Niñas criando a niñas Hirokazu Koreeda en Nuestra Hermana Menor (Umimachi Diary, 2015) reincide una vez más en la estructura de los melodramas new age que poco o nada aportan de novedoso a lo ya realizado en el pasado, como era de esperarse de parte del artífice de obras remanidas como After Life (Wandafuru Raifu, 1998), Nobody Knows (Dare mo Shiranai, 2004), Still Walking (Aruitemo Aruitemo, 2008) y De tal Padre, tal Hijo (Soshite Chichi ni Naru, 2013), películas que intentaron recuperar/ revitalizar algunos elementos del cine de Yasujirô Ozu -sobre todo el análisis de la dialéctica familiar desde un punto de vista más o menos contemplativo, sutil y sosegado- aunque sin el talento del mítico realizador y con la obsesión de trabajar, de la mano de un naturalismo bastante light a nivel ideológico, cada uno de los clichés que caracterizan desde tiempos ancestrales al macrogénero del corazón. En esta oportunidad es la muerte del patriarca y el funeral subsiguiente la excusa principal para desencadenar otra de las clásicas reorganizaciones familiares del director y guionista, luego de 15 años sin que las protagonistas de turno hayan tenido noticia alguna del susodicho: de este modo tres hermanas, Sachi Kôda (Haruka Ayase) de 29 años, Yoshino (Masami Nagasawa) de 22 y Chika (Kaho Indo) de 19, descubren al eslabón perdido de la familia, una adolescente de otra madre a la que invitan a vivir con ellas, Suzu Asano (Suzu Hirose) de 13 años. Así como Sachi hizo de padre/ madre sustituta para con sus hermanas pequeñas por el carácter abandónico de ambos progenitores, con el padre siendo infiel y la madre victimizándose eternamente, ahora se hará cargo de una Suzu que arrastra el dolor de ser la que separó implícitamente al clan por su condición de producto concreto del affaire. A pesar de que es cierto que el realizador suele evitar las salidas facilistas vinculadas a la lágrima cíclica y el conflicto directo, igual de innegable es la constante sequedad actitudinal que se esconde detrás de historias lerdas y demasiado derivativas que se extienden más de lo debido, obvian temas verdaderamente álgidos y en general se quedan en unas buenas intenciones incapaces de abarcar toda esa tristeza y melancolía que enmarcaban a los relatos del gran Ozu. Quizás cueste reconocerlo pero si el señor filmase en Estados Unidos sería un asalariado mediocre más del montón, de esos que se la pasan entregando obras de autoayuda para corazones blandos, sin embargo como la propuesta viene con la apostilla “made in Asia”, se le suele perdonar de inmediato la falta de profundidad, un optimismo naif de impronta hollywoodense y ese pulso narrativo digno de una telenovela vespertina. Por momentos pareciera que Koreeda trata de sacarle el jugo a las escenas intimistas del hogar compartido por las cuatro mujeres para enfatizar eso de que en el fondo hablamos de niñas criando a niñas por la irresponsabilidad de los adultos, y hasta hay algunos indicios de un intento de aprovechamiento retórico de los distintos trabajos y círculos personales de cada una (Sachi es una enfermera que reproduce los pasos de sus ascendientes porque protagoniza un amorío con un médico casado, Yoshino es una especie de “reclamadora bancaria” con problemas hipócritas de conciencia, y por su parte las dos adolescentes arrastran cuestiones/ dudas típicas de la edad); no obstante el costumbrismo almidonado del japonés nos priva de toda sensación de peligro, metamorfosis real o sabiduría, optando en cambio por una exploración rutinaria, tardía y alargada de los lazos de la cultura nipona occidentalizada actual con un pasado más apegado a la tradición y la rigidez moral/ ética. Más allá de las buenas actuaciones de todo el elenco y la hermosa fotografía de Mikiya Takimoto, nada queda en la memoria de este pantallazo conservador y anodino alrededor de los corolarios de la pasión en vástagos que se pasan de autoindulgentes e intercambiables…
La sinopsis de Nuestra hermana menor podría ser la de una telenovela. Hay enredos, malentendidos, rencores y enrevesados árboles genealógicos. Y sin embargo, todo fluye armónicamente, como si la trama fuese más lineal de lo que realmente es. Tres hermanas viven en la antigua casa de su abuela. Su padre, años atrás, abandonó la familia para escaparse con una amante; y su madre, tras el divorcio, también les soltó la mano. Así que ellas autogestionaron su crianza. Ahora son adultas, con trabajos, romances y responsabilidades, si bien la más grande, Sachi, claramente cumple el rol matriarcal. Cuando se enteran de que falleció su padre, al que apenas recuerdan, asisten al velorio y conocen a su media hermana, Suzu, que quedó huérfana. Entonces la invitan a convivir con ellas y la tímida adolescente accede sin demasiados reparos. Esta red de relaciones se teje con paciencia y delicadeza. El director japonés Hirokazu Koreeda (Afterlife, Nadie sabe y De tal padre, tal hijo) es dueño de un estilo sutil, depurado, directo y sentimental. Pinta sus relatos con trazos simples y claros, y a veces su búsqueda de la sencillez bordea (aunque nunca cae en) la chatura. Hay, por ejemplo, excesos de simetría. Sachi se enamora de un hombre casado, como lo hizo la amante de su padre, a quien todavía no le perdona su infidelidad. Es uno de los puntos más flojos del guión, porque es un paralelismo forzado. Hay, también, caracterizaciones demasiado transparentes, casi sin sombras. Suzu es un emblema de pureza e inocencia, y dan ganas de que largue algún insulto o le pegue una patada a un perrito callejero, así se vuelve menos perfecta. Y hay, finalmente, atajos narrativos, conflictos (entre hermanas, entre madre e hijas) que se resuelven con algunos gestos amables. Existe una delgada línea entre la sabiduría que sintetiza y la ingenuidad que reduce, y Koreeda no se cansa de recorrerla. Lo salvan sus planos repletos de vida y detalle, con actores que interpretan sus roles aparentemente sin esfuerzo. Es como si las imágenes abrieran un sinnúmero de puntos de entrada para el espectador. Las puertas corredizas de madera y papel, los bollos en una compotera, las miradas cruzadas entre hermanas, la coreografía de los parroquianos en un restorán de barrio, un saludo entre protagonistas que resume miles de palabras que nunca se dirán: cada elemento es una micro-historia. Cuando lo sencillo no es complejo, resulta aburrido. Por eso Koreeda suele explorar situaciones complicadas y agridulces; por eso sus tomas están tan precisamente compuestas. Siempre hay más de un personaje en escena, las hermanas o ellas con sus novios o colegas. Y siempre hay un espacio tangible, físico y social que vemos en la pantalla; y otro, emocional, mental y poblado de recuerdos, que permanece fuera de cámara. Porque el tema de la película, y de la mayoría de los diálogos, es cómo se construye una familia, cómo se edifica diariamente a partir de instantes acumulados, de domesticidad y de rituales, y cómo se define a través de lo que se cuenta y rescata. La familia es hoy pero también es memoria: son los cerezos en flor y el tostado de pescado, las fotografías y las anécdotas compartidas alrededor de una mesa baja. Tantos años de separación, y de padres y madres ausentes, obligan a las hermanas a llenar los baches. Se narran a sí mismas para darle orden a una cronología caótica.
Hirokazu Koreeda quizás sea el director más importante de Japón en la actualidad. Con una filmografía intimista y muy distintiva supo hacerse un nombre en el marco internacional, logrando obtener varias distinciones en el circuito festivalero. Es más, este año fue premiado con la Palma de Oro en el prestigioso Festival de Cannes por su más reciente trabajo “Shoplifters” (2018), que probablemente llegue a nuestras pampas a principio del año que viene. En esta ocasión, nos presenta un largometraje de 2016 que es incluso anterior al film que pudimos ver el año pasado en las carteleras argentinas titulado “After The Storm” (2017). En “Nuestra Hermana Menor” vuelve a meterse de lleno en el ámbito familiar para contarnos una historia muy personal y melancólica que retrata los vínculos afectivos de cuatro hermanas unidas ante el abandono de sus padres. La película cuenta la historia de Sachi, Yoshino y Chika, tres hermanas que viven en Kamakura (Japón), en la casa de su abuela. Un día reciben la noticia de la muerte de su padre, que las abandonó cuando eran pequeñas. En el funeral conocen a la hija que su padre tuvo trece años antes y pronto las cuatro hermanas deciden vivir juntas, a pesar de que la más pequeña se sienta incómoda al pensar que ella fue la causante del desinterés parental. Si bien Koreeda transita por algunos lugares recurrentes en su filmografía, mostrando la cotidianeidad de las relaciones familiares y sus rituales diarios, por momentos puede sentirse que estamos ante un relato con tintes novelescos. Sin embargo, resulta realmente armónica y sutil su forma de presentarnos los acontecimientos y esa red de vínculos que va construyendo progresivamente con oficio. La cinta se va revelando como un melodrama moderno y estilizado que se nutre del talento de sus intérpretes, en especial de Haruka Ayase, Masami Nagasawa, Kaho Indo y Suzu Hirose como las cuatro protagonistas que van desarrollando este drama sensible que pasa por la sencillez de la cotidianeidad y las relaciones humanas que a su vez comprenden lo más complejo de la vida familiar. Por otro lado, es muy atractiva la propuesta visual que nos ofrece el director nipón, ya que su puesta de cámara y sus encuadres nos muestran de manera privilegiada la intimidad de este grupo familiar quebrado que busca reconstruirse. La exquisita fotografía corrió a cargo de Mikiya Takimoto, que en su tercera colaboración con Koreeda, decidió utilizar una paleta suave y sobria que prioriza los tonos pasteles y la iluminación de bajo contraste en claves medias y altas. Un trabajo impecable que hace que cada plano parezca una pintura digna de un museo. En relación al aspecto musical, la banda sonora también aporta su cuota de sensibilidad y melancolía acompañando orgánicamente a la imagen. En síntesis, “Nuestra Pequeña Hermana” es un film maravilloso y disfrutable que probablemente admiren más aquellos que descubran al director en este film. Para los que ya sean habitues de Koreeda puede que les resulte un tanto larga y repetitiva, pero igualmente quedarán satisfechos con el resultado, por la universalidad de los temas tratados, por el maravilloso trabajo de fotografía y debido a las inspiradas actuaciones de sus actrices. Un viaje de autodescubrimiento bello y emotivo del director de “Tal Padre, Tal Hijo”.
Kore-eda Hirokazu continúa con su preocupación (obsesión) por las relaciones afectivas en el seno de familias muchas veces dominadas por la incomunicación, los recelos, los viejos resentimientos y los malos entendidos. En este caso, el director de After Life, Nadie sabe, Un día en familia y De tal padre, tal hijo narra la historia de Souchi, Yoshino y Chika, tres hermanas que viven solas en un pueblo llamado Kamakura. Cuando se enteran de que su padre -al que no veían desde hacía 15 años y que había formado otra familia- ha muerto, deciden viajar al funeral, donde descubrirán a Suzu, esa tímida y encantadora hermana(stra) quinceañera a la que alude el título. La chica se mudará al poco tiempo con ellas y se iniciará entre las cuatro una experiencia de (re)descubrimientos y nuevos códigos de convivencia. Bella, simple y emotiva, como todas las películas del director japonés, Nuestra hermana menor no supone un punto de inflexión en la carrera de Hirokazu Kore-eda, ya que transita zonas bastante exploradas en films previos y sus 128 minutos resultan un poco excesivos, pero así y todo regala unos cuantos momentos de sensibilidad, encanto y lirismo.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Japón sufrió un proceso de reconstrucción. Numerosas familias se trasladaban de pueblo en pueblo, negocios arruinados intentaban sobreponerse y la muerte se amontonaba en cada rincón. El cine japonés no fue una excepción —y tampoco decidió mirar a un costado. El sacrificio fue una constante como temática en cada una de sus obras. En el proceso de reconstrucción, estos filmes proponían la idea de que lo único que podía sacar al Japón de su deplorable estado posbélico era la lucha y sacrificio de sus habitantes. En consecuencia, la familia unida que se presentaba a principios de las películas terminaba separándose. Los personajes masculinos, trabajando exhaustivamente en pésimas condiciones, no veían otro fin más que la muerte. Los personajes femeninos combatían día y noche para mantener el orden familiar. Sin embargo, tarde o temprano, la familia se separaría. Todos los personajes sacrificaban sus vínculos familiares: los hijos se alejaban de sus padres para no serles una carga económica. Nuestra hermana menor de Hirokazu Koreeda podría verse como una obra que refleja las consecuencias que sufre esta sociedad setenta años después. Tras la muerte de su padre, quien las había abandonado cuando niñas, las hermanas Sachi (Haruka Ayase), Yoshino (Masami Nagasawa) y Chika (Kaho) asisten a su funeral para descubrir que tienen una hermanastra de quince años. Suzu (Suzu Hirose) demuestra ser un encanto de niña y las tres hermanas la invitan a vivir con ellas. Rápidamente, la niña se instala y la película envuelve al espectador en un relato mágico en el que todos los personajes son felices. Las pequeñas peleas que se dan entre las hermanas no pasan nunca a mayores, y, para un espectador acostumbrado al relato clásico (quien escribe), la obra le resulta un primer acto eterno. Pocas veces se ha visto a un personaje adaptarse tan fácilmente a un nuevo mundo como a Suzu. Los conflictos de generaciones pasadas que combatían contra la tragedia en pos de un mundo mejor para los jóvenes parecerían haber tenido un resultado feliz. Sin embargo, la cámara le da indicios al espectador de que la felicidad nunca es eterna. A lo largo de la primera mitad de la película, se puede observar en los pocos planos que componen cada escena un pequeño movimiento de la cámara, como si fuese un travelling que quiere mantenerse discreto, o un paneo que no termina por decidir su movimiento. Lo cierto es que esta presencia autoral genera cierta tensión en el espectador. El mundo feliz en el que el relato nos sugiere que viven las protagonistas no se retrata de manera fija, constante, sino que los problemas parecen acecharlas, como si esa cámara indecisa reflejara conflictos que no se atreven a salir de su escondite, pero que finalmente lo hacen. Diversos conflictos de identidad son los que atravesarán estas hermanas, y todos serán producto de ese pasado. Desde el resentimiento de Sachi para con su madre por haberlas abandonado, hasta cómo Yoshino debe ayudar a Sachiko Nin (Jun Fubuki), la dueña del restaurante al que asiste con sus hermanas, quien, al reencontrarse con su hermano (de quien justamente se separó en el proceso de reconstrucción japonesa), debe lidiar con asuntos pendientes y conflictos económicos de la herencia que comparten. Las generaciones anteriores se sacrificaron en pos del futuro, pensando en la generación de estas cuatro hermanas, pero la tragedia que envuelve a la tercera edad no cesa aún. La iluminación naturalista de cada ambiente tiene la función de resaltar el objetivo realista de la narración. No se trata de un simple cuento de felicidad utópica, sino de cómo generaciones pasadas reconstruyeron el Japón para que hoy en día los jóvenes puedan disfrutarlo. Sin embargo, hay algo que los predecesores de Koreeda jamás tuvieron en cuenta en sus influyentes narraciones que propiciaban el sacrificio en el pueblo nipón: las separaciones familiares que fueron el medio para lograr su fin. Nuestra hermana menor remarca nuevamente el sacrificio, pero desde el punto opuesto en la línea temporal de sus predecesoras. La obra de Koreeda trae el resultado del sacrificio. Por un lado, la felicidad de los jóvenes, quienes sin ningún problema económico o social pueden vivir una vida plena, pero que, no obstante, deben convivir con los despojos del pasado. Todo sacrificio acarrea grandes consecuencias, y estas son las que vuelven hoy en día a Japón, donde muchas familias separadas por más de medio siglo se reencuentran. Koreeda no parece tener una solución a este enigma que se vislumbra en su relato, por lo que decide concluir remarcando el hermoso mundo que se logró para las nuevas generaciones, y agradeciendo al padre (pasado) por haber creado a la hija (futuro).
Sólo ellas La postergada décima película de ficción del japonés Hirokazu Kore-eda se estrena finalmente en Argentina. Una historia esperanzadora que regresa sobre los mismos temas que inquietan al cineasta nipón: la muerte, los recuerdos y los vínculos familiares, en este caso, entre mujeres. Nuestra hermana menor (Unimashi Diary, 2015) basada en la novela homónima de Akimi Yoshida, presenta a las hermanas Souchi, Yoshino y Chika, quienes comparten la casa de la infancia en la ciudad de Kamakura. Un día reciben la noticia de la muerte de su padre al que prácticamente no conocen, un hombre ausente del hogar por más de 15 años tras separarse de su mujer. Ellas deciden viajar al campo donde se realiza el funeral y conocen a su pequeña hermana adolescente Suzu, hija de un nuevo matrimonio de su padre. Invitan a la niña a vivir con ellas y juntas construyen un vínculo. Tomada como una reversión de Mujercitas, Nuestra hermana menor relata los anhelos y frustraciones de cada mujer, siempre reelaborando su identidad ante el descubrimiento de nuevos datos familiares. La figura ausente del padre, idealizado por momentos, criminalizado en otros, recompone la historia familiar de las chicas. Con la construcción idílica de un Japón plagado de tradiciones en cada marquesina, estación de tren o puesta de sol, la película se centra en la intimidad de las mujeres y sus conflictos existenciales. Como en todo su cine, el fin de Hirokazu Kore-eda es humanizar a sus personajes. El recuerdo individual se convierte en memoria colectiva y con ella los personajes obtienen su “aprendizaje” de la vida. Nuestra hermana menor no deja de ser un melodrama, contado con la delicadeza suficiente para no caer en el golpe bajo ni en efectismos. Hirokazu Kore-eda toma el género –de la tradición oriental, al estilo Yasujiro Ozu- para abrir paso a la reflexión existencial en un sentido natural (la naturaleza siempre sobrevuela a los personajes como una sabiduría ancestral). Una película poética y amena que, mientras esperamos el estreno de Un asunto de familia (Manbiki kazoku, 2018) ganadora del 71 Festival de Cannes, funciona como una entrada tierna y sensible al universo del director de De tal padre, tal hijo (Soshite chichi ni Naru, 2013).
El Japón de Hirokazu Kore-eda se construye a partir de sonidos y tonalidades. La melodía que acompaña a una mujer desde la casa de su amante hasta el hogar familiar, los encendidos verdes del bosque que contrastan con la austeridad de un funeral, los gritos de liberación de dos hermanas que resuenan en el vacío alrededor de la montaña. Esos elementos elegidos con cuidado, casi como tenues acordes, son los que Kore-eda dispone para contar sus historias domésticas, de emociones contenidas y pérdidas devastadores. Casi como un heredero del gran Mikio Naruse, ese director japonés olvidado entre los nombres de Kurosawa, Mizoguchi y Ozu, Kore-eda atiende con encanto magistral y una sensibilidad única a lo que ocurre ante nuestros ojos y no siempre vemos. Su cine se concentra en los espacios diarios, los mundos conocidos, las relaciones cercanas. Es allí, entre lo familiar y lo cotidiano, donde siempre despega lo misterioso y lo extraordinario. Es en esa vieja casa que comparten Sachi, Yoshino y Chika, bañada en los recuerdos del abandono y el aroma del licor de cerezas, a la que llega Suzu, vestida de escolar, como una moderna Cenicienta que escapa de la madrastra y de los rencores silenciados del pasado. Sin apelar a grandes conflictos ni a excesivo dramatismo, Kore-eda convierte los sucesivos rituales culinarios de esas cuatro hermanas en mágicos territorios de encuentro, amor y comprensión.
Son tres hermanas. La mayor es enfermera, mujer seria; la mediana, bancaria, se da algunos permisos con los jóvenes, y la tercera ya es empleada de comercio. Viven en casa de la abuela, en una ciudad del interior. Hace mucho el padre las dejó por otra mujer, luego también se fue la madre. Ahora deben viajar al velatorio de su padre, con quien ni siquiera se hablaban. Ahí descubren que el hombre tenía otra hija, de unos 13 años. Una pequeña hermanastra. Ellas la convierten en su pequeña hermanita. Hermosa historia, delicada, sin estridencias. Sólo ellas, que carecen de resentimiento y se tienen y sostienen a sí mismas, y soportan con calma las molestias de cada día y los rezongos de la abuela. Sólo ellas, y el placer de las cosas simples, como una comida juntas, o un paseo en bicicleta, los cerezos en flor, el calorcito del sol en la cara, todo mostrado con ejemplar sutileza, con una mirada tranquila y optimista de los azares de la vida. No hay mucho más (a la vista) en esta plácida historia del maestro Hirokazu Kore-eda, que se agrega a otras pinturas suyas de la vida familiar, como “Después de la tormenta” o “De tal padre, tal hijo”, y mejor aún a esa joya que es “Todavía caminando”, hermoso título. Así también se suma este autor a sus maestros, los venerables Ozu, Ichikawa y Naruse. Dicho sea de paso, esta película, premio del público en San Sebastian 2015, se inspira en un manga de Akimi Yoshida. Y lo supera.
Del mismo director “De tal padre, tal hijo” llega de manera tardía “Nuestra hermana menor”, una película que es su segunda adaptación de un manga japonés galardonado en 2013 (lo había hecho antes con Air Doll) y que en esta ocasión mereció el Premio del Público del Festival de San Sebastián en 2015 y fue seleccionada para competir por la Palma de Oro en el Festival de Cannes ése mismo año. La película cuenta la historia de tres hermanas que tras la muerte de su padre, conocen a una media hermana de catorce años, y juntas aprenden el reto que merece vivir en un hogar con padres ausentes, pero no carente de luz y respeto, algo que la cultura japonesa tiene arraigado en su cultura. Las actuaciones de las cuatro actrices que retrataron a las hermanas asombran por su realismo y la complicidad que logran entre ellas, a tal punto que fueron premiadas o nominadas en los premios de la Academia Japonesa. Además de las cuidadas composiciones, el color, y los árboles de cerezos, que invitan a una experiencia visual, la película nos habla de la importancia de la aceptación y el perdón, y colocan a este director asiático como imprescindible. Este año fue el primer director asiático en ganar la Palma de Oro en Cannes con “Un asunto de familia”.
Retrato agridulce de la clase media Sin decirlo en voz alta, el film japonés termina escribiendo un pequeño y potente tratado sobre la construcción identitaria. Sendos funerales abren y clausuran Nuestra hermana menor, la película del japonés Hirokazu Koreeda que formó parte del pelotón competitivo del Festival de Cannes 2015 y que ahora, tarde pero seguro, se estrena en salas de nuestro país. El primero toca de cerca a las hermanas Koda: quien acaba de fallecer es su padre, con quien no han tenido el más mínimo contacto durante quince años, luego de que formara una nueva familia en otra ciudad. La ceremonia que llega cerca del cierre, en tanto, marca el fin de la larga enfermedad de una vecina, la dueña de un pequeño restaurant que supo ser testigo del crecimiento de las tres veinteañeras: Sachi, la mayor y más formal, enfermera en el hospital de la ciudad de Kamakura, donde transcurre gran parte de la historia; Yoshino, empleada bancaria y eterna enamorada de hombres problemáticos; Chika, la menor y más desprejuiciada, a quien su trabajo en un local de ropa deportiva le permitió conocer a su novio. Las referencias al mundo laboral no son casuales ni menores: la película es un derivado moderno de ese género típicamente nipón que los estudiosos occidentales suelen llamar shomingeki, retratos agridulces de la clase media trabajadora que realizadores de la talla de Yasujiro Ozu o Mikio Naruse llevaron a su máximo grado de relevancia y belleza artística. Casualmente o no, Ozu pasó una parte de sus últimos años en la ciudad de Kamakura y su tumba en el cementerio cercano a la estación de tren es uno de los lugares obligados para el turista cinéfilo. Como ocurre en el manga por entregas Umimachi Diary, de la experimentada historietista Akimi Yoshida, en los cuales la película se basa (ese es también el título original de la versión cinematográfica), hay un cuarto personaje que se suma al trío protagónico. Suzu, con trece años recién cumplidos, ha quedado huérfana y sus hermanastras la invitan a mudarse a la casona familiar de dos plantas en la cual viven desde que su madre decidió abandonarlas años atrás. Las vínculos familiares, como ocurre en una porción importante de la filmografía del director de Nadie sabe y De tal padre tal hijo, son centrales y lo que se intenta llevar a cabo no resulta tarea sencilla: una historia profunda y emotiva –delicadamente conmovedora, incluso– que nunca echa mano a los grandes gestos del melodrama. Aunque, por momentos, la música compuesta por Yoko Kanno pareciera ir precisamente por ese camino, desoyendo los mandatos de las imágenes. Nuestra hermana menor se concentra en detalles cotidianos, en el énfasis o el recato de aquello que se dice durante el desayuno o la cena, en paseos aparentemente poco extraordinarios. Aunque, de tanto en tanto, el relato presenta conflictos complejos ligados a la experiencia humana: la posibilidad de una mudanza a otro país, la muerte de un ser querido y, desde luego, los dolores y alegrías del crecimiento. No es menor la relevancia de los personajes secundarios, que la narración utiliza como contrapunto al núcleo dramático. Más allá del cuarteto de intérpretes centrales, representantes del cine japonés contemporáneo, Koreeda contó con un notable pelotón de actrices veteranas, entre otras Midoriko Kimura y la recientemente fallecida Kirin Kiri, vista hace algunos meses en el papel central de Una pastelería en Tokio, de Naomi Kawase. En las relaciones entre las cuatro chicas y su contacto con otras personas, pautados por el paso del tiempo y los cambios de las estaciones –toda una tradición en el arte japonés en general–, Koreeda va tejiendo laboriosamente la tela sobre la cual se va dibujando la silueta del drama. Sin decirlo en voz alta, Nuestra hermana menor termina escribiendo un pequeño pero potente tratado sobre la construcción de la identidad, tanto la personal como la colectiva, un relato de maternidades abandonadas y asumidas -con toda su carga de amor y también de sufrimiento- donde el pasado convive con el presente, no sólo a partir de los recuerdos sino a través de gustos y aromas concretos: el licor de cereza de la abuela añejado en un frasco o el particular olor de un kimono heredado. El gran logro de Koreeda en esta película, algo subvalorada desde su lanzamiento mundial hace tres años, radica precisamente en la falta de estridencias, en su laboriosa construcción hecha no sólo de elementos presentes en los diálogos y miradas sino también por otros que apenas pueden ser intuidos.
Aunque hubiese tenido más sentido que se estrenara "Somos una familia", la última película de Kore-eda Hirokazu, que ganó la Palma de Oro en la edición de este año del Festival de Cannes, ahora la que llega a la cartelera porteña es "Nuestra hermana menor", de 2015. El filme del aclamado director ("Un día en familia" y "De tal padre, tal hijo") es una adaptación de la novela gráfica "Umimachi Diary", de Akimi Yoshida. Tres hermanas, Sachi (Haruka Ayase), Yoshino (Masami Nagasawa) y Chika (Kaho), que comparten casa en Kamakura, viajan a las afueras de la ciudad para asistir al funeral de su padre, a quien no han visto en quince años. En el velatorio, las chicas conocen a su medio hermana Suzu (Suzu Hirose) -producto de una relación extramatrimonial- y, como se encariñan con la adolescente, deciden invitarla a vivir con ellas. UNIVERSO FEMENINO El realizador japonés vuelve a retratar un tema recurrente en su filmografía: las relaciones familiares. En esta película, el cineasta no solo se adentra en la cotideaneidad de las cuatro hermanas y en ese universo femenino, sino también en cómo las protagonistas repiten patrones en su vida adulta por haber transitado la traumática separación de sus padres. Con una fotografía delicada, y algunas puestas que recuerdan al cine de Yasujiro Ozu, el filme busca mostrar de manera sobria la angustia de sus protagonistas, en especial la de Suzu, la menor, quien está en plena metamorfosis. De ritmo tranquilo, la película presenta este nuevo ensamble entre las hermanas que funciona como un fresco comienzo para esa familia partida y también como una manera de reconciliarse con el pasado.
Basada en una novel gráfica de gran éxito en Japón, es el origen de esta nueva película de Hirokazu Kore-eda (“De tal padre, tal hijo”) que habla de la historia de tres mujeres que ante la muerte de su padre, conocen a una hermana adolescente de distinta madre. Y especialmente la mayor tiene la idea de hacerse cargo de la quinceañera. Todos los conflictos de esta nueva familia de chicas, ocurrieron en el pasado. Un padre infiel, una madre, la de las mayores, que las abandonó apenas se divorcio, la adolescente que se hizo cargo de la enfermedad de su progenitor y tuvo que soportar a una madrastra odiosa. Lo que registra la historia son los leves cambios, complicidades, amores, ritos familiares, novios, rupturas y comienzos sentimentales de estas mujeres independientes y calladamente cariñosas. Distintas y amorosas, se demoran en preparaciones de licores, en cenas y visitas a un restorán, cuya dueña ayudó a criar a las mayores. Con un ritmo lento, por momentos un poco estancados, con otros realmente poéticos y con un vínculo muy bien actuado que hace que la química de esta familia no tradicional llene de encanto la historia tranquila de una convivencia pacifica, de leve interés.
“Nuestra hermana menor”, de Kore-eda Hirokazu Por Gustavo Castagna Nunca entendí el excesivo prestigio que Hirokazu Kore-eda tiene en el mundo de los festivales y en buena parte de la crítica de acá y de allá. Está bien: su lejanísima opera prima, After Life (1999), exhibida y ganadora en aquel primer Bafici, sigue manteniendo su importancia. Aquella novedad argumental del film, el tono bajo y sutil y la forma en que se transmitía el encuentro con la muerte, entre otras cuestiones, sirvieron como presentación de un cineasta debutante. Luego vendrían, entre otras, Nadie sabe; De tal padre, tal hijo y Un día en familia, diferentes en sus propuestas, pero más arraigadas a cierto academicismo festivalero, global y de consenso, que articulan un discurso que apela a la emoción, a ciertos lugares comunes, al reflejo de una sociedad en donde la familia es el sostén primordial para disimular carencias y ausencias. Las películas – con subas y bajas – funcionan desde sus propósitos iniciales pero los materiales cinematográficos ya resultaban convencionales, poco arriesgados, supeditados a la búsqueda del impacto emotivo. Dentro de esos tópicos puede analizarse Nuestra hermana menor, que no es el último film del cineasta (Shoplifters, Palma de Oro en Cannes este año, se estrenaría en febrero), donde el director asiático vuelve a interesarse por la des-composición familiar y los intentos en volver a armar un clan anárquico, disfuncional y que parece perdido en el tiempo. Es lo que ocurre con tres hermanas (Souchi, Yoshino y Chika), chicas de barrio, que viajan a propósito de la muerte de su padre con el que no tuvieron relación alguna durante 15 años. Pero aparece Suzu (de ahí el título de la película), una adolescente, una hermanastra, una desconocida. Con este conflicto –descripto a través de detalles breves y cautos –Nuestra hermana menorestimula el tono bajo y susurrante, las pequeñas rencillas, el re-descubrimiento de los afectos. Otros personajes se sumarán a la historia de las cuatro mujeres, familiares, compañeros de trabajo, parejas, jóvenes pretendientes a novios. Así es el cine de Kore-eda: Nuestra hermana menor se ve sin demasiados inconvenientes aun cuando el exceso de metraje perjudica a la trama en la segunda mitad. El problema sigue siendo la forma en que utiliza los recursos cinematográficos al servicio de la puesta en escena. La música es empalagosa y pueril con sus violines que buscan la lágrima fácil. Los planos que transcurren cerca del mar también son obvios y redundantes como material simbólico. Las relaciones que se van estableciendo entre los personajes (de afecto, de amistad, de reconciliación) están trabajadas desde una superficie insoportable, sin profundizar ni ahí culpas propias y ajenas. Kore-eda confunde lirismo (en clave berreta) con pretender ser “poético” mostrando a las cuatro hermanas mirando el mar. Como ocurría en algún teleteatro de hace décadas, ahora con más dinero, bien facturado desde la parte técnica y recurriendo a exteriores estilo postal turística de un barrio japonés de clase media. NUESTRA HERMANA MENOR Umimachi Diary. Japón, 2015. Dirección, guión y montaje: Kore-eda Hirokazu. Fotografía: Mikiya Takimoto. Música: Yôko Kanno. Intérpretes: Haruka Ayase, Masami Nagasawa, Kaho, Suzu Hirose y Ryo Kase. Duración: 127 minutos.
El director japonés Hirokazu Koreeda (“De tal padre, tal hijo”) no habla de la familia, de los lazos de sangre, con estas hermanas que recién se conocen comienzan a experimentar su convivencia, las cuatro jóvenes disfrutan de cada momento de su vida cotidiana y de las tradiciones familiares. Varios valores están a través de las imágenes, lo sensorial, con interesantes metáforas, toca temas relacionados con lo social, el amor, la infidelidad y las relaciones humanas. Un film emotivo, honesto, de gran encanto, tierno, con actuaciones solidas y las actrices le dan buenos matices. Armoniza muy bien la música y la fotografía.
Denso tratamiento de problemáticas familiares en el contexto de la cultura japonesa Problemas familiares hay en todos lados. No sólo es propiedad del mundo occidental, también se da en una sociedad rígida y fría como la japonesa, donde los padres hacen cosas que terminan lastimando y traumatizando la mente de sus hijos. De eso trata un poco este film de Hirokazu Koreeda, cuya misión es la de contar la vida de tres hermanas que viven juntas, en la casa que fue de sus abuelos primero y luego la de sus padres, pero, actualmente, sólo la ocupan ellas tres. Sachi (Haruka Ayase) es la mayor. Yoshino (Masami Nagasawa), es la del medio y Chika (Kaho), es la más chica. Todas trabajan, tienen novios más o menos estables, se llevan, dentro de todo, bastante bien, se ocupan de la casa, etc. Pero un día se enteran que su padre murió y deben ir al funeral que es en otro pueblo, donde vivía con su otra familia. Este hecho sucede así porque él las abandonó hace 15 años y se fue con otra mujer, con la que tuvo otra hija, Suzu (Suzu Hirose), la hermana menor que hace referencia el título de esta obra. Ellas deciden adoptarla, de algún modo, y se van a vivir las cuatro juntas en la misma casa. Suzu todavía va al colegio secundario y juega muy bien al fútbol. La película transcurre en lo que las hermanas hacen todos los días del año. Sus trabajos, quehaceres domésticos, la producción de licor de ciruelas, la cocción de distintos tipos de comidas. Aquí hay que hacer una llamada de atención, cocinan mucho, no sólo las protagonistas, sino otras personas también. Y comen, comen mucho también. Así que no es recomendable verla con hambre. La realización no se basa en narrar grandes conflictos, porque eso fue expuesto al comienzo del mismo, sino que lo interesante es ver como las chicas se van apoyando mutuamente, cada una con su personalidad. Que les permite aflorar sus emociones, recuerdos dolorosos y sentimientos encontrados. Para buscar sanar las heridas del pasado provocadas por un padre adúltero y una madre que también las abandonó un año después que él por no poder soportar la vergüenza que le provocó su marido. De ese modo transitan las escenas, priorizando las relaciones personales, los diálogos, la ausencia de música, la calidez y la frialdad humana en su máxima expresión. También llama mucho la atención, en un país tan tecnológicamente evolucionado, que nadie utilice una computadora, una tablet o un celular, sólo se habla cara a cara y tienen tiempo para ocuparse de otras cosas, como las de estrechar cada vez con más fuerza el vínculo entre las cuatro y que a la hermanastra sea considerada como una igual, una más de la familia.
La historia de tres hermanas que, a la muerte del padre, descubren que tuvo otra hija, ahora de trece años, con la que deberán relacionarse. Lo bueno de estas últimas semanas del año en las que se estrena todo lo que quedó sin pantallas cuando los tanques acapararon salas es que aparecen excelentes películas (aunque, siempre y desgraciadamente, por poco tiempo) que el circuito suele rechazar. Es el caso de este film de 2016 firmado por Hirokazu Koreeda, uno de los más importantes realizadores actuales, de quien vimos “After Life”, “Nadie sabe” o “De tal padre, tal hijo”. Aquí nuevamente cuenta un melodrama familiar: la historia de tres hermanas que, a la muerte del padre, descubren que tuvo otra hija, ahora de trece años, con la que deberán relacionarse. No hay aquí elementos sorprendentes, ni golpes bajos: sólo el tranquilo descubrimiento de una nueva vida para cada uno de los personajes. Como en todas sus películas, la familia es un mundo que también implica una suerte de aventura en busca de alguna forma de la felicidad, aun cuando no resulte tan sencillo encontrarla. Koreeda logra construir un relato con tensión constante sin por eso apelar a la vuelta de tuerca de guión o al truco que lleve a la lágrima fácil. La mayor virtud de realizador y película consiste en que las emociones se transmiten con la cantidad precisa de información, con las imágenes más pertinentes. Un bálsamo ante la creciente mediocridad del (mal llamado, pero esa es una discusión larga que excede estas pastillas críticas) “cine comercial”.
Desde sus primeras ficciones, pensemos en Afterflife – La vida después de la muerte, Hirokazu Kore-eda nos dice que los dramas existen pero que pueden ser abordados en medio de la gentileza y la solidaridad afectiva. La imagen de aquella anciana con sus macetas es la clave de su cine, más cercano al tiempo de la meditación y de la banalidad cotidiana, donde la muerte o la ausencia de un ser querido es el punto de partida para reestructurar vínculos familiares, sin excesos ni signos fatales. En este sentido, el japonés es “el realizador de la cordialidad”. Más cerca de Ozu, Naruse o Kawase, que de Kurosawa, Mizoguchi o los estrépitos genéricos de Kitano, Miike y Sono, por nombrar a algunos. El motor que activa la historia de Nuestra hermana menor es una muerte, un funeral y un encuentro inesperado. Las tres hermanas del matrimonio anterior del difunto conectan con la menor del título a la que prácticamente adoptan y se la llevan a vivir con ellas. A la muerte le antepone Kore-eda un universo femenino vital y la necesidad de reparar en las pequeñas cosas como motivaciones para seguir viviendo. El país del director no es el de la modernidad hipertecnológica ni el de la alienación capitalina, sino el de los trenes y los cerezos floridos. Por ende, lo más traumático que se puede presentar es un insecto en el baño. Dentro de ese mundo autosuficiente hay raptos de absoluta alegría: se disfruta de la naturaleza, se la observa y se convive con ella, se saborea un licor de cerezas o se comparte una comida con el tiempo necesario. Para ello, también se concibe una lógica en el encuadre donde la cámara se ubica en una posición y a una distancia suficientes como para preservar los movimientos y las presencias de los personajes en el cuadro, sin movimientos intrusivos narcisistas. Si hay algo que reconocerle al director es que nunca se pone por encima de lo que observa. Lo anterior, no obstante, no quita que en ese afán por dilatar esta concepción de la vida, no escatime en mecanismos reparadores un tanto abusivos, como por ejemplo la utilización de una música incidental que fuerza la empatía con lo visto o la ilusión desmedida de creer que todos en el mundo son buenas personas. De todos modos, estos pequeños pecados no apañan verdaderos momentos de placer, de contagio por respirar esas flores, sentir la brisa o mirar el mar como sus criaturas. Si hay algo que logra Kore-eda con sus películas es dejar una sensación de feliz melancolía a partir del transcurrir temporal en familias de clase media cuyos trabajos implican sacrificio aunque esta verdad no se grite nunca. Las hermanas Koda se desempeñan en situaciones laborales diversas pero que confluyen en una desazón controlada. A ellas se les suma Suzu, con sus trece años recién cumplidos y entonces se forma una nueva coraza protectora cuya sensibilidad femenina se destaca con un sentido comunitario evidente, sin necesidad de que los hombres sean una porquería. Los conflictos están en la película pero nunca sobrepasan la unión de las mujeres, la conservación de un espacio hogareño sagrado, el disfrute de los detalles y las caminatas por senderos arbolados o a orillas del mar. Que la falta de estridencia o de la sordidez habitual no confunda. El cine también es un espacio autónomo para una posible felicidad. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
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Estrenada en Cannes en 2015, la décima película del realizador japonés (que este año ganó la Palma de Oro allí con “Shoplifters”) es un drama familiar acerca de tres hermanas que, de grandes, descubren que en realidad son más de tres. Las relaciones familiares y, especialmente, los niños abandonados por sus padres, son un tema constante en el cine del japonés Hirokazu Kore-eda, en películas como NADIE SABE, UN DIA EN FAMILIA y DE TAL PADRE, TAL HIJO. En este caso, la historia se centra en tres hermanas que viven juntas y a quienes sus padres han abandonado después de una conflictiva separación. Pero como sucede en muchas familias japonesas, “de eso no se habla”, y cuando muere el padre las chicas se enteran que tienen una media hermana de su siguiente matrimonio. Tras ir al velorio en otra parte del país y darse cuenta que la adolescente no la tendrá fácil allí, deciden invitarla a vivir con ellas a su caserón antiguo en una coqueta y pequeña ciudad. NUESTRA HERMANA MENOR se ocupará de allí en adelante de la relación entre las cuatro hermanas, más centrándose en las vidas cotidianas de cada una y en la convivencia en gran parte amable y cordial entre todas. Hay algunos conflictos y situaciones complicadas, pero lo que prima es la armonía y la unión de las cuatro chicas –muy distintas entre sí– para salir adelante juntas, en un tono que por momentos recuerda a la argentina ABRIR PUERTAS Y VENTANAS, de Milagros Mumenthaler. ourlittle2En cierto modo, los ecos de la separación de los padres repercuten en las actitudes que toman cada una en sus vidas, en especial la hermana mayor quien vive un affaire amoroso con un hombre casado que trae reminiscencias del pasado familiar. Los conflictos no son leves –de hecho, son bastante densos– pero en el modo en el que Kore-eda los trata y la manera algo distante y pudorosa de los personajes para enfrentarlos dan a entender que todo está bien allí, especialmente a partir de lo bien que parecen llevarse todas. Pero lo cierto es que muchas veces esa armonía se conquista en base a silencios que, en cierto momento, habrá que quebrar para seguir adelante. Delicada, anecdótica, bella, un tanto larga para una historia que no tiene un eje/conflicto fuerte en lo narrativo, es un regreso de Kore-eda a ese cine de cuidadas emociones en el que los choques generacionales en el seno de una familia afectan a los espectadores de manera sutil, pero dejando una sensación de melancolía que lo acerca al cine de Yasujiro Ozu. Si bien no llega a su maestría y su control de la puesta en escena, esta historia del choque entre el deseo personal y las obligaciones familiares está muy en la senda del gran maestro del cine japonés.
Dios no piensa en los detalles La hermana pequeña es hija de otro matrimonio, y las hermanas mayores no la conocen. El padre fallece y la convivencia surge como respuesta en este film sensible y magistral. Un sentir de necesidad mutua, de elecciones. Es un encanto paulatino el que surge en las películas del director japonés Hirokazu Koreeda. Hace un año se distribuía en el país Después de la tormenta (2016), su película siguiente no tuvo estreno local, y la que ocupa estas líneas, Nuestra hermana menor, es de 2015. Vaya a saberse cuáles son los designios que deparan tal suerte de proyección. Al menos, algunas de las películas de este realizador llegan al estreno comercial, y el cinéfilo hará bien en recordar aquella obrita maestra, premiada en el festival Bafici, que es Afterlife (1998). Desde ya, el encanto paulatino de este trabajo poco tiene que ver con el laberinto de la exhibición, sino con el mundo personal que Koreeda construye con cada película que dirige. Dilemas familiares, personales, personajes con la conciencia de saberse repentinamente vivos, a partir de la inmediatez de la muerte. En los dramas de este director japonés, es un grupo de personajes el que enfrenta estos avatares, como caras compartidas de una misma pregunta, contenida en varias voces. En Nuestra hermana menor, el realizador japonés versiona una premiada historieta de Akimi Yoshida, y de acuerdo con lo que dejan ver los paneles del manga que circulan por la red -con interiores en blanco y negro, portadas a color-, se aprecia la emulación de ciertos planos generales en donde la ciudad convive con la naturaleza, encuentra una raigambre poética que es marca personal en el cineasta. Así como sucede en (la posterior) Después de la tormenta, en Nuestra hermana menor los personajes parecieran habitar una Japón diferida, alejada de las marquesinas digitales, sin congestiones ni apabullamiento tecnológico. Antes bien, se trata de pueblos o barrios calmos, en donde es posible apreciar el perfume de los cerezos en flor. Los cerezos no constituyen un efecto retórico, sino que asumen el lugar en el cual las acciones de los personajes tendrán su encuentro. Pero para llegar allí hay que saber esperar. Acá es donde aparece el encanto, en la paciencia, en los momentos pequeños que, en tanto efímeros, necesitan de la contemplación: la brisa suave, las gotas de lluvia repentina, el frío que invade el hogar, el ciruelo añoso, el sabor de la comida recién hecha. Detalles enormes. Que señalan un sentir cercano hacia el cine de Yasujirō Ozu, pendiente también de un entorno que excedía a los personajes, apenas pasajeros de un mundo que permanece, que hace mucho más que ellos está mientras les asiste en sus alegrías y dolores. La trama ofrece cierto movimiento pendular de la historia. En Nuestra hermana menor se narra cómo, a partir del fallecimiento del padre, tres hermanas lidian con la asistencia al funeral. También con la oportunidad forzada de conocer a una media hermana. El film es esto, también el movimiento pendular consecuente, porque se trata a su vez de cómo esa niña pequeña procura un encuentro con las hermanas mayores. La convivencia entre las cuatro ser revela adecuada al ritmo mismo del relato: de a poco, sin atropellos ni diálogos que expliquen, tampoco con escenas de clímax sorprendente, sino miradas fugaces, asentimientos y sonrisas tímidas, recetas de cocina y juegos compartidos. La pequeña Suzu (Suzu Hirose) es, en principio y desde la especificidad cinematográfica, el contraplano de las tres hermanas; es decir, ella está por fuera del encuadre, pero esto también es lo que sucede a la inversa. El intento de toda la película será el de reunir a las cuatro hermanas en un mismo plano. Lo hará a través de momentos íntimos, que surgirán cuando corresponda, sin apuro. Al mismo tiempo, las situaciones de vida serán actos reflejos entre sí. La figura del padre fallecido oficia como un vértice entre dos familias, y entre ellas, episodios que no serán tan diferentes, mientras permiten que el descontento hacia los adultos trueque en mirada interna: descubrir al otro (el padre, la madre) en uno mismo. Lo que importa, en todo caso, son los cerezos en flor, si el color que los acompaña pudo ser apreciado. Allí hay algo más hondo, hermoso. Podría pensarse, desde ya, que para llegar a tal sensibilidad hay que atravesar lo vivido, con sus incongruencias tal vez aparentes. Hoy estoy enojada con Dios, dice la hermana mayor, la enfermera y más obsesiva de las tres, al enterarse de que la cocinera del alma, cuyo restaurante le acompañara durante toda la vida, padece una enfermedad irreversible. Lo que parecía para siempre se esfuma, y ese lugar de cariño en donde las historias de estas hermanas se anuda, habrá de sumergirse en los recuerdos. Allí, dos situaciones. Una: la entereza de esa mujer que, al saberse mortal, prefiere ver los árboles florecidos. Otra: aceptar el ofrecimiento del hospital en el cuidado de los pacientes terminales. Ninguna de estas dos instancias es forzada, tampoco vuelta relación explícita, sino que lo que entre ellas habrá de suceder -cuidar de esa mujer con el mismo afecto que ella supo tener- será resuelto de maneras indirectas, sesgadas, elípticas. Otra vez el movimiento pendular: la vida que dio cariño finalmente lo recibe. Y sus últimas palabras, parece ser, han sido que fue feliz. Del mismo modo, es en esta hermana en quien se cifra otra dualidad inmanente, en relación a ese doctor y amante que prefiere la pediatría antes que ver morir a sus pacientes. Ella se debate. Lo cierto está en que una y otra mirada convergen, son recíprocas. Koreeda perfila un sentir de mundo que es de necesidad mutua, de elecciones que hacer para que otros y otras puedan también ser. En el camino, hay momentos dolorosos y equívocos, pero en ningún momento se evaluará lo hecho desde la acusación. Aun cuando éste sea el sentir en algunos de los personajes, lo cierto es que el film del director Koreeda se valdrá de esta furia para trastocarla en comprensión más profunda. Ese padre que abandonó a toda su familia, esa madre que también lo hizo; de todos modos, hay un cariño todavía, y no faltarán momentos en donde hacerlo sentir. "Dios no piensa en los detalles, así que nos tenemos que ocupar de ellos", se escucha decir en algún momento de la película. La pequeña Suzu, en tanto, vive lo que sucede como un escenario al que pareciera no haber sido invitada. Finalmente, habrá también licor de ciruela para ella. Sin darse cuenta, las prácticas y costumbres de estas hermanas unidas y diferentes le han llegado bien dentro. El plano final las contiene y es en secuencia, sin cortes, con todo el tiempo para ellas.