Los actos cotidianos Luego de su presentación en la sección Album Familiar del BAFICI 2012 y en otros festivales, se estrena en un par de salas porteñas esta ópera prima de Yanco, que consigue aquí un minucioso, sensible y al mismo tiempo riguroso y respetuoso retrato de las experiencias cotidianas de dos niñas gemelas. Martina y Micaela Mendes tienen 9 años y viven en Quilmes al cuidado de su madre Norma (al papá Alejandro casi nunca se lo ve). Con una cámara siempre muy próxima a las dos protagonistas, Yanco hace fácil lo difícil: que la película fluya, que no resulte forzada, intrusiva ni artificiosa, que las chicas se desempeñen con bastante naturalidad en el día a día (aunque por momentos se les escape alguna que otra mirada al lente o parezcan estar “actuando” para el director). Yango las filma con recato mientras duermen, hacen la tarea, chatean por Internet, comen o se preparan para salir al mundo exterior. También cuando van a clases de catequesis o –aprovechando su similitud física- concurren a castings con el objetivo de convertirse en artistas. En la segunda mitad, cuando la mamá debe ir a trabajar a la remisería del padre, ellas pierden a su guía protectora y quedan solas, en una extraña combinación entre desamparo y absoluta libertad para aprender -a su manera- el proceso de supervivencia doméstica. Un interesante acercamiento al mundo infantil/femenino alejado de la explotación y construido desde la curiosidad y el respeto.
Como dos gotas de agua En Los días (2012), la ópera prima de Ezequiel Yanco, se ofrece una mirada realista sobre la vida cotidiana de dos hermanas gemelas. Con un minucioso registro y una naturalidad sorprendente logra captar el paso de la niñez hacia el mundo de las responsabilidades adultas. Martina y Micaela son hermanas gemelas. Viven en Quilmes con su madre Norma y su padre Alejandro. Los días transcurren y la rutina parece inalterable: despertarse, almorzar, realizar las tareas escolares, concurrir a las clases de catequesis y hasta acudir a castings para publicidades; prioridades en la vida de estas pequeñas de nueve años hasta que un hecho cambia por completo su universo. La mamá debe ayudar en la remisería del papá y ellas deben aprender a valerse por sí mismas. Presentada en la sección oficial del 14 Edición BAFICI (2012), Los días es un pequeño documental que logra convertirse en el paso de los minutos en un registro íntimo y claro sobre el paso de la niñez al ingreso de la pre adolescencia. Con cámara en mano pero con movimientos imperceptibles, Yanco es un privilegiado testigo de la vida de estas pequeñas que no se distingue mucho de la de miles de chicos del conurbano bonaerense. Con una economía de planos, Yanco logra que las protagonistas y su entorno familiar, centrado exclusivamente en la madre, no noten la presencia de la cámara y la vida cotidiana transcurra con naturalidad. La ausencia de música privilegia el sonidos ambiente que se traducen en extractos de programas televisivos que Martina y Micaela observan mientras desayunan o la caída de una leve lluvia que indica el paso del tiempo. Los días es un interesante debut que demuestra la madurez de un cineasta que está dando sus primeros pasos. Con una cámara casi estática registra de manera inmejorable las peleas, los avances y retrocesos en la vida de estas dos hermanas. Al mismo tiempo, revela un espectro mucho más amplio para los que no están familiarizados con los gemelos quienes, pudiendo parecer dos gotas de agua, en la intimidad encuentran sus diferencias bien delineadas.
Infancia interrumpida Cuando se es chico un aspecto de la fantasía de actuar como los adultos forma parte de los juegos cotidianos. La imitación de lo que hacen los grandes como fumar, decir malas palabras o hablar raro, también entra en el código de un juego. Martina y Micaela Mendes tienen 8 años; viven en una casa modesta, en el suburbano barrio de Quilmes, junto a su madre Norma Poncio y a su padre. Duermen en la misma cama; concurren a la misma escuela y van a misa algún que otro domingo. Asisten a clases de catecismo, prontas a tomar la primera comunión, y cuando viajan a capital es para quedar seleccionadas en algún casting con la esperanza de los padres (el hombre prácticamente ausente y fuera de campo) depositadas en el anhelo de que las hijas se conviertan en famosas y ganen el dinero suficiente para paliar la situación económica. La infancia de ambas hermanas no dista de la de cualquier niño de esa edad hasta que las circunstancias y la realidad de su entorno familiar se alteran y entonces quedan solas tanto para educarse como para aprender y sobrellevar el tránsito de la niñez a la pre adolescencia a diario, como retrata este documental de observación, opera prima de Ezequiel Yanco, presentado en el Bafici y que ahora se estrena a partir del sábado 9 en un reducido circuito de salas cinematográficas. Los Días bucea en la intimidad de estas dos niñas que sueñan con transformarse en la imagen de lo que la televisión les enseña y entonces la espontaneidad demostrada a cámara se contamina de cierta manera en la propuesta, pero la observación no deja que ese elemento exógeno modifique la mirada o actúe disruptivamente en la distancia emocional que es la adecuada, algo muy difícil de sostener tratándose de niños que transparentan su fragilidad y vulnerabilidad, sin especulación o sobreactuación. Los tirones de pelo que forman parte de la pelea entre Mica y Martina son creíbles, así como esos berrinches que surgen durante el lapso en que su madre intenta educarlas con ayuda en los deberes escolares o en el acompañamiento doméstico antes de que su situación se modifique drásticamene y tenga que salir a trabajar todo el día. Los Días no es otra cosa que una radiografía perfecta de un presente que a veces no se quiere ver y de un futuro mucho más oscuro y peligroso en el que los niños dejan de ser ingenuos e infantiles a fuerza de convertirse sin escala en adultos y adquirir responsabilidades para las cuales no están preparados. La virtud en este caso de Yanco respecto a la puesta en escena y al cuestionamiento interno sobre la representación cinematográfica de la infancia es haber encontrado el equilibrio entre el aspecto social y el cotidiano, exponerlo sin especulaciones ni reveses discursivos como dos caras de una misma moneda: la de la supervivencia de una clase media baja que hace mucho tiempo abandonó la infancia, forzada a convertirse en adulta en un país donde ya nada forma parte de un juego, ni siquiera uno de niñas.
Mi mundo privado Cuando Martina y Micaela duermen es difícil distinguir dónde empieza una y termina la otra. Piernas entrelazadas, cabezas idénticas pegadas en el sueño, en la misma cama, en el sillón, necesaria plataforma para el inicio de la separación a la que obliga la vigilia. Martina y Micaela son gemelas, tienen ocho años, viven con sus padres en un departamento que queda arriba de la casa de su abuela. Martina y Micaela son dos nenas de clase media baja a las que este documental de Ezequiel Yanco sigue con una minuciosidad notable, mostrando todos los detalles de su cotidianidad en primer plano. En un comienzo nada tienen de extraordinarias sus vidas, salvo tal vez la singular circunstancia de nacimiento que las hizo muy parecidas, indistiguibles por fuera aunque a poco de comenzado el film ya es posible notar algunas peculiaridades de la personalidad de las chicas que ayuda a diferenciarlas. De los castings a los que asisten aparentemente sin suerte, a las clases de catequesis y las típicas peleas de hermanas, el desarrollo del relato comienza a tejer una red que atrapa al espectador de manera tan sutil como definitiva. Así, las pequeñas tragedias de la infancia, hacer la tarea o una penitencia, cobran una densidad inesperada, especialmente porque el director y guionista que también se ocupó del trabajo de cámara logra transmitir algo del universo femenino que se arma en la interacción entre las gemelas y de ambas con su madre. Esa presencia que muta en ausencia cuando la mamá, Norma, debe salir a trabajar y Martina y Micaela empiezan a crecer en serio. En el período que abarca el documental, aproximadamente dos años, el realizador atrapa al vuelo y plasma en pantalla el elusivo punto de quiebre entre la infancia y la preadolescencia. Mientras las chicas se preparan para la primera comunión, es la preparación a dúo de un puré de papas, lo que marca el momento en el que la inocencia empieza a dejar lugar al mundo adulto. Un relato mínimo, singular y al mismo tiempo universal ß Natalia Trzenko
Crecer sin mamá Micaela y Martina son gemelas, rondan los nueve años, viven con sus papás, y su mamá las cuida mientras el padre trabaja como remisero. Pero, por discusiones con la dueña de la agencia, el padre pierde ese trabajo, y comienza a trabajar con su mujer, que deberá dejar a las nenas solas casi todo el día. En una película filmada con un estilo semi-documental, con una cámara que se ubica como mera espectadora de lo que sucede, el guionista y director Ezequiel Yanco intenta dar cuenta del gran cambio en la rutina de esta familia. De forma monótona y sin variaciones, nos muestra básicamente cómo transcurren los días; en principio de las nenas con la madre, y luego, de las nenas solas. Sin otro sonido que el ambiente (no hay música), con planos cortos y muchas veces imprecisos, a veces parece que la cámara hubiera sido abandonada en un punto sólo para registrar lo que pasa delante de la lente, hasta que un zoom recuerda que en realidad hay alguien operándola. El filme es un continuo de imágenes cotidianas, denso, sin brillo, sin fluctuaciones en el ritmo, que se limita a reproducir lo que sucede sin involucrarse. No profundiza lo que les sucede a estos personajes, no intenta acceder a su mundo interno. Las actuaciones tampoco ayudan, no hay un trabajo de composición. Apenas la ropa tirada, la desprolijidad de la casa y las nenas estudiando solas hablarán de la ausencia de la madre. Y sin bien el cambio es clave en la vida de estas criaturas, lo que genera quedará solo en la imaginación del espectador, ya que las imágenes no transmiten conflicto alguno. No hay angustias, no hay miedos, no hay reclamos, sólo la nueva realidad de las niñas, y su adaptación, carente de cuestionamientos, a ella.
La infancia y ciertas rutinas En su primera película, el argentino Ezequiel Yanco (1976) intenta aportar su propia mirada al mundo de la infancia, al enfocar la cotidianidad de dos hermanas gemelas de nueve años, que viven con sus padres, en Quilmes, en la provincia de Buenos Aires. A Martina y Micaela, lógicamente, resulta difícil diferenciarlas para el que no las conoce, pero su madre sí sabe cuál es cuál. Las niñas se mueven con comodidad frente a la cámara, como si estuvieran acostumbradas a hacerlo siempre. EL CASTING La espontaneidad de Martina y Micaela es lo que despierta el interés en el espectador, que es testigo de lo que ocurre con esas ellas, cuando se quedan solas en la casa y su madre les da indicaciones por teléfono, para que puedan cocinar y comer solas, en su casa mientras ella está trabajando junto al padre de las niñas en una remisería. En una ficha que Norma Ponzio, la madre de las chicas, llena en la computadora, a través de internet para enviar a un casting, uno se entera de que Martina y Micaela saben inglés y aprendieron danza, pero no actuación. "Los días" comienza con las niñas despertándose por la mañana con su madre insistiéndoles para que tomen el desayuno. Luego se las ve con su madre esperando turno para que les tomen fotos y las filmen en una sesión de casting. También juegan con una amiga y las tres se tiran el pelo, o parecen pelearse, y se oye a la madre que les grita que terminen con ese juego. A LA DERIVA Ezequiel Yanco seguramente pasó varios días junto a las gemelas a la búsqueda de algún instante, quizás trascendente, que le indique que tal vez hay algo distinto en esas niñas, que las diferencias del resto. Lo concreto es que eso nunca sucede y la cámara muestra el devenir en la vida de las pequeñas, que por momentos juegan con los cosméticos de su madre, como esperando el momento en que ellas también los usarán. El director y guionista, parece no saber cómo seguir y se tiene la sensación de que tampoco sabe qué quiere contar, que su cámara va a la deriva, repite secuencias, como cuando las niñas se despiertan o duermen juntas, o les da primeros planos, cuando se tiran del pelo. Lo cierto es que Martina y Micaela, parecen contar con un mundo propio, infranqueable y ajeno, que la cámara intenta captar, pero sin lograrlo.
Exactamente como los días de la infancia Según el mismo autor contó cuando la presentación de este pequeño documental, Ezequiel Yanco estaba trabajando en una obra de teatro para la que se hizo un casting de niños. Eso le despertó la idea de seguir las andanzas y argucias de alguna madre con su criatura. Lo hizo Luchino Visconti hace añares, con un drama que se llamó «Bellisima», pero acá la cosa era más sencilla y mucho menos terrible. En verdad, y por suerte, no le salió nada terrible, desazonante ni sombría. Tampoco nada de engañosa felicidad. Es que Yanco tuvo la suerte de fijarse en dos hermanitas gemelas, graciosas sin llegar a pizpiretas, de una simpatía natural y bastante indiferentes a la cámara. Ellas hacen su vida, que no va a cambiar por un par de presentaciones en respectivos castings. Y su vida consiste simplemente en remolonear, cambiarse, pelearse, hacer los deberes, ir a la clase de catequesis, hacer pucherito cuando el padre impide ver un programa, hacerse el puré cuando la madre está en horario de trabajo, en fin, esas cosas, que el documentalista registra sin entrometerse ni cometer indiscreciones. A fin de cuentas son niñas pero pronto les llegará la pubertad y ya querrán ser señoritas. Hay que verlas acicalándose después de haberse puesto, ellas solas, sus vestidos de comunión. Es muy significativa esa escena. Otras, en cambio, son un tantito reiterativas y medio anodinas. Se entiende. Así son los días de infancia. Asombros, juegos, aburrimientos, pequeñas obligaciones, y de a poco se van haciendo grandes. Todo mostrado en una sucesión de viñetas sin «intervención», hasta culminar de golpe en una especie de anticlímax bien pensado. Momentos impagables, la reunión donde se muestran sus dientecitos flojos con evidente expectativa, la noche en que estudian de memoria sentaditas en la cama, y el gag de dos «actrices invitadas»: la madre y la peluquera, cada una hablando con otra persona por celular en pleno trabajo de corte (y una le dice a su interlocutora «te dejo porque acá están hablando por teléfono»). Rodaje en un barrio de Quilmes donde parece que las nenas todavía pueden salir a andar solas en bicicleta por la calle. Película sencilla, y fotografía sencilla, con apenas un ocasional aporte del DF Diego Poleri que realza la escena.
Una y otra cara en el espejo El mayor acierto de este documental, no el único, es su sereno devenir, su falta de énfasis para conducir al espectador por una transición compleja: el paso de la niñez a la adolescencia de las gemelas Martina y Micaela. Ezequiel Yanco, director debutante, logra un filme sutil y agudo con la mera observación: sin voces en off, sin explicaciones, sin aditamentos. La película empieza con las hermanas a los ocho años, durmiendo en la misma cama, casi fusionadas. Son hijas de un matrimonio de clase media humilde de Quilmes: en las caras de los padres se refleja el esfuerzo por sostener a la familia; él, remisero, tiene problemas de trabajo; ella lidia con las nenas. Pero Yanco hará foco en las gemelas, en su doble proceso de diferenciación: entre ellas, y entre ellas y sus padres. La rutina que muestra Los días, seguramente parecida a tantas del Gran Buenos Aires, no es dramática, pero tampoco sencilla. Las chicas se pelean ante la cámara como si estuvieran a solas, van a la escuela y a catecismo -donde tienen salidas muy graciosas-, miran la pobre televisión de la tarde, asisten a castings en los que una responde por las dos o ambas contestan a dúo. En mitad del filme hay un quiebre. Los padres abren una remisería y las gemelas deben aprender a bastarse por sí mismas. Este segmento, notable, tiene puntos en común -en el plano estético- con la ficción Una semana solos, de Celina Murga. Las melenas de Martina y Micaela, al principio cepilladas por la madre, se convierten en instrumentos de combate -tirarse mutuamente del pelo- o de cuidados fraternales -lavárselo una a la otra. Con aparente sencillez, Yanco abarca lo íntimo y -sin ser explícito- lo social. Y recién deja a las hermanas en el momento en que ellas entran al mundo.
Rutina La opera prima de Ezequiel Yanko muestra todo desde una altura de cámara correspondiente al metro treinta de las nenas. El mundo de los “grandes” queda a fuera, y en la mayoría de los casos aparecen en off. Dos niñas gemelas duermen juntas en una misma cama, es verano y por eso llevan poca ropa. El grito de su madre irrumpe la tranquilidad, deben ir al colegio. Paredes rosas, mochilas con motivos infantiles y los largos cabellos esperando el cepillo maternal. El desayuno está listo, como siempre, como todas las mañanas. Micaela y Martina desean ser grandes y tomar sus propias decisiones pero son castigadas por eso. Su madre insiste en hacerlas participar de castings para triunfar en el cine y la tv, un mundo que las atrae a diario. El drama de la novela tienta, y traspasar la pantalla chica es casi un imposible. Educadas bajo la estricta doctrina católica, las preguntas comienzan a surgir. La opera prima de Ezequiel Yanko muestra todo por dos, y esta doble visión se expresa desde una altura y posición de cámara correspondiente al metro treinta de las nenas. El mundo de los “grandes” queda a fuera, y es tan externo que en la mayoría de los casos aparecen en off o dentro del cuadro pero fragmentados. La utilización de planos intimistas refuerza la idea de estar viviendo una historia junto a ellas quienes dejan ver, a través de sus expresiones tan marcadas, su mundo de niñas en desarrollo. El esquema bipartito también queda expuesto en la estructura narrativa del film cuando al minuto 36 nos sorprende el título de la película Los Días. Casi creíamos que estábamos espiando por una ventana un mundo ajeno, cuando la realidad cinematográfica se expone para recordarnos que estamos ante una película que por más “real” que parezca sigue siendo una ficción. Una ficción premeditada y calculada. El tono documental se quebró. Los planos nos describen el lugar del drama que está a punto de comenzar: Martina y Micaela se quedarán solas porque su padre y su madre pusieron una remiseria. La primera reacción fue el susto y huyeron a la casa de su abuela, pero luego el juego de ser grandes comenzó a gustarles. Prepararse la comida y hacer la tarea ya no son un problema, limpiar la casa no es tan aburrido como parece. La novela de fondo continua pero las largas horas frente a la caja boba terminaron porque hay responsabilidades que cumplir y una de ellas es tomar la comunión. Los maquillajes y los chicos se meten en sus días. Las ansias de independencia por fin llegaron.
Vamos a denominar documental a “Los días”, sólo porque no es ficción, aunque intenta contar una historia, intenta contar algo… una situación. O mejor dicho, un momento en particular en la vida de dos personas reales. Para ello, Ezequiel Yanco toma elementos del reality, una experiencia que ya tuvimos este año con “Natal” de Sergio Mazza quien, en franca charla con éste crítico expuso su visión sobre la importancia como artista de experimentar con todos los elementos visuales disponibles. Hay que darle la derecha al director de “Graba”. En este experimento el realizador se mete en la vida de Martina y Micaela Méndez, dos gemelas de unos 9 ó 10 años que viven en algún barrio de Capital Federal, o del conurbano. Nunca queda muy claro. Lo primero que notamos es una intención de meterse en la intimidad del funcionamiento de esta familia. La madre oficia como una voz de mando ante la ausencia física del padre. Todo parece funcionar por mandato, así que las chicas van al colegio, hacen la tarea, miran la tele, comen, van a catecismo… Hay una única actividad que se sale de lo común. La madre las lleva al castings de distintas agencias pues son gemelas y bonitas. En “Los días” el momento en el que escriben un formulario de scouting para una agencia, es el más logrado en términos de mostrar a los padres proyectándose a través de sus hijos. Paradójicamente, esto también parece predestinado. Obviamente, no hay guión. Sólo un registro de imágenes buscadas y encuadradas deliberadamente con (suponemos) una gran cantidad de horas de grabación, luego editadas para darle cierta forma de relato. Se puede endilgar algo de post producción, cierta búsqueda estética en los encuadres y atisbos de recortar la realidad para transformarla en subjetividad. No hay pies, no hay cabeza. Sólo un cuerpo de 75 minutos donde el espectador es el conejillo de indias y el encargado de construir el resto. Es cierto, “Los días” logra un nivel de intimidad interesante con las imágenes y la preservación de algunos silencios. ¿Alcanza esto como propuesta al espectador? Quiero decir, con el producto terminado, ¿alguien se plantea la posibilidad de estrenar un experimento pase lo que pase con el público? Ya sé. Pagando la entrada siempre se corren riesgos. Ya sé (¡Uf!), la tangente de siempre es esa de que el arte es arte y cada uno lo recibe según su subjetividad y… bla bla. Yo creo en todas esas cosas, todos los espectadores de arte creemos en esas cosas pero… vidrio no comemos.
Esa línea mínima que separa a un documental de un film de ficción, eso que hace que algo sea una “realidad” filmada o una representación ficcional, en Los días parece más borrada de lo general. Presentada en la última edición del BAFICI, esta ópera prima de Ezequiel Yanco logra crear algo único para un documental, ocultar la cámara al punto que sus “personajes”, “protagonistas”, no la sientan e interactúen narrativamente de la misma manera que si tuviesen un libreto, solamente que lo que dicen y actúan no es más que su quehacer diario. Lo que se muestra, en primer lugar pareciera simple, es la historia de dos niñas gemelas en el Conurbano Bonaerense. Es la vida diaria de Micaela y Martina y su rutina diaria en Quilmes, todo lo que se espera de a vida de dos nenas de nueva años, hasta van a un casting para un publicidad. Pero en un momento esa armonía propia de la rutina se rompe, mamá Norma debe “abandonar” la permanencia en el hogar para ayudar a papá Alejandro en una remisería; por lo tanto Martina y Micaela van a tener que arreglárselas solas buena parte del día. Yanco nunca abandona el registro calmo e intimista, aún en esos momentos en el que el mundo de las hermanitas cambia no acentúa los matices, es más, ni siquiera hace uso de música incidental, sólo hay sonido ambiente, y con eso le alcanza y sobra para crear climas. Lo mismo sucede con la fotografía, simple, sin remarcados, sin necesidad de enfocar de cerca, entrometerse; es la visión de alguien que mira desde afuera, que deja ser. Por momentos, este alejamiento y la economía de recursos puede convertir al documental en un retrato frio, quizás desangelado, pero gana en naturalidad, nada suena forzado; sí algo suena aburrido es porque en la rutina diaria es aburrido, nada más. A su vez, esa naturalidad favorece a una profundidad sobre otros temas que no se tocan directamente. La vida de estas dos chicas y su familia tal vez sólo puede ser comprendida en su totalidad por quienes vivimos toda la vida en un barrio del Conurbano; no hay necesidad de exagerar ni recargar las tintas, de manera colateral la problemática diaria de esa zona está presente. "Los días" puede ser un documental que divida las aguas, puede encantar a algunos, hallarse en su punto exacto; o puede sumergir al espectador en la misma rutina de los filmados sin nada nuevo que mostrar. Podría ser ficción, un botón de muestra de las muchas familias en condiciones similares, y también, por qué no, un retrato generacional. Los días viene a demostrar que cualquier historia, por más simple y minúscula que parezca merece ser contada, y si se hace con el ritmo suficiente como para mantener el interés, bienvenido sea.
Publicada en la edición digital #249 de la revista.