Pabellón 4: Moldeando la caliente realidad. Hace ocho años que Alberto Sarlo va a una cárcel de máxima seguridad todas las semanas con un simple objetivo: enseñarle a los presos filosofía. Hace ocho años que el abogado Alberto Sarlo va una vez por semana a la cárcel de máxima seguridad de Florencio Varela y se encierra por horas con los criminales más peligrosos del sistema penal argentino para enseñarles filosofía. Un documental debe reflejar la realidad, pero los grandes documentales seleccionan perfectamente un sector especial y único de la misma. Por primera vez se otorga permiso para que entren cámaras a grabar dentro de un pabellón en una cárcel de máxima seguridad en la Argentina, para retratar la lucha día a día de una persona que insiste en moldear la particular realidad de una de las cárceles más calientes del país. Además de abogado, Sarlo es escritor, esposo y padre. Balancea su trabajo con la dedicación al hogar, llevar a sus hijas al colegio y la pasión que lo convoca semana a semana a invertir no solo tiempo sino dinero en un grupo de relativos extraños. Veremos su odisea diaria para luchar contra viento y marea por el derecho de ejercer una tarea que al fin y al cabo esta realizando ad honorem, siendo que ni así se salva de las trabas que le ponen desde la misma cárcel o incluso el gobierno. El segundo protagonista del documental es Carlos Mena, preso en más de una ocasión en este mismo pabellón (ahora en libertad) que vuelve semanalmente como asistente de las clases de Sarlo mientras intenta mantenerse alejado de su vida pasada ahogando sus demonios en filosofía, poesía, el dibujo y la música. El documental hace bien en centrarse en ambos protagonistas de forma clara pero no agobiante, el tiempo que pasaremos con ellos fuera de la cárcel en ningún momento eclipsa que lo importante del trabajo es revelar el cambio que esta propuesta trajo a los presos de un pabellón que logra por momentos evitar ser tan picante como el resto. No se trata de mostrar la realidad promedio, ni de entregar un producto enfocado pura y exclusivamente al entretenimiento como lo es El Marginal. Pabellón 4 logra informar de manera relativamente objetiva sobre una situación particular que alienta no solo el debate sino el replanteamiento interno en cada uno. Logra la difícil tarea de tratar a los presos como personas, sin apuntar a sus bondades ni resaltar las abrumadoras fallas que los llevaron a este tipo de condena. No busca mostrarlos en ninguna luz subjetiva, y en el proceso consigue uno de los resultados más valiosos para el cine documental: entregar información fascinante y entretenida para que el debate interno o externo de la audiencia lo lleve a sacar algo muy personal de la cinta. La misma puede resumirse en la figura de Mena, un ideal tan improbable como quizás imposible, que demuestra que uno no debe aspirar a sus sueños sino que tiene que trabajar día a día para mantenerlos tan inalcanzables como presentes. El director Diego Gachassin logro crear un trabajo enfocado que retrata su objeto de interés de manera precisa y multifacética. Cualquier problema que pueda surgir de la película proviene inevitablemente de lo polémica de su temática, después de todo es innegable que conlleva algún tipo de irresponsabilidad el mostrar a los reos de cualquier otra manera que no sea como demonios merecedores de todos los males posibles. Pero de ninguna manera Pabellón 4 busca justificarlos o vanagloriarlos, ya que hacerlo anularía por completo la razón de su existencia: lo especial del proyecto que lleva a cabo Sarlo hace casi una década.
Alberto Sarlo es un abogado y escritor que dicta un taller de literatura y filosofía dentro de uno de los penales de mayor seguridad en la Argentina, ubicado en Florencio Varela, junto a Carlos “Kongo” Mena, un ex presidiario que se convierte en su ayudante. Carlos desde su experiencia en el penal y Alberto desde sus conocimientos intelectuales, tratarán de darle a este grupo de personas un lugar de expresión. En el contexto actual donde series como “El Marginal” nos muestran una violencia sin fin dentro de las cárceles, “Pabellón 4” nos enseña una historia de rivindicacion de la mano de Kongo, que gracias a Alberto descubrió su talento para la escritura y mezclándolo con el deporte como el boxeo logró transformar su vida y convertirse en ayudante del taller, para obtener una nueva oportunidad en la vida. El documental alterna escenas de las clases del taller con imágenes de los protagonistas en sus hogares, de Alberto en el trabajo o de Carlos practicando boxeo para componer esta historia de redención. La experiencia, según su propio director, fue muy buena, tuvo la suerte de que se le facilitaran los permisos para la filmación dentro del penal y los presos se comportaron de buena manera. Incluso la película fue proyectada dentro del pabellón con una buena recepción de parte de ellos y sus familias. Gracias a este proyecto, se lograron editar ocho libros que se encuentran de manera gratitua en internet, ya que el creador del proyecto no quiere obtener redito de este, solo lo hace por vocación y para ayudar. En un mundo donde la violencia está exarcerbada dentro de este tipo de productos, “Pabellón 4” es una historia de redención, amor al arte y de renacimiento.
Una placa al comienzo de Pabellón 4 explica que los llamados pabellones de población son los más peligrosos y donde más muertes ocurren. Allí los guardiacárceles ingresan con armas de fuego sólo en caso de peleas entre internos. Es, pues, un territorio donde el Estado brilla por su ausencia. El Pabellón 4 de la Unidad 23 de máxima seguridad del penal de Florencio Varela, en el Gran Buenos Aires, pertenece a este grupo. Pero tiene una particularidad. Allí el abogado y escritor Alberto Sarlo lleva adelante un proyecto que consiste en enseñarles filosofía, literatura y boxeo a 52 presos. Y los internos, en contra de lo que la imagen instalada en los medios y en la opinión pública, invitan a pensar, aprenden, reflexionan, piensan, se piensan. Riguroso documental de observación no intrusivo en donde la cámara opera como testigo silencioso de la escena, Pabellón 4 articula su relato alrededor de las charlas de Sarlo en las que abundan referencias a Hegel, Sartre y Dostoievski. Se escuchan también los cuentos escritos por los presos en los que hablan en carne viva sobre la experiencia carcelaria. Sarlo, lejos del prejuicio pero también de la compasión, escucha con una atención contagiosa, hablándoles con franqueza y un lenguaje que no por poco académico carece de potencia y verdad. El director de Pabellón 4 es Diego Gachassin, quien un par de años atrás había codirigido Los cuerpos dóciles junto a Matías Scarvaci. Aquel film acompañaba a Alfredo García Kalb, un abogado defensor de pibes chorros que procuraba comprenderlos antes que enjuiciarlos, y apelaba a la sinceridad aun cuando doliera. De esa misma materia están hechos Sarlo y Carlos Mena, un ex preso que reingresa ahora como asistente. La narración de su historia de vida atravesada por la marginación, el olvido y la violencia es uno de los momentos más duros del cine documental de este año.
“Pabellón 4”, de Diego Gachassin Por Marcela Barbaro “La educación es la posibilidad real de elevar la invulnerabilidad de los sectores criminalizados” Raúl Zaffaroni El documental de observación registra una situación que no puede cambiar, aunque quisiera. El documentalista no interfiere, se limita a mostrar y agudizar la mirada. Su compromiso es echar luz a problemas que otros prefieren ignorar. Bajo ese formato, Pabellón 4, el nuevo documental del realizador Diego Gachassin (Los cuerpos dóciles, Habitación disponible, Vladimir en Buenos Aires), nos acerca a la intimidad de la Unidad Penitenciaria nº 23 de Florencia Varela, para demostrar cómo la motivación educativa de los internos del pabellón 4, les otorga una herramienta de pensamiento que modifica su cotidianidad y mejora su proyección de futuro. La película expone el trabajo diario del abogado y escritor, Alberto Sarlo, en las clases de literatura y filosofía que dicta a los detenidos. Su proyecto está destinado a estimular el debate filosófico y alentar el proceso creativo a partir de la escritura, donde cada uno logra exponer sus experiencias de vida en los cuentos que narran. Escuchamos hablar sobre Foucault, Hegel, Sartre, Dostoievski y la lectura de sus trabajos que formarán el libro La Filosofía no se mancha II: Ficciones filosóficas desde el Pabellón 4. Fruto de ese tarea, es la participación, como ayudante de Sarlo, de Carlos “Kongo” Mena, un preso que acaba de salir en libertad, y alienta a sus ex compañeros a seguir por ese camino. Una muestra de motivación, que los ayudará, como a él, a cambiar y dejar de ser tumbero. Si en Los cuerpos dóciles (2016) codirigida con Matías Scarvaci, se comenzó a cuestionar, desde el trabajo del abogado García Kalb, las injusticias del régimen penitenciario y el rol del Estado en el tratamiento de los detenidos; en Pabellón 4, el énfasis está puesto en el aporte y los resultados del proceso educativo, en quienes no tuvieron esa posibilidad. En esa búsqueda, el documental logra nutrirse de herramientas ficcionales que le otorgan mayor dinamismo al relato. “En Pabellón 4 quisimos mostrar que existe la posibilidad de hacer otra cosa en las cárceles, que la cultura y comprensión produce mejores resultados que la violencia y la tortura”, comenta su realizador. El tema “educación en cárceles” no es una novedad en materia cinematográfica, fue tratado en muchos documentales: No ser Dios y cuidarlos: estudiar en la cárcel, de Juan Carlos Andrade y Dieguillo Fernández; Unidad 25, de Alejo Hoijman; El Almafuerte, de Andrés Martínez Cantó, Roberto Persano, Santiago Nacif; o La formación. Estudiar en contextos de encierro de Analía Millán, entre otros. Sin embargo, en todos se reafirma la necesidad de mostrar las ventajas de un método de readaptación social más humano y profundo, que se opone al castigo doctrinario del sistema penitenciario. PABELLON 4 Pabellón 4, Argentina. 2017 Dirección y guion: Diego Gachassin. Dirección de fotografía y cámara: Diego Gachassin. Sonido directo: Gino Gelsi, Agustín Pereyra. Montaje: Fernando Vega. Protagonistas: Alberto Sarlo y Carlos “Kongo” Mena. Duración: 70 minutos.
Diego Gachassin ha desarrollado una carrera como documentalista que en el último tiempo lo acercó a una problemática relacionada con la reclusión y las posibilidades de salida y reinserción de algún tipo. Si en “Los cuerpos dóciles”, su anterior película, se hablaba de la justicia a partir del trabajo de un abogado con mecanismos particulares para la defensa y seguimiento de casos, en esta oportunidad en “Pabellón 4” toma la tarea de Alberto Sarlo, otro abogado, que en este caso ofrece la oportunidad de vislumbrar un trabajo con los reclusos lejos del vigilar y castigar. Sarlo, junto con Carlos Mena, un ex preso, llevan adelante un taller de filosofía y poesía dentro del pabellón que da título a la película y en el cual se encuentran los perfiles más problemáticos y peligrosos de la cárcel. La película encuentra la excusa de profundizar en Sarlo y su tarea, una que está centrada en expandir posibilidades e ideas, ampliando así la libertad de cada uno de los individuos que componen el curso y el pabellón. Si en “Los cuerpos…” veíamos el detrás de escena de la justicia, acá vemos el de la docencia, el de la vocación que tiene Sarlo, más allá de su profesión, por seguir adelante por su cuenta, y con dinero de su bolsillo, con una evangelización sobre las posibilidades del conocimiento como manera de superar el encierro. Gachassin ubica la cámara en espacios comunes, pero también en aquellos recónditos lugares en los que la iniciación en la escritura exige una concentración particular, exponiendo todo el tiempo las condiciones de producción de los materiales que luego configurarán un ejemplar, muestra de las posibilidades y de creer en el otro más allá de todo. “Pabellón 4” expone ideas, suma pensamientos, y acompaña a Sarlo y Mena en la difícil tarea de llevar adelante un grupo que pese a estar concentrado en su misión, termina por viciarse de miradas que prejuzgan un trabajo honesto y digno para todos. Como en “Los cuerpos…” el director no juzga, muestra, y si bien hay un recorte y una manipulada construcción de sentido (como esa escena de Mena hablando con su madre , demostrando la cercanía con ella y sus sentimientos), en la honestidad de la puesta y el seguimiento de los personajes, se potencia la idea inicial. Sin estridencias, sin mecanismos extradiegéticos, ni artificios, el director logra, a paso lento, y con un registro que acompaña de la cárcel a la casa, de la casa a las tareas cotidianas, de la complicidad entre Mena y Sarlo a la contienda para conseguir todo lo que los presos necesitan, aún sin pedirlo, un fresco de una tarea noble y simple. Gachassin pide pista para desestigmatizar y romper con esquemas, preconceptos y prejuicios sobre la vida en la cárcel y sobre un hombre que comprendió que en la vida no sólo hay que ganar y acumular dinero, sino que en el brindarse a los demás está la clave de todo.
La libertad que habita en uno El documental del Diego Gachassin retrata del apasionado trabajo del abogado y escritor Alberto Sarlo y de Carlos Mena, un ex preso. Ambos se dedican a la tarea de promover la literatura y la reflexión filosófica en una cárcel de máxima seguridad. Ellos están allí, cumpliendo una pena que les impuso la justicia. Pabellón 4 (2017) no habla de qué hicieron para llegar a la cárcel de Florencio Varela, porque no es lo importante. En más de un momento se hablará sobre la naturaleza del crimen (si es que la hubiere), sobre qué pasa en la conciencia de un hombre que atraviesa el umbral que divide lo legal de lo que no lo es. Y de eso sí habla este documental, porque uno de sus temas es la conciencia y qué hacer con ella cuando parece que no se puede hacer nada. El riguroso trabajo que realizan Alberto Sarlo y Carlos Mena no tiene nada de demagógico. Como el primero advierte en determinado momento, él no trabaja para la no reincidencia en el mundo del crimen aunque, claro, no ignora que las estadísticas demuestran que esa es una de las consecuencias del trabajo social en las cárceles. Lo que Sarlo y su asistente Mena hacen es algo más profundo, y radica en la posibilidad de otorgarle sentido a la reflexión. El primero, que también les ofrece a los presos clases de boxeo, lleva a cabo la tarea de publicar libros que compendian textos escritos “muros adentro”. Son el resultado del compromiso de los alumnos en torno a un espacio que se vincula más con la pedagogía del taller que con la clase “propiamente dicha”. Tal vez hubiera resultado más equilibrado que aparezcan las opiniones de los alumnos, más que de Sarlo y Mena, pero queda claro que Pabellón 4 persigue otro objetivo. Sartre, Nietzche, Hegel, Heidegger son algunos de los nombres que se escuchan en las clases, que son coloquiales pero no por eso menos rigurosas, y que abren la posibilidad de construir pensamientos profundos. Muchos de ellos se detienen en la relación entre el hombre y la libertad, palabra que no sólo refiere a la condición legal sino a una más metafísica y personal. En tiempos en los que se pregona la “mano dura” y se lleva a instancias legislativas la cuestión de qué hacer con los presos, un trabajo como Pabellón 4 resulta de visionado imprescindible.
Cómo leer a Foucault en la cárcel Una mano se asoma a través de los barrotes, un cigarrillo humeante entre los dedos; una ametralladora descansa, apoyada contra la pared, en uno de los miradores; en una canchita descuidada un grupo de hombres deja pasar el tiempo despuntando el vicio del fútbol. Se trata, puede suponerse, de imágenes comunes, cotidianas, en cualquiera de las dependencias que los servicios penitenciarios desperdigan a lo largo y ancho del país. Lo que sigue no es tan típico. Más aún, la primera impresión impacta por su apariencia extemporánea, moldeada en gran medida por décadas de ficción audiovisual: un grupo de presos discute acalorada, pero armoniosamente, sobre algunos pormenores de la filosofía hegeliana. El profesor anticipa un tema de futuras clases, el pensamiento de Michel Foucault, pero admite que todavía es necesario seguir ahondando en la obra del gran filósofo alemán. Más tarde, ese mismo docente escuchará atentamente la producción literaria de otro grupo de reclusos, cuyos relatos vuelven una y otra vez, obsesivamente, al ámbito tumbero y a todo aquello que se dejó atrás, del otro lado de la jaula. En otro momento de Pabellón 4, el nuevo documental dirigido en solitario por el realizador Diego Gachassin, Alberto Sarlo –abogado platense que dedica todos los miércoles de su vida, de manera absolutamente voluntaria y ad honorem, a organizar y dictar esos cursos dentro de la cárcel de máxima seguridad de Florencio Varela–, ofrece algunas lecciones básicas de boxeo. “Esto es disciplina, no es violencia” dirá más tarde Carlos Mena, el otro protagonista esencial de la película, un ex presidiario conocedor de la vida dentro del pabellón que hace las veces de mano derecha de Sarlo en los talleres intramuros. A su vez boxeador amateur, dibujante, poeta y eventual hiphopero, Mena parece encarnar esa posibilidad que mucha gente, incluidos algunos de sus antiguos compañeros de encierro, apenas si ven como una expresión de deseos utópica: la posibilidad de salir a la luz y arrancar de cero. Gachassin, cuya filmografía se inició hace ya tres lustros con el film de ficción Vladimir en Buenos Aires y prosiguió un par de años después con el notable documental colectivo Habitación disponible, se interesó por el tema durante el rodaje de Los cuerpos dóciles (2015), que ahondaba en la relación entre un abogado defensor de casos difíciles y uno de sus clientes, un joven acusado del robo a una peluquería de barrio. La preparación y publicación de un segundo tomo de la colección de cuentos “La filosofía no se mancha” (que puede descargarse gratuitamente en el sitio web http://cuenterosyverseros.com.ar/) delimita las fronteras temporales de los 70 minutos de duración de Pabellón 4, que, a pesar de concentrarse en los detalles y posibles consecuencias de la enseñanza dentro de la cárcel, le dedica varios pasajes a la vida familiar de sus protagonistas. El registro es estrictamente observacional: no hay aquí entrevistas a cámara o descripciones en off que organicen o describan prolijamente el material, tan caótico e imprevisible como la vida carcelaria. Una discusión sobre la pena de muerte deriva en conclusiones inesperadas, sorprendentes incluso, para varios de los prisioneros. Antes, en plena clase, el docente habla con vehemencia: “Yo no hago esto para que se reinserten, vengo para hacer literatura, filosofía. No hay moral, no juzgo. No tengo una receta, no soy mago”. Las palabras de Sarlo definen a la perfección los alcances y límites de su faena: lejos de las prescripciones de la asistencia social a control remoto o el voluntarismo biempensante, lo suyo es más bien un trabajo de hormiga que, tal vez, esté destinado al fracaso, aunque no por ello deja de contrarrestar, en alguna medida, la idea fatalista de un destino de reincidencia criminal consumado siempre antes de tiempo. El realizador y la película observan y ordenan esos retazos de la dura realidad. Y, como el mismo Sarlo, nunca juzgan.
Reseña publicada en edición impresa.
Lo carcelario desde adentro, y en vez de violencia, letras y dibujos: el director Diego Gachassin (“Los cuerpos dóciles”), se adentró en una cárcel de máxima seguridad en Florencio Varela para mostrar como en el pabellón 4, un grupo de presidiarios toma clases de filosofía con un mentor, que además, les enseña boxeo y los ayuda para que puedan tener un transitar mejor. Una experiencia real, que sirve para visualizar otro submundo dentro de las cárceles poco exhibido. Este documental, escrito, producido y dirigido por Gachassin, presenta a Alberto Sarlo, un abogado y escritor que hace más de 7 años lleva adelante una tarea que parece utópica: enseñarle filosofía a los presos. A partir de esta experiencia, y desde el punto de vista de Sarlo como protagonista, se conocerá la historia de los presos/alumnos de este taller, en donde se analizan filósofos para así entender la realidad desde distintos puntos de vista. Codo a codo con Sarlo en esta tarea, se encuentra Carlos Mena, quien tras haber cumplido su condena, sigue comprometido con la causa y asiste con frecuencia a los encuentros entre Sarlo y sus ex compañeros de prisión. Asimismo, se embarca en un proceso de busqueda personal muy relevante para su construcción como hombre libre. Tanto para él, como para muchos, la carcel fue una escuela, de la cual salió con un bagaje indispensable para su vida en libertad. El filme aborda la temática carcelaria a partir de lo que esta experiencia de estudiar, leer libros, componer música y redactar cartas, significa para los internos: algo que los transforma y que los hace pensar acerca de si mismos, en un futuro que tarde o temprano llega: la vida en libertad. Así, con alusión a Sartre, Foucault y Heidegger, entre otros, estas personas significan ciertos conceptos, y entienden de otra manera la realidad que viven. Con un fuerte mensaje social, Gachassin recorre la temática de la violencia carcelaria sin mostrarla, también ahonda en las subjetividades de los protagonistas evitando los golpes bajos. “Pabellón 4” es una película bien contada, y para nada pretenciosa, con una denuncia clara a un estado ausente.
En la jerga carcelaria, “pabellón de población” se denomina a quienes habitan los pabellones más peligrosos. A partir de esta aclaración, el documental comienza a acercarse a un grupo en particular: el pueblo del pabellón 4 de la Unidad 23 de máxima seguridad de Florencio Varela, en el sur de Gran Buenos Aires. Allí llega Alberto Sarlo para dar un taller de filosofía, enseñarles a boxear, a escribir y sobre todo, invitarlos a repensarse. Hace ya ocho años, el abogado lleva a cabo este trabajo junto a los presos. Allí plantea distintas preguntas a la vez que les propone narrar sus propios cuentos. Historias sensibles que hablan de cosas tan trágicas como son la pérdida de un amigo, un muerto en manos del Servicio Penitenciario y, algo a lo que todos refieren: la libertad y cómo sería volver a estar del otro lado.
En Los cuerpos dóciles (2015), Diego Gachassin mostraba -junto a Matías Scarvaci- los vericuetos del aparato judicial argentino a partir del caso de dos jóvenes detenidos por robo. Ellos terminaban condenados, y así parece natural que el siguiente documental de Gachassin sea Pabellón 4, que se mete en los pasillos de la unidad penitenciaria 23 de Florencio Varela. Lejos de los lugares comunes de las ficciones carcelarias, lo que aquí se retrata es, más que una rareza, un milagro: el funcionamiento de un taller de literatura, filosofía y boxeo para unos cincuenta internos de esa cárcel de máxima seguridad. Quienes dictan las clases son el abogado Alberto Sarlo y el ex convicto Carlos “Kongo” Miranda Mena: la cámara los sigue a ellos en sus vidas cotidianas y en su trabajo muros adentro. Es un documental de observación: sin entrevistas, las diversas situaciones que vamos viendo nos cuentan las historias de sus protagonistas y, también, las de los presos. Sin voz en off, con sólo ver y escuchar a los personajes, podemos sacar conclusiones acerca del sistema carcelario; de esas instituciones que suelen funcionar como depósitos de seres humanos y se desentienden de la rehabilitación y reinserción social; de quiénes terminan en sus celdas y quiénes no. No hay aquí una mirada condescendiente ni idealizada de los internos. Pero sus palabras conmueven, y permiten entender que hay un sistema que a la mayoría de ellos los empuja a la criminalidad: “Mi viejo fue chapista durante 50 años: no tiene olfato, vista ni tacto. Cuando salí, llegué a mi casa, miré a mi viejo y le dije ahora me acuerdo de por qué empecé a robar”. Carismático, con tanta calle como estudios formales encima, Sarlo es un gran personaje. Este Sebastián Estevanez de biblioteca conmueve con su dedicación -ad honorem- a los reclusos, pero sin vanagloriarse: “No enseño literatura y filosofía -les dice a sus alumnos- para que sean mejores personas: eso es colonialismo, dominación. No tengo la receta para que cuando estén cagados de hambre no roben más”.
Alberto Sarlo es abogado, pero además enseña boxeo y habla con pasión, solvencia y ninguna solemnidad de Marx, Foucault, Sartre y Dostoievski. Sin embargo, hay un detalle de su biografía aún más notable: sus alumnos, muy aplicados, son internos de uno de los pabellones más peligrosos del penal de Florencio Varela. No hay dudas de que la historia es "de película". El director Diego Gachassin lo advirtió y realizó un documental sobrio y elocuente que refleja un costado poco conocido de la vida carcelaria argentina. Decidido e hiperactivo, Sarlo es uno de los que empujan desde hace años un proyecto editorial bautizado Cuenteros, Verseros y Poetas, que reúne escritos de los presos, que hoy ya llevan ocho libros editados.
LA LIBERTAD ES UN ESTADO DE LA MENTE Diego Gachassin es un joven director que ha sabido en su carrera retratar las problemáticas de algunos de los sectores que la sociedad margina, discrimina y aísla: los inmigrantes y los presos. En su anterior largometraje, Gachassin se metió de lleno en la realidad empírica de vivir privado de la libertad y las trabas burocráticas que el sistema carcelario impone en su dinámica (Los cuerpos dóciles, 2016). En Pabellón 4, su última producción, se vuelve a inmiscuir en los muros de una cárcel para traernos una historia que nos brinda otra realidad de las cárceles de máxima seguridad y el trabajo social que allí hacen cientos de personas. El documental presenta el accionar de dos personajes centrales: Alberto y Carlos. Alberto Sarlo es un escritor y abogado que les brinda a los presos del Pabellón 4 un taller de literatura y filosofía; y Carlos, un ex convicto del pabellón que reingresa, pero esta vez en la categoría de ayudante de Sarlo. El film permite evidenciar de forma silenciosa los encuentros de estos talleres filosóficos y las producciones a la que muchos de los presos llegan: redacción de descargos, análisis de teorías filosóficas (de Hegel, de Sartre, de Dostoievski) o escritura de poemas. El documental presenta también todos los vericuetos burocráticos que el taller debe afrontar para poder tomar legalidad jurídica dentro de la institución carcelaria de Florencio Varela, y cómo los detenidos elaboran las teorías estudiadas introyectándolas y confrontándolas con sus propias vidas y con aquello que los espera afuera. La animalidad, la bestialidad, lo inhumano, lo privado de derecho que vende la imagen cierta de lo que sucede dentro de una cárcel (y que efectivamente, debe suceder en muchas de ellas) cae ante este relato verídico de lo que la empatía, la preocupación por el otro, el trabajo desde la cultura y el deporte, pueden lograr en la “recuperación” de aquellos sujetos que han violado las leyes de convivencia que rigen nuestro país, objetivo del que se jacta la existencia de las unidades penitenciarias. Entre charlas, lenguaje coloquial mezclado con el académico, mates, risas, discusiones, Pabellón 4 muestra la realidad de los presos que conforman el pabellón, el por qué terminaron allí, cómo la sociedad los violentó al marginarlos, cómo la realidad los chocó de la forma más cruel. Del mismo modo presenta a Sarlo, explicitando su idea y propósito del taller. El documental se encuentra filmado no sólo dentro de la unidad de Florencio Varela, sino también en mobiliarios externos, donde se gesta la logística del taller. Siempre desde su género documental, la acción de mostrarnos el devenir de este taller dentro de la cárcel se encuentra fragmentada por canciones de rap entonadas por el propio Carlos, quien además de escribir poemas, los recita mediante este género musical y donde cuenta un poco más de la realidad que le tocó vivir y del contexto que a muchos de los presos circunscribe. Mostrándonos la realidad paralela de la vida en una unidad penitenciaria, Pabellón 4 viene a derribar mitos y estereotipos del funcionamiento de las cárceles y los presos y trabajadores que allí conviven. Esto no quiere decir que no exista también la realidad brutal e injusta de la imagen más común que venden los medios de comunicación sobre las cárceles, pero como sucede siempre, siempre hay dos campanas, queda en cada uno saber buscarlas y escucharlas.
Es un documental que todos deberíamos ver. Porque Diego Gachasin, el mismo de “Cuerpos dóciles” donde siguió el devenir de un abogado que defendía a los “pibes chorros” nos muestra aquí otra experiencia abrumadora y sorprendente. Como Alberto Sarlo, abogado y escritor, por iniciativa propia, enseña a los presos de máxima seguridad, el pabellón del título, en la unidad 33 de Florencio Varela, filosofía, literatura, y también boxeo. Son el total 52 presos y en este trabajo los podemos ver y escuchar hablando de Hegel, de Sartre, de Dostoievski, del superhombre, pero también ver el resultado de la literatura que practican con una sinceridad conmovedora. Y junto a esta experiencia, el derrotero de Carlos “Kongo” Mena, que ya en libertad, es el ayudante de Sarlo. Un símbolo de cómo la cultura y el conocimiento, pueden derrotar los destinos marcados, la desidia, el abandono y apropiarse de la esperanza.
Filosofía entre barrotes Un cartel o placa que vale de prólogo y aclaración sacude el espinazo, y demuestra el escaso o nulo conocimiento que se puede tener del universo carcelario en el juego de conceptos y palabras que coronan discursos y medios en etiquetas que no dicen nada. Y entonces la primera cachetada llega al relacionar la palabra pabellón no con un lugar, sino con personas que lo ocupan. Para que de inmediato una segunda cachetada sin aviso advierta que el pabellón carcelario se refiere a la población de los internos más peligrosos. Allí, el Estado prefiere no llegar para hacer de cuenta que no existen o si lo hacen es para ocupar esa estadística del alivio de los justos, aquellos que se sienten protegidos porque es mejor estén adentro que afuera. Y el despojo del prejuicio conlleva sus riesgos porque también son ciertas las causas y consecuencias de la marginalidad; la violencia de arriba y de abajo, y en definitiva el cinismo con el que se habla de otro cuando nunca se lo valora por su condición humana. Pabellón 4 es un documental de observación que sigue el derrotero de un abogado y escritor, Alberto Sarlo, en su proyecto con internos de la Unidad 23 de Florencio Varela (Prov. de Buenos Aires), a quienes inculca el estudio de la filosofía, literatura y enseña a boxear. Son 52 convictos considerados peligrosos por sus antecedentes y causas con quienes intercambia experiencias de vida. A eso se suma el apoyo incondicional de Carlos Mena, otrora detenido en iguales condiciones y que gracias al apoyo de Sarlo y de su propia voluntad de querer alejarse de la delincuencia y el estigma de la marginalidad incentiva a muchos de sus compañeros a pensar, reflexionar y pensarse dentro y fuera de los barrotes en que se discute a Sartre, a Foucault y se entiende adonde quiere llegar Dostoievki, mientras en el patio también se aprende la disciplina del box no para pelear solamente. La crudeza de los testimonios en poesías o cuentos es más shockeante para el espectador que cualquier imagen explícita de ese micro universo, así como resulta estremecedor el relato de vida de alguno de los detenidos. Las frustraciones de Sarlo en la tarea cotidiana de apostar a futuro en un presente negro y con gran ausencia de las instituciones no es un apunte secundario para este documental de Diego Gachasin, quien ya había incursionado en el ámbito carcelario a partir de la historia de un abogado de delincuentes juveniles en la película Los cuerpos dóciles. Con Pabellón 4 y su honestidad en la búsqueda de historias más que de certezas, el círculo se cierra perfectamente.
Una placa al principio señala el carácter excepcional de este documental, que mete por primera vez una cámara en un pabellón de los denominados “de población”, donde el orden y las reglas se administran entre los mismos internos, las intervenciones policiales se limitan a las requisas o a dispersar peleas y el Estado no entra. La aclaración no es errónea ni impertinente, pero no anticipa los aciertos del enfoque oblicuo que Diego Gachassin emprende. Porque el documental gira alrededor de las clases que imparte el abogado Alberto Sarlo junto al artista y ex interno Carlos “Kongo” Mena en el pabellón del título dentro de la Unidad 23 de máxima seguridad del penal de Florencio Varela, centradas en un taller literario y de filosofía pero que pueden incluir boxeo, poesía, hip hop o simplemente charlas sobre la vida dentro y fuera de la cárcel. A la labor voluntaria de Sarlo también hay que sumar la financiación de la construcción de un SUM en el penal (del que exige un uso responsable a los internos, tras una experiencia anterior en la que ingresaron drogas y facas para terminar con un asesinato), la edición de libros con los textos producidos en el pabellón y la ayuda legal o logística, como cuando triangula llamadas para intentar que un interno trasladado no termine en un pabellón demasiado inseguro. Hay también momentos íntimos de la vida de Sarlo y Mena, que completan retratos imponentes de dos hombres balanceando la candidez del vínculo familiar con la interacción carcelaria, conceptos de filosofía tumbera con ideas de Sartre y el talento artístico con la destreza boxística. Y hay incluso un contrapunto interesante en la visión de Sarlo sobre las actividades que ofrece a los internos: quiere enseñar y dar herramientas, pero no pretende ser el mágico secreto de la reinserción, como si sus clases sirvieran para evitar que alguien vuelva a robar si estuviese pasando hambre. La confianza mutua que tiene con los internos parece el resultado de un encuentro férreo y sostenido sobre códigos compartidos, sin condescendencia ni paternalismo, lo que es como decir que Merlí no duraría dos días ahí. Respecto al registro de las actividades en el penal es que me remito al sobreimpreso del inicio, porque parece indicar que incluiría el tipo de situaciones violentas que sugiere. De haberlas capturado, sería bastante obvio pensar que la policía no las habría dejado pasar fácilmente, aunque sería justo adjudicarle la nobleza y mesura a Gachassin de no ir a regodearse en la miseria ajena. O quizá simplemente no haya sucedido nada durante el rodaje, lo cual estaría desnudando mi adiestramiento para esperar ciertas imágenes en una coyuntura vulnerable. Lo cierto es que las jornadas se van desarrollando con normalidad pero intensamente, y los internos leen en voz alta textos desgarradores que ventilan demonios interiores o rememoran casos flagrantes de violencia policial, aplicando conceptos filosóficos a situaciones cercanas. Las clases parecen estar bien dadas, porque ningún interno se lleva una idea sencilla o un latiguillo multiuso, y más bien parecen estar acomodándose a las nuevas preguntas que identifican alrededor de su vida: cómo convivir con el daño que se asume haber provocado, de qué sirve hacerse lugar en el pabellón oprimiendo a los demás, la trampa ideológica de ser categórico juzgando cierto tipo de delitos ajenos, qué impulso o argumento los llevó al delito y, lo más inquietante, la posibilidad concreta de que la cárcel no los haya disuadido para cuando salgan, como cuenta uno de ellos cuando redescubrió que las condiciones de vida de su padre, honrado laburante durante décadas, eran las que lo habían empujado a robar en primer lugar. Son el tipo de cuestionamientos que cualquier persona se hace, pero que los internos tienen que sortear en un contexto que los invita constantemente a sabotearse. No hay nombres, historias previas ni testimonios lineales: ya bastante hay con tener que enfrentarse a los propios pensamientos en ese encierro.
En el pabellón 4 de una cárcel de máxima seguridad de Florencio Varela, el abogado Alberto Sarlo realiza para los internos un taller de filosofía, escritura de cuentos y poesía y boxeo. La filosofía los ayuda a replantearse sus vidas; a través de la escritura logran expresar sus reflexiones y su pesar sobre la situación que viven. El director Diego Gachassin muestra una faceta diferente de las cárceles a la percibida popularmente por la sociedad. Una realidad triste y al mismo tiempo esperanzadora, con la chance para los presidiarios de cambiar sus vidas, al mismo tiempo mostrándolos como personas comunes y corrientes que cometieron errores pero esta dispuestos al cambio. En ésto juega un importante papel Carlos Mena, ex-presidiario del mismo pabellón, quien ahora es la mano derecha de Alberto en el taller y comparte la misma pasión por el taller. Los 70 minutos del documental llegan a sentirse ni muy largos ni muy cortos. Los variados testimonios y relatos logran que se mantenga fresco durante toda su duración. Vale la pena verla por lo antes mencionado y por ser la primera vez que se filma en un pabellón de máxima seguridad.
Un hombre intenta enseñar a 52 presos filosofía, literatura y boxeo. Por cierto que no es tarea fácil, y los resultados no son, siempre, los deseados. Pero lo interesante de esta película, que pretende ser menos una propaganda que el retrato de una historia, es que sin embargo, a pesar de todo, funciona, y que podemos ver una dimensión de lo humano más allá de estereotipos y prejuicios. Un film de total precisión.
LA FILOSOFÍA NO SE MANCHA La carta de presentación de Pabellón 4 es un desafío, una experiencia si se quiere inherente al género. Sin embargo, aquí las cosas no son nada fáciles, tal como deja ver la advertencia al inicio. “Por primera vez una cámara puede entrar a registrar un documental en un pabellón de población de la Argentina.” De esta manera, las expectativas por explorar los conflictos en una cárcel de máxima seguridad de Florencio Varela como espectadores y comprobar qué tan cierto es el riesgo son importantes. Incluso, alguno podría caer en la tentación de subestimar la capacidad de los realizadores y pensar en la posibilidad de asistir a uno de los tantos proyectos contaminados por la televisión y una estética casada con la miseria gratuita. Las primeras imágenes destierran tal prejuicio. Los bordes del pabellón en cuestión son mostrados con calma y se constituyen en el breve prólogo para llevarnos a un taller sobre filosofía y literatura, una experiencia interactiva entre los presos y un joven coordinador llamado Alberto Sarlo, quien sostiene los proyectos artísticos y deportivos ante la desidia de los funcionarios y la ausencia del Estado. Lógicamente, la mirada también incluye los conflictos, pero los deja fuera de campo. Quien quiera asistir a la pornomiseria tiene de sobra en esos nefastos programas televisivos de las noches argentinas. En uno de los momentos nos enteramos de una pelea por pastillas que causa la muerte de uno de los internos. Lejos de recurrir a maniobras manipuladoras, la cámara registra las consecuencias morales del caso con una ronda en la que todos discuten la cuestión, dan sus argumentos y buscan razones para aplicar lo que aprenden a fin de no perder la esperanza y “hacer la diferencia desde este infierno”. Los esfuerzos desmedidos de Alberto se completan con las gestiones que trata de hacer fuera de la cárcel para mantener el grupo y la momentánea armonía. Y por supuesto nada es fácil. De modo tal que una conmovedora lectura de un preso da lugar a una escena siguiente donde se arma lío por unos billetes falsos y hay que intervenir para salvar vidas. Sin embargo, hay un aspecto fundamental en su personalidad que queda magistralmente registrado en un pasaje del documental cuando les habla a los presos como el Sócrates que todos anhelamos, sin careta, y da los fundamentos éticos de su función, totalmente alejados de lo políticamente correcto y de las demandas de una sociedad que siempre esquiva el verdadero origen de los problemas. “Yo vengo a enseñar literatura y filosofía y me chupa un huevo su reinserción” les dice a los muchachos. Y lo maravilloso es que, lejos de prometerles un paraíso, trata de convencerlos de que nada tiene que ver con la moral el arte (les nombra a Celine, Voltaire, Heidegger, entre otros). “Yo no vengo a enseñar literatura y filosofía para que sean mejores personas. Eso es colonialismo.” La secuencia es extraordinaria. No solo echa por tierra el sentido de la utilidad, un tranquilizante para las mentes conservadoras, sino que pone un mismo nivel el potencial de los internos al de los grandes nombres de la historia. El otro protagonista es un ex convicto con un pasado familiar bravo, dibujante, boxeador, involucrado también con los talleres. Es un punto de vista complementario, el de la reinserción, pero coincidente con el de Alberto en desenmascarar la hipocresía del medio pelo argentino. Mientras ellos trabajan, la radio informa que los políticos continúan sacando leyes para “controlar, vigilar y castigar”. Me permito concluir con una anécdota personal. Hace unos cuantos años, mientras cursaba la carrera de Letras en la Universidad Nacional de Mar del Plata, en una de esas materias pedagógicas cuyo nombre prefiero no acordarme, la profesora destilaba teoría hasta por los codos y se regodeaba en abstracciones propias de la pose académica. Una alumna pidió permiso para interrumpir. No solo estaba agobiada por la marea conceptual sino por la falta de un cable a tierra en toda esa maraña de palabras. Era interesante el planteo, sin embargo fue opacado por un tipo flaco con barba (no era una barba de barrio, sino una intelectual, arreglada para la ocasión) que hizo la típica canchereada de claustro, una ironía berreta del estilo “¿y qué querés, llevar Foucault a las villas?”. Bueno, a ese tipo de barba estilizada yo le regalaría una copia de Pabellón 4 para que intente no morir aislado en su castillo de cristal académico. Seguramente, podrá ver que la cárcel no es un rincón de luz ni mucho menos, algo que todos sabemos, pero también comprobará que la filosofía no se mancha. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant