre un adolescente y una mujer madura, el triángulo amoroso pulverizado por la diferencia de clases, la madre que no puede conectar con su hijo (un hijo llamado “dólar”), son invenciones de gran fuerza expresiva. Jia aprendió la lección de Sirk: el melodrama es la pasión imposibilitada por la Historia. Una obra mayor.
El baile de Tao Cuando Lejos de ella se proyectó en el último Festival Internacional de Mar del Plata, previamente un joven chino ofreció una breve presentación que fue desopilante. Intentaba con mucho esfuerzo contarnos cómo China se había abierto a Occidente y que la película de Jia Zhang-ke era una buena oportunidad para conocerlos. En realidad, es bizarro y genial que se elija al cronista que a lo largo de su obra ha mirado críticamente la apertura al capitalismo y nos ha hablado de las consecuencias de ello. Sin embargo, más allá de la pintoresca anécdota, hay un gran film. En este caso sorprende el cambio de registro, más íntimo, a veces bordeando el melodrama, pero sumamente estimulante. Dividida en tres episodios (1999, 2014 y 2025), la trama gira en torno a un triángulo amoroso que sirve como disparador para continuar mostrando las sustanciales transformaciones del país a nivel económico. El comienzo, en este sentido, es sintomático. Un grupo de jóvenes bailan al ritmo de Go West, de los Pet Shop Boys. Es un magnífico plano de apertura que funciona como síntesis e inaugura la libertad en la que nos sumirá juguetonamente el gran Jia. El primer episodio es el mejor. La cámara sigue la dialéctica verbal y corporal de dos amigos (aunque diferentes por su condición social) enamorados de la misma mujer y nos brinda los mejores momentos cinematográficos. Es siempre incierto el camino en cuanto al registro: Jia Zhang-ke pasa del documental a la ficción como si cruzara la vereda, apenas imperceptible. La sutil mirada del director en este tramo repara en ciertos signos de lo privado para que leamos el contexto aludido. A medida que avanza el relato, puede que el subrayado de ciertos cambios sociales y culturales no tenga la frescura del comienzo y los otros dos episodios pierdan la frescura del primero, pero la escena final nos regala uno de esos acontecimientos maravillosos por los que uno ama el cine. Con redenciones de esta clase, Jia Zhang-Ke continúa siendo de los directores contemporáneos más estimulantes e inteligentes en la actualidad.
Conocemos el presente de China como país líder en la geopolítica actual pero ¿Cómo ha sido esa transformación post Mao Zedong? ¿Qué costos debió pagar para esta inmensa transformación que la ha puesto al tope de la economía mundial? Jia Zhang-Ke ha sido un cineasta que a través de la ficción ha dado testimonio de la inmensa transformación que ha sufrido China, al principio el sistema lo observó con recelo hasta que empezó a recibir premios y criticas positivas internacionales a sus films, principalmente por Plataforma (2000) y Naturaleza muerta (2006), ambas eran una radiografía de dos décadas de cambios dramáticos en lo social y lo cultural. mountains-may-depart-556x314 Lejos de Ella (Mountains May Depart), proyectada en Cannes y luego en Mar del Plata, se estrena esta semana y no se ocupa sólo de los cambios pasados, sino que se atreve a postular un futuro. El film está dividido en tres actos, pasado, presente y futuro. El primero se sitúa en las fiestas del cambio de milenio (1999), se perciben aires de intensa mutación social y cultural y ese clima de euforia se hará presente entre los jóvenes que celebran bailando a modo de coreografía el tema “Go West” versionada por los Pet Shop Boys, allí conoceremos a los protagonistas Tao, Zhang y Liangzi que conforman un triángulo de amistad y de amor que no durará mucho. mountains-may-depart Tao es una chica sensible que debe decidir entre el ostentoso y soberbio Zhang o el minero triste y calmo de Liangzi, cuando se decide por el primero la primera parte concluye. En el presente (año 2014) Tao ya es madre de un hijo del que no tiene la custodia tras su divorcio de Zhang y el futuro nos lleva al año 2025, el trío se ha disuelto y su hijo ahora vive en Australia en una convivencia conflictiva con su padre. Ya no hay promesas y lo material no ha resuelto ese vacío en que se han sumido la vida de los protagonistas. Como si pudiera recomponer esa fuerza que constituía su juventud, Tao baila el mismo tema de los Pet Shop Boys en el medio de la nieve en búsqueda de nuevas esperanzas. film-mountains-depart La diferencia con anteriores films del cineasta es que el lapso de tiempo ficcionalizado alcanza al futuro que no se percibe como algo prometedor. El ingreso al capitalismo no le ha deparado a nuestros protagonistas una vida humana ya que la abrumadora presencia de la tecnología solo ha logrado aumentar el vacío existencial. Mountains May Depart es una mirada crítica hacia la globalización y su efecto en las tradiciones y las culturas, una perspectiva escéptica sobre la tecnología y los cambios materiales en la China y el mundo. Sólo conocido en la Argentina por los cinéfilos que transitan festivales o alquilan dvd en clubs de cine arte, Jia Zhang Ke es un director ambicioso que transita con idoneidad tanto la ficción como el documental, como se puede observar en este corto sobre la amenaza del smog en Shangai. Smog Journeys https://www.youtube.com/watch?v=zfF7ZmKMUX0
Go West El estreno comercial en la Argentina de una película de un director del talento del chino Jia Zhang-ke es un verdadero acontecimiento cinéfilo. Si bien no se ubica como la mejor de la notable filmografía del creador de Naturaleza muerta, The World, Platform, Xiao Wu, Unknown Pleasures y The World, Lejos de ella tiene dos notables episodios (ambientados en 1999 y 2014) que justifican con creces su visión, pese a que el tercer y último segmento (que transcurre en la Australia de 2025) resulta demasiado caricaturesco. Lejos de ella no es una película redonda. Puede que ni siquiera sea una de las mejores películas del gran cineasta chino Jia Zhang-ke. Y, pese a todo, el nuevo film del ganador del León de Oro de Venecia por Naturaleza muerta es para este crítico lo mejor que se ha visto en la Sección Oficial de Cannes 2015. Una saga familiar en tres tiempos puntuada por el uso de tres anchos de imagen distintos, Lejos de ella nos lleva desde la China de 1999 hasta la Australia de 2025, dibujando una lúgubre crítica al proceso de deshumanización que sufren las sociedades capitalistas. Sin necesidad de parábolas, yendo directo al grano, pero utilizando también múltiples mecanismos de distanciamiento (a la Brecht), Jia Zhang-ke traza un relato de corte melodramático en el que los sueños de prosperidad de todo un pueblo se estampan contra la perversidad de un modelo socioeconómico. Lejos de ella reúne elementos de varias películas de Jia Zhang-ke: el arco histórico de Platform, la dimensión global de The World y el pulso narrativo de A Touch of Sin. El director de Xiao Wu parece haber dejado atrás el proceder pausado y observacional de sus primeras películas, sustentado en amplios planos generales y prolongados travellings laterales. Por el contrario, ahora el autor de Unknown Pleasures parece especialmente interesado en acercarse a sus afligidos personajes, “encerrándolos” en encuadres sin profundidad de campo que evocan una cierta claustrofobia existencial. Esta apuesta formalmente opresiva alcanza su punto álgido en el deslumbrante primer capítulo de Lejos de ella, filmado en 4:3 (formato casi cuadrado) y propulsado en su arranque por un uso festivo y fatalmente irónico del Go West de los Pet Shop Boys. La pletórica coreografía musical que abre la película captura a la perfección el tono de este colorista episodio, ambientado en 1999 y marcado por las ilusiones de una generación que cabalga a lomos del progreso económico y los anhelos de riqueza.
DELICADO ROMANTICISMO Una historia de amor en tres etapas muy distintas entre sí. Porque además los personajes están inmersos en la evolución económica de China, la que va del comunismo a las formas capitalistas que enriquecen a unos pocos y a otros les muestra su cara más despiadada. Comienza con el coqueteo de una hermosa adolescente y dos pretendientes: la elección mal hecha, las dudas, la fascinación por la promesa del más ingenioso. La segunda etapa más realista y desencantada. Y en el futuro una búsqueda de raíces para muchos que perdieron el rumbo de su verdadera identidad. Sin caer en el pecado de lo retórico, delicada visión de lo perdido y recuperado, con buenos actores. Vale la pena.
Crecer en la ausencia Jia Zhang Ke, el notable realizador de Still Life (2006) y Platform (2000), entre otras, entrega con Lejos de ella (2015) un film sensible y melancólico, compuesto por tres episodios que abordan el amor, la lucha de clases, la soledad y la pérdida sin golpes bajos ni subrayados. 1999, 2014, 2025. Tres cifras, tres años, tres estados de ánimo y –en cierta medida- tres mundos distintos. En el primero de esos mundos se gesta la relación entre Tao y Zang, jóvenes que habitan la China pre- capitalista. Él es un muchacho impulsivo, de buena posición social, un tanto arrogante. Frente al amigo en común que tiene con Tao (que también aspira a conquistar su corazón), sólo puede reaccionar con violencia, poniendo en escena todo su arsenal, metaforizado con la pirotecnia de trazo grueso que tanto le gusta hacer estallar. Ante esa personalidad, no resulta llamativo ver cómo en el 2014 se convirtió en multimillonario, cómo el dinero y la ambición hizo que su matrimonio fracasara, cómo el reverso de esa realidad es la parte que muestra su otrora amigo, enfermo por los estragos de una industria que quiere acumular de cualquier forma, cueste lo que cueste. En el 2025 el relato transcurre casi íntegramente en Australia. Allí, conocemos a su hijo ya adulto, enfrentándose en el extranjero a la ausencia de la madre, la omnipresencia del padre, la desconexión frente a una urbanidad gélida, desencantada. Hay en ese presente algunos signos que lo religan a sus antepasados; pulsiones que miran hacia esa China que ya es historia. Con una filmografía que lo consagró como uno de los maestros del cine internacional, Jia Zhang Ke vuelve a revelarse en Lejos de ella como un humanista, capaz de ver en una genealogía los signos de un mundo en permanente mutación. En su cine, lo espiritual no termina nunca de escindirse de lo social. En una de las escenas más conmovedoras del film, Tao llora la muerte de su padre y arroja con furia a ese hijo que no la conoce del todo, que no puede mirar lo mismo que ella ve en ese cuerpo sin vida, porque la distancia impuesta por el padre es lingüística (el chico terminará hablando sólo en inglés) pero a la vez sentimental. Allí se enfrentan la tradición y la modernidad, enfrentamiento que la cámara del realizador captura con un dejo de melancolía. Lejos de ella también se cimenta sobre lo que no se ve, sobre lo que debemos percibir. El paso del tiempo es, también, el peso del tiempo. Peso que nos hace pensar en lo que pudo haber sido si ella se quedaba con el chico más humilde, si él lograba no transformarse en un inmigrante, si ese hijo hubiera sido otro y se hubiese criado en el lugar en donde sus padres fueron jóvenes. Jia Zhang Ke nos arroja esas preguntas de manera orgánica, sin subrayar las decisiones de los personajes, tan sólo haciendo un compendio de situaciones clave que los muestran en la mayor parte de los casos como personas vulnerables. Nada de todo eso se podría conseguir sin la sensible, austera (en términos de economía gestual), visceral actuación de todos los actores, en esta historia que ya puede incluirse en la lista de lo mejor del 2016 en materia de estrenos internacionales. Bienvenida sea.
En el vertiginoso transcurso del tiempo. Esta vez bajo el formato de un melodrama, el director de Platform vuelve a su tema de siempre: los modos en que la esfera pública moldea las vidas privadas en la China actual. El mayor cineasta chino que haya dado su país en las últimas dos décadas, Jia Zhang-ke (Fenyang, provincia de Shanxi, 1970) es también el gran cronista de los enormes cambios producidos en la sociedad de la República Popular China en su paso del centralismo de Estado a la apertura capitalista. En la docena de ficciones y documentales que ha dirigido desde su reveladora opera prima, Xiao Wu (1997), una singularísima relectura del Pickpocket de Robert Bresson que participó del primer Bafici, Jia –filmando muchas veces por fuera del aparato oficial– supo ubicarse en las antípodas del cine de dimensiones épicas y hasta operísticas de Zhang Yimou y Chen Kaige, los máximos representantes de la llamada “Quinta generación”, que tuvo su apogeo a fines de los años 80. El de Jia ha sido siempre un cine esencialmente intimista, de una fuerte marca autobiográfica, pero que a partir de esa subjetividad es capaz de dar cuenta de la sensibilidad de toda una época en sus aspectos más profundos y personales. Y Lejos de ella, el bienvenido estreno porteño de su film más reciente, presentado el año pasado en competencia oficial en el Festival de Cannes, no es la excepción. La novedad que presenta Lejos de ella con respecto a su obra anterior es que aquí, por primera vez, Jia, un cineasta esencialmente moderno, se interna de pleno en el melodrama, un género clásico que tiene una fecunda tradición en el cine de su país y al que abraza sin prejuicios pero sin traicionar su propia identidad como autor. De hecho, Lejos de ella parece empezar justo allí donde terminaba la que quizás siga siendo su obra maestra, Platform, premiada en el Bafici 2001. El transcurso del tiempo era el tema central de Platform, un film-río que daba cuenta de los impresionantes cambios en la vida social de China posterior a la Revolución Cultural, a través de las vidas de un grupo de jóvenes amigos de un pueblo del interior profundo, no muy distinto al que conoció Jia en su adolescencia. Y el transcurso del tiempo es una vez más el tema de Lejos de ella, que comienza con los conflictos de su triángulo amoroso allá por 1999, con la irrupción de la cultura pop y de una incipiente burguesía aun en los rincones más remotos del país; que continúa en pleno 2014, con el apogeo del capitalismo de Estado; y que tiene una coda en el 2025, en un futuro en el que la identidad nacional parece sino disuelta al menos fracturada. Ese epílogo distópico, que hace tambalear la inconfundible impronta realista del director (al punto de que lo abrevió después de su estreno en Cannes), se diría que es casi el único paso en falso de un film por lo demás sólido, sincero y en algunos pasajes auténticamente conmovedor. Como siempre en Jia, una intensa melancolía atraviesa la vida de sus personajes, que parecen forjados por la tremenda aridez del paisaje que habitan, por el polvo que respiran incluso por fuera de los pozos de carbón de los que viven y mueren, y por la nieve que no logra frenar la corriente del río que atraviesa el pueblo y que semeja la metáfora del curso que va tomando la existencia de una mujer (Zhao Tao, actriz fetiche de Jia) y de los dos hombres que la aman de maneras antagónicas. Como en The World (2004), la ilusión de modernidad y globalización vuelve a estar en el centro del nuevo film de Jia, que puede considerarse otro capítulo de su obra dedicada a escribir la historia íntima de la China contemporánea. Una vez más, el director consigue expresar de qué manera la esfera de lo público invade las vidas privadas, o de qué modo el marco político refleja y moldea las relaciones personales. “El triángulo es la figura geométrica más estable”, dice la mujer, intentando sostener un equilibrio imposible entre quienes desde su infancia fueron amigos. Pero cada uno de los vértices ejerce su propia fuerza, en direcciones opuestas, provocando con los años un efecto de alienación, desarraigo y soledad a la que no es ajena la trayectoria que parece seguir el país todo, en su conjunto. En este sentido, es particularmente potente y logrado el plano final de Lejos de ella, en el que Jia expresa una bella, pequeña nota de esperanza, como si dijera que siempre se lleva en el fondo del corazón una canción que merece ser bailada
Un melodrama desolador, producto del capitalismo Desde su ópera prima Xiao Wu (una de las revelaciones del Bafici de 1999), Jia Zhang-ke se convirtió en el director más audaz, contestatario y brillante del cine chino. Casi 17 años después de aquel debut se estrena en los cines argentinos su octavo largometraje de ficción, Lejos de ella, que es también el más ambicioso de su carrera. El realizador de Platform, The World, Naturaleza muerta y Un toque de violencia dividió esta saga familiar en tres episodios ambientados en el pasado (1999), en el presente y en el futuro (la Australia de 2025), para un desolador melodrama en el que trabaja sobre varios de los temas-eje de toda su filmografía: el enriquecimiento de un sector de la población, con la llegada del capitalismo y la globalización, pero también la creciente diferencia de clases, las contradicciones entre tradición y modernidad, y la progresiva pérdida de la identidad, que -en el caso de los más jóvenes que deciden emigrar- llega incluso a la propia lengua. Cada historia ofrece su propio formato de pantalla y un estilo visual diferente. Las dos primeras partes -ambas notables- tienen que ver con la euforia y la codicia propias del progreso, pero también con ciertos valores que van corrompiendo el tejido social. El epílogo en inglés (sobre la deshumanización, producto de la riqueza y el exilio) no resulta demasiado inspirado y muestra al director, por primera vez en su cine, al borde de lo caricaturesco, pero, sobre todo, en sus dos primeros tercios, la melancólica, pesimista y desgarradora Lejos de ella (que tiene en la actriz Zhao Tao a una brillante protagonista) nunca deja de ser una lúcida mirada a ese misterio siempre fascinante que es China.
El amor en el vértigo En tres actos, y con un tono crítico y emotivo a la vez, ofrece un retrato familiar marcado por el cambio de época. Es puro vértigo esta historia familiar a la luz del pasado, presente y futuro de la China capitalista. Un relato lineal efectivo. Pero el gran logro del director Jia Zhangke en Lejos de ella fluye a través de las emociones y los vínculos, las consecuencias humanas de esa inercia económica exterior. A finales de 1999, en el alba del siglo XXI, la adorable Tao canta y enamora en los festejos de fin de año. Por ella “mueren” sus dos amigos de siempre, Zang, un flamante integrante de la elite económica y Lianzi, un esforzado trabajador en las minas de carbón. Resultado horrible para una vieja lucha de clases, batalla desigual por la jovencita china. Contra el espectador, contra ella misma quizá, pero muy a favor de la película, Tao se decide por ese engreído joven de la elite, a quien ella misma le sugiere “que el dinero se le subió a la cabeza”. Solución al primer conflicto.Las lecturas políticas, económicas y culturales que afloran en Lejos de ella, narrada en tres capítulos (1999-2014 y 2025), marcan todas los efectos del avance del capitalismo salvaje en el país más populoso del mundo, pero adelante hay una historia de familia bien contada, con emoción, profundidad y personajes humanos. Diálogos chispeantes durante la juventud, preocupados en la adultez y mucho más amargos en el futurista final de la película, ayudan a trazar un compás que también está definido por el formato y el color de las imágenes, que en 1999 arrancan en un 4:3 para estirarse hacia las apaisadas pantallas de la actualidad. A la vez, el color se va apagando, y las calles vaciando de gente. También la música juega un rol fundamental, entre la tradición del cantonés, y la resignificación de Go West, el tema de Pet Shop Boys que atraviesa la vida de Tao. Nada es casual. ¿Y el pasado? Aparece a cuentagotas a través de algunas tradiciones sin referencias ideológicas a los años comunistas, pero con cierta nostalgia jamás declarada. “Zang ha crecido, es todo un capitalista”, es una definición y metáfora de la segunda parte. Luego el olvido intencional. Y la memoria que fluye en una canción o en un viaje, preguntas sobre qué es la libertad, y conclusiones penosas, pero esperanzadoras. “El tiempo no cambia todo”, admiten estos seres arrastrados por la corriente imparable. Hay también un elogio de la lentitud, herramienta de disfrute. Pero prima una sensación, ver pasar los años junto a ellos, con sus puntos de vista, sentir y pensar un mundo global a través de su historia.
Al principio pensé que me había equivocado de sala. Lo juro. O que Jia Zhang-ke estaba haciendo alguna parodia de una película que pronto terminaría para empezar la verdadera. Pero no. Esa comedia excesiva y melodrama ampuloso sigue y sigue durante un buen rato y uno tiene la sensación que el realizador chino está tratando de encontrar una nueva/vieja manera para contar sus historias. Esa primera parte –filmada en video rudimentario, con actores en plan vodevil y situaciones ampulosas y teatrales– se extiende más de 45 minutos. Al final aparece un cartel que dice: “Una película de Jia Zhangke”. Ahí entendemos dos cosas. Por un lado, que no nos equivocamos de sala y, por otro, que Jia es consciente que el estilo usado en esa primera mitad no es usual en él. Ese cartel nos dice que no nos equivocamos y que confiemos. Y confiamos. Y el director de PLATFORM nos lleva por un camino curioso y extraño, inusual en él, pero con el que llega a destino, pese a algunos tropezones. Resumiendo, la primera parte del filme transcurre en 1999 y está contada a modo de comedia comercial, narrando un triángulo amoroso entre una mujer, un obrero de una mina de carbón y un “nuevo rico” de esos que empezaban a surgir entonces allí. En un tono paródico y con actuaciones propias de un cine mainstream asiático, Jia aprovecha ee triángulo para poner en primer plano los cambios culturales y comerciales del país, como si nuestra protagonista fuera la “China” tironeada entre la tradición y la modernidad, entre los trabajadores y los nuevos millonarios. Ella se quedará, finalmente, con el millonario y después del cartel que nos anuncia que estamos en 2014 recuperaremos a los personajes hoy, en un estilo algo más cercano al que el director nos tiene acostumbrados. Allí, claro, se verá como fueron modificándose los personajes y, a través de ellos, el propio país. El obrero que está en las últimas, el millonario que se fue a Shanghai y solo sueña con que su hijo hable inglés y sea un ciudadano del mundo. Y, en el medio, una madre presionada por ambos lados. Así, mientras las ciudades pequeñas se transforman en megalópolis, los trenes bala pasan volando y algunos ya no saben hablar bien chino, se nos pone al día de los cambios de la familia y del país. La tercera parte tendrá lugar en el futuro, en Australia más precisamente, y si bien es la más floja del filme (hablan en un inglés trabajoso, digamos), es la que pone en primer plano los miedos y misterios que aguardan a China en el futuro. En el medio, el país sigue adelante, lidiando con sus permanentes y extraños cambios. Así, mientras una melodía cantonesa se repite como un mantra y el evidentementente metafórico “Go West”, de los Pet Shot Boys, se vuelve leit motiv del filme, MOUNTAINS MAY DEPART (incomprensible título en inglés, salvo que uno lo piense como “hasta las montañas se nos van a ir”) nos pinta 25 posibles años de la vida china a través de cuatro personajes y tres estéticas distintas. China es un país en el que todo choca con todo, en el que conviven la obsesión con el futuro con el respeto por el pasado y en el que Jia parece manifestarse por el apego a una tradición un tanto menos occidental, una que incluya “Go West”, pero que avance a ese “mítico Occidente” de a poco y sin destruir todo a su paso…
Master filmmaker Jia Zhang-ke pits humanity against capitalism in ambitious drama POINTS: 8 Winner of the Audience Award at San Sebastián and of the ICS Cannes Award for Best Actress for Tao Zhao, Mountains May Depart, the new film by Chinese master Jia Zhang-ke (Platform, Still Life, The World, A Touch of Sin) is another small gem to be treasured for long after you’ve left the theatre. The diverse and often negative effects of China’s hastened economic growth and social development are once again at the core of a story set in three different times and on two continents. First set in Fenyang, a northern coal mining city and the director’s hometown, Mountains May Depart begins in 1999 in the eve of the new millennium as a group of people dancing happily to the Pet Shop Boys’s unmistakable Go West. It’s time for 18-year-old Tao (played by the director’s wife and muse Tao Zhao) to choose between two gentleman callers: honest but ordinary coal miner Liangzi and well-off and flashy Zhang. She knows Zhang is not that great a person, but nonetheless she falls for the promise of a better life. When Liangzi learns of Tao’s decision to stick with Zhang, he feels humiliated and leaves town. Thus begins the film’s first part. Then, 15 years later, Tao is even richer, but divorced and discontent. Her ex-husband won custody of their seven-year-old son, who lives a comfortable life with him in Shanghai. At the same time, Liangzi is very sick and returns to Fenyang to get some money for medical treatments. It’s now time for Tao to face the man she didn’t choose once and who now needs her help. Needless to say, emotional connections will be hard to forge. Fast-forward another 10 years, and now Tao’s son is living with his father in Australia. They had to leave China because Zhang was accused of corruption. Tao’s son, aptly named Dollar, is clueless as to what he wants to do in life, refuses to speak Chinese to his father, but eventually finds some emotional solace with his Chinese teacher, a much older woman who’s also lonely and in need of affection. That’s all you need to know about Mountains May Depart. It may be even more than necessary. But as is the case with Jia Zhang-ke’s sometimes marvellous, other times just remarkable movies, what happens is not so important as how the director immerses viewers into the plot and, even more importantly, into the minds, souls and hearts of his characters. Identity, tradition and the need for human beings to connect are also at the core of a film permeated by melancholy and a sense of lost love and loss at large. There’s also room for regret, even when regret can’t accomplish a single thing. A story that began with a romantic triangle back in 1999 is then transformed into a story where a side of any geometric figure is always missing. It would seem that what these characters lost, whether because they had it or because they thought they would have it, has marked them for life. And it would seem that life repeats itself in cycles, and yet what’s lost is lost for good. Arguably Jia Zhang-ke’s most linear and accessible film so far, Mountains May Depart sometimes leads you to believe there might be a way to erase past wrongs, and yet more often than not such a way turns out to be illusory. With a great use of ellipsis — for what the filmmaker opts not to show is equally important as what he shows — a beautiful cinematography that creates atmospheres which fully convey what the spoken word could only merely reference, a stunning performance of exceptional refinement by Tao Zhao, a superb musical score that sets mood as well and includes Go West at a very ending in a moment that redefines its use in the beginning, Mountains May Depart may not be a perfect film (the last third feels a bit awkward) but it sure is one of the most satisfying features released so far this year. production notes Mountains May Depart (2015). Written and directed by Jia Zhang-ke. With Tao Zhao, Zhang Yi, Liang Jin Dong, Dong Zijian, Sylvia Chang, Han Sanming. Cinematography: Yu Lik Wai. Editing: Matthieu Laclau. Running time: 126 minutes. @pablsuarez
Film chino aséptico pero interesante La madre separada debe llevar a su hijo con el padre. Y en vez de llevarlo en avión, lo hace en tren, porque es más lento. La explicación que le da al chico, el regalo que le hace con ilusión de madre, el momento en que ambos al fin comparten algo, son quizá los instantes de mayor ternura que hemos de contemplar en esta obra de Jia Zhangke. Acaso ahí se encuentre un punto en común con Fassbinder o Kaurismaki. Pero sólo ahí. La historia se cuenta en tres etapas, de 1999 a 2015. Dos muchachos se enamoran de la misma chica, ella elige el de futuro más prometedor, el otro formará su familia sin poder salir nunca del pozo (significativamente, trabaja en una mina), el futuro enturbia sus promesas aunque algunos puedan aprovechar la modernización del país, el vástago tiene las llaves de su casa materna, pero no sabe ni dónde queda la casa, ni la lengua de sus mayores, ni siquiera si la madre está viva. A todo lo largo hay sueños, indecisiones y malas elecciones de juventud, una mujer linda que se va secando velozmente, un enamorado pobre, un ganador amargado, desazones, frustraciones, alejamientos, pérdidas, humillaciones, angustias, reemplazos indebidos y un interminable, etcétera. Como se advierte, esto daba para un dramón chino, de esos que se ven con el pañuelo en la mano, exagerados, tremendistas, de actores desbocados. O para un melodrama chino estilizado, envuelto en poesía, como los que hace cada tanto el versátil y talentoso Zhang Yimou, maestro. Pero Jia Zhangke prefiere la moderación absoluta, la estilización aséptica, el aplauso de "Cahiers du Cinema". El sabrá lo que hace. Película interesante, de todos modos, por lo que muestra sin siquiera mencionarlo: la falsedad del comunismo, la absorción de la cultura occidental, la pérdida de raíces, las tristes ironías de la vida, la lágrima que no termina de salir.
Lo más cerca posible En el arranque de “Lejos de Ella” (China, 2015), un pequeño grupo de personas festeja en 1999 el año nuevo practicando una coreografía sincronizada en un pequeño local. El director Jia Zhangke presenta esa escena, inmersiva, desde afuera para luego introducirse de lleno a partir de destacar la imagen de una bella joven (Zhao Tao) que disfruta sin ningún tipo de prejuicio el baile. “Go West” versión de los Pet Shop Boys será el tema que tanto placer a ella le da. Mientras baila uno de los compañeros (Liang Jin Dong) la admira, la idolatra, la acompaña, hasta que llega un tercero (Jin Sheng Zhang), que a fuerza de presentarse como el opuesto a todo lo que ella está acostumbrada, tendrá la capacidad de imponerse como el tercero en una historia de amor dividida en tres instancias, que en el fondo sólo busca conocer más detalles de sus personajes, entorno y relaciones. 1999, presente, y 2025, será cómo Zhangke, ambicioso, dividirá esta épica historia de amor en la que, además, se cuentan tradiciones, perspectivas, realidades y suposiciones, acerca de modos de vida y de cómo un grupo de personas va evolucionando e involucionando mientras crecen. A Tao (Tao) en un momento, agobiado por la alegría y felicidad que ella siempre transmite le dicen “Nadie puede estar contento toda la vida” y desde allí su historia comenzará a debatirse entre aquello que quiere para sí misma, para su hijo y para finalmente decidir con quien tendría que pasar el resto de su vida. Los personajes evolucionan en el filme, se transforman, se modifican, y Zhangke va, minuciosamente, desplegando sus características a lo largo del metraje. La interpretación de Tao, que se apoya en el notable juego y puesta en escena del director, como así también el juego que se genera a partir de la división en etapas de la historia, son los puntos más altos de una historia de amor que va más allá de la superficie gracias a su fuerza melancólica y entrañable y su capacidad para destacar la alegría, pese a todo, como motor de la vida. PUNTAJE: 10/10
Ambicioso melodrama que se concentra en tres o cuatro personajes a la vez que pinta un fresco de la historia china contemporánea. Con apuntes sutiles, algunos excéntricos y otros más obvios, se divide también en tres partes, pasado presente y futuro. Talentoso narrador, Jia Zanke pone en escena de la pérdida, la nostalgia y la confusión de los afectos y logra que la emoción sedimente y, hacia el final, aflore.
Amores cambiantes en un país que no deja de cambiar También podría llamarse Lejos de (aqu)ella China. Ella es Tao, la actriz fetiche del realizador. Es el centro de la historia, la mujer que al comienzo se la ve tironeada entre la tradición y la modernidad, entre un rico y un pobre. Es la alegoría perfecta de un film que recorre los sentimientos cambiantes de un país que entre tantos rumbos no acierta a perfilar el propio. “El triángulo es la forma perfecta” dice la profesora de matemáticas. Desempata y desafía. Y el film plantea varios triángulos, con amigos, madres, hijos, padres, profesoras, madrastras. Desde la forma se pone a prueba el fondo, como esas ciudades con trenes balas y rituales ancestrales. También la soledad, el desamor y la tristeza forman otro triángulo que los abarca. Melodrama desparejo con personajes melancólicos y una historia de amor que abre el film y que sigue sin resolverse, como ejemplo de una desorientación que une y desune a todos los personajes. El film arranca en 1999 en los umbrales de los grandes cambios. Sigue en el 2014 y viaja en la tercera parte hacia Australia. La mesura de la paleta de Jia a veces se vuelve simple y obvia, como en la historia del comienzo, donde los aspectos algo farsescos fuerzan la contienda entre esos dos amigos separados por un amor que, como el país, también debe elegir entre opciones muy contrastadas. La segunda parte es la mejor, la más quieta, sensible y cercana, la más aproximada, dueña de un tono reposado que la cámara de Jia interpreta y afianza. Y el final, algo forzado, se lo ve más incómodo, como si también a los personajes les costara habitar ese futuro no tan distante, donde se habla otro idioma, las tradiciones se han diluido y los conflictos de padres e hijos potencian los distanciamientos entre el ayer y el hoy. El final deja todo en suspenso: ¿Trae esperanza o resignación? La idea es poder volver a ese ayer, como esa canción, la pegadiza “Go West”, que abre y cierra la película y propone un mundo que apunta la evasión, mientras deja que la nieve oculte la decepción.
Si la cosa sigue así yo no sé dónde vamos a parar “Si la cosa sigue así yo no sé dónde vamos a parar”, decía mi finado abuelo. Uno ve el mundo hoy, su tierra en particular, y no puede evitar hacer propia esa frase. Les pasa y les toca a todos en todo el mundo. En china también. Y ese disparador es la base sobre la cual el director Zhangke Jia planta bandera respecto de la situación coyuntural por la cual siente su país y está atravesando, agregándole a esto una escéptica mirada de aquí a unos años. Dejó de lado la sutileza que supo ostentar en joyas como “Naturaleza muerta” (2007) o “The world” (2005), para darle paso a otro tipo de mensaje, no de denuncia, tal vez de advertencia. Como muestra de botón contundente la primera escena de “Lejos de ella” es toda una declaración de principios. Casi un titular de diario. Un grupo de jóvenes (o sea la siguiente generación) baila una canción llamada “Go west” en versión del dúo británico Pet Shop Boys. “Al Oeste / la vida es pacífica allí / Al Oeste / In el cielo abierto / Al Oeste / Nena vos y yo / Al Oeste / Es nuestro destino”, dice la letra. Pero esta coreografía es de bailarines chinos, en China. ¿Hace falta decir más? EL guión del propio realizador divide el texto en tres actos a partir de la historia de tres personas. Tao (Shen Tao), una empleada, Zhang (Yi Zhang), un tipo de la camada de los nuevos ricos (con suficiente plata como para confiar en su poder), y Liangzi (Jing Dong Liang) trabajador en una mina de carbón. Luego del comienzo musical veremos a los tres en 1999, en edad estudiantil conviviendo en los albores del nuevo siglo. Los tres son amigos, pero mientras que Liangazi la desea furtivamente, Zhang se lanza abiertamente a la conquista ostentando bienes materiales como discurso de la seguridad para el futuro, “un buen partido” dirían las abuelas. Tao está en la suya, pero de alguna manera siente que hay una decisión para tomar. El segundo acto traza una elipsis de 15 años en la vida de los tres. La cosa es muy distinta. Ese lejano 1999 parece inocente ante la contundencia del poderío económico y la diferencia que este establece a nivel cultural. Tao no puede obtener custodia legal de su hijo. Pasaron los años para los tres y lejos de haber aprendido la lección, la situación recrudece bastante. Luego la acción se trasladará a un hipotético 2025 en Australia, en donde el director lanzará su alegato final para nada esperanzador. Está claro que la lectura política es la estrella de “Lejos de ella”, pero el realizador emplaza una coyuntura que se interpreta a través de los personajes, elección por demás acertada, para nunca alejar el factor humano de la mente del espectador. Como si quisiese mostrar que cualquier consecuencia está en manos del hombre y su capacidad de aferrarse a valores más universales que materiales, y si la historia de estas personas se cuenta a lo largo de 25 tampoco es casualidad. Supone, el cineasta, que ese tiempo bien puede ser el tiempo útil para juzgar los actos de cada generación una vez que esta es lanzada a su propia suerte por efecto del crecimiento biológico e intelectual En este sentido contar todo en tres actos algo dispares entre sí, pero narrativamente contundentes, hace a la idea de dividir los períodos de la vida (¿útil?) de una persona y analizarlos según sus circunstancias. El hecho de que esto ocurra en China con una mirada temerosa hacia la influencia de la cultura occidental no deja de universalizar el discurso. Los virajes pueden ser graduales o repentinos, pero nunca ocurren de un día para el otro. Nunca más actual este concepto y si no basta con ésta película, fíjese en el brutal cambio en nuestro país. Zhangke Jia hace su advertencia, con tintes fatalistas si se quiere, pero advertencia al fin. Si es para bien y para mal, dependerá de nosotros.
Pensaba, mientras salía de la proyección de "Lejos de ella", del genial Zhangke Jia, que esta es la película que mejor condensa muchas de sus inquietudes como cineasta. Hizo mucho revuelo en Cannes el año pasado y realmente es de esas películas que transcienden el arte y se instalan en la trama de la denuncia social y la preocupación por el futuro cercano de nuestro modo de vida. "Lejos de ella" es, la más equilibrada (según lo opinión de este humilde servidor) de sus realizaciones, y evidencia un crecimiento artístico notable en cuanto al enfoque estético y narrativo, muestra cabal del talento de este realizador chino que es mundialmente conocido por analizar críticamente los cambios de su sociedad en los últimos años. Esta pequeña gema, en su versión original tiene tres dimensiones (unan un "ratio" distinto, y te das cuenta por el ancho que se proyecta en la pantalla), distintas de acuerdo a cada uno de los tres capítulos que presenta para contar su historia. El primero se da en 1999, postal de fin del siglo pasado, el segundo en la actualidad (o casi, ya que hablamos de 2014) y cerramos con el tercero, nada menos que en el 2025, muestra de la inquietud de Jia por cuestionar qué sucederá pronto, con su pueblo y con los hombres del globo, a la luz de los cambios que atravesamos. La historia es la de un triángulo amoroso, quizás atravesado por lo económico (más allá de que uno prejuiciosamente pueda suponerlo, no deberíamos tomar partido tan fácil), de tres amigos (dos hombres y una mujer, objeto de deseo y actriz fetiche del director) que en esa China del siglo 20 viven una historia clásica de disputa armoniosa del afecto de una mujer. Hablamos de Tao (Zhao Taio), quien de quien se han enamorado Jinsheng (Zhang Yi) y Liangzi (Liang Jin Dong). Uno posee mucho dinero (administra una mina de carbón) y el otro es apenas empleado en ese mismo espacio. Una vez resuelta la decisión, Tao se casará y con ello (unos 40 minutos después del inicio), cerraremos esta primera página con cierta curiosidad... ¿Cuáles han sido los motivos de la elección y qué cosas ha puesto en valor esta mujer? ¿Hay alguna relación con la proyección material o ha sido simplemente una cuestión de afecto puro? Y la inevitable pregunta: ¿Qué le deparará al destino al derrotado Liangzi? En 2014 (capítulo 2, digamos) comienzan a aclararse. Accedemos a conocer que sucedió con Tao y Jinsheng y también se iniciará el tema del hijo que tienen en común. El viejo galán derrotado está casado y tiene también un hijo, por lo que retorna a su pueblo natal buscando a Tao, quien podría ser el auxilio financiero que necesita para tratarse de una enfermedad peligrosa que amenaza con extenderse en su cuerpo rápidamente. Ella está divorciada de su marido y él reinició su vida, lejos de ella, con otro mujer y con su hijo, curiosamente llamado (y lo digo en forma irónica), Daole (que es un homófono del americano "dólar"). Tao es una mujer con poder y dinero, pero solitaria y con una confusa y extraña relación con su único hijo. Pero hay mucho más en esta segunda parte: Tao verá a Daole en un contexto duro (el chico vive con el padre en Shangai), el de un funeral. Y tendrán unos días para revisar su vínculo y la manera en que en este presente, ellos puedan establecer algún tipo de relación madre-hijo, cerca de lo esperado o deseable. Luego vendrá la tercera parte, cuando ya adulto el hijo de Tao se haya escindido de la cultura china (en 2025) y viva en Australia, desconcertado y sin rumbo. Ya nada le queda a él de ese pasado en que vivió en suelo chino y sólo habla inglés, siendo claramente un producto de la globalización extrema que vivimos. Eso, sumado al poderío económico de su familia, lo llevan a recorrer situaciones extrañas y hasta un Edipo complejo que será uno de los elementos centrales de esta última parte. "Lejos de ella" ofrece momentos únicos (el inicio y el cierre con "Go West" de los Pet Shop Boys es increíble), segmentos donde la sensibilidad de despliega de forma tierna y sutil (la relación Tao-Daole), encuadres arquitectónicos fabulosos (la mirada vasta del progreso feroz), postales críticas sobre el manejo del dinero y la insensibilidad de los que más poseen y por sobre todo, una mirada social, abarcativa y en cierta manera inquietante, de las situaciones por las que están atravesando, los ciudadanos de la gran potencia económica de estos tiempos. Tenemos un crossover entre un film que pareciera centrarse en la relación maternal de una mujer que no vive con su hijo (y sus consecuencias) y un descarnado relato de cómo son los actuales valores en la sociedad china, sobre todo, en relación a lo material. Jia Zhang-ke es un cineasta obligado, si te interesa conocer cómo ven los artistas audiovisuales de oriente, el cambio que vivimos y que viviremos, desde una perspectiva social, crítica y responsale. Esta es una gran película. No te dejes engañar, no es cine festivalero, hay mucho para el espectador corriente que la hace totalmente disfrutable a pesar de su indudable profundidad técnica.
Cuando nieve y música se encuentran Una película próxima a la maestría. Un film bellísimo, a partir de desencuentros y afectos contrariados. La necesidad de pensar el pasado como construcción del porvenir, en un ciclo que es vital y generacional. Que llegue a la cartelera una película del realizador chino Jia Zhangke es noticia suficiente. Se trata de alguien premiado de manera internacional, considerado uno de los cineastas más relevantes de su país. En su obra, entre otros aspectos, la transformación social y política de China aparece como temática de fondo, rasgo por el que su cine ha sido referido de manera excelsa. Lejos de ella no es la excepción. Si bien es éste el lienzo, Lejos de ella se mueve a partir de vidas compartidas, que coinciden, se aman y pelean, con algunos reencuentros, otros que ya no sucederán, mientras el tiempo sucede, imperturbable. En grandes rasgos, la historia germina a partir de la relación entre tres amigos, con el vértice puesto en Tao (Tao Zhao, actriz fetiche de Zhangke). Pero también, como se apuntaba, Lejos de ella es una puesta en escena sobre el tiempo. Está claro que toda película, tal vez o indirectamente, lo sea; pero pocas lo son desde el lugar autoconsciente, preeminente, en donde al tiempo se lo piensa, se lo somete a reflexión, como variable nacida a partir del criterio con el que se juega el montaje: acá hay una tarea de autor, de mirada personal que pone a prueba su concepción de cine; es decir, su concepción de mundo. En este sentido, el film de Zhangke exhibe una sucesión de etapas que son, por convención, tres capítulos o épocas. Una de ellas, se sitúa en el tiempo presente, coincidente con el año real de producción de la película (2014). Los otros momentos se localizan hacia atrás y adelante, con los años como manera de ubicar lo que ha sido y lo que sobrevendrá. En lugar de pensarse como un rompecabezas, en donde el visionado general culmine por unir lo que parece temporalmente esparcido, Lejos de ella apela a la sucesión lineal, al érase una vez, capaz de situar al espectador en el tiempo ocurrido hace, apenas, quince años. Mismo recurso de encanto que llevará a pensar el después, pero no como futuro hipotético, de ciencia ficción, sino como lo que de veras pasará. Este encantamiento es capaz de lograr un cuento de hadas melodramático, en donde las amistades y recelos tienen prólogo y epílogo en la canción "Go West", de Pet Shop Boys. Una elección que introduce a los personajes desde el baile, por fuera del argumento, como presentación de caracteres. ¿De qué maneras entender esta canción? De tantas formas como sea posible, con su idioma trastocado en un baile de quienes hablan otros: chino, mandarín. Hay otra canción también, en cantonés, que aparece como lo que desaparece y persiste. ¿Cómo será lo que la letra dice? El inglés, mientras tanto, prevalece en el futuro. Pero la música, invariable en su tristeza, persiste. Es esa canción, surgida de un momento casual, a través de presuntos compradores en el comercio de Tao, la que hilará ciertos destinos separados. El futuro de Lejos de ella ni siquiera tendrá lugar en China, sino en Australia, a partir de la vida del hijo de Tao. De acuerdo con el argumento: Tao tuvo en algún momento que decidir por el cariño de uno de sus amigos. Cada uno de ellos, situado en un lugar económico contrapuesto: mientras Jinsheng (Yi Zhang) es el favorecido, el que forma parte de la "elite", Liangzi (Jing Dong Liang) es el que usa la misma ropa, vive en los suburbios y trabaja incansable. Cuando Tao elija a su pareja, cuando le diga a su padre de quién se trata, éste responderá circunspecto. No está claro por qué. Tao, en tanto, mira desde un primer plano adorable. Están en un tren. ¿Hacia dónde? El momento es superlativo. El padre pareciera tener algo que decir, pero lo omite, prefiere una aceptación casi silenciosa. Su alejamiento hacia una ventanilla del tren es un momento delicado, donde nada hay de subrayado. ¿Qué es lo que esconden las miradas? Es un momento que suspende el relato, que aparece como un vaivén. En Tao se juega el porvenir. La mirada del padre parece guardar un saber. En Tao, todo está por suceder. En él hay una añoranza, quizás. Cada uno mira por separado, como si desanudaran lo que les ha unido. Hacia atrás, hacia delante. Hay otras marcas, que preguntan sobre cómo será. Por ejemplo, la vida promedio del cachorro que compra la pareja. Quince años, tal vez. El tiempo es inexorable, pero nunca como se lo predice (licencia futurística que la película, porque se sabe película, se permite). Habrá un perrito adorno en el automóvil nuevo. El tiempo ha sucedido. El cachorrito todavía vive, como un perro viejo. Vuelta de vida que espejará sobre quien no fuera favorecido por el amor de Tao; ahora, ella y él, atraviesan situaciones de vida con parentescos, algo solos, con dolores, una enfermedad. Ya nada resolverá lo que no ha sido. Los hijos ocuparán ese lugar, y con ellos, un mismo dilema que sobrevendrá. Hacia allí, con música en sus oídos, sin frío entre la nieve, se dirige Tao. O al revés. Porque ahora es su hijo quien la busca. Ha pasado demasiado tiempo, nada salió de acuerdo con lo planeado, pero una misma situación se reitera, porque así ha sido antes, porque así también habrá de ser. ¿Quién es mi madre o, también, quién ha sido? Hay una pregunta que despierta en este niño que ha crecido, en un ambiente ajeno al de sus padres. Ni siquiera persiste en él el recuerdo de un nombre. Algún vinilo le trae una sensación encapsulada, a través de una mujer que le enseña, comprende, también dolida. Hay diferencias de edad entre los dos, acorde con esos océanos temporales que el film juega a la manera de elipsis: apenas unos años, y el tiempo lo ha cambiado todo. Se quieren y están, pero ya no están. Todo, de hecho, está sujeto a este devenir fulminante. Nunca hubo manera de que se conocieran antes. Ella sabe que él debe partir. Para reencontrarse con quién es. Porque sobre él descansa demasiado, también se exige demasiado. Finalmente, la decisión, o el recuerdo de una canción tal vez escuchada, le llevan a desobedecer. Lo logra, con el dolor de quien le ama, mientras le esperan entre la nieve, con música, para luego pensar cómo será, justamente, lo que vendrá.
Multipremiada en festivales alrededor del mundo, llega desde China el último film de Jia Zhangke. Tres historias sobre amor en tiempos de neocolonialismo. Con ánimo de aburrir A veces sospecho que se debería inventar un género para aquellas películas exhibidas únicamente para el deleite de críticos y organizadores que asisten a festivales internacionales gratuitamente. Incluso, si no fuera tan feo adjetivo, podríamos llamarlas “festivaleras” o “acreditadas”. En fin, si yo viajara gratis por el mundo para ver películas ya tendría vista toda la filmografía de Jia Zhangke y diría algo pseudo-snob sobre lo IMPRESCINDIBLE que se ha convertido este cineasta para el panorama del cine actual. Pero no, para mi desgracia no viajo gratis por el mundo y no tengo vista la obra de este director, y estoy bastante seguro de que tampoco voy a empezar a verla en un futuro próximo. ¿Por qué? porque Lejos de ella es un ejercicio de poesía impostada para el mismo público de siempre. Go West El film cuenta tres historias en espacios temporales diferentes pero emparentadas por el linaje de los personajes. La primera de ellas se ubica temporalmente en 1999, el siglo XXI está ahí nomás y China paulatinamente empieza a abrir las puertas al capitalismo. En este contexto tenemos un triángulo amoroso entre Tao, una simpática cantante; Liangzi, un minero y Zhang, empleador del anterior y pequeño burgués entusiasmado con los nuevos beneficios de la Mano Invisible. Este segmento de 45 minutos – recién en ese minuto aparecen los créditos iniciales – equilibra humor, romance, drama y hasta un musical dentro de una narración clásica donde nunca se pierde el eje conceptual de lo que se quiere contar. No es sólo Tao la que se encuentra atrapada entre los dos mundos que representan sus amigos y amantes, sino que todos los personajes están de alguna u otra manera permeados por fenómenos sociopolíticos que no pueden controlar. El segundo relato se sitúa 15 años después, allí nos encontramos con una Tao madura y el conflicto emocional se traslada a su relación con su hijo pre-adolescente – spoiler (?) -. Aquí la cinta empieza a desbarrancar y no crea suficiente sustento argumental ni para establecer un segmento autónomo, ni para atar los cabos de la historia previa. Lo mismo sucede exponencialmente en un tercer segmento futurista donde el contexto cambia y estamos en la Australia del año 2025. Dollar, el hijo de Tao, estudia en dicho país y ha perdido su idioma natal así como buena parte de su herencia cultural. Sus primeros pasos en la adultez lo llevan a replantearse su frío vínculo con su madre mientras comienza una relación con una mujer mayor. Durante estos minutos se hace mayor hincapié en las consecuencias del poscolonialismo y el director aventura una teoría no tan descabellada sobre un futuro cercano. Aunque interesante en algunos aspectos, este último tramo falla en desarrollar ciertas ideas que sólo atina a vislumbrar tímidamente. Zhangke se toma su tiempo para narrar, demasiado tiempo diría. La elección del encuadre, las transiciones, la música, todo parece estratégicamente planeado para decir “que lindo”, “que poético”, “que profundo”; pero es una estética vacía pensada puramente para una contemplación independiente a los acontecimientos de la trama. Incluso el humor con el que inicia el film es enterrado bajo un halo de solemnidad exagerado. Todo esto termina por fulminar un argumento con algunas propuestas interesantes. Es decir: me aburrió, queda mal decirlo pero no los voy a engañar, y no me vengan con que no es la acepción occidental del cine: hasta la película deja en claro que no existen culturas impolutas de occidente. Conclusión Lejos de ella es un cúmulo de conceptos superficiales con aires de superación artística. Un envase estilizado sin coherencia y con demasiados cabos sueltos.
Lejos de ella es una película sobre una familia china, que atraviesa los cambios socioeconómicos del país a lo largo de 25 años y que se permite incluso teorizar sobre cómo será el futuro de esa sociedad 10 años después. EL final del siglo XX encuentra a tres amigos: Tao, Liangzi y Zhang, estos dos últimos enamorados de la primera. LIangzi trabajador de una mina, sencillo y humilde, Zhang millonario, prepotente y despiadado. Y mientras la Republica China abandona su sistema comunista cerrado, el capitalismo comienza a tomar posesión y es así que Tao se queda con el multimillonario Zhang (dueño ahora de la mina donde trabaja LIangzi)yasí comienza este camino en el cual el director nos muestra la vida de esta familia (pero también la de Liangzi) y como los cambios en la sociedad los afectan. Los afectos, los valores, la salud, la estabilidad… todos los problemas que un pueblo tiene que enfrentar, representados en la interacción entre amigos, esposos, padres e hijos. Lejos de ella es una película que acierta en los tiempos que se toma para presentar a los personajes y el contexto, dando una muestra muy clara de cómo el director tiene muy en claro desde el principio que su mejor herramienta para conquistar al públicoestá en la conexión que puedan establecer no solo con los personajes, sino con todo lo que acontece a su alrededor. Los suburbios que se transforman en ciudad, para luego ser pueblo balneario, y así cada vez los personajes se encuentran más alienados, alejados de cualquier lazo afectivo posible. Excelentes actuaciones por parte del elenco completamente asiático que no comete la impericia de intentar contentar con el código de actuación a un público acostumbrado a las actuaciones naturalistas, y que por el contrario, hacen muy creíble la idiosincrasia de China. La sutileza en todos los aspectos del relato, desde la fotografía hasta los efectos especiales futuristas, como parte central de una apuesta que surge de un guion muy contundente, y se concreta en una película visualmente humilde y potente al mismo tiempo. En conclusión
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
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DESPLEGANDO EL TIEMPO. En octubre de 1988, Alan Pauls consideraba en la revista Humor que El sacrificio (Andrei Tarkovski), Desde ahora y para siempre (John Huston) y Las alas del deseo (Win Wenders), estrenadas en esos días, eran “nubes de otro cielo, que atraviesan la atmósfera cinematográfica con la grandeza solitaria de los grandes fantasmas, espectros errantes y únicos que contemplan la escena en la que transitan sin ninguna familiaridad”, y se preguntaba: “¿Qué hace que esas obras merezcan la contemplación perpleja, a veces un poco sarcástica, que merece un OVNI lujoso y excesivo, procedente de alguna región olvidada o encaminado hacia ella? La época. O, mejor dicho, la relación asincrónica que mantienen con ella. Ni la tragicidad, ni la experiencia religiosa, ni la seriedad con que esas imágenes se piensan a sí mismas son valores que la Bolsa de la contemporaneidad cotice generosamente.” Tarkovski y Huston nos dejaron (ya habían fallecido cuando estas películas se conocieron en Argentina), en tanto Wenders continuó su filmografía de manera algo despareja. Pero, afortunadamente, fueron surgiendo después otros realizadores, de esos que van tallando un estilo propio mientras discurren sobre los temas que han desvelado a artistas de todas las épocas. Esta semana, la casi milagrosa reunión en la cartelera rosarina de los largometrajes más recientes del ruso Alexsandr Sokurov (en una de las salas digitalizadas de Cines del Centro) y del chino Jia Zhang-Ke (en el cine El Cairo, tras un raudo paso por Cines del Centro) lleva a pensar que, aunque aquellos augurios de Pauls no eran desatinados, ese modo de entender el cine aún sobrevive. En tanto el lenguaje audiovisual muta hacia formatos breves, recortados, livianos y efectistas –fenómeno de implicancias por ahora imprevisibles y, por otra parte, inevitable–, el hecho de que entre las opciones posibles asomen películas como Francofonía y Lejos de ella, resulta alentador. Estamos hablando de obras que le permiten al espectador enfrentarse a ideas sobre temas no asignados por la agenda periodística (el valor del arte, las agitaciones de la Historia, el devenir del destino de personas públicas o anónimas), atravesar una variada escala de emociones, internarse en adormecidas zonas de la comprensión y el conocimiento. Apreciándolas en una buena sala, la fuerza atronadora de un avión o la imponencia de un paisaje se perciben próximas y enigmáticas. Aunque hay diferencias entre ellas, ambas comparten la misma visión del cine como medio para descubrir otras vidas y comprender la nuestra, valiéndose de la experimentación con los géneros y las texturas, convenientemente lejos del acartonado qualité. Francofonía es un ensayo semidocumental que va y viene por la historia del museo del Louvre, de algunos personajes responsables de su patrimonio, de Francia y del arte en general. La fascinación por la cultura francesa y por lo museístico es su mayor riesgo (en Madre e hijo, Padre e hijo y otras, Sokurov desplegaba abismos de belleza plástica sin escudarse en nombres de grandes pintores); también cierta tendencia de la voz en off a suavizar o diluir procesos históricos. Pero es abundante su riqueza, con reveladoras imágenes de archivo, recreación de seres de fuerte carga simbólica recorriendo el museo como fantasmas o desafiando presagios, un navegante que traslada contenedores con obras de arte en medio de un mar tan embravecido como la propia Historia, e incluso pormenores del rodaje. Cuando Francofonía se detiene, en un momento, en unas monumentales esculturas egipcias, uno se pregunta cuántos films actuales nos conducen a reflexionar sobre antiguas civilizaciones y sobre la humanidad, en definitiva, con esta seriedad y falta de solemnidad. Zhang-Ke, por su parte, ofrece un melodrama sin adornos que sigue a una mujer y dos hombres, demorándose en distintos momentos de sus historias personales. Dividido en tres partes, que transcurren sucesivamente en 1999, 2014 y 2025 (la última de convicción desigual, aunque con excelentes actuaciones y algunas frases que pegan fuerte), en Lejos de ella hay amores no correspondidos, padres y madres que aman como pueden, gozos, pérdidas, enojos, soledades, y problemas económicos y ecológicos que no son mero telón de fondo. El mundo del trabajo está presente, condicionando la salud, las alegrías y tristezas de estas personas marcadas por sus sentimientos, sus decisiones y la ineludible fatalidad. Mientras el astuto guión va vinculando elementos de una época con otra, la vida pasa, y con ella hábitos y afectos que se mantienen. Todos sabemos que una canción trivial puede acompañarnos –concientemente o no– a lo largo de los años, o que una tarjeta olvidada puede remitirnos a momentos felices, pero Lejos de ella nos recuerda la emoción que deparan esos encuentros fugaces. A menudo, ligeras premoniciones y recuerdos sorprenden a los personajes, como nos ocurre a diario a los espectadores. “Vamos en tren porque así tengo más tiempo para estar con vos”, le dice en un momento una madre a su hijo, y de la misma manera transcurre el film, atravesado de benéficas elipsis, simple y complejo a la vez. Puzzle a desmenuzar el primero, relato clásico de admirable sencillez el segundo, los dos son representantes de ese cine –estimulante, provechoso, generoso– que todavía resiste.
La evolución de los sentimientos en un mundo que cambia “Lejos de ella” es una película sobre el paso del tiempo. El director y guionista chino Jia Zhang-Ke construye una historia en la que muestra la evolución de tres personajes en un período que comienza en 1999, cuando ellos son jóvenes, y culmina en un hipotético 2025. La historia de estos tres amigos atraviesa o es atravesada por los acontecimientos políticos y sociales de la China comunista. Ellos son Zang, un incipiente hombre de negocios en un país que comienza a abrirse al mundo occidental; Lianzi, un obrero de una mina de carbón, rubro en caída en el mercado internacional; y Tao, una muchachita dulce y encantadora, hija de un pequeño comerciante de su pueblo, que solamente piensa en divertirse y pasarla bien. En vísperas del ingreso de la humanidad al nuevo siglo, en la aldea donde viven los tres amigos, están por festejar el fin de año. Es 1999 y los actos se realizan según las tradiciones ancestrales, apenas aggiornadas, en un clima familiar. Los sinsabores van a comenzar cuando Zang y Lianzi empiecen a competir por el amor de Tao. Lianzi es paciente y protector, en tanto que Zang es más agresivo y avasallante. Tao los quiere a los dos, pero decide casarse con Zang. Lianzi, dolido por esta decisión, opta por tomar distancia y se va a trabajar a otra ciudad. El otro personaje importante es el padre de Tao; de la madre, nada se sabe. En algún momento, Tao dará a luz a un niño. Y de pronto, el relato hace un salto temporal y pasa a 2014. Las cosas han cambiado en el pueblo. Zang y Tao se han divorciado. Zang ganó la tenencia del niño, al que le puso el nombre de Dólar, y se lo llevó con él a vivir a Pekín, mientras que Tao, más madura y aplomada que en la juventud, es una dama distinguida en su pueblo natal, y está a cargo del negocio familiar, una gasolinera, lo que le permite vivir con holgura económica. En tanto Lianzi, casado y con un bebé, regresa a su terruño, pobre y enfermo. Tao lo recibe con afecto y la otorga la ayuda que el hombre necesita. Pero luego deberá sufrir un duro golpe, al fallecer su padre. En esa ocasión, reclama a Zang que envíe a Dólar para los funerales. El niño tiene siete años y prácticamente no recuerda a su madre, de quien fue apartado siendo muy pequeño. Ese encuentro es trascendental. Luego, el relato da otro salto. Transcurre el año 2025, Zang y Dólar viven en Australia. Zang es un hombre de negocios muy poderoso, pero está solo. Se ha vuelto alcohólico, mientras que su hijo, que asiste a los mejores colegios, tiene que tomar clases de chino para poder comunicarse con su padre en ese idioma, puesto que ahora habla solamente en inglés. En esta tercera parte de la narración, Dólar toma protagonismo. Es un joven que empieza a sufrir inquietudes, un desasosiego lo invade. No se siente cómodo con la vida que le impuso su padre, con quien tiene problemas de comunicación, y decide abandonar todo. Mientras, allá en lo profundo de su psiquis, confusos recuerdos lo perturban. Empieza a sentir curiosidad por sus orígenes, por su madre, de quien no tuvo más noticias, y se siente solo y sin rumbo. Con la ayuda de su maestra de chino, intentará viajar a China para reencontrarse con Tao. La película termina cuando Dólar se muestra todavía vacilante ante esta importante decisión, en tanto que Tao, sola en su casa, parece estar esperando su regreso. El final queda abierto. “Lejos de ella” es un relato intenso, en el cual Jia Zhang-Ke conjuga un estilo que reúne tradicionalismo y modernidad, oriente y occidente, comunismo y capitalismo, autoritarismo y libertad, realismo y simbolismo; dándole gran preponderancia a la fuerza de los sentimientos y a la fuerza de las raíces, capaces de sobreponerse a cualquier condicionamiento externo. “Lejos de ella” se destaca por su originalidad y por abrir un poco al espectador occidental la sociedad china, con su belleza y sus contradicciones, con sus diferencias y sus semejanzas con el resto del mundo. Constituyendo un relato de singular sensibilidad.