Perla negra No es habitual que una película de género explore uno de los tabúes de la historia argentina con tanta profundidad y eficacia en términos narrativos como es el caso de Los Inocentes (2016). La ópera prima de Mauricio Brunetti construye un cuento gótico en la época libertaria, pero describe de forma descarnada el flagelo de los esclavos africanos, a pesar de la abolición en la Asamblea del año 1813. Por un lado, la historia narra la meticulosa venganza con elementos sobrenaturales, y por otro despojada de todo elemento fantástico bucea la relación amo y esclavo en paralelo a la tortuosa relación padre e hijo, cuyo pivote es el personaje encarnado por Lito Cruz. El señor Güiraldes es dueño de las tierras en La Mercedaria, tiene en su lugar esclavos libres, entre quienes se destacan Eloisa (María Nela Sinisterra) y Bastiana (María Eugenia Arboleda). Vive con su esposa Mercedes (Beatriz Spelzini), enferma, y recibe la inoportuna visita de su hijo Rodrigo (Ludovico Di Santo) y su flamante esposa Bianca (Sabrina Garciarena).
Venganza fantasmal En Los inocentes (2016), Mauricio Brunetti elabora un relato de venganza en la provincia de Buenos Aires de mediados del siglo XIX con todos los elementos del género fantástico Rodrigo nació en el seno de una familia terrateniente de la provincia y creció bajo el ala de su padre, un hombre violento y sin escrúpulos que ejercía su poder con látigo en mano y no dudaba en usarlo contra los esclavos que trabajaban la tierra. Cuando todavía era un niño, la madre decidió enviarlo a la ciudad para tratar una parálisis que obligaba a Rodrigo a utilizar unas prótesis para caminar. Quince años después, regresa al hogar. Los años han dejado marcas en el rostro de su padre pero su carácter sigue siendo el mismo mientras que su madre ha quedado postrada y con la mirada ausente. Ahora Rodrigo sufrirá las consecuencias del maltrato que su padre ejerció contra los esclavos y particularmente contra Eloísa, que volverá de la muerte para cobrar venganza. Brunetti elabora su relato con paciencia y presenta la información con cuentagotas, lo que genera suspenso y hace que los cien minutos de duración pasen desapercibidos para el espectador. Para esto, elige contar la historia en dos tiempos. Por un lado, a través de sucesivos flashbacks, desarrollará la historia de Eloísa (María Nela Sinisterra) y las injusticias a las que era sometida por el padre de Rodrigo, un Lito Cruz que le da vida a un villano descarnado. Beatriz Spelzini encarna a su esposa que, lejos de condenarlo por sus hechos, lo apaña y utiliza a la Iglesia como herramienta para esconder los pecados de su marido. En el presente, iremos viendo cómo las acciones de los padres de Rodrigo (Ludovico Di Santo) tendrán sus consecuencias y repercutirán en él y en su joven esposa (Sabrina Garciarena). Brunetti se mueve con soltura entre los dos tiempos del relato e irá tejiendo una historia que por momentos cae en lugares comunes del género (una puerta que se abre sola, el reflejo del fantasma) pero que, a fuerza de buenas interpretaciones y un clima tenso, terminará en una película más que atractiva para los amantes del género.
Maltrato, retorno y venganza Ambientada en una zona rural argentina a mediados del siglo XIX, Los inocentes es inicialmente la historia de una encabezada por un despiadado terrateniente que maltrata a su hijo, su esposa y los esclavos negros que mantiene ilegalmente en su hacienda. Lito Cruz encarna con convicción a ese malvado de manual que evidentemente goza con la tortura física y psicológica de todo aquel que se le acerca. Convencida de que ese ambiente no es mejor para su hijo (Ludovico Di Santo), la señora de la casa, una mujer sumisa e indolente que de a poco también desnudará cierta inclinación por la crueldad, decide enviarlo por un tiempo prolongado a la ciudad. A partir del retorno del joven, que llega al reencuentro con sus padres ya acompañado por su pareja (Sabrina Garciarena), la película da un giro, relacionado con una venganza en la que tendrán un papel central los elementos sobrenaturales, y avanza en ese terreno sin temor a los excesos. Ese golpe de timón provoca algunas zozobras, pero beneficia al film, le confiere una libertad y un vuelo del que adolece en la primera mitad.
Fantasmas de la esclavitud El terror y el suspenso son primos hermanos, pero aquí están muy distanciados. El estanciero Güiraldes (Lito Cruz) descarga desde el minuto cero sangrantes latigazos sobre la espalda de uno de sus súbditos negros. Era otra Argentina, tiempos prerrevolucionarios. Aún no llegaba la Asamblea del año XIII que sin gran éxito inmediato pondría fin a esta práctica bárbara, que los terratenientes del mundo entero se esmerarían luego en derogar. Y ya sabemos, Los inocentes es una película de terror, pero el hecho de llevar al cine la esclavitud como tema plantea, en los papeles, un ejercicio valiente. Un Django sin cadenas con brujas y espíritus, y sin Tarantino. Siendo muy generosos podríamos ver en la opera prima de Mauricio Brunetti una especie de deformación del género a manera de denuncia política. Simbolismo no demasiado evidente que se derrumba mientras avanza la película, una novela rural, una maldición, una venganza de otra esclava negra pero en la Argentina. ¿Será que la esclavitud sólo puede redimirse en el cine? El terror y el suspenso son primos hermanos, pero aquí están tan distanciados como la familia que anima esta película de un tiempo bisagra, de esclavos y esclavas humillados, asesinados, por un patrón de estancia trastornado. Transcurren 15 años desde que Rodrigo (Ludovico Di Santo), el hijo de Güiraldes, regresa a esa casa paterna que lo expulsó de niño. Llega con Bianca (Sabrina Garciarena) su bella esposa. “Ya no hay esclavos, sólo quedan sirvientes libres”. Pero están sus recuerdos, también una maldición, que opera como venganza, un maleficio del pasado reciente que vuelve y se explica en flashbacks demasiado explícitos, con una gratuita sobredosis de brutalidad. Así como falta suspenso y sobra previsibilidad, es curioso el escaso impacto que esos 15 años en los que transcurre la historia tienen sobre el personaje de Lito Cruz, que sigue repitiéndose en su rol de malo, pero que aún así está muy por encima de un elenco desparejo. Lo mismo pasa con una hamaca, objeto simbólico que sobrevive todos esos años a la intemperie para volver a mecer sus fantasmas. La complicidad de la iglesia, la oposición campo ciudad, la esclavitud y la excusa de un cine de terror traspolados en estos fantasmas de granja, dan para un reflexión mayor sobre culpas e inocencias. Y para otro cine, claro.
Que lindo que es que semana tras semana lleguen buenas propuestas de género nacional a la cartelera. Este estreno es más cercano al inesperado éxito de Resurrección de principios de año que a El muerto cuenta su historia que se estrenó la semana pasada. Una trama que te atrapa desde el principio y que va arrojando los elementos de terror de a poco. Tal vez esa es una contra porque hay que esperar un buen rato para sentir la adrenalina pero una vez que se llega ahí vale la pena la espera aunque no se innove en nada. El elenco está muy bien y decir que Lito Cruz hace un buen trabajo es una obviedad pero sus co-protagonistas Ludovico Di Santo y Sabrina Garciarena logran estar a la altura. Distinto es el caso de María Nela Sinisterra quien en esta oportunidad no me terminó de convencer. Amén de esto el mayor atractivo del film es la puesta en locaciones y recreación de época. Me animo a decir que es de las mejores y la que más se la ha jugada para reproducir los tiempos de la colonia porque no son solo interiores y casas de campo (aunque es lo que abunda) sino que hay algunos planos generales en donde se aprecia una ciudad. Son solo unos segundos pero están muy bien y da otro calibre a la producción. El director Mauricio Brunetti hace un gran trabajo en su ópera prima generando climas en un género que cuesta llegar al mainstream en lo que refiere a lo nacional. Los inocentes es una buena opción de terror para los amantes del género que por fortuna cada vez tienen más propuestas locales para ver.
LA VENGANZA DESDE EL MÁS ALLÁ Lo primero que llama la atención de esta película de época, anterior a la abolición de la esclavitud, es el despliegue de ambientación logrado y ambicioso. Un patrón despótico, cruel y abusador. Una esposa sometida maquiavélica y aferrada a la religión, un hijo muerto y otro, el menor al que mandar pupilo a Buenos Aires. Todo este relato ocupa buena parte de la película y recién con el regreso del hijo, ya casado, comienza el camino del terror, el misterio y la venganza de una esclava victima de todas las crueldades. Para entender menudean los flashbacks y allí la historia se complica y enreda. Pierde fuerza y resulta obvia y repetitiva. Del elenco sobresale Lito Cruz y Cecilia Cenci.
La esclava Eloísa vuelve de la muerte para vengar la suya, luego de una vida de abusos, violencia y sometimiento a un patrón cruel (un desaforado Lito Cruz). Es el centro de este relato de terror, ambientado en una estancia donde los horrores devienen en maléficos encantamientos. La víctima será la joven y bella esposa del maltratado heredero (Sabrina Garciarena), que sólo quiere huir de ese lugar maldito. Los inocentes, con un buen trabajo de cámara y producción, adolece de problemas de tono y registro actoral que le restan credibilidad. Es el principal escollo para que su propuesta, sugestiva, pueda transmitir la contundencia que se propone.
Atípico melodrama gótico "Los inocentes" lleva al espectador a un período histórico indeterminado pero que, con algunos detalles, da pistas sobre distintos eventos del siglo XIX, por ejemplo la abolición de la esclavitud por la Asamblea de 1813. La película empieza varios años antes de esa declaración, cuando sí había esclavos en el Río de la Plata y eran maltratados con toda la furia como la que exhibe un gran actor como Lito Cruz, que se luce como un villano temible en este atractivo melodrama gótico. Cruz es Güiraldes, el dueño de una finca que enfrenta una sequía, de la que por algún motivo culpa a sus esclavos, a los que maneja látigo en mano, sometiendo a horribles castigos a los hombres y abusando sexualmente de las mujeres. Hay también una muerte en el pasado reciente que empeora las cosas en la familia Güiraldes, y que provoca que el protagonista también maltrate a su esposa y menosprecie a su hijo, que termina siendo enviado por su madre a la ciudad. Pasan varios años, si bien se supone, aunque en la finca de Güiraldes eso no se nota mucho. Ahora el campo es fértil, debido tal vez a rituales paganos que enfrentan directamente a la iglesia. El regreso del hijo, ahora adulto y con una flamante esposa, provoca nuevas derivaciones en los conflictos y misterios de estos oscuros personajes. "Los inocentes" tiene excelentes imágenes, con una dirección de arte realmente interesante que aprovecha los decorados y la utilería de la ambientación de época más para enfatizar el clima gótico que para marcar los tiempos históricos. La historia es atrapante, y logra superar el confinamiento del relato casi exclusivamente a la finca. Tanto las actuaciones como las imágenes ayudan a recomendar este film atípico.
Los Inocentes presenta un interesante drama de terror gótico situado a mediados del 1800 en una Argentina imaginaria y todavía salvaje. Una esclava negra vuelve de la muerte para cobrarse venganza de los prósperos dueños de una estancia que la maltrataron en vida. 12 años de esclavitud sobrenatural: Si bien Los Inocentes no es un gran estreno como lo fue El Ciudadano Ilustre, no deja de ser uno a tener en cuenta. La ópera prima de Mauricio Brunetti es una producción maravillosa desde lo estético que presenta un relato de terror con un llamativo tono gótico. La película no tiene nada que envidiarle a producciones extranjeras como The Awakening (2011), cuya premisa es similar. Lo peculiar es que acá se toca un tema que es más común en el cine americano que en el nuestro: la trata de esclavos africanos. Esta temática, manejada con seriedad y sutileza, sienta las bases del conflicto. Especialmente llama la atención la gran cantidad de extras y actores –entre los que se destaca una fantástica María Eugenia Arboleda– que se consiguieron para la filmación. Este hecho, sumado a una cuidada fotografía, le dan a Los Inocentes un aire de profesionalismo que no suele verse tanto por estos lugares. A su vez, vale destacar el impecable trabajo de ambientación de la época. El director Brunetti –que previamente fue productor en obras como Corazón de Leon– puso especial énfasis en los detalles: el maquillaje, los vestuarios, los peinados y todo el decorado son de primer nivel. Terror y algo más: La cinta es, esencialmente, una historia de espíritus vengativos. Hay pequeñas escenas de suspenso bien logradas, un desenlace loco pero satisfactorio y algunos pequeños trucos de efectos especiales que funcionan. Sin embargo, el foco no está 100% en el terror, sino que la historia se desenvuelve con un ritmo cauteloso que bordea el drama y el suspenso. Gran parte de la narrativa es llevada por un gran Lito Cruz, que está perfecto (como siempre) en el rol de villano. Es un tipo absolutamente odiable al que le creés todo. Igual que hizo muchos años antes en El sueño de los héroes (1997), aquella adaptación de la inmortal obra de Adolfo Bioy Casares, acá representa una fuerza tan maligna como el mismo espíritu que los acecha. La verdad es que la gran mayoría de los actores están muy bien: Beatriz Spelzini, Ludovico Di Santo como el hijo pródigo, María Nela Sinisterra como la esclava Eloisa. Dentro de un reparto muy correcto, quizás la que más desentona es Morita de Verano del ´98 (Sabrina Garciarena), quien tiene el look pero no tanto el dote actoral. Me gustó también la crítica hacia la iglesia (y su hipocresía), el sutil comentario sobre lo rural versus la modernización y además me encontré con un muy bien utilizado recurso del flashback (¡así es como se usa!). El tono fantástico, la puesta en escena y la tensa música se fusionan para trasladarnos hacia una historia acertada y repleta de misticismo. Conclusión: Aunque cuenta con un título más bien genérico, Los Inocentes es una de las grandes sorpresas argentinas del año, y la disfruté enormemente. Es cine nacional que da gusto, y una producción formidable que presenta un argumento sólido, grandes actuaciones y una puesta en escena pocas veces vista.
El cine de género nacional está viviendo uno de sus mejores momentos hace años. La proliferación de producciones, independientemente de la calidad de algunas y de las diferencias entre sí, ha constituido un reciente panorama esperanzador para los amantes del terror. El caso de “Los Inocentes” (Argentina, 2016), que debuta en la dirección tras estar detrás de cámaras como productor (“Solo para dos”, “Ocho Tiros”) es para seguir de cerca, ya que no sólo logra plasmar un relato preciso con una cuidada reconstrucción de época, sino que, además, contextualiza su historia en un momento a olvidar de la historia, en la que el tráfico y la utilización de esclavos estaba a la hora del día. Acá la narración comienza cuando un déspota y acaudalado terrateniente (Lito Cruz) castiga sin cesar a un joven negro, hermano de una de sus tantas empleadas (Maria Nela Sinisterra), quien, agobiada y sometida, y también cansada del maltrato, no puede hacer nada ante esos embates ni con los que sufre en carne propia a diario. Cuando finalmente el joven aparece muerto, colgado en medio de un inmenso campo, la mujer del terrateniente (Beatriz Spelzini) decide que su hijo sea trasladado hacia la ciudad para evitar que continue viendo y absorbiendo la oscuridad con la que se está tiñendo “La Merceditas”, la estancia en la que habitan. Cuando finalmente la esclava muere, al enterarse la dueña del lugar (Spelzini) que está embarazada de su marido, la venganza de ésta por sus propios padecimientos y los de su hermano, llevarán a que años después regrese y termine con todos aquellos que le hicieron daño. Así, en una segunda etapa de la narración, “Los Inocentes” se vuelca hacia un presente en el que, al enterarse de la enfermedad de su madre, el niño al que habían enviado a la ciudad, regresa como adulto (Ludovico Di Santo), junto a su mujer (Sabrina Garciarena), para, no sólo ayudar, sino, principalmente, para tomar posesión del lugar. Pero ante la reticencia y el odio del padre, y la sumatoria de hechos sobrenaturales que se atravesarán, principalmente por la “percepción” que la mujer (Garciarena) de Rodrigo (Di Santo) tiene, hacen que todo plan se complique cada vez más. “Los Inocentes” es una historia de venganza, en la que, justamente, aquellos que sólo `padecieron maltratos y castigos, vuelven para liberar su enojo e ira a través de seres que pueden conectarse con ellos desde su sensibilidad. La realización propone el acercamiento, desde la clave de género bien marcada, a un relato atrapante, que se potencia gracias a las actuaciones protagónicas, quienes se lucen, cada uno, en el rol que le ha tocado interpretar. Destaca del resto el siempre efectivo Lito Cruz, con todo su odio volcado en un personaje despreciable como aquellos que recientemente le han tocado interpretar en la TV. Mención aparte para Maria Nela Sinisterra, quien compone a su “esclava” con gran entrega, haciendo inevitable recordar a Lupita Nyong’o en “12 años de esclavitud”, por lo sentido y dolido del rol.
Aquí se va mezclando el suspenso y el terror gótico, ambientada entre 1840 y 1880, toca temas relacionados con la esclavitud en Argentina. Para ir dando mayores datos al espectador se utiliza el flashbacks. Hay creencias, brujería, oscuridad, misterio, magia negra, asesinatos, maldiciones y fantasmas. Es una fábula. Bien filmada y goza de una buena fotografía y vestuario, pero le faltan generar un poco mas de suspenso, impactar y sacudir.
Terror gótico argentino, con esclavos y tormentas. No pocos aspectos de interés son los que presenta Los inocentes, ópera prima del hasta ahora productor argentino Mauricio Brunetti. Algunos dentro de lo estrictamente cinematográfico, otros vinculados con su temática y con el trasfondo histórico en el cual se ancla el relato. Si hubiera que definirla en relación a su filiación genérica, podría decirse que en líneas generales se encuadra dentro del cine de terror gótico. Pero también es una producción de época, un novelón familiar con un eje fuerte en el conflicto paterno-filial y, sobre todo, un film que aborda un aspecto de la historia argentina muy pocas veces retratado por el cine local: el de la esclavitud. Ambientada en una estancia de la provincia de Buenos Aires, Los inocentes transita de manera simultánea dos líneas temporales, una a mediados del siglo XIX y la otra en 1871. Ambas giran en torno de Güiraldes, terrateniente que ha hecho fortuna convirtiendo en próspero lo que alguna vez fue un páramo. Interpretado por Lito Cruz, Güiraldes es despreciable por donde se lo miré: sádico con sus esclavos; implacable con su hijo Rodrigo, aquejado por problemas congénitos en sus piernas; indiferente con Doña Mercedes, su mujer, devota de la Virgen. La película arranca con una escena de azotes en la que el patrón intenta dar una lección no sólo a sus siervos, sino también al pequeño Rodrigo, a quien considera débil a causa de su salud, pero también porque se rebaja a hacer amistad con ese chico negro que ahora es el blanco de los latigazos. Rodrigo será enviado por su madre a la ciudad, para tratar su dolencia y a la vez alejarlo de la figura nefasta de su padre. Cuando regrese 15 años después como un hombre casado, ya no quedarán esclavos en la finca, pero su padre seguirá siendo el mismo ser perverso. Fluctuando en el tiempo, el film cuenta los abusos de los que Güiraldes hizo objeto a Ofelia, su esclava más bella, pero también como aquel pasado resurge de manera fantasmal con la vuelta de Rodrigo, para cobrarse no una sino muchas venganzas. Tanto la reconstrucción de época como el trabajo puntilloso de arte en Los inocentes merecen destacarse. Sin embargo pierde el balance en la disparidad no tanto de registros actorales, porque la labor del elenco es buena, como de registros vocales. Lejos de reconocerse una labor orgánica en el diseño de un castellano que responda al imaginario del siglo XIX, por un lado Sabrina Garciarena o Ludovico Di Santo intentan hablar un argentino a la antigua, y por el otro Lito Cruz, quien nunca se aleja demasiado de un tono de porteño contemporáneo. En cuanto al uso de los recursos del género, Brunetti logra atmósferas ominosas y opresivas, cercanas a las viejas películas de zombies haitianos. Pero también abusa de ciertos lugares comunes, como las noches de tormenta, redondeando un trabajo con altibajos, pero que representa un aporte interesante al cine de terror hecho en Argentina.
La extraña combinación de esclavos, macumbas y argentinos La película argentina de Mauricio Brunetti tiene varios problemas y algunos aciertos. Corre el año 1871 y en una estancia llamada La Mercedaria, Lito Cruz tiene una legión de esclavos negros –mulatos de pura cepa– a los cuales explota, azota, viola, humilla y tortura de múltiples maneras. Un fotograma suelto de esta película remonta a lo último de Tarantino, a 12 años de esclavitud, a Amistad o a cualquier filme yanqui obsesionado con el abolicionismo. Uno se pregunta qué factores llevan a un director argentino a filmar algo de tales características, haciendo de la ubicación geográfica un disparate de guion. Sólo cuando nos habituamos a que los negros le digan “Sí, Amo” a Cruz entendemos que la extrapolación se asemeja al boom de las novelas históricas, que absorben una época y la distorsionan para que sus personajes vivan aventuras posmodernas. En este caso, las aventuras vienen en formato de terror, y aquí llega la segunda vertiente de influencias: Los otros, La cumbre escarlata, de Guillermo del Toro, y cualquier película que transcurra en una mansión vieja con fantasmas vengativos. De la combinación entre esclavos, macumbas y un staff argentino sale Los inocentes, opera prima de Mauricio Brunetti. No es un filme indigno o bochornoso, y hasta podría decirse que su problema es iconográfico: tantos mulatos sufridos disfrazados de sirvientes y terratenientes déspotas con firuletes y bastones asemejan el producto a una telenovela brasileña. El único sello distintivo del director es su regodeo tendencioso con la tortura física y psicológica. Fuera de ese rango no hay decisión estética novedosa. El arte y la fotografía tienden al preciosismo pero la cámara carece de carácter y de pronto un plano se eleva en grúa, otro se desliza en travelling y algunos salen cámara en mano. El elenco está muy bien, en especial Ludovico Di Santo, pero mucho no se puede exigir con diálogos como: “¡Es una bruja! Estas aberraciones tienen que terminar, estas esclavas tienen que escarmentar. Debemos estar atentos, el demonio se presenta con muchas formas”.
HAY INOCENCIAS QUE DAN MIEDO Los inocentes intenta acercarse al clima del terror aunque este propósito se va dificultando por las elecciones tomadas. El film peca de una mala combinación de recursos que hacen que algunos de sus aspectos interesantes no puedan ser aprovechados. El lugar que se elige para el desarrollo de la película, la estancia, mantiene un poder ominoso que podría haber sido mejor capitalizado. Conocemos la estancia mediante la fotografía y la escenografía, así como también por las elecciones de puesta en escena de diferentes momentos que se viven en ella. En este sentido, se puede decir que es uno de los aspectos fuertes y sumamente interesantes. Pero este clima no mantiene una armonía con los otros elementos. Las actuaciones son un gran problema para mantener un buen clima. Los actores quedan despegados del personaje, pues hay un distanciamiento con lo que están haciendo: es difícil distinguir si es que los actores no logran interpretar a los personajes de época o si el guión está forzado de tal manera que los diálogos no son creíbles. Inclusive desde el guión se eligen ciertas frases que rompen el clímax otorgado por esos paisajes lúgubres. Que el cura diga que “mantuvo encendida la llama de la religión” hasta en los últimos minutos de su vida, cuando murió por un incendio en la iglesia, no parece ser la frase más elocuente. Es ingeniosa la acotación, sin duda, pero si la intención es provocar el susto o el miedo no sería el recurso más apropiado. El morbo tampoco es un elemento que contribuya demasiado. Esta quizás es una falla recurrente en ciertas películas de terror. Pensar que la sangre por sí sola da miedo es un error en el que caen muchos. Otro de los elementos que podría haber ayudado es la música o los efectos. Pero estos al parecer estuvieron enfocados en mantener la idea del dolor, de sufrimiento. Sin embargo, este dolor no logra emparentarse con el miedo sino que está más vinculado con el peso de lo que significó la esclavitud. Retomando la idea de la esclavitud que aparece en la película, tampoco ayuda demasiado el tratamiento que se hace. En una primera instancia, desde lo ideológico no parece muy apropiado que se desfigure toda una lucha por la igualdad mostrando cómo los “negros” se vengan de los “blancos”. Corre intencional o de forma “inocente”, por debajo, un pensamiento ambiguo de quiénes son los inocentes. Pero más allá de esto, tampoco funciona desde el relato. La familia aristocrática vive momentos en los que se supone que sufren pero sus emociones no aparecen en sus gestos. La frialdad con la que se muestra el dolor y sufrimiento de los personajes corta toda posibilidad de generar terror en el espectador. Estos aspectos hacen que Los inocentes pierda precisión y sentido. De todas maneras, el tema deja la duda de si la intención era simplemente ser un film de terror o mostrar alguna otra faceta que no pudo delinearse del todo.
Points: 5 Los inocentes (“The Innocents”), the debut feature of Argentine filmmaker Mauricio Brunetti, is set in mid-19th century Buenos Aires province and it’s meant to be both a compelling drama of historical proportions and an eerie ghost tale of revenge. Leaving aside a few specific assets in production values — such as immaculate, tidy art direction, and a neat, rightly moody cinematography — Los inocentes doesn’t even remotely succeed as neither of the two. When it comes to the drama, there’s just no pulse, and for a number of reasons. As far as the horror goes, there’s simply no sense of fear or creepiness. That’s what makes it so tedious to watch. The story in brief: after some long 15 years, Rodrigo (Ludovico De Santo) returns to the large, sumptuous ranch house where he was born. It is a place where he was endlessly mistreated by his cruel father (Lito Cruz) and neglected by his submissive, religious freak of a mother (Beatriz Spelzini). He’s now married to a young, beautiful woman, Bianca (Sabrina Garciarena), whom he introduces to his parents. His father is as despicable and overbearing as always while his mum is now wheelchair-bound, only able to utter laughable cries and whispers. Little do they all know that Eloísa (María Nela Sinisterra), a young slave brought from Africa, will return from the land of the dead to avenge the death of so many innocent slaves at the hands of the masters of the house. Worst of all: innocent Bianca is also to pay for the sins of others. It’s not so much that the storyline is so unoriginal that turns Los inocentes into a cinematic bore (if it were only that, then it’d have been simply predictable), but instead it’s the cartoonish look of all these one-dimensional characters that makes it so hard to buy — with an over-the-top, mean Lito Cruz doing his own impersonation of a mean Lito Cruz. We know some of these landlords were bad guys, we know we are not to empathize with them, we know that slaves were treated like garbage. But you don’t have to stress it so much, it’s not necessary to paint a picture with such broad strokes. For the sake of seriously good drama, what you need is developed characters and not trite stereotypes. And the same goes for disturbing horror cinema. Then you have the lame dialogue: explanatory to the tiniest detail, often solemn and almost never realistic, the lines uttered here fail to carry any genuine dramatic weight. So you don’t buy the characters and you don’t buy how they talk. Add to that the lack of the necessary tension to pull the story forward. Major and minor events take place one after another in an automatic, repetitive manner, with no unforeseen twists and turns of any kind. Following generic conventions is one thing; doing so without having a soul is something entirely different. So sooner rather than later, and despite the formal achievements in cinematography and art direction that give the film a credible overall look, the creepy and disturbing atmosphere a film like this one calls for is never conjured up. The living dead may return and indeed they do, but they are neither disturbing nor scary. They just have great make-up, perform a few tricks they know by heart, and go back to rest in peace. By then, you are probably sound asleep too. Production notes Los inocentes (Argentina, 2016). Written by Mauricio Brunetti, Natacha Caravia. Directed by Mauricio Brunetti. With Lito Cruz, María Nela Sinisterra, Beatriz Spelzini, Sabrina Garciarena, Ludovico Di Santo, María Eugenia Arboleda, Stella Delphino. Cinematography: Hugo Colace. Editing: Elena Ruiz. Running time: 101 minutes. @pablsuarez
En una apacible vida de estancia en la Argentina de la primera mitad del siglo XIX, alejada de las luchas políticas y continuos conflictos bélicos que atormentaban al país en esa época, se desarrolla esta historia dirigida por Mauricio Brunetti. Tiene su mundo propio que con los años se va convirtiendo en un infierno del que no se puede salir, cuyo resultado es la venganza que va a pegar en donde más duele. El protagonista es Güiraldes (Lito Cruz), amo y señor de la estancia “La Mercedaria” dedicada a las plantaciones, actividad realizada por los negros esclavos que había en ese entonces. El conflicto, los problemas internos, etc., tienen como único responsable a Güiraldes, quien abusa, maltrata, desprecia, odia a todos los que viven en la estancia, no sólo a los esclavos sino también a su esposa Mercedes (Beatriz Spelzini), y a su hijo Rodrigo (Ludovico Di Santo). Es un duro, un tirano, prácticamente piensa que quienes lo rodean tienen que estarle agradecidos por tener la vida que llevan. Domina a todos con mano de hierro, y si con eso no alcanza emplea también los latigazos. Mercedes, abnegada y sometida esposa, a escondidas de su marido, también desarrolla sentimientos malignos consiguiendo para ejecutar esos sentimientos el beneplácito de la iglesia católica, de la que ella es una ferviente practicante. Rodrigo cuando vuelve a su casa convertido en un adulto y casado con Bianca (Sabrina Garciarena), intenta acercarse a su padre, pero éste continúa denigrándolo y sin aceptarlo tal como es. La narración va y viene en dos planos temporales, el presente y el pasado, para explicar todos los hechos trágicos que provocaron que el presente sea como es. Aquí radica uno de los problemas, el uso y abuso de los flashbacks, los que deberían ser recuerdos de alguno de los protagonistas pero que no tienen dueño. El otro es la indefinición del género en el cual se enmarca el relato, pues al comienzo es un drama, pero a medida que avanza la historia vira hacia el lado del suspenso y del terror, lo que da como resultado un relato que termina por no afirmarse solidamente en ninguno. La actuación más destacada es la de Beatriz Spelzini, porque su labor actoral tiene apropiados y logrados cambios de carácter que van de la pasividad a la acción de forma convincente. Lito Cruz perfila a Gúiraldes monótono, monocromático y autoritario convirtiéndolo en el más malo de los malos, pero carente de las distintas capas que tiene que tener un personaje para que sea interesante. Lo rescatable es la gran factura técnica de la producción, como la ambientación, iluminación, fotografía, escenografía, vestuario, sumado a la utilización del lenguaje acorde a esos tiempos. En su debut como realizador Mauricio Brunetti se queda a mitad de camino entre el drama y el terror, indefinición del género cinematográfico que afecta a la valorización del film.
Un cóctel con gusto amargo Para hablar sobre el film Los Inocentes, ópera prima del director Mauricio Brunetti, es importante aclarar lo siguiente: quien suscribe no mira películas de terror, al menos si puede evitarlo. La respuesta es sencilla: se asusta fácil, de cualquier cosa. A la hora de enfrentarse con un film de estas características, pierde absolutamente la objetividad de saber que eso que está mirando no es real. Dicho eso, Los Inocentes no causó las reacciones habituales. La historia que el trío guionista intenta narrar es una poco original para las producciones estadounidenses, pero novedosa en cuanto fue hecha en estas tierras: un terrateniente déspota (Lito Cruz) castiga con desmedida crueldad a sus esclavos africanos hasta matar a uno de ellos. O quizás la trama gira sobre su esposa (Beatriz Spelzini), una fanática religiosa que se desquita con una de las esclavas por el simple motivo de haber quedado embarazada –abuso mediante– del patrón. Incluso podría ser la historia del hijo (Ludovico Di Santo) que regresa veinte años después para confrontar al padre que nunca lo quiso. Los diferentes hilos de la narración se entremezclan a tal punto que no se puede distinguir el objetivo principal de la historia (es decir, un relato de venganza). El film posee además una estructura temporal atípica: constantemente mueve al espectador entre pasado y presente, sin aclaraciones y sin justificaciones –por momentos–, alimentando la confusión ya generada por las distintas subtramas, y dando la sensación de que el film no termina por empezar. El problema principal es la mala combinación de los recursos. Los huecos narrativos del guion y las interpretaciones del elenco principal –que en ningún momento parecen convencidos de estar viviendo en el último tercio del siglo XIX– le quitan mérito a, otrora, una excelente producción: la escenografía y el vestuario recrean con fidelidad la época, y podrían haber contribuido a generar el clima propicio para una buena historia de fantasmas. La atención al detalle cumple con el objetivo de situar al espectador históricamente y, en este sentido, es cabal mencionar que nada tiene Los Inocentes que envidiarle a producciones extranjeras. Lo mismo vale para la fotografía y los movimientos de cámara. Sin embargo, a la hora de combinar todos los campos del ámbito cinematográfico, el film se estanca en una comodidad que termina jugándole en contra.
De dioses y mujeres Gran realización sobre novicias y monjas a quienes soldados rusos violaron en un pueblo polaco. El hecho de que Las inocentes está basada en hechos reales no hace más que acrecentar el interés por el relato. El ámbito es un convento de clausura, por diciembre de 1945 en un pueblo de Polonia. La Segunda Guerra ha terminado, pero allí las heridas, físicas y morales, no han curado. Siete hermanas, que han sido repetidamente violadas por soldados rusos, han quedado embarazadas. Hay posiciones encontradas, y luego se verá que no solamente en qué hacer en lo inmediato cuando se acerca la fecha de los partos, sino con el destino de los bebés. Pero lo que urge es la salud de las mujeres y de los próximos a nacer. Así es como entra en acción Mathilde (Lou de Laâge), médica francesa que ayuda en la Cruz Roja francesa allí en Polonia. La hermana María (Agata Buzek) es quien la contacta. El filme prácticamente no se mueve de ese ambiente entre opresivo e iluminado tenuemente. O al menos, es más atrapante todo lo que transcurre entre las paredes del monasterio que en el hospital, en la calle -donde los personajes se cruzan con niños que suponemos quedaron huérfanos tras el combate- o el bosque nevado que separa al convento del pueblo. Y también la estructura delimita las conversaciones que irán develando secretos, entre la médica, la hermana y la madre abadesa. Más que de acciones, es un filme de diálogos. Anne Fontaine, la ex actriz que ya como realizadora alguna vez escandalizó con Nathalie X y Madres perfectas, y directora de Coco antes de Chanel, muestra cómo las hermanas confían más en una (mujer) extranjera que en sus propias compatriotas. Saben, o mejor dicho sienten, que el secreto debe mantenerse por una cuestión de, digamos, dignidad. En esta coproducción francopolaca, Fontaine se muestra por suerte más sobria que en las realizaciones antes mencionadas, lo que incrementa y extiende el sentimiento de angustia de las hermanas. La película tiene puntos de contacto con dos realizaciones recientes. Una es Ida, también polaca, y ganadora del Oscar al mejor filme hablado en idioma extranjero en 2015 (donde actuaba Agata Kulesza, la intransigente madre abadesa aquí), y la otra es De dioses y hombres, de Xavier Beauvois. Los miedos, la rigidez y la búsqueda de soluciones a los conflictos que plantean las tres películas las enlazan de alguna manera, lo mismo que la delicadeza con que se abordan los temas de la fe y sus impensadas consecuencias.
SOBRE AMOS Y ESCLAVOS (FAMILIARES) En los quince minutos iniciales de Los inocentes se aclaran algunas cuestiones del tratamiento dramático y del tono elegido por el director Mauricio Brunetti para contar su historia. Y esto, más que otras zonas narrativas, se relaciona con el trabajo actoral de Lito Cruz como el señor Güiraldes: eufórico en el porte y los decibeles en su voz, inclinado a la exhibición de sus maldades, exhuberante en sus rasgos tiránicos de pater familias abochornado por el retorno de un hijo no pródigo. Los inocentes establece un arco temático dividido en dos: por un lado, la historia familiar, y por el otro, el contexto cruel pos abolición de la esclavitud al que gobernante de la finca La Mercedaria hace oídos sordos. En efecto, en el ida y vuelta argumental, la segunda parte del film se inclinará por agregar la historia de una mujer fantasma que retorna desde su mortuoria esclavitud para tomarse venganza. Pero también, desde el uso de la temporalidad en el cine, la película se maneja entre el pasado y el presente, con el personaje central como sujeto conductor al que se suma su sumisa esposa (Beatriz Spelzini) con su defensa a ultranza del poder de la iglesia, y más tarde, el retorno del vástago (Ludovico Di Santo) y su joven esposa (Sabrina Garciarena). Pues bien, los rubros técnicos funcionan a la perfección y hasta subyacen algunos momentos en donde la luz y la música adquieren un fuerte protagonismo, como el diseño de producción que reconstruye una época determinada establecida desde la diferencia entre amos y esclavos. Sin embargo, los puntos flacos del film, por momentos, se imponen con un excesivo peso dentro de la historia: ciertas inestabilidades del relato, una puesta en escena refractaria del realismo más exacerbado de connotaciones históricas, personajes sumergidos en trazos arquetípicos sin contradicciones, diálogos impetuosos que remarcan el conflicto. En esa zona que constituye el verosímil cinematográfico (junto a sus riesgos) la película pierde más de una batalla al recaer más de una vez en una letanía narrativa casi sin posibilidad de retorno. Construida desde su euforia dialéctica, Los inocentes presenta todas las cartas del mazo en la primera mano sin esconder ninguna y así poder abrigarse a una mínima sutileza en su posterior desarrollo. LOS INOCENTES Los inocentes. Argentina, 2016. Dirección: Mauricio Brunetti. Guión: M. Brunetti y Natacha Caravia. Producción: M. Brunetti y Fernando Sokolowicz. Fotografía: Hugo Colace. Música: Emilio Kauderer. Sonido: José Luis Díaz. Montaje: Elena Ruiz. Intérpretes: Lito Cruz, María Nela Sinisterra, Beatriz Spelzini, Sabrina Garciarena, Ludovico Di Santo, María Eugenia Arboleda, Stella Delphino, Tomás Diaz. Duración: 101 minutos.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030
Los Inocentes es un film que es preciso ver en cines. Una película que reivindica a los pueblos africanos que han sido sometidos en América y que han dejado rastros de su cultura y nos han influenciado a posteriori.