El romance entre el cine y el boxeo tiene una larga y en muchos casos rica historia. Esta biopic sobre el campeón panameño Roberto Durán -uno de los más notables pugilistas de los años '70 y '80- queda lejos de los mejores exponentes de este subgénero, pero resulta bastante sólida y atractiva. Estrenada -fuera de competencia- en el último Festival de Cannes, se trata de una película escrita, dirigida y protagonizada por artistas venezolanos y que contó con la participación de varias otras figuras latinoamericanas en distintos rubros. Hollywood en castellano. No es Toro salvaje ni Rocky ni Creed ni Muhammad Ali, pero aun con esos lugares comunes tan propios de las biopics boxísticas Manos de Piedra resulta un producto digno y llevadero. No se tratan de adjetivos demasiado entusiastas, es cierto, pero este acercamiento a la figura del panameño Roberto Durán, para muchos el mejor peso ligero de todos los tiempos (luego brilló también en otras categorías), cumple de forma moderada con los requisitos del subgénero deportivo con condimentos políticos y drama familiar incluido. Celebratoria, sí, pero sin dejar de cuestionar ciertos aspectos de la personalidad del ídolo (impulsivo, por momentos déspota y afecto a los excesos), Manos de Piedra es también una demostración del creciente talento latinoamericano que irrumpe en la maquinaria de Hollywood: el guionista y realizador Jonathan Jakubowicz es venezolano, al igual que el protagonista Edgar Ramírez; la principal actriz es cubana (Ana de Armas), el director de fotografía es chileno y buena parte de la producción es, claro, panameña. La película reconstruye la dura existencia de Durán (que de niño robaba mangos para alimentar a su familia), su ascenso de la mano del mítico entrenador estadounidense Ray Arcel (Robert De Niro) para luego concentrarse en los legendarios enfrentamientos con otro genio del boxeo como Sugar Ray Leonard (Usher Raymond IV). Las peleas están bien narradas, la reconstrucción de época (décadas de 1970 y 1980 más algunos flashbacks) es impecable y el trasfondo dramático es elemental como el de un culebrón televisivo sin demasiado vuelo. Ramírez (Carlos), camaleónico actor que es capaz de trabajar en francés, inglés o con distintos acentos del español, sale airoso de este tour-de-force físico y artístico. Lo suyo no es deslumbrante, pero tenía todo para hacer el ridículo y no fue así. Así como Sylvester Stallone pasó de ser boxeador en Rocky a entrenador en Creed, cuesta ver a De Niro, el brillante Jake LaMotta de Toro salvaje hace 36 años, convertido en el anciano Arcel, pero lo suyo resulta aquí bastante más digno que en varios de sus últimos trabajos donde parece una parodia de sí mismo. En cambio, Rubén Blades (el multimillonario manager) y -sobre todo- Ellen Barkin (la esposa de Arcel) y John Turturro (un mafioso neoyorquino) están muy poco aprovechados en papeles secundarios sin demasiado desarrollo ni posibilidades de lucimiento.
A pesar de sus clichés, Manos de Piedra es una de las más efectivas películas de deportes del último tiempo. El deporte como tema en el cine es común y se lo ha usado para complementar muchísimos géneros. Comedias de deporte como Dodgeball (2004), dramas históricos de deporte como Invictus (2009), biografías de deportistas como Senna (2010) y documentales como Pumping Iron (1977). Las hay en todos los idiomas y de muchas épocas distintas, y nunca falla ese factor inspirador que las películas de deportes generan tan bien. Los discursos de los entrenadores son casi comparables con los de los militares del cine antes de lanzarse a la batalla y tal vez sea porque es en el deporte donde el humano civilizado escapa hacia la violencia y competitividad que supuestamente tiene en la sangre. La única vía de escape para esa fuerza vital que, a menos que sea frente a una situación urbana de vida o muerte, quedará siempre durmiente e inutilizada dentro de esta máscara que es la civilización. La vida de Roberto Durán no fue fácil. Creció en el medio de la pobreza y una intranquilidad política y social pesada, durante los 60, cuando el gobierno de Estados Unidos se rehusaba a darle a su Panamá natal el canal construido en medio de su territorio. Comenzó a boxear siendo niño, y se lo apodó Manos de Piedra. Esta biografía ilustra su ascenso a la fama, su vida familiar y su lucha interna contra el odio a los norteamericanos que su infancia cementó. Su manager, Carlos (Rubén Blades), le consiguió a uno de los mejores entrenadores de boxeo de la historia, Ray Arcel (Robert DeNiro) y le propuso convertirse con su ayuda en el siguiente campeón mundial. Luego de hacerse campeón de pesos ligeros, decidió entrar en la categoría welter, desafiando al popular Sugar Ray Leonard (Usher Raymond IV) Sus motivaciones, generosidad y problemas personales se hacen evidentes en esta cariñosa biografía (que igualmente no se guarda ninguno de los detalles desagradables). El director y guionista de Hands of Stone, Jonathan Jakubowicz, es venezolano. Su experiencia en dirección es algo esporádica pero Secuestro Express (2005) fue bien recibida. También participó en algunas series latinoamericanas como Lynch (2012) o Prófugos (2011). La combinación de actores hispanohablantes y norteamericanos en el reparto permite diálogos en ambos idiomas, pero el español es predominante. Así es como se le agrega veracidad a la trama, sobre todo porque sus personajes son panameños: así será más fácil para el espectador identificarse con ellos. En la piel de Roberto Durán está el venezolano Édgar Ramírez, conocido por protagonizar Carlos (2010); también participa en La Chica del Tren, que se estrenará en Argentina el 17 de noviembre. Lo acompaña Robert DeNiro, convertido en el entrenador Ray Arcel gracias al excelente trabajo del equipo de maquillaje. La actriz cubana Ana de Armas interpreta a Felicidad, la mujer de Durán. Este año se la vio en la comedia War Dogs. El cantante panameño Rubén Blades no sólo actúa sino que muchas de sus canciones son parte de la banda sonora. En el papel de Sugar Ray Leonard está Usher Raymond IV, el famoso cantante norteamericano. El boxeo, al ser un deporte individual, genera en el público cosas distintas a las que inspira uno por equipos. El sacrificio, la humillación, el sudor y la tenacidad son propios. Prueban que cualquiera es capaz de ejercer esa dedicación que lleva a algunos a la cima, o que se puede encontrar en ella la verdadera pasión. Mediante el montaje se exacerbó el entusiasmo del público, tanto presente en las peleas como mirándolo a través de la TV, y combinado con la velocidad de las peleas genera vertiginosas secuencias, perfectas para el escenario del boxeo. El deporte y la pasión van de la mano, pero con las herramientas del cine puede llevarse este sentimiento incluso hasta los que no son fans.
El Cholo asciende. Pocos deportistas tienen apodos tan descriptivos como el boxeador panameño Roberto Durán, campeón mundial de cuatro categorías durante los setenta y ochenta. Hasta quienes no siguen el deporte escucharon hablar alguna vez de sus “Manos de Piedra” y está considerado como de los mejores peso ligero de la historia, pero su carrera de éxitos comenzó con un niño muy pobre en una Panamá convulsionada por fuertes conflictos políticos y económicos en la situación muy particular de tener soldados de una nación extranjera custodiando un territorio que ambos países consideraban como propio, generando las esperable asperezas entre ambas que eventualmente llegaron a enfrentamientos violentos. Esta película recorre justamente esos orígenes desde ser un niño que peleaba clandestinamente para poder llevarle algo de dinero a su madre a convertirse en el ídolo nacional capaz de enfrentarse al invasor en su propio terreno y derrotarlo. El Cholo engorda: La película retrata más que nada la juventud y ascenso de Roberto “Manos de Piedra” Durán, pasando de ser un deportista respetado en su país a convertirse en un verdadero profesional capaz de competir a nivel internacional bajo la tutela de la leyenda Ray Arcel (interpretado por Robert De Niro), pero también como su propio carácter le impidió mantenerse en ese lugar por mucho tiempo después de derrotar al entonces campeón Sugar Ray Leonard. Lógicamente no faltan escenas de entrenamiento y combate bastante épicos, pero lo que pasa en su vida abajo del ring afecta tanto a su desempeño deportivo que no podía quedar como una mención menor. Un problema muy común con este género no es tanto el tener que concentrar demasiada información en poco tiempo, sino que al relatar la historia de un personaje querido y reciente suele contarse una versión edulcorada de los personajes reales recortando todo aquello que podría llegar a ofender a la gente implicada o los seguidores que irán a comprar su entrada. Esta película no es la excepción y aunque muestra algunos de esos momentos menos halagadores de Manos de Piedra no abunda ni profundiza en sus peores actitudes, las que siendo justo tampoco defiende mucho. El resultado es una caracterización de Manos de Piedra Durán bastante humanizada que aunque es una persona de ira fácil capaz de maltratar a su gente más querida en un mal momento, también lo muestra como un producto de su entorno que hizo lo que pudo con las escasas herramientas que recibió, entre las que claramente no estaban las necesarias para sobrellevar una fama internacional ni el convertirse en el ídolo nacional del que todos esperaban algo. Todas las interpretaciones son más que satisfactorias y por suerte no están repletas de gente latina falsa que aprendió el guión por fonética como pasa tantas otras veces en producciones estadounidenses, pero un punto muy importante a la hora de que la historia no se vuelva tediosa es que está editada de forma ágil y entretenida, sin perder tiempo de más en intentar exagerar los momentos más dramáticos o en detalles destinados sólo a los más fanáticos del boxeador, dejando quizás como única crítica relevante al respecto la elección de dejar a De Niro relatando en off las mismas cosas que ya vimos o estamos viendo en imágenes. Conclusión: Como en toda biopic es muy relevante el interés que tengamos sobre el personaje en cuestión, pero Manos de Piedra hace méritos para resultar interesante aunque no seamos seguidores del boxeo.
Golpes a tu honor Manos de Piedra (2016) es la historia del boxeador Roberto Durán que fuera campeón mundial en su categoría y que sin duda se convirtió en un gran icono de su país natal, Panamá. Con un ritmo vertiginoso y haciendo suyo el tiempo cronológico, yendo del presente al pasado, sin despabilarse, y con un sublime Robert De Niro, el relato dirigido por Jonathan Jakubowicz logra un buen film épico / dramático. La película está contada desde el punto de vista de Ray Arcel (Robert De Niro) que, siendo un entrenador amenazado por la mafia de los años 50 y en medio del surgimiento de la televisión como negocio, decide salir del retiro y entrenar al joven Roberto Durán (Édgar Ramírez) para convertirlo en el campeón mundial de peso ligero. A partir de allí empieza el protagonista a contar la infancia de su pupilo panameño, quien sufrió la pobreza y la disputa que tuvo su país con los Estados Unidos por el canal de Panamá. Hecho que trajo violencia y conmoción a la isla. No se puede negar lo cautivante que resulta ya de por sí que la voz del narrador sea Robert De Niro. Su voz vuelve interesante cualquier argumento y nos sumerge al instante en la ficción. Por otro lado, hay un gran placer de volver a ver a De Niro con el tema del boxeo. Es muy difícil no tener en la memoria la inolvidable Toro Salvaje (Raging Bull, 1980) de Martin Scorsese. Un aire de romanticismo rodea al film con el actor en una edad avanzada y en la piel de entrenador retirado que vuelve al boxeo, como si aún fuera Jake La Motta tratando de forjar un nuevo campeón. Esto sin duda hace que la película alcance una fuerza atrapante. No es un film perfecto ni va a desplazar a películas históricas del género que están en la meca del cine, pero cumple y no es para nada desdeñable. Va al frente de todos los temas con un vértigo fiestero que debe tener este tipo de películas que son “caminos hacia la gloria” o que se centran en “la senda del campeón”. Además explota el folclore y color del uso del “español a lo panameño” con un protagonista interpretado por Édgar Ramírez quien se encarga de que no decaiga la principal fuerza argumental. Sin duda lo que puede jugarle en contra es su forma de avanzar a los golpes con cada tema. Te muestra el amor en una escena, la emoción en la siguiente, luego la pelea, después la disputa, la siguiente es para la traición, la subsiguiente es sobre la victoria, ahí mismo sigue la re-amistad, y así, preocupada más en cumplir un esquema biográfico que en trazar pasajes para encadenar una escena con la otra. Así mismo esa misma forma atolondrada le hace bien cuando tiene que avanzar en el tiempo y saltar cada año y no alejarse del drama, es evidente que la forma de toda la película es ágil y hecha con la intención de no decaer en ningún momento ni quedarse fuera de ritmo, pero se pierde algunas veces en las conexiones. De todas maneras es emotiva y cuenta con un De Niro dispuesto a salvar todo.
Se gana y se pierde, pero antes eso sucede sólo en tu cabeza. Vida, pasión y gloria de un boxeador panameño de nombre Roberto “el cholo” Durán apodado “Mano de Piedra”. Con una dirección impecable y un colorido visual fotográfico bellísimo, se presenta este jueves 3 de noviembre “Hands of Stone” bajo la dirección del venezolano Jonathan Jakubowicz . El despliegue de locaciones van de Panamá hasta New York, donde la cámara del director nos toma como por una oreja y nos va llevando y dejándonos recorrer esta maravillosa vida realmente de película. Sensacional el trabajo de Édgar Ramírez representando a Durán en la mayor parte de la cinta. El guión no deja de abordar con gran pasión el conflicto entre Estados Unidos y Panamá por el canal. Y esa figura que se forja en base a puños pero también a su gran carisma y talento, logrando que todo un pueblo lo amara. “Esta todo dentro de tu cabeza” le dice mientras lo peina y arregla en el rincón del cuadrilátero su entrenador/representante en los EEUU Ray Arcel, magistralmente compuesto por Robert De Niro. No es una más de boxeo. No hay un solo fotograma donde se vea salpicar una gota de sangre (ni en el modo normal y mucho menos en ralentí como suele pasar) 1:45 es lo que dura este peliculón, sin ninguna duda entra por la puerta grande de la categoría de las imperdibles.
LA VIDA DE UN BOXEADOR LEGENDARIO Lo que se propone el director y guionista (también productor con su esposa) el respetado venezolano Jonathan Jakubowicz es contar la verdadera historia del famoso boxeador panameño Roberto Duran, que participó activamente en el film asesorando al protagonista, el ascendente venezolano Edgar Ramírez. La película cuenta con un elenco de primera aunque su realizador se empeñe en decir que no es una gran producción: Robert De Niro como el mítico entrenador Ray Arcel, Usher (Sugar Ray Leonard), John Turturro, Rubén Blades, Ellen Barkin. En el film el boxeo es exaltado, sublimado pero no se dedica a largas escenas de combate donde lo morboso se muestra en primer plano. Se cuenta la historia del boxeador con sus excesos, arranques de divo y autodestrucción aunque se intuye que su lado oscuro, de ídolo con pies de barro, pudo haber sido más oscuro. Y se centra en una épica del hombre que se equivoca pero que tiene una segunda oportunidad. La historia es ganchera, tiene la tensión suficiente para sostener el interés del espectador, aún para aquellos que no disfrutan del boxeo. Como siempre De Niro rinde y el magnetismo de Edgar Ramírez resulta perfecto para su personaje.
Desde la infancia pobre de Roberto “Mano de piedra” Durán, hasta el triunfo en Estados Unidos, Manos de piedra es un recortado recorrido por la carrera del púgil panameño, recordado por algunos como el mejor boxeador latinoamericano de todos los tiempos. Dirigida y escrita por el venezolano Jonathan Jakubowicz, lo que diferencia a Manos de piedra con otras películas de boxeo es el paralelo de la historia con diferentes etapas de la administración del canal de Panamá y las intervenciones de EEUU en las decisiones del mismo. Por eso la victoria de Mano de piedra Durán sobre su rival estadounidense fue vivida como un doble triunfo. La acción fluye con agilidad sin caer en los subrayados dramáticos que generalmente están apoyadas las películas de boxeo. Quizás por que la carrera deportiva de Durán tuvo más victorias que derrotas (106 peleas ganadas y 16 derrotas). Su enfrentamiento contra Ray Sugar Leonard tuvo características épicas, no sólo porque fue una pelea pareja de dos grandes, sino porque el panameño utilizó picantes declaraciones para debilitar psicológicamente a su rival, que emergía como el nuevo Mohamed Ali. Al ganarle, el caribeño entra en un espiral de joda, sometiéndose a toda clase de excesos y aumentando de peso. Es por eso que al serle rápidamente ofrecida una revancha en pocos meses, no puede volver a su estado físico. Cuando el combate tiene lugar, 5 meses después, Durán llega en malas condiciones físicas y en el transcurso de la pelea parece tomar conciencia de la tonta decisión de haberla aceptado y proclama: “No más, no más”, perdiendo por abandono. Ante un atónito público que había asistido a un mega espectáculo en el que Ray Charles cantó antes del combate. La recreación de este suceso se cuenta entre los puntos más altos de Manos de piedra. Por el lado del elenco se lucen el ascendente venezolano Edgar Ramirez con el físico y el magnetismo necesario para encarnar a Roberto Durán y es bienvenido, luego de algunos traspiés cinematográficos, el trabajo de Robert De Niro, en la contracara de su mítico Jake La Motta de El toro salvaje, esta vez como entrenador de boxeo, un legendario Ray Arcel, que entrenó a algunos de los púgiles más importantes de la historia del boxeo por 70 años. Acompaña una cubana que está explotando en Hollywood, Ana de Armas, vista en Amigos de armas y una de las actrices de la continuación de Blade Runner. El cantante Usher da vida a Ray Sugar Leonard. Menos lucidos son los personajes de John Turturro, Ruben Blades y Elen Barkin. En la larga tradición de cine y boxeo, Manos de piedra se erige como un producto digno, con todos los condimentos en la tradición del boxeo mas el agregado del pintoresquismo del culebrón latinoamericano.
Manos de Piedra: una vida de furia y coraje No hay dudas de que Roberto Durán es un personaje de película. Y el venezolano Jonathan Jakubowicz -que en 2005 consiguió un boom de taquilla en su país con Secuestro express, protagonizada por una actriz argentina, Mía Maestro- se animó a hacer una que tiene todas las características de la biografía autorizada, aun cuando se ha encargado de aclarar a la prensa que el boxeador no interfirió nunca en la etapa de producción. Proyectado fuera de concurso en la última edición de Cannes, el film pone el foco en la paternal relación entre el boxeador panameño (Edgar Ramírez, cuya carrera tomó impulso a partir de su celebrado protagónico en Carlos, de Olivier Assayas) y su veterano entrenador estadounidense Ray Arcel ( Robert De Niro, trabajando a reglamento). Durán, quien empezó a boxear profesionalmente a los 16 años y se retiró ya muy deteriorado a los 50, no se caracterizó nunca por su disciplina. Pero en 1980 logró vencer al inigualable Sugar Ray Leonard gracias a su inteligencia para seguir un plan de combate, su innegable coraje y una proverbial furia que, según la historia de la película, cargada de lugares comunes, provendría en buena parte de su aversión por el imperialismo. Más allá de cierta inclinación por el efectismo, está claro que Jakubowicz sabe imprimirle ritmo al relato. Pero más de una vez la ligereza que colabora con su fluidez deriva en pintoresquismo de tira televisiva. Y los secundarios, interpretados por Ellen Barkin, John Turturro y el salsero Rubén Blades, están desaprovechados, son personajes carentes de peso y nitidez.
Un filme de box, con sacrificio, triunfo y punch Edgar Ramírez es el boxeador panameño Roberto Durán, acompañado por Robert De Niro como su entrenador. Con las películas de boxeadores -que dicho sea de paso, ya merecerían tener un subgénero aparte- pasa que muchas circulan como en una misma autopista, sin bajarse en ninguna salida hasta llegar a destino. Y otras, como Manos de Piedra, se permiten tomar una bajada y volver a subir más adelante. Roberto “Manos de Piedra” Durán fue no sólo un campeón mundial, sino el orgullo de Panamá. Con sus subas y sus bajas, sus muestras de solidaridad con los más pobres en su terruño y también sus excesos. El filme de Jonathan Jacubowicz plantea una doble entrada, sobre la que machacará todo el relato: mostrar a Durán como un emblema contra los Estados Unidos, por la “apropiación” del canal de Panamá, sumado al deseo innato del boxeador de venganza (su padre era un marine estadounidense y abandonó a su madre). La historia real de Durán tuvo otros ribetes, que el filme con Edgar Ramírez no soslaya, pero donde no hinca el diente. Lo toma desde pequeño, deambulando las calles y lo ve crecer, en la vida, en el ring y en su familia. Un filme de box necesita, además de punch, corazón, historias de triunfos, sacrificios y, cuándo y cómo no, controversias. Manos de Piedra las tiene. Hay un punto de inflexión, cuando el hambre de gloria que tiene todo boxeador, Durán lo cambia por otro más literal (el hambre que no quiere tener más, que sufrió de chico), y se excede de peso y debe dar la revancha a Sugar Ray Leonard, al que le había arrebatado el título. Las escenas sobre el ring no tienen la fiereza de una de Rocky, ni la elegancia de Toro salvaje, pero cumplen con el cometido de que el espectador se sienta allí, pisando la lona del cuadrilátero. Ramírez (Carlos, de Olivier Assayas) gana la pelea interpretativa por nocaut. Y tiene en su rincón a Robert De Niro como Ray Arcel, el legendario entrenador, en lo que bien podría ser otro renacimiento del actor de Cabo de miedo. Rubén Blades, Ellen Barkin y especialmente la cubana Ana de Armas (estará en Blade Runner 2049...) tienen su peso en la trama, aunque sus roles hayan servido más como espejo para que confronten los personajes de Durán y Arcel.
Manos de piedra es una de las mejores biografías de boxeo que vi en el último tiempo, injustamente castigada por la prensa norteamericana, que esperaba encontrar en esta producción la versión panameña de Rocky Balboa. El director venezolano Jonathan Jakubowicz recreó con mucho realismo la historia de vida de uno de los más grandes pugilistas latinos que pasaron por este deporte. Si hay un boxeador que merecía tener una película, por lo que fue su carrera deportiva y las situaciones que vivió en su ámbito personal, era Roberto Durán. Hay que reconocerle al ex campeón del mundo, quien fue productor ejecutivo de este proyecto, la valentía de impedir que sus miserias personales se escondieran en el guión para ser retratado como un héroe Hollwoodense. Mano de piedra nunca fue Mickey Ward (The Fighter), Jim Braddock (Cinderella Man) o Alí, esos modelos de vida positivos que generan admiración dentro y fuera del ring. El pugilista panameño si bien se destacó por sus logros deportivos y desarrolló en su país numerosas tareas sociales, también era un tipo engreído y soberbio que en ocasiones presentaba actitudes nefastas en los medios de comunicación. Édgar Ramírez (Joy), hizo un trabajo brillante a la hora de interpretar las distintas facetas de la personalidad de Durán. A través de su labor el actor desarrolló un personaje más cercano a la realidad que al héroe deportivo de ficción. Hay varios momentos de este film que el protagonista genera rechazo con sus actitudes y uno como espectador termina apoyando a sus rivales. El director claramente evitó narrar el típico cuento del boxeador heróico e inmaculado que conquista sus sueños, para presentar un enfoque más dramático de lo que fue la experiencia de vida del campeón panameño. Manos de piedra tampoco es una propuesta deprimente, pero carece de ese optimismo inspirador que tienen las típicas producciones deportivas del cine norteamericano. Algo muy interesante para destacar de esta producción es el modo en que el director Jakubowicz retrató la psicología detrás de una pelea de boxeo. Un tema que no vi trabajado con esta profundidad en otros filmes y en la historia de Durán juega un papel relevante. Este deporte en particular va más allá de los golpes que se pegan dos tipos en el ring y la trama hace hincapié en el dominio del rival desde los aspectos emocionales. Una cuestión que Alí manejaba como los dioses y que tuvo un rol fundamental en las míticas peleas que protagonizaron Mano de piedra y Sugar Ray Leonard. Este enfoque de la trama está muy bien trabajado desde el personaje de Robert De Niro, quien brinda una de las mejores interpretaciones que vimos de él en los últimos años. De Niro se luce como el famoso entrenador Ray Arcel y en un rol secundario también sorprende el cantante Usher en su lograda encarnación de Leonard, quien queda muy bien parado en esta película. Un buen gesto del verdadero Roberto Durán como productor del film. Una debilidad de esta biografía es que el director intentó abarcar varios temas en poco tiempo y su relato por momentos no tiene un enfoque definido. Además de las peleas de Durán con Leonard, se aborda el contexto político de Panamá en los años ´70, los conflictos familiares del protagonista y la relación del entrenador Ray Arcel con su hija drogadicta que apenas llega a tener un desarrollo y parece pertenecer a un film diferente. Demasiadas subtramas para una producción de 105 minutos que merecía una duración más extendida. Si bien en el cine hay películas de boxeo muy superiores a esta propuesta, Manos de piedra ofrece una biografía respetable que le hace justicia a uno de los grandes pugilistas de las últimas décadas. EL DATO LOCO: 1-Sylvester Stallone siempre fue fan de Roberto Durán y en 1979 lo invitó a tener un cameo en Rocky 2. Mano de piedra aparece en ese film como un delgado sparring que lo vence a Balboa en velocidad. 2- A diferencia de lo que se informa en los créditos finales de esta película, Durán y Sugar Ray Leonard se enfrentaron tres veces en el ring. El último encuentro que no se menciona en la película tuvo lugar en 1989 y los deportistas terminaron abucheados por el público debido a la pelea desapasionada que brindaron.
Esta es una biopic, una película biográfica, sobre el campeón panameño Roberto Durán, uno de los grandes ligeros de la historia. Y está dirigida, escrita y protagonizada por venezolanos, cubanos y panameños, entre otras nacionalidades latinoamericanas, con la presencia de grandes figuras de Hollywood. Y tiene todas las convenciones de las que, evidentemente, no puede escapar el género boxístico en el cine. Y, aún sin alcanzar el brillo de los grandes clásicos del rubro, logra atrapar con un relato que incluye una pintura social y política de la vida de Durán, de origen muy humilde, y el contexto en el que le tocó crecer como deportista hasta sus históricas peleas con Sugar Ray Leonard. Con una muy buena producción artística que pone en escena los setenta y ochenta, un actor sólido como Ramírez (Carlos), la presencia emblemática de Robert De Niro como veterano entrenador y las peleas bien contadas, Manos de Piedra se suma a la lista de films que se meten en el mundo del box con resultados sólidos. Y con acento latinoamericano.
De Niro,de toro salvaje a entrenador Treinta y seis años después de su hit con Martin Scorsese, el actor vuelve a protagonizar otro film de boxeo pero, naturalmente, ahora como el veterano segundo de “Mano de Piedra”. Luego de "Toro salvaje" de Scorsese, la carrera de Robert De Niro siempre estará vinculada de algún modo con el boxeo. No por nada se enfrentó al mismísimo Sylvester Stallone en "Ajuste de cuentas" y, del mismo modo, se entiende que ahora en "Manos de piedra" tenga un papel protagónico aunque sólo como entrenador del boxeador panameño Roberto "Mano de piedra" Durán, interpretado por Edgar Ramírez. Pero en un punto el énfasis en el personaje del entrenador Ray Arcel, que maneja la carrera de un hito del box, tiene sentido ya que muchas de las escenas más interesantes y logradas de "Manos de piedra" transcurren fuera del ring, y se refieren tanto al negocio del box como a la evolución histórica de Panamá, sin olvidar, por supuesto, los crudos detalles biográficos sobre Roberto Durán. La película tiene atractivos, empezando por el enfrentamiento de Durán con su archirrival Sugar Ray Leonard (lograda composición de Usher Ray), pero lamentablemente no logra ganar por knock out debido no sólo al no dedicarle suficiente tiempo de las casi dos horas de metraje a lo que debería ser más importante, es decir las peleas en si mismas bien filmadas, pero no muy imaginativas-, sino sobre todo a un guión fluctuante que no conduce bien el ritmo narrativo y enfoca y abandona personajes secundarios durante todo el film. Justamente hay un muy buen elenco con nombres como el de John Turturro y Rubel Blades que, si bien aportan su talento al film, podrían estar más aprovechados. Por otro lado, las actuaciones de De Niro y Ramírez son muy convincentes, y la película está llena de imágenes dignas de verse, sobre todo en lo que tiene que ver con las secuencias panameñas y la ambientación de época, en la que participó intensivamente el mismo equipo de artistas de efectos especiales de "El secreto de sus ojos".
Sangre en la boca Símbolo latinoamericano por la lucha de la liberación del Canal de Panamá de las manos llenas de dinero de los yankees, historico boxeador con dos manos que destrozaron varios rostros, estamos hablando del enorme Roberto “Manos de Piedra” Duran. El fin comienza de adelante hacia atrás, mostrando cómo Duran conoce a su mítico entrenador Ray Arcel y después cómo fue la vida del boxeador en su pueblo natal El Chorillo, allá en Panamá,en momentos turbios de la historia panameña, donde Estados Unidos acciona violentamente contra una revuelta estudiantil que pedía la devolución del Canal de Panamá. Una de las cosas a destacar es la banda sonora, con el enorme Rubén Blades, otro símbolo panameño presente durante la musicalización de la película. Las actuaciones son correctas, desde Edgar Ramírez y Ana de Armas (venezolano y cubana, respectivamente) logrando un acento panameño creíble, a Robert de Niro, que poca veces se equivoca.
Crítica emitida por radio.
Crítica emitida por radio.
Ascenso, apogeo y caída de El Cholo. La película del director venezolano narra la historia del panameño Roberto Durán, uno de los boxeadores latinoamericanos más importantes de la historia, sino el más grande de ellos, en el contexto de un país signado por sus violentas relaciones con los Estados Unidos. El boxeo es, por mucho, el deporte cinematográfico por excelencia. Varios elementos se combinan para que esto ocurra. Por un lado lo referente a su forma: su plasticidad física, el espacio reducido en el que el drama se desarrolla, facilitando que la cámara pueda meterse literalmente en el plano de la acción, y su expresión legitimada de la violencia. Por el otro, lo que tiene que ver con el potente arco imaginario que este deporte es capaz de abarcar. Usina de historias que permiten reunir en la misma línea dramática a los bajos fondos con el lujo y las tentaciones mundanales, al deseo con el castigo y al honor con la traición, el boxeo es el deporte en que la tragedia y la gloria humanas pueden apreciarse con mayor contraste. De todo eso y de la propia realidad se nutre Manos de Piedra, del venezolano Jonathan Jakubowicz, que narra la historia del panameño Roberto Durán, uno de los boxeadores latinoamericanos más importantes de la historia, sino el más grande de ellos. La historia de Durán es especialmente cinematográfica. Ya sea por el perfil del personaje, tan singular, seductor y arrogante como noble y torturado, o por el lugar que ocupa en el deporte y la cultura de su país, Durán –El Cholo, como lo llaman sus íntimos, o Mano de Piedra como se lo conoce en todo el mundo por su fabulosa carrera boxística– vivió como para que su vida fuera una película. Jakubowicz se encarga de poner en escena la mayor cantidad de detalles posibles para explicar el fenómeno. Y lo hace con buena mano, sin esquivarle el bulto a la historia política de Panamá y al complejo y violento vínculo que ese país tuvo con los Estados Unidos a partir de la explotación y administración del estratégico Canal. La película logra salir airosa del desafío de poner en paralelo la carrera boxística de Durán y la violencia a la que su país fue sometido durante los años 60, 70 y 80 (y que siguió en los 90, ya fuera del marco temporal que el film propone) por parte de la política militar estadounidense. Desde lo estrictamente sinóptico, Manos de Piedra hace eje en tres puntos de la vida de Durán: su vínculo con su entrenador Ray Arcel, uno de los más respetados en la historia del box; la relación con Felicidad, su mujer de toda la vida; y el duelo deportivo que mantuvo con Ray Sugar Leonard, otra leyenda del cuadrilátero. El trabajo de Robert De Niro como Arcel marca uno de los puntos más altos en la decaída carrera reciente del gran actor (además de funcionar como guiño a su recordada labor en Toro salvaje, de Martin Scorsese). Por su parte el venezolano Edgar Ramírez como Durán se encarga de confirmar sus virtudes actorales. En tanto que Jakubowicz realiza un buen retrato de las tensiones que circundan al boxeo y una representación vívida y realista de su práctica. Pero también resbala sobre algunos excesos melodramáticos y secuencias eróticas sin utilidad argumental alguna, que le aflojan los tornillos a una estructura lo bastante sólida como para tener que recurrir a ese tipo de trucos y efectismos.
Narra parte de la vida del boxeador panameño Roberto” Mano de piedra” Durán interpretado por el venezolano Edgar Ramírez (“Punto de quiebre”), acompañado por Robert De Niro como su entrenador. Con imágenes intensas y peleas al estilo de "Rocky", "Toro salvaje", entre otras. Su relato se apoya bastante en el flashback, incluye una buena reconstrucción de época, momentos emotivos, un poco de romance, un toque político y una vez más muestra los problemas que trae la fama. Un buen elenco secundario aunque algunos se encuentran desaprovechados.
Un toro salvaje latino Las películas de boxeadores siempre representaron una buena repercusión en pantalla, ejemplos hay de sobra: Rocky o Toro salvaje e incluso la comedia más resiente Ajuste de cuentas donde Stallone y De Niro encarnaban a dos boxeadores veteranos. Ahora, con Manos de piedra, tenemos una biopic al igual que Toro Salvaje, pero esta vez quien está al frente es el boxeador panameño Roberto Durán, quien fue para muchos el mejor peso ligero de todos los tiempos.
Cuando la pugna es estilística… Más allá de la existencia de una saturación en el ámbito de las propuestas centradas en paladines marginales que se abren camino hacia el estrellato mediante los puños, este intento de biopic sobre el mítico Roberto Durán no está a la altura del desafío y se pierde en un recorrido superficial y poco interesante.
Golpear duro "Manos de piedra" cuenta la historia de cómo el legendario Roberto Durán y su mítico entrenador, Ray Arcel, se conocieron para cambiar sus vidas. Sin duda es una buena opción para los amantes del género deportivo en pantalla grande, pero también de los que disfruten de una buena película de supervivencia y épica. El cine se ha encontrado con el boxeo en numerosas ocasiones, pues el subirse a un ring implica un intenso drama de vida y muerte en forma casi literal, porque el púgil por lo general es alguien que nunca tuvo nada -es un deporte típico de las llamadas "clases bajas"- y lo quiere todo. Este precepto ha sido emulado en la pantalla grande desde siempre, creando historias completamente ficticias o también narrando vidas, triunfos y caídas de verdaderos boxeadores. Es el caso de Roberto Durán, alias "Manos de piedra", cuyo apodo le puso nombre al filme que cuenta su biografía. Durán se crió en las calles, fue el rey, fue un Robin Hood y un ser tan amado como odiado, pero nunca pasó inadvertido. Es por ello que valía la pena el relato que estuvo a cargo del director venezolano Jonathan Jakubowicz. El hecho de que el director sea latinoamericano, es un acierto, pues destaca puntos esenciales de la idiosincrasia panameña/latina, que son carne en la personalidad de Durán. Muchos diálogos son en castellano y eso también es aplaudible tratándose de una producción hollywoodense. Desde el punto de vista del entrenador Ray Arcel (Robert De Niro) conocemos a Roberto (Édgar Ramírez, también venezolano), que tras ver al joven en una pelea decide salir de su retiro -la mafia lo obligó a jubilarse-, para ser su nuevo coach. En una ida y vuelta constante, veremos la dura infancia del panameño y una crianza entre las cuerdas que lo sacó de los problemas, para encontrarnos nuevamente con su vida profesional. En el medio saltarán los rasgos históricos del país en el que se crió, con un profundo odio hacia los yanquis, por adueñarse del canal. Con una gran performance de De Niro, una de las pocas destacables de los últimos años, y la buena presentación de Usher, como su contrincante, y amigo Sugar Ray Leonard, el filme es entretenido, aunque tropieza y se hace complejo innecesariamente en varios segmentos, en los que las escenas van del drama a la comedia de un segundo a otro. "Manos de piedra" sin duda es una buena opción para los amantes del género deportivo en pantalla grande, pero también de los que disfruten de una buena película de supervivencia y épica.
Una vez más, el boxeo se luce en la pantalla grande “Manos de Piedra” se suma con varios méritos a la larga y rica historia de películas sobre boxeo. El film, que hoy se estrena, cuenta la historia del campeón mundial Roberto Durán. El boxeo es un deporte cinematográfico por excelencia. El “arte de los puños”, el deporte que mayor número de ocasiones ha sido representado en pantalla grande, y su historia es muy rica, con clásicos como “Toro salvaje”, “Rocky”, “Million Dollar Baby”, la local “Gatica, el mono”... y la lista podría seguir. Hoy se suma a esta subgénero “Manos de Piedra”, el film del venezolano Jonathan Jakubowicz, sobre la vida del campeón panameño Roberto Durán, uno de los mejores pugilistas de la década del 80, quizás la más brillante del boxeo. Sin estar a la altura de las películas nombradas, “Manos de Piedra” resulta entretenida, las escenas pugilísticas están muy bien rodadas, la reconstrucción de época es excelente, se ajusta mucho a lo sucedido y la interpretación de Edgar Ramírez como el carismático Durán es muy buena, hasta deja con ganas de verlo un poco más. A todo esto, hay que sumarle el plus de ver a Robert De Niro, ya no dentro del cuadrilátero como lo hizo con Jack La Motta, sino desde el rincón. Sin dudas, una película imprescindible para los amantes del boxeo y recomendada para quienes no lo son. “Manos de Piedra” cuenta la historia de cómo Roberto Durán (Ramírez) y su mítico entrenador, Ray Arcel (De Niro) se conocieron para cambiar sus vidas. Paralelamente, muestra sus inicios boxeando en las calles de Panamá, haciendo énfasis en las tensiones políticas con Estados Unidos por los derechos del Canal de Panamá; y la vida de Arcel, el legendario entrenador que, luego de un largo conflicto con la mafia neoyorquina, representada por el capomafia John Turturro, decide volver a la actividad. Los puntos altos del film también lo fueron en la carrera de Durán: son los enfrentamientos con el genial estadounidense Sugar Ray Leonard, interpretado de gran manera por el cantante Usher, que funciona como el contraste de la pintoresca y magnética figura de Duran. “Yo me mudé a Panamá para preparar este personaje, trabajé muy de cerca con Roberto y con sus hijos, que hoy por hoy son como de la familia. Creo que para los que estuvimos involucrados fue más una experiencia de vida que una película”, contó el venezolano Edgar Ramírez, que cumplió con el objetivo de interpretar a un boxeador lleno de honor, orgullo y ternura en partes iguales. Ramírez, que fue el villano en “Bourne” y el esposo de Jennifer Lawrence en “Joy”, agregó: “Lamentablemente son menos las películas sobre héroes latinoamericanos y son más sobre los pillos, corruptos, narcos, ladrones y mafiosos. Roberto no es un superhéroe, es un héroe con pies de barro, con contradicciones y con defectos, no es un héroe caricaturesco ni aburrido. Él abre una ventana importantísima, porque América Latina necesita celebrar a sus héroes”, analizó sobre este film sobre este film de Hollywood, pero con fuerte presencia latina, destacando también la labor de la cubana Ana de Armas como su pareja. Más allá de esto, la vida de Durán se podría asemejar a las historias de estos narcos latinos tan de moda: orígenes humildes, adoración por su madre, vertiginoso ascenso social y económico, que lo llevaron a una ostentación desmedida. Es visto como el benefactor del barrio, da la vida por la familia, pero siempre está rodeado de mujeres y excesos, por lo que la caída será abrupta.
Dos historias de vida muy interesantes (la del boxeador y la de su manager) que conformarán al público afecto el género biográfico. El guión es sólido y tiene el equilibrio justo entre las escenas sobre la vida personal, la vida profesional y las peleas en el ring, y aunque ofrece demasiados...
Un monumento fallido La biopic de Roberto "Mano de Piedra" Durán está planteada como una glorificación del boxeador pero no alcanza para reflejar su enorme historia. Si hay un hombre en el mundo que encarnó el espíritu del boxeo fue Roberto "Mano de Piedra" Durán. Tanto su vida como su carrera deportiva, imposibles de separar, están impulsadas por el aliento épico que anima a las leyendas. Cualquiera que haya visto boxeo en las décadas de 1970, 1980 y 1990 lo sabe. Durán era un valiente. Peleó contra los mejores de su época: Ray Sugar Leonard, Wilfredo Benítez, Thomas Hearns, Marvin Hagler. Es innegable que su historia merecía una película. La pregunta es qué clase de película. Con los resultados a la vista, la primera respuesta que surge es: esta, no. Tal como está planteada, como una glorificación y monumentalización del gran boxeador panameño, Manos de piedra hubiera sido más eficaz en formato documental, con fragmentos televisivos de peleas históricas y testimonios de amigos, rivales, periodistas, familiares, etcétera. Así hubiera captado algo real mediante las imágenes de archivo y los cuerpos de quienes sobrevivieron a aquellas batallas. Pero el director venezolano Jonathan Jakubowicz eligió el camino más costoso y, a la vez, potencialmente más rentable de la ficcionalización. En consecuencia, tuvo que enfrentarse a todas sus limitaciones. La mayor de esas limitaciones es su notable incapacidad para filmar peleas. Como si siguiera la premisa de que el cine no debe imitar a la televisión, dilapida toda la gramática de la narración visual del boxeo que construyeron las transmisiones televisivas a lo largo de más de medio siglo. Jakubowicz parece haberse impuesto como regla mostrar a los boxeadores casi exclusivamente en planos medios, primeros planos y planos detalle, lo cual atenta al mismo tiempo contra la inteligibilidad de sus movimientos y contra la espectacularidad de la confrontación. También deja un tanto que desear el arco temporal elegido, desde el debut de Durán en el Madison Square Garden, en 1971, hasta 1983, cuando noquea a Davey Moore, tres años después de haber abandonado en la polémica revancha que le concedió a Leonard. Esa decisión deja afuera casi 20 años de peleas, con momentos gloriosos y patéticos, y pierde así la posibilidad de calibrar la magnitud de un hombre que peleó hasta los 50 años. Tanto Durán como su esposa Felicidad resultan excesivamente embellecidos en los cuerpos de Edgard Ramírez y Ana de Armas, quienes sin embargo son creíbles, al igual que el resto de los grandes nombres del elenco: Robert De Niro, Rubén Blades y Usher Raymond. Ellos sí están vivos; no, la película, que tiene la triste rigidez de un monumento.
Una historia de película "Manos de piedra" está muy lejos de las mejores películas sobre boxeo ("Toro salvaje", "Rocky", "Muhammad Ali"). Se trata de una biopic convencional, con todos los tics hollywoodenses y lugares comunes del género. Sin embargo, la intensa historia de Roberto "Manos de piedra" Durán la convierte en una película entretenida y por momentos vibrante. Durán está considerado el mejor peso ligero de todos los tiempos. Es sinónimo de orgullo nacional en Panamá y una inspiración para los deportistas de orígenes humildes. El guionista y director Jonathan Jakubowicz reconstruye la historia del boxeador desde su dura infancia —cuando robaba para alimentar a su familia—, pasando por su consagración con el legendario entrenador Ray Arcel (Robert De Niro) y llegando a sus días de gloria cuando se enfrentaba en el ring con otro grande como Sugar Ray Leonard. También muestra su aversión por Estados Unidos, la relación con su esposa y el vínculo casi familiar que mantenía con Arcel. La película es una suerte de versión de biografía autorizada, aunque el director se permite brevemente reflejar al ídolo en sus excesos, sus arranques de bronca y su tendencia a la indisciplina. Las peleas están narradas con precisión y sin mucho alarde de efectismos, y la reconstrucción de época (desde los años 60 hasta los 80) está a la altura de una gran producción. Otro punto a favor es el trabajo del ascendente actor venezolano Edgar Ramírez ("Carlos"), que interpreta a Durán con convicción y sin caer en estereotipos. Y la presencia de Robert De Niro siempre aporta una dosis extra de encanto que tiene que ver con su experiencia y su carisma.
LA ETICA DEL BOXEO Si la aparición de Roberto “Manos de piedra” Durán en el espectro del boxeo mundial resultó una sorpresa notable, una especie de meteorito que pocos podían prever, el biopic sobre su figura que es Manos de piedra también es, a su modo y salvando las distancias, toda una sorpresa. Una sorpresa que se va constituyendo de a poco, sobre la marcha, pieza a pieza, y que es en sí toda una paradoja, porque lo más interesante y atractivo no se ve dentro sino fuera del ring. Muchas cosas pasan y se cuentan en Manos de piedra, a pesar de que se presenta como un simple biopic sobre Roberto Durán, quien hilvanó una carrera legendaria en diferentes categorías, empezando por los pesos ligeros para luego reconvertirse como welter. En la primera mitad, lo que se impone no es tanto la historia de Durán, con su infancia pobre, el abandono de su padre que lo marca de por vida; su amor a primera vista con Felicidad, su mujer de toda la vida; y el problemático contexto político de Panamá como telón de fondo; sino la perspectiva y la mirada de Ray Arcel, un entrenador de enorme trayectoria al que Robert De Niro encarna con una disciplina, sobriedad y sutileza que hacía rato no se le veía, como si hubiera estado esperando por años un papel semejante. Arcel es un personaje que merece una película propia y que entrega un conjunto de frases tan simples como memorables, que evidencian una coherencia de hierro y reflejan buena parte de una ética boxística que parece perdida. Si bien su voz en off, que va pautando buena parte del relato, está ciertamente de más, hay algo en el tono que usa De Niro que lleva a que podamos aceptarla. Ese tono está marcado por lo didáctico: estamos ante a un entrenador -que es más bien un docente del boxeo y la vida- explicando a su estudiante, contándonos sus virtudes, defectos, potencialidades, su crecimiento y aprendizaje. Durante largos minutos, Manos de piedra funciona mucho mejor como biopic sobre Arcel, sobre un tipo que simboliza el Boxeo (así, con mayúscula), que como biopic sobre Durán, que representa claramente a ese país repleto de contradicciones que es Panamá. Es en su segunda mitad donde Manos de piedra encuentra la forma precisa para contar apropiadamente la serie de conflictos que aquejan a Durán (a quien Edgar Ramírez interpreta con la dosis necesaria de compromiso drama y espectáculo), como si hubiera necesitado armar todo el rompecabezas de su infancia y juventud para terminar de entenderlo y narrarlo en sus momentos decisivos, donde lo legendario se fusionó con lo humano. Si la película presenta unas cuantas dificultades para delinear las instancias de ascenso y caída, un tanto condenada por los lugares comunes, encuentra muchas más facilidades para la etapa de redención, alimentándose precisamente de todos los lugares comunes. Allí la historia de Durán confluye con la historia de Panamá, pudiendo apreciarse las construcciones de imaginarios y leyendas, la necesidad de un país de tener a un hombre que pueda ser un ídolo en quien reflejarse, y a ese hombre entendiendo los mecanismos apropiados para reinventarse y poder ser ese ídolo, ese mito viviente que simbolice todo lo que puede lograr una nación. Como decíamos antes, lo mejor de Manos de piedra no se ve dentro del ring: el director y guionista Jonathan Jakubowicz se regodea demasiado en los travellings y trucos de montaje, perdiendo la oportunidad de exponer más apropiadamente las virtudes boxísticas de Durán y lo que implicaron sus duelos con Sugar Ray Leonard. Pero a cambio logra entregar un film que entiende y muestra con sapiencia el detrás de escena, los momentos previos a subir al cuadrilátero, los desafíos físicos y conductuales que afronta un boxeador en el día a día, la forma en que puede jugar su entorno, el negocio que se ensambla a su alrededor, los egos de todo tipo en constante choque. Es un gesto deliberado, que deja en claro que el boxeo es un deporte individual pero cimentado en lo grupal y hasta directamente lo colectivo. A veces, nos dice el film, cuando un boxeador entra al ring, no solo ingresa él: también lo hacen su familia, su entrenador, su representante, sus amigos, el lugar donde nació. Entran las historias particulares y generales. Entra una ideología. Entra un país. Con esa dosis de inteligencia y sensibilidad –e imponiéndose a sus rugosidades y desniveles-, Manos de piedra cuenta una época y explica una serie de valores que parecen perdidos.
El hombre de los puños como piedra El cine y el box van de la mano. Pero acá no está el mejor ejemplo. Un boxeador notable y una película correcta, casi aburrida que expone la relación histórica entre deporte y negocio, y recuerda el conflicto entre Panamá y Estados Unidos. Allí estuvieron y estarán las cámaras para registrar gloria y honor de vencedores y vencidos. Un deporte de virilidad atávica, decía Jack London. John Huston, por su parte, supo alguna vez calzarse los guantes paraluego dedicarle una de sus películas más melancólicas: Fat City (1972). En esa relación se construye una estela de películas que varían, dedicadas a documentar peleas, recrearlas, inventarlas. La interacción entre estas partes puede alcanzar ejemplos superlativos, como Toro salvaje, de Scorsese; como Gatica, el mono, de Favio. En estos dos casos la poética de sus autores se apropia de la habilidad del personaje a retratar. Jack La Mota o José María Gatica serán, así, reinventados, golpeados, glorificados, mutados en símbolos decadentes, dramáticos, con aura de ave fénix. Estos rasgos están más o menos siempre en el mejor cine de box. (Al menos hasta que surja la figura del boxeador empresario, con habilidades de CEO y golpes de filántropo). El drama que un boxeador significa es material suficiente. La figura del panameño Roberto "Mano de Piedra" Durán, también. El problema aparece cuando hay muchas aristas que satisfacer, no vaya a ser que alguien quede molesto. De esta manera, Manos de Piedra es una película que, aun cuando se dedique con esmero a la vida y peleas fundamentales del mejor peso liviano de todos los tiempos, no hace más que cumplir con el ritual preclaro o previsible del Hollywood contemporáneo. No se trata, vale aclarar, de un bodrio como la reciente Revancha, donde Jack Gyllenhaal exhibe un físico indestructible auspiciado por HBO. En este sentido, Manos de Piedra es más digna, dedicada a exponer las vicisitudes históricas de la relación entre deporte y negocio, así como arecordar el conflicto político entre Panamá y Estados Unidos. Roberto Durán ‑en la piel del venezolano Edgar Ramírez‑ es la síntesis del asunto: de niñez pobrísima, consciente delsometimiento que sufre su país, a su vez resorte que vivifica al entrenador norteamericano Ray Arcel (Robert De Niro). Arcel, por su parte, es la bisagra que desoculta el vínculo con la mafia, dedicada a hegemonizar el box en Nueva York. La matufia que sobrevendrá con la televisión, es obvia. Lo que juega en contra de esta película de Jonathan Jakubowicz es el subrayado, las obviedades, la enunciación de frases evidentes, didácticas. Esto se traduce, finalmente, al interior del ring, donde prevalece la espectacularidad: los golpes surgen como consecuencia de los cortes de montaje, del impacto del diseño sonoro, antes que por el enfrentamiento de los púgiles. No se percibe un detenimiento en la habilidad de Durán, en sus movimientos y trompadas, aun cuando el inicio de la película así lo presagie. Lo que sobresale es el efectismo, con una modalidad estética que es cercana al mundo televisivo y mercantil que se critica. Es decir, no basta con señalar tal cuestión desde los parlamentos ‑el dinero no importa, dirá Arcel; gastaste diez mil dólares, le dice la esposa a Durán, a él tampoco le importa‑. Tampoco alcanza desde la enunciación de la prestidigitación de los combates, con un Don King (Reg Cathey) o un Carlos Eleta (Rubén Blades) presumiblemente embusteros. Es Durán quien asume el rol redentor, sobre todo cuando decide abandonar la pelea y perder el título frente a Sugar Ray Leonard. Como si estuviese asqueado del asunto. Durante ese combate, un montaje paralelo remite a imágenes de su pasado. Un despropósito que, al psicologizar la situación, la vuelve fútil porque la "explica". Si aquí hay flashbacks, el inicio del film remite a la infancia y presagia el futuro: el pequeño Roberto golpea de manera profética en sus peleas callejeras. Muy, muy obvio. Es por este "juego de encastres argumentales" que tampoco pueden compartirse las intrusiones en la vida privada de otros personajes, como sucede con Ray Leonard y sus "ardides" de alcoba. Menos aún cuando quien narra en off es el propio Arcel. Dado el caso, son escenas que a lo largo de la trama aclaran, atan cabos sueltos, se ufanan por una lógica causal aburrida porque evita la poética fílmica. En Manos de Piedra no hay extrañamiento del ring, no hay nebulosa de golpes, sino un relato homogéneo, políticamente correcto. Su protagonista pasa a ser, de este modo, el héroe que sobresale, supera su origen marginal, y parece destinado a suturar heridas mayores y sociales.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030
“En sesenta y seis segundos Roberto Durán cambió mi vida”, dice Ray Arcel (un Robert De Niro envejecido) mientras recuerda el knock out a Huertas en el Madison Square Garden. Aquella noche Carlos Eleta –el hombre más rico de Panamá- hizo que el encuentro entre el boxeador y Arcel, un reconocido entrenador, se produzca. Su deseo: convertir a Durán (El Cholo) en campeón mundial, pero eso no fue tan sencillo, sobre todo porque el deportista no planeaba tener a ningún norteamericano trabajando en su equipo. Situándose en un contexto histórico-político tenso y en plena disputa por el Canal de Panamá, la biopic dirigida por Jonathan Jakubowicz relata la vida de Roberto Durán desde su humilde infancia hasta consagrarse como campeón. Esto se hace posible gracias a que el boxeador termina por aceptar que Arcel trabaje –de manera gratuita- para él, y será quien le explique la necesidad de pensar las peleas en términos de tácticas y estrategias.