Ese mal cotidiano Carlos Reygadas es un director consagrado a la polémica. Tal como ocurrió con Batalla en el Cielo (2005) y –en menor medida- con Luz silenciosa (2007), Post Tenebras Lux (2012) invita a ser amada o defenestrada. Nuevamente, el clima ominoso que tan bien construye le sirve para poner su mirada sobre una familia de clase-media acomodada. Genial, abyecto, ambicioso, ridículo, sutil, pretencioso. Las voces se superponen, a favor y en contra, pero tal como ocurre con otros de sus contemporáneos (Lars von Trier, por citar un caso, otro “mimado” de Cannes), Carlos Reygadas nunca pasa desapercibido. A veces apela a esos golpes de efecto un tanto caprichosos (recuérdese el sexo oral en primer plano, en Batalla en el Cielo), pero no por eso su cine deja de ser meticuloso, programático, “ambicioso”. La película comienza con una niña de unos ojos cautivantes, en medio de la nada. Poco a poco; los truenos, la lluvia, el viento. Aquello que comienza como un signo sin respuesta (¿qué hace allí?, ¿por qué está sola?) se transforma en tensión pura. No habrá una continuidad explícita entre esa secuencia inicial y el resto del relato, pero atención: Post Tenebras Lux hace de la elipsis y el tono disruptivo su razón de ser. Al igual que en Japón (2002), en donde ignorábamos qué motivaba el acto sexual entre el forastero y la anciana, aquí las marcas sociales más claras (relato del inconformismo de clase, la fe católica como “opio del pueblo”, etc.) no se enmarcan dentro de una tesis. El enigma sobrevuela a la familia de Juan, que no termina de “encajar” en el campo. Su esposa es –tal vez, sin reconocerlo- una servidora que oscila entre la tarea de acompañarlo y cuidar a los hijos. Hacia el cuarto del matrimonio llega en una noche el diablo (sí, ¡Satanás!), de cuerpo delicado y fosforescente… Dato curioso: porta una caja de herramientas y camina despacio, para no alterar a los niños y poder hacer su trabajo. El diablo “trabaja”: tiene una tarea, cumple. Uno de los pequeños lo descubre, pero no dirá nada. Tal vez, esa secuencia grafique aquello que el director hace una y otra vez, por momentos con una morosidad difícil de justificar; demostrar que sobre lo explícito hay alguien que calla, algo que el relato ni siquiera sugiere. Ya no se trata de señalar mediante indicios aquella parte del iceberg que no vemos, sino de marcar que hay miradas que se pierden, que nos abandonan. Y nos conducen a un vacío que, en definitiva, nos iguala. El relato “posa” su mirada, más allá de construirla. Poco a poco, la película ingresa a un mundo sexual perturbador, a una vida cotidiana plomiza, y a la delincuencia que precipita un final trágico y también alegórico. El mal, parece sugerir Carlos Reygadas, puede ser imperceptible pero está ahí, a la vuelta de la esquina.
Del talento y la creatividad al regodeo y la provocación El siempre polémico director de Japón, Batalla en el cielo y Luz silenciosa se arriesgó con elementos personales (sus dos hijos en la vida real tienen papeles centrales y una de las locaciones principales es su propia -y bella- casa de campo) para una ambiciosa (tanto desde lo visual como de la puesta en escena) descripción de las profundas diferencias económicas y culturales, y las luchas de clase que subyacen en México y que -como todos los conflictos sostenidos con demasiada tensión- suelen explotar en el momento más inesperado y de la peor manera. Reygadas -que recibió el premio al mejor director en el Festival de Cannes 2012 por este trabajo- no se ahorra situaciones extremas: luego de un hermosísimo plano-secuencia inicial, aparece -literalmente- el Diablo (en precaria versión fluorescente) y poco después mostrará desde una orgía hasta asesinatos a sangre fría, pasando por un final a puro rugby. El film -trabajado en las tomas de exteriores con lentes que deforman los bordes de la imagen- va de lo más íntimo al retrato coral, de la austeridad a lo grandilocuente, de lo familiar a lo social, con resultados que por momentos subyugan y en otros, irritan. Cineasta virtuoso, radical y creativo, Reygadas parece demasiado tentado por la provocación y enamorado de sus ideas (su genio). Esa compulsión por impactar, trascender, por demostrar en cada plano su talento, cae por momentos en el regodeo y el capricho pretencioso (el director y colega Juan Villegas utilizó con acierto el neologismo “obramaestrismo”), y termina fagocitándose así muchas veces las buenas ideas que indudablemente tiene.
Post Tenebras Lux es extraordinaria, única, incómoda. Incómoda porque en ningún momento Reygadas parece estar haciendo su film para el espectador. Las respuestas, claramente, no son fáciles (la línea temporal y espacial se encuentra alterada) pero tampoco lo es su visión con respecto a lo que sucede. En su trabajo más personal hasta la fecha, Reygadas encuentra en su infancia y su adolescencia la manera de plasmar el terror de una familia que vive en las afueras de la ciudad de México. Tanto los primeros ocho minutos como la última media hora están recubiertos por una intensidad casi insoportable. En la primera -magistral- secuencia, el director muestra a una niña (la propia hija de Reygadas) caminando por un campo (cercano a la casa del realizador) alrededor de vacas, caballos y perros. Apenas puede hablar mientras corre, juega y observa la naturaleza -enorme, potente, amenazante-. Es inminente la tormenta, que llega con la oscuridad, tapando por completo la insignificante figura de la niña...
Cine con mayúsculas Segun cuentan, en Cannes, terminada la proyección exclusiva para la prensa, se hiceron sentir en la sala los silbidos y los abucheos por parte de los periodistas. La explicación para este comportamiento seguramente se deba al carácter fragmentario de la película, y a la ausencia de una narrativa clara. Se trata de una sumatoria de escenas que en muchos casos no tienen aparente continuidad, ni coherencia, ni relación entre ellas. Es verdad que hay una anécdota central, pero tampoco acaba resolviéndose con claridad. Reygadas dijo públicamente sentirse halagado por los abucheos, y que si sus películas no fuesen abucheadas estaría preocupado; para rematar dijo que los programas de televisión son "el peor veneno del mundo de hoy" y que sin embargo nunca son abucheados. Pero aún con la mala recepción por parte de algunos sectores de la crítica, Reygadas se llevó el premio a mejor director en el festival ese mismo año. No es la primera vez que ocurre algo así. Uno de los abucheos más famosos de Cannes fue el que recibió Antonioni en 1960 finalizada la proyección de La aventura y como se sabe, esta conducta fue la que llevó a otros críticos a defender enfáticamente la película. La historia acabó dándoles la razón, (es una presente en todas los tops de mejores películas del siglo veinte), como para subrayar que la prensa suele equivocarse. Para el caso de Reygadas, la cosa es más incomprensible aún, ya que Post Tenebras Lux es una obra dotada de buen rítmo, de personajes llamativos y un conflicto constante. Pero la necesidad de "entender" todo en una película seguramente haya llevado a muchos al rechazo. Lo inconcebible es que más allá de los cabos sueltos no se haya percibido lo poderoso e impactante de algunas escenas, lo envolvente de los climas, la agudeza y la certeza en plasmar cierta visceralidad humana. La primera escena, en la que una niña de unos tres años va adentrándose sola en un campo abierto entre barro, vacas, caballos y perros mientras la noche cae y empieza a avecinarse una tormenta eléctrica, es uno de los fragmentos más brutales que haya dado el cine en los últimos años, y marca desde un comienzo la impronta que recorre todo el film: una atmósfera onírica, dominada por una sensación de peligro constante, a veces de origen incierto. Pero aún los momentos que parecen enigmáticos y descontextualizados -la aparición de un demonio fluorescente que recorre las habitaciones de una casa, los preparativos de un equipo adolescente de rugby- están directamente relacionados con los instintos más básicos y primitivos del ser humano, y dan cuenta de cómo esas pulsiones son algo universal que trasciende fronteras y estratos sociales. De todos modos sí hay una anécdota sólida que recorre la película: una familia que vive en el México rural junto a sus dos hijos parece encontrarse al borde del agobio y la ruptura. El nihilismo rasante roza la pesadez existencialista; la humanidad y sus peores vicios pervierten y desangran, en una de esas películas herméticas que se quedan en la cabeza del espectador, invitándolo a reincidir con segundos y terceros visionados.
Laberinto de luces y sombras Post tenebras lux está filmada con una exquisitez formal y una potencia narrativa tal que es una tentación ponerse a describir en detalle cada una de las escenas que la componen. Un relato signado por la culpa, en donde el deseo es el motor de la acción. Atardece y una nena de no más de dos años corre sola por el campo. No se trata del campo pampeano, porque hay montañas con bosques densos, que interrumpen y enmarcan el plano. Ese detalle vuelve a la escena –filmada en el infrecuente formato de 4:3, con una lente biselada que provoca un efecto de duplicación circular en la periferia del cuadro– inesperadamente opresiva, agorafóbica. Más allá de eso no hay diferencias: hay vacas, perros, y caballos que corren y que a su vez son corridos por los perros que ladran y les lanzan tarascones. La nena camina entre los animales y va nombrando en su embrionaria lengua todo lo que ve: vaca, caballo, perro... Pero también dice mamá, papá, Eleazar, mientras mira –no mucho, pero lo hace– a algo o alguien que permanece fuera de campo: ¿realmente está sola? El cielo enrojece, cae la noche, se acerca una tormenta y ella sigue ahí, entre animales que le son enormes pero no ajenos y parece feliz. En la oscuridad los rayos recortan su silueta contra el cielo, mientras su voz se pierde entre los truenos. Despacio, de a una, sobre el fondo negro van apareciendo las tres palabras que componen el título del opus cuatro del mexicano Carlos Reygadas: no hay forma de que una película pueda empezar de manera más conmovedora y sutilmente intimidante. Post tenebras lux está filmada con una exquisitez formal y una potencia narrativa tal que es una tentación ponerse a describir en detalle cada una de las escenas que la componen. Sin embargo ese trabajo representaría el camino fácil, mucho menos arduo que intentar realizar una sinopsis eficiente de ella. Del mismo modo en que es más cómodo intentar reducir su estructura dramática a la categoría de “experiencia onírica”, que buscar al menos una línea de sentido para su imbricada red de textos cinematográficos. No es que esté mal pensarla como una pesadilla recurrente y cíclica, porque sin dudas también es eso. La clave reside justamente ahí: en su inabarcable arquitectura cinematográfica. La película expone de manera central, pero no lineal, momentos de la historia familiar de Juan, Natalia y sus hijitos Eleazar y Ruth (la nena del comienzo). Luego de un despertar idílico, Juan muestra signos claros de un temperamento bipolar, capaz de ser un padre amoroso pero también el más brutal inquisidor. La familia se ha mudado al campo en busca de una paz y un equilibrio que, sin embargo, Juan no consigue encontrar. Luego de un perturbador e inexplicable arranque de violencia contra una de sus perras, él asiste al grupo de Alcohólicos Anónimos que sus vecinos pobres sostienen en un rancho de chapa y cartón, y confesará su adicción a la pornografía virtual. También se verá a Juan y a su familia en una fiesta de la aristocracia mexicana más rancia, en donde una abuela reparte sobrecitos con dólares entre sus nietos, deseándoles un feliz destino de empresarios. O se verá a Juan y Natalia en una orgía ritual que se lleva a cabo en unas catacumbas ubicadas en alguna parte de la Europa francófona y en la cual nadie parece conectar demasiado con los otros; o sosteniendo una tensa discusión sotto voce que apenas es capaz de contener la evidente violencia que en ella subyace. Pero en Post tenebras lux también hay lugar para mucho más que una saga familiar. Hay un diablo definitivamente macho, rojo y fluorescente, que por las noches se cuela en las casas con su cajita de herramientas para hacer su trabajo. Un leñador muy sociable que abandonó a su familia y un terrateniente que detesta a la suya y para quien tumbar un árbol tiene el mismo peso simbólico que la cabeza de caballo en El padrino. Reygadas construye un laberinto dispuesto en forma de viñetas intercaladas, una encrucijada que revela diferentes caminos pasibles de ser encadenados. Los abismos sociales de un país que responde antes a un orden de castas que de clases. Un relato signado por la culpa y una mirada más bien moral que ética, en donde el mero deseo es el motor de la acción. La escena de la orgía es evidente respecto de esa tensión entre deseo y culpa que la película nunca consigue resolver, y que acaba en regulares estallidos de violencia. Una violencia que también puede provenir del choque cultural que da origen al México actual, entre el mundo occidental y cristiano contra ese otro, original y ancestral. Un choque en donde el sacrifico humano, tan caro a ambas culturas, parece ser el punto de impacto. Post tenebras lux es una película inusual, magnífica y a la vez despreciable e hipnótica, digna de un director que no acostumbra hacerle las cosas fáciles a espectadores cómodos o caprichosos. Por supuesto que se le puede volver a achacar a Reygadas el pecado de saberse virtuoso y no disimularlo. Pero esa profusión de virtuosismo no es sino otra de las máscaras que el exceso se calza aquí para salir a escena. Al final, será la tierra la que se tiña de rojo, cerrando un ciclo que se abrirá de nuevo, igual que la noche sucede al día y la luz sólo nace en la oscuridad.
Carlos Reygadas es un director talentoso que lleva al extremo sus ideas para mostrar las contradicciones de la sociedad mexicana. Él pasa del retrato intimista a una situación coral, de una orgía a una matanza, de lo particular a lo general, siempre llegando al extremo. Filma con talento, usa en exteriores lentes que deforman los bordes. Pero a veces se lo admira y en otras ocasiones puede resultar revulsivo. Puede ser irritante o digno de elogio.
El imperio de los sentidos La vitalidad poética de la primera escena de Post Tenebras Lux provoca una suerte de éxtasis cinéfilo difícil de olvidar. En un extenso campo donde se agrupan vacas, perros y caballos, una niña que apenas puede hablar nombra lo que ve o lo que piensa: vaca, agua, perro, mamá. El formato es cuadrado como el de las películas caseras en 8mm. Los colores son inusualmente vivos. La cámara se mueve a un metro del suelo, a la altura de la pequeña. Poco a poco la oscuridad se apodera del paisaje y no queda más que el sonido de los zuecos, los jadeos y el barro. Entonces la tormenta estalla, los relámpagos rasgan la noche y dibujan el rostro de la niña bajo un resplandor. La inmensidad del cielo, el clamor de los animales y el halo que envuelve la imagen contribuyen a crear un mundo tal como lo experimenta un niño. El clima místico, el encanto fantástico y la fotografía impresionista de esta extraordinaria secuencia invitan a dejarse llevar por el derrotero emocional de los protagonistas. Juan y Natalia, una pareja rica y feliz, deja la ciudad para instalarse en el campo con sus dos hijos. Pero a Reygadas no le interesa una trama narrativa de felicidad familiar. La insatisfacción moderna corroe al héroe. La omnipresencia del bosque tropical, hostil y sublime a la vez, impone un ritmo contemplativo y una música sensorial equivalente a la formidable apertura. En la asombrosa segunda escena, una criatura diabólica e incandescente visita a los habitantes de la casa. Las secuencias se suceden sin cronología, explicación ni metáforas, con idas y vueltas entre pasado, presente y futuro, sin que podamos definir con certeza la disposición de cada segmento en la narración general. Como si viéramos a través de un caleidoscopio, la imagen acentúa la profundidad en el centro del plano y recorta los bordes. Una forma singular y pertinente para una película que alterna episodios perfectamente claros con escenas que asoman de manera difusa sobre los contornos de la narración. Post Tenebras Lux no se ajusta a una coherencia o una lógica determinada. El hiperrealismo cotidiano de las escenas de familia centradas en la pareja y sus dos pequeños hijos conviven con otras que están abiertas a nuestra interpretación: una comida en un futuro posible, una orgía en francés o un partido de rugby en inglés. La película asume la distorsión, lo real tiende a desbordarse en un ensueño abstracto sin perder la tensión dramática y social. Reygadas no le teme al exceso, la luz estalla por todas partes y perfora las inquietantes tinieblas. Post Tenebras Lux es una película exquisita y desmedida que permanece en la memoria mucho tiempo después de la proyección como un relámpago súbito cuya intensidad perdura luego de que la imagen desaparece.
Mucha tiniebla y casi nada de luz Quizá lo mejor de esta larga y antojadiza película mexicana sea su primera escena, con una niñita rubia corriendo entre asustada y feliz por el campo abierto, muy cerca de los animales, enormes para ella, frente a las sierras oscuras y bajo un cielo cada vez más encapotado, que amenaza tormenta. Cualquier cosa terrible puede pasar después de semejante prólogo, y efectivamente después pasa cualquier cosa, pero esa primera escena es antológica. Aplausos por ella para el director de fotografía Alexis Zabe, joven que ya se ha lucido en videoclips, publicidades, y largos de Fernando Eimbcke, Alberto Davidoff, Harmony Korine y Carlos Reygadas, con quien trabajó en el corto "Este es mi reino", "Serenghetti" (raro paréntesis deportivo en la trayectoria de Reygadas) y, por supuesto, en "Luz silenciosa", donde logró imágenes notables gracias al inteligente uso de unos lentes viejos. Acá también consigue imágenes notables, pero por otra razón: el inusual diseño de encuadres biselados, como de espejo antiguo, que llama la atención, contribuye a poner en clima, pero también distrae y cansa un poco la vista. Para peor, la historia también cansa un poco, precisamente porque casi no existe. Lo que vemos es una sucesión de largas escenas a veces irreales, con malhumores y maltratos físicos y verbales de diversa especie, descargados sobre un animalito, parientes, empleados, vecinos pobres, etcétera. La cosa, mayormente, sucede en un lugar serrano adonde el protagonista, un neurótico egoísta, se mudó con su familia. Y todo irá confluyendo hacia el desafortunado encuentro de dicho sujeto con dos apacibles (pero no zonzos) ex alcohólicos en situación de robo. En el medio hay un larguísimo capítulo en un enorme baño turco de rincones literarios y concurrencia mixta y nudista, donde el personaje de marras entrega a su mujer, que en verdad se deja entregar sin quejas para uso público inmediato y en tiempo real, vaya a saberse a título de qué terapia de pareja. Tampoco se sabe a título de qué va todo esto, pero, a juzgar por el final, se supone que el autor ha hecho otra de sus "historias de redención", ya que, de pura casualidad, los apacibles logran que el neurótico se calme un poco. Ve la luz, como anticipaba el título en latín, o como exclamaba Jorge Guinzburg. Gustará, a amantes de la fotografía, obedientes cinéfilos a la orden de los gustos de moda, curiosos del swingerío más chocante, y traductores del mexicano más cerril captado con sonido directo.
Fragmentos de luz Post tenebras lux, la última película del mexicano Carlos Reygadas y con la que ganó el premio al mejor director en el Festival de Cannes, sigue a una familia que vive en el campo, aunque como siempre en su cine no hay una imposición desde lo narrativo. Si Reygadas pensara que su intención es llegar a un público masivo, existen motivos como esta película para pensar lo contrario. Si en Japón o Batalla en el cielo, relatos más “convencionales”, la cuestión parecía naufragar entre el shock y el autodescubrimiento, lo que hay aquí es disrupción, carga simbólica y, ante todo, sufrimiento. El director entiende que en la linealidad no parece haber nada interesante desde lo narrativo, razón por la cual se trata de un mosaico con historias paralelas que no son corales porque algunas aparecen inconexas o no tienen ningún tipo de desarrollo, salvo para referenciar algún hecho que en el procesamiento final (y no en la película) sólo da a entender una dirección o una sospecha, antes que el sentido. Luego está el riesgo estético, sobre todo en cierta secuencia de auto-decapitación que, a pesar de su dramatismo, encierra un costado humorístico casi involuntario. Las historias que entreteje y la tesis que se presume que se sostiene en la violencia de la lucha de clases en México no quitan que el film se haga extenso y derivativo por momentos, perdido en búsquedas inaplicables que no cuentan con un aporte emotivo que llegue al espectador. Visualmente por momentos enigmático, con el uso de lentes que distorsionan los bordes (salvo en la confesión final de Juan) y largos planos secuencia como el de la introducción (que logra tener una carga onírica), Post Tenebras Lux -algo así como la “luz después de la oscuridad” en latín- es un film que en sus fragmentos contiene ideas que en su conjunto no alcanzan a conectarse con la totalidad de la película, sin ser esto un impedimento para apreciar momentos como la secuencia en el sauna o el violento asalto.
La angustia corroe el alma Bello, potente, ecléctico filme que logra captar el malestar y la fragilidad humanas, sin obviedades. No es común, aunque sí en él: el mexicano Carlos Reygadas logra filmar el malestar, la incertidumbre, cierta angustia que no se puede traducir a palabras. Lo hace sin enunciarlo: con belleza, potencia y absoluta libertad creativa. Basta con ver la secuencia que abre Post tenebras lux. Una nena de dos años camina sola por un terreno rural anegado, cruzándose con bueyes, caballos y perros. Ese mundo -que ella conoce y nombra con su incipiente léxico- va volviéndose amenazante. Cae la tarde, un relámpago fractura el cielo. La naturaleza transmite ahora menos libertad que extrañeza, opresión, desamparo, en la nena y en el que mira. Reygadas (Japón, Batalla en el cielo, Luz silenciosa) envuelve con estas sensaciones, sin “narrar”: con movimientos de cámara y sonidos ambientales. Y evita el realismo de raíz, deformando vagamente la imagen. Un biselado en los márgenes, que multiplica y difumina contornos: como si uno observara a través de una botella, o desde un acuario, o desde unos ojos con lágrimas. En la escena siguiente, en una hermosa casa de madera a oscuras, un diablo fluorescente camina con un maletín entre sus garras. Ya no quedan dudas -si es que a alguien le quedaban- del quiebre naturalista, de la decisión de Reygadas de arriesgar sin temor al ridículo, de ser ecléctico. Varios expertos remarcaron la religiosidad que recorrería Post tenebras lux-título que, junto con un énfasis final puesto en la culpa, invita a sumarse a esta hipótesis-; pero al autor de estas líneas le queda la sensación de que la mirada de Reygadas es más bien iconoclasta. En el centro del filme, una familia burguesa -un matrimonio y dos hijos pequeños, los hijos del director en la vida real- que vive alejada de lo urbano. Todo lo que podría ser idílico está teñido de una ominosa inquietud, que aumenta como un sismo desde el interior de los personajes adultos. También, desde afuera. Una subtrama casi “policial” juega con los contrastes entre dos clases sociales: línea que recorre, con mayor o menor sutileza, la película entera. Todo, en el universo Reygadas , es susceptible de ser quebrado, empezando por el relato. La historia -por llamarla de algún modo- de Post tenebras lux, salta en el tiempo, las circunstancias, los registros y acaso las dimensiones. Y da lugar a la violencia -contenida o no-, el alcoholismo, la pornografía por internet o una orgía en un baño de vapor. La frágil, lógica, condición humana. En algún momento, acaso el más melancólico del filme, la esposa del protagonista toca en el piano y canta It’s a Dream, de Neil Young, cuya letra contiene la materia de esta película: sueños, sueños desvanecidos
"Que me abuchee la prensa es un halago, quiere decir que estoy en buen camino." Con esa afirmación tajante y polémica, el mexicano Carlos Reygadas respondió a las críticas y los silbidos con los que fue despedida Post Tenebras Lux en la función para críticos de la edición 2012 de Cannes. Finalmente, el jurado no opinó igual que la mayoría de los periodistas especializados y le otorgó el premio al mejor director del festival, una pequeña venganza que Reygadas pudo disfrutar en solitario. El cine de este mexicano de 42 años, perturbador y exigente, siempre funcionó bien en el ámbito de los festivales, particularmente en Cannes, donde obtuvo una mención especial por su primera película, Japón (2002), y el premio del jurado con Luz silenciosa (2007), la tercera, filmada dos años después de Batalla en el cielo (2005), su film más discutido debido a un par de escenas de contenido sexual explícito que fueron censuradas en su propio país. "Reygadas no hace películas, simplemente filma situaciones", escribió el veterano crítico español Quim Casas luego de ver Post Tenebras Lux , y hay algo de cierto en ese sintético análisis. El propio Reygadas ha declarado que su cine no se apoya en la representación ("eso es cosa del teatro", sostuvo), sino más bien en la captura de un presente determinado, una idea más cercana a la fotografía y la pintura. Desoyendo el famoso consejo de Hitchcock ("nunca trabajes con niños, animales ni Charles Laughton"), Reygadas arranca con una gran escena protagonizada por su pequeña hija, rodeada de perros, vacas y caballos, e hilvana a partir de allí una serie de situaciones sin demasiada relación aparente que giran en torno a un nudo argumental apenas esbozado: la crisis de una pareja de la alta burguesía urbana de México que se ha mudado a una lujosa casa enclavada en medio de un exuberante paisaje rural (los preciosos bosques del estado de Morelos). En ese entorno idílico empieza a asomar la violencia, encarnada en primer lugar por un curioso diablo animado. El título del film alude a un versículo bíblico del libro de Job -"Después de las tinieblas, espero la luz"- y, según aclaró el propio director, a la esperanza ante la incertidumbre que siempre tenemos respecto del futuro. Las situaciones que Reygadas encadena en la película son muy disímiles y se desarrollan en ámbitos también diferentes -desde los vestuarios de un equipo de rugby hasta un sauna poblado de swingers-. No responden a ninguna lógica narrativa tradicional y requieren una activa participación del espectador (el director se ha referido a Post Tenebras Lux como "una vasija que cada uno puede rellenar como quiera"), aunque por lo general tienen en común una mirada cáustica y muchas veces despiadada sobre la sociedad mexicana en todos sus estamentos. Está claro que el de Reygadas no es un cine del consenso. Allí donde muchos distinguen a un artista conceptual de profundo calado político, otros señalan con enfado a un manipulador que produce películas estetizantes y vacías. Lo mejor, naturalmente, es verlas y decidir por cuenta propia.
Enfrentarse al universo de Carlos Reygadas no es tarea fácil. El director mexicano siempre va más allá con cada una de sus propuestas. Luego de narrar historias bellísimas y crudas “Japón”, “Batalla en el cielo”, “Luz silenciosa”, llega la hora de contar qué pasa con los claroscuros y la dualidad humana. Porque de eso trata “Post Tenebras Lux” (México/Francia/Noruega, 2012), de plasmar de una manera hipnótica (utilizando un lente convexo que hace que se focalice la visión en el centro de la pantalla y se distorsionen los bordes) la doble moral que vive en todos los hombres. Doble moral regida por un “demonio” que visitará a un niño y que al finalizar el filme cerrará el círculo. Juan (Adolfo Jiménez Castro) y Natalia (Nathalia Acevedo) son un matrimonio acomodado de la clase alta mexicana que decide ir a vivir en las afueras del DF para que sus hijos crezcan en contacto con la naturaleza (interpretados por los hijos del director). La pareja está desgastada. Se aman y se odian. En el medio de ese oasis, donde asistimos a las rutinas de hombres/niños/animales, los conflictos dentro y fuera del hogar no se harán esperar. Desde un estallido de violencia con un animal a la necesidad de hacer participar al otro en una orgía, esa es la controversial línea elegida por Reygadas para enfrentarnos con su historia de manera visceral. Silenciosos, expectantes, cada participante de la película tendrá algo que ver con el otro y determinará el futuro de todos. Un futuro que debemos ir completando a medida que avanza el metraje, ya que Reygadas no cuenta la historia de manera lineal, sino que va desagregando indicios que deberán ser hilvanados en un proceso artesanal por parte del espectador. ¿Es un sueño lo que estamos asistiendo? ¿Es la vida de los protagonistas? ¿Es ese Belcebú visitante el que dirige la vida Juan? ¿En algún momento llegará la luz después de la oscuridad a la que refiere el título? Travellings, pocos diálogos, algunas palabras afectadas y la cámara fija “narrando” un personaje (dejando fuera de campo al resto, con la violencia y la ignorancia que eso genera). En el fondo hay también una crítica a la clásica lucha de clases. En el conflicto latente de pobres versus ricos, que se intenta polarizar con escenas compartidas por el protagonista y su familia en los espacios comunes con la clase popular, es en donde está una de las respuestas a esta compleja y difícil cinta. La fotografía de Alexis Zabe, propone encuadres y planos secuencia hermosos, que además, en el silencio de la acción, generan, junto con la distorsión de los contornos un efecto de extrañamiento y atracción. Película para ver sin prejuicios, dejándose llevar por una propuesta diferente e innovadora. Reygadas obtuvo por este filme el premio al mejor director Cannes 2012.
La burguesía endiablada Según el propio director mexicano abucheado en Cannes y mimado por el jurado con el premio al mejor director en 2012 debe tomarse a su película Post tenebras lux como una vasija que cada uno puede rellenar como quiera y sencillamente el contenido de esa vasija no es más ni menos que el cine de Carlos Reygadas desde Japón (2002) y su entrega al naturalismo y a lo salvaje, pasando por la contemplación de Luz silenciosa (2007) a la provocación e ironía de Batalla en el cielo (2005). Todo está ahí en ese vacío, vinculado estrechamente con la decadente burguesía mexicana, que ha perdido hasta las ganas de hacer el amor y necesita de la experiencia swinger para recuperar el deseo o de la violencia nada contenida por la propia frustración. Esos detonantes estallan de forma no orgánica y caprichosa en el universo organizado por el propio director bajo una impronta un tanto moral que castiga a los malos porque aquí no existen buenos y tal vez el diablo y su cola invisible tengan algo que ver en este estado de anomia y animalidad que supone Post tenebras lux (en referencia al versículo bíblico del libro de Job que reza Después de las tinieblas, espero la luz) donde hasta una canción de Neil young se estropea por la desafinada voz de quien la interpreta o un bolero duele mucho más que lo que puedan transmitir sus palabras al ser destrozado en otro segmento musical. Los perros guardan un aspecto simbólico y son depositarios de la miseria humana para que Carlos Reygadas refleje la violencia en el más débil y trate de compensar su perversión e impunidad cinematográfica exhibiendo a sus hijos pequeños, Rut y Eleazar Reygadas, con la inocencia a cuestas, aunque eso no alcanza porque el daño ya está hecho. Lo digresivo seguramente espante a un público no acostumbrado a este tipo de cine porque lo que alimenta la trama no son más que viñetas a las que busca extraerse una cuota de verdad o algún momento sublime que en este caso en particular brilla por su ausencia. Distinto panorama es aquel que aporta la imagen cuando el director mexicano filma en la quietud de las palabras y deja que el movimiento de la penumbra o los colores que arremeten sutilmente en la imagen narren por sí solos un estado de ánimo, una emoción no contenida o la sencilla vinculación entre el hombre, la naturaleza y un todo metafísico donde bien y mal se unen en una partida de ajedrez eterna. La muerte siempre presente y la vida como esa carga insoportable que trata de mitigarse ya sea a través del alcohol, de los vicios o la violencia sin sentido y contra un enemigo poderoso e invisible forman el tríptico que opera con sus propias leyes en esta nueva y perturbadora película del polémico realizador mexicano.
Y el diablo metió la cola Una niña corretea en el campo, entre divertida y algo asustada, entre vacas, perros y caballos que corren nerviosos a su alrededor. Una pareja se sumerge en un sauna francés para entregarse a una orgía. Un hombre le da una brutal paliza a un perro. Otros confiesan sus pecados y adicciones en un grupo de alcohólicos anónimos. Un grupo de chicos (¿ingleses?) juegan al rugby. Y el diablo, mitad hombre, mitad cabrito, de rojo fluorescente y digital, se aparece a la noche en la casa de una familia mientras duermen. Así de radical es Post Tenebras Lux y el cine de Carlos Reygadas. No hay medias tintas ni grises. Muchos lo odian, otros lo aman. Reygadas nos propone acompañar a Juan (Adolfo Jiménez Castro) en un tour de force, en una espiral descendente en busca de redención y de salvación. Habiendo huido de la ciudad junto a su familia (Juan confiesa que tiene una adicción a la pornografía), se instalan en el campo, en una zona rural y pobre, para terminar descubriendo que los demonios no conocen de distancias. Aquí entra en escena El Siete (Willebaldo Torres), joven ex-adicto, ex-ladrón, que le dará una mano dentro del grupo de recuperación y que jugará un papel fundamental en la búsqueda de Juan. Veremos algunos flashblacks y algunas potenciales explicaciones, pero Reygadas prefiere que uno deduzca o intuya sensorialmente lo que ocurre. Haciendo uso de unas lentes especiales que deforman los bordes del plano y simulan una superposión de colores y formas como los espejos, Reygadas y su extraordinario DF, Alexis Zabe, generan imágenes embriagantes, voluptuosas y bellísimas, pero, hay que reconocerlo, tal vez algo vacías. Es que la duración de esos largos planos secuencia buscan alguna verdad, están a la espera de algún momento epifánico que muchas veces no llega. Y lejos, el momento más intenso en belleza y vehemencia es aquel que abre el film donde se ve a la pequeña Rut (hija de Reygadas en la vida real) correr sola, sin aparente compañía, a la intemperie junto con vacas y caballos que la doblan en tamaño mientras las nubes se cierran sobre su cabeza, amenazando con una terrible tormenta. Lentamente el plano se va oscureciendo y el título de la película se hace presente. Pero, más allá de este momento, los demás planos que pueblan el film y que son igual de virtuosos no alcanzan este nivel de dramatismo. No es que Reygadas no tenga algo para contar sino que el problema reside en cómo contar eso que le interesa. Esto sin mencionar los momentos shockeantes y perturbadores que Reygadas disfruta desplegar delante de nuestros ojos (como tantos otros directores contemporáneos como Bruno Dumont, Gaspar Noé, o Lars Von Trier sin ir más lejos). Sus imágenes son hipnóticas y bellas, sí, pero también polémicas y controversiales. Por caso, la orgia, que es de una sordidez alucinada y cautivante, pero gratuita también (en sus películas anteriores ya habían escenas gráficas de personas teniendo sexo o ejerciendo situaciones de violencia sobre otros). Carlos Reygadas forma parte de una especie de elite mimada por los festivales y la prensa especializada, pero el éxito masivo le es esquivo; a la manera de un Terrence Malick aún más salvaje y libre en las formas, el director mexicano se las arregla para conseguir que sus películas se estrenen a nivel comercial en casi todos países, generando interés y expectativa alrededor de su obra (recordemos que Reygadas ganó el premio a mejor director por esta película en el último festival de Cannes), que si bien no es redonda ni tampoco deficiente, es sintomática del tipo de cine de autor que se hace en la actualidad: uno pretencioso y algo rebuscado en la superficie, pero simple y pendenciero en el fondo.
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Principio y fin El realizador mexicano se especializa en confundir a los críticos y espectadores. Si BATALLA EN EL CIELO es el título difícil -el Lado B- que siguió a la muy valorada JAPON, POST TENEBRAS LUX parece también jugar a ser el espejo deformante, experimental, la mirada desde el otro lado, de LUZ SILENCIOSA. Ese ida y vuelta entre luz y oscuridad queda muy claro hasta en los títulos de las películas. En PTL (llamemos así a POST TENEBRAS LUX) están los ensimismados universos pastorales, pero también el Diablo, el asesino y la violencia social, temas y formas con las que el realizador ya trabajó antes. En este filme aparecen dos figuras nuevas: la experimentación visual más radicalizada, que lo lleva a salir de los procedimientos narrativos convencionales muchas veces usando un lente deformante de los bordes de la pantalla en todas las escenas de exteriores; y el protagonismo de una alta burguesía acomodada a la que describe con precisión y bastante crudeza. Post TenebrasReygadas es bastante duro, incluso, con su protagonista, a quien pinta como una mezcla de ángel y demonio, de hombre comprensivo y gentil por momentos, pero también uno que maltrata a sus perros, hostiga por momentos a su mujer y termina mezclándose en una situación violenta cuando roban su casa (la parte “Tenebras” del título). Por momentos la película toma la forma de un psicodrama familiar clásico, sólo que contado con recursos formales de vanguardia. La “lucha de clases” es otro tema central del filme, con Reygadas tratando de analizar los miedos y las miserias de la clase alta, pero siendo igualmente poco “políticamente correcto” con los trabajadores que se ocupan de la construcción de la casa del protagonista, los que terminarán por volverse en contra del patrón. Ese “paraíso” de animales y niños inocentes sobre la Tierra va a ir camino de desaparecer en una suerte de apocalípsis bíblico que Reygadas muestra con violencia y crudeza en algunas escenas que generaron fastidio en algunos espectadores (no las voy a contar acá para no arruinar la sorpresa), algunas de las cuales yo también creo que no funcionan del todo bien, aunque sin duda provocarán reacciones curiosas y extrañas. Post Tenebras 2Entre el surrealismo y el animismo, metiendo su cámara casi dentro de las cosas y dando a entender que una lógica cósmica se precipita sobre ellas de maneras que no logramos entender del todo, POST TENEBRAS LUX es una película pequeña y personal que también quiere abarcar el estado del mundo. De alguna manera, es una película Lado B de la propia obra de Reygadas, y hasta de películas como EL ARBOL DE LA VIDA, de Terrence Malick. Acá, la “luz” está ahí, sólo que la oscuridad acecha todo el tiempo y nos vuelve difícil la posibilidad de capturarla y, aunque sea por un tiempo, dejar que nos ilumine. * (Versión extendida de la crítica publicada durante el Festival de Cannes 2012) ** POST TENEBRAS LUX se exhibe en el MALBA los viernes y sábados a las 20. En la Sala Lugones del Teatro San Martín se da del jueves 11 al domingo 14 de julio, a las 19 y 21.30, y del lunes 15 al domingo 21 de julio sólo a las 21.30.
La controvertida película de Carlos Reygadas Breve veredicto sobre Post Tenebras Lux: anomalía salvaje en estos tiempos de conformismo cinematográfico. Podrían escribirse varias páginas sobre las dos primeras escenas, que son magistrales. En la primera, una niña (hija del director) va de un lado a otro en una cancha de fútbol embarrada en alguna zona rural de montaña no muy lejos del DF. La niña apenas balbucea palabras, pues todavía su experiencia del mundo no es enteramente lingüística. Está sola y la acompañan algunos animales. Los perros ladran y persiguen a algunos caballos mientras las vacas miran impasibles la escena. Está por llover y los truenos parecen llegar como acordes violentos de una orquesta cósmica. La oscuridad prevalecerá y los relámpagos irán, paulatinamente, develando que ya no estamos en las montañas sino en un departamento (la sustitución, con el relámpago como encadenamiento, es magnífica). Es de noche, y súbitamente aparecerá el diablo. Un Belcebú anaranjado y sexuado se entromete en la serenidad nocturna de una familia. Todos duermen. La bestia del mal, que lleva una caja de herramientas, espía a los soñadores, pero hay un niño despierto: la criatura lo mira; él le devuelve la mirada y se va. ¿Es una pesadilla? ¿Quién sueña? El protagonista de esta elegía se llama Juan. Está casado, tiene dos hijos y vive con ellos en una especie de paraíso. La casa parece una nave perdida en la naturaleza, un búnker burgués. Cuidadores y perros protegen la privacidad de esta familia de clase media alta. La tensión de clases dictaminará el destino de Juan, pues el orden social alcanza también a los que creen que en la naturaleza el conflicto social desaparece. El gran desafío de PTL es doble. El relato no es aristotélico, evita una organización racional: de una acción no se sigue una consecuencia lógica. Se trata más bien de un caleidoscopio cognitivo, como si el filme duplicara el funcionamiento de nuestro cerebro y sus asociaciones: un recuerdo lleva a otro, de ahí al tiempo presente, después vendrá una proyección imaginaria en el futuro. De una orgía en París se pasa a una fiesta regional, de la infancia de los hijos de la pareja podemos saltar en el tiempo y verlos ya adolescentes jugando al lado del mar. La distorsión lógica viene acompañada de un efecto visual: en los exteriores lo real se modifica por completo, como si la realidad jugara a doblarse. En el fondo de PTL predomina un sentimiento de pérdida, una congoja metafísica por una experiencia de unidad perdida. En cierto pasaje, Juan encontrará un modo de enunciarlo y tal vez se trate de un instante de salvación.
Menos luces que sombras Con claroscuros de paisajes dramáticos, trascendentes como su título; con una supuesta línea autobiográfica y estrenando la modalidad de distorsionar los bordes de la imagen, el retorno de Carlos Reygadas parece otra vuelta de tuerca respecto de su última película, la sublime Luz silenciosa (2009). Pero es, siguiendo sus juegos visuales, un espejismo. El inicio resulta uno de los más bellos e innovadores del cine contemporáneo. Una niña mira al cielo, desorientada; la rodean perros y vacas que luego persigue, abandonada en ese paraje, mientras el encapotado cielo se resquebraja. Ya de noche, llueve y truena en el campo; la chica descansa con su familia cuando un diablo rotoscopiado (la clásica caricatura del macho cabrío) entra a la casa; lleva una enigmática caja y espía en los cuartos. Como la figura del diablo, Reygadas muestra un boceto elíptico y genial sobre lo que ocurrirá con esa familia, burguesa y presumiblemente retirada de la ciudad para vivir en un ámbito relajado, pero hostil. El problema es que la historia no cumple las expectativas de ese enorme comienzo, que también alimentan la breve aunque compacta trayectoria del mexicano. Post tenebras lux divaga entre la experimentación y un hilo narrativo que (si bien nunca fue el fuerte del director) aparece descompensado. Llegado cierto punto, el truco visual resulta vano; una pedantería a la que suman escenas sin sentido. Abucheada y luego premiada en Cannes, Post tenebras lux ratifica a Reygadas como un director cuya audacia puede exceder al criterio.