El precio del abandono En su ópera prima, Juan Pablo Di Bitonto entrelaza por un lado el relato de un mito o tradición del norte argentino y por otro el vínculo trunco de una madre y su hijo pequeño tras la partida de ella a Buenos Aires por cuestiones laborales. El detonante de la historia es la muerte o en un término algo más conceptual una enorme pérdida, por partida doble, la de la tradición por parte de Magalí (Eva Bianco), sumada a la de su propia madre, quien quedó en la comunidad de Susques (a casi 4000 metros sobre el nivel del mar, en una de las zonas más secas del mundo, con muy poca vegetación), para educar a su hijo Félix. El regreso de Magalí trae consigo el rechazo de todos los lugareños, dado que pesa sobre ellos la presencia de una entidad, que a veces toma forma de puma o león y mata a los animales. Terminar con esa suerte de “maldición”, de la que en un principio la protagonista ya descree, implica recomponer el lazo con el pasado, con los rituales de ancestros y por supuesto con el recuerdo de su madre y sus sentidas coplas. El equilibrio en el relato se consigue a base de una sólida actuación de Eva Bianco, actriz de enorme fuste para ponerse en la piel de esta mujer que atraviesa contradicciones internas, necesidades de orden afectivo y económico que eclosionan en un momento de crisis donde su rol de madre, hija y extraña para la comunidad la disocia cuando toma contacto con ese suelo seco, las miradas acusadoras y un paisaje tan desolador como mágico. Hay dos madres que sufren en esta película, la madre tierra o pacha que necesita alimentarse y la propia Magalí cuando el hijo solamente reclama estar presente y acompañar para que el olvido sólo sea una copla que viaje por el viento.
Volver a las raíces: Una mujer anciana es encontrada sin vida, sentada en la puerta de su casa por su nieto en medio de un entorno rural andino. Se trata de la madre de Magalí. Este acontecimiento es el detonante que moviliza su retorno por unos días a su lugar de origen. Esta es la situación de apertura de Magalí (2019), opera prima del realizador argentino Juan Pablo Di Bitonto. La película es una ficción dramática e intimista que emplea elementos del documental antropológico (en cuanto al registro minucioso del ritual de la Pachamama que practican los protagonistas y las costumbres de los lugareños) y del fantástico al incluir elementos sobrenaturales propios de las leyendas ancestrales de la región. Magalí (Eva Bianco) ha venido a Buenos Aires, buscando mejorar sus condiciones de vida. Trabaja como enfermera en un sanatorio y vive en una pensión. El camino de regreso a su tierra es agobiante para Magalí no solo por lo que debe enfrentar (el entierro de su madre y el reencuentro con su hijo luego de varios años de distanciamiento) sino también por su falta de costumbre al lugar, lo cual se hace evidente incluso en el habla, al adoptar modismos del lunfardo porteño. El director se mueve en un interjuego entre los planos generales que muestran la vida dura en la cual se mueven los personajes y los primeros planos que apuntan a que el espectador se identifique con el conflicto interno de Magalí. La protagonista se encuentra tironeada entre la necesidad imperiosa de volver a Buenos Aires, (pues podría perder su trabajo) y las demandas de su hijo y de su comunidad por cumplir con la tradición ancestral de subir al cerro (si se corta el rito, algo malo podría pasar). Poco a poco, casi misteriosamente, el lugar la va atrapando. No hay señal en su celular y la linea telefónica funciona mal, un puma merodea por la zona y aparece ganado muerto. El elemento sobrenatural y de suspenso está dado por la irrupción durante las noches de las subjetivas del puma que deambula por el espacio y que corresponde a una antigua leyenda popular, situándose fuera de campo y a medio camino entre la ensoñación y la realidad. La contraposición entre la ciudad y la periferia del pueblo de provincia está trabajada de manera interesante por el director. Por un lado, la ciudad aparece como panacea que resolvería todos los problemas, pero en realidad Magalí allí está precarizada y sola. Por el otro, el poblado rural aparenta pobreza material, pero en realidad hay allí una riqueza cultural y humana, que no se encuentra en la urbe. El personaje del Secretario (Gustavo Contreras), con su camioneta moderna y su intención de cazar al puma, es otro eje de la tensión entre el pueblo chico y la urbanidad. Representa la racionalidad del capitalismo, que reduce todo a la cuantificación del consumo y descree de aquello que no tiene explicación lógica, de la magia que nos vincula con el más allá. El otro eje de la película es el reencuentro de Magalí con su hijo Félix (Cristian Nieva), de 10 años, quien al comienzo se muestra distante y tenso para con ella, aunque muestra su interés mirándola escondido, desde lejos. Aquí el conflicto se juega entre la maternidad cuyas demandas pueden ser sofocantes (más aun en este caso donde no se sabe nada del padre del niño) y la mujer liberada, que sigue sus propios deseos. Pero en realidad, pensar que migrar a la ciudad sería realizarse como mujer es un engaño. La posición femenina se constituye entre los dos elementos: en la relación con aquello que está más allá de la medida del falo y en el amarre que el hijo en tanto representante de un límite (el hijo viene al lugar del falo faltante en la mujer) supone para lo ilimitado del goce femenino. En la revinculación con la magia de su tierra y con su hijo, Magalí está más cerca de recuperar una posición femenina. Magalí es una película que cuenta con una bella fotografía, con un logrado trabajo con actores no profesionales que dotan de verosimilitud a la narración, logrando interesar por aquello que sugiere sin caer en subrayados innecesarios. El director acierta al narrar una historia que habla de nuestra idiosincracia y que aboga por recuperar nuestras marcas identitarias en un cine y un mundo cada vez más uniformes por efecto de la globalización. Además consigue innovar al mostrar un Jujuy diferente, alejado de la propaganda turística del carnaval, y al dar cuenta del lado oculto del desarraigo, pocas veces transitado cuando se plantea la migración hacia la ciudad como experiencia maravillosa de realización personal.
Como un animal Juan Pablo Di Bitonto propone con Magalí (2019) una fábula norteña sobre los vínculos familiares tomando diferentes elementos de la cultura popular. Entre lo folclórico y el realismo mágico deambula una pequeña historia que se vuelve gigante gracias a la gran actuación de Eva Bianco. Magali trabaja en la ciudad de Buenos Aires pero una desgracia familiar la hace regresar a su pueblo natal, Susques a casi 4000 metros sobre el nivel del mar cerca de la frontera con Chile, donde vive Félix, su hijo de 10 años con su abuela. Ante la muerte de su madre, Magali debe hacerse cargo de un niño cuyo único laso de unión es el sanguíneo. Entre pumas, sueños recurrentes y viejas tradiciones populares (que parecen no tener ningún sentido salvo para quienes habitan el lugar) Magali y Félix deben reconquistarse mutuamente entre la indiferencia que sienten, la necesidad y el choque cultural. Di Bitonto, quien se desempeñó como productor y montajista, debuta en la ficción con un guion co-escrito junto a Daniela Seggiaro (Nosilatiaj, la belleza, 2012) y lo hace trabajando un realismo mágico autóctono que pone el foco en las tradiciones norteñas a través de la recomposición de un vínculo filial que debe construirse de cero. En los minutos iniciales vemos a Magali abandonar a un perro a su suerte. Esa escena, casi insignificante, será suficiente para entender lo que viene. No hace falta ninguna otra explicación para saber el por qué de la relación distante entre Magali y Félix. Magali tiene que cambiar de actitud por obligación pese a la reticencia inicial si quiere reconquistar a su hijo, mientras en paralelo, Félix debe hacer lo mismo. Lo que en principio se torna una necesidad de supervivencia donde dos fuerzas de choque están en una tensión permanente con el correr de los días la misma se reconvertirá. La leyenda que se cuenta funciona en paralelo como la relación entre Magali y Félix, cómo se ven ellos, y como los ven el resto. Eva Bianco se pone en la piel de Magali para darle vida a un personaje plagado de matices, al que vemos transformarse con una delicadeza que pasa inadvertida, donde pese a lo seco de su personaje terminará conquistando no solo a su hijo sino también al espectador para devorarse la película.
Magalí trabaja como enfermera en un hospital de Buenos Aires y vive en una pequeña pensión a la que llegó desde su Jujuy natal. Allí quedaron su madre y su hijo de diez años. Cuando reciba una llamada anunciándole la muerte de su mamá, la protagonista (Eva Bianco, rostro emblemático del cine cordobés) deberá partir rumbo al norte para un viaje que le cambiará la vida. Las cosas no son nada fáciles en el pequeño pueblo de donde partió, muy cerca de la frontera con Chile. Sus modismos porteños, como bien le señalan sus viejos conocidos, son síntoma de que ella dejó de pertenecer a la comunidad hace rato. Una lejanía que la gélida relación con su hijo Félix no hace más que validar, sobre todo cuando éste se muestre empapado de la cultura local. A partir de su llegada, Magalí ensayará un proceso de reconstrucción doble: por un lado, con ese chico al que hace mucho tiempo que no ve; por otro, con esos usos y costumbres que ahora desconoce pero han forjado su personalidad, su forma de ver el mundo. Es en ese contexto que aflora la presencia de un animal acechante, cuyo carácter puede ser tanto real como mitológico, un producto de ensueño o la materialización de un elemento folklórico. En esa convivencia entre una esfera íntima y emocional y otra de tintes más antropológicos se mueve el debut en la realización de largometrajes de Juan Pablo Di Bitonto. Con una impactante dirección de fotografía a cargo de Lucio Bonelli que hace de las pedregosas montañas jujeñas un escenario casi lunar, Magalí propone una interesante reflexión sobre la maternidad, la tradición y las diferencias culturales que atraviesan ese terreno heterogéneo y por momentos inasible llamado Argentina.
Magalí, la protagonista de esta sólida ópera prima, vive en Buenos Aires y debe volver unos días al pueblo del norte del que se ha ido hace un tiempo impulsada por la muerte de su madre. Allí se reencontrará con un hijo de diez años del que se ha distanciado y con un universo muy diferente al de la gran ciudad. Cuando todo parece encaminarse hacia el relato realista, la película pega un giro interesante e incorpora cierto clima de suspenso y ensueño que la potencian notablemente. Colabora en ese sentido el gran trabajo de Lucio Bonelli en la fotografía. También es clave el gran desempeño de Eva Bianco, magnífica actriz cordobesa que se luce con un papel al que carga de emoción e inteligencia.
Todo regreso es turbulento. Retornar al lugar de nacimiento luego de que la vida sufre modificaciones radicales, y más aún si el disparador es la muerte de un ser querido, produce un impacto ineludible. Este sentir es el que tiene que atravesar Magalí (Eva Bianco), una enfermera oriunda de Jujuy que trabaja en un hospital bonaerense, quien debe viajar a Susques debido al deceso de su madre. Esta situación no solo implica el cumplimiento de su responsabilidad como hija, que honra la memoria de su difunta progenitora, sino también la recomposición de su propio rol de madre en virtud del reencuentro con su hijo Félix (Cristian Nieva). Resulta muy interesante la forma en la que el director Juan Pablo Di Bitonto filma los primeros acercamientos entre Magalí y su hijo al exhibir al niño reticente a las muestras de afecto, y a la protagonista con una actitud titubeante y un profundo sentimiento de desorientación.
Dirigida por Juan Pablo Di Bitonto y escrita junto a Daniela Seggiaro, Magalí gira en torno a una mujer de regreso a su pueblo natal y el enfrentamiento con las tradiciones de las cuales venía escapándose. “Hay tiempos donde el mundo de arriba y el mundo de abajo se conectan. Un viejo puma merodea. Dicen que viene del mundo de abajo y está hambriento”. Con esta intrigante leyenda es que comienza Magalí, para luego seguir a esta mujer en ese preciso momento de la vida. Cuando Magalí recibe la noticia de que su madre ha fallecido, avisa en su trabajo, deja las cosas como puede y regresa a su pueblo natal, en el norte del país, donde la espera su hijo pequeño. A las emociones propias de una fuerte pérdida y del reencuentro con su hogar, con la familia y con el pueblo del que se fue, se le suma la imposición por seguir ciertas tradiciones. Hay un animal salvaje, un puma o un león, perdido en este terreno y alimentándose. Para que se vaya, Magalí tiene que guiarlo a su mundo. Esta tradición, esta leyenda, funciona como punto de partida simple y sirve para ahondar de manera intimista en el personaje de esta mujer que, de repente, es casi una extranjera del lugar en que nació. Eva Bianco se carga la película y entrega una interpretación precisa y sutil, porque a la larga casi todo lo que vive y siente es de carácter interior. Con su hijo, criado por la abuela ahora fallecida, no logra entenderse. Y él está empecinado en que ella tiene que seguir con esa tradición que le inculcaron, mientras que Magalí sólo quisiera poder volverse a Buenos Aires a seguir con su vida. La presencia del animal va cobrando una fuerza cada vez mayor y, de a poco, Magalí comienza a conectarse con su hijo de una manera que no había conseguido anteriormente. A través del legado de su abuela, de las creencias. Hay un logrado trabajo con la fotografía, especialmente aprovechando las locaciones que el paisaje ofrece, pero también en los interiores o con los sueños que, de repente, comienzan a acecharla desde que llega. Magalí es una interesante ópera prima que juega con el realismo mágico y nos regala una hermosa interpretación de Eva Bianco. El film, al igual que ella, apuesta por la sutileza y la delicadeza para retratar un reencuentro, una reconexión necesarios.
En la opera prima de Juan Carlos Di Bitonto, que se inspiró en sus vivencias personales como disparador de un relato muy interesante escrito en conjunto con Daniela Seggiaro y que contó con la producción de Sandra Gugliotta. Lo que plantea la película es lo que le ocurre a una mujer trabajadora, que vive en Buenos Aires, que dejó a su hijo a cargo de su madre en una pequeña localidad, Susques, que con población rural incluida llega a poco más de 2000 habitantes. Para esa mujer que regresa a su lugar natal, cuando muere su madre, hay negaciones y realidades. Por un lado añora el regreso a la capital porque sabe que su ausencia puede significar la pérdida de su trabajo. Se enfrenta con un hijo que es un desconocido, con el que tiene que reconectar una relación. Pero además ese chico esta criado según el mundo de las creencias autóctonas con sus rituales para la madre tierra y sus mixturas católicas y culturales que forman su mundo, ajeno a lo que siente su madre. En ese choque realidades con algún elemento mágico reside la riqueza del filme. Pero por sobre todo a la actuación que se transforman en el alma de la película de Eva Bianco, una actriz dúctil e inteligente, que puede ponerle el alma y el cuerpo a los más variados personajes. Aquí deslumbra con los detalles, los pliegues y los silencios de su protagónico. Un film con buenos climas y momentos emotivos bien marcados.
Un niño, un puma y un funeral Lleva una década lejos del cerro que la vio crecer, específicamente desde que vive en Buenos Aires, trabajando como enfermera y viviendo sola en una pequeña habitación con la única compañía de un perro con el que no parece encariñada. Pero muy a su pesar, Magalí (Eva Bianco – Margen de Error, Vigilia en Agosto) vuelve a su casa natal en el norte argentino del que se ha ido años atrás. Allí la esperan un hijo que fue criado por su abuela en las costumbres ancestrales, y un pueblo en el que las viejas tradiciones aún tienen sentido. Todas cosas a las que Magalí ha dado la espalda, al punto de prácticamente haber huido hacia la ciudad. En los pocos días que pretende quedarse para poner las cosas en orden y llevarse al niño con ella, no está en sus planes cumplir con el ritual que protegería a la comunidad del puma que lleva un tiempo alimentándose de la hacienda. Quienes creen en los viejos saberes consideran que el depredador es sobrenatural, y que es responsabilidad de su familia subir al cerro para llevar a cabo el ritual que lo devuelva al inframundo de donde pertenece antes que cause más daño. Magalí no es una de ellas; se niega a creer en las historias que aprendió de chica y solo quiere marcharse cuanto antes por motivos del pasado que poco a poco se revelan. Quien sí cree fervientemente es ese hijo criado en el cerro, para el que Magalí es una extraña; por más obediente que sea, y aunque sepa que eventualmente se tendrá que ir con ella, Félix (Cristian Nieva) se resiste a marcharse sin subir al cerro para cumplir con lo que le enseñó su abuela. No es del todo consciente del fuerte cambio que se le avecina cuando se mude a la ciudad, pero tampoco parece importarle, porque sabe que no tiene más elección que obedecer a esa mujer que lleva el título de madre sin haberlo ejercido y con la que no tiene un vínculo real. Durante los días que están juntos en esa casa donde ambos se criaron con décadas de distancia, poco a poco van acercándose uno al otro para entenderse un poco mejor y sobreponerse a tantos años de desarraigo. Es notable el nivel de potencia y síntesis narrativa que maneja Juan Pablo Di Bitonto en su debut, algo que suele llegar solo con el tiempo y con lo que suelen tropezar en la inexperiencia muchos directores. Casi todo lo que sucede, se dice o se muestra, tiene un lugar; poco sobra o dura demasiado, los personajes entran y salen cuando hacen falta para hacer su aporte y dejar seguir la trama sin estorbar con hilos paralelos que no irían a ningún lado. Desde lo visual impactan los planos fijos de los paisajes del cerro. Además de aportar belleza en un sentido pictórico, no están tomados solo como lo haría un spot turístico, sino que hacen su aporte desde un costado narrativo. En ese sentido, esos magníficos planos estáticos contrastan mucho con un uso cuestionable de la cámara en mano: todo se sacude por demás aunque las acciones que esté mostrando no sean particularmente dinámicas o necesiten remarcar ese movimiento. Es una de las pocas decisiones criticables en la realización de esta película que incluso con sus limitaciones es muy sólida en todos los aspectos.
"Magalí": encrucijadas de la América profunda La ópera prima de Juan Pablo Di Bitonto pone en tensión dos formas de concebir y abordar la realidad. Puede decirse que el realismo al que apela el director Juan Pablo Di Bitonto para darle forma al relato de Magalí, su ópera prima, no está exento de ciertas cuestiones místicas o espirituales que forman parte de los universos de las creencias o la fe. Que en este caso se insertan en el marco de la encrucijada cultural de la América ancestral. La película instala el corazón de su historia en ese cruce, poniendo una vez más en tensión dos formas de concebir y abordar la realidad. Una de ellas construida a partir de una mirada que puede ser definida como occidental, urbana y racional en el sentido positivista del término –y que a grandes rasgos coincide con la que puede tener el clásico espectador de cine— y otra de orden tradicional, en la que el ser humano no está colocado en la cima de la pirámide de la creación, sino que se encuentra inserto en ella, como un elemento más dentro de un sistema de delicados equilibrios. Esas son las dos realidades que colisionan en el momento en que Magalí, una enfermera que trabaja en un hospital de Buenos Aires, debe regresar a su pueblo en el noroeste del país a partir de la muerte de su madre. Cuando la protagonista se marcha de la pensión donde vive se ve obligada a abandonar a su perro, al que deja en una plaza, atado a un poste de luz. Esa será la primera manifestación de una culpa que Magalí parece arrastrar desde antes y que tal vez se vincule de manera simbólica con la necesidad de haber dejado a su propio hijo, Félix, al cuidado de su madre ahora muerta, para poder venir a trabajar a la ciudad. Un nexo que parece confirmarse al llegar al pueblo, donde Félix apenas le dirige la palabra y la trata con desprecio. La idea de Magalí era viajar para cumplir con el compromiso de asistir al entierro de su madre y volver enseguida a la ciudad para reincorporarse a su trabajo, pero esta vez llevándose a Félix con ella. Sin embargo comenzará a encontrar una serie de resistencias que se irán interponiendo con su regreso. La inesperada aparición de un puma que durante las noches ataca el ganado se convertirá en el principal obstáculo, ya que su familia ha desempeñado históricamente un rol destacado en ciertos ritos ancestrales dentro de la comunidad. Y con la muerte de su madre todo el pueblo –incluido Félix— espera que Magalí se haga cargo del ritual indicado para apaciguar al espíritu que habita en ese puma, para hacer que se aleje y de esa forma la realidad pueda volver al cauce del orden cotidiano. Di Bitonto alinea hábilmente los elementos del relato para que el conflicto vaya surgiendo de la fricción entre esos dos órdenes que habitan dentro de Magalí. Un conflicto que se manifiesta de forma concreta en el poder que los otros depositan en la protagonista, pero que es antes que nada la manifestación física de ese dilema interior del personaje interpretado sin necesidad de grandes movimientos histriónicos por la gran Eva Bianco. En sus dudas, en la contradicción entre su educación familiar y su formación científica (lo ancestral y lo “occidental”) es donde tienen origen los nudos que van signando el devenir dramático de este relato. El director aprovecha además la extrema sequedad de la geografía para realizar un potente trabajo fotográfico con el paisaje (sobre todo nocturno), pero sin caer en la tentación del mero paisajismo. Tal vez el mayor exceso de Magalí resida en la insistencia de una cámara en mano que en varios pasajes se vuelve demasiado inestable, generando una incomodidad a la que es difícil encontrarle una justificación narrativa.
Hay algo que salva a esta ópera prima del lugar común y la fatigada referencia del cine en general a la confrontación entre aquellos pueblos ligados a una ancestralidad cultual y la ciudad como el lugar de desapego de esas fuentes originales. Y es el modo en el que Di Bitonto construye narrativamente la estructura de la película: al hacer que cada una de estas dimensiones culturales esté representada por sus personajes centrales, una madre y su pequeño hijo, alejados circunstancialmente, y cuyos puntos de vista en conflicto deberán buscar una solución no solo a ese choque cultural sino a su propia relación personal. Magalí, que vuelve a Jujuy porque su madre ha muerto, rechaza, por motivos que están más allá del argumento, la idea de participar del rito de una ofrenda a la Pachamama para que el ataque de un puma deje de mermar el ganado de la zona. Su hijo pequeño, obsesionado con cumplir el legado de su abuela funciona como conector para que Magalí retome el camino de su propia tradición. En el medio la presencia de un funcionario sugiere un historia que nunca llega a contarse. Planos panorámicos de los cerros y momentos nocturnos, construidos más bajo la amenazante presencia del puma, van alternando en un relato que apela más a una cámara atenta a la cercanía de los personajes, asegurandose una intensidad dramática que el espectador deberá ir encontrando en la intensa dirección de fotografía de Lucio Bonelli. Eva Bianco, efectiva y virtuosa, como siempre encontrando el tono justo en medio de actores locales.
Magalí es una enfermera que trabaja en un geriátrico en la ciudad de Buenos Aires. Habita en un cuarto de una pensión mientras su hijo es cuidado por su abuela en los alrededores del lejano poblado de Susques, en la provincia de Jujuy. La repentina muerte de su madre la obliga a abandonar no solo ese mundo aislado urbano que construyó sino también a su perro. Retorna a la puna para reencontrarse con su hijo Félix, reticente y arisco, al que apenas conoce. En el cementerio la espía como si fuese una desconocida. Poco comunicativo, su presencia parece resultarle un estorbo. Magalí está dispuesta a permanecer lo mínimo indispensable en ese paisaje árido y hostil, solo piensa en regresar con su hijo cuanto antes a la gran ciudad para retomar sus tareas laborales. Pero la resistencia al desarraigo y el culto de las tradiciones le juegan en contra. Félix quiere cumplir con los mandatos de la abuela en lo que se refiere al culto de la Niña del Cerro, para ahuyentar los males que acechan al pueblo (un puma que persigue a los rebaños de llamas). De a poco la madre recapacita, las tensiones desaparecen y los vínculos se estrechan. La ópera prima de Juan Pablo Di Bitonto transmite su historia a través de silencios significativos, de rostros expresivos y miradas que reflejan los sentimientos interiores. La excelente fotografía de Lucio Bonelli refleja con precisión la inmensidad del entorno, junto al colorido de un paisaje desértico montañoso donde el cardón y la tola se entremezclan con las piedras y el polvo. Difíciles, llenos de obstáculos, son los caminos que deben recorrer Magalí y Félix para cantarle una emotiva chaya a la Niña del Cerro, como así también aquellos que deben transitar madre e hijo para recomponer las relaciones. El distanciamiento con los lazos afectivos, la pérdida de cotidianeidad de los seres queridos, la reconstitución del amor filial son temas muy bien expuestos en Magalí. Un promisorio debut del director Di Bitonto, recibido de Diseñador de Imagen y Sonido de la UBA, que indica que en ciertas ocasiones no son los adultos los que tienen la razón, la voz de los más jóvenes debería ser escuchada. Valoración: Buena.
[REVIEW] «Magalí» de Juan Pablo Dibitonto «Hay noches turbias de tanto polvo, digo, en que miro esas cosas. Entonces no sé si lo que veo viene desde el recuerdo o si todo eso es cierto«. Mujeres de negro – Manuel Castilla Están los que se van escapando, y haciéndolo olvidan; los que forzados a irse se alejan y nunca terminan de extraviarse. Y las voces ausentes, las memorias descartadas se apelmazan en los rincones hinchando espacio, enajenando. Magalí, la ayudante de enfermería, interpretada por Eva Bianco, cabalga entre ambos en ese Buenos Aires en el que deambula solitaria. En el que cuando quiere comunicarse no conecta. «¿Irá al carnaval?», le pregunta a una paciente, y esta distraída pregunta «¿Qué?». Hasta la noticia de la muerte de su madre y su viaje al norte, uno bien lejano y austero, parece ser alguien sin tiempo, ni sensaciones. Donde la crueldad del abandono lo vive sin emoción más profunda que un gesto. La muerte es el disparador para una historia que cabalga entre drama y un giro de realismo mágico que alimenta, si se puede, lo mítico del relato que escriben Juan Pablo Dibitonto, también director, y Daniela Seggiaro. La odisea de Magalí a los altos valles del norte argentino, se asemejan a esos que los poetas riman en fogones. Un drama de reencuentro con las raíces, de recuperación no solo de una memoria abandonada que es su hijo. Sin prisa pero sin pausa, desarrolla el director, una historia sobre el retorno a un sitio que parece nunca haber pertenecido y al que comenzará a hacer propio a través de la memoria de su descendencia. Extraño y atractivo que sea un niño, usualmente es el anciano esta vez muerto, quien conecta a un adulto con su mundo. Que gracias a esa historia del puma asesino, mitad animal salvaje y mitad espíritu errante construyen un mito moderno sobre la pertenencia. Ese espacio que soberbiamente retrata Lucio Bonelli con su fotografía no es casual, con su aridez y soledades ventosas representa sus habitantes. Eva Bianco entiende y asume el peso del drama casi en su totalidad; con su Magalí de miradas y silencios construye una criatura interesante a la que se le notan los pedazos, los desencuentros. Y que evolucionará y es entendido en la variación no solo emocional, también en la pequeña alteración del vestuario, el peinado; detalles pequeños que ayudan a nutrir los cambios. Este mito moderno que se cuece en los cerros no escapa a las sombras del mundo moderno, a la obsesión por sobrevivir con empleo y sueldo. Que aquí bien se contrapone a solo vivir con lo que se ha nacido. Quizás resulte naif, inocentona la contraposición, pero es establecida con tanto tino y suavidad que resulta hasta parte del cuento. Un espíritu busca, en forma de puma – ellos le llaman león – a la niña de los ojos con que se prendó, mientras mata sin saciarse y Magalí es la única capaz de detenerlo mostrándole el camino de regreso al mundo de abajo. Ser capaz de tanta magia y no recordarlo o creerlo, negarse a volver a ser porque es volver para no irse. Juan Pablo Dibitonto recrea un mito sin mosquear tanto el género fantástico, con una fotografía exquisita y una banda de sonido, o más bien música incidental, perfecta. Y a la vez narra un drama intimista cálido capaz de sostenerse en pocos personajes. Todo austero y bello como el paisaje montañoso.
Eva Bianco y Cristian Nieva son los protagonistas de un relato que narra el encuentro entre una mujer y su hijo en medio de las alturas jujeñas. En ese reencuentro ambos comenzarán a transformarse, mientras la fábula folklórica los atravesará y les devolverá su identidad y vínculo.
Magalí atiende a una anciana. Es una enfermera que cumple su trabajo con eficiencia. Nadie sabe, viendo su dedicación, que esta mujer debió hacer una difícil elección para sobrevivir. Un bebé quedó solo, muy lejos. Magalí dejó un pueblo en las alturas y se confundió en la hoya urbana, entre esa masa anónima con la que nunca se integró. Ahora, nuevamente, la realidad la obliga a una elección. La abuela que cuidaba al niño se acaba de morir en Susques. Magalí debe volver, porque un chico de once años se queda solo, y no solamente eso. El pueblo le va a requerir que asuma la herencia de un ritual que se confunde con la tierra y que su madre asumía. Cuando vemos a Magalí prepararse para el viaje sabemos cómo un espíritu fuerte y capaz de adormecer el sentimiento puede salir adelante más allá de las emociones. Un perro parece haber sido el único ser vivo que estuvo a su lado estos años. Y ahora la casera del hotel en que vive le advierte que el perro no puede quedarse mientras ella esté ausente. Y Magalí no duda. Allí queda el animal, en medio de la nada, atado a un poste. AUSTERA OPERA PRIMA Filme de soledades. De vivir a pesar de todo. De necesitar revincularse porque la necesidad obligó a cortar ataduras. "Magalí" replantea una realidad social en la ciudad y en lo profundo, donde la tecnología se traba y la religión y la superstición parecen asociarse con la aridez de la tierra y lo extremado del clima. El filme de Juan Pablo Di Bitonto expone la complejidad de los sentimientos, la fuerza de la superstición y cómo hasta cuerpos y mentes modelados con esa fuerza con que el viento se mete en la cordillera, ceden y temen rituales ligados a la tierra. Opera prima sólida en la ejecución, con una sinfonía de imágenes que Lucio Bonelli logra plasmar con infinidad de matices, y el sonido de José Caldarro, más los toques musicales de Sebastián Escofet, le dan un relieve telúrico que alcanza densidad en la última escena. Un director para seguir y una actriz, Lucía Duarte ("Los labios"), como marcada por la tierra, que con austeridad de recursos expresivos enriquece esta Magalí de la Puna, exiliada de un espacio urbano, tan ajeno como el que la vio nacer.
Una enfermera vuelve a su pueblo, entre las montañas jujeñas, ante la muerte de su madre. Ahí, peleando contra los efectos de la altura, que parecen efectos del regreso, deberá enfrentar el duelo pero también la relación con su hijo Félix, el chico que se ha criado con su abuela. Además, hay un puma suelto, atacando al ganado, y la tradición, que los suyos cumplen y respetan, indica que para mantenerlo a raya hay que subir al monte para realizar una ofrenda, un ritual. Magalí (Eva Bianco) está más preocupada por volver a su trabajo, arrastrando al niño, que la rechaza. Pero ahí, en el aislamiento del paisaje seco y pedregoso, terminará por encontrar algo que tiene mucho que ver con encontrarse. La opera prima en el largo de Di Bitonto es una película sensible y bella, cuya fotografía saca buen provecho de un lugar increíble (Susques, cuatro mil metros sobre el nivel del mar). Profunda sin solemnidades, atenta a la cadencia secreta, de pocas palabras, de la gente del altiplano, observa las diferencias culturales, y los encuentros, desde un guión inteligente y comprometido. Mientras permite tomar contacto con un universo fascinante que está demasiado ausente en el cine argentino.
Fábula y naturalismo se enlazan en un tránsito sacrificado, sensible y pedregoso en Magalí, debut de Juan Pablo Di Bitonto con protagónico de Eva Bianco. La actriz cordobesa es la enfermera citadina que lleva el nombre del título y que por repentino llamado telefónico se ve impulsada a regresar al árido norte argentino del que es oriunda. Su madre acaba de morir y ella debe hacerse cargo de su hijo Félix (Cristian Nieva), que ha quedado solo. Ya desde el inicio el filme avisa con ánimo mítico en un cartel silente: “Hay tiempos donde el mundo de arriba y el de abajo se conectan”. La llegada de Magalí al pueblo jujeño en las alturas coincide con el acecho de un puma que sólo un ancestral ritual familiar puede lograr alejar. Con destellos de thriller documental la cámara se transfigura en la visión del animal que se desplaza en la tierra, y la fotografía majestuosa del nocturno paisaje lunar convoca un tono sugestivo. Lo ominoso acaba por conjugarse en la resistencia colectiva a que Magalí se lleve a su hijo sin completar la ofrenda. Por lo demás, Magalí es certero retrato antropológico: de las ancianas lugareñas, de negocios alejados de todo, de horizontes desérticos, de acentos y costumbres fatalmente considerados exóticos, de una cultura aislada, autónoma y silenciosa que tironea con la urbe (y el espectador) fuera de campo. Ese registro luminoso pertenece a la dimensión del “mundo de arriba” en sintonía con el drama biológico-moral entre madre e hijo: Félix no le lleva el apunte a Magalí, quiere quedarse y concretar el acto mágico. “Él sí lleva la sangre de su abuela”, le esgrime un hombre a la protagonista. Ella en cambio lidia con la contradicción de tener que imponer autoridad sintiéndose culpable por haber abandonado a su hijo. “Malo sería que yo pierda mi trabajo”, dice al resistir a quedarse, elucidando su obediencia a otro orden. El desenlace, que une paganismo y cazadores armados, es un tanto rústico y amenaza con fundirlo todo en el entorno geológico. Pero Bianco es un canal sólido y hace del ascetismo un hechizo, con gestos mínimos que tallan al personaje entre el coraje y la vulnerabilidad. Ese color en el vacío es la apuesta de Magalí, que se vuelve literal en una copla final entonada al viento.
Los descendientes de tribus indígenas aunque con el paso del tiempo y de las generaciones se adaptaron a la vida ciudadana, haciendo trabajos acordes a lo requerido en las grandes urbes, tienen un llamado de la sangre que deben responder, y eso es el respeto de los ritos y tradiciones inculcados por sus ancestros. Ese es el mensaje que recibió un día Magalí (Eva Bianco), una enfermera jujeña que ejerce en Buenos Aires, para que vuelva con urgencia a su pueblo porque falleció su madre. En la Capital vive sola en una pensión, acompañada por un perro, y aquí, haciendo una analogía con su vida familiar, en el guión está perfectamente trazada la personalidad de esta mujer, porque como no tiene con quién dejar a la mascota la abandona en una plaza, como hizo con su hijo, al que dejó al cuidado de su madre. Ambas situaciones definen a la protagonista como una mujer dura y expeditiva que aparta los sentimientos para poder cumplir con sus obligaciones y necesidad. Juan Pablo Di Bitonto narra una historia austera desde la producción, pero muy profunda desde lo sentimental sin para ello apela a los golpes bajos, sólo le interesa mostrar la transformación de Magalí en pocos días al tener que hacerse cargo de su hijo Félix (Cristian Nieva) y volver a vivir como cuando era joven, dentro de una casa de adobe, sacar agua del pozo, y cocinar en una olla pues no hay cocina. Con un ritmo pausado transcurre el relato. Los diálogos son escuetos y economizadas las acciones. Sin música, sólo es audible el sonido ambiente, y gracias al paisaje que rodea a Susques se desta ca una excelente fotografía, especialmente la nocturna. Pero, el volver a adaptarse para realizar antiguas actividades que eran cosa del pasado no es lo problemático, sino el hecho de haber sido designada para oficiar una ceremonia tradicional en las alturas de un cerro con el objetivo de alejar a un puma que merodea el lugar y se dedica a matar las llamas que los pobladores crían. Ese es su gran dilema, si ignorar la situación y volverse con su hijo a Buenos Aires o declinar su actitud frente a las presiones de los vecinos y hacer lo que todos los que la conocen esperan de ella.
EL DILEMA ENTRE LO AMBIGUO Y LO CONCRETO Si la búsqueda –o el intento de reencuentro- interior suele ser una constante en buena parte del cine argentino independiente, la particularidad que introduce Magalí, ópera prima de Juan Pablo Di Bitonto, es que incorpora elementos oníricos y choques culturales que refuerzan una cierta ambigüedad que atraviesa buena parte del relato. Eso es lo que potencia mayormente al film centrado en una mujer que, tras el fallecimiento de su madre, retorna a su pueblo natal en el norte argentino del cual se fue hace varios años. Ahí se encuentra con su hijo de diez años pero también con un pueblo donde hay antiguas tradiciones que conservan sentido y propósito, por más que ella las haya querido olvidar. El relato es uno de aprendizaje, y de tipo afectivo, lo cual involucra para la protagonista reconstruir –o más bien construir prácticamente desde la nada- un vínculo con ese hijo que no termina de aceptarla como figura maternal y al que ella interpela casi desde el mero compromiso formal. A eso se agrega ese pueblo que ella en su momento decidió dejar, que no es solo un espacio físico sino también cultural y social, en el que conviven historias antiguas pero aún presentes y rituales con significados distintivos, que interpelan a la naturaleza y el paisaje norteños, pero también a sus personas. Allí es donde comienzan a aparecer sueños que tiene Magalí sobre un puma que está asolando el lugar y que se hacen cada vez más reales a medida que dejan claro su mensaje. Ese mensaje que construye lo onírico a la par de los espacios y relaciones concretos es la mayor fortaleza pero también la mayor debilidad de la película. Es que si bien en buena parte aporta elementos de desestabilización e imprecisión –en los mejores sentidos-, en los últimos minutos los significados quedan más explícitos, casi hasta forzando las decisiones finales de la protagonista y su hijo. En el medio hay subtramas –como el tenso vínculo de Magalí con un funcionario público- que quedan en el camino, porque indudablemente lo que realmente importa son las tradiciones como puente para reconstruir el lazo materno-filial. Pareciera incluso que toda la narración se hubiera diagramado en función de que se entienda la última secuencia que, por cierto, es realmente muy buena, a partir de cómo con un plano simple y concreto crea toda una carga de sentidos. Allí, en ese ritual que habla sobre el presente pero también el pasado (y hasta el futuro) de los personajes, parecieran resumirse los alcances y límites de Magalí, un film que gana cuando apuesta a lo inasible y que pierde cuando brinda todas las respuestas.
La historia gira en torno a Magalí (Eva Bianco, es un gran actriz que le da matices, sabe ponerle el cuerpo y el alma al personaje) nombre que le da título al film. Magalí regresa a sus orígenes, dejo todo por un trabajo en Buenos Aires y ahora debe restablecer los vínculos, el conectarse no solo con el lugar sino con su hijo Félix con el que vivieron separados y con distintas costumbres. Un film que intenta generar climas, con momentos emotivos bien marcados, entre silencios, leyendas, costumbres, creencias, rituales y una búsqueda en su interior, entre metáforas y coplas y un paisaje increíble retratado con maestría por Lucio Bonelli («No te olvides de mí», «Séptimo»).
Tras el fallecimiento de su madre, Magalí vuelve a su pueblo natal en el norte argentino del que se ha ido, años atrás. Allí la esperan su hijo de 10 años y un pueblo en el que las viejas tradiciones aún tienen sentido. La película muestra las tensiones culturales entre la cultura en la que ella se ha criado y todo el camino que necesita hacer para volver a ellas. Un puma se alimenta de la hacienda y aparece en sus sueños. Poco a poco Magali logra acercarse a su hijo mientras el puma se vuelve cada vez más real. El animal comió demasiado y el pueblo les exige que realicen el ritual familiar para guiar al animal a su mundo nuevamente. La película tiene un buen uso del paisaje y se acerca con respeto y genuino interés a los temas, pero esto no le alcanza para cautivar desde lo cinematográfico.
"Recordar quienes somos" Este film comunica de manera tácita y poética. Emociona por su sencillez, transita por varios tópicos: lazos familiares, abandono, la no aceptación y los senderos de la vida. Magalí (2018) co-escrita y dirigida por Juan Pablo Dibitonto relata un momento de Magalí (Eva Bianco), una enfermera que vive en una ciudad y debe regresar a su pueblo porque su madre falleció. Allí se enfrentará a antiguos traumas que dejó atrás al abandonar a los suyos y a su lugar de procedencia. Pero el tapar ni desaparece los hechos que nos afectaron de manera profunda, en algún momento hay que afrontarlos. En la verdad de su pasado, se encuentra además, su hijo Felix (Cristian Nieva) y la leyenda del cerro que involucra a una niña y a un león al acecho. Magalí y Felix son personajes construidos de manera impecable por Dibitonto y Daniela Seggiaro, con solidez y muy bien interpretados, entre ellos existe una conexión profunda y genuina. A través de miradas, pequeños gestos y sobre todo, de silencios, comprendemos cómo es su relación; la distancia que existe entre ellos, una madre y un hijo que no se conocen pero se necesitan. Mérito de los actores y del Director. Los contrastes de la ciudad con el real hogar de la protagonista, son un reflejo del interior de Magalí, en donde el pasado y el presente confluyen. Un guion tranquilo y seguro, con tiempos atinados y melodioso; sin pretensión de agradarnos, sino que nos incluye en la historia y sin espacio para el aburrimiento, a pesar de su ritmo diferente y sugerente. Se destaca la fotografía, que destaca lo imponente de los paisajes y los pequeños detalles. Es una película hecha de momentos que cuentan parte de la historia y justifican la personalidad de la protagonista, como cuando se mira al espejo por un reducido y eterno tiempo, connotando un pronto acercamiento a ella misma. "Nos sentiremos identificados con la inocencia que une a todos los seres humanos con la naturalidad contaminada por el devenir de la vida. Este film hace foco en el poder de transformarnos a través de la superación de las complejidades de la vida, aceptándonos como somos y desarrollarnos como personas."
Magali es una madre abandónica, de carácter muy fuerte y abrasivo pero también reservada. Podríamos describirla diciendo que tiene que lidiar con sus flaquezas para poder vivir. Es una madre soltera que escapa de algo que elude atravesar, suponemos. Observándola, sentimos la soledad de alguien en una ciudad que le es ajena. Casi sin quererlo, su hijo se convierte en el motor de reencontrarse con sus raíces, producto de una tragedia familiar que la obliga a volver. Allí la espera ese lugar que abandonó de joven. La cultura andina implicada en Salta y sus alrededores nos sitúa geográficamente en un bello lugar donde las fronteras entre países se diluyen. “Magalí” nació como un proyecto de viaje de investigación, y producida por la talentosa Sandra Guliogtta encuentra en su relato una riqueza de tradiciones, idiosincrasia y costumbres lugareñas que se insertan en la narración gracias a la labor de la guionista Daniela Seggiaro, salteña de nacimiento. Resulta interesante el trabajo de Juan Pablo Di Bitonto: trabaja con actores no profesionales -salvo la protagonista, Eva Bianco- y lo hace partiendo desde la improvisación total y valiéndose de la interacción desde el desconocimento del guión por parte de los nativos del lugar. Como estrategia para no condicionar a un texto a personas sin suficiente background en el ámbito cinematográfico, la película toma un camino arriesgado. No teme bordear el despojo documental en su crudeza. Rodado con cámara en mano, liviana, aplica una estética de máxima simpleza, focalizándose en el reencuentro entre una madre y un hijo, como partícipes de una auténtica celebración andina. La vinculación de Magalí con su entorno trama cierta circularidad en un relato cuyo arco dramático atraviesa la historia que se vincula con una suerte de leyenda que la película ficcionaliza. Hablándonos de penurias y precariedades, es una historia que toca fibras íntimas con tensión y economía de recursos. La organización de las comunidades, visibilizando el antagonismo entre el poder gubernamental que convive con el poder más ancestral de sus pobladores resulta un aspecto aledaño a la trama, pero en absoluto menor.