De por sí no es habitual toparse con una película latinoamericana en la cartelera comercial local, pero si se trata de un estreno proveniente de Ecuador podríamos estar hablando de un pequeño milagro. En este caso, Ochentaisiete viene con "ayuda", al tratarse de una coproducción conjunta con Alemania y Argentina. El título remite a 1987, año trascendental en este relato de iniciación. Juan, Andrés y Pablo son tres amigos pre adolescentes que viven en un suburbio de Quito, cada uno acarreando sus propios problemas hogareños. Juan se escapa de su casa porque su padre militar quiere anotarlo en un colegio de esas características y se instala en un cochambroso caserón abandonado, que servirá de refugio para el trío. Por el lado de Andrés, su progenitot abandonó a la familia y su mamá le responde con evasivas cada vez que pregunta por él. Y Pablo es argentino, al parecer hijo de exiliados: un sutil fuera de campo deja entrever que su hermana milita en una agrupación de izquierda y el padre se lamenta por "el quilombo que hay en Argentina" (acaso la referencia es para la revuelta carapintada). La llegada de Carolina al grupo alterará a estos púberes en pleno despertar sexual. El film maneja una linea temporal que oscila entre el citado 1987 y quince años después, yendo y viniendo. Será Pablo el que enhebre ambas épocas cuando, ya adulto, se aparezca de sorpresa en la casa que Andrés comparte con su mujer. Su vuelta a Ecuador sacará a flote un suceso trágico que separó a los amigos y que provocará una agobiante atmósfera de tensión. Hoeneisen y Andrade logran armonizar con fluidez las dos etapas. Película de segundas oportunidades, de heridas sin cerrar, Ochentaisiete establece lazos con el cine de Ezequiel Acuña y del chileno Alberto Fuguet, donde también abundan protagonistas entrados en los treinta y con cuentas del pasado que saldar. Una más que grata sorpresa de una filmografía casi desconocida por aquí.
Pasado/Presente Casualidades o no, tres de las películas que el cine ecuatoriano realizó últimamente en coproducción con Argentina se centraron en un tramo de la adolescencia durante un determinado momento de la historia reciente de ese país. Mientras Feriado (Diego Araujo, 2014) y la fallida Saudade (Juan Carlos Donoso, 2014) llevan el punto de vista de un adolescente durante la crisis económica de finales de siglo, 87 (2014) sitúa a los personajes en dos momentos de la vida: el año 87 en medio de la adolescencia, y la adultez en la actualidad. Dirigida a cuatro manos por Daniel Andrade y Anahí Hoeneisen, la historia de 87 versa sobre tres amigos que durante los albores de la adolescencia deberán enfrentarse a diferentes situaciones que la vida les tiene preparada. El despertar sexual, la amistad incondicional y la música se mezclaran con conflictivas relaciones familiares, exilios, robos y tragedias personales. En paralelo la trama alterna un reencuentro que casi un cuarto de siglo después tienen los mismos personajes (o casi todos), que dejaron de verse por un hecho particular que no conviene revelar por ser un punto de quiebre de la historia. 87 genera una serie de preguntas sobre los cambios y las distancias. ¿Cómo nos ven hoy? ¿Qué nos cambió? ¿Somos los mismos o nos convertimos en personas desconocidas? ¿Podemos reconocernos? Respuestas que los propios personajes deberán buscar. El problema que surge es que esta idea, que en un punto es interesante, solo sirve como un epílogo de toda una historia que para llegar hasta ese momento se pierde en el pasado. Lo que en un principio pareciera ser una película sobre adolescentes abúlicos y conflictuados da un giro de 180 grados para convertirse en una película sobre el paso del tiempo y los cambios que este produce tanto física, emocional y hasta geográficamente. Más allá de sus aciertos y errores, el resultado termina siendo correcto. Desde lo técnico hay que destacar la acertada reconstrucción de época como la utilización de una banda sonora que le escapa al clisé. En el elenco se luce el argentino Michel Noher junto a un grupo de jóvenes actores ecuatorianos que trabajan desde el naturalismo y alejados del estereotipo.
Ochentaisiete, no es un número, es una época. Hubo tiempos revolucionados, o al menos eso creían los protagonistas de “Ochentaisiete” (Ecuador), filme de Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade que busca emular una especie de aventura entre amigos en el duro contexto de la dictadura ecuatoriana y en medio de la cual era cada vez más difícil vivir en libertad. El filme maneja dos tiempos, y con el flashback (presente, pasado, pasado, presente) como herramienta discursiva y narrativa primordial, la historia va armándose de a poco. En 1987 Pablo, Andrés, Juan y Carolina, vieron que tenían el mundo por delante, pero la tragedia los iba a golpear sin siquiera dar antes aviso. La película busca producir en ese momento un relato limpio y honesto sobre la pureza de la amistad desinteresada, para luego, con los saltos temporales, poder encontrar una línea más dramática que bucea en el pasado para responder sobre lo apremiante del presente. Los directores apoyan su narración con una cuidada reconstrucción de época que sitúa la acción en el Ecuador sometido, en el que cualquier actividad fuera de lo concebido y establecido repercutirá en los jóvenes. Pero cuando uno de ellos decide patear el tablero y además irse de su casa y dejar todo por pura rebeldía, el resto se acomodará tratando de dar explicaciones sobre sí mismos. Ayuda al relato la digresión y la clara definición de los personajes, los que, a partir de las diferencias de clase, sociales, y hasta de estereotipos, pueden sumar y potenciar los conflictos. Mención aparte la banda sonora, en la que cada tema musical brinda la atmósfera necesaria para esta historia de amor y amistad. Puntaje: 6/10
De Ecuador, llega esta película dirigida por Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade, ambos graduados de la Universidad San Francisco de Quito. Es en aquella ciudad donde se sucede, en dos tiempos distintos, la historia de Ochentaisiete. Por un lado, un grupo de tres amigos entrados en la adolescencia, se refugian en una edificación abandonada, se alejan de sus familias y los planes que ellos quieren imponerles, mientras por fuera la ciudad está en plena crisis y hay policías constantemente en los alrededores. Casi como si fuera una versión en masculino de Foxfire (aquella película protagonizada por Angelina Jolie que tuvo también su versión francesa dirigido por Laurent Cantet), se crean este espacio para alejarse del resto del mundo. Incluso uno de ellos se escapa de su casa, para escaparse del futuro militar que le esperaba. Es entonces cuando aparece una voz femenina, una joven, que se une al grupo y comienza a provocar sentimientos encontrados en más de uno de ellos, cuando todo deja de parecer tan sencillo. Una vez trasladados al ahora, cuando uno de ellos regresa de Argentina e intenta reconectar con lo que quedó del pasado, con esas amistades, sigue estando muy presente algo que sucedió en ese pasado nunca pisado. Un evento que lo cambió todo, que los separó y que no se dará a conocer hasta el último tercio del film, por lo que no voy a mencionarlo. En el medio, Ochentaisiete es un retrato sobre la amistad y sobre el traspaso de la adolescencia a la madurez, éste a veces forzado por hechos externos que nos obligan a crecer de golpe. El contexto de la ciudad le aporta algo muy interesante, no siempre vemos historias que suceden aquí, mucho menos tan adentro de Ecuador. Una película hecha de pequeños momentos que conforman una historia no muy original pero con mucha frescura y honestidad, sutil, que se toma sus tiempos. No obstante, sin dudas es una bella y chiquita película.
Perdida en su propio laberinto Ochentaisiete intenta esforzadamente, por todos los medios, tocar ciertas fibras ligadas a las emociones, a los recuerdos de la adolescencia y a la deriva típica de esa edad en la que se está dejando atrás la juventud para ingresar de lleno en la adultez. El segundo largometraje de los ecuatorianos Daniel Andrade y Anahí Hoeneisen luego de diez años de ausencia (Esas no son penas fue estrenada en el Festival de San Sebastián en 2005), narra en dos tiempos la relación entre tres muchachos y una chica, siempre en la ciudad de Quito. En un presente que no se especifica –pero que por simple cálculo matemático debe necesariamente transcurrir en el año 2002–, Pablo (Michel Noer) regresa a Ecuador luego de vivir quince años en la Argentina. Allí lo espera Andrés, uno de esos amigos inseparables de la adolescencia, ahora casado y con diversas obligaciones, pero dispuesto a abrirle de par en par las puertas de su departamento. Al unísono, Ochentaisiete da inicio a un extenso flashback que, de manera intermitente, irá hilvanando e iluminando ese pasado en común, épocas de Atari, de escapadas con el auto de papá y de los primeros escarceos amorosos.Además de Pablo y de Andrés, en ese 1987 del título están Juan y Carolina. Juan acaba de escaparse de su casa por desavenencias con su padre y Carolina se aparece un buen día en un caserón abandonada que es su nuevo y clandestino hogar. El film pone de relieve esa casi perfecta relación entre muchachos desequilibrada súbitamente por la presencia de la joven, imprevisible pero inevitable bisagra que marcará sus vidas. En el presente, mientras tanto, los abrazos y alegrías del reencuentro dan paso a algunas confesiones y al recuerdo de un hecho aparentemente trágico que el film, de allí en más, dará el tratamiento de un enigma a resolver. Es a partir de ese momento que Ochentaisiete comienza a perder parte de su frescura para encerrarse en un desfiladero donde cada pieza narrativa está diseñada para presionar botones emocionales en el espectador.Los comentarios políticos que la película había diseminado por aquí y por allá (el padre de Pablo es argentino y se habla de “volver” allí, entre otras referencias más obvias) son eliminados de plano para cederles el lugar central a ese hecho que marcó a los personajes y al reencuentro de Pablo con Carolina, jugado a un tono seudo romántico y que incluye, además, una vuelta de tuerca por demás melodramática. La película se pierde en su propio laberinto, del cual nunca termina de salir. Su estructura de capas que van descubriendo verdades veladas al espectador y una problemática relación con el punto de vista –muchas veces arbitrario–, hacen que Ochentaisiete pierda una parte considerable de su peso específico y se pierda en la ilustración de dos o tres ideas vertebrales que son, seguramente, las que dieron origen al guión con las mejores intenciones.
Hacerse cargo de crecer es el desafío Hay momentos muy específicos que cambian nuestras vidas, que representan un antes y un después, que incluso nos hacen pensar qué podría haber cambiado si las decisiones que tomamos hubieran sido otras. De eso se trata ’87, coproducción entre Ecuador y Argentina, aunque en verdad estamos ante un film definitivamente ecuatoriano, por los espacios que aborda, los tiempos que pone a dialogar y los personajes que habitan el relato. Lo que cuenta ’87 es eso que se perdió a partir de un hecho fortuito y que se busca recuperar, aunque sólo puede hacerse a medias, porque nunca se puede volver al mismo lugar. En este caso, tenemos a Pablo, Andrés, Juan y Carolina, quienes en 1987 solían pasar mucho tiempo juntos, usando una casa abandonada como refugio para todas sus andanzas adolescentes. Aunque claro, una noche esas andanzas irán mucho más allá de lo debido, lo que provocará un quiebre inevitable y en parte irreversible en el vínculo. Quince años después, con la vuelta de Pablo, se producirá un reencuentro que es también imposible de evitar, y un intento de reconstrucción de los antiguos lazos que es tan factible como quimérico. En una narración que equipara los avances y retrocesos de los personajes con las idas y vueltas temporales, poniendo a chocar y a la vez complementarse al pasado y el presente, ’87 se va revelando como un film esencialmente desparejo, donde las dudas y certezas van a la par. A los directores Daniel Andrade y Anahí Hoeneisen les cuesta ensamblar las distintas piezas puestas en juego y en unos cuantos pasajes la película pierde su centro narrativo, como si no supiera del todo qué es lo que debe contar. De ahí que convivan el relato de crecimiento, el romance juvenil, el drama moral y la historia de amistad, y esa convivencia no sea del todo fluida. Eso se traslada al ritmo de la narración, que en ocasiones avanza con vigor, sin dudar, y en otras entra en un estatismo alarmante. Lo cierto es que el film que es ’87 se parece bastante a sus protagonistas: tiene más dudas que certezas y aún así, con sus vacilaciones, va para adelante, cuestionándose permanentemente los componentes de su estructura narrativa y las decisiones de los personajes. En este permitirse titubear, sin dejar de hacerse cargo, en la medida de lo posible, de las distintas elecciones tomadas, es donde Andrade y Hoeneisen acompañan a los jóvenes/adultos que llevan adelante la historia. Si crecer y mirar hacia atrás para comprender el propio presente es todo un aprendizaje, también lo es el narrar a través del cine. En esto, los realizadores tienen mucho camino para recorrer y, con suerte, podrán aprender de sus errores.
The story of the Argentine-Ecuadorian-German production 87 takes place in two time periods. First, it unfolds in 1987, when Pablo (Nicolás Andrade), Andrés (Francisco Pérez), Juan (Andrés Alvarez) and Carolina (Jessica Barahona) were the best of friends who had the best of times while idling in an abandoned house they used as a meeting point for their teenage mischievous ventures. Perhaps Juan is the true rebel so it shouldn’t come as a surprise that he runs away from home when his father, a strict policeman, wants to enrol him in military school. Then there’s an unexpected car accident which makes Pablo flee Quito as well, never to be seen again. That is until some 15 years later he comes back to Ecuador to settle old scores and be a part of a reunion with his old friends, which will make them confront a sweet bygone past with an unsettling present. 87 is narrated by switching back and forth between present and past, and among other things it posits that a single episode that happens in a mere few seconds can alter the lives of those caught up in it — not a very novel notion. It’s also a coming of age story and, as such, expect a depiction of the pain and bliss of love, the aches of jealousy, the value of friendship and some other facets of growing up as well. The thing is that, despite the filmmakers’ best intentions to tackle this coming-of-age story in a fresh manner, they seldom achieve it. You’ve seen many coming-of-age tales of this sort and nothing truly new is explored here. To a point, the young actors’ performances may be engaging, but it’s not long before they become formulaic and repetitive. Let alone the fact that all these characters are somewhat underwritten, which doesn’t help much. And while the film’s tone — sometimes reflexive, other times more vivacious — is firmly established from beginning to end, and so 87 boasts a certain appeal, it’s also true that the dramatic progression is weak and somewhat unsubstantial. On the plus side, the cinematography does have its good moments, in some particular scenes (especially in terms of an appealing composition and an equally appealing palette), plus an overall feeling of loss and melancholy ably permeate the drama. However, good ambiance can’t make up for an absence of pathos. So 87 does look good at times, but fails to probe deep into the very issues it addresses. Limited release BAMA (Av. Pres. Roque Sáenz Peña 1145) Hoyts Quilmes (Av. Calchaquí 3950). Production notes 87 (Ecuador, Argentina, Germany, 2014) Written and directed by Anahí Hoeneisen, Daniel Andrade. With Andrés Alvarez, Nicolás Andrade, Jessica Barahona, Francisco Pérez, Daniel Roepke. Cinematography: Daniel Andrade. Editing: Javier Andrade, Andrés Tambornino. Running time: 86 minutes. @pablsuarez
Eramos tan jóvenes... Esta coproducción entre Ecuador y Argentina propone un sensible relato de iniciación juvenil en los años '80. Las casualidades de la distribución hacen que este jueves 18/2 se estrenen dos films producidos con fondos argentinos y ecuatorianos: Saudade y 87. Dirigido y escrito a cuatro manos por Daniel Andrade y Anahí Hoeneisen, el último de ellos es un retrato –y relato– sobre el fin de la adolescencia cálido e íntimo pero que, sobre la mitad del metraje, muta su sensibilidad para coquetear con el suspenso, esfumando parcialmente los logros previamente construidos. La película comienza con el regreso de Pablo a Ecuador después de quince años de vivir en Buenos Aires, de donde habían huido sus padres cuando él era chico en circunstancias que el film no aclara, pero que remite a un exilio forzado a raíz de la Dictadura. La búsqueda y el reencuentro con Andrés marcarán el puntapié para una serie de flashbacks situados en el año del título, cuando ellos compartían sus tardes con Juan y Carolina. Andrade y Hoeneisen hacen de ese pasado un relato de iniciación, con los chicos inmiscuyéndose en travesuras, picardías e inicios amorosos, todo mostrado con sensibilidad y una bienvenida cercanía emocional a todos ellos. Pero, a medida que avanzan los minutos, empezará a asomar la punta de un hecho traumático que quebró la relación del grupo y, con eso, el relato se moverá hacia el suspenso. El retaceo inicial de esa información habla de un film que intenta hilvanar dos vertientes narrativas, pero que por momentos coquetea con la manipulación del espectador.
Camino a la madurez El segundo largometraje de los ecuatorianos Daniel Andrade y Anahí Hoeneisen narra en dos tiempos el cambio de ida y vuelta entre presente y pasado, y entre otras qué sucede cuando en tan solo unos segundos algo puede llegar a alterar la vida de las personas atrapadas en ella. La trama de 87 nos cuenta acerca de tres amigos que durante su adolescencia deberán enfrentarse a diferentes situaciones. En paralelo vemos un reencuentro que casi 25 años después tienen los los personajes, quienes dejaron de verse por un hecho particular durante la historia que nos presentan. Pero lo que en un principio pareciera ser una película sobre adolescentes con sus propios problemas, se transforma en un film sobre el paso del tiempo y los cambios que produce, como el valor de la amistad y el crecer. No significa que esto sea un error, pero sí que no es lo que se nos presenta desde un inicio y pierde un poco de su frescura, como queriendo que el espectador caiga en una profunda emoción. Desde lo técnico nos encontramos con una gran construcción de época, a la que se suma una banda sonora impecable y personajes para nada estereotipados, como con el que se luce el argentino Michel Noher, quien lleva adelante su personaje de forma natural y lejos del estereotipo. No vamos a encontrarnos en 87 con una idea original (historias sobre la amistad y cómo pasamos de una etapa de adolescencia a la madurez hay muchas), pero sí podemos decir que se trata de una película hecha de muy buenos pequeños momentos, llevada a cabo con honestidad y sutileza. Vale la pena recorrerla.
Imaginación y nostalgia de los 80 Después de quince años, Pablo, Andrés, Juan y Carolina se reencuentran. Ya no en la casona abandonada que usaban como refugio para sus aventuras juveniles, sino en el Ecuador de los años 90, el del preludio a la gran crisis que narra Saudade, otro film de ese país que también se estrenó esta semana. La película, que incluye en el elenco al joven actor argentino Michel Noher, gira en torno a las modificaciones que produce el paso del tiempo en el temperamento y los intereses de sus protagonistas. Aquellos jovencitos que compartían los avatares del despertar sexual y la típica abulia que precede al ingreso al mundo del trabajo, transformados en adultos que entrarán en colisión por un viejo suceso que el film mantiene oculto oportunamente. Filmada con imaginación y un vigoroso ritmo narrativo, la película, cargada de nostalgia, tiene una muy buena banda sonora cuya joyita es el temazo de cierre: "Ni tú ni nadie", de Alaska y Dinarama, un viaje sin escalas a lo más entrañable de los años 80.
Desparejas evocaciones de adolescencias tristes Coinciden en cartelera dos películas ecuatorianas, ambas en coproducción con la Argentina. Ambas, también, dedicadas a evocar una adolescencia torturada. En "Saudade", por el resentimiento. En "87", por el remordimiento. Las dos tienen comienzos interesantes. Después se desorientan y se pinchan, una antes que la otra. La primera transcurre en 1999, cuando el Ecuador tuvo su corralito. La agitación social de esa época está expuesta en el prólogo y el epílogo, armados con imágenes de noticieros televisivos que incluyen algún plano de Domingo Cavallo. Pero el grueso de la historia es pura languidez, centrada en un flaco cuyo único gesto enérgico es mandarse mudar todo fastidiado cuando el padre le dice "ya es tiempo de que te preguntes si eres un zombi o una persona". El resto del tiempo se lo pasa en vagar por el hermoso Valle de los Chillos, ir a una escuela de puros lánguidos, dejarse avanzar moderadamente por dos compañeras, odiar a la madre, una exguerrillera argentina que debió abandonarlo, y percibir tardíamente que algo está cambiando a su alrededor. Así es la opera prima de Juan Carlos Donoso Gómez. Con mayor experiencia, la pareja de Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade ("Ésas no son penas") cuenta una historia en dos tiempos alternados: 1987 y 2002, cuando uno de los protagonistas vuelve al "lugar del crimen". De chico, él y sus amigos, cada cual con sus problemas, se refugiaban en una casona abandonada, donde también solía meterse una piba piola, que agregó un problema para la amistad de dos de ellos. Por esas cosas de la vida, la infancia se les terminó rápido. Ahora hay uno que busca el reencuentro con lo que queda. En este caso, la política es apenas una referencia: el muchacho es hijo de argentinos exiliados y su hermana mayor andaba en cosas raras, no se sabe bien. De buena factura técnica (Andrade fue entre nosotros director de fotografía de "María y el Araña"), los defectos de "87" se manifiestan cerca del desenlace. Al guión le faltaba un hervor. Protagonista, Michel Noher.
Paralelos y meridianos La fragmentación narrativa es un recurso demasiado tentador para contar una historia en la que se busca sostener un misterio y de cierta manera manipular al espectador, a veces con armas nobles y otras con un chantaje emocional. Ochentaisiete es un ejemplo de los problemas que genera este recurso cuando el único objetivo es no revelar el enigma.
Ochentaisiete es el segundo largometraje de los realizadores ecuatorianos Daniel Andrade y Anahí Hoeneisen quienes, hace una década presentaban en San Sebastián y Mar del Plata la prometedora ópera prima Esas no son penas, un intenso retrato generacional centrado en Quito y provisto de una fuerte impronta femenina. Este nuevo trabajo no está tan logrado. Ochentaisiete transcurre en dos tiempos, en dos años concretos: 1987 y 2002 que se van alternando a lo largo de todo el metraje. Lo que se cuenta del pasado es la historia de un grupo de adolescentes que desean, luchan y se revelan contra sus progenitores, es la crónica de una amistad, de una hermandad marcada por la tragedia. La del 2002 es la historia del amigo que regresa a enfrentar los recuerdos de ese tiempo que pasó. La dupla Andrade – Hoeneisen consigue una cuidada reconstrucción de época, una correcta dirección de actores y una fotografía impresa en 35mm que le suma complejidad y belleza a la imagen, además de poder separar visualmente las épocas del relato. Pero es en su estructura donde Ochentaisiete encuentra su principal problema. Muchas de las buenas intenciones que los directores intentan poner en escena se diluyen en el constante fluctuar del tiempo presente del filme. Por Fausto Nicolás Balbi @FaustoNB
Un poco de historia nos dice que el guión, muy bien trabajado, se inició en su desarrollo con el título de “Tres”, pues era la historia de tres amigos contada en tres épocas distintas, pero la realidad obligó a que Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade (directores y guionistas), y la dificultad técnica de filmar con tres actores para un mismo personaje, los llevo a cambiar, y se decidieron por narrar la historia en dos tiempos, su resultado es la coproducción ecuatoriana-argentina- alemana llamada “Ochentaisiete”. El tema de la amistad es la clave y funciona como el motor que sostiene la historia, contada entre dos épocas y a través de varios personajes en su adolescencia, la película nos recuerda el Ecuador de los ochenta, gobernado por Febres Cordero, un país, en el que los movimientos de izquierda estaban aún desorganizados y eran considerados subversivos; para luego viajar al presente y mostrar que esos personajes, amigos de la primera adolescencia, se reencuentren y traten de entender quiénes son ahora. Durante cuatro meses se realizaron varios casting para elegir a los actores jóvenes Nicolás Andrade (Pablo), Francisco Pérez (Andrés), Jessica Barahona (Carolina) y Andrés Álvarez (Juan), cada uno con su historia y problemas. Pablo es argentino, que vive con su familia de militancia activa, pero en país ajeno; Andrés, hijo engañado por su madre en cuanto al paradero de su padre; Carolina, estudiante con problemas familiares por cierta rebeldía; Juan, quien abandonó su casa y se fue a vivir a una abandonada, por no querer los estudios militares que su familia le exige, que en adelante se transforma en el centro de reunión de los adolescentes donde los veremos conocer el amor, los celos, el peligro, pero también lo más importante como la amistad, el paso del tiempo y la nostalgia de adolescente. A ellos les buscamos los adultos. Michel Noher (Pablo) y los ecuatorianos Stefano Bajak (Andrés) y Daniela Roepke (Carolina) en su reencuentro l5 años más tarde el pasado dispara los traumas del futuro: El reencuentro y las búsquedas de respuestas. Dice Hoeneisen que “La clave es que los actores que interpretan a un mismo personaje coincidan en su manera de relacionarse con el mundo. La sutil transición entre una época y otra fue un trabajo que combina el montaje, el sonido y el retoque de imagen. Proceso que estuvo a cargo de Javier Andrade en la edición y Esteban Brauer en el diseño de sonido” Según la directora: “filmamos en 35mm por la textura y calidad de imagen, con un rodaje de cinco semanas en la ciudad de Quito, donde Alicia Vásquez y Fernando Soto encontraron las locaciones para conseguir casa de gente mayor que estaban llenas de objetos de época.” Las actuaciones, sobre todo de los adolescentes, están logradas y al espectador lo convence de que la amistad es real, lo mismo que los personajes en la actualidad, en tanto que los actores de apoyo cumplen su rol a la perfección. Interesante película latinoamericana, que no debe dejar de verse `prque permite apreciar el crecimiento del cine ecuatoriano.
Un esfuerzo adecuado pero con lo mínimo indispensable. Desembarca desde Ecuador Ochentaisiete, una iteración de dicho país sobre la adolescencia y la madurez, como una suerte de Cuenta Conmigo a la ecuatoriana. ¿Consiguen lo que se proponen los realizadores con este título? A continuación se los expreso. Verosimil aceptable – Emocional discutible Corre el año 2002 y Pablo vuelve al Ecuador donde se crió en su niñez, después de años de exilio en su Argentina natal. Allí se reencuentra con su amigo de la infancia Andrés. A partir de aquí, comienzan a rememorar la última vez que se vieron, hace 15 años (el 87 al que alude el titulo) y de la amistad que tenían con Juan, un chico que se escapó de su casa y Carolina, una chica que entra en sus vidas. Como guion, Ochentaisiete no es malo, pero tampoco es muy bueno. Está bien de estructura (tres actos con puntos de giro claramente definidos), pero tiene lo justo y necesario en materia desarrollo de personajes. Uno siente que había mucha más madera para cortar con los personajes de lo que nos dejaron ver. Hay una tragedia sugerida, que el espectador la ve venir y no deja mucho misterio sobre el porqué de personajes que no aparecen en una línea temporal que si aparecen en otra. La falta de desarrollo de personajes es un factor considerable a la predictibilidad de este elemento. Por el costado técnico, es de apreciar el tremendo sacrificio y búsqueda estética de filmar en 35 mm, en una industria latinoamericana que prácticamente ya se abocó al digital, pero me parece que el sacrificio no va mas allá de la anécdota técnica cuando uno ve los resultados en pantalla. La película casi no se ve, es como si hubieran intentado filmar con luz natural o luz disponible en la locación pero les jugó en contra o no lo supieron dominar a su favor. Esto se nota particularmente en los exteriores noche y los interiores. Eso sí, cabe aclarar que a pesar de su notorio bajo presupuesto, la dirección de arte consiguió reproducir un 1987 bastante creíble. No te sumerge, pero si te muestran ese mundo y te dicen que es de esa época, hay poco casi nada que pueda probar lo contrario. Por el costado actoral, hay buenos trabajos de los intérpretes (tanto adultos como adolescentes), pero no se puede decir mucho más porque el guion tampoco les ofrece mucho con que trabajar. Es uno de esos trabajos que el espectador va a creer, pero con el que no se va a emocionar. Conclusión Ochentaisiete es una película que narrativa, actoral y estéticamente esta en el borde. No tiene suficientes aciertos para ser buena, pero tampoco suficientes errores para ser mala. Se balancea durante sus 88 minutos de un modo tal que cuando termina, uno no despotrica por lo malo ni se extasía por lo bueno. Sea cual fuere la reacción que se tenga, uno se olvida de la experiencia de verla cuando se sale de la sala.
Una coproducción colombiana, argentina y alemana, dirigida y escrita por Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade. Ahonda en los recuerdos de un grupo de amigos que muchos años después pretenden reconstruir lo perdido y ventilar secretos. Bien lograda.