Una buena y pasatista película que no sólo sirve como entretenimiento, sino que también como clase magistral de actuación, En esta oportunidad estamos ante una comedia que nos llega del cine independiente de Estados Unidos con un guión que presenta bastantes,,,
La mascarada de la política Richard Gere es uno de esos actores cuyo derrotero es bastante difícil de seguir porque a rasgos generales resulta extremadamente desparejo y requiere de una paciencia por parte del espectador que suele no ser recompensada por el señor en lo referido a la elección de las obras en las que interviene y su nivel cualitativo final. Toda su carrera se caracterizó por el mismo esquema cíclico de siempre: tres films desastrosos, dos potables y uno realmente interesante, capaz de aprovecharlo como se debe y reconfirmar que además de galán también es un buen actor al que le encantan los papeles exigentes, esos que casi siempre lo llevan al terreno de las lágrimas. Norman (Norman: The Moderate Rise and Tragic Fall of a New York Fixer, 2016) es una rareza en este sentido ya que si bien la propuesta le permite pulir muchos de sus tics dramáticos, en esencia hablamos de una comedia satírica y sutil. Precisamente, la película es una de las mejores de la trayectoria reciente del norteamericano porque le ofrece un personaje que no necesita de sus habituales estallidos anímicos y lo sitúa en un campo más estrecho aunque curiosamente más rico a nivel humano. Este opus del israelí Joseph Cedar está inspirado a lo lejos en la vida de Joseph Süß Oppenheimer, paradigma del “judío de la corte” y de esos desvaríos antisemitas que se mezclan con las matufias económicas de los parásitos en el poder (un dato de color es que el nazismo utilizó la figura de Oppenheimer para un mítico film de propaganda de 1940). En esta ocasión el director y guionista deja de lado toda pretensión de caricatura religiosa y concentra sus energías en construir una fábula acerca de la mediocridad de la política contemporánea, analizando un personaje poderoso del rubro y otro sin mayores perspectivas de progreso. El neoyorquino Norman Oppenheimer (Gere) es un pobre tipo que dice dedicarse a la “consultoría” en el escalafón más alto de las finanzas y los ámbitos de influencia gubernamental, no obstante en realidad lo único que hace es intentar establecer algún contacto -sin demasiado éxito, por cierto- para ubicarse a sí mismo en una mejor posición social. Todo cambia cuando conoce a Micha Eshel (Lior Ashkenazi), un político de Israel de segundo orden que eventualmente se transforma en Primer Ministro de su país, lo que deriva en una situación en la que el protagonista es tironeado por varios de sus allegados, tanto dentro como fuera de la comunidad hebrea de Nueva York, que pretenden algún tipo de favor de Eshel… a lo que se suma la misma manipulación del Primer Ministro para con Oppenheimer, definitivamente la más nociva de todas las que termina padeciendo Norman. Cedar divide la historia en capítulos bien específicos y saca partido del patetismo del personaje principal y su relación -trabajada de manera minimalista, con muy pocos intercambios- entre estos dos improvisados que se encuentran en extremos opuestos del enclave de la fortuna: el realizador juega inteligentemente con la ironía de que por un lado de a poco la redención se va asomando en la vida de Norman vía el abandono de las mascaradas de la política, y por el otro -y en paralelo- Eshel se sumerge más y más en el terreno fangoso de las mentiras, las prebendas y el maquiavelismo más inmundo, típico de la derecha pragmática y despiadada de nuestros días. Gere logra balancear a la perfección la angustia interna de su personaje con su imagen externa de seguridad y cordialidad, sacando a relucir el acervo de recursos interpretativos de los que dispone y que muchos cineastas no aprovechan del todo. Con prodigiosas participaciones de Michael Sheen, Steve Buscemi y Charlotte Gainsbourg, la película en el fondo no va mucho más allá de una amena corrección pero por lo menos consigue un puñado de escenas entre intrigantes y absurdas que retratan los puntos muertos y reinicios de “carreras” basadas en el delirio y los engaños.
Norman, de Joseph Cedar Por Ricardo Ottone El término inglés “fixer”, tal como está empleado en Norman, no tiene una traducción exacta. La más literal sería “arreglador” o reparador”, pero eso parece remitir más a un electricista o un técnico de electrodomésticos que a la actividad imprecisa a la que se dedica el protagonista del film. El Norman del título, interpretado por Richard Gere, es un tipo que se dedica o pretende dedicarse a presentar gente (que a veces no quiere ser presentada), a proponer negocios (que no necesariamente le piden) y que le gusta pensarse a sí mismo como un hombre de negocios, aunque el suyo sea una pequeña tajada del que ayudó a conformar. Norman se mueve dentro de los márgenes de la comunidad judía de Nueva york y se presenta ante los demás como un consultor aunque su look de gorrita, sobretodo y teléfono con auriculares le da más un aire de jubilado que de hombre de negocios y a los ojos de los demás no es más que un “busca” con pretensiones que no se sabe muy bien de qué vive y un pelmazo del que la gente se hastía ya de verlo venir. Claro, que eso no sería del todo justo porque también es cierto que algunos miembros de la comunidad aprovechan sus servicios, pero considerándolo un mal menor sin darle el estatus de miembro pleno. Un poco el desafío de la película es como lograr empatía con un personaje así. Es cierto que uno no tiene que simpatizar con el protagonista para verse interesado en lo que le pasa, pero el director y guionista, Joseph Cedar, hace el intento y digamos que lo logra a medias. Gran parte del peso está puesto sobre los hombros de Richard Gere y hay que reconocerle que en gran medida el interés se sostiene en su interpretación y su carisma, aunque no es suficiente. Cedar, que es nacido en Estados Unidos y vivió mayormente en Israel donde comenzó su carrera cinematográfica, hace mover a Norman en ese mundillo de los judíos de Nueva York en conexión y permanente flujo con Israel. En ese deambular a la busca del negocio del día, conoce a Micha, un político israelí que está pasando por un mal momento y lo ayuda (en realidad le compra un par de zapatos caros) un poco como inversión a futuro pero también porque siente una simpatía real por él y entre ambos se desarrolla un vínculo más íntimo. Años después Micha se convierte en el Premier Israelí y cuando llega de visita diplomática a Nueva York su reencuentro con Norman se convierte en una bendición inesperada para este pero también en una fuente de futuros y graves problemas. Se podría decir que Norman se va meter en problemas por apuntar demasiado alto, aunque esa no haya sido su intensión, y su inicial suerte y su posterior desgracia están marcadas por esa inadecuación entre sus modestas capacidades (por más que él intente sobredimensionarlas) y las alturas a la que trepa, un poco como el personaje de Desde el Jardín pero menos afortunado porque el malentendido está claro para todos. El film se mueve en dos registros y ambos funcionan de manera diferente. Por un lado el retrato de personajes y de situaciones de la comunidad judía que resulta en una suerte de comedia costumbrista. Y por otro lado una especie de thriller político cuando empieza a jugar la geopolítica, la situación en Medio Oriente y las exigencias diplomáticas del Premier. Ambas partes no encajan del todo y si la primera es más lograda la segunda es más forzada y poco creíble, con un político bien intencionado e inverosímil que lanza parrafadas en la intimidad acerca de su compromiso con la paz como si estuviera dando un discurso en la ONU y se angustia porque tiene que darle la espalda a su amigo del alma por razones políticas. Hay algunos logros visuales, transiciones y momentos de pantalla dividida que son resueltos de manera muy creativa, pero en general se trata de un film agotadoramente conversado. El eje del relato es la relación entre Norman y Micha, un vínculo que se da por sentado pero que se sostiene en una anécdota trivial y cuya fuerza y profundidad no está justificada. Norman, el film, se parece un poco a Norman, el protagonista, pretende más de lo que puede y promete más de lo que da, vendiendo una profundidad que es artificial y le queda grande. NORMAN Norman: The Moderate Rise and Tragic Fall of a New York Fixer. Estados Unidos. 2016. Dirección Joseph Cedar. Intérpretes: Richard Gere, Lior Ashkenazi, Michael Sheen, Charlotte Gainsbourg, Dan Stevens, Steve Buscemi. Guión: Joseph Cedar. Fotografía Yaron Scharf. Música: Jun Miyake. Edición: Brian A. Kates. Duración: 118 minutos.
Luego de varias películas con roles secundarios, Richard Gere no sólo regresa al centro de la escena, sino que además logra correrse de ese perfil de galán maduro en el que fue encorsetado hace años. Otro retorno es el del norteamericano-israelí Joseph Cedar, quien vuelve a filmar seis años después de su exitosa Pie de página (premio al mejor guión en el Festival de Cannes de 2011).
Richard Gere vuelve a la pantalla grande para ponerse en el papel de Norman Oppenheimer, un fixer, es decir, una asesor de negocios de poca monta que presume conocer gente importante para conseguir conexiones y realizar favores. Un día establece una relación con Micha Eshel, un joven político israelí, que en ese momento no tiene mucho peso, pero que luego de tres años se convierte en Primer Ministro. Será entonces cuando la vida de Norman cambia drásticamente, tanto para bien como para mal. Para hablar de “Norman”, film del israelí Joseph Cedar, debemos mencionar indudablemente a su protagonista, Richard Gere, que nos ofrece un papel al que no acostumbramos ver, de una manera impecable. No es el galán de la historia, sino todo lo contrario, es un personaje misterioso, del cual después de dos horas no conseguimos conocer en profundidad. Es bastante patético, pero no parece molestarle, ya que está dispuesto a todo. Tampoco hay que dejar de lado a un talentoso elenco compuesto por Lior Ashkenazi, Steve Buscemi y Michael Sheen. Esta falta de definición del personaje también lo vemos en la historia, que no termina de enmarcarse dentro de ningún género determinado. Es una comedia satírica, es un drama; o básicamente es una mezcla entre ambas. La trama está estructurada en diversos actos cual obra teatral, se toma su tiempo para desarrollar los personajes y tal vez es todo lo que termina haciendo el film, generando la sensación de que dos horas de metraje es un poco excesivo. Por momentos el argumento se siente algo reiterativo, incluso al centrarse más en los diálogos que en las acciones, el ritmo que presenta la cinta es un poco pausado, acentuando esta falta de dinamismo. Algo interesante para destacar son los recursos narrativos que utiliza el director, que ayudan a que la trama no se plasme de forma convencional en pantalla, sino que le da un valor agregado al relato. Ejemplo de ello es situar a dos personajes que distan de sí en cuanto al espacio, en un mismo escenario, aunque solo estén conectados telefónicamente. En cuanto a la temática, se abordan cuestiones políticas nacionales e internacionales, económicas, religiosas, como también lo llamado networking, esta importancia de estar conectado con figuras poderosas. En síntesis, “Norman” se sostiene por la gran labor realizada por Richard Gere y algunos recursos narrativos interesantes que mantendrán la atención del público. Un film que cumple pero que no sobresale.
Una red bien tejida En el mundo actual en el que la gran mayoría de películas más anunciadas (y muchas de las menos también) se encuadran en géneros populares, con una trama casi siempre esquemática, una película que se salga de dichas convenciones siempre tenderá a llamar la atención y a distinguirse (para bien o para mal) del resto de productos en el mercado. Lo sorprendente de Norman es cómo un reparto encabezado por Richard Gere y con secundarios de lujo como Steve Buscemi o Michael Sheen se encuadran en una película de conversaciones, de llamadas y reuniones de despacho, con una trama poco convencional en su construcción (no en su temática) y balanceos constantes entre distintos géneros. Norman establece una serie de relaciones entre personajes que son, precisamente, las que provocan el avance (casi imperceptible en ocasiones) de su historia. La red entre dichos personajes se antoja compleja, tanto por el número como naturaleza de las relaciones. De este modo, la película requiere que el espectador centre sus esfuerzos en asignar los roles e interrelacionar en varios planos a los protagonistas de esta red. Dicha tarea se dificulta por un inicio del largometraje en medio de una conversación entre los personajes de Gere y Sheen. Sin dudas, los primeros minutos de una película suponen un tiempo de aclimatación para el espectador, y abrir con una conversación in media res de dos personajes aún no presentados es una elección que crea serios problemas para la comprensión. Estos problemas se arrastran durante todo un primer acto en el que seguimos a un protagonista no introducido, del que apenas se sabe nada y cuyo objetivo no queda claro. Esto puede generar un gran desapego a todo lo que ocurre en la pantalla, el cual se extiende hasta que se pueden comprender vagamente las motivaciones de dicho personaje. Uno de los puntos destacados es cómo el guión y la realización se mueven por distintos géneros cinematográficos en el desarrollo de la narración. Aunque el tono general sea de drama realista, algunos de los momentos más agradecidos del largometraje se dan en determinados coqueteos con la comedia. También la estética y planificación influenciada por el thriller en los momentos de las conversaciones telefónicas o de mayor tensión en el último acto ayudan a dar ritmo a la trama. Con todo, el producto final parece tener un estilo propio, unificado y bien trabajado desde su concepción. No adolece en ningún caso de falta de ritmo en su narrativa, a pesar de la tardía introducción de objetivos y motivaciones de cada uno de los personajes. Cuando esta comprensión de las metas personales de cada uno ocurre, el largometraje se lanza en un medido desemboque y resolución de todas las construcciones trabajadas en su primera parte. En resumen, una narrativa poco convencional provoca, a priori, una serie de puntos negativos en una historia que, finalmente, adquiere entidad propia gracias a la confianza en que el espectador entenderá los caminos tomados por su desarrollo. Las buenas interpretaciones de sus actores y la dirección que marca con mucha intención los acentos configuran un producto disfrutable y correcto.
Atrapante trhiller político que comienza de una manera para construir, luego, una historia sobre las redes en las que el protagonista se mueve y que sin saberlo lo llevará a una situación límite. Richard Gere deslumbra con una interpretación verosímil, sostenida en pequeños gestos y en detalles que pintan a este hombre que no tiene nada, pero consigue todo, hasta destruirse a sí mismo.
El hombre que la tenía atada Se presenta en los cines el nuevo film de Richard Gere (Mujer bonita) y, lejos de que sea un bodrio o algún personaje desfigurado, nos brinda una de sus mejores interpretaciones de los últimos años. Desde acá, nos alegramos del regreso del actor y te contamos de que va su nueva película. Mi mamá siempre estuvo muerta por Richard Gere. Es una confesión que tengo que hacer, la cual no resulta tan descabellada al ver el común denominador de las mujeres que crecieron con la figura de sus papeles en Gigolo Americano (American Gigolo, 1980) o Mujer bonita (Pretty Woman, 1990). En mi adolescencia, yo no entendía bien las razones, pero me imaginaba que quizás era eso lo que una dama esperaba de un galán. Durante mi trayecto a la adultez, films como Chicago (2002) y Siempre a su lado (Hachiko, 2010), sumado al repertorio de películas románticas en la década de los 80 y 90, posicionaron la imagen del galán a uno de suma versatilidad. Sin lugar a dudas, entendí que Gere era una estrella y que, pese a que pasen los años, hay cosas que quedan y las cuales forman parte de uno, de su esencia. El hombre la tenía atada. Hoy en día se estrena su nueva película, la cual reivindica al mejor Gere, aquel que dice todo con la mirada y logra empatizar con el público. En Norman, el hombre que lo coseguía todo (Norman: The Moderate Rise and Tragic Fall of a New York Fixer, 2016) muestra su mejor versión. Dirigida y escrita por Joseph Cedar (Pie de página), el film cuenta los periplos de un relacionista público, un buscavida, que se encarga de realizar todo tipo de conexiones humanas para cumplir tanto sus propósitos como los de todo aquel que lo contrata. Un día su vida gira al cruzarse con Micha Eshel, interpretado por Lior Ashkenazi, un joven y emergente político de Israel, en una situación fortuita. Desde ese momento, su insistencia en este funcionario, generó un lazo importante que, años después, sería clave cuando llegue a ser el primer mandatario de su país. La vida de Norman da un vuelco de 180 grados y nada será igual, ni siquiera las dudas morales ni los lazos que se generarán. El film acierta en todas sus aristas, desde el reparto pasando por la musicalización y hasta la estructura del guion. La narración se apoya en la contundente interpretación del actor de Novia Fugitiva (Runaway Bride, 1999) lo cual, acompañado por cada uno de estos elementos, concluyen un sólido film que logra emocionar y meterse de lleno en los vericuetos de Norman Oppenheimer. Este sujeto entrañable, y tal como marca su título, lo conseguía todo o, como decimos en términos criollos, “la tiene atada”. La última media hora del film decae por el solo hecho de el entramado en el que se ve envuelto el protagonista, pero la composición de todos los elementos mencionados anteriormente hace que esto apenas se note y llegue a ser una obra digna de apreciar. Richard Gere regresa a la gran pantalla y por la puerta que mejor le queda, la principal. Ya habíamos visto hace cinco años, con su interpretación en Mentiras mortales (Arbitrage, 2012) que el drama le queda excelente. Pero si al drama le agregas un personaje que pueda empatizar con el público, Gere expone su mejor faceta, la que mejor le queda, la de conquistador. No por lo de galán quizás, sino por la sensibilidad y su capacidad de hacer de que cada escena sea difícil de olvidar. Ya entendí a mi mamá, iba más allá de la galantería. Este hombre la tiene atada.
Norman: The Moderate Rise and Tragic Fall of a New York Fixer, con ese excéntrico título Joseph Cedar escribe y dirige este drama neo-noir que indaga el affaire entre Estados Unidos e Israel. Misterio, personajes hambrientos de poder, intriga política y un viejo protagonista de una moral dudosa y ética definida, en un film que evidencia las relaciones carnales entre los dos estados y donde el ganador es un genial Richard Gere.
Llega a la cartelera Norman, el hombre que lo conseguía todo, en parte comedia, en parte drama, la película que muestra el leve ascenso y abrupta caída de un personaje muy peculiar es una pequeña joya que no hay que dejar pasar. Norman Oppenheimer es una persona cuyo único talento parece ser el de generar conexiones entre los hombres de negocios y de esa forma él busca obtener su propia tajada. Así es como termina conectado con Micha Eshel, un prometedor político israelí que se siente en deuda con el carismático personaje. Unos años después, elegido primer ministro de Israel, Micha vuelve a New York y se reencuentra con Norman, quien inmediatamente intenta usar sus vínculos con el político para lograr sus propósitos, sólo para encontrar que su participación puede poner en peligro el proceso pacificador de Medio Oriente que el mandatario quiere llevar a cabo. El personaje de Norman está a cargo de Richard Gere, que no es un gran actor, y no tiene el physique du rol para hacer de un judío neoyorquino, pero el guion logra sortear eso construyendo el personaje a través de infinidad de situaciones que, más allá de ser verosímiles al mismo tiempo que estrambóticas, logran compenetrar al espectador aprovechando, paradójicamente, lo poco carismático del personaje y lo mucho que logra a pesar de eso. Gere está rodeado de un elenco sobresaliente, encabezado por Lior Ashkenazi en el papel del primer ministro israelí, y con la presencia de los siempre excelentes Steve Buscemi y Michael Sheen, la película mantiene un constante ritmo y tensión propio de un policial, aunque nunca se adentra en ese género. El gran mérito del director Joseph Cedar es lograr, justamente, que esta trama, aparentemente simple, se transforme en trascendental para el espectador. La intriga sobre cómo va a desarrollarse el conflicto está manejada magistralmente y así las pequeñas situaciones se potencian hasta volverse apasionantes.
Norman, el hombre que lo conseguía todo: antihéroe en el centro del poder Nacido en Nueva York, pero criado desde pequeño en Israel, el guionista y director Joseph Cedar consiguió trazar un puente entre esos dos lugares con esta tragicomedia con personajes de ambos orígenes. En una de las mejores actuaciones de su carrera, Richard Gere interpreta al Norman del título, un veterano fixer de Manhattan sin demasiada fortuna como consultor y lobbista en las altas esferas del poder (léase negocios financieros y relaciones con la élite política). Sin embargo, de manera casual empieza a entablar una amistad con Micha Eshel (Lior Ashkenazi), un funcionario israelí que tres años más tarde se convierte en primer ministro de ese país. De la noche a la mañana, Norman se transforma en una celebridad en Nueva York, sobre todo en el marco de la poderosa e influyente comunidad judía. A partir de ese súbito reconocimiento comenzará su ascenso, pero también su padecimiento. Como en todo el cine de Cedar (Beaufort y Pie de página), Norman apuesta por un tono que está en ese impreciso límite entre el realismo (con incisivas y distinguidas observaciones psicológicas) y el grotesco (con alegorías un tanto obvias sobre la hipocresía, la doble moral y la manipulación del poder). Lo mejor del film tiene que ver con la posibilidad de identificarnos o incomodarnos con las distintas facetas y matices del antihéroe, un tipo en ocasiones bastante gris, pero con irrupciones brillantes; por momentos sumiso y acomodaticio; en otros, noble y leal.
Coinciden en cartelera dos films norteamericanos cuyos personajes principales son tan queribles como reprobables (y eso por causas opuestas), y cuyos largos títulos originales anuncian el drama que va a pasar. Uno, basado en libros de historia. Otro, en una fábula judía. Peter Landesman, el de la dolorosa "Parkland", sobre el caso Kennedy, cuenta en "El informante" el mayor episodio en la vida de Mark Felt, sucesor de J. E. Hoover justo cuando pasó lo de Watergate y Nixon quiso controlar al FBI, que es, y debe ser, un organismo independiente de cualquier gobierno. Buenísima, la escena inicial donde Felt y los alcahuetes de Nixon se sondean mutuamente en un tono de contenida amenaza. Muy indicada para interesados en aquella época, y en la historia de las instituciones, la obra es clara e informativa, aunque algo plana. Brilla Liam Neeson como un hombre de una sola pieza llevado a contrariar las reglas en beneficio de su país, junto a Diane Lane como la sufrida esposa. Por su parte Joseph Cedar, el de la incisiva "Pie de página", pinta en "Norman" la vida de un elegante buscavidas "con contactos", chispeante, bien informado y triunfador, o más bien medio cargoso, mitómano y fracasado. La suerte le sonríe cuando menos se espera, aunque también puede ser una "suerte para la desgracia". Comedia singular, llena de sentencias y moralejas, pintura de la comunidad judía neoyorkina con una intriga política, una punta dramática y una pizca de tristeza, luce además una de las mejores actuaciones de Richard Gere en plena madurez, y en un papel distinto de los habituales.
Todo, por una caja de zapatos Richard Gere es el centro del filme: alejado del rol de galán, se afirma como muy buen actor. A los 68 años, Richard Gere ya no da para hacer de galán. Idos los tiempos de American Gigoló y Mujer bonita, el actor que tantos dolores de cabeza da por el Tíbet afronta en Norman, el hombre que lo conseguía todo conseguir algo: hacer creíble a su personaje, un tipo que hacer creer a medio mundo, en las altas esferas del poder, que es un hombre de negocios. Norman acaricia un sueño: hacer un gran negocio que lo vuelva rico, a él, y si no queda más remedio, a otros. Para ello, construye una identidad –que medio se la cree- y llega a contactar a un virtual y probable Primer ministro israelí. En Nueva York hace un gasto (y un gesto: le compra un par de carísimos zapatos) que, dirá luego, “fue la mejor inversión de mi vida”. Tal vez a Norman la película le hubiera convenido una mayor síntesis. Hay una vuelta de tuerca al final que esclarece muchísimo todo lo que hizo el protagonista, y explica el por qué para los que no prestaron la debida atención al comienzo. Gere es el centro del filme, por más que está rodeado de talentos (Michael Sheen, Steve Buscemi, Charlotte Gainsbourg, Josh Charles, Dan Stevens, el israelí Lior Ashkenazi). En cada conversación desnuda cómo es su personaje, y para los que piensan que nunca ha sido un buen actor, sepan que ya no hace su típico tic achinando los ojos, ni muestra su sonrisa prefabricada. Y les devolverá un golpe directo al mentón cuando menos lo esperen.
Norman Oppenheimer es un tipo extraño. Vive de aprovechar contactos, revolear supuestas influencias y hacer pequeños favores. Dice que conoce a alguien que conoce a alguien. Una especie de chanta, con bastante de patético, cuya vida cambia en el momento en que uno de sus "amigos" se transforma en primer ministro israelí. El director Joseph Cedar construye, en torno de su personaje, una especie de cuento parábola acerca de los pequeños hilos que tejen grandes entramados. Y si su película, con un tono y un ritmo algo extraños, funciona, es gracias a la extraordinaria actuación de Richard Gere. En sus gestos discretos y su tono de voz entrador está el corazón de la peli, el de un tipo al que cuesta querer, pero acompañamos con fascinación.
Uno de los trabajos mejores y conmovedores de Richard Gere. Según el guión y la dirección de Joseph Cedar, el es un hombrecito de Nueva York, un “vendehúmos”, un señor que alardea de sus contactos, de saber quien es quien el mundo de la bolsa, del poder, de la sinagoga. Es el que genera una cadena de favores y espera lograr lo imposible, mintiendo, engañando, prometiendo. Pero también es humano, entrañable, profundamente solo y muchas veces un fracasado. Su suerte cambia cuando conoce a un joven político israelí, posible futuro primer ministro y el decide regalarle un carísimo par de zapatos, en el límite de la corrupción. Después, cuando llega a primer ministro, Norman será reconocido, pero también se enfrentará al fracaso, en una vuelta de tuerca rara del guión. Lo que vale es la mirada crítica, inteligente, del realizador para con su personaje y para los manejos alrededor del poder, los legales y los que pisan el filo de la ilegalidad. Pero el hombrecito del titulo parece sobrevolar moralmente las situaciones y se queda con el afecto del espectador y el aplauso por la composición que logra un entrañable Richard Gere.
La vieja distinción filosófica entre ser y apariencia poco contribuye en nuestro tiempo para conocer la identidad de alguien. El perfil, el currículum, el avatar, la tarjeta de negocios, que siempre es personal, compendian un semblante, una forma de ser y estar en el mundo que se ha impuesto como tantas otras prácticas que, a la luz de la razón, parecen naturales. Para el héroe trágico del nuevo filme del cineasta Joseph Cedar, la tarjeta personal es mucho más que una vía de presentación: el nombre impreso en un minúsculo papel garantiza el reconocimiento.
Este film tragicómico se encuentra protagonizado por el maduro actor y activista estadounidense Richard Gere (68 años. En una impecable interpretación y lleno de matices). Con un inteligente montaje va tocando temas relacionados con: la religión, la política y las distintas culturas, logrando mantener la atención del espectador. Posee ciertos toques teatrales. Dentro del elenco secundario se encuentran: el prodigioso actor israelí Lior Ashkenazi (coprotagonista), Steve Buscemi, Dan Stevens y Michael Sheen, de buenas actuaciones. Aunque resulta previsible.
Dilema moral con ceremonia religiosa de fondo. Escrita y dirigida por Joseph Cedar, nacido en Nueva York pero radicado en Israel desde la infancia, Norman, el hombre que lo conseguía todo es una clásica película de trama. Como sucedía en la previa Pie de página (2011), sobre la rivalidad entre dos filólogos especializados en el Talmud, Cedar procede como escritor antes que como realizador (“antes” debe entenderse aquí en sentido estrictamente temporal, no jerárquico), dando la sensación de llegar al rodaje con el guion escrito varias veces, revisado, corregido y sopesado, desde la primera hasta la última escena. Incluyendo desde ya todas las subtramas, ecos, simetrías y correlaciones entre todos los elementos de la historia. Esta clase de sobreesfuerzo escritural necesariamente termina convirtiendo a Norman en una película-máquina. Aunque debe reconocerse que Cedar al menos narra con fluidez, lo cual contrarresta la pesadez constructiva. No sin resonancias bíblicas, Norman confronta a dos hombres esencialmente buenos. A pesar de su apariencia o de su rol en la tierra. Convencido de poseer la fórmula para un negocio simple y genial, el neoyorquino Norman Oppenheimer (Richard Gere) es algo así como un profesional del rebusque, convencido de que “mientras pueda asomar la cabeza del agua, sobrevivirá”. El negocio es simple en su fórmula última (una compra de grandes cantidades de moneda por 20 % menos de lo que vale, que deberán realizar terceros, reteniendo él un pequeño porcentaje en calidad de gestor). Para poder llegar hasta el hipermillonario al que quiere tentar, Norman debe generar una cadena de intereses interconectados, que lleva desde su sobrino abogado (Michael Sheen) hasta Micha Eshel, Viceministro de Trabajo israelí (Lior Ashkenazi). De visita en la capital del mundo y por increíble que parezca, éste último deberá funcionar como engranaje en el elaboradísimo plan del estafador que no estafa a nadie. Siempre pasa en estas tramas tan elaboradas, en las que todo encaja: uno o más ladrillos entran muuuy a presión. Tres años más tarde de que su plan fracase, Norman reencontrará a Eshel, de quien se ha hecho amigo (Eshel tiene una pinta de bueno que no hay político sobre la Tierra que tenga). El hombre está ahora en una posición ciertamente más encumbrada. A su bondad y modestia suma una condición de elegido (sostiene que si llegó hasta donde llegó no fue por él sino por Dios), y con Ese apoyo se propone lograr la paz definitiva en Medio Oriente, a partir de concesiones de todas las partes. Pero habrá un contraataque de políticos tradicionales, que amenazan con destituirlo, por haber aceptado cierto regalo que el vivo de Norman le hizo el día que se conocieron, cuestión de ganar su simpatía. La única manera de zafar es denunciar a su amigo del alma. ¿Lo hará? El dilema moral se resuelve, como corresponde, con una ceremonia religiosa de fondo (un casamiento, presidido por el rabino Steve Buscemi), con el cantante entonando su canto místico a todo trapo.
Siempre es bueno para la industria que quienes han sido galanes de primera línea, enfrenten su madurez, a través de sólidos papeles no centrados en las comedias románticas, sino en películas más interesantes, independientes y dirigidas por cineastas con enfoques distintos, originales. No sucede siempre. Es más, habitualmente quienes dominan pocos registros, cuando se produce el eclipse de su pico de belleza física (por una cuestión natural), pierden fuerza como intérpretes y salen de las primeras ligas. Hay que agradecerle entonces a Joseph Cedar que le haya propuesto el protagónico de una de sus realizaciones a Richard Gere. El israelí viene haciendo un tremenda carrera (desde "Time of Favor" hasta "Footnote", que ganara en Cannes por su guión), y en esta oportundidad aborda dos escenarios familiares para él: la vida en una Nueva York moderna y convulsionada, llena de gente buscando oportunidades, y el mundo judío en dicha ciudad, rico desde el análisis político y cultural que emana en esa presencia. "Norman: The Moderate Rise and Tragic Fall of a New York Fixer" es la historia del hombre del título (Gere), un buscavidas elegante (aunque siempre esté vestido de la misma manera), quien transita por la ciudad tratando de generar influencia y vivir obteniendo favores y dádivas a partir de la generación o promoción de diversos emprendimientos. Claro, el tema es que Norman, sabemos con prontitud, no es quien aparenta ser. O sí. Ese es el nudo de la interpretación de Gere. Es un seductor fantástico, un hombre que cree en lo que hace, aunque lo que vincula no sea real. Su paso errático por el complejo mundo de los negocios enternece y molesta, en iguales proporciones. A nadie le gustan los estafadores. Bueno, Norman parece serlo, aunque en el fondo no lo sea. Es una idea compleja de explicar. Pero cuando vean "Norman", se darán cuenta a qué me refiero. La cuestión es que dentro de las estategias que hace este hombre para ganar favores, en un momento más de su vida, le regala a un político israelí encumbrado (pero aún no tanto), un par de zapatos. Ese obsequio, tres años más tarde, será la puerta de entrada a un universo más complejo (ese hombre se vuelve Primer Ministro de su país), donde las cuestiones se amplifican y la trama de favores se vuelve densa y sinuosa. Norman pasa entonces, por haber sido amable en un momento determinado, a ser miembro de una pequeña corte con poder político y económico, para la cual claramente no está preparado. Y por supuesto, eso no será gratis. Habrá negocios poco claros, temas familiares agudos y la siempre inquietud sobre el futuro de Norman, cuando las cartas estén sobre la mesa y se sepa quién es en realidad. A eso se suma una conspiración política con acoso periodístico y... No debo anticipar más. Richard Gere debe tener este rol dentro de los tres mejores de su carrera. Seguro. Su Norman es un tipo querible e incómodo a todas luces. Hay en su interpretación muchos buenos matices que impulsan el ritmo de la cinta, y despejan las ocasiones falencias del guión. Además, Cedar lo rodeó de una auténtica selección de talentosos secundarios, todos a la altura de la circunstancia, proveyendo perfiles intensos y potentes en la trama (Lior Ashkenazi, Michael Sheen, Steve Buscemi y Charlotte Gainsbourg, nada menos). Este drama está bien construído y filmado (Cedar fotografía con muchísimo oficio a la Gran Manzana), y sólo debo criticarle que el guión a veces se pasa de vueltas para llegar a la idea central que quiere transmitir. Esta no es una cinta donde la red de pequeños conflictos sea el centro de interés, no. Lo atractivo pasa por lo que encarna el rol de Gere, por eso siento, de cierta forma, que el guión sobrecarga algunos tramos de la narración, de manera innecesaria. Pero claro, Gere en escena disimula esos excesos. Muy interesante "Norman", sin dudas. Y un director que consolida su ascenso, Joseph Cedar, ¿qué más se puede pedir?
DE TÍTERES Y TITIRITEROS La nueva película de Joseph Cedar, Norman: el hombre que lo conseguía todo, no sólo presenta una historia que por ratos se vuelve fascinante, sino que además nos permite disfrutar a Richard Gere en tal vez una de las mejores interpretaciones de su carrera. Es injusto negar que ha tenido buenas participaciones junto a directores como Paul Schrader, Terrence Malick, Francis Ford Coppola o Mike Figgis, pero desde un tiempo a esta parte del actor había reconstruido su imagen primeramente sobre la base del galán algo inocuo o, posteriormente, sobre la base del galán maduro igualmente inocuo. Por eso que Norman: el hombre que lo conseguía todo representa una novedad en su filmografía, y una muy feliz: Gere se anima con un personaje patético, de una pequeñez que se magnifica por el mundo de poder el que se termina moviendo y que representa un despojo de sus viejos mohines para avanzar con un relato que le niega la posibilidad de redención notable. Si su Norman Oppenheimer llega a algún tipo de sanación, esta es también pequeña, escasa, imperceptible para todos aquellos que, muy a su pesar, han girado a su alrededor. Norman parece tener un negocio genial, que involucra la compra de moneda y que requiere de conexiones para llegar hasta un poderoso empresario. Pero también es un tipo gris, a quien vemos constantemente recorriendo pasillos, calles, espacios cercanos al poder, pero de quien desconocemos realmente cuál es su lazo con el mundo, su espacio propio, su lugar. Cedar lo retrata casi como un fantasma, un personaje sobre el que muchas veces nos preguntamos si es alguien real o el producto de una imaginación febril. Pero ahí va Norman, merodeando el éxito, conectándose, presentando su tarjeta personal ante el mundo, relacionándose, como un paria pero sin conciencia de tal. Claro que el destino le prepara un volantazo, y llega cuando se cruza con un funcionario israelí que terminará siendo primer ministro de aquel país. Pero lejos de ofrecer una reflexión sobre cómo el esfuerzo y la persistencia nos permiten arribar a nuestros logros, ahí comenzará otra película en la que la mirada sobre el poder será oscura y la vida de Norman se hará mucho más patética. Porque si el protagonista termina convertido en una suerte de nexo entre el primer ministro israelí y la comunidad judía de Nueva York, el suyo será un rol más funcional a los intereses de terceros que a los propios. Norman se verá tironeado entre los integrantes de la comunidad que requieren sus favores y el poder en Israel que lo minimiza y ni le atiende el teléfono. Cedar logra los mejores momentos de la película cuando su cámara sigue al protagonista, cuando permite que el nervio trascienda la pantalla y se apodere de la experiencia del espectador, que sufre con el por momentos irritante Norman. Por el contrario, a veces cede (porque no deja de ser más guionista que director) a lo escrito, a la estructura del guión, a algunos truquitos narrativos y a la necesidad de decir por sobre sugerir, sobre todo cuando se mete en los intersticios del poder israelí y trabaja el estereotipo del poderoso solitario y melancólico. Pero por suerte está Gere, que nunca hace evidente la intención de su personaje: si podemos suponer que lo mueven la ambición y el poder, lo cierto es que eso no está del todo claro. Su Norman parece buscar cierto reconocimiento y aceptación, hacer contactos, ser alguien en el mundo. Pero como anticipa el título original, la película es el retrato de un moderado ascenso y una trágica caída. Lo fantástico en la actuación de Gere, es que interpreta sin indulgencia y desde la dignidad a un personaje totalmente insignificante. Un títere entre titiriteros. El film de Cedar termina reflexionando de manera agridulce sobre esos personajes que mueven los hilos del mundo sin que nadie los vea, y que un día desaparecen sin que nadie note su ausencia, dejando un legado mayormente anónimo. Que ese mundo subterráneo pertenezca a personajes patéticos, es sin dudas toda una declaración de principios que hace la película.
Ácida y melancólica visita a los traficantes del poder El tipo asegura que puede conseguir todo. Es un vende humo de las altas esferas que a la hora de traficar promesas y agachadas no desentona con lo que pasa en ese mundo de la política y las finanzas. Lo primero que hace cuando se presenta, es preguntarle al otro de qué trabaja. Y allí le ofrecerá un contacto que le mejorara su futuro. No es estafador ni un perdedor desesperado. Es un solitario que necesita estar en la agenda de alguien importante para darle sentido a una vida que se adivina inestable y vacía. Sobrevive en las orillas del poder, colándose cuando puede o hasta gastando plata (le regala un par de zapatos a un político en ascenso, todo una alegoría) para ir haciendo contactos. Esta allí, como muchos, en la media punta, acertando, errando y sufriendo. Tenacidad, labia, optimismo lo sostienen. Usa y es usado. Por arriba de Norman corre un mundo de pura apariencia y acomodos que dejan ver lo de siempre, que la cara verdadera de los gobernantes tiene poco que ver con lo que muestran las fotos. Un mundo donde nadie muestra las cartas. Y cuesta distinguir entre la ayuda, el regalo y la corrupción. Richard Gere en su trabajo más resbaladizo, le pone oídos y palabra a este incansable todo terreno, que sobrevive en un escenario donde la verdad cada vez importa menos. Sabe estar donde hay que estar, acepta las pérdidas y hasta las humillaciones. Lo suyo es un hacer constante. No duda ni se rinde. Está más allá del dinero, lo que busca es mejorar una vida que se sostiene a fuerza de vínculos más que de logros. Autor y director es Joseph Cedar, un realizador estadounidense de origen israelí que aquí del brazo de Norman se asoma a temas como la guerra, los negociados, las roscas políticas y, sobre todo, el tráfico de influencias. El relato es desparejo, pero sale a flote porque no apela ni al tremendismo ni a los brochazos gruesos. Tiene algo del cine de los Coen, en su humanidad y en sus personajes farsescos. Y acredita más de una escena lograda (el encuentro en pleno vuelo con una consultora, tan rico en detalles). Es un cálido y ácido retrato de este súper busca de grandes esferas, un fantasioso leal, andariego y empecinado, que al final se rinde ante una realidad insensible que sólo exige resultados.
"Norman, el hombre que lo conseguía todo", caer bajo por volar alto Norman es un especialista en estrategias. Eso es lo que se lee en su tarjeta, pero a la hora de la verdad, su identidad es tan ambigua como plena de interrogantes. Norman Oppenheimer (logrado rol de Richard Gere) es alguien entrado en años, que siempre anda bien vestido, con sobretodo, gorra y maletín, y que es el típico tipo pesado, de esos pegajosos que no se detiene hasta que obtiene lo que se propuso, y de allí el extenso título del filme. Un buen día tendrá la misión de llegar hasta un político de peso con el objetivo de cerrar algún negocio. No queda muy claro qué tipo de negocio es ni a quiénes favorece. Esa madeja de diálogos cruzados estuvo mal piloteada por el director, en el punto más bajo de la película. Lo más jugoso, que es el vínculo de Norman con el primer ministro israelí (Lior Ashkenazi, impecable) no fue explotado lo suficiente como para apreciar las miserias más crudas del mundo de la política. Sin embargo, Joseph Cedar, que también lo tuvo como actor fetiche a Ashkenazi en su ópera prima "Pie de página", abrocha una película que cierra en varios conceptos, pero sobre todo en exponer la poca red que sufren quienes no tienen poder. Y a la vez cómo los poderosos pueden gracias a su telaraña de influencias acomodar las cosas como les plazca en pos de lograr objetivos. El final, entre lo real y lo imaginario, es tan ambiguo como Norman.
“No solo hay que ser, también hay que parecer”, esta frase tan popular es trabajada de manera invertida en este relato, la vida de un hombre común y corriente que cree poder vivir permanentemente en un “como si” El guionista y director de “Pie de pagina” (2011) nos entrega una historia de personaje, centrado y apoyado en el desarrollo del mismo y sus relaciones. Nada sabremos de su pasado, es presentado en la última curva de su vida, tratando de vivir lo mejor posible en un mundo de apariencias y relaciones. O de relaciones aparentes. Para esto, digamos que es un logro del director, cuenta con una de las mejores actuaciones de un Richard Gere, contenido de sus morisquetas habituales, lo cual no es una alabanza en si misma. Acá cumple, se hace creíble, querible y odiado, de manera simultanea. Mueve a condescendencia y a desprecio, empatia y alejamiento, el problema del filme es que se queda en eso. También aparenta profundidad donde finalmente flota en la superficialidad, planteo que no está mal ni bien, es casi un reflejo de su propia criatura. La película podría tener un definición clara para el espectador, no como producto en si mismo, pero sí se la enrola en el género de comedia dramática, ya que por momentos hay situaciones y diálogos que mueven a risa, y en otros es muy doloroso ver al personaje creyéndose el mismo sus propias fantasías. Un hombre que se cree eficaz en el mundo de los negocios en las altas esferas, pero que en realidad nunca deja de ser un hombre “al que en algún lado vi”, su nombre Norman Oppenheimer, un mitómano de manual. Por una de esas casualidades, “estar en el lugar justo en el momento adecuado”, se hace amigo de un joven político en un momento que éste parece estar en declive. Tres años más tarde, cuando ese político se convierte en un líder mundial influyente, lo reconoce y lo nombra, es ahí que la vida de Norman cambia conmovedoramente para bien o para mal. El director se queda a mitad de entre una constitución de los personajes patéticos de los hermanos Coen y los diálogos de un Woody Allen, tan neoyorquino como Norman. De desarrollo netamente clásico, a pesar de estar estructurada en actos y trabajando permanentemente con elipsis temporales, no es atractiva desde la imagen, salvo algunas vistas de Nueva York, ni original desde el punto de vista narrativo. Podría ser leída como una gran metáfora de la sociedad actual, esta posibilidad es lo mejor que posee la producción, como una gran critica al mundo que, globalizado en apariencia, va ocultando el horror de no ser de millones de personas que habitan el mismo mundo de Norman.
Una película amable, si bien tiene su costado oscuro. El señor Norman es un tipo de profesión indefinible: un buscavidas que consigue relacionar a una persona con otra sobre todo para los negocios. Es parte del mundo judío de Nueva York, que por una vez es retratado sin folclore por un preciso cineasta de origen israelí. Un buen día Norman se hace amigo (o algo así) de quien será Primer Ministro de Israel. Su prestigio crece pero esa importante relación se diluye, y se sustituye por engaños menores. Todo es sátira, aunque no desbocada, y Gere crea un personaje al mismo tiempo entrañable y molesto, lo que no deja de ser una hazaña. La idea de un “fixer”, un tipo que arregla cosas en una ciudad que es un cosmos, es atractiva, y se vuelve una broma a medida que la película transcurre con no pocas sorpresas y giros, siempre dispuestos de modo creíble y, por lo tanto, efectivo. Los actores juegan con mucho cariño sus roles y logran que creamos que son seres humanos. Hay pocas películas así, cuya calidez no disuelve su inteligencia.