El club de los cinco Hay adolescentes, hay un bosque, hay un revólver y hay una cabaña, pero Leones (2012) no es una película de terror. Cinco jóvenes deambulan por un bosque buscando la salida al mar, y en lo que enunciación refiere, no ocurrirá mucho más que eso. El énfasis está puesto en el subtexto de la historia, en una narrativa escondida que quizás revele lo que “verdaderamente” está ocurriendo a medida que los titulares leones merodean perdidos. Los personajes son Isa, Arturo, Sofía, Niki y Félix. Aprendemos sus nombres y la naturaleza de sus relaciones a medida que espiamos sus conversaciones, que son curiosamente incoherentes entre sí. Cada uno parece estar dialogando consigo mismo, siguiendo un tren de pensamiento impenetrable, excepto por la notable recurrencia del tema de la muerte. Una casual frase que se presenta al comienzo de la película a modo de guiño cinéfilo puede ser una de las claves para comprenderla, o al menos interpretarla. Sólo Isa (Julia Volpato) se percata de que algo no va del todo bien. Se rezaga en las caminatas, siente frío y hambre donde sus compañeros no lo sienten. Los demás andan sin cuidado. A lo largo de la película juegan a componer ficciones de seis palabras, a lo Hemingway (ej. “Se vende: zapatos infantiles nunca usados”), un ejercicio típicamente utilizado para enseñar que toda narración cuenta dos historias: la enunciada y la sugerida. Y Leones es pura sugestión. La fotografía de la película viene de la mano de Matías Mesa, el reconocido ingeniero de planos secuenciales que colaborara detrás del Steadicam con Gus Van Sant en su ‘Trilogía de la Muerte’ conformada por Gerry (2002), Elephant (2003) y Los últimos días (Last Days, 2005). Films como estos son una buena referencia, tanto temática como estética. La cámara de Mesa se desplaza flotante a través del bosque, describiendo largos e ininterrumpidos recorridos en los que los personajes salen de cuadro por un lado y entran por otro, caminando en círculos que confunden el tiempo y el espacio. El guión parecerá casual y distendido a primera vista pero está meticulosamente diseñado por la escritora y directora Jazmín López. El desenlace será más o menos obvio, dependiendo de la lectura que se haga de las muchas claves esparcidas a lo largo de la película, pero no por ello pierde su impacto emocional.
Jazmín López filma con seguridad y talento. Su ópera prima es audaz y experimental, una película de climas en la que resulta difícil resumir la “historia” sin revelar la clave y la resolución. Cinco amigos caminan en un bosque con un andar despreocupado, filmados casi siempre de espaldas. Los jóvenes son, ante todo, cuerpos en el espacio, presencias, proyectos de personajes. Los vínculos entre ellos son igualmente misteriosos, y el ambiente, de una extrañeza inquietante, nos sitúa al borde de lo fantástico. La película por momentos estremece: en el bosque abundan sonidos y variaciones luminosas que provocan una tensión permanente entre lo trivial y lo sobrenatural, entre los impulsos de vida y muerte, entre estar arriba o debajo de la línea de flotación en la escena acuática. Las hojas y las ramas producen sonidos confusos, a veces de manera brusca, como si la realidad se quebrara. Para confirmarlo está el partido de vóley que cita a Blow up de Antonioni, aunque en este caso la pelota invisible esté sutilmente sonorizada. Leones traza una trayectoria en la cual los cinco cuerpos evolucionan. Las perturbaciones enuncian una instancia interior, otro lugar, otra temporalidad desde donde volver a transitar un episodio traumático. La película crea una atmósfera borgeana con frases de poetas suicidas y conversaciones que rozan lo abstracto. La directora instala una amenaza sorda en el bosque, mezcla la cronología temporal, filma largos planos secuencia con lentas circunvalaciones en tiempo real y hace entrar y salir del cuadro a sus personajes con una precisión notable. Jazmín López posee el aplomo de una cineasta experimentada, una mirada infrecuente, una verdadera singularidad.
Transiciones Tomar como referencia los tres cortometrajes de Jazmín López para sumergirnos como espectadores en su debut en el largometraje que tuvo su presentación oficial en el reciente BAFICI con un premio especial del jurado es una guía posible para dimensionar el universo de Leones. Al punto que se extrae una frase completa de uno de sus cortos Te amo y morite (2009) protagonizado por Ignacio Roger que se vale de un mecanismo de abstracción o enunciación para describir un personaje. También lo lúdico y el bosque como escenario de representación juega un rol trascendente en otro de sus relatos, Juego vivo (2008), que se sintetizan en Parece la pierna de una muñeca (2007), ejercicio cinematográfico para explorar las posibilidades de la narración como contrapunto de la imagen y hacer de esta unión un lenguaje en sí mismo. En ese cortometraje, donde la voz reconocible de Inés Efron relata sus impresiones sobre una situación anecdótica en una pileta de natación, la relación entre lo enunciado y lo mostrado se tensa y se vuelve invisible. Esa es la primera línea que cruza Leones: la transición dentro del mismo espacio y la ruptura de la linealidad del tiempo sin perder de vista la continuidad espacio temporal. Cabe preguntarse por ejemplo cuál sería el lugar para escenificar el olvido. Tal vez la respuesta se construya en ese bosque donde deambulan un grupo de personajes adolescentes en una búsqueda difusa, pero que guarda relación con algo que ya pasó. Y ese pasado dentro de la trama también se simboliza con un elemento que registra desde una cinta de casette un hecho donde los cinco están involucrados. Pero la cámara, que se contagia del devenir y fluye a la par de la narración (muy buen trabajo del uso de la steadicam) es un personaje más de Leones y como tal cobra sentido al deambular separada de los habitantes del bosque. Los elementos que se acumulan en esa transición del viaje que parece no tener dirección más que el devaneo literario y el mecanismo de la memoria y del olvido como acompañantes invisibles operan como pistas en lo que a simple vista no tiene lógica pero que esconde una lógica interna que se acomoda y se desplaza en una estructura narrativa fragmentada. El fragmento, entonces, como concepto abre la puerta metafóricamente hablando a la ruptura del tiempo y en ese intersticio se reconstruye la frontera sutil entre los planos de la realidad y aquellos que pertenecen al terreno de la metafísica. Bajo esa dinámica también asociada en otra capa de la narración a juegos de palabras (sobrevuela el fantasma de Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, entre otros), que en realidad operan además como indicios, la idea de la muerte se resignifica porque encuentra un lugar y un espacio cinematográfico fértil para dar vuelo a una poética muy personal de esta joven realizadora, cuyo único defecto en esta ópera prima consiste en la elección de casting porque si bien la importancia no reside en los personajes sino en el grupo, no existe diferencia ni matices en los estereotipos y así la identificación con algún punto de vista se vuelve dificultosa y más aún cuando desde una artificiosa naturalidad se revelan las costuras de un tejido narrativo muy bien planificado.
Caminante no hay camino... Sugerente, esquiva, extraña: la opera prima de Jazmín López juega con las expectativas de los espectadores de maneras que no parecen en principio evidentes. En cierto modo, durante buena parte de su relato, uno puede tener la sensación de estar viendo otra tangente estilística de las tantas que suman esa serie de formas y motivos que muchos han dado en llamar Nuevo Cine Argentino: adolescentes que juegan a la seducción, caminatas por los bosques, diálogos en apariencia intrascendentes y dichos sin inflexión dramática alguna, largos planos secuencia y muchos silencios. De vuelta, la primera impresión que se tiene es que alguien bebió de todas esas influencias (desde el cine de Lucrecia Martel y Lisandro Alonso hasta los más recientes de Matías Piñeiro y Delfina Castagnino, pasando por Celina Murga y tantos otros) y entregó un elegante “mash-up” del que lo mejor que se podría decir es que está extraordinariamente fotografiado (por el experimentado DF y operador de steadycam Matías Mesa) aunque actuado en ese tono “bressoniano” (o del teatro off: gente que no dialoga, sino que habla en paralelo) que no todo el mundo maneja igual de bien. Pero la película no es eso. Ni siquiera está ahí, sino en otro lado. Y el juego que ha armado López hace que esa otra película que se esconde por debajo de la que creemos estar viendo salga a la luz de forma muy tangencial, de a poco, a través de recursos indirectos, inesperados. Es una película cuya textura lleva al espectador a perderse en las imágenes y hasta a distraerse en esa contemplación, pero a la vez le pide una concentración máxima si es que desea atar los hilos de lo que verdaderamente está sucediendo. Es curioso, pero Leones tiene muchos puntos de contacto con una película reciente con la que parecería no compartir filiación alguna: The Cabin in the Woods (La cabaña del teroor), el film escrito por Joss Whedon. No sólo por su título y planteo original (aquí también se cuentan las desventuras de un grupo de cinco jóvenes buscando una cabaña en medio de un bosque), sino por el hecho de que uno cree ver algo muy distinto a lo que realmente está sucediendo. Es, en cierto modo, una versión “arty” del cine fantástico, más cerca finalmente de Andrei Tarkovsky que, digamos, de Lisandro Alonso (aunque nunca se sabe si a Alonso no le dará por entrar en ese terreno tarde o temprano)... Esos cinco chicos que caminan por un bosque (la película se filmó en su mayoría en Bariloche) parecen girar sobre su propia sombra sin poder encontrar la cabaña ni la laguna que vinieron a buscar en una aparente salida de fin de semana. Podrían, vuelvo a las comparaciones, paPrecer personajes de un film de Matías Piñeiro, con sus juegos de palabras (un pasatiempo del camino es jugar a armar frases de seis palabras; en otro momento alguien lee lo que parece ser una bastante críptica poesía; escuchan conversaciones en un viejo casete) y enredos sentimentales indescifrables y cruzados. Ok, personajes de Piñeiro pero en un escenario más propio de Los salvajes, de Alejandro Fadel… Pero hay pistas, dando vueltas en el bosque, que dan a entender que otra cosa es la que está sucediendo, cosas que llevan el relato a otro terreno. Para no entrar en spoilers, uno debería detenerse acá y dejar que el espectador haga su propia investigación a partir del material. Confieso que, acostumbrado a lo que suelen ofrecer las películas de este tipo, tuve que verla dos veces para captar cosas que se me habían pasado. Se entiende: la contemplación tiende a generar un espectador algo distraído, pero Leones recompensa al que no lo está, al que lo sigue como un film de suspenso y no como a una “no historia” de gente que camina por un bosque. La fotografía de Mesa -como decía al principio- es parte integral del relato. Operador de Steadycam de decenas de películas argentinas e inclusive de los títulos más contemplativos de Gus Van Sant (empezando por Gerry, film con algunos puntos en común con éste, y siguiendo con Elefante y Los úlitmos días), aquí sostiene planos secuencia larguísimos (algunos superan los 10 minutos) siempre encontrando imágenes intrigantes y seductoras que llevan al espectador a meterse en ese oscuro territorio, a veces con tanta fascinación que se nos puede pasar alguna información narrativa importante. Algo menos convincente me resulta a mí el trabajo de los actores. Las rutinas, juegos, frases y “diálogos” están por momentos dichos de manera tal que resultan anodinos. Es clara la intención de esconder los secretos del guión en esa banalidad de las conversaciones (de hecho, viéndola por segunda vez las cosas quedan mucho más claras en eso aparentemente intrascendente que dicen), y el problema no son necesariamente los diálogos escritos por López. Es que ese tono neutro y monocorde requiere de una destreza y habilidad de parte de los actores que aquí no siempre se logra sostener, al punto tal que se corre el riesgo de perder el interés por los misterios e intrigas del film por eso. Cuando los personajes te fastidian quizás más de lo que te interesan, se entra en una zona peligrosa de la que no muchos films vuelven. Pero la película, con algo de esfuerzo, logra salir de eso. De hecho, en las escenas silenciosas (una dentro de un auto, otra bajo el agua, todo el final, la música de Sonic Youth) el film gana en gravedad y seducción, cosas que muchas veces se desdibujan cuando los actores tratan de decir lo suyo en el ritmo coreográfico preciso y ajustado de palabras y movimientos que la película les exige. Son las pequeñas pistas y rarezas que encontramos en el camino -además de la sensación de estar metiéndonos cada vez en terrenos más peligrosos o enrarecidos- las que nos convocan y seducen, las que nos llevan a mirar todo con ojos, digamos, más “lynchianos” y no tan realistas. Ese juego, finalmente, es el que eleva la película hasta transformarla en otra cosa. Es como si alguien tomara todos esos elementos que son parte y casi cliché del cine argentino de los últimos años e hiciera con ellos un juego macabro, más cercano a La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel, que a cualquiera de los otros parientes de esta cada vez más extraña y fría familia cinematográfica. Analizar más en profundidad lo que Leones parece decir sobre el Nuevo Cine Argentino sería revelar demasiada información de la trama. Pero, sin dudas, es uno de los elementos más jugosos que brinda esta extraña película: pensarla como una reflexión sobre los últimos quince años de cine nacional y sobre su actualidad. (Esta crítica fue publicada durante la cobertura de la Mostra de Venecia 2012)
Vagabundeos del alma en un bosque metafísico Sin el dato duro previamente validado, sería prácticamente imposible suponer que Leones está filmada por una cineasta sub-30, y mucho menos que se trata de un debut en largo después de apenas tres cortos. Construida con una prestancia, elegancia, seguridad y ambición que confluyen en la generación de un misterio por momentos hipnótico, el film de Jazmín López, producción nacional aunque también financiada con fondos holandeses y franceses, se erige sobre el control y la planificación. Basta ver los planos secuencia de varios minutos, el minucioso trabajo de sonido o las variaciones cromáticas para comprobarlo. Llegado a este punto, es justo atribuirle el mérito no sólo a la egresada de la FUC, sino también al resto del equipo detrás de escena, sobre todo a Matías Mesa, reconocido por su trabajo como operador de cámara en varios films de Gus Van Sant. Sin embargo, todo lo anterior es defecto a la vez que virtud. Es sabido que la sapiencia técnica es condición necesaria pero no suficiente para constituir una gran película, y Leones pierde algunos puntos cuando se ausculta aquello que subyace bajo la pulcritud de su forma. La corteza temática y geográfica de la ganadora del Premio del Jurado en la Competencia Internacional del último Bafici remite a otro hijo dilecto del festival porteño, Los salvajes. Al fin y al cabo, y tal como ocurría en el debut en solitario de Alejandro Fadel como realizador, aquí el bosque se despliega como un escenario onírico –¿pesadillesco?– y metafísico al que originalmente se lo concibe como de tránsito hacia un objetivo mayor, pero que sin embargo terminará operando como ámbito de quiebres, cambios y revelaciones de los protagonistas. Protagonistas que son cinco jóvenes (dos chicas y tres chicos) de los que originalmente se sabe poco y nada. Esa dosificación informativa es funcional al tono sugerente del film, pero a la larga también contribuye a un involuntario aislamiento de los integrantes del quinteto dentro de las particularidades de su microcosmos, imposibilitándolos de adquirir una carnadura transferible a la pantalla grande. Lo que sí se sabe es que están unidos por vínculos disímiles –hermanos, amigos, amigovios– y se perdieron cuando rumbeaban a una casa ubicada en las cercanías de la costa. Mientras intentan reencontrar el camino, marchan por entre la tupida vegetación jugando a configurar frases de seis palabras, se ríen, boludean, se quejan e incluso filosofan sobre la existencia de Dios, la posibilidad de un mundo sin absolutamente nada ni nadie y –atención– la muerte. Si a eso se suma que López, ya convertida en una virtual caminante rezagada, retrata a sus compañeros desde las espaldas y exhibe en primer plano la herida sangrante en la sien de una de las chicas, podrá presuponerse que no todo marcha según lo planeado. Conviene ponerle punto final a la descripción argumental, ya que el film guarda para su último tercio una circunstancia que reescribirá todo lo anterior, aunque vale adelantar que el objetivo germinal de seguir el periplo del grupo se mantendrá inalterable. Seguimiento que de espontáneo tiene poco y nada. Al contrario, si hay algo para achacarle a López es la imposibilidad de lograr que la planificación casi maquinal no se imponga por sobre la película misma. Así, por momentos da la sensación de que el film parece asfixiarse en su propio procedimiento, preocupándose más por la rigurosidad técnica que por la suerte de sus protagonistas. El resultado es, entonces, la involuntaria exhibición de las costuras de su mecanismo. Basta oír los parlamentos, todos dichos con la limpidez absoluta de un doblaje posterior, para entender que Leones es parte iguales de excelencia y gelidez.
Raras imágenes en el bosque Es un filme intimista, en el que su directora se propuso realizar un interesante juego con el tiempo narrativo, de este modo el pasado, cuando sucedió el accidente y el solitario presente de su protagonista, parecen ser uno solo. La historia de una adolescente, Sofía (Macarena del Corro) que deambula por un bosque solitario, mientras recuerda el accidente en el que perdieron la vida su pareja y varios de sus amigos, es lo que puso en imágenes la cineasta argentina Jazmín López. López hace transcurrir su "opera prima" íntegramente en un bosque y mientras Sofía parece ir recordando de a poco lo que vivió con sus amigos, que ya no están, las formas de los árboles y el follaje, igual que las presencias fantasmales de los otros jóvenes, que aparecen y desaparecen frente a la cámara, le otorgan un extraño marco de sugestión a las imágenes. "Leones" es un filme intimista, en el que su directora se propuso realizar un interesante juego con el tiempo narrativo, de este modo el pasado, cuando sucedió el accidente y el solitario presente de su protagonista, parecen ser uno solo. Una apuesta arriesgada y original es la que se propuso Jazmín López, al contar una tragedia, mediante un "racconto" de imágenes que sugieren más de lo que develan.
Pudo ser buen corto; como largo, es insoportable Se nota que el paisaje es lindo, pero la mayor parte del tiempo sólo vemos las espaldas de cinco jóvenes que vagan sin rumbo fijo, particularmente de una chica que parece la única todavía sensible. La cámara los sigue, quién sabe para dónde. Por el camino van haciendo juegos de palabras. Los hacen de modo aburrido, con voces atonales. Lo mismo cuando alguien lee una confusa poesía u otros parecieran andar en amores. Quizá, con dotes de clarividente, el espectador se diga "éstos son unos muertos". Y también se diga y maldiga a sí mismo por haber elegido esta película, habiendo tantas de asunto similar y mayor desarrollo. En sus declaraciones, la autora, videoartista y docente de la Fuc, ha dicho, entre otras cosas, "Me interesa explorar, mover los límites entre la realidad y la ficción. La fantasía dentro de la realidad y viceversa", "tal vez un punto sin diseño que me deje mover la eternidad hacia el tiempo posible, tiempo del cine", "Es una película sobre la juventud y sus obsesiones, sobre la muerte y su belleza e incomprensión; sobre límites fantásticos del cine como lenguaje; y su objetivo es el de perseguir, el de llegar a ningún lado particular". Y "Quiero mostrar cuán débil puede ser el cuerpo en contraposición al discurso o a la construcción intelectual". Esto último se percibe muy bien. El cuerpo del espectador en la butaca no soporta los 82 minutos de duración de algo que bien pudo lucirse como cortometraje. Pero la autora también ha dicho "Mi película nunca fue pensada para un público masivo". Queda para los iluminados la fortuna de apreciar el desarrollo de un clima que marcha hacia lo fantástico usando elementos puramente realistas, 19 planos secuencia, momentos de silencio, fragmentos de poemas de suicidas famosos, la aparición de un revólver, un auto en ruinas, un juego de voley sin pelota, supuesto homenaje a "Blow Up". Y creer que esto es "como si David Lynch hubiera filmado 'The Cabin in the Woods'", como la promocionó algún inimputable. Premio especial del jurado del reciente Bafici.
La vacuidad del cine argentino Con paso por varios festivales, incluido Venecia y el reciente BAFICI donde fue distinguida en su respectiva competencia, se estrena Leones, la opera prima de Jazmín López. En este film, de un clima recargado y de atmósferas enrarecidas, vemos a cinco jóvenes que deambulan por un bosque donde lo simbólico es fundamental. Una película que evidencia la serie de referencias que han influenciado a la directora a la hora de su creación, pero que no logra despegarse de cierta pose intelectual irritante. Debo reconocer que estoy un poco cansado de tener que limitarme con muchos films argentinos a elogiar su excelencia técnica, porque no puedo encontrar nada laudable desde lo narrativo, la configuración de universos, la creación de personajes y la interpelación a un público. También sucede con este film, nuevo ejemplo de la sobrevaloración de la que gozan ciertas obras nacionales en el ámbito crítico del país y el resto del mundo. Porque en Leones no alcanza con una buena banda sonora, el estupendo manejo de la steadycam o ciertos giros sobre el final de la trama que pretenden resignificar lo visto, cuando todo lo que hay detrás es una cáscara vacía con guiños de estilo al cine de Gus Van Sant o Lisandro Alonso, o alusiones a Alfonsina Storni. En relación a las citas, surgen diálogos y referencias tan explícitas y banales como este diálogo: “hay algo que nos está mareando”, a lo que se responde “sí, el Diablo probablemente”. Ajá, qué bárbaro, citaste a Bresson. Pero resulta que Bresson es mucho más que rostros pétreos y paisajes desolados. La intelectualidad vacua está matando al cine argentino.
ALFONSINA STORNI NO PUEDE CON LA CULPA Niños bien chocan auto de mama. Seis palabras. Juego de adolescentes aparentemente anónimos que merodean en un bosque sureño tentando sus propios límites. En sentido circular, los personajes y las imágenes parecen flotar sobre la superficie fílmica que, sumado a un monótono sonido de viento, agua y fauna, logran crear un sentido de raro extrañamiento. Los planos, que con cierta astucia compositiva, intentan ir de lo general a los rincones más íntimos de cada uno de este grupo de adolescentes, se suceden como pequeñas polaroids en movimiento. El fuego, el agua y la tierra: todos los elementos están presentes para narrar una historia de desesperación extrema que aparenta ser pura exploración de pubertad. La cámara de Lopez interpela al espectador tomando la posición, por momentos, de sexto integrante y, por otros, la de un voyerista; como por ejemplo en la escena de sexo o en la bella secuencia subacuática. Qué sería sino de esos sutiles cuerpos nadando. Algunos diálogos innecesarios contrastan con la exactitud narrativa de esta ópera prima.
La directora Jazmín López obtuvo con este film, su ópera prima, el premio especial del jurado en el útimo Bafici. En medio de un bosque un grupo de jóvenes perdidos, descubriendo sus cambios, a veces en manada, enredados en juegos y verdades, con imágenes de gran atractivo y un significado casi lúgubre que se devela. Cine de autor, de audacias
Tras un amplio recorrido por festivales como los de Venecia, Viena y el reciente Bafici porteño, se estrena esta ópera prima de Jazmín López que, analizada con una mirada superficial, podría ser otra película más del (ya no tan) nuevo cine argentino sobre jóvenes atribulados que no hacen más que caminar por el bosque o nadar en un lago, mientras comparten juegos de palabras, cierta angustia existencial y alguna que otra experiencia sexual. Pero, si se le presta la debida atención, si se logra ingresar en el universo íntimo de estos cinco adolescentes, la experiencia contemplativa y sensorial, se convierte en algo bastante más complejo, profundo, casi hipnótico. Hay un misterio que tarda en revelarse y tiene que ver con un hecho trágico, pero Leones deja esa intriga en segundo plano, como un "sedimento", como un aire turbio que va contaminando los climas cada vez más lúgubres y opresivos de estos muchachos que deambulan por la naturaleza sin rumbo fijo. La narración construida con largos y virtuosos planos-secuencia es muy atractiva, sobre todo por el trabajo de fotografía y cámara a cargo de Matías Mesa (habitual colaborador de Gus van Sant) en exteriores de Bariloche, de El Bolsón y -en la secuencia final- de las playas de Claromecó. Precisamente, con el Van Sant más radical de films como Gerry y con el cine de Michelangelo Antonioni y Alexander Sokurov intenta "dialogar" esta película dedicada -nada menos- que a Alejandra Pizarnik, Kurt Cobain y Alfonsina Storni. Laberíntica y esquiva (es más lo que se esconde o se sugiere que lo que se muestra), Leones es de esas propuestas que dividen aguas (irrita o fascina), pero que -más allá de las diversas sensibilidades de los espectadores- demuestran una gran inteligencia y convicción para una directora debutante. Habrá que seguirle, entonces, sus próximos pasos.
Extasis y vacío La abstracción pertenece tanto al dominio de la metafísica como al imperceptible reino de las matemáticas. Los cinco jóvenes que caminan por un bosque animado durante toda la película son prisioneros de una abstracción. Sin señales de su época, apenas incómodos, van de un lado a otro y atraviesan un paisaje natural frondoso y sonoramente vivaz. La naturaleza virgen desconoce la Historia, y los personajes, en principio, parecen estar fuera de ella, y hasta parecen desconocer su propia historia. Tal vez ya no estén en este mundo. ¿Una teología juvenil? ¿No es un salmo el tema musical de cierre, ¿Crees en el éxtasis?, de la banda neoyorkina Sonic Youth? Los vistosos y virtuosos planos secuencia y la banda sonora de Leones, ópera prima de Jazmín López, pueden ser un viaje sonoro y visual. ¿Éxtasis sensorial? En principio sí, y ahí están para corroborarlo algunos momentos notables como el plano secuencia de la copa de los árboles, una caminata rumbo al mar y especialmente un paseo entre flores silvestres. El ojo y el oído no pueden más que entregarse a cierta tentación física; el registro de un espacio repleto de colores y sonidos inquietantes es irresistible. Pero es justamente en ese formalismo ostensible donde encuentra su guarida cierta insustancialidad retórica y conceptual. Un juego lingüístico inspirado en un microrelato de Hemingway de seis palabras articula gran parte del discurso de los personajes y devela tanto una inquietud por la situación concreta por la que transitan estas criaturas como un problema intrínseco del filme, su límite, su enunciación estéril. Pocas palabras y escasas referencias (un automóvil de lujo, un I-Phone, tres temas musicales) son la cifra de un vacío conceptual. Paradoja irresoluble de una película tan sublime como ridícula: el imaginario de una generación (y una clase) tropieza con su involuntaria maldición de época y su elegante vaguedad.
Virtuosa en lo formal, construida a puro plano secuencia hipnótico y revelador, este film de Jazmín López, ganador en el último Bafici, muestra -más que “narra”- el vagabundeo de un grupo de adolescentes por diferentes lugares, mientras juegan con el lenguaje y tratan de seducirse. El viaje a ninguna parte que es a todas revela una tranquila desesperación y habla del fin del mundo. Una película extraña para nuestro cine.
Destino marcado Con un premio debajo del brazo (BAFICI 2013 Premio Especial del Jurado-Competencia Internacional-) llega a los cines esta película de caminantes. En este caso, de peregrinos en búsqueda… Una cruzada silenciosa. Extraña. ¿Cuál es el objetivo? El arribo a algún lugar especial.. Tal vez,…Pero no es eso lo que los motiva a seguir. ¿O sí? “Leones” es la ópera prima de Jazmín López, una etérea cosmovisión sobre el ¿“paraíso”?, quizás. Nada es lo que parece aquí, o sí. El título hace referencia a una manada que transita por un verde bosque. Amplio espacio surcado por ríos y naturaleza. Pero, ¿qué buscan? ¿qué hacen ahí? Nadie lo sabe. Ellos tampoco. O eso se percibe. Una pareja que se ama y se desama. Un joven obsesivo con registrar todo en cassettes. Una joven hambrienta. Y alguien que quiere arremeter contra todos sin importarle nada. Porque ser león (alegoría interesante) es ser mucho más que cinco transeúntes rodando por un bosque . Ser león es ser fuerte. Ser el rey. Pero ninguno de los personajes logra consolidar (en apariencia) una posición de poder y control. ¿Podría ser una manada sin líder?. Película de diálogos solemnes y afectados, puestos en las bocas de no los mejores interlocutores, “Leones” deambula entre la publicidad de la naturaleza (implecables travellings circulares y secuencias eternas de Steadycam en la mano de Matias Mesa), la apatía y abulia visual y la narración minimalista, lejos de lo convencional. El encuadre pensado para el abordaje, plagado de silencios eternos y planos abiertos que generan claustrofobia, no invita a una empatía inmediata con el público. O la aceptás en su propuesta y te conectás con lo sensorial, o no va a llegarte su mensaje. Podría decirse que es una película en la que no pasa demasiado hasta que uno de los personajes confirma las suposiciones que se pueden entretejer, en este bosque, en movimiento con muchos indicios. Cual capítulo final de LOST ese deambular en ese espacio/no espacio nunca termina de cerrar. “¿Vos te imaginas como sería esto sin nada?” le pregunta una de las protagonistas, la que intenta llevar adelante todo, con sus limitaciones. La respuesta, es más interna que externa. Y de difícil salida. Sigo pensando en dónde me ubico. Un bosque al que sólo hay que adentrarse si la predisposición es la adecuada, de lo contrario, quizás sea mejor dar un rodeo y evitarlo.
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