Derechos, amor y poder, en voz femenina. Dos historias se mezclan en este film de Laura Maña, actriz y directora. Como actriz, participó entre otras en Rosamanta, Nowhere, La teta y la luna; como directora, sus trabajos más recientes son La vida empieza hoy y Morir en San Hilario. En Ni Dios, ni patrón, ni marido nos muestra una época en la que mujeres y hombres no tenían los mismos derechos; los patrones eran tan explotadores como ricos –la brecha con los obreros era enorme- y los trabajadores debían soportar todo tipo de presiones. Virginia Bolten –interpretada por Eugenia Tobal- se rehúsa a seguir el modelo impuesto por la sociedad; es rebelde, anarquista y con una personalidad fuerte y fuera de lo común. Encuentra en Buenos Aires el lugar ideal para llevar adelante su militancia, cuando a través de su amiga Matilde –Laura Novoa- se entera del injusto despido que sufre una obrera de la fábrica de hilados en la que aquella trabaja, y que pertenece a uno de los hombres más ricos de la ciudad –Jorge Marrale-. A partir de allí se entrelazan personajes y vidas; Bolten forma un grupo de mujeres que buscan lo mismo que ella. Hay entre las voluntarias desde obreras, amas de casa y hasta una encumbrada cantante lírica. El film es una mezcla de historia de amor con lucha de poderes; ideologías encontradas y un trasfondo político oscuro. Es el retrato de una parte de la historia argentina de fines de 1800. El relato se concentra en mostrar la pasión de aquellas mujeres que debieron enfrentar a hombres manipuladores y duros obstáculos. Con un elenco de lujo, se destacan Esther Goris –que además participó en el guión-; Marrale, en un papel terrible en el que es difícil imaginar pero que lleva adelante como solo un actor con su experiencia puede hacerlo. Lo mismo pasa con Fanego, cuya interpretación convence al punto de que desde el inicio compone a un personaje fácilmente detestable. Hay recursos cinematográficos que potencian las cualidades de los personajes más fuertes, como algunos planos y ángulos. Por otro lado, las tomas de Marrale con sus empleadas “preferidas” son ejemplo del poder absoluto al que las mujeres eran sometidas. La iluminación de las escenas –como también la oscuridad en varias de ellas- acentúa algunos rasgos de un ambiente hostil y opresivo. La debilidad de Ni Dios, ni patrón, ni marido está en la trama, que al principio está enfocada en los ideales de Bolten y en cómo los lleva adelante, para luego volcarse más hacia la historia de amor y engaños entre los personajes de Goris, Furriel y Fanego. El guion no es lo suficientemente fuerte como para que una de las dos historias prevalezca o como para que cada una alimente suficientemente a la otra y se hagan indispensables entre sí a favor de lo que el film pretende contar. Más bien parece necesaria la parte amorosa para sostener una película en donde además se quiere resaltar la faceta anarquista y feminista de uno de los personajes, sin que este último tenga el suficiente peso como para ser el tema principal.
Muñecas Bravas Ni Dios, ni patrón, ni marido fue la frase emblemática que caracterizó al primer movimiento feminista-anarquista, allá por finales del siglo XIX. En una Buenos Aires donde el contexto estaba definido por la olas inmigratorias de Europa, la inminente guerra con Chile y la falta de legislación que preserve los derechos de los trabajadores. Las mujeres eran las principales afectadas, con una mano de obra mucho más barata y devaluada que la del hombre. En medio de esta situación, un grupo de mujeres decide publicar lo que luego sería el primer periódico feminista del mundo “La Voz de la Mujer”, el cual incluía declaraciones tan interesantes pero altamente explosivas para la época como: “Hastiadas de ser el juguete, el objeto de placer de nuestros explotadores y ¡aún nuestros esposos! Hemos decidido levantar nuestra voz y exigir nuestra parte de placer en el banquete de la vida.” El film aborda esta interesante parte nuestra historia, dónde nos lleva a la raíces de la problemática de género, cuando el rol social de las mujeres de clases bajas, era puramente objetivado y degradado, en una nación que estaba formando sus cimientos, muchas veces a costa de una grave injusticia social. Si ser mujer y pobre hoy es difícil, en esos tiempos era sacrificial, debía sufrir la explotación laboral por esta doble condición, además de no descuidar las obligaciones hogareñas y maternales. Virginia Bolten (Eugenia Tobal), una reconocida, tenaz y fichada anarquista, viene a Buenos Aires, porque en Rosario su vida corre riesgos. Aquí se encuentra con su amiga Matilde (Laura Novoa), obrera de una fábrica, mal paga y en condiciones degradantes para cualquier trabajador humano. Cuando una compañera de Matilde es despedida porque tiene que atender a su hijo enfermo, las mujeres deciden agruparse y pedir su pronta reincorporación, asesoradas por la visión luchadora y perseverante de Virginia. Lucía Boldoni (Esther Goris), estrella de la lírica local y en una relación amorosa con un senador bastante mafioso (Daniel Fanego), se entera de este movimiento y decide apoyarlas pero con un alto riesgo tanto profesional como afectivo. El argumento es más que convocante. La directora, Laura Mañá (Palabras Encadenadas; Morir en San Hilario), a veces lo aprovecha pero en otras ocasiones se le escurre de las manos. Lo mejor es la dirección de arte, la verdad que se luce el vestuario, la escenografía de Buenos Aires en 1896, y un muy buen acompañamiento de la música. Todos estos factores le dan por momentos mucha intensidad al relato. Hay una escena muy alta, donde ellas se manifiestan en huelga, frente a las narices de su patrón, pero con un desencadenante que logra transmitir al espectador la misma sensación de impotencia que viven estas mujeres. Lo narrativo queda en medio camino, hay muchos momentos del relato que valía la pena, adentrarse un poco más, como es la relación con los anarquistas hombres, que trastoca los ideales de liberación y justicia social de estos, si bien la aborda quizás requería un mayor desarrollo. Se dedica mucho espacio a una historia paralela, como lo es el triángulo amoroso entre Lucía, el senador y Federico (Joaquín Furriel), y no se profundiza del todo un personaje tan rico, como el Virginia Bolten, la principal líder e impulsora de este movimiento tan revolucionario en su momento, no sólo en Argentina sino en el mundo. También queda sobre el tintero el tipo de vínculo establecen las dos trabajadoras más jóvenes de la fábrica, no se termina de desarrollar lo que por momentos se esboza. Algunas actuaciones son aceptables, otras no se lucen demasiado o como uno mínimamente lo espera de figuras tan conocidas, a excepción del gran Jorge Marrale, encarnando con gran oficio el papel de Genaro Volpone, ese odioso tirano, dueño de la fábrica, quien basa su fortuna a costa de la explotación de mujeres obreras, llevándolas a una situación que coquetea con la esclavitud, pero que también en su magnífica interpretación puede sacar a la luz las debilidades, temores e impotencias de este mal hombre. Lamentablemente el film no saca del todo el jugo que tiene está página histórica, pieza clave para los avances posteriores en las problemáticas de género y lo que podría haber sido una gran película histórica, se termina diluyendo en algunos enredos amorosos que en vez de aportar intensidad a la trama, le restan riqueza narrativa a la obra.
Entre la lucha y el esquematismo Año 1890. "No nos quieren escuchar, pero nos vamos a hacer oir" es una de las frases del grupo de obreras textiles que impulsan este relato de la española Laura Mañá, que se mueve entre dos mundos: uno de lujos y otro de lucha en medio de un contexto de cambios políticos y sociales. El despido de una empleada de la hilandería hace estallar el conflicto y el relato cuenta los acontecimientos que protagonizaron esas mujeres junto a la anarquista Virginia Bolten (Laura Novoa) y la estrella del canto lírico nacional Lucía Boldon (Esther Gortis)i, quienes se unieron para publicar La Voz de la Mujer, el primer periódico anarquista feminista de Latinoamérica. En ese marco, Lucía Boldon es una suerte de Camila, una mujer que enfrentó las convenciones de la época y se enamoró de Federico Pardo (Joaquín Furriel), el sobrino de un coronel, desafiando a un senador (Daniel Fanego, siempre correcto). Ni Dios ni patrón ni marido tiene un elenco interesante que nunca encuentra el punto emotivo exacto como consecuencia de diálogos forzados y frases hechas que atentan contra la credibilidad de la película. La recreación de época es correcta y la trama se mueve a tropezones erntre romances contrariados, carruajes, imprenta clandestina y La Bohemei. Los personajes como Genaro (Jorge Marrale) aparecen atrapados por el esquematismo de un film al que le faltan matices dramáticos.
Ni patrón, ni marido, ni dirección En Ni dios, ni patrón, ni marido (2009) los códigos cinematográficos aparecen desaprovechados. Esto es notorio en la actuación, en los tiempos, en los diálogos, en el montaje. La película de la directora española Laura Maña tiene la gran ventaja de poseer un elenco de figuras convocantes como Daniel Fanego, Laura Novoa o Jorge Marrale. Sin embargo, esto no impide que la película pierda consistencia. Eugenia Tobal interpreta a la anarquista uruguaya Virginia Bolten, quien se convertirá en una activista por los derechos de la mujer en una Buenos Aires de la segunda mitad del siglo XIX. Esta mujer junto con la ayuda de tres obreras de una fábrica textil serán las iniciadoras del diario “La Voz de la Mujer” que intentará concientizar a todas aquellas trabajadoras y mujeres de todas las clases sociales sobre el sometimiento y la explotación de género. Esta acción revolucionaria será la causante de los problemas con la policía, con los propietarios de la fábrica y con el género masculino en general. Por otro lado, la película abre otra historia, la de Lucía Boldoni, el personaje de Esther Goris, una cantante de ópera, novia de un senador interpretado por Daniel Fanego y pretendida por Federico (Joaquín Furriel) el joven sobrino del jefe de la fábrica textil. Este triángulo amoroso y el paulatino interés de Lucía por la causa de las obreras siendo ella parte de un mundo burgués será uno de los conflictos que desarrollará el film. Esta línea argumental gana protagonismo por sobre la de Virginia así como también en escenas, muchas de ella ciertamente de más y para lucimiento personal de la actriz Esther Goris. Dado que el film intenta dar cuenta de hechos reales, a través de escenas a veces forzadas y de extrema irrealidad, se pretende mostrar qué es la explotación y el abuso sobre las mujeres. La proclama política de Virginia está explicitada en más de una oportunidad con extrema solemnidad para que a nadie se le escape la importancia de dichas ideas. Los diálogos de los senadores y demás políticos discutiendo sobre las bondades de la guerra están recreados de modo tan artificial como aquellas que pretenden aportarle al film cierto costado melodramático. La idea de llegar al público con la historia de esta activista política es interesante pues la vida y la lucha de ella lo fueron. Si de estos hechos la directora considera posibles nuevos planteos acordes a los expuestos, doblemente interesantes. Pero el cómo hacerlos interesantes es un problema únicamente cinematográfico y aquí esta la falla de Ni dios, ni patrón, ni marido. El recrear una época a través de la puesta en escena no es un mérito en sí mismo y esto parece confundir a la directora. Esto termina por debilitar un tema que tenía contundencia argumental.
Contra el autoritarismo La historia de las mujeres anarquistas. De gran despliegue de producción, este filme realizado con capitales argentinos y españoles en la provincia de San Luis sorprende por su opulencia: de elenco, arte, vestuario, reconstrucción de época y varios etcéteras. Ya la lista de actores que integran el elenco da la sensación de tratarse de una película de presupuesto importante: Eugenia Tobal, Jorge Marrale, Esther Goris, Laura Novoa, Daniel Fanego, Joaquín Furriel, María Alche, Alejandra Darín y, en su última participación en cine, Ulises Dumont. Todos dirigidos por la española Laura Mañá. Ni Dios, ni patrón, ni marido cuenta dos historias. Por un lado es la épica trama de la vida de Virginia Bolten (Tobal), una militante anarquista y feminista de fines del siglo XIX que llegó a Buenos Aires y trató de concientizar a las mujeres de una fábrica que eran explotadas por su dueño (Marrale). Por otro lado, el filme cuenta la historia de Lucía Boldoni (Goris, también guionista e impulsora del proyecto), una cantante lírica famosa a quien las circunstancias irán reuniendo con el grupo de mujeres militantes que empiezan a llamar la atención del poder. Bolten y el resto de las obreras que se suman a su lucha intentarán ponerle límites a su patrón (los abusos no son sólo laborales, sino también físicos) y se encontrarán con la dificultad de que sus exigencias no son atendidas, no sólo por las demandas específicas, sino por que su condición femenina casi les impide ser tomadas en cuenta. A Bolten se la recuerda por ser la fundadora de La Voz de la Mujer , periódico anarco/feminista publicado entre 1896 y 1897, y que fue el que logró que estas mujeres fueran escuchadas y, también por eso, perseguidas y atormentadas. El filme de Mañá, lamentablemente, no parece tener mucho más vuelo que una cuidada telenovela de época, políticamente crítica, pero no por eso estética ni narrativamente diferente. Es curioso como el cine genera productos que, desde lo discursivo (la línea política que se baja) se proponen progresistas y críticos, pero desde lo cinematográfico se presentan conservadores, tradicionalistas y hasta rancios. Como si un cambio de paradigma ideológico no pudiera extenderse a la puesta en escena. De hecho, lo más crudo del filme es su título, que parece remitir a un filme maoísta de los ’70. La película se sigue de una manera bastante mecánica y con toda la previsibilidad del caso, con actores que no parecen estar bien contenidos desde la dirección (o que fueron impulsados a un tono exaltado) y con un drama que nunca cobra vida. Lo más valioso del filme será que da a conocer la obra y la experiencia de este grupo de mujeres que combatieron tremendas injusticias más de un siglo atrás. Injusticias (laborales y sexuales) que hoy, aunque en menor medida, parecen seguir vigentes.
Ambiciosa historia coral con discretas actuaciones Centrada en la aparición del movimiento feminista Esta coproducción argentino-española dirgida por la catalana Laura Mañá reconstruye una época de nuestro país (fines del siglo XIX), una incipiente tendencia sociopolítica (la irrupción del feminismo dentro del movimiento anarquista) y una historia puntual (la de la pionera Virgina Bolten) que resultaban en principio más que interesantes. Sin embargo, el resultado final, más allá de ciertos hallazgos y de su digno acabado formal, no está a la altura de semejante empresa ni mucho menos de las múltiples posibilidades que permitía en términos de narración cinematográfica. Más allá de la importancia, potencia e implicancia de los hechos que el film aborda (desde las luchas gremiales impulsadas en las hilanderías por las trabajadoras incluso frente a una represión persistente y coordinada por parte de los grupos de poder hasta los esfuerzos casi heroicos para la publicación clandestina de La voz de la M ujer, primer periódico anarco-feminista entre 1896 y 1897), el film dilapida buena parte de su potencial en escenas obvias y subrayadas, en contradicciones más bien torpes y en diálogos demasiado explícitos y didácticos que limitan la fluidez del relato y la conexión emocional del espectador con las vivencias de los personajes. El guión de esta historia de ambiciosa estructura coral (el protagonismo está muy repartido), que fue escrito a cuatro manos por Esther Goris (impulsora del proyecto) y Graciela Maglie, vincula varios personajes de los más diversos orígenes y pertenencias sociales: desde la apuntada luchadora libertaria Virgina Bolten (Eugenia Tobal) hasta la distinguida y exitosa cantante de ópera Lucía Boldoni (Goris), que termina abrazando la lucha de las trabajadoras, pasando por empresarios, senadores y militares que intentan sostener a sangre y fuego el statu quo frente a la creciente amenaza de "las bandas de ácratas y locas" (así las definen). El film tiene algunas observaciones interesantes (como el machismo reinante en aquellos tiempos, que no distinguía clases sociales ni ideologías políticas) y propone una reconstrucción de época modesta pero digna. El principal problema pasa por las interpretaciones (carentes de la enjundia necesaria o, por el contrario, demasiado cerca de la afectación y la sobreactuación), que en muchos casos deben lidiar con diálogos demasiado solemnes, estructurados y no del todo creíbles. Tampoco crece el relato cuando se sumerge en el tortuoso melodrama romántico (la relación entre Goris y Daniel Fanego). Así, Ni Dios ni patrón ni marido, con sus alegorías y sus inevitables paralelismos con la actualidad, se queda muchas veces en viñetas aisladas (algunas más lucidas y logradas que otras), en meros esbozos de un retrato social que no logra trascender el trazo grueso.
Feminismo escolar “A partir de ahora, se terminó eso de ‘anarquismo y libertad y las mujeres a fregar’”, les avisa a un grupo de ácratas machistas la indoblegable Virginia Volten, que a su combate contra Dios, Patria y Estado suma la rebelión contra la opresión masculina. Encarnada aquí por Eugenia Tobal, Volten fundó a fines del siglo XIX el periódico anarco-feminista La Voz de la Mujer, que anticipó luchas que aún continúan. De allí que la referencia que en algún momento se hace a que “en el próximo siglo todo aquello por lo que luchamos finalmente llegará” debe entenderse como amarga ironía. Pero ironía no le sobra a Ni dios ni patrón ni marido. Dirigida en la Argentina hace ya unos años (había quedado en espera de estreno) por la realizadora catalana Laura Mañá, la película reconstruye con esquematismo casi escolar –buenas de un lado, malos del otro– aquella lucha pionera de Volten y sus compañeras. Estas son en su mayoría hilanderas, al servicio de un patrón (Jorge Marrale) cuyo solo nombre (Volpone) anuncia su condición de zorro en el gallinero. El tipo no permite que una de las trabajadoras cuide de su hijo enfermo, el niño muere por falta de atención y se arma la revuelta, sofocada a sangre y fuego por orden del jefe de policía. Motivo de sobra para que las operarias vean con buenos ojos la iniciativa de la brava Virginia de lanzar un diario que las represente. A ellas se les adosa una cantante de ópera de mente amplia llamada Lucía Boldoni, la relevancia de cuyo rol tal vez se deba a que la encarna Esther Goris, autora de la idea original y coguionista de la película. Admirada por la alta sociedad porteña, “La Boldona” es cortejada por dos hombres de función maniquea. Uno es un senador conservador (Daniel Fanego); el otro, un abogado aparentemente radical (Joaquín Furriel): ese triángulo da lugar a escenas de alcoba que rematan en diálogos de teleteatro. Mientras tanto, el senador y un generalote (Jorge D’Elía) traman un castigo ejemplar contra las insurrectas. Pero éstas triunfarán, porque el futuro así lo impone.
Un reclamo vigente Mujeres que luchan en una sociedad que la oprime y las ignora, en Ni dios, ni patrón, ni marido. La historia transcurre a finales del siglo XIX. A simple vista, podríamos decir que desde aquel momento hasta ahora ha pasado mucha agua bajo el puente... Sin embargo, también se hace evidente que todavía hay escollos que resolver (una feroz flexibilización laboral que está lejos de desmembrarse, una iglesia con demasiada injerencia en el Estado) y que sirven como diques para impedir el libre fluido de ideas y hechos que vehiculicen mejoras al común de la sociedad. Es por eso que, más allá de la distancia temporal, los conflictos que viven las protagonistas de la película pueden resultarnos aún bastante cercanos. Ni dios, ni patrón, ni marido comienza cuando la joven anarquista Virginia Bolten (una medida Eugenia Tobal), llega a Buenos Aires. Allí se encuentra Matilde (Laura Novoa, en una de sus mejores interpretaciones cinematográficas), su amiga porteña, obrera en el taller de costura del déspota e inescrupuloso italiano Genaro Volpon (Jorge Marrale). No pasará mucho tiempo para que Virginia concientice a Matilde sobre su situación y la importancia de defender sus derechos. Poco menos costará que sus compañeras abracen, también, esa lucha, empujadas por los vejámenes e injusticias a las que son sometidas. Con la ayuda de las operarias, Virginia comienza a darle forma a un viejo proyecto: editar "La voz de la mujer" un periódico que denuncie el doble atropello al que son sometidas las mujeres trabajadoras, tanto por su condición de clase como de género. Más allá de un pequeño pantallazo de la relación entre una de estas mujeres y su marido, esta parte de la historia se basa, netamente, en la lucha intelectual - que en algún momento se volverá física- por conseguir un atisbo de igualdad. El eje romántico y glamoroso de la historia comienza -y transcurre- lejos del taller. Como si se tratase de otro mundo (y de otra película, por momentos), irrumpe en escena Lucía Boldoni (una genial Esther Goris), Prima Donna de la lírica. Esta mujer festejada debido a sus dotes artísticas por la clase alta se permite vivir una relación informal con un senador de estirpe conservadora y termina enamorándose tórridamente de un hombre mucho más joven que ella (Joaquín Furriel). Su asistente es el hermano de Matilde y, un poco sumida en su propia problemática sentimental y otro poco por su incipiente conciencia social, se ve inmiscuida en la lucha de estas mujeres con las que, a simple vista, podría decirse que no tiene demasiado en común. Si bien Ni dios... recrea una historia real, es por momentos forzada la interacción entre estas mujeres tan distintas. No solo son diferentes Matilde y Lucía. También lo son Virginia y las operarias. Sin embargo, la cuestión de género pareciera funcionar como una ligazón mágica (y algo forzada, claro). Con buenas actuaciones de las tres protagonistas y de Daniel Fanego (como el senador), el recientemente desaparecido Ulises Dumont (como un anarquista que se debate entre ayudarlas o creerlas suicidas en potencia), Alejandra Darín y María Alché (madre e hija, objetos de deseo del dueño del taller), la película cuenta con buenos momentos dramáticos que terminan diluyéndose en medio de situaciones que se adivinan simplificadas. De todos modos, cumple con la premisa de mostrar que muchas de las consignas que esas mujeres defendían aún antes de que el feminismo existiera como tal, cuentan hoy con los mismos obstáculos que impiden su concreción.
Este film sobre mujeres que a partir de una lucha sindical deciden publicar lo que puede reconocerse como el primer periódico anarcofeminista de la Argentina tiene un guión elemental y todo lo interesante de la propuesta se desdibuja. Es común enfrentarse con películas que, como esta realización de Laura Mañá, conjugan indudable interés temático, una producción nada desdeñable y bien realizada, con un guión definitivamente mal trabajado y actuaciones absolutamente desparejas. Estos dos tópicos son lamentablemente demasiado frecuentes. Todo esto ocurre, simultáneamente en Ni dios, ni patrón, ni marido. El título, clara referencia del ideario feminista y anarquista, da cuenta de las claves que articulan la trama. Expulsada de Rosario, donde la policía la prefiere alejada antes que presa, Virginia Volten (Tobal), llega a Buenos Aires. Allí es amparada por un zapatero socialista (Dumont) y una amiga, trabajadora textil (Novoa). Ante el despido injusto de una obrera por parte del patrón (Marrale), las mujeres comienzan un movimiento de protesta. Organizadas tras el liderazgo de Volten, deciden publicar lo que puede reconocerse como el primer periódico anarcofeminista de nuestro país, La voz de mujer. En ese momento se les suma (en la mezcla de ficción e historia que constituye el entramado de la película) Lucía Boldoni (Goris), una estrella de la ópera, rebelde entre los poderosos. Y con ella la historia de amor, absolutamente innecesaria e intrascendente, pero que pretende utilizarse para contar, con más obviedades y desaciertos que pericia, los entramados del poder político, económico y simbólico. Mañá, directora catalana, desarrolla un relato simplista que desconoce condiciones históricas, políticas y de género reales y concretas, que hubieran permitido mayor profundidad al relato. A partir de ese guión elemental, todo lo interesante en el origen se desdibuja. Los personajes carecen de interioridad, son solo figuras para la exterioridad y esa pobreza se nota en el trabajo de los actores con sus caracteres. Si bien no todos comenten los excesos insoportables en los que caen Goris y Marrale, los personajes carecen de las vibraciones y los tonos de un relato que supone una tensión histórico política. Con un lamentable derroche de esfuerzo de producción, Ni dios ni patrón ni marido es, sin embargo, una puerta abierta a la posibilidad de advertir que, en el relato histórico, existe en la cinematografía local una deuda que puede ser saldada con temas todavía ocultados.
Una consigna histórica con poca prensa Ni Dios, ni patrón, ni marido es una historia generada a partir de un personaje real: Virginia Bolten, la mujer que realiza el primer diario feminista del mundo, denominado “La voz de la mujer”, que da cuenta en 1985, desde una perspectiva feminista- anarquista, de una defensa de los derechos elementales de la mujer. En él contribuyeron no sólo obreras argentinas, sino italianas y españolas, ya que estamos en un momento de auge de la inmigración, en nuestro país. Es el sexto filme de Laura Mañá (Barcelona, España, 1968), cuyo guión escrito en conjunto con Graciela Maggie y Esther Goris puede resultar un buen punto de arranque para reflexionar sobre la condición de la mujer y sobre sus luchas siempre acalladas no sólo en el momento de los hechos, sino a través del silenciamiento de la Historia. No es casual pensando en la filmografía de Laura Mañá como en sus participaciones como actriz, que se hayan unido, tanto con Graciela Maggie, como con Esther Goris, para la construcción del mismo. Ya que hay un trasfondo, desde diferentes espacios, de reflexión sobre las prácticas y roles del género femenino. Sus elecciones profesionales dan cuenta de ello, incluso, desde esa excelente sección, que fuera “La mujer y el cine”, perteneciente a nuestro querido Festival Internacional de Mar del Plata. Virginia Bolten, hija de un vendedor ambulante alemán. Encabeza el 1 de mayo de 1890, la primera manifestación en conmemoración de los Mártires de Chicago enarbolando una bandera negra, con una consigna en letras rojas: 1 de Mayo: Fraternidad Universal. A posteriori de pronunciar un discurso revolucionario de corte anarquista es detenida, por atentar contra el “orden social”. Su militancia en la Argentina y en el Uruguay fue muy intensa, tanto discursivamente, como en el terreno de la acción, no sólo por la defensa de los derechos de las mujeres en particular, sino de los trabajadores en general, siempre desde una perspectiva basada en los postulados del anarquismo. Su historia fue lo que disparó el deseo de realizar una ficción con el nombre de la consigna con que aparece el periódico “La voz de la mujer”, primero en reunir las ideas comunistas, anarquistas y feministas en Latinoamérica. Con un elenco talentoso, lleno de grandes figuras tanto argentinas como españolas y con un gran despliegue de producción, donde se destaca la reconstrucción de la época, la dirección de arte y el vestuario. Ni Dios, ni patrón, ni marido es sin dudas un filme con buenas intenciones donde se cuentan dos historias paralelas: la de Virginia Bolten, (Eugenia Tobal) y la de Lucía Boldoni (Esther Goris) en quien, a sus circunstancias personales, se suman a las vivencias de este grupo de mujeres militantes, a las cuales se acerca, desde otro lugar de exclusión. Lo más valioso del filme, lo cual es una pena, no radica en la verosimilitud de los dramas que se narran, que no llegan nunca a la nota precisa, sino que es posible, que éste le permita al espectador reflexionar sobre un contenido con muy poca prensa que habla de un grupo de mujeres, que supieron combatir… Sabemos que el género es y ha sido una construcción social y cultural y que los valores éticos, estéticos y religiosos de cada época han incidido en dicha construcción histórica. El tema del imaginario social, en tanto universo de significaciones, que constituyen una sociedad, es inseparable del problema del poder. Y en este sentido, la historia de cómo han sido repartidas las jerarquías, las prácticas,y los sistemas de valores legitimados por la sociedad siguen siendo actualmente, asuntos para reflexionar y accionar. Pensando en el Bicentenario, si nos remontamos a estos últimos doscientos años es una realidad, que estos modelos sociales han ido mutando, aunque no del mismo modo en todos los niveles socioeconómicos. Estos son más profundos en las capas pertenecientes a la clase media mientras que los polos de éstas, (la clase alta y la baja) ambas conservan mayores resabios, ya sea por la tradición en un caso y en el otro por la consabida desprotección. Los temas de los embarazos adolescentes, las condiciones de trabajo precario y la violencia doméstica fueron y siguen siendo, el pan nuestro de todos los días. Entrevista Esther Goris, a propósito de “Ni Dios, ni patrón, ni marido” -¿Como surge este proyecto, cuando y porqué? -Surge en 1998, cuando la Universidad de Quilmes publica los números de “La voz de la mujeres”, primer diario que reivindica los derechos de las mujeres en la Argentina. Estas publicaciones salieron durante un año .El tema me atrae y lo leo junto a Enrique Estola (quien se ocupa actualmente del tema de las víctimas del Padre Grassi). La investigación no es muy productiva, ya que los datos que se conocen son pocos en realidad, además de que los originales se encuentran en Ámsterdam. Eso me demuestra, que se sabe muy poco sobre el rol que desempeñaron las mujeres en la Argentina afines de S.XIX, que sin duda tuvieron una militancia muy grande. Donde si bien en un primer momento tuvieron un apoyo de sus compañeros anarquistas, a posteriori también recibieron sus críticas. Virginia Bolten, la protagonista en la cual está basado el film tenía alrededor de 18 años cuando dio el primer discurso sobre el 1 de mayo, en la ciudad de Rosario. -Hablame de la escritura del guión y de sus tiempos. Al guión comencé a escribirlo en 1998, lo tomaba y lo dejaba. En principio tenía un carácter más humorístico e irónico, quería hacer algo más parecido a lo que hacía Mario Monicelli, como un modo de dar cuenta de la realidad mezclando el humor y la ironía. Luego se sumo al proyecto Graciela Maggie, con quien trabajamos entre 6 y 7 meses y finalmente Laura Maña, fue de algún modo su tercera autora, aunque se modificó bastante. - ¿Porque este filme rodado en 2007 se estrena a fines de 2010? -La verdad no tengo ni idea, sólo sé, que conseguir los fondos para realizarlo costó mucho, y que tuvimos que recurrir a dos subsidios de España. -Pensando en tu filmografía y de hecho, en las interpretaciones de mujeres relevantes de la historia, como de la literatura, caso Evita o Doña Bárbara, al margen de haber escrito la biografía de Agata Galiffi. ¿Creés que la historia de las mujeres sigue siendo importante para relevar? Claramente que sí, esta es una ficción que oficia de homenaje a estas mujeres. Me interesa hablar de aquello de lo cual no se conoce de sus vidas. -¿Que relación existe entre lo que actuás en la pantalla y lo que actuás en la vida? Creo que ningún actor puede dar aquello que no tiene, siempre se trabaja con aquello que tenemos dentro de nosotros. En mi caso todas las representaciones sobre mujeres, que son muchas, han tenido que ver, con un grado de admiración hacia ellas y con todo aquello que han logrado dejarle a la sociedad. -¿Cuáles son tus expectativas con este estreno? Más que nada me gustaría, que se pudiera tomar conciencia de las cosas que se debatían en esos tiempos. Pensar en esas consignas y comprobar, que algunas están muy cerca de nuestra realidad, caso el aborto que se plantea en el film, y tema del cual poco se habla. -¿Qué pensás de la crítica en Argentina? Pienso que sufre el mismo desgaste que sufre todo y cada vez hay menos gente preparada para realizarla, a eso lo vemos a diario. Esto era muy diferente hace 20 años. Había una exégesis, una fundamentación, al margen de si la crítica estuviese a favor o en contra. -¿Creés que existe un cine de mujeres, como una categoría? Sí, cuando una mujer hace cine tiene otra mirada y eso se nota en muchos aspectos. En el erotismo es mucho más evidente, por citar algún caso, el de Nora Ephron, quien saltó a la fama internacional cuando escribió el guión de la aclamada comedia When Harry Met Sally...; más tarde también fue reconocida por sus trabajos como guionista y directora en Tienes un e-mail (1998) y Sintonía de amor (1993). -Desde tu posición como mujer frente a la vida, que te ha tocado vivir… y desempeñarte. ¿Creés que el género te ha generado dificultades… ¿ En lo profesional no, por el hecho mismo de dedicarme a la actuación, actor, actriz es más o menos lo mismo, al menos en la Argentina. En Hollywood una actriz en igualdad de condiciones con un actor gana una cuarta parte de lo que gana el hombre. El tema se complica en lo cotidiano, ya que hemos sido educadas para desempeñarnos en ciertas áreas mucho mejor, que en otras. -¿Los modelos sociales instituidos por la sociedad han cambiado mucho en estos 200 años? No lo suficiente aún.
¿Por qué será que muchas películas argentinas que hablan de la Historia eligen un tono grave y tan poco verosímil? No aspiro a creer sin más en lo que está pasando en la pantalla: soy consciente del carácter de construcción y artificio del cine. Pero frente a películas como Ni dios, ni patrón, ni marido, me parece estar viendo una obra de teatro filmada (o de mal teatro, en todo caso): los actores declaman y abusan de los gestos grandilocuentes; muchas escenas, con su esquematismo y aire pintoresco, hacen acordar a las calcomanías que traía Billiken para pegar en el cuaderno de la primaria; todo el tiempo parece que los personajes se están jugando el destino de la patria, como si su vida no fuera más que una sucesión de cuadros dramáticos donde no hay lugar para lo cotidiano; los temas (las películas históricas suelen ser películas “de temas”) son puestos en discusión mediante diálogos groseros que no dejan resquicio a la ambigüedad, como si los guionistas tuvieran miedo de que algún espectador se quede afuera del debate. Sin embargo, Ni dios, ni patrón, ni marido tiene algunos puntos fuertes. Uno es la presencia de Eugenia Tobal, figura televisiva a la que todavía no se la nota del todo cómoda frente a la cámara de cine (algo similar le pasaba en Soy sola). Tobal, además de una de las mujeres más lindas de la Argentina, es dueña de una presencia imponente que solamente alcanzan a opacar los diálogos torpes impuestos desde el guión (en esos casos, Eugenia parece un monstruo –bellísimo– de dos cabezas: una actriz de cine que habla como una intérprete de teleteatro). Otro acierto de la película tiene que ver con la precisión que se demuestra a la hora de elaborar un discurso político: las mujeres anarquistas de la película de la catalana Laura Mañá luchan por la emancipación del género sin ceder a las presiones de otros movimientos de izquierda que pugnan por una revolución social de carácter más extenso (claro, esa extensión implica mantener a la mujer en una posición siempre marginal). Pudiendo decantarse por algún tipo de conciliación tranquilizadora, la película se mantiene inquebrantable en su postura: la liberación de la mujer (muchas de las cuales dependen del éxito del diario anarquista La voz de la mujer) y el programa de los partidos y movimientos revolucionarios de fines de siglo XIX no son compatibles, y quizás el triunfo de esos movimientos hasta necesite del fracaso de los reclamos del periódico. En eso, las protagonistas no ceden ni un ápice: con la militancia y prédica anarquista como principales herramientas, niegan cualquier posible acuerdo con las estrategias políticas del socialismo. A pesar de esos logros, hay momentos concretos en los que la película de Mañá revela su fracaso irredimible. Se trata de las escenas de ópera, en las que la exageración y el dramatismo alcanzan picos impensados en el resto de la trama. Ese exceso musical, físico y sentimental, es justamente lo que le falta a Ni dios, ni patrón, ni marido: Mañá está contando una historia que transcurre en pleno Romanticismo, acaso la última época donde el exceso y la profusión en el arte estuvieron bien vistos (en este sentido, cineastas como Favio o Coppola son artistas netamente románticos), pero la directora opta por la figurita escolar, por los diálogos didácticos y por maniqueísmos que hacen poco y nada creíble el relato. Entonces, el resultado final no es ni un retrato fidedigno y contenido de la Historia, ni un exceso feliz y despreocupado de las emociones. Entre los muchos méritos de la italiana Vincere está el ser una película histórica que se le anima a los excesos y a lo pasional, algo que el género comúnmente desdeña (quizás porque se entiende que la Historia es cosa seria, grave, solemne). En cambio, en Ni dios, ni patrón, ni marido la directora apuesta a los subrayados y a la declamación de los temas pero siempre en función de una solemnidad frígida, impostada, que nunca alcanza un vuelo verdaderamente cinematográfico como lo hace la película de Marco Bellochio. Así las cosas, todo se resume en una cuestión de credibilidad: le creo más a Vincere con todos sus excesos, estallidos pasionales y licencias históricas que a Ni dios, ni patrón, ni marido con sus intentos de pintar una época a la manera de una clase escolar.
Coproducción argentino-española dirigida por la ibérica Laura Mañá, Ni Dios, ni patrón, ni marido es una interesante evocación de uno de los primeros grupos de mujeres activistas. Estrenada en nuestro país con retraso, ya que data de 2007, tal demora no influye demasiado en la vigencia de su contenido, dado el carácter histórico del film. Que gira alrededor de la anarquista rosarina Virginia Bolten, que funda el periódico La Voz de la Mujer, el primero en Latinoamérica que abarcó tanto ideas revolucionarias como feministas. En el marco de una hilandería en conflicto por despidos, insalubridad y maltratos a sus obreras, todas mujeres por cuestiones de costos; se va desarrollando el germen de la rebelión, en medio de otras alternativas argumentales. Una cantante de ópera de la alta sociedad que se pliega a la lucha, un senador que la ama y que desata una represión clandestina contra las trabajadoras y su propio objeto de deseo, son otros apuntes de la trama que, junto a una cuidada ambientación y vestuario, mantienen el interés del film. Que sin dudas daba para más, pero que a través de un atendible guión coescrito por una de sus protagonistas, Esther Goris, refleja con acierto las iniciáticas luchas femeninas contra el despotismo e ignorancia de los hombres de la época. Junto a la Goris se destaca la labor de Eugenia Tobal, y los aportes de Daniel Fanego y Jorge Marrale.