Zhenia (Alec Utgoff) es un inmigrante ucraniano recién llegado a Polonia que trabaja como masajista a domicilio, dentro de un barrio privado. Allí, las casas son idénticas, muy blancas, elegantes y de jardines perfectamente arreglados. Asimismo, sus habitantes también instan en parecerse, todos de un gran poder adquisitivo y viviendo sus aburridas vidas en pareja y en familia, pero también en soledad. Es que casi no se relacionan, ni entre ellos ni con los vecinos, salvo por algún amorío clandestino.
Un visitante extraño y misterioso se mueve con sigilo entre las casas costosas e iguales de una urbanización privada en Polonia. Es un masajista con ciertas cualidades que escucha y lleva consuelo a esos habitantes angustiados, disconformes, traumados, tristes, ricos tensos e infelices. Como si se tratara de un catalizador, un ángel, una presencia mágica, este masajista forzudo con cuerpo trabajado de bailarín, carga con su mesa y sus toallas para repartir sus dones en cada residencia. De su historia poco se sabe: tenía siete años cuando explotó Chernobyl , el vivía con su madre en una población cercana. Con su poca edad y sus “poderes” intentó curar en vano a su mama, afectada por la radiación. De hecho cada vez que le preguntan su origen hay algún chiste se cuela con respecto a su peligrosidad. Apenas comienza la película obtiene su residencia en esa devastada ciudad polaca durmiendo al funcionario que le pone peros a su trámite. Casi como un homenaje a “Teorema” de Pasolini, este hombre más sutil y recatado lleva un poco de alivio a cada vecino afectado por la enfermedad, o los prejuicios, la discriminación, la soledad, la incomprensión. Un film que requiere cierta complicidad del espectador para entrar en ese juego fascinante donde ese personaje en determinados momentos, como guiños cómplices hace uso de sus “poderes”. El actor ruso Alec Utgoff, con su talento, maravillosamente iluminado para subrayar las características de su personaje, Zhenia, está perfecto para este rol imaginado y realizado por Malgozzata Szumonska y su habitual colaborador Michal Englert. Un elenco impecable para dar vida a cada uno de los integrantes de esa vecindad.
Los personajes oscuros, misteriosos, con poca historia y futuro incierto abundan en el cine. Su clave es la espontaneidad. Nunca se sabe qué puede pasar con ellos y qué giro puede tomar la historia, si todo sucede minuto a minuto, mientras la rutina -valga la redundancia- se repite. En `Nunca volverá a nevar', la directora Malgorzata Szumowska (`Ellas', con Juliette Binoche, 2011) junto a su otrora director de fotografía Michal Englert, nos trae a Zhenia (Alec Utgoff), un inmigrante ucraniano que se gana la vida dando masajes en un exclusivo y apático barrio cerrado de Varsovia. El, atractivo, eficiente y monocorde en su concepción, se vuelve un Adonis para estos vecinos. Con tintes de cine surrealista y escenas alegóricas de clara crítica social, la cinta va mostrando qué se genera en cada encuentro entre este vendedor de placeres físicos y psíquicos, y sus pacientes/clientes que esperan semana tras semana su llegada para aliviar frustraciones y pesares. Una especie de circuito de almas en pena integrado por un hombre enfermo de cáncer, un ama de casa (desesperada por sentirse deseada), una viuda, una señora que vive para sus perros y un irascible exmilitar. El filme relata la atracción por lo ajeno y la insatisfacción de lo alcanzado. ALTA TENSION El mayor logro de la dupla creativa, tanto en la autoría como en la dirección, es el permanente estado de tensión. El rostro inexpresivo pero empático del protagonista es lo que siembra el desasosiego. Solo sabemos que cuando sucedió la explosión de Chernóbil él tenía siete años, por lo que suponemos que sus dotes sanadores y su arte hipnótico derivan de aquella radiación. `Nunca volverá a nevar' sorprende por su visual perfecta, lo preciso de su narración y actuaciones que siempre están en su punto más alto. Todos los personajes cuentan historias y eso logra que sus casi dos horas de duración no tengan fisuras. Aunque lejos de nuestra idiosincrasia, es cine alemán y polaco que atrapa.
"Nunca volverá a nevar": el mundo está herido y dolorido. ¿Es Zhenia simplemente un hombre con cualidades únicas o una especie de ángel con aspecto terrenal? Como el enigmático extranjero de "Teorema", nada seguirá siendo igual detrás de su estela. Como todas las mañanas, Zhenia se levanta, desayuna, realiza una sesión de ejercicios físicos y se traslada al barrio cerrado donde desarrolla su profesión de masajista profesional. Zhenia es ucraniano y su llegada a Polonia es descripta durante un breve prólogo; allí se evidencia que además de las habilidades para mover manos y brazos su mente es capaz de provocar hipnosis profundas y poderosas. El protagonista de Nunca volverá a nevar, la más reciente película de la experimentada y prolífica realizadora polaca Malgorzata Szumowska (Body, Ellas), habitué de los festivales de cine más importantes, esta vez en codirección con el debutante Michal Englert, permite que la historia gire alrededor del misterio, primero, y el realismo mágico más tarde, cuando sus cualidades humanas (y las otras) terminan alterando por completo la vida de un puñado de habitantes del barrio en cuestión. ¿Es Zhenia simplemente un hombre agraciado con cualidades únicas o una especie de ángel con aspecto terrenal? Como el enigmático extranjero de Teorema, nada seguirá siendo igual detrás de su estela. Interpretado con pasión impertérrita por Alec Utgoff (rostro que el consumidor de series reconocerá por su participación en Stranger Things), el masajista toca timbres, ingresa a los hogares donde lo esperan con ansias y comienza sus faenas físicas y emocionales. Sus clientes conforman un grupo ecléctico y ligeramente excéntrico, y no faltan el ama de casa alcohólica, el enfermo de cáncer y un exmilitar de paso firme y mirada dura. Ligera crítica de clases, con eso de la “tristeza de los ricos” como norte, las coquetas casas del barrio privado, vistas desde arriba, sólo se diferencian de los monoblocks donde vive Zhenia en una cuestión de grado, y los realizadores señalan cada vez que pueden la condición de cárcel de esas paredes, reflejo a su vez del estado interior de los personajes (ecos del Decálogo de Krzysztof Kieslowski, probablemente). Algunas de las sesiones de masajes terminan en charla franca, otras en sexo, algunas otras en hipnosis y reconciliación interior, con un bosque fantasmagórico haciendo las veces de receptáculo onírico de miedos, frustraciones y deseos. Zhenia nació en un pueblo cercano a Chernóbil y una serie de flashbacks dedicados a su infancia permiten deducir que sus particulares virtudes están relacionadas con la radiación. O tal vez se trate de una simple casualidad y es su condición de inmigrante ilegal la que permite “tocar” a los residentes. O nada de lo antedicho. Lo cierto es que el tono misterioso y, por momentos, imprevisible de Nunca volverá a nevar, construido con paciencia durante 90 minutos, estalla en el último tercio para ser devorado por el sentimentalismo audiovisual. Un simple truco de magia durante un acto escolar es el escaparate para la verdadera “magia”; es entonces cuando la historia se repliega sobre si misma en una secuencia de cierre que pondría coloradas a las imágenes del célebre videoclip de R.E.M. para su tema “Everybody Hurts”. Aquí también el mundo está herido y dolorido, aunque la caída de copos de nieve sobre la comunidad y sus habitantes –¿el último regalo de Zhenia?– parece ofrecer una esperanza ante tanta desolación. ¿Fue ese aspecto el que más conmovió a los programadores del Festival de Venecia o fue la preciosista fotografía de Michal Englert? Difícil saberlo; en cualquier caso, su inclusión en la competencia oficial de ese encuentro cinematográfico parece un tanto exagerada.
LAS MANOS DE ZHENIA Siempre da un prestigio más allá de lo habitual introducir a un personaje acompañado de una composición clásica. Es lo que ocurre con Zhenia y el telón musical vía Shostakóvich para el principio de Nunca volverá a nevar. En efecto, la errabundia inicial del personaje central, un masajista de origen ucraniano, sirve como presentación no solo de la criatura unívoca de la trama sino también de su inmediato contrapunto: un paisaje artificial y los residentes de una comunidad de importante pasar económico. Con ese prólogo, la película de Malgorzata Szumowska y Michal Englert despliega su inicial interés no solo por la novedad de su argumento sino por una serie de decisiones estéticas que luego del carácter sorpresivo del comienzo, con el devenir del relato, terminará convirtiéndose en la aplicación de una fórmula de mero tinte preciosista. La dupla detrás de cámara, una directora y su habitual director de fotografía, aclararían los resultados finales de la película de origen polaco-alemán. Por un lado está el citado Zhenia como sostén dramático de la historia junto a un grupo de personajes secundarios que descansan en las manos del personaje y escuchan sus consejos y sugerencias. También en el magnetismo de su mirada. Por su parte, esa particular clientela, en estado de permanente inestabilidad, que se muestra insatisfecha aun en medio de su confort económico. En esos personajes satelitales Nunca volverá a nevar corrobora sus intenciones: una exploración estética y temática donde se entremezcla realismo con escenas oníricas o, en todo caso, donde ese realismo ingresa en una peligrosa zona donde confluye una atmósfera misteriosa junto a cierta caricaturización de situaciones. En ese cóctel estético fluye con sutileza el personaje de una mujer rodeada de sus perros como si se tratara en clan familiar. Pero lo más ostentoso y al mismo tiempo problemático que la película ofrece en su plausible interpretación ideológica. El personaje del masajista es un inmigrante ilegal procedente de Chernobyl y los moradores de la comunidad, una zona urbana de economía alta, residen en las afueras de Varsovia. Por ese trance de alto riesgo también ronda Nunca volverá a nevar: el peligro de la alegoría y la conformación de un discurso pretencioso con el fin de edificar un par de conclusiones importantes que vayan más allá de aquello que se observa en las imágenes. Y es por terreno pantanoso donde se acumulan las virtudes y zonas grises de la película de Szumowska y Englert. Justamente, de la directora polaca, hace unos años se estrenó Elles con Juliette Binoche, un film también desigual en sus resultados debido a los mismos trances narrativos de la historia del masajista ucraniano: un sugestivo envoltorio estético y un par de alegorías políticas y económicas que terminaban desequilibrando una historia que al principio resaltaba por su originalidad.
La prolífica directora polaca de Elles y The Other Lamb concibió con su habitual coguionista y director de fotografía Michal Englert una extraña y a su manera fascinante historia que coquetea con el surrealismo y el absurdo (por momentos tiene ciertas conexiones con el cine de Roy Andersson) a partir de la historia de Zhenia (notable trabajo de Alec Utgoff, visto en la serie Stranger Things y en varias películas de Hollywood como Código Sombra: Jack Ryan), un inmigrante ucraniano que arriba a Polonia; más precisamente a una suerte de barrio privado de casas idénticas en el que viven burgueses de buen pasar en lo económico, pero no tanto en lo afectivo o en lo que a salud (física y mental) respecta. Zhenia es un masajista a domicilio, pero sus artes no se limitan a desatar nudos con las manos. Es también un ilusionista, un hipnotizador, un sanador. Logra que sus clientes se relajen, se duerman, entren en trance y se curen (o al menos atenúen los efectos) de sus dolencias, que van desde simple estrés hasta cáncer terminal, pasando por profundas angustias. No queda muy claro si sus poderes son del orden de lo místico, lo espiritual o lo mágico, pero el atractivo, gentil y servicial Zhenia se convierte en un ser muy requerido en la comunidad, un bálsamo sobre todo para mujeres dominadas por el vacío existencial, la soledad. Sabremos poco de él, aunque unos flashbacks nos transportan hasta su Chernobyl de origen (nació exactamente siete años antes del desastre nuclear de la planta del lugar, pero no pudo salvar a su madre de los efectos de la radiación) y esa escasez de información es uno de los ejes de esta enigmática y elusiva película que construye una permanente tensión sexual, una mirada política bastante cuestionadora y se arriesga con algunos delirios musicales. Demasiado asordinada y contenida para llegar a ser una comedia satírica, demasiado fría como para conmover desde el dráma, un poco críptica en su propuesta pero siempre deslumbrante desde el diseño de arte y la estilización visual, Nunca volverá a nevar ratifica a Szumowska como una de las referencias ineludibles dentro del hoy tan de moda cine polaco.
Varsovia no fue la misma después del desastre de Chernóbil. Cuando se produjo aquel recordado accidente nuclear, en abril de 1986, Malgorzata Szumowska, la directora de Nunca volverá a nevar, tenía apenas 13 años y pensaba, como muchos de los que vivían en la capital polaca, que tomar agua o respirar implicaba un serio riesgo de contaminación. Treinta y cuatro años después, en la edición de 2020 del Festival de Venecia, estrenaría una película protagonizada por un singular personaje proveniente de esa ciudad del norte de Ucrania marcada por aquella dolorosa tragedia, un masajista con poderes casi mágicos que calma dolores corporales y angustias existenciales de unos cuantos clientes VIP de una esquemática urbanización de elite que luce sumergida en su propia realidad, ajena a lo que todo lo que pase fuera de sus límites. La película va enhebrando cada uno de esos íntimos encuentros con los neuróticos pacientes de este terapeuta con fisonomía de bailarín clásico y un evidente magnetismo erótico como si fueran viñetas de un relato cargado de sugestión y viajes oníricos. Si hay algo que sobresale en Nunca volverá a nevar, más allá de la muy buena interpretación de Alec Utgoff (actor británico conocido por el papel del Dr. Alexei en la exitosa serie Stranger Things y que aquí se mueve con una plasticidad que lo erige en una especie de versión masculina de Irma Vep), es su inventiva visual para plasmar los recurrentes sueños que atraviesan la historia. Por ese talento para crear imágenes poco convencionales y por lo general muy poderosas, por su acento en la sátira social y por su humor oblicuo, el cine de Szumowska -o al menos este film en particular- remite a la “trilogía de la vida” de Roy Andersson, una figura clave del cine alternativo sueco de los últimos veinte años. Es razonable deducir que esa fortaleza está íntimamente vinculada con el oficio y el talento de Michal Englert, director de fotografía que esta vez asumió el rol de codirector y se ocupó de dejar bien marcada su impronta con un virtuoso manejo de luces, contraluces y sombras. Aun cuando algunas veces roza el preciosismo, Englert claramente calculó al detalle cada encuadre para crear un clima general cuya cadencia se integra a la perfección con la aletargada dinámica de la narración. Además de parodiar a la insularidad burguesa en la Polonia contemporánea, Nunca volverá a nevar funciona también como alegoría sobre el cambio climático. “Está ocurriendo delante de nosotros. En Polonia ya casi no cae nieve en invierno”, declaró la propia directora, interesada en transformar a esa riesgosa alteración de la temperatura en el planeta en un oscuro presagio. En definitiva, lo que simboliza ese colectivo de gente apesadumbrada, atada a la rutina y falsamente protegida de sus paranoias en un microcosmos aislado y en apariencia aséptico es el drama de lo que Szumowska define como “una humanidad sola, aislada, más obsesionada que nunca con la enfermedad en un mundo cuya lógica ya no tiene sentido”.
Este misterioso recién llegado parece ser capaz de curar sus almas y cambiar sus vidas. . Podría leerse como una intrigante sátira social polaca, sin embargo los puntos de contacto con “Teorema” (1968) de Pier Paolo Pasolini, en la que Terence Stamp cambia la vida de toda una familia con su sola presencia, casi angelical, no sin antes tener relaciones sexuales con todos, incluida la sirvienta. No es lo que sucede exactamente en el filme polaco, pero nuestro héroe parece poder darle a cada personaje lo que necesita o desea. Co - dirigida por Michal Englert y Malgorzata Szumowska ambos
Un grupo de particulares personajes se pierden en las manos (y algo más) de un masajista recién llegado que, entre otras cosas, los libera de tensiones con métodos muy particulares. Soledad, tristeza y dolor en un relato que tiene mucho de El joven manos de tijera y una nostalgia, poderosa, que atraviesa, desde la mirada del protagonista, al espectador.
EL JOVEN MANOS DE MASAJISTA El tópico del desconocido que llega para revolucionar a un grupo de personajes es reconocido y tiene amplios exponentes, pero hay algo en la película de la prolífica directora polaca Malgorzata Szumowska, codirigida junto a su director de fotografía Michal Englert, que la vincula con El joven manos de tijera de Tim Burton. Ese barrio de suburbio al que Zhenia -el protagonista- llega con su cama para hacer masajes, la forma en que moviliza aspectos sexuales de las mujeres con que se relaciona y en el destaque de que el personaje sobresalga en un trabajo manual hay mucho de aquella criatura melancólica interpretada por Johnny Depp. Claro que mientras a Burton lo movilizaba el cuento gótico y, en especial, una relectura de Frankenstein, en el film de Szumowska y Englert hay mucho del realismo social del cine de la Europa del Este y las intenciones son decididamente políticas. Pero, siempre hay un pero, la aparición subrepticia de algo que podríamos llamar realismo mágico convierte a Nunca volverá a nevar también en una suerte de relato fantástico donde el personaje, como aquel, termina preso de su propio destino, un poco trágico pero también un poco positivo, en la manera en que termina influyendo en los personajes con los que se cruza. Por lo pronto, este joven manos de masajista llega a Polonia proveniente de Ucrania, y ya en la primera escena podemos ver la forma en que utiliza su talento: no solo es hábil para descontracturar cuellos y espaldas, sino que además lleva a sus clientes a un estado de trance que los conecta con algún conflicto personal. Hay en ese elemento disruptivo de un relato que parece querer ser otra reflexión sobre la inmigración europea, una apuesta por el surrealismo, por llevar la historia a un territorio cercano al cuento de hadas donde lo mágico obre de forma sanadora. Y si ese carácter reparador lo vuelve un cuentito un poco molesto, la fotografía de Englert y ciertas metáforas visuales la convierten en algo realmente empalagoso. Ahora bien, esa resolución surge como una capa más en una sumatoria de niveles con los que Nunca volverá a nevar nos envuelve en un clima de extrañeza, antes que como aplicación de una moraleja berreta. Entre lo críptico y el manual de autoayuda surge este producto extraño y estimulante de a ratos. La intención de que la película opere sobre nosotros como Zhenia sobre sus clientes se cumple a medias, aunque nos moviliza en su constante imprevisibilidad.
Si Zhenia (Alec Utgoff) es un exiliado ucraniano en Polonia, sus clientes son exiliados polacos en su propio país: el barrio cerrado de los ricos es un escenario uniforme y separado del mundo que funciona como un mapa emocional de sus habitantes: seres tristes que encuentran en los poderes curativos del extranjero una tregua a sus dolores físicos y psicológicos. Nunca Volverá a Nevar es una fábula onírica sobre la alienación de la cultura postmoderna y la posibilidad de autodescubrirse en el Otro, personificado en una especie de ángel benévolo criado en los escombros de Chérnobil.
El misticismo de Malgorzata Szumowska y Michal Englert La película enviada al Oscar por Polonia en 2021 es un relato enigmático y al mismo tiempo una metáfora social, a partir de un personaje que puede dilucidar lo oculto en un grupo de personas. Zhenia (Alec Utgoff) es un masajista extranjero que llega desde el Este, de una ciudad cerca de Chernóbil y tiene cualidades relacionadas a lo místico transmitidas por su madre en el pasado. Trabaja en un barrio donde sus residentes son de alto poder económico y con problemas personales ocultos, que Zhenia con su estilo personal, ayudará a resolver. El protagonista se relaciona con las mujeres, en particular con María (Maja Ostaszewska), Ewa (Agata Kulesza) y Wika (Weronika Rosati); y también con los hombres, como el caso del esposo de Wika (Lukas Simlat), llevándolos través de sus sueños a un bosque lleno de niebla, de luz y de oscuridad con su particular tratamiento. Resulta atractiva la atmósfera que se construye a lo largo del relato, con espacios rígidos que forman figuras geométricas equilibradas y movimientos de cámara lentos con colores que enfatizan la monotonía del ambiente. En ese espacio rutinario y gris surge el tono de fantasía con la mirada disruptiva de Zhenia, como si su mundo interior -y la relación con el recuerdo de su madre- coparan la imagen de la película. Nunca volverá a nevar (Sniegu Juz Nigdy Nie Bedzie, 2020) presenta también una parábola social. La ayuda para los individuos de alto poder económico viene de un extranjero de una posición social menor, siendo él quien trae el conocimiento. En ese punto es también una película sobre la migración y las relaciones sociales con estos individuos. Vínculos de soledad y silencio a través de los cuerpos. Otro elemento importante es la relación que tiene Zhenia con la naturaleza. Los problemas del ser humano con el medio ambiente surgen a través de ese vínculo expresado cuando el protagonista camina entre las casas del barrio privado como si caminara en el bosque de sus sueños, y tiene una interacción con los postes de luz, dando a entender su conexión con lo sobrenatural. El misterio acerca de la identidad del personaje cierra el círculo de una película que deambula entre lo real y la fantasía, en un límite atractivo y emotivo.
Un ucraniano en Polonia que comienza como masajista pero que quizás tenga ciertos poderes se vuelve una persona influyente entre sus clientes. Visualmente hipnótica, tiene la sordina bien puesta como para que el contenido satírico de la historia no tape a los personajes. El relato funciona muy bien y, de algún modo, responde con una forma al cuento del superhéroe.
Tras su paso por festivales europeos de tradición (Venecia, Sevilla), una de las directoras polacas de mayor proyección en el cine internacional, estrena, junto a su compañero creativo y director de fotografía -en labores de co-dirección- el film “Nunca Volverá a Nevar”. Malgorzata Szumowska y Michal Englert nos traen aquí la historia de un niño afectado por la tragedia de Chernobyl, luego convertido en un enigmático masajista, quien trastoca las vidas de sus pacientes con tratamientos al borde de lo milagroso. Magia visual fascinante atraviesa los cuerpos y detalles que maridan lo cómico y lo surrealista conforman las virtudes de una película luminosa, aún radiografiando el marco de una tragedia. Plagada de metáforas, todo sea por hacer justicia poética a la hora de satirizar una porción de la sociedad. ¿Es la alteración climática un mal augurio? Gestada alrededor de un verosímil que rescata el elemento fantástico y deslumbrante, más sugerente que explícita, esta fábula moral abreva en las obsesiones que circundan a sus personajes. Sin embargo, la fuente de la esperanza jamás vaciará la última gota. Sugestiva e hipnótica, ofrece bellos pasajes rodados con absoluto esteticismo y una originalísma puesta de cámara.