Postrimerías del Tercer Reich. Un buen día Hannelore Dressler (Saskia Rosendahl), llamada simplemente “Lore” por su familia, descubre que su padre ha vuelto al hogar. En tanto oficial de alto rango de las fuerzas armadas nazis, el señor no ve con buenos ojos la llegada de los aliados a Alemania y por ello decide trasladar a toda la prole a una casa rural, no sin antes quemar todos los documentos que lo vinculan al régimen y pegarle un tiro al perro del clan. La cobardía del hombre lo hace huir y prontamente la madre de Lore resuelve entregarse a las autoridades, dejando a la chica instrucciones precisas: como hija mayor, debe llevar a sus cuatro hermanos (una niña, dos gemelos y un bebé) hasta la morada de su abuela, en Hamburgo. Hacía mucho tiempo que no disfrutábamos de una introducción narrativa tan intensa que a su vez presente de manera prodigiosa la premisa básica, en esta ocasión un viaje de “metamorfosis moral” desde el fundamentalismo impulsado por una figura paterna ausente hacia la apertura paulatina a una realidad que se asemeja al infierno, tanto por las detalles truculentos del periplo en cuestión como por la “información” que los jóvenes van acumulando a lo largo del camino en lo que respecta a la verdadera esencia del poder que los condujo a la guerra. Así las cosas, el abatimiento de la sociedad germana corre parejo a la fragmentación del país y el encubrimiento de los crímenes espantosos del Tercer Reich. En su segundo opus luego de la cautivante Somersault (2004), la directora australiana Cate Shortland utiliza un esquema formal asociado al “preciosismo de trincheras”, con cámara en mano y constantes primeros planos. La historia hace foco en los únicos inocentes del conflicto bélico, los pequeños, y traza una triple comparación que resulta fascinante: con las vidas que se extinguieron (los cadáveres que los peregrinos van encontrando en su travesía), con los resabios de una Alemania cómplice que se niega a sucumbir (representada en los ancianos, que sin haber combatido fueron “puntos de apoyo” del discurso fascista) y en especial con las víctimas centrales (aquellos que pasaron por los campos de exterminio). De hecho, dentro de esta última categoría se ubica el veinteañero Thomas Weil (Kai-Peter Malina), un judío sobreviviente que se muestra muy interesado en Lore y eventualmente se une al éxodo cruzando las zonas norteamericana, rusa y británica. El realismo sucio desde el cual están encarados el sacrificio, la compasión, el odio, la impotencia y los diferentes retos que debe sobrellevar el grupo, pone el énfasis en la distancia generacional entre los protagonistas y las atrocidades de sus padres, obviando el cliché sustentado en la “mirada cándida” de los niños y/ o su “fragilidad innata”. Aquí más bien se revela su entereza y valentía, en oposición a los excesos de toda índole de los pusilánimes que los circundan…
La niña nazi Infancias que se rompen temprano y ausencias paternas tanto simbólicas como reales marcan el tortuoso periplo y curva de transformación de la protagonista de este segundo opus de la realizadora australiana Cate Shortland, Lore, que ensaya desde una mirada despojada de toda candidez un retrato y radiografía cruda de la Alemania nazi derrotada por los aliados bajo el punto de vista de una adolescente cooptada por la ideología nacional socialista, que debe hacerse cargo de sus cuatro hermanos para llegar a la casa de su abuela en Hamburgo luego del abandono de sus padres. El contexto en el que se desata esta travesía a pie, mezcla de lucha por sobrevivir y reflejo y resonancia de la guerra en la piel de los inocentes, se vuelve desde el punto de vista simbólico un referente obligado a la hora de establecer el análisis y la lectura sobre el ocaso del nazismo y su penetración ideológica en los ciudadanos alemanes con la inexcusable negación del holocausto a cuestas y la humillación del perdedor que creía haber vencido por contar con la protección de un padre todopoderoso como el Fuhrer, que en un sencillo y patético acto de cobardía los abandonó a su suerte y a merced del enemigo. Lore (Saskia Rosendahl), desde su deber como hija actúa y resuelve en la desesperación, pero a la par su crecimiento, el cambio hormonal y su cuerpo también experimentan la dolorosa metamorfosis que la alejan de la inocencia y la sumergen en el lodo de las contradicciones, los odios y el rencor hacia esa Alemania sorda y ciega, dividida en zonas o fronteras por las que debe transitar con sus hermanos sin reflejar su origen ante la mirada escrutadora de los enemigos. Así se cruzará en su travesía con Thomas (Kai-Peter Malina), un muchacho judío que la salva en más de una oportunidad pero para quien ella guarda el máximo desprecio producto de su xenofobia, por lo menos al comienzo de la relación. Como se dijo en un principio la idea de infancia destruida por los embates del horror causado por los adultos junto a los despojos de la inocencia que yacen en las mismas ruinas que atraviesa la valiente niña nazi forman el eje de esta aventura de iniciación, basada en la novela El cuarto oscuro, de Rachel Seiffert, sumado a la tensión desde el punto de vista cinematográfico a fuerza de cámara en mano y primeros planos. En otro orden es de destacarse la actuación de la joven Saskia Rosendahl en un papel de mucha intensidad pero que nunca sobrepasa los niveles del drama y con sutileza transmite emociones diversas y contenidas, sin vicios actorales o excesos compositivos.
Hay que advertir al lector de esta nota que la pelicula Lore, de la directora australiana Cate Shortland que pasó su estreno en Buenos Aires para el 10 de julio tiene una dureza dolorosa. El tema de los niños afectados por las guerras nunca es un tema sencillo o liviano. Algunos directores lo han llevado al cine de manera magistral, sino véase la húngara En algún lugar de Europa (1948) de Geza Radvany o la rusa La infancia de Ivan de Tarkovsky por dar dos ejemplos que no provienen del corazón del sistema (El niño de pijama a rayas o o La vida es bella) y vale la pena volver a revisar, siempre. En particular, los niños que vagan abandonados a su suerte por los territorios en guerra es un subtema que la poco vista pelicula de Radvany, con guión de Bela Balaz trata con imágenes potentes y ausentes de ternura, resaltando las leyes propias a las que tienen que someterse en un mundo sin ley. En el caso de esta coproducción entre Alemania, Australia y Gran Bretaña, Lore es una niña alemana de 14 años con una familia nazi. Las primeras escenas se ocupan de desplegar los preparativos de una huída, en un planteo socavado y discreto, nombres propios en lugar de mamá y papá, con datos mínimos que indican un tiempo que está transcurriendo en el declive de la Alemania de Hitler. Ella debe hacerse cargo de sus 4 hermanos cuando sus padres se ven obligados a entregarse o a escapar, cosas que también quedan poco claras, Lore tiene un objetivo: llegar a la casa de la abuela en Hamburgo y allá habrá que ir cargando ademas de los niños, incluido un bebé, una educación basada en odios raciales, relaciones de poder, y revelaciones que el film siempre trabajará en el subtexto. Muchos primeros planos, planos detalles y una cámara movediza y ajustada al punto de vista de Lore, niña mujer que irá tambien descubriendo su sexualidad con un refugiado misterioso que la pondrá también enfrente de los judíos que tanto odia. De la actuación de su joven actriz Saskia Rosendahl y la riqueza en los juegos de contraste infancia-juego-inocencia vrs adultez-guerra-erotismo saca Lore su potencia narrativa. La película ganó el premio del Publico en Locarno y el premio al mejor Nuevo Director en la Semana de Valladolid.
La guerra terminó, las familias aliadas al nacismos deben ocultarse para no ser capturadas por las tropas americanas, rusas o inglesas. Lore junto a sus cuatro hermanos emprenderán un viaje para llegar a la casa de su abuela. Una noche, Lore junto a su familia precipitadamente deben abandonar su casa para refugiarse en el medio del campo. Cuando sus padres se encuentran rodeados, ella se hará cargo del cuidado de sus hermanos. En el camino hasta Hamburgo, se irán despojando de sus pertenecías y las joyas serán el único trueque por comida. El mismo rechazo y odio que los alemanes nazis sentían sobre los judíos ahora lo vive Lore cuando mendiga por un trozo de pan o se ocultan en casas derrumbadas. Ahora ellos son los perseguidos, los que deberán permanecer en la sombra para no ser llevados a los campamentos -y no cárceles como dice su madre ya que allí van los delincuentes-. Cate Shortland retrata las consecuencias de la caída del Tercer Reich desde la óptica infantil. Pero, enmarcado dentro de este contexto histórico que fue la muerte de Hitler, también surge el deseo. A pesar de las devastaciones, la muerte y el hambre, la protagonista siente el despertar sexual propio de su edad, que entre el efecto ambiguo de repulsión y atracción, tratará de saciar entre los escombros o el bosque. La australiana Cate Shortland, logra increíbles en Lore movimientos de cámara para retratar la crudeza de lo que aconteció al término de la Segunda Guerra Mundial.
Nuevo trabajo de una directora australiana que prometía mucho ("Sommersault" es un film que deberían conocer) y que, luego de haber no acertado con su segundo opus, vuelve a una línea de trabajo en la que parece obtener los mejores réditos: hablar del final de la infancia, los cambios hormonales y psicológicos desde la perspectiva femenina, tanto sea del adulto como del adolescente en sí. Hablamos de Cate Shortland, por supuesto. Y de este film del 2012 que tenemos esta semana en cartelera: "Lore". Lo primero que hay que agregar a lo que ya venimos anticipando, es que esta vez, el pasaje de niña a mujer, lo vive la protagonista en un escenario único: la Alemania en 1945, en las horas finales de la Segunda Guerra Mundial. Hitler ha caído, sus hombres están en retirada, nada queda del poderío nazi. Y sus oficiales de rango están tratando de resolver sus situaciones familiares antes de entregarse. El padre de nuestra protagonista, Hannelore (Saskia Rodendahl) traslada a su numerosa familia antes de presentarse a ser juzgado por los vencedores. Su mujer, hará lo mismo unos pocos días después. La mayor del grupo de niños recibe la triste noticia de que el Fuhrer ha caído y que el sueño que vivían, de vida acomodada y cuidados, también ha terminado. Y es más, Lore, ubicada en una casa de campo de su familia, con sus 4 hermanos y a los 14 años, deberá lidiar no sólo con decirles, lo que sucedió, sino de trasladarse desde donde están hasta la casa de su abuela en una localidad muy lejana, sin dinero ni mucha idea de como llegar hasta allí. En el camino, encontrarán a un joven judío que los ayudará a tratar de seguir vivos y alcanzar el lugar que buscan para dejar atrás la pesadilla diaria de la superviviencia en un territorio que se ha vuelto hostil. La cinta de Shortland está basada en un bestseller y el proceso que hace nuestro personaje principal está bien logrado. Esta cuestión de un descubrimiento a dos vías: el de su condición de mujer, ya obligada a dejar la niñez por una cuestión básica como la de ser cabeza de su familia y el entender el horror del que formaban parte sus padres, perteneciendo a las huestes nazis. Hay una cuidada edición, buenas actuaciones y una atmósfera inquietante y lograda. Si, quizás la manera en que se van resolviendo algunos eventos que aparecen no son demasiados creíbles (otros, en cambios, son impactantes). Quizás le sobren algunos minutos, pero lo rescatable es que Shortland ha demostrado que puede volver a una senda de trabajos que la distinguen como una cineasta en búsqueda de desafíos importantes
Lore en un principio parece un dèjá vú cinematográfico. A los diez minutos de comenzada la historia enseguida te das cuenta que ya viste relatos de este tipo centenares de veces. Otro drama sobre la Segunda Guerra Mundial que despliega un catálogo de miserias humanas e historias de vida deprimentes. Un género muy desgastado donde es difícil a esta altura encontrar propuestas que sean realmente interesantes. Sin embargo, con el desarrollo de la trama, Lore resulta ser un film atractivo por la interesante perspectiva con la que se abordó la temática que trabaja. La película es una adaptación de la novela "El cuarto oscuro", de Rachel Seiffert, y tiene como protagonista a la hija de un oficial nazi, interpretada por la debutante Saskia Rosendhal. Al finalizar la guerra su familia se desmorona y se ve obligada a huir junto con sus hermanos pequeños hasta Hamburgo, donde la espera un recorrido de ochocientos kilómetros. Lore, quien fue educada en las Juventudes Hitlerianas, no termina de comprender que Hitler está muerto y Alemania fue derrotada por las fuerzas aliadas. En el viaje hasta la casa de su abuela, la propaganda nazi con la que fue criada y su ideología entran en conflicto con la realidad que se vive en un país devastado por la guerra. Al tomar contacto con el infierno en que se convirtió su hogar, la protagonista descubre de a poco que la vida no era todo blanco y negro como le habían inculcado en su familia. El film luego entra en el terreno del denominado subgénero "coming of age", donde la madurez y el despertar sexual del personaje principal adquieren mayor relevancia en el conflicto. Un aspecto del argumento que se podría haber evitado, ya que resultó algo forzado dentro de la odisea que enfrenta la protagonista junto a sus hermanos. Cabe destacar la interpretación de Saskia Rosendhal, quien no contaba con grandes antecedentes en la actuación. El personaje de Lore a lo largo del film atraviesa por distintos estados emocionales que una actriz sin talento no hubiera podido sostener. Para ser su primera experiencia en un rol protagónico esta chica hizo un gran trabajo y seguramente la veremos más seguido en los próximos años. Desde la realización, el trabajo de la directora Cate Shortland estuvo claramente influenciado por el cine de Terrence Malick, algo que se puede percibir en la estética de la fotografía, el uso de la música y los infaltables planos a la hojas que se mueven por el viento. La puesta en escena de Lore claramente evoca a los trabajos recientes del cineasta norteamericano, muy especialmente a El árbol de la vida. Al margen de este cuestión, este es un buen drama cuya mayor virtud residió en presentar una perspectiva inusual dentro de un tema que cuenta con numerosos antecedentes. Una buena razón para tenerla en cuenta.
El horror visto por otros ojos La Segunda Guerra y el Holocausto no dejan de alimentar la fábrica de películas, tanto en Hollywood como en Europa. Sin embargo, del enorme caudal de esa filmografía han salido pocos casos en que el cine se haya ocupado de los vencidos nazis en Alemania. Si los jerarcas pudieron evadirse a Sudamérica -y el cine también lo testimonia-, no tuvieron esa suerte los oficiales de rango intermedio, que vieron desaparecer súbitamente su pequeña cuota de poder, sus ambiciones e ilusiones. Eso es lo que le sucede al padre de los chicos protagonistas de Lore, un oficial de las SS. Caído el régimen y antes de ser atrapados, la familia abandona su mansión, después de quemar carpetas de evidencias. Él se esfuma y su mujer y cinco hijos se refugian en los bosques de la Selva Negra, con unas pocas valijas y algunas joyas no demasiado importantes. Viven escondidos un corto tiempo y, cuando se acaban los recursos, la madre los abandona -presumiblemente va a entregarse a las nuevas autoridades- y los envía con su abuela a Hamburgo, a 900 kilómetros. Empieza así, en pocas e inquietantes escenas, esta road-movie iniciática, con los hermanos liderados por la mayor, Lore, de 15 años (la excelente debutante Saskia Rosendahl). Filmada en diversas zonas boscosas en su largo camino rumbo al Norte, los chicos van confrontando con una Alemania devastada y dividida en parcelas según la ocupación de los Aliados. La chica se niega a aceptar la derrota, mientras todos lloran la pérdida del Führer. Como es de esperar, no les va muy bien, logran sobrevivir gracias a que uno de ellos es un bebé y eso reblandece a los duros germanos. Hasta que se les une en su marcha un muchacho judío (Kai Malina), a quien ella -antisemita- rechaza, pero él los ayuda a seguir su camino. Basada en una novela, la directora australiana Cate Shortland ha filmado la contracara del cine habitual: esta vez, no son los judíos quienes huyen, sino los nazis, incrédulos de que su líder haya desaparecido y, peor aún, los haya engañado. Suerte de fábula negra de los bosques, está filmada desde el punto de vista de la protagonista y la realidad va apareciendo ante sus ojos a medida que avanza en su camino. Cuando llegan a destino, Lore ya no será la chica inocente pero fanática que creía en el nazismo. Ha visto la foto de su padre junto a una pila de cadáveres judíos, ha conocido el horror que se ocultaba tras su mundo ideal de las juventudes hitlerianas, se ha ofrecido a un hombre para robarle un bote, ha conocido el hambre, la mentira, la ocupación, el dolor y la muerte. Filmada a puro primer plano, la película constituye también un ejercicio fotográfico. La directora ama la naturaleza, y contrapone a los horrores del camino la belleza de los lugares vírgenes captada por el fotógrafo Adam Arkapaw: ramas, insectos, ríos, a veces demasiado bonitas, ajenas al drama, filmadas con cierto regodeo esteticista. Así, procura crear una atmósfera idílica acentuada por la música -imposible dejar de recordar a Terrence Malick- para embellecer superficialmente una peripecia a la que le falta imaginación y le sobra metraje.
Un camino duro de andar En Lore (2012), de la realizadora Cate Shortland, una joven Alemana intentará salir adelante con sus pequeños hermanos en medio del proceso de reorganización posterior a la muerte de Hitler. Con su familia la joven tratará de llegar al Norte del país para encontrarse con su abuela para ponerse al resguardo de los posibles castigos y penas del gobierno en ejercicio del poder. En medio del camino Lore (interpretada por la debutante Saskia Rosendahl) se cruzará con Thomas (Kai-Peter Malina) un hábil refugiado judío con el que establecerá una alianza de cooperación, pero también un vínculo muy estrecho en el que se confundirán los límites de la atracción. Lore es la adaptación cinematográfica de la novela El cuarto Oscuro de Rachel Seiffert que explora la mentalidad e ideología de una joven alemana criada en el contexto de las SS por un padre militar y una madre autoritaria y su posterior fuga hacia el norte del país para protegerse de posibles castigos. Al ser encerrados los padres de la joven por sus crímenes, Lore asumirá la responsabilidad de su familia en un contexto hostil, en el que deberán ir deshaciéndose de objetos preciados para poder alimentarse o conseguir un momentáneo hospedaje, como así también exponerse a humillaciones para subsistir. La película arranca con una escena de juegos en un verde bosque para marcar el fin de algo que se perderá, porque Lore habla de una transformación superadora hacia algo que imprevistamente se intenta demostrar como una mejora: el salir al mundo y conocer algo que sus padres le habían negado. Es que Lore posee una profunda admiración por las SS y el fuhrer, algo que deberá ir asumiendo como una carga a medida que se va enfrentando con una realidad que le muestra una imagen completamente diferente a la que sus padres le contaban. De una fábula en la que todo era maravilloso y Hitler un ideal a una crudeza real en la que no sólo la muerte despierta de un sueño al más escéptico sino también al más obstinado. Shortland se obsesiona con los contrastes y mientras la naturaleza es utilizada como vía de escape para la niñez (con un predominio del verde) los espacios cerrados (en azul) son utilizados como el lugar en el que las atrocidades del nazismo se concentran y potencian. La joven ama a sus hermanos pero en el camino hacia la libertad se encuentra en una disyuntiva en la que la frescura y la inocencia se va perdiendo y su personaje se transforma para crecer y desconfiar de todo aquel que se acerque para brindarle ayuda, incluso Thomas, con quien más allá de crear ese vínculo de ayuda, una natural atracción hacia él le impedirá vivir con naturalidad un romance que solo permite relacionarse como si fuera su ama. Profunda reflexión sobre el acompañamiento civil al genocidio alemán y sobre la imposibilidad, aun frente a hechos reales, de cambiar el adoctrinamiento de largos años.
Otra mirada sobre el final de la guerra La extraordinaria actuación de la debutante Saskia Rosendahl le da especial peso al film de Shortland, retrato de la familia de un oficial SS en plena debacle de las fuerzas alemanas, en un país ocupado que ya no parece pertenecerles. Fue un extranjero el encargado de llevar a buen puerto una de las primeras películas (tal vez la más dura y pertinente en la historia del cine) acerca del estado de las cosas en la Alemania de la segunda posguerra, un país vencido, humillado, transformado en la contracara exacta de esa utopía vendida por el nacionalsocialismo a la población germana durante sus años de poder. Hay más de un punto de contacto temático entre ese film, Alemania año cero, del italiano Roberto Rossellini, y Lore, segundo largometraje de la australiana Cate Shortland, aunque el contexto de realización de aquella obra maestra, en la cual las calles destruidas de Berlín se ven aterradoramente auténticas, contrastan con el notable diseño de producción de época de esta producción contemporánea. Mientras una observaba con ojos precisos el presente para imaginar un posible futuro, la otra vuelve hacia el pasado para tratar de encontrar respuestas a preguntas del presente. Lo cierto es que, en ambos casos, se trata de historias de sobrevivientes, de jóvenes y niños subsistiendo frente a las circunstancias más adversas. La primera escena del film de Shortland presenta a Hannelore Dressler (Lore para la familia) tomando un relajado baño, en la única escena relajada de todo el film. La familia Dressler no es una familia alemana tipo: Mutti y Vati –así, familiarmente, se los llamará a lo largo de la película– forman parte de la elite de las SS, particularmente él, un militar de altísimo rango. Son los últimos días de la guerra y el padre ha regresado a casa, aunque no para reencontrarse con el resto del clan, sino para abandonar juntos el hogar antes de que lleguen las fuerzas aliadas. No pasarán mucho tiempo en familia: Lore y sus cuatro hermanos y hermanas –el menor de ellos una beba de meses– quedarán a merced de su propia fuerza de voluntad, intentando llegar a la casa de su abuela en Hamburgo a través de un territorio ocupado por las fuerzas vencedoras. Un país que sigue llamándose Alemania pero que ya no parece pertenecerles, suerte de inversión de pesadilla del heimatfilme, ese género cinematográfico que volvería en los años ’50 a una visión idealizada del terruño germano. Partiendo de una de las historias del libro The Dark Room, de la novelista británica Rachel Sei-ffert, Shortland y su coguionista Robin Mukherjee plantean el relato como una fábula de supervivencia, un derrotero de aprendizaje y maduración, particularmente para la adolescente Lore, quien días antes del suicidio de Hitler sigue creyendo en la inminencia de la “victoria final” y las cualidades de superhombre del Führer. También del texto original toman al personaje de Thomas, un joven judío que, aparentemente, acaba de ser liberado de un campo de concentración y que se sumará a la partida a pesar de la reticencia de Lore, nacida y criada bajo la sombra de un antisemitismo visceral. Shortland hace avanzar con mano firme la historia y encuentra en ciertos pasajes particularmente duros algunos de los momentos más potentes del film, cuando una simple imagen es suficiente para evocar en el espectador los mil y un corolarios del horror. En otros, las intenciones simbólicas le juegan en contra, no ayudadas por esos ralentis con aires poéticos que parecen robados de algún largometraje de Terrence Malick. Es como si la realizadora tuviera miedo de no ser lo suficientemente enfática, echando mano a recursos visuales excesivamente discursivos (la naturaleza sigue adelante aun en medio de la debacle) o a la música algo rimbombante del experimentado Max Richter, que en algunos momentos acompaña y en otros se impone dictatorialmente sobre las imágenes, trocando sutileza por brocha gorda. De todas formas, Lore no sería la misma película sin la potente presencia de la actriz debutante Saskia Rosendahl, encargada de darle cuerpo, voz y rostro a un papel extremadamente difícil, no tanto por los embates físicos de la travesía como por los complejos y sutiles cambios que el personaje va sufriendo hasta llegar al final del recorrido, a la casa de esa abuela que parece haberse detenido en el tiempo, ajena a los profundos cambios que ya han ocurrido y a los que se avecinan. Cerca del final, Lore dejará de ser rebaño y se transformará en rebelde: se trata de alguien que ha aprendido –de la manera más terrible– que otra sociedad y otras formas de relacionarse y pensar al otro son posibles.
LORE es la segunda película sobre las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial en estrenarse en pocas semanas en la Argentina después de IDA. Ambas películas tienen muchos puntos en común. Por un lado, llevan por título el nombre de sus protagonistas, en ambos casos dos chicas (en el caso de IDA un poco mayor que aquí) que, en circunstancias muy distintas, se van enterando de la verdadera naturaleza y brutalidad de la situación. Por otro, una puesta en escena personal que trata de diferenciarse de la mayor parte del clásico formato “qualité” utilizado para acercarse al cine histórico, especialmente el ligado con el de los horrores de la guerra. LORE, dirigida por la australiana Cate Shortland, pone su centro en los hijos de una pareja alemana que, al terminar la guerra, ve como su mundo se derrumba. El padre, un oficial nazi, vuelve al hogar y junto con la madre se ven obligados a destruir toda evidencia de su pasado ante la mirada extrañada de Lore, la hija mayor, para luego mudarse a una cabaña. El padre vuelve al frente y suponemos que muere allí, a la madre no le queda otra que entregarse a las autoridades y a la hija mayor le queda una misión por cumplir: atravesar 500 millas hasta Hamburgo para llevar a sus cuatro hermanos (una niña, dos niños y un bebé) a la casa de la abuela. lore 1El filme de Shortland tendrá la lógica de una road movie con elementos tanto de western como de película de terror. La desesperación de la adolescente al mando del grupo de chicos es evidente, lo mismo que la mezcla de desprecio, brutalidad y horror con los que se encuentra. Lore, educada en el odio a los norteamericanos, a los judíos (cree, como muchos, que el Holocausto es una mentira y las fotos de los campos de concentración se hicieron con actores posando) e incapaz de valerse por sí sola, no será el personaje más simpático del mundo, pero eso es también lo que le da a la película un punto de vista inusual, que es ir viendo como los prejuicios de esa generación se chocan con la realidad. En el camino encontrarán con una serie de personajes –especialmente uno, que tiene documentación judía, y que los ayuda a atravesar incontables zonas boscosas (curiosamente los personajes jamás atraviesan grandes ciudades, moviéndose por bosques, refugios y zonas desoladas y fronterizas entre los bloques británicos, soviéticos y norteamericanos de la Alemania de posguerra)– que la irán haciendo a Lore entender un poco más lo que ha estado sucediendo alrededor suyo. A la vez, su despertar sexual (y la atracción que despierta en muchos hombres) complicará un poco más las cosas. Lore 2La película no solo se diferencia de otros filmes en cuanto a los escenarios en los que transcurre. Shortland elige narrar los hechos de una manera impresionista, combinando imágenes más en torno a sensaciones de la protagonista que a una lógica narrativa clásica. Muchas veces evitando transiciones y explicaciones, la australiana utiliza un formato algo clipeado y plagado de epifánicos planos detalle que hacen recordar a algunas cosas de Terrence Malick, al cine de la escocesa Lynne Ramsay o su propia compatriota Jane Campion para narrar el viaje desde lo que parecen ser las impresiones de su confundida protagonista adolescente. El trabajo de orfebrería es ambicioso, delicado y atrapante, aunque por momentos peca de un preciocismo algo excesivo, especialmente en lo que respecta a las escenas más cruentas (este filme tiene bastantes, si bien están narradas de esta forma algo touch and go) y al manejo algo confuso de la información. Es un sistema lógico y consistente con el personaje ya que uno puede suponer que la misma falta de información precisa (qué está sucediendo, cómo y porqué; los lugares que atraviesa y las cosas horrendas que ve a su alrededor) es la que maneja la protagonista, pero de todos modos por momentos puede llegar a ser agotador. Lore 3Otro logro de Shortland (LORE es su segunda película tras SOMERSAULT, de 2004) es que la protagonista nunca hace ningún esfuerzo por caernos simpática ni apuesta por nuestra compasión. Es claro que su situación es desesperante –andar viajando cientos de kilómetros con tres niños y un bebé a cuestas, con apenas unas joyas para canjear por comida–, pero la mirada de Lore es una mezcla de confusión y orgullo, entre desafiante y abrumada, jamás permitiéndonos saber bien qué le pasa por la cabeza. Esa ambigüedad, solo traicionada en su más obvia actitud sobre el final, es lo que le da al filme un interés extra: la generación de Lore es una que tendrá que lidiar con las consecuencias de las tremendas actitudes de sus mayores. Y les tomará muchos años poder hacerlo.
Alemania año cero. O aun antes: Lore comienza en los últimos días del Tercer Reich, cuando el régimen nazi se derrumba y Alemania ya se está convirtiendo en un territorio ocupado y en ruinas. Para los que antes ejercían el poder y han sobrevivido a la guerra, como los protagonistas del film, es la hora de huir, la hora de borrar huellas, quemar fotos, libros y documentos comprometedores; empacar lo más valioso, salvar el pellejo antes de que las tropas aliadas lleguen a la granja bávara donde residen. En eso están, dominando el pánico, los padres, un alto oficial de la SS y una ferviente admiradora de Hitler. ¿Qué será de los cinco hijos? A Lore, que tiene 14 años y es la mayor (el menor es todavía un bebe en pañales) le tocará hacerse cargo de ellos y conducirlos a la casa de la abuela, unos 800 km al Norte, cerca de Hamburgo, para lo cual, antes de abandonarlos, le dejan el dinero necesario para los pasajes de tren y algunas joyas que la madre ha guardado en una valija. La experiencia será, por supuesto, durísima. En contraste con una naturaleza exuberante a la que la directora Cate Shortland concede atención primordial, el panorama será desolador. Lore y sus hermanos (una preadolescente de firme carácter y un par de mellizos de 8 o 9 años, además del bebe) tendrán que buscar refugio en granjas abandonadas, rogar por comida, tropezar con los escombros de la guerra, incluidos cadáveres ensangrentados. Nada más lejos del bienestar en que han vivido desde su nacimiento, nada que coincida con la imagen del arrogante país de elegidos en el que creían sus padres y cuyas ideas fueron determinantes en su educación. Fuera de casa también habrá huellas del horror de los campos de concentración (al que quizá podría haber contribuido su padre, pensará después) como esas fotos de judíos cadavéricos que Lore ve en fragmentos de diarios en una plaza y que alguien, hitlerista incondicional, le asegura sólo son actores pagados por la propaganda aliada. Allí afuera, las situaciones extremas se suceden. En una granja desierta una mujer le ofrece un cántaro de agua para beber a cambio de la alianza de oro de su madre. Ella misma se atreve a despojar del reloj pulsera al cuerpo de un suicida. Pero allá afuera también se expone a otras vivencias -incluida una accidental y trágica- que marcarán su crecimiento: el despertar de su sexualidad, sobre todo, que deriva de un hecho central en el relato. Cuando una brusca patrulla de soldados aliados detiene al grupo de pequeños peregrinos y les reclama documentos, un joven desconocido sale en su ayuda y se hace pasar por el hermano mayor, identificándose como judío. Como tal, más allá de la gratitud que pueda inspirar el gesto, despertará en Lore tanto recelo como incómoda atracción, una extraña confusión de sentimientos. Habrá quien juzgue que Shortland aspira a abarcar demasiados temas, pero no hay duda de la inteligencia con que se mueve en terrenos tan pantanosos y la sutileza que muestra para encontrar siempre el camino de la sugerencia antes que la franca exposición de una historia tan desgarradora. Y esa exquisitez se hace también visible tanto en el tratamiento visual como en la conducción de los actores, pues difícilmente alcanzaría resultados tan vigorosos sin la sorprendente potencia expresiva de la casi debutante alemana Saskia Rosendahl, irreemplazable Lore, y sin la solidez de todo el resto del elenco.
Niños desarmados Apenas terminada la segunda guerra, cuando los aliados ocupan Alemania, los oficiales y jerarcas nazis no tenían demasiadas opciones: huir o ser detenidos. El padre de Lore (Saskia Rosendahl) llega a su casa al final de la guerra solo para quemar rápidamente todo documento que lo vincule con el régimen y sacar a su familia de la casa para llevarlos a una granja donde cree que estarán mas seguros, para luego abandonar el país. Su madre se entrega a las autoridades, porque cree que eso es mejor que quedarse a esperar a que vengan por ella. Así Lore, la hermana mayor, queda a cargo de sus cuatro hermanos, y debe atravesar Alemania para llegar a la casa de su abuela en Hamburgo. La vida de estos cinco hermanos cambia en minutos, de repente se encuentran solos, atravesando a pie una Alemania llena de peligros, donde la comida escasea, y deben aprender a sobrevivir, lo que los lleva a aceptar la compañía y la ayuda de un extraño, el que probablemente represente todo aquello que les han enseñado a despreciar. El camino que los niños recorren es tanto interno como externo; esos zapatos que se rompen y se llenan de barro muestran el paradigma que ha caído, como todo aquello que alguna vez ha sido motivo de orgullo es ahora motivo de vergüenza, y a cada paso descubren que el mundo tal vez no es como se los han contado. Cada detalle es mostrado de forma extremadamente realista, y con una crueldad que por momentos es difícil de ver. Los chicos se enfrentan con una realidad tremenda, donde la guerra ha sacado lo peor de la gente, no es fácil conseguir ayuda y la crueldad abunda. La reconstrucción de época es precisa, y no solo es coherente históricamente, sino que en cada detalle muestra los estragos de la posguerra, sin golpes bajos, pero con veracidad. Los niños son creíbles en sus actuaciones, especialmente la protagonista, que con pocos diálogos sabe expresar en su rostro el dolor de lo que le ha tocado atravesar.
Una familia con las heridas abiertas El film de Cate Shortland indaga en el devenir de cuatro hermanos que se trasladan a Hamburgo, tras la caída del régimen nazi. Lore, la mayor, es la encargada de transitar su camino a la adultez en medio de la recostrucción. En el final de La caída, el film de Oliver Hirschbiegel, una mujer joven huye con un niño cuando finalmente los aliados toman Berlín y ya se sabe que Hitler está muerto. Probablemente haya una legítima curiosidad sobre el destino de ese chico –que escapa gracias a la ayuda, nada menos, que de la secretaria de Hitler– al que le esperan diferentes horrores y que hasta apenas el día anterior pertenecía a las juventudes nacional-socialistas. La incertidumbres está en saber cuál será su futuro como adulto, con la carga que significa haber atravesado su años de formación bajo el régimen nazi. Lore, de Cate Shortland (Somersault) ubica su historia justo en el momento en que el régimen alemán se desmorona, pero a diferencia de Hirschbiegel, la directora australiana centra su relato en el momento inmediato después de la capitulación alemana, con un alto oficial nazi que vuelve a su casa para trasladar a su esposa y sus cuatro hijos a una casa de campo y partir nuevamente al frente o para huir. Allí, mientras el ejército estadounidense se acerca, la madre de los chicos decide entregarse a las autoridades y deja a la familia al cuidado de Lore (extraordinaria Saskia Rosendahl), que deberá trasladarse con sus hermanos hasta Hamburgo, donde reside su abuela. Desde que su padre regresa del frente y quema documentos que lo vinculan con el exterminio judío, desde que su madre deja casi todo pero ordena empacar los cubiertos de plata, desde que se sorprende a sí misma viendo los juegos infantiles como algo perdido, Lore sabe que la esperan miserias de todo tipo e intuye que el tránsito a la adultez va a ser acelerado y feroz. Los planos cerrados que recoren el cuerpo de Lore van a ir dando cuenta de su crecimiento y de sus deseos en medio del horror, donde las miserias humanas afloran sin contención. En ese camino lleno de peligros, con una responsabilidad que no buscó y que apenas puede sostener, Lore y sus hermanos se cruzan con otros desesperados que no tienen nada que perder y actúan en consecuencia y algunos, como un joven con documentos "de judío", que la ayudan. En el medio la educación, el odio nazi que aprendieron en su breve historia y seguir descubriendo lo que pasó en esos años. El viaje iniciático de Lore y los otros chicos también tiene mucho de experiencia terminal sobre la infancia, la de un mundo seguro, con algunas certezas. Y claro, Lore es una película que también deja el interrogante sobre qué será de esos jóvenes, pero que en su pesimismo, se anima a aventurar un poco más sobre su futuro.
Pocas veces, como en este film dirigido por Kate Shortland, se evidencia ese “huevo de la serpiente” que es la raíz del racismo. La segunda guerra ha terminado. Hitler está muerto y el territorio alemán está invadido por los aliados. Pero, huyendo o refugiados en sus casas, están esos alemanes que incubaron el odio que su führer les inculcó, los que hicieron que esas ideas hicieran carne en ellos o las convalidaron y aún en las peores miserias siguen despreciando con furor las supuestas razas inferiores. Un filme crudo, sincero, por momentos difícil de digerir, pero profundamente honesto.
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Una comprensiva mirada sobre los vencidos del 45 Algún lugar de la Selva Negra, 1945. Una muchachita ve llegar a su padre, tipo afable, de uniforme. Pero la madre está nerviosa, malhumorada. Las imágenes se suceden como recuerdos dispersos. Los niños que juntan la vajilla, un ciervito de porcelana característico del "heimat", el terruño, una fogata en el fondo, algo feo con el perro. Una cabaña alejada, un momento de sexo y rencor entre los mayores, luego el padre se ha ido, la madre se despide para presentarse en algún lado "antes de que vengan a buscarme". Eso es lo que realmente alcanzamos a ver. Los vecinos no quieren tenerlos cerca. La chica, llamada Lore por Hannelore, y sus pequeños hermanos deberán encarar un viaje de 900 kilómetros cruzando bosques hacia la casa de la abuela cerca del Mar del Norte, al otro lado de Alemania. En el camino habrá gente atontada o aprovechativa, poca comida, taperas, refugios de viejos, un cuerpo recorrido por hormigas, una granjera firme en su fe política, muchachones que descreen de las fotos de Auschwitz que han empezado a circular. Nadie quiere creer esas "propagandas de los Aliados". Pero Hannelore empieza a sentirse perpleja. Su mejor ayuda en el viaje se la está dando un joven de buena presencia y número tatuado en el brazo. Ayuda, y complicidad, porque él también está cruzando tierra enemiga. Complicidad, y confusa atracción y repulsión. Esto es como la parte final de "Lacombe, Lucien", pero en reverso. Y con un desenlace muy distinto. Esto, extraño, a veces inquietante, que sugiere más de lo que muestra, desarrollado a través de episodios sueltos a lo Terrence Malick pero sin divagues, está hecho por Cate Shortland, una directora australiana que filma cada nueve años. Y se inspira en un libro de la británica Rachel Seiffert, "El cuarto oscuro". Mejor dicho, se inspira en el segundo cuento. El primero transcurre a comienzos del nazismo y el tercero varios años después. Juntos pintan el desarrollo de un sentimiento de culpa de los alemanes: la ilusión, la confusión, la recriminación. La película no es mejor que el libro, pero lo representa bastante bien, hace comprender ciertas sensaciones, y deja pensando. Dicho sea de paso, Seiffert es nieta de un alto oficial de la Gestapo. Los sentimientos de los vencidos del 45, y sobre todo de sus hijos, que llamaban cariñosamente "mutti", "vati", "omi" a sus mamitas, papitos y abuelitas nazis, y a veces tardaron en entender ciertas cosas, son abordados comprensivamente en muy pocas películas. Digamos, "Hijos, madres y un general", "El puente", "Madre, estoy vivo", "Alemania, madre pálida", y unas pocas más, todas ellas alemanas. Ahora se agrega ésta, que es una coproducción australo-germano-inglesa, de elenco enteramente alemán. A la cabeza, la debutante Saskia Rosendahl (mayor de lo que dice el libro, pero muy buena), el joven Kai Malina, la señora Ursina Lardi, ambos vistos en "La cinta blanca", y los niños André Frid y Mika Seidel, que cantan el infaltable "Ich hatte einen Kameraden".
Publicada en la edición impresa del diario.
Con bastante más retraso que su compañera de terna a los Oscar a Mejor Película Extranjera -Kon-Tiki, estrenada el pasado diciembre- finalmente llega a las pantallas nativas una nueva dosis de drama de la Segunda Guerra Mundial, que nunca falta en las carteleras, de la mano de Cate Shortland y su Lore La trama del film nos transporta directamente a los estertores de muerte del régimen nazi de Hitler, donde la familia de un oficial fascista debe aceptar que el sueño en el cual se han visto inmersos durante estos años ha terminado de forma abrupta, y ahora lo único que les queda es escapar raudamente, antes de que los Aliados los alcancen. En el centro de esta familia rota se encuentra Hannelore, la Lore del título, una joven que de pronto debe asumir que el mundo en el que fue criada no existe más, y que además debe hacerse cargo de sus cuatro hermanos mientras sus padres enfrentan las consecuencias de sus actos. Y no sólo Lore deberá sacar adelante a los restos de su familia a través de un viaje larguísimo y lleno de peligros, sino que el despertar sexual llegará en el momento menos indicado para ella. Basada en un tercio de la novela The Dark Room de Rachel Seiffert -el mejorcito de los tres, digamos- el guión de la misma Shortland y Robin Mukherjee se toma un par de licencias creativas con tal de amalgamar un poco las situaciones azarosas de Lore y sus hermanos, y crear un poco más de cohesión narrativa que la novela. Aún así, Lore sigue siendo brutal y acongojante, mezclando paisajes capturados con hermosura gracias a la fotografía de Adam Arkapaw y cuerpos corruptos dejados a la intemperie, vejados y cubiertos de sangre. Al mejor estilo de una road movie, si se quiere, Lore y sus hermanos deben sortear un sinfín de situaciones terribles, que ningún chico de esa edad debería soportar, y la visión infantil de los menores genera el contraste más interesante de la película contra la adusta crianza de Lore, que la empuja a odiar todo lo que es diferente a ella. Sin la gran interpretación de la nuevísima Saskia Rosendahl en su primera incursión cinematográfica creo que el film hubiese sido vastamente inferior, ya que Rosendahl logra reunir en su sola persona ese temor a lo desconocido, ese miedo a la otra persona, pero también ese debate interno entre el deseo y el deber que prácticamente no la deja respirar. Muchos le escaparán a Lore por miedo a la repetición del tópico que maneja, pero el pulso de la directora y un gran protagónico surgen como las mejores aristas que tiene el film australiano para dejar disfrutar de este doloroso viaje a través de la historia.
Esa política de estado autoritarita y belicosa de herencia prusiana conocida como Nazismo fue la causante de uno de los exterminios más recordados de la historia de la humanidad. El régimen liderado por Adolf Hitler fue una completa oposición al racionalismo y la democracia en donde distintos profesionales, teóricos y planificadores como Haushofer, Schacht y Speer colaboraron con una labor fundamental para sostener su teoría de la existencia de una raza superior física, cultural y moralmente. Lore, la protagonista de esta historia, es la consecuencia natural de tal sistema, y esta es su historia. Normalmente los relatos referidos a la caída del nazismo suelen girar en torno a los campos de concentración, las grandes batallas, el avance norteamericano en Alemania, los juicios posteriores a la guerra o inclusive la división territorial posterior al conflicto. En la mayoría de los casos, se trata de grandes historias representativas de un período que mucha letra ha dado para las distintas manifestaciones artísticas, ya sea cine, teatro, literatura u otro. Pero en este caso la magnitud de la historia es mucho menor, aunque no por ello menos interesante. La directora de origen australiano Cate Shortland parece interesarse más en la intimidad de sus personajes que en el conflicto en sí mismo. Tanto en Hannelore como en sus 4 hermanos, Liesel, el recién nacido Peter y los gemelos Gunter y Jurgen. Para ello confía en las inmensas capacidades interpretativas que sus jóvenes actores tienen para ofrecerle. El viaje de Lore se desarrolla a través de una Alemania acechada por el hambre, la desesperación y un perentorio sentimiento de derrota tanto para los detractores del nazismo como para sus más fieles seguidores. Los minutos pasan a un ritmo desigual y un tanto tedioso que va descubriendo la naturaleza de sus protagonistas. Sus sentimientos y sus incipientes valores se verán surtidos al descubrir que quizás aquellos baluartes que sus padres inculcaron en ellos no son lo que cualquiera entendería como moralmente correctos. Y además todo se potenciará luego de conocer a Thomas, un sobreviviente de los campos de concentración. Lore es un relato íntimo contado en el contexto de una puesta visual casi de ensueño (o bien de pesadilla) en la que se desnudarán con crudeza sentimientos de desazón, pudor, anhelo y empatía.
Si en Somersault (2004) la australiana Cate Shortland exploraba el universo del crepúsculo de la inocencia de la mano de una historia de despertares sexuales y un periplo impuesto por el despojo de hogar, en Lore el fin de la infancia en la Alemania del ocaso de la Segunda Guerra Mundial se construye bajo las mismas premisas generales (éxodo, desarraigo, transformación, anagnórisis) pero desde la acentuación del talante ruinoso del proceso: todo en Lore hace familia con la ruina; los paisajes pos-guerra, los cuerpos mutilados, la derrución de las creencias. Lore es un incomodísimo viaje iniciático. No en el carácter de adjetivación negativa por el que es popular la incomodidad, sino en tanto desplazamiento de cualquier zona de confort: personajes moralmente ambiguos desarrollan una trama de la subsistencia recortados por una cámara que parece siempre espía. Una incomodidad que Cate Shortland ha demostrado saber capitalizar en una (a)puesta en escena que toma las riendas del protagonismo estético del film, en la que priman los encuadres descentrados, la vertiginosidad del efecto cámara en mano, largos planos de naturaleza e inserts que lindan con lo onírico (esa imagen símil febril presente en las secuencias de juego la rayuela, salto a la soga, atrapadas y que plantean una temporalidad suspendida, como en el sueño). Con mayoría de rodaje en espacios abiertos a campo traviesa, tanto la naturaleza como la muerte están retratadas en lo que ellas tienen de ineludible e imponente, pero lejos de su estatuto de tragedia: el plano detalle de una pierna mutilada siendo devorada por hormigas tiene la misma dosis de dramatismo que el encuadre de los dificultosos y pequeños pasos de los hermanos sobre el fango que intenta retenerlos. Los escenarios naturales del film juegan el rol dialéctico de paisaje/obstáculo en esta travesía con la misma cintura con la que lo juega la muerte. Lore está lejos de ser otra película inscripta en el espectro temático de la Segunda Guerra Mundial: es una suerte de devenir lírico y turbio, en el que los diálogos no se llevan un céntimo de los créditos, y en el que Shortland demuestra que las películas (al menos, las más hermosas) están hechas de mucho más que de sólo historias.
Una familia alemana que debe sobrevivir a la debacle del final de la Segunda Guerra Mundial, un viaje en busca de esa supervivencia y el descubrimiento del fanatismo que ha llevado a esa situación por parte de una joven son los elementos de este film optimista en las ideas y pesimista en la forma. La precisión narrativa es notable, incluso si el deseo de enseñar algo relevante, muchas veces, conspira contra la efectividad del relato. Aún así, recomendable.
La otra caída Es 1945 y los aliados invaden Alemania. Los padres de Hannelore Dressler, dos oficiales nazis, optan por escaparse y dejar a la hija mayor a cargo de sus cuatro hermanos. De golpe, Lore se encuentra arrancada de la realidad, como madre sustituta de una nena, dos gemelos y un bebé, arrastrándolos por la Selva Negra para sobrevivir en una Alemania que se ha vuelto hostil, que les niega ayuda por su pasado nazi. El film de la poco prolífica directora australiana Cate Shortland, adaptación de la novela The Dark Room, de Rachel Seiffert, es algo más que una mirada aciaga hacia el interior de la derrota alemana. Menos cerca de La caída que de Madre noche, la novela de Kurt Vonnegut, Shortland hace una impiadosa disección de la orfandad, de una tierra arrasada en donde no hay tan buenos ni tan malos. Durante su huida, Lore y sus hermanos encuentran algo de luz en Thomas, un muchacho judío que la seduce en una brillante escena junto a un arroyo y cierra con la violenta muerte de un orillero. Pero nada es lo que parece y en esa irredenta integridad radica la grandeza de este film.
El despertar de una conciencia alemana en 1945 Al final de la Segunda Guerra Mundial, la familia de un oficial nazi de las SS -Totenkopfverbände, la unidad encargada de vigilar los campos de concentración- se ve obligada a esconderse en una cabaña de la Selva Negra, después del arresto de este por los Aliados. Pronto, la madre se entregará y sus cinco hijos quedarán abandonados a su suerte. Lore -la prometedora Saskia Rosendahl-, la mayor de la hermandad, todavía una adolescente, guiará a sus hermanos a través del campo alemán hacia el norte del país, donde vive su abuela. Lore es un viaje iniciático, pero más fundamental que los que estamos acostumbrados a ver habitualmente en el cine. La directora australiana Cate Shortland intenta mostrar cómo una joven conciencia logra deshacerse del adoctrinamiento ideológico nazi transmitido por sus padres. En este sentido, el uso insistente que hace de las fotografías resulta particularmente interesante. A través de ellas, Lore descubre y absorbe poco a poco la verdad sobre sus padres y el régimen al que sirvieron. Estas fotografías vehiculizan la verdad. Algunas desaparecen, como las que quema el padre de Lore o las que saca del álbum de fotos su madre para tratar de ocultar su función y los crímenes que conlleva. Pero en este propio intento de esconder la verdad empiezan a revelarla. Todo no se puede borrar: las marcas que dejan esas fotos en los álbumes quedan y los niños no son tan ingenuos. Otras fotografías aparecen, como las de los campos de concentración que publican los Aliados para mostrar la verdad horrenda a los alemanes -para que no puedan seguir fingiendo que no sabían-, o las del joven judío y de su familia, último testimonio de un pasado feliz. Quizás estas fotografías terminen siendo las más decisivas para Lore, porque a través de ellas la figura del judío deja de ser un otro abstracto y deshumanizado, tal como el discurso infame nazi lo proclamaba, y se encarna en un ser humano, con una familia, hijos, una vida similar a la suya. Sin embargo, la película no logra convencer del todo. Es cierto que su estética es muy lograda, muchas veces hermosa, y consigue un sentido en su primera parte con estos planos bucólicos que corresponden a los últimos momentos de felicidad de Lore con sus hermanos y que se contraponen a la atmósfera de derrota que los rodea. Se vuelve más problemática en la segunda parte, cuando los niños emprendan su viaje por el campo. La acumulación de planos tranquilizantes de la naturaleza que los rodea termina debilitando las secuencias en las cuales se enfrentan con los peligros de un mundo caótico. Por otro lado, la conflictiva relación que desarrolla Lore con un joven judío que los acompañará y ayudará en una parte de su periplo, esa mezcla de odio arraigado profundamente en su mente y de deseo adolescente, parece a veces un poco artificial. En todo caso, no está muy bien construida, incluso tomando en cuenta su giro final -por sí mismo sumamente interesante-. Sin embargo, a pesar de esas fallas, vale la pena emprender este viaje a lo largo del cual una joven alemana descubre la verdad sobre los crímenes de sus padres, la acepta y los condena.
De paseo por la muerte Son demasiados los temas que aborda el filme de la directora australiana Cate Shortland, a riesgo de perderse entre tanta maraña, con los que va construyendo un relato maravilloso, desde varios puntos de vista poco usuales y todos condensados en el nombre del personaje que da título a la película. Principalmente atravesando a lo largo de toda la proyección la idea del fanatismo, la perdida de la inocencia, la verdad oculta, el amor, la amistad, los blancos, los negros, los grises, el color, esboza simultáneamente temas éticos y morales de cómo mostrar el designio de victimas y victimarios, de triunfadores y derrotados. Todo envuelto en un marco donde la naturaleza neutra, impiadosa, protectora, bella, juega, gracias a la pericia de la responsable final, como otro personaje de vital importancia. Es una mirada del fin de la Segunda Guerra Mundial desde el punto de vista de una niña alemana criada bajo los estandartes del nazismo, casi se podría leer como una continuidad o, más exactamente, como las consecuencias que produjo lo que denunciaba Michael Haneke en “La Cinta Blanca” (2009). Esta adolescente deberá hacerse cargo de sus 4 hermanos, luego que sus padres, miembros de las SS, hayan sido tomados prisioneros por el ejército aliado. Ella tiene 15 años, su hermanito menor es un bebe. Mediados de 1945. El ejército alemán se encuentra diezmado. Las fuerzas aliadas están entrando por todo el país, y así, con sus padres ausentes y el Tercer Reich desmoronándose, la joven Lore (Saskia Rosendahl) decide llevar a sus cuatro hermanos 500 kilómetros a través de Alemania hasta un lugar seguro en casa de la abuela materna. En el trayecto por ese espacio natural, se encontrará con un joven judío que también está huyendo, él los ayudará a pesar de los desencuentros, al mismo tiempo que será el promotor, la vía en el despegue primaveral del deseo en Lore. Lo que se transforma en un viaje iniciático para ella, una verdadera road movie, hasta llegar a la casa de su abuela, pero mucho más importante el recorrido interior al que se ve expuesta, la transformación que la certeza de una verdad desconocida termina por provocarle. De una mentira que termina desgarrando. La realización se constituye de manera clásica, su estructura es lineal, no hay rupturas temporales, no las necesita, todo queda muy claro, apoyado en un muy buen guión, un diseño de sonido trabajado por momentos desde la empatia y en otros de manera contrapuntística. Pero lo que termina por colocarlo como una película diferente, ya no sólo desde la mirada alemana del conflicto o desde el punto de vista de una niñez que se va perdiendo, es su un gran trabajo de fotografía sustentado en el manejo de la cámara que experimenta en la elección de los encuadres, mayormente primeros planos, planos detalles, el bosque, las plantas, la vida que continua, lo que podría caer en una cuestión puramente esteticista, pero que en verdad juega de contrapeso del horror, la muerte, la violencia, que van descubriendo tanto esos niños como los espectadores. Lo interesante en esta cuestión es que en ningún momento se percibe una manipulación de la directora sobre la mirada que debemos ejercer. El filme se construye a través de las miradas, las imágenes, pocos diálogos, los necesarios, permite que el espectador reconstruya lo ausente, lo no nombrado, por momentos que haga volar su propia imaginación, casi todo se va cimentando a partir de lo sugerido, nada es taxativo, ni los sentimientos más arraigados pueden sostenerse.
Una historia fascinante y emociónate. La escritora inglesa Rachel Seiffert (41) de padres alemanes y australianos se crió hablando las dos lenguas, alemán e inglés. Actualmente vive en Londres, y en 2001 publicó su primera novela: “The dark room”, que se editó en castellano como “El cuarto oscuro” y ganó varios premios. Cuenta la historia de tres alemanes, entre ellos se encuentra Lore, una chica de unos 14 años que intenta llevar a sus hermanos menores a un lugar seguro. La historia trascurre durante la primavera de 1945 cuando los alemanes pierden la Segunda Guerra Mundial. Todo comienza cuando los padres de Lore destruyen papeles comprometedores, fotos, libros y hasta matan al perro de la familia. El padre, un oficial de las SS nazis sabe que lo vienen a buscar, y se despide de todos, porque este sabe que no los volverá a ver. La madre destruye los libros, y le entrega a Lore un juego de cubiertos y joyas entre otras cosas para que las pueda cambiar por comida, junto a sus hermanos menores (una preadolescente, gemelos de unos 7 años y un bebé) debe llegar a la casa de su abuela, atravesando Alemania de sur a norte desde la Selva Negra hasta Hamburgo un recorrido de más de ochocientos kilómetros; no existen medios de transporte y todo es desolador en medio de un país devastado por la guerra. Uno de los problemas que tiene Lore (tiene 14 años) es que fue educada en las Juventudes Hitlerianas, no puede creer que Hitler murió y que Alemania perdió la guerra, ahora se encuentra con cadáveres, heridos, escombros y hambre, durante años la adoctrinaron con ciertas reglas y se siente muy confundida. En medio de dicha travesía se encuentran con un joven misterioso de origen judío Thomas (Kai-Peter Malina) que acaba de salir de Auschwitz y los salva a ellos cuando son detenidos por unos soldados haciéndose pasar por su hermano mayor, pero a Lore no le agrada este hombre por su origen y luego de tanta convivencia ella comienza a sentir algo por ese joven, hasta una atracción sexual, pero a la vez también siente desconfianza. Thomas es enigmático, por momento violento pero también demuestra gestos de ternura. La directora mantiene al espectador atento e interesado, no se apresura en su desenlace y se toma sus tiempos; utiliza planos mayormente cerrados que le permite mostrar a los personajes y darle un toque más intimista, la historia contiene un buenos giros y alguna vuelta de tuerca. Además cuenta con una exquisita fotografía, vestuario y escenografía, no se prohíbe de mostrar los terribles efectos de la guerra que desemboca en el horror, hambre, violencia, saqueo, asesinato y violaciones. La debutante Saskia Rosendahl nos ofrece una muy buena actuación, resultan sólidas las actuaciones de Kai-Peter Malina y Ursina Lardi, estos últimos trabajaron en “La cinta blanca” de Michael Haneke. Este es un film emotivo y que te deja pensando y reflexionando.
El fin del sueño y el comienzo de la pesadilla La directora australiana Cate Shortland aborda un tema complejo y controversial en su película “Lore”, al narrar las peripecias que tienen que atravesar los cinco hijos de un matrimonio nazi tras la caída del régimen y el suicidio del Führer. El guión se basa en una novela de Rachel Seiffert, “The dark room”, y constituye un relato dramático, cargado de angustia, violencia y desolación, más si se tiene en cuenta que los protagonistas son niños. La mayor, Lore (Saskia Rosendahl), tiene apenas catorce años y se tiene que hacer cargo de sus hermanos: un bebé de pecho, dos mellizos de seis o siete años y una niña de no más de diez. El padre es un oficial de la SS y su esposa, una activa militante del régimen. La película comienza cuando el oficial vuelve a casa, después de una misión, y empieza a quemar documentos, antes de marcharse repentinamente otra vez. Lore intuye que algo malo pasa, pero recién será informada de la derrota del nazismo cuando su madre se vea obligada a irse también y dejarla a ella a cargo de sus hermanos, con la orden de que se vayan a la casa de la abuela, en Hamburgo, ciudad que se encuentra a 800 km del hogar paterno. En medio de la incertidumbre, la angustia y la responsabilidad, Lore se hace cargo de la situación y se pone en camino con los niños. Desde la Selva Negra hasta llegar a destino, tendrán que atravesar todo un país devastado por la guerra, dividido y ocupado por las tropas de los países vencedores. Por ser hijos de nazis ellos ahora están en peligro extremo. Sin dinero suficiente ni alimentos, se las arreglan como pueden por territorios rurales, muchas veces inhóspitos, donde reina la anarquía y se enfrentan a la muerte a cada paso. En el trayecto, conocen a un joven judío, Thomas (Kai Malina), sobreviviente de los campos de concentración, quien se hace pasar por hermano de los niños y así consiguen todos sobrevivir. Pero esta alianza surge en medio de la desesperación y cuando la necesidad de supervivencia se impone a cualquier otro argumento. Lore y sus hermanos fueron educados en el odio visceral a los judíos y no fueron preparados para la derrota ni para enfrentar un mundo tan violento, lejos de casa y con los padres ausentes. La jovencita va atravesando por distintas instancias durante el largo viaje. A las penurias del hambre, la violencia y el desamparo, se suman las angustias propias de una adolescente que debe hacerse mujer de golpe y en condiciones extremas. Los sentimientos y las emociones libran otra guerra en su interior, para la que nunca estuvo preparada. El relato de Shortland es tenso, por momentos profundamente angustiante, pero nunca pierde su esencia refinada y hasta exquisita. Con un uso predominante de la cámara en mano y de los primeros planos, las imágenes alternan entre la belleza de la naturaleza del entorno, los delicados cuerpecitos de los niños, las expresiones de angustia de sus rostros, con cadáveres ensangrentados, casas en ruinas, miseria, soldados extranjeros y gente sin hogar buscando una salida, igual que ellos. Esa atmósfera opresiva, de extrema crispación, está reforzada por una musicalización (a cargo de Max Richter) que acentúa los momentos dramáticos, contribuyendo a crear ese clima de tragedia que atraviesa todo el relato. Los personajes hacen grandes esfuerzos de voluntad para aferrarse a la vida a pesar del panorama devastador, pero es evidente que las secuelas serán profundas y el futuro no será fácil. Shortland asume el desafío de captar el espíritu de la época y la pesadilla histórica de un pueblo que fue llevado a los extremos de una ensoñación colectiva sangrienta que termina de la peor manera. Y el hacerlo desde la perspectiva de los niños, huérfanos y abandonados a su suerte, asumiendo la derrota y la caída sin entender lo que está pasando, constituye el aspecto más inquietante y atractivo de este film conmovedor.
Estética y decepción Lore es una abreviación de Hannelore, un nombre común en Alemania. Lore se llama la protagonista de este filme, en el que una joven nacida en el seno de una familia nazi aprenderá con dolor que la utopía del Führer era tan sombría como la propia experiencia persecutoria en la que está atrapada junto a sus hermanos. Lo que Cate Shortland pretende filmar en Lore es una toma de conciencia y, si lo consigue, no está de más preguntarse cómo. Los primerísimos planos iniciales podrían remitir a un comercial de crema de enjuague. Lore desenreda su cabello en el baño mientras su hermana juega a la rayuela en el patio. Puro cine atmosférico. La paleta de colores elegida, el montaje cruzado y la elección musical anticipan una estética. Partiendo de esa indicación formal la escena revela finalmente su densidad narrativa: el padre de la familia ha llegado a casa tras una larga ausencia, para organizar un escape en conjunto. Él es un oficial de la SS, los aliados vienen por él y fugarse resulta un imperativo de supervivencia. Huirán a una casa de campo, su primer refugio. Más tarde, Lore y sus hermanos quedarán huérfanos y desamparados. La esperanza será llegar a la casa de su abuela en Hamburgo, pero lo que importa aquí no es tanto el destino sino el camino, que sirve para contemplar cómo se va desmantelando una ficción colectiva y familiar. En efecto, Lore no sólo tendrá que confiar su suerte a un joven judío que desprecia (pero también desea), sino también asimilar el lugar de su padre en la delirante dramaturgia de exterminio nazi. El filme de Shortland se limita a impregnar un estado de ánimo, que bien podría llamarse de destitución subjetiva, apelando a un contraste entre la armonía del mundo natural y la crueldad del mundo de los hombres. Por ejemplo, en la secuencia más emblemática combina trazo grueso con esteticismo efectista: un disparo sobre un cuerpo de un niño se neutraliza con planos detalles del césped y panorámicas de un bosque. De allí que lo más destacable del filme recaiga en el notable trabajo de la debutante Saskia Rosendahl, que debe sortear las típicas escenas (de sexo y muerte) para declarar al mundo como un lugar moralmente inmundo Para filmar el nazismo, incluso para intentar conjurarlo cinematográficamente, se necesita eludir el kitsch, por el que el lugar común se embellece para detener el pensamiento. He aquí el dilema estético de Shortland. Sucede que las buenas intenciones son loables en el teatro de la conciencia, pero resultan insuficientes para una puesta en escena digna de combatir la naturaleza del fascismo en la intimidad de los hombres.
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Alemania, 1945. Una familia de pro nazis numerosa y una muchacha que ya desde chica se planta en la vida al comienzo del film. Ella es Lore, hermana mayor de cuatro hermanos que pasa a ser la cabeza del grupo familiar tras la captura y muerte de sus padres, a quienes llama por sus nombres de pila. Ya ese vínculo es llamativo. Es la primera vez que soy testigo de que los alemanes que admiraban a Hitler pasan "las de Caín". Un relato lento aunque sumamente original sobre una temática más que explotada en el cine actual (tanto europeo como americano), pero con el foco puesto en la otra cara de la misma moneda. A pesar de esto, Lore no parece querer darnos una lección de vida ni reivindicar a los alemanes nazis como tales. Se podría interpretar como otro enfoque que no peca de ser extremista porque no termina de tomar una postura definida ni desarrolla en profundidad los variados aspectos que toca. Así y todo, nos quedamos con el estupendo trabajo de la directora Cate Shortland con sus actores, casi todos de muy corta edad, en medio de praderas inmensas, el intenso color verde y el negro de las tintas para teñir la ropa. El vestuario. Un romance que no fue. La muerte que siempre acecha. El sonido de la mismísima nada. Todo esto en una impecable puesta expresiva, sincera y definida. No hay lugar para la improvisación. En Lore está todo furiosamente dado. Lo pacífico de las grandes llanuras se va perdiendo en la mirada de estos niños huérfanos. La desesperación por encontrar comida y los avatares del clima. El miedo a ser atrapados. El vivir escondiéndose. Lore nos muestra ese largo camino lleno de piedras, donde la esperanza no es moneda corriente. Un desenlace contundente y simbólico, en el que la pérdida de la inocencia y el quebrantar mandatos familiares será la clave para torcer el destino. Lore es de esas películas que no se olvidan tan fácilmente.
Horror seguido de más horror parece querer decirnos Cate Shortland en su segundo opus - más un telefilm - como directora. Lore trata una temática a la cual el cine dio muchas vueltas como es el nazismo, su crueldad y su fanatismo, pero logra encontrar otra cara, mirando más allá, con una idea tan simple como el ver qué sucedió después. Lore (la novel y estupenda Saskia Rosendahl) es una adolescente hija de militar nazi y madre devota al régimen que deberá enfrentar junto a sus cuatro hermanos el duro porvenir que se les aproxima una vez que todo termina, Hitler se suicida. Como las capas de una cebolla el film comienza casi como un oscuro cuento de hadas, papá vuelve a casa y adivinamos que hay cosas que ya no están bien, los días de jugar corriendo por el campo se han terminado, hay que quemar los documentos, agarrar lo que se pueda y huir. Primero el padre, luego la madre, los chicos quedarán solos y a la manera de una trágica road movie deben emprender camino hacia el norte de Alemania para cruzar la frontera y reunirse con su abuela, pero el camino no será fácil y deberán pasar todo tipo de penurias y bajezas. Shortland creó un film lírico, hipnótico, lleno de matices y contrastes, que se toma su tiempo para plantear cada escena pero que crea un cuadro de situación penetrante. Así como las manos de su protagonista, acá nadie pareciera tener “las manos limpias”, no hay personajes puros, se advierte un momento histórico crucial, y el clima es el de sálvese quien pueda, lo cual da pie también para todo tipo de alianzas. Alianzas como la que Lore tejerá con Thomas (Kai Malina, otra revelación) un joven judío que los sigue y que también escapa del conflicto. En esta relación entre ambos habrá otro de los pilares fundamentales del film, Lore fue criada con el fanatismo al Fuhrer y se niega a abandonarlo pese a que esa estructura esté destrozada y la haya llevado a su situación actual; se alía a regañadientes con el muchacho, que le atrae, pero con quien no quiere compartir el lugar de comida, y desconfía todo el tiempo. } Ella haría cualquier cosa por sus hermanos se ve, hasta actos desesperados, pero cuesta ver que las enseñanzas con las que se crió no eran tan así. Bellamente fotografiada, con un predominio del azul y el verde para contrastar la libertad y el encierro, con exactos usos de ralentis y planos secuencias contundentes, Shortland demuestra un poderío absoluto con la cámara. No es Lore un film que baje línea directa, se avecina en una mágica escena de bandera flameante que el problema posterior vino desde el afuera, con el nuevo régimen impuesto, pero su juego es el de la metáfora, en diálogos, silencios, e imágenes. Lore es un film de una potencia increíble, que dice mucho más de lo que parece, que deja al espectador pensando y abierto a nuevas sensaciones, es sin dudas una de las mejores sorpresas del año.
Publicada en la edición digital #264 de la revista.