Con guión y dirección de Santiago Sgarlatta y Carlos Trioni una ingeniosa comedia sobre los secretos de una familia poderosa vistos y puestos al descubierto por el equipo de fotógrafos y camarógrafos encargados de registrar “para siempre” una boda que pone en evidencia a los que tienen la sartén por el mango y el mago también. En una comedia dramática con buen ritmo donde las diferencias entre los que festejan y los que trabajan no se olvidan nunca, un hecho azaroso permite poner en evidencia una situación de amor perverso. Los hipócritas del título pasan a un primer plano en esta ópera prima original, graciosa y certera. Y con una mirada irónica que descubre manejos, juegos de poder, convenciones sociales y pertenencias de clase. Una observación inteligente y un film muy entretenido.
Dejando de lado tópicos y formas de la tradición del nuevo cine cordobés, o cine cordobés a secas, la película explora de manera honesta y sin estridencias los intersticios de la clase acomodada. A partir de un disparador narrativo, que impulsa a los actores a jugar casi en tiempo real un juego maquiavélico, de extorsión, conocimiento y mentiras, excepto por la insistencia casi infantil de subrayar con travellings algunas escenas, en su totalidad la propuesta arriesga y gana.
El Abuso de Poder y sus consecuencias. Crítica de “Los Hipócritas” de Santiago Sgarlatta y Carlos Ignacio Trioni. 16 octubre, 2019 Bruno Calabrese La película nos cuenta la historia de Nicolás (Santiago Zapata), un joven camarógrafo que trabaja filmando bodas, actividad que lo frustra profesionalmente. En medio de una importante fiesta de casamiento de la hija de un ministro, graba accidentalmente una situación comprometedora entre Martina (Camila Murias), la novia, y su hermano, Esteban (Ramiro Méndez Roy). Al descubrir lo que tiene entre manos, verá la oportunidad ideal para utilizar dicho secreto con el objetivo de chantajear a los involucrados y de esa forma finalmente librarse de ese universo laboral que lo hastía. Sin embargo, desconoce que su plan pone en peligro incluso a su propia vida. Nicolás está cansado de trabajar bajo el ala de un entusiasta jefe, que realiza su trabajo con pasión. En el medio, está un proyecto cinematográfico frustrado. Es una especie de Jack, personaje interpretado por Edward Norton, en “Fight Club”. Así como este último crea su alter ego en Tyler Durden para provocar una revolución a nivel global, Nicolás ve en esa filmación la oportunidad de que los poderosos no se salgan siempre con la suya. En paralelo con la historia de Nicolás aparece la de Esteban, a quien lo han nombrado jefe de campaña del padre. Todos en el casamiento esperan la presencia de un tal Novillo, una persona que le daría un espaldarazo importante al candidato de cara a las elecciones. Esto retroalimenta la incertidumbre del hermano de la novia. La confrontación de clases se hace presente en todo momento. En el maltrato que sufre Nicolás por parte de la madre del novio, así como en las negociaciones con el hermano de la novia. El único punto de unión entre las clases es en el momento en que aparece la marihuana como protagonista, después todo es conflicto permanente. A la hora de generar los ambientes los directores sacan provecho de las elecciones cromáticas y los encuadres, generando una dualidad interesante entre el clima de tensión con el de fiesta. La construcción de los personajes es otro de los puntos a destacar. Con simples párrafos y gestos uno puede sacar el perfil de cada uno de ellos. Es por eso que la película logra que uno de los momentos más tensos sea construido previamente con solo un par de minutos cuando aparece en escena el chófer del ministro, uno de los mejores personajes. Nicolás tendrá un encuentro clave con el sobre el final de la película, en una de las mejores escenas de la película, que derivará en un sorpresivo desenlace. “Los Hipócritas” es una experiencia gratificante para el espectador, plena de suspenso y tensión. Una historia simple que dice mucho y abarca diferentes temáticas. Marcada por un desarrollo narrativo inteligente, que combina desconfianzas y diferencias entre miembros de clases sociales diferentes. Puntaje: 90/100.
Los hipócritas: Cuidado a quién chantajeas. La ópera prima de los cordobeses Santiago Sgarlatta y Carlos Trioni, presentada en el Festival de Cine de Cosquín de este año, es un descarnado retrato sobre la hipocresía en las luchas de clases y el abuso de poder. El casamiento de dos jóvenes de clase alta es el marco formal de la narración en la que la hipocresía se lleva el papel protagónico, aunque también participan la desolación, la mentira y el abuso de poder, en una intensa mezcla de thriller y comedia negra de calidad. La historia es la de Nicolás (Santiago Zapata), un camarógrafo que trabaja en bodas y que tiene un proyecto cinematográfico frustrado, pero que aquí encontrará una oportunidad. En el casamiento de Martina (Camila Murias), la hija de un ministro, Nicolás graba una escena comprometedora entre la novia y Esteban (Ramiro Mendez Roy), su hermano. Allí se dará cuenta de que puede utilizar esto para chantajear a los involucrados y así poder escapar de su tedioso trabajo. Aunque esta idea no sea tan fácil de llevar a cabo como parece. Además, aparece otra historia: que lo tiene a Esteban como jefe de campaña de su padre, y la espera en la fiesta de un tal Novillo. Detrás de esta boda hay intereses políticos, luchas de poder para llegar a dominar, muchos secretos y marihuana como generadora de unión entre clases. Es destacable la construcción de los personajes, en la que se pueden ver las características que definen a cada uno con sólo observar sus actitudes, gestos y diálogos. Increíble parece que el casamiento sea sólo la excusa formal para delatar complejas personalidades de los protagonistas y un secreto que el espectador conoce desde el principio y que se irá revelando a los demás personajes, con sorpresivos resultados. “Los hipócritas” se disfruta de comienzo a fin. La impronta autoral es un acierto desde lo visual con una cámara entre travellings continuos, para terminar mostrando el desenlace a partir de una fija que tensiona el cierre de la historia. El argumento en sí sorprende con sus giros. El guion es un acierto, tratando el trillado tópico de las mentiras como disparador, para crear una llamativa historia. Meritoria es la calidad con la que se narra la historia ingeniosa, poniendo al frente una obscenidad de recursos que en realidad no existen, siendo suplantados con suma creatividad, como las escenas de baile desenfrenado para mostrar los excesos. Por esto y más, la película es un thriller muy llamativo para el espectador, con un diligente desarrollo narrativo que se deja llevar por la hipocresía entre los miembros de la clase social más beneficiada y, mismo, entre las diferentes clases. Es una historia sencilla que toca varios temas álgidos y vale la pena disfrutar.
"LOS HIPÓCRITAS” de Santiago Sgarlatta y Carlos Trioni, ganadora del premio Raymundo Gleyzer organizado por la ENERC y el INCAA, fue la excelente propuesta que eligió este año el 9º FICIC en Cosquín, para dar cierre a su festival. Es una excelente noticia que el cine proveniente de las provincias, pueda incorporarse de una manera más federal a la cartelera porteña y de esta forma el público pueda acceder a “LOS HIPÓCRITAS”, otro de los grandes exponentes del cine cordobés actual. En este caso, y si bien muchas de las realizaciones de este grupo de cineastas cordobeses suele tomar una mirada más observacional y experimental, la ópera prima de Sgarlatta y Trioni, pisa fuerte en el terreno del cuento más convencional, con una historia brillantemente desarrollada y una minuciosa y detallada construcción de personajes. El guion, que es justamente de los propios directores, delinea a sus criaturas a través de pequeños detalles, desde una aguda y crítica observación, más que desde lo discursivo o las explicaciones sobreabundantes que aparecen generalmente en estos relatos. Los realizadores han tenido la inteligencia de escapar a esos lugares comunes y a la sobreabundancia de datos para generar un tono narrativo fluido y espontáneo, con una historia que atrapa desde las primeras imágenes. Una fiesta de casamiento (o más precisamente un casamiento cuasi “arreglado”, podría precisarse) une a dos familias política y económicamente poderosas, y será la excusa perfecta para que los autores desplieguen una mirada ácida y plagada de humor corrosivo sobre una clase social que esconde mucho más de lo que ostenta, que indudablemente encuentra ese goce extra en moverse inescrupulosamente y sin ningún tipo de prejuicios. Es justamente esa impunidad de clases la que subleva a Nicolás (excelente protagónico de Santiago Zapata), el camarógrafo de la fiesta, quien intentará que, de una vez por todas, los ricos y poderosos “paguen” en algún momento, y justamente se le presentará la oportunidad de hacer que, de una vez por todas, dentro de la aristocracia, de esa falsa burguesía provinciana, finalmente alguien tenga su merecido castigo. Todo se precipita cuando se da cuenta que su cámara ha tomado accidentalmente (?) una escena familiar que esconde un secreto que expone, peligrosamente, a los personajes principales y que podría dar lugar a desbaratar toda esa prolija fachada que la familia pretende mostrar en su construcción exterior. Sgarlatta y Trioni disparan dardos sobre una clase que se maneja con absoluto desparpajo, con aires de grandeza que no pueden sostener desde su corrupción moral y personal y de esta forma, logran darle a la narración con ritmo de thriller, que va generando un in crescendo que los directores manejan a la perfección sin perder el agridulce sentido del humor que atraviesa la totalidad del filme. Otro punto muy interesante es el entramado que presentan los personajes secundarios que le permiten a “LOS HIPÓCRITAS” abordar periféricamente, otros temas relacionados con el eje central de la historia: los valores morales, la hipocresía, la ostentación pero por sobre todo la implacable soledad que los atraviesa a todos ellos. Lo valioso, entre tantas otras cosas, de esta Opera Prima filmada a “cuatro manos” es que desde el guion se permiten abordar esta multiplicidad de temas sin perder en ningún momento un preciso hilo conductor en la narración y la asertividad en la construcción coral que acompaña a la trama central. Así, bajo una aparente sencillez en la trama, los directores logran sobreponerse exitosamente a una puesta en escena compleja -tanto desde lo formal con travellings, encuadres y paneos, como con la edición de sonido o sus aspectos visuales con precisas elecciones cromáticas y de iluminación- que resuelven acertadamente aun enfrentando temas presupuestarios. En el elenco, brillan tanto actores consagrados como Ricardo Bertone o Eva Bianco (siempre excelente sumando un trabajo más a sus recientes interpretaciones en “Otra Madre” o “Margen de Error”) junto a Santiago Zapata, Ramiro Méndez Roy y Camila Murias en los protagónicos. Tanto Zapata como Méndez Roy construyen con gestos y miradas un atrapante juego de gato y ratón, casi exento de palabras, representado con una acertada coreografía donde se instala una tensión –que incluso en el inicio del filme genera cierta ambigüedad que favorece enormemente al relato- y que ambos actores logran sostener con impecables interpretaciones. En suma, no podría haber mejor representante para que el cine del interior desembarque en nuestra cartelera que “LOS HIPÓCRITAS” que no tiene ningún miedo de dejar al descubierto las partes más vulnerables de cada uno de los personajes, y porque no, de nosotros como espectadores donde a través de la figura de Nicolás, nos plantea abiertamente ese precio que todos parecemos tener, ese punto de quiebre donde comenzamos a perder nuestros ideales, ese momento de soledad donde uno decide donde pararse, sostener su ética y pagar el precio.
El cine cordobés no se detiene, e incluso van surgiendo propuestas cada vez más variadas. Historias ambientadas en aquella parte de la Argentina, pero que logran trascender fronteras porque hablan de cuestiones muy comunes en todos los ámbitos. Los hipócritas es una muy buena muestra. Nicolás (Santiago Zapata), es contratado como camarógrafo de la boda de Martina (Camila Murias), la hija de Marcelo Sánchez (Pablo Limarzi), uno de los políticos más importantes de Córdoba. Al dejar la cámara prendida mientras atiende un llamado, y sin que nadie se dé cuenta al principio, registra una situación comprometida que involucra a la chica y a su hermano, Esteban (Ramiro Méndez Roy). A partir de ese momento, habrá tensión entre Nicolás y Esteban, que es apenas una parte de un malestar creciente debido a cuestiones vinculadas al gobernador de la provincia. En su ópera prima, Santiago Sgarlatta y Carlos Ignacio Trioni se despegan un poco de los films intimistas que suelen caracterizar a la cinematografía cordobesa y crean una comedia negra disfrazada de thriller sutil, que satiriza a la clase alta y la corrupción política, sin dejar de mostrar la tensión entre la clase alta y quienes están debajo. Podemos descubrir las miserias de unos y la compleja situación de otros: Nicolás odia su trabajo, odia su vida, odia todo, y está harto de su lugar en el mundo, mientras que su jefe, su compañero y otros individuos (el chofer de los Sánchez, para empezar), se conforman con su rol en la sociedad o deciden permanecer ahí porque de esa manera creen estar seguros, lejos de los problemas. Además, los directores consiguen que el espectador se involucre con un protagonista apático, resentido, no más impoluto que el cada vez más desesperado Esteban. Esos grises permiten la conexión. Y de paso, entre sesiones de fotos y canapés, manejan una subtrama sobre los turbios manejos de las altas esferas. Todo esto, con una puesta en escena y una puesta en cámara precisas, con planos largos que permiten el lucimiento de los actores. Ya enfocándose en el elenco, las interpretaciones de Santiago Zapata y Ramiro Méndez Roy son la columna de la película. Ambos hacen creíbles a estos individuos que, de pronto, se ven involucrados en una situación que podría cambiar sus vidas. El resto del elenco tampoco desentona. La siempre estupenda Eva Bianco reafirma su estatus como figura principal del cine cordobés y una de las más sobresalientes del cine argentino actual; aquí encarna a la madre de Esteban, que parece muy estricta pero también tiene sus secretos. Los hipócritas habla de poder, de codicia, de intereses oscuros, de miserias (y no sólo de los ricos), pero a través de intrigas y de situaciones que provocan risas amargas, y nunca juzga a los personajes. Por otra parte, evidencia el paso firme del cine cordobés.
Una boda y ¿ningún funeral? Los cordobeses Santiago Sgarlatta y Carlos Ignacio Trioni Bellone debutan en el largometraje con Los Hipócritas (2019), una comedia negra, ácida pero a la vez fresca, filmada durante el transcurso de una fiesta de casamiento que, a diferencia de la fallida Claudia (2019) de Sebastián de Caro, cumple con lo que promete. Santiago Zapata interpreta a un camarógrafo de eventos sociales, profesión con la que sobrevive y que lo frustra cada vez más ante la imposibilidad de hacer cine. Mientras trabaja en la boda de los hijos de importantes políticos provinciales un hecho fortuito hará que la cámara quede encendida y grave una situación que de salir a la luz derivaría en un escándalo no solo familiar sino también social. Aprovechando el descuido comenzará a chantajear a los involucrados sin sospechar que las consecuencias podrían poner incluso en riesgo su propia vida. El binomio de directores apela al punto de vista de Nicolás, el camarógrafo, para narrar una historia con un guion de hierro, donde toda la fuerza está puesta en una trama de confrontaciones sociales, políticas y familiares –si bien la película es técnicamente impecable con pasajes imperceptibles de cámara en mano a largos travellings - que como un tejido perfecto se va hilando mientras que a los personajes se les van cayendo las caretas. Mezcla de thriller político con comedia negra, en Los Hipócritas todo es sutil, desde los aprietes mafiosos hasta las especulaciones políticas, creando una tensión y un suspense latente gracias al manejo de la información que se le brinda al espectador por sobre los personajes. En Los Hipócritas nada ni nadie es lo que parece ser, no hay blancos ni negros, ni héroes ni antihéroes, todos son como su título lo indica, tan hipócritas que ninguno sale bien parado.
Caen las máscaras Los realizadores cordobeses narran una boda que se enrarece a raíz de una cámara que queda inadvertidamente encendida, pero la intención no pasa por el thriller sino por la crítica social. Ópera prima de los realizadores cordobeses Santiago Sgarlatta y Carlos Ignacio Trioni, Los hipócritas es una película “de trama”, lo cual es muy infrecuente en el cine independiente argentino. Las películas de trama son vistas como “poco modernas” entre los jóvenes cineastas y sus sostenes teóricos. Y a la vez exigen un arduo trabajo de escritura. Dos razones para su inhabitualidad. Como la reciente Claudia, de Sebastián de Caro, Los hipócritas narra una boda que se enrarece. Pero en lugar de no entenderse un pito lo que pasa, como en el caso de la película de De Caro, aquí está bien clarito. Una cámara quedó encendida en una habitación de la residencia donde se celebra la boda, y registró algo que no debía. Los únicos que lo saben son la novia, su hermano y el camarógrafo. No se trata de un policial, sino de contemplar cómo una familia de poderosos se corroe. LEER MÁS Reclamo de documentalistas al Incaa | Hay 80 proyectos a la espera de ser evaluados LEER MÁS Masiva movilización en Chile al grito de "Piñera ya fue" | Una manifestación colmó Santiago en medio de la huelga general Los hipócritas está contada desde el punto de vista de Nicolás, el camarógrafo en cuestión (Santiago Zapata), y eso explica cierta frialdad y distanciamento en la narración. Junto con un par de colegas, Nicolás tiene que filmar el casamiento de la hija de Marcelo Sánchez (Pablo Limarzi), político encumbrado, que tiene ambiciones en las próximas elecciones. Pero la relación con el gobernador de la provincia está algo enturbiada, algo que tiene nervioso al dueño de casa. De hecho, el gobernador había prometido venir al casamiento, pero ahora no se sabe si lo hará, y eso representaría un peligroso desaire. Estos tejes y destejes tienen lugar durante los preparativos de la boda, señalando cuánto le importa su familia a Sánchez. Sin embargo no va a venir por ese lado el agujero que haga escorar el barco, sino por el de la novia, Martina (Camila Murias) y su hermano Esteban (Ramiro Méndez Roy), que tienen una relación digamos que heterodoxa. A partir del momento en que se sabe de la existencia de esa grabación tendrá lugar una pulseada entre Nicolás y algunos representantes de la familia. Pero esto no es un thriller paranoico y por lo tanto no hay amenazas, aprietes, vidas en peligro. El decurso es más plácido, ya que como el título indica lo que interesa es ver cómo caen las máscaras. Algo que se hace explícito en la que no por nada es la secuencia más larga de Los hipócritas, la del baile (de máscaras, justamente), una suerte de carnaval iluminado con luz negra, donde como en todo carnaval parecería que todo está permitido. Está bien filmada y sobre todo bien montada esa secuencia, propulsada por una suerte de cumbia-tecno que tiene algo de infernal. Pero la distancia desde la que está narrada afecta a Los hipócritas, haciendo que ni las familias de los novios resulten suficientemente repulsivas, ni el héroe suficientemente empático (pero eso está buscado), ni el secreto que intenta ocultarse demasiado peligroso.
Con fuerte acento en la crítica social, "Los hipócritas" es un nuevo testimonio del cine cordobés, del que comenzamos a tener noticias hace casi diez años y el que nos sigue sorprendiendo por su solidez y creatividad. Aquí la cámara cinematográfica y su camarógrafo (Nicolás) ofician de testigos de un hecho en el comienzo del filme, que puede poner en peligro un microcosmos, el formado por la estructura familiar, política y social de dos familias que unen intereses en un casamiento. El del hijo de Teresita Iraola de Viale, aristocrática madre del novio, y Martina, hija de un político reconocido pero en decadencia A partir de la fiesta de casamiento, Nicolás (Santiago Zapata), un fotógrafo más del grupo contratado para el evento, no sólo será testigo del comportamiento de la fauna que maneja el poder sino de la posibilidad de sacar beneficio en ese tira y afloje en que la desigualdad social se choca con un verdadero carnaval de corrupción e hipocresía. RITMO DE CUMBIA En un marco de denuncias de fraudes y candidaturas inminentes, la fiesta de casamiento se convierte en una carnestolenda en la que las máscaras se aflojan al ritmo de la cumbia, mientras un audaz, con aspiraciones de director de cine, intenta desarticular un secreto familiar para su beneficio. Mezcla de filme negro con recortes de denuncia y toques de política lugareña, "Los hipócritas" alcanza su punto más alto en la impecable filmación de la cumbia final del casamiento, donde los cambios de luces y la alegría etílica ayudan a que la realidad aflore. Búsquedas formales, destacable fotografía y altibajos en las actuaciones, con una notable Eva Bianco, tan auténtica como "Magal“", esa mujer de la tierra que dirigió Di Bitonto como esta decadente aristócrata, fijadora de pasados límites sociales. Un lugar especial para la música de Pablo Granja, inmersiva en un aquelarre de resonancias telúricas.
Se estrenó Los hipócritas, film de Santiago Sgarlatta y Carlos Ignacio Trioni, que resume, simbólicamente, en medio de una celebración familiar, la manipulación y ambición de las familias más poderosas del interior del país. El cine hecho en Córdoba se sigue abriendo paso al resto del país. Ya había pasado con De caravana, aquel notable film de Rosendo Ruiz que resultó ser la gran sorpresa de la Competencia Internacional del 25° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y resultó un notable éxito de taquilla en la propia Córdoba, antes de distribuirse en Capital Federal. Después de debutar y sorprender en la última edición del Festival de Cine de Cosquín, Los hipócritas se estrena a nivel nacional y produce una sensación similar a la que tuvo en el estreno local: la de un cine hecho con identidad cordobesa, pero de temática universal, con un cuidado estético notable, economía de recursos, y una tensión in crescendo que nada tiene que envidiar a cualquier subproducto anglosajón. La acción transcurre únicamente durante el desarrollo y la fiesta de casamiento de la hija de un posible candidato a gobernador. Previamente a entrar a la iglesia, queda registrada una escena íntima que puede destruir a toda la familia. Sgarlatta y Trioni, codirectores y guionistas de Los hipócritas, encuentran en Nicolás (soberbia interpretación austera de Santiago Zapata) al antihéroe ideal, con su parquedad y decepción profesional, para poner en jaque a una de las familias más poderosas del país, que ya de por sí está en la cuerda floja por un acto de corrupción, y que sólo puede salvarse con la presencia y apoyo del actual gobernador, que se niega a aparecer en la boda. Hay dos líneas de suspenso que manejan los directores. Por un lado, la carrera contra el tiempo: la boda se presenta como una excusa, un lugar específico donde todo puede explotar o, por el contrario, donde el futuro familiar está asegurado. Por otro, lo íntimo, lo incestuoso. El deseo sexual, pero más que nada la provocación de guardar un secreto peligroso. Y en el medio, un tipo común con el manejo de la información precisa para desencadenar la debacle. Sgarlatta y Trioni construyen un relato complejo, donde cada personaje juega su carta y la astucia de la jugada define quién va a ser el ganador. Pero siempre hay lugar para sorpresas. En apenas 70 minutos, y un solo espacio, los jóvenes realizadores construyen un retrato realista de la demagogia de los sectores más acaudalados, pero también la utopía del individuo común, al que ya no le queda nada por perder. Es una batalla quijotesca, pero con matices. El héroe es definitivamente un perdedor, un personaje que dejó de creer en el mundo y, específicamente, en sí mismo. Sgarlatta y Trioni intentan caer lo menos posible en discursos moralistas, y le dan pie al espectador para construir el resto. Una jugada inteligente, donde no se subestima al público. Pero al mismo tiempo, no se trata de un relato intelectualoide que se cree más ingenioso de lo que es. Con una sobria puesta de cámara, fascinante elección del vestuario, y una meticulosa fotografía, hay escenas realmente cautivantes, a puro clima e introspección, resueltas con sencillez pero con prolijidad. El diseño sonoro y musical también juega un rol esencial para incrementar ese malestar paulatino que va sintiendo el protagonista. Sobre el final, el juego da un giro. Se le podría atribuir a un deus ex machina, pero no. Cuando se lo piensa bien, ese giro final está trazado desde el principio. La suerte de los poderosos está echada, y la expectativa es esencial. Lamentablemente, las utopías sólo les pertenecen a los idealistas. Aún con irregularidades interpretativas y algún que otro discurso de más, Los hipócritas expande los límites del mero ejercicio audiovisual para convertirse en un relato atrapante, maravillosamente narrado con un antihéroe que genera empatía, incluso en su parquedad. Una puesta prolija con un notable uso del punto de vista y el fuera de campo, la transforman en una propuesta sorprendente, made in Córdoba, que evita lugares comunes y clisés, y no deja afuera una eterna y universal crítica social.
Una película de clausura siempre es una marca de todo Festival, pequeño o fastuoso, donde el concepto es un poco lograr que este filme reúna cierto carácter de pertenencia y de representatividad. Por esa misma razón hace unos años el FICIC ha decidido clausurar el evento con una película de manufactura cordobesa, y Los Hipócritas es un caso ejemplar de como dos necesidades (origen y representación) dan como resultado un filme pequeño y digno de festejar. Esta opera prima de dos realizadores cordobeses jóvenes, ambiciosos y apasionados entusiastas que deciden crear a través del esquema de enfrentamiento de clases y crítica a la narrativa del poder un retrato intenso y preciso sobre la hipocresía. Dentro de la estructura dramática de un solo acontecimiento central que une todas las tensiones narrativas, el casamiento de dos figuritas de la clase alta local, crea el marco y el territorio desde donde se expande esta película en sus diversas aristas de cine de género y de mirada autoral sobre temas tan universales como el abuso del poder, la soledad, y la bendita hipocresía como una incógnita a despejar. ¿Qué significa una crítica a la hipocresía? Por un lado una mirada transversal sobre lo que aparenta ser una cosa para ser otra, luego una preocupación sobre identificar si esta anti virtud es solo un capital de clase (¿la clase alta tal vez?) o siendo más audaces y menos prejuiciosos extendemos esta patología social a otros ámbitos en los que podemos seducir a muchos otros sujetos del mundo con la hipocresía como tapadera de las posibles verdades de la vida y del patetismo de la existencia. Dos jóvenes de la clase alta se casan, detrás de esta boda hay intereses, chanchullos, políticos y poderosos pujando por la cúpula del mal, ganar lo que otros no tengan, dominar, tener, poder. Pero ese marco del retrato social es solo una inteligente excusa para mostrarnos la complejidad de la ambivalencia de los valores humanos en manos de “el burgués gentil hombre” y “del rico avaro falso dueño del poder”. Y detrás de toda esta comparsa miserable, late un secreto que el espectador conoce desde el inicio del filme y que será revelado a los otros personajes en distintos estadios, con resultados totalmente inesperados. Un acierto del guion sobre el juego sobre lo secreto que sale de otros filmes que se pueden haber visto con este elemento como disparador del drama. Thriller, comedia negra, una combinación de dos géneros que maneja con solvencia. El tratamiento formal de la película es de una calidad plausible, ante todo porque para poder escenificar la riqueza y la obscenidad que pone en escena debería poder tener un modelo de recursos materiales y económicos que aquí no existen. Toda esa carencia esta suplantada con ingenio, precisión, creatividad y una dupla de imagen y sonido fuertes. Así, la construcción puramente audiovisual no es un anexo que hace más atractiva la obra, sino que allí reside una audacia estética, una fuerza expresiva juvenil, desbocada y excesiva. Nada mejor que las escenas extensas de baile desenfrenado para que la idea de exceso y de procacidad te perforen la pupila. Esta cámara aun cuando esté instalada en la escena casi como otro personaje que late al ritmo de la música, mantiene una distancia de no identificación, en la que nunca deja de señalar lo impúdico de lo narrado con la gracia de color y la fuerza del encuadre al servicio de esta idea. La cámara envuelve el curso del drama con suaves y reiterados travellings como una víbora que serpentea a los personajes con un premeditado plan que dejará su embestida en el final donde, abandonando ya ese recurso, la cámara con su mirada fija, tensa, los espera para cerrar esta historia. Un filme tan disfrutable por su terreno argumental y sus improntas genéricas como por su auténtica manera autoral en cuanto al habla visual y sonora que la transforman en un hallazgo del cine local. Por Victoria Leven @LevenVictoria