La parábola tragicómica de Nic Loreti Nicanor Loreti hace la ampliación de su cortometraje "Pinball" en donde tres personajes se entrecruzan de manera violenta y ridícula por igual. Con un gran trabajo de Demian Salomón, Loreti (Kryptonita) cuenta un chiste sobre personajes del bajo mundo con remate final. Punto rojo (2021) administra la información proporcionada al espectador con sus cambios de tiempos (pasado y presente) y espacios (campo, avión o estacionamiento), en un salto constante en donde el espectador ata los cabos sueltos del argumento. Diego (Demian Salomón) se encuentra en un clásico auto Dodge 1500 en el medio del campo. Escucha en la radio un concurso sobre Racing, el club del que es fanático. Cuando empieza a contestar acertadamente las preguntas del programa radial un hombre cae muerto sobre su parabrisas. Una agente secreto (Moro Angheleri) se presenta y le pide información que desconoce sobre el hombre maniatado -apodado Nesquik (Edgardo Castro)- que se encuentra en su baúl. La película tiene el humor negro característico del director de Diablo (2011), y una estética de colores saturados junto a un diseño de “títulos” sobre la imagen, acordes al bajo mundo retratado. La música de Pablo Sala es el otro factor fundamental que le imprime ritmo a una producción que reciente su limitación argumental, un clásico síntoma de los films “ampliados” de un cortometraje. Los personajes mal hablados y al límite de sus posibilidades expresivas son muy bien caracterizados por los actores que los interpretan: Salomón componiendo un perdedor que pretende llevarse el mundo por delante pero su mala suerte siempre se le anticipa, Castro en el rol de un cobarde estafador muy diferente al matón parco que habitualmente caracteriza, y Angheleri como una mujer ruda de armas tomar que jamás se da por vencida. La entrega de los tres con el tono del film es total y se aprecia en cada fotograma. Estamos ante una historia sencilla que se siente elaborada como un chiste: Tres claros actos que cobran sentido sobre el final, cuando su paradójico y gracioso remate se precipita.
Vendaval fresco en el cine argentino Filmada con técnica de primera, con abundante humor negro, un guion inspirado y buenas actuaciones, la película de Loreti supone un auténtico festín. El cine de género argentino aprendió de segunda mano lo que es la clase B. Esa segunda mano es la de Quentin Tarantino, que no hace género sino cita, parodia, guiño, metagénero. Además cuenta historias, claro, pero eso es lo que a nuestros filmadores se les escapó. Se quedaron con la superficie, lo exterior, lo que está más a la vista. Cortarle la oreja a un tipo mientras bailás, que se te escape un tiro y le vuele la cabeza a un pobre diablo, una pareja bailando à gogo, una espadachina clase A que convierte gente en géiseres humanos. Y eso es todo. No copiaron ni siquiera lo que vino después, hasta ahí llegaron. Kill Bill. 1 y 2. 2003. No sólo copian lo más superficial sino que atrasan 20 años. Es aquí donde aparece una película como Punto Rojo, de Nicanor Loreti, y anula toda esa morralla insípida de un plumazo, construyendo una película de género con todos los elementos que tiene que tener cualquier película para ser buena, muy buena o buenísima: ir todo el tiempo delante del espectador, cruzar las historias que aparentemente no tienen relación, alternar ritmos y velocidades, tener un cast sin un solo punto débil, asombrar con una técnica de primerísima (de lo mejor que se haya visto en el cine argentino en mucho tiempo) y, claro, humor muy negro, cortos golpes a la cara, explosiones que parten la tierra en dos. Y también, claro, personajes. Presentada en la última edición del Festival de Mar del Plata, Punto rojo es un barajar y dar de nuevo para la comedia (muy) negra argentina de acción. Para darle algún nombre a un género que, como cualquier género, es todos los géneros. Ya en la secuencia inicial está todo. Un Dodge usadísimo en medio de una zona semidesértica. Un chofer medio aburrido (el escasamente conocido Demián Salomón, que fuma como con rabia, alla Bogart). Mientras espera algo, Diego (Salomón) escucha distraídamente un programa de radio con preguntas y respuestas sobre la historia de Racing Club (la película está desaconsejada para hinchas del Rojo). Diego sabe todo: desde cuándo ganó la Academia la copa Beccar Varela (¿?) hasta la formación completa del equipo de José, enumerada a velocidad warp, desde Agustín Mario Cejas hasta Norberto Raffo. “Si yo sé más que cualquiera de estos giles”, cae en la cuenta, “por qué no llamo y concurso”. Llama, concursa y se va abriendo camino al premio de 200 mil dólares sin rivales a la vista. Es allí que un piloto de combate cae literalmente desde el cielo, haciéndose pelota contra el paragolpes del auto. De ahí en más la narración avanza de modo acronológico, presentando nuevos personajes, uniendo líneas de puntos y llegando hasta una caja que contendría una bomba nuclear (homenaje explícito a la gema clase-B Bésame mortalmente). Pero todo va a parar al arquero de Arsenal de Sarandí. Realizador de Diablo y las más autoindulgentes Kryptonita y 27, el club de los malditos, Loreti está aquí con todos los motores encendidos. Y mucho saber cinematográfico en juego. No cae en la ignorancia de suponer que una película de acción debe operar necesariamente por acumulación. Acumulación de tiros, de velocidad, de personajes, de situaciones, de duración infinitesimal de cada plano. Todo lo contrario. Deja durar los planos sin preocuparse por los hábitos de consumo del espectador de género. Hasta que rompe esos planos calmos con un corte brutal de montaje. Usa en función expresiva el fondo de la imagen, los espacios vacíos, breves irrupciones de animación, y con la ayuda de un fotógrafo de excepción (Mariano Suárez) le da al desierto (¿de San Juan?) la tonalidad broncínea del de Sonora en París, Texas. Lo demás son el pusilánime contact man de Edgardo Castro (personaje clásico del film noir) y, sobre todo, una irreconocible Marina Anghileri, en un papel de chica imposible de matar, cuya dureza hace pensar en la notable Michelle Rodríguez. ¡Y las puteadas! En ese sentido, Punto rojo es tan argentina como Los siete locos. El maestro de puteadores es el sorprendente Salomón, con sus “La concha bien de tu madre”, arrancado de una calle que no es de Los Ángeles, de Nueva York o Seúl, sino inconfundiblemente de acá. Y de acá, y no de cualquier parte, es de donde las películas argentinas de género deben ser.
El director de «Diablo» y «Kryptonita» vuelve a meterse de lleno en un relato que mezcla la marginalidad, la acción, el contexto del conurbano y la comedia negra. A Nicanor Loreti le encanta jugar y experimentar con el cine de género, más que nada con el policial pero también con la comedia (de hecho, su film anterior «Anoche», comprendía una comedia de enredos), los cuales en varias ocasiones supo combinar con buenos resultados en sus films personales, y no tanto con los que dirigió por encargo (las películas de «Socios por Accidente»). «Punto Rojo» parece un regreso a los orígenes, con un estilo ya establecido, pero también con un ingenio producto de la idea que intenta plasmar el director en esta oportunidad y de las circunstancias que envolvieron al rodaje. Cuenta Loreti que quería presentar una historia alrededor de un personaje único sentado en un auto y teniendo que lidiar con conflictos que van surgiendo como resultado de una enigmática espera (algo que pudimos ver previamente en su cortometraje «Pinball» del cual Punto Rojo representa una ampliación básicamente), y que justo se dio la posibilidad de comenzar a realizarla en plena pandemia cosa que por un lado significó un problema, pero también una oportunidad. Como bien dijimos, hay un personaje principal (Demián Salomón) en un descampado de la Provincia de Buenos Aires, sentado en su auto, escuchando un concurso radial de preguntas y respuestas sobre Racing Club. Mientras participa de este evento, el hombre es sorprendido por un hombre que cae desde el cielo sobre el parabrisas de su auto, seguido de un avión que se estrella en una zona aledaña. Poco a poco se irán revelando las incógnitas tras las extrañas circunstancias que rodean a este peculiar sujeto en una película que, mediante sus 80 minutos de duración, va escalando en desenfreno, acidez, situaciones hilarantes y disparatadas. Lo interesante radica en cómo Loreti sostiene la tensión y el interés a lo largo del relato, apoyado casi exclusivamente en este personaje, y en un par de secundarios de breves apariciones, prácticamente en una sola locación y utilizando el recurso de flashback para ir develando cómo los personajes llegaron a esa situación o incluso por qué actúan de determinada manera. Se puede ver ciertos aspectos o influencias del cine de Tarantino (algo que ya había mostrado en «Diablo»), especialmente en ese aspecto de narrativa discontinua yendo y viniendo en el tiempo para conectar situaciones o atar cabos, aunque en «Punto Rojo» algunas cuestiones no terminen de cerrar tan armónicamente como en las películas del director norteamericano (sobre el final se van acumulando una serie de giros narrativos algo caprichosos y excesivos que comprometen todo lo elaborado previamente). «Punto Rojo» resulta una propuesta entretenida, cuya economía de recursos supo ser explotada y aprovechada en pos de redondear una película pequeña pero fresca y rendidora, aunque por momentos este a punto de desbarrancar por abrazar el frenetismo hasta el límite.
Desde el estreno de Diablo, su ópera prima, Nic Loreti fue construyendo una carrera prolífica, con una característica única: la oda al antiheroísmo, a esos personajes que constituyen el fondo del tarro y se ven envueltos en situaciones tan extrañas como peligrosas. Se aprecia tanto en propuestas como Kryptonita, basada en la novela de Leonardo Oyola, como en las películas de Socios por accidente, codirigidas con Fabián Forte. Punto rojo no se aleja de esas preocupaciones. Diego (Demián Salomon) aguarda dentro de un auto en medio de un desierto. Fanático de Racing, mata el tiempo participando en el concurso de un programa radial dedicado a su adorado equipo. No para de responder correctamente, se acerca a la instancia final, hasta que una persona aterriza en el capó del vehículo. Un hecho que permite revelar qué está sucediendo realmente: Diego lleva en el baúl a Nesquik (Edgardo Castro), y ambos pronto deben lidiar con una implacable agente (Moro Anghileri). Partiendo del universo de su cortometraje Pinball, Loreti retoma la ferocidad de Diablo, con la diferencia de que ahora invierte la locación: ya no sucede en interiores sino en espacios abiertos, desolados. Al director le alcanzan con tres personajes para contar una comedia negra policial, donde nadie es inocente pero ninguno deja de generar algo de simpatía, sobre todo Diego y su fanatismo por la Academia. Otro punto alto reside en los diálogos, directos y con un nutrido catálogo de malas palabras que son parte de la identidad de los personajes -urbanos, rudos- y del film. Demián Salomon, Edgardo Castro y Moro Anghileri sostienen el film y exprimen a sus personajes desde lo emocional y lo físico. Salomon en particular sobresale porque su personaje, al tener un poco más de desarrollo que lo vuelve entrañable, es el verdadero protagonista. Punto rojo muestra a Nic Loreti en plena forma y presenta un universo que tiene condiciones para continuar expandiéndose.
El director de Diablo y Kryptonita vuelve a mezclar el policial del conurbano y la comedia (muy) negra en esta historia centrada en un personaje del que, al principio, descocemos todo. El muchacho, apodado “Ladilla” (Demián Salomón), está en un auto en medio del desierto, con polvo hasta en el alma, escuchando un programa de preguntas y respuestas sobre Racing, del que parece saber todo. El tipo llama, responde y se encamina a ganar, hasta que le cae del cielo un cuerpo sobre el capot y llega una mujer con traje de cuero (Moro Anghileri) dispuesta a matarlo. La secuencia inicial –cuyo tempo narrativo y mezcla de gánsteres y absurdo recuerda a Quintin Tarantino– preludia un flashback sobre las circunstancias que llevaron a Ladilla hasta allí y los roles que ocupan en todo este asunto Nesquik (sí, como la cholatada) y la Chancha, una voz que controla todo desde su teléfono. No conviene adelantar qué ocurre con la interacción de esta galería de personajes –algunos torpes, otros desquiciados, otros con todas esas características juntas–, ni las motivaciones de cada uno, durante los poco más de 70 minutos de esta película orgullosamente pequeña y concentradísima en una anécdota que genera situaciones hilarantes y disparatadas, algunas de notable inventiva y otras con una bienvenida impronta estilizada que entiende lo excesivo como elemento lúdico. Hay, es cierto, una acumulación algo excesiva de vueltas de tuerca demasiado engañosas en el desenlace, pero podría pensarse como otra pasada de rosca de una película... pasada de rosca.
“Punto rojo” de Nic Loreti. Nic vuelve con una película fiel a sus raíces. Como dijimos en su momento, durante la competencia argentina de largometraje del 36º Festival internacional de cine de Mar del plata se vieron cosas algo extrañas. Documentales que transcurren en Rusia o el Tíbet, pero como es su costumbre Nic Loreti llegó para coronarse como el más descabellado. “Punto Rojo” toma muchas cosas de su corto “Pinball” y las infla como piñata de cumpleaños. Pasar de un secuestro a una bomba nuclear como solo la imaginería de Loreti podría hacerlo. Y por suerte hoy llega a las salas de cine, para verla como merece ser vista. Dentro de un Dodge 1500 azul, Diego espera algo. Está estacionado en el medio de la nada, escuchando un programa de preguntas y respuestas sobre Racing. De repente un cuerpo cae sobre el parabrisas y este punto de quiebre es lo más mundano que veremos de acá en adelante. El erudito de la academia se verá envuelto en una trama que parece resultado de un sueño esquizoide, que es donde Nic se encuentra más cómodo para hacer sus películas. Si a las bandas se las sigue desde Cemento, a Loreti se lo sigue desde “Diablo”. Un director que sabe cómo manejar la super acción y la construcción de un mundo exagerado donde todo puede pasar de manera orgánica. Nadie se pregunta qué hace un auto en medio de un descamado, solo espera ansiosamente la respuesta, que seguramente venga acompañada de una puteada o sangre. En un mundo donde la violencia es el único idioma que se habla. Efectos prácticos que pivotan entre la prolijidad y lo grotesco, personajes que constantemente rozan lo ridículo y una trama hiperbólica. Todo lo que podemos esperar de una película de Nic Loreti. Atrapante y entretenida que complementa su obra anterior. Para fanáticos y para aquellos nuevos adeptos que puedan llegar a partir de “Punto Rojo”. Loreti una vez más demostrando su habilidad para exprimir hasta el último centavo de su presupuesto. Calificacion.
Un divertimento violento, exagerado y delirante. El policial que escribió y dirigió Nicanor Loreti, el mismo de “Kryptonita”, “Diablo” y “27: el club de los malditos”, que recogió varios premios en el último festival de Mar del Plata. Es una película de humor negrísimo, mucha acción, una lógica desquiciada, con idas y vueltas en el tiempo, que nos atrapa desde la primera situación. Una auto muy personalizado en el medio de un desierto, un hombre que espera, un cuerpo que cae del cielo mientras el concursa por radio con sus conocimientos excepcionales de Racing, y la aparición de una mujer con vestimenta policial de acción que lo apunta decidida. Todo lo que sigue mantiene el mismo nivel de locura y exageración, de absurdo y marginalidad. Como se llega a esa situación son datos que nadie debe revelar en nombre de la intriga y entretenimiento del espectador que gozara de este film. Se luce particularmente Demián Salomón, con Moro Anghileri y Edgardo Castrol.
Los giros narrativos, el imaginario mundo del hampa, las situaciones bizarras y la inteligencia del director para construir el film con recursos prácticos, son las principales virtudes de Punto Rojo. Nicanor Loretti vuelve a demostrar ser el director argentino indicado a la hora de buscar entretenimiento cinematográfico, con un cóctel de diversión y violencia que va en todo momento al grano para que la pasemos de fiesta en el cine.
Punto rojo es la nueva película de Nicanor Loreti, cineasta argentino especializado en cine de género. Esta vez elige contar una historia con pocos actores, pocas escenas y pocas locaciones. La película no se ve barata ni forzada, al contrario, visualmente es impecable y esos pocos espacios donde está narrada funcionan bien. Hacer cine de género necesita de un espectador que acepte las reglas y juegue con ellas. De todas las películas del director esta es, probablemente, la más lograda. Las locuras de la distribución y exhibición actual no le darán el espacio que debería haber tenido y que tuvieron film menos logrados del director. Aunque la trama desatada remite al cine de Quentin Tarantino y a todo el cine que este a su vez colocó en su propia obra, Punto rojo es todo lo argentina que puede ser, no como una bandera, claro, sino por la omnipresencia de elementos locales, como el auto de la película, un Dodge 1500, así como también el lenguaje absolutamente local. El protagonista, Diego, empieza la historia con su auto en medio de la nada. Para entretenerse escucha un concurso de radio sobre Racing Club, equipo de fútbol del cual es hincha fanático. Acto seguido ocurrirá un evento sorprendente que trastocará todo, pero el concurso seguirá en pie. Policial, thriller de espionaje, película de gángsters, narración que bordea lo fantástico, Punto rojo siempre intenta hacer cosas y aportar estilo visual prolijo y sólido. No llega su efectividad a que podamos pasar por alto eventos sin sentido para la propia trama, pero aun con eso sigue siendo una película con ideas y ganas de narrar. Lo visual es impecable, se precisa un guión más fuerte para acompañar.
Feos, sucios y malos. El relato está estructurado a partir de un sofisticado y virtuoso contrapunto entre dos situaciones que se entrelazan a lo largo de todo el argumento: 1) la situación policial, vinculada a la entrega de una misteriosa caja, y de un secuestro encargado por la mafia del fútbol, y 2) el concurso radiofónico de preguntas y respuestas sobre la historia de Racing, en el cual Diego (la víctima secuestrada) pretende salir victorioso a toda costa. La principal virtud de esta estrategia narrativa se expresa en una orquestada combinación de giros temáticos que refutan o amplían la experiencia espectatorial, junto a elementos constantes y de gran previsibilidad, que brindan al relato una solidez estructural firme y contundente, al mismo tiempo que ofrece un campo narrativo fértil para asimilar los quiebres de expectativas que el relato propone. El hombre que está solo y espera El segmento I se inicia con un hombre detenido en un Dodge celeste a la vera de un río o de una laguna. Se lo ve inquieto, expectante. Como espectador (y porque se trata de una tópica policial), infiero que el personaje espera algo o alguien, todavía no sé para qué, pero está claro que se trata de algo delictivo. Mientras espera establecer el contacto, escucha la radio en el Dodge; se trata de un programa de concursos sobre la historia del club Racing de Avellaneda. El premio: 200.000 pesos. Todavía no me entero que el personaje se llama Diego (de esto me anoticiaré mucho más tarde), como tampoco puedo sospechar aun la verdad de su situación. Sí advierto su gesto de fastidio y desazón ante el magro desempeño de un oyente radiofónico cuya ignorancia sobre los datos del club ofenden su sentimiento de un auténtico fanático. En este preciso momento es cuando descubro en el personaje el gesto adusto del entendido, del experto. Entonces me doy cuenta de algo irremediable: está destinado a ganar el concurso. Sin embargo, todo este cúmulo de certezas se pulveriza ante la caída desde el aire de un cuerpo sobre el parabrisas del Dodge. El personaje y yo, por primera vez, compartimos un mismo desconcierto, una ignorancia cósmica, un gesto de sorpresa frente a una situación tan imprevista como desconcertante (y aquel miedo de que el cielo se desbarrancará sobre nuestras cabezas, tematizado por Gosciny y Uderzo en las aventuras de Asterix, recibe su toma ejemplar). Unos segundos más tarde, el avión (desde donde ha caído el cuerpo) se estrella frente a la roca; una mujer ha conseguido sobrevivir. El encuentro entre la mujer y nuestro personaje constituye la primera clausura significativa de la trama. La aparición de la muchacha todavía puedo asimilarla a lo que yo mismo como espectador he venido construyendo, a partir de los pacientes indicios que el relato ofrece. En verdad su presencia no es ninguna continuidad, sino el inicio de la trama subsiguiente, pero yo todavía no estoy en condiciones de descubrirlo. En esos primeros momentos, a la muchacha la imagino como el contacto que el personaje ha estado esperando, sin embargo, la interpelación de la muchacha rápidamente me va a mostrar que las apariencias, como los sueños de Segimundo, son sólo eso. Dialéctica de la víctima y el victimario El segundo segmento pone en escena una inversión categórica: muestra que el protagonista (del cual recién ahora conocemos su nombre: Diego Ramírez Acardo) ha sido inicialmente la víctima de un secuestro; que ha logrado liberarse, y que ha hecho de su propio secuestrador, una víctima, volviéndose él mismo secuestrador. El cambio de rol queda reforzado materialmente en el gesto de Diego Acardo de quitarle a Nesquick su chaqueta de cuero para vestirla él mismo, como un cordero que se calza la piel del lobo que ha querido devorarlo. Esta misma inversión, con los mismos personajes y la misma trama, Loreti ya la había anticipado en un cortometraje de 2019 (Pinball, disponible aquí). Como en Punto rojo, Pinball hace del secuestrador una víctima de su propia víctima, pero con una diferencia significativa importante: mientras que en el desenlace del corto, los dos personajes devienen una misma víctima fatal de una idéntica acción, pues el mismo disparo del revólver mata al secuestrador y condena al secuestrado al encierro, pues con la muerte del victimario se ha cerrado nuevamente el baúl, que ahora ya nadie abrirá; en Punto rojo, por el contrario, los personajes se bifurcan de manera constante: si Edgardo (Nesquick) es torpe, crédulo, y entrega sus secretos ante la primera adversidad; Diego, por el contrario, es meticuloso, preciso, contundente. Y allí donde Nesquick fracasa en su empresa de obtener un monto que le cambiaría la vida, Diego triunfa y se consagra. Esta inversión de la inversión se completa, finalmente con un giro de gran inteligencia narrativa por parte del realizador; para quien conoce el cortometraje de antemano, es aún más sorpresivo el giro que toma el relato, ya que Demián Salomón (que interpreta a Diego Acardo en Punto rojo) encarna en Pinball al personaje de Nesquick. “¿Che, qué carajo hay acá adentro?” El segundo giro importante del relato ocurre en el segmento III, con el revelado de la trama presuntamente central, que ha quedado accidentalmente desviada por un imprevisto. El personaje sobre el cual el relato se ha estado organizando durante los primeros 33 minutos, e incluso el asunto del secuestro, y todo lo vinculado a Diego, que hasta ahora parecían designados a desempeñar el eje central de la operación, todo se desvanece, para quedar a la vista la intrascendencia, lo accidental y lo superfluo. En otras palabras, la inversión en el nivel de los personajes, ahora se presenta en el nivel de las tramas; el evento principal (el secuestro) ahora se nos manifiesta como un accidente al interior de un plan más amplio. Lo que este segundo giro demuestra es el modo en que puede estropearse un plan muy simple, cuando se subestiman alguno de los elementos involucrados. El propio Nesquick, reconoce de hecho que la combinación de los dos trabajos (el secuestro y la entrega de la caja) le parecían entonces una idea viable, precisamente porque consideraba al secuestro (y por defecto, a Diego) como un trabajo menor y de poca monta, un gol que se podía hacer de taquito. La subestimación sobre el secuestro incluso queda expresada en la devaluación del monto que Nesquick espera cobrar por el rescate de Diego, en relación al monto que aquél espera obtener por el contenido de la caja: 200.000 dólares por la caja, contra 200.000 pesos por Diego. “Yo nací listo”: el hilo de Ariadna en el laberinto del minotauro En medio de todos estos desvíos e inversiones, en medio de todas las certezas que van cayendo, lo único que persiste incólume es el segmento asociado al concurso radiofónico sobre la historia de Racing, dosificado con mano maestra a lo largo de todo relato. Este segmento funciona como un gran nexo, como el campo absoluto de la certeza, entre lo constantemente mudable. La constancia del tópico del concurso se expresa en dos niveles: por un lado, porque es el único núcleo temático que se mueve en una misma dirección sin resignificarse ninguna de sus partes, desarrollándose de modo lineal; pero además porque, a diferencia de los otros segmentos, este en particular es el único expresamente previsible desde el inicio. Como espectador, no me cabe duda que Diego está destinado a ganar ese concurso, y en ningún momento el relato ofrece el más mínimo elemento para dudar de que así será. Incluso la resistencia física casi absurda y surrealista que manifiesta Diego en sus enfrentamientos con “Meche” son también un elemento de refuerzo que permite anticipar que nada ni nadie se interpondrán en la consubstanciación de ese premio. Esta previsibilidad tan marcada podría derivar en monotonía si no fuese por el contrapunto que se establece con los restantes segmentos: un equilibrio virtuoso entre la línea sinuosa de lo incierto y el determinismo finalista. Pero el contrapunto no se da únicamente entre lo constante y lo inconstante, sino también entre el fracaso y el triunfo; es el único segmento donde uno de los personajes consigue realizar lo que pretende: donde las acciones garantizan un resultado exitoso. En este sentido, los personajes de Nesquick y Meche parecen formar parte de ese universo caleidoscópico de perdedores que nos ofrece Nic Loreti en casi todas sus producciones anteriores. Las comparaciones son odiosas, pero en este caso creo que se justifican; Loretti viene exhibiendo una habilidad rara y virtuosa para el relato clásico; habilidad que lejos de rigidizarse en un facilismo formulista, parece recrearse con cada contenido. En nuestro país el otro realizador que –a mi entender- compite en esa misma liga es Damián Szifrón. Pero el mundo de Szifrón no es un universo ennoblecido por esa marginalidad que en Loreti parece justificar la existencia de lo auténtico; los personajes del director de Los Simuladores, de Relatos Salvajes y de Tiempo de Valientes, o bien son personajes socialmente ya consagrados, o en vías de una consagración social que está a la altura de sus recursos. Por el contrario, si uno revisa toda la producción anterior de Nic Loreti, podrá advertir que su mundo está poblado por individuos marginales que a duras penas intentan boquear sobre la superficie social, en una sociedad que constantemente busca hundirlos, y generalmente lo consigue. En ese mundo, donde la carta de ciudadanía es el fracaso, Diego Acardo es un paria. Y ésta podría considerarse la última inversión, una que incluso va más allá de la diégesis de este film individual, para reposicionarse al nivel de la poética del autor. La presencia de Diego en un mundo de personajes torpes, descuidados y cobardes se nos ofrece como una anomalía, como un elemento infiltrado, tan desencajado como la torpeza de Nesquick (incluso de su apodo) respecto del medio en el que pretende desenvolverse. Ambos constituyen el núcleo molecular de la comedia que complementa el relato de acción policial. Para terminar, me permito una pequeña crítica constructiva. Creo que el núcleo temático asociado a la caja misteriosa ha quedado un poco desconectado del resto del relato, y, sobre todo, el personaje principal asociado (Meche) queda un poco desarticulado en relación a los personajes restantes. Si bien todo el evento del secuestro se presenta como una ampliación del cortometraje Pinball, la anécdota del concurso radiofónico colabora significativamente a un desarrollo que se percibe finalmente de un modo orgánico. En tanto Nesquick tiene una historia previa con Diego (mostrada en el flashback) su presencia también percibe como naturalmente articulada. Pero ello no ha ocurrido con “Meche”; ella simplemente irrumpe desde un afuera narrativo, que deja al espectador la sensación de un elemento que no termina de encajar. Más allá de este detalle, la película ofrece al espectador un producto de calidad que vale la pena conocer.
ESTILO SOBRE SUSTANCIA Nicanor Loreti es una de las nuevas voces del cine argentino que apuesta al género y al cine serie B como puntas de lanza, sin contar su trabajo en Socios por accidente. A menudo cae en la trampa de “estilo sobre sustancia”, con guiones que remarcan sus influencias cinéfilas pero esencialmente son relatos llanos, superficiales. Otra influencia es el neo noir y Punto rojo tiene mucho de eso, con su estructura fragmentaria y la inclusión de varios puntos de vista. El protagonista, Diego, está participa de un concurso radial en el que le hacen preguntas sobre su club, Racing de Avellaneda. En ese momento, se le aparece un grupo de personajes que lo involucran en hechos imprevisibles: uno que cae desde el cielo, otro que aparece amordazado y una agente secreta. El acierto de Loreti con esta nueva propuesta es cómo condensa la acción en tres personajes y apenas unos pocos espacios con giros que cuando no se tornan excesivos -en particular hacia el final- le dan nuevas capas a los personajes que se traducen en su accionar. El humor negro, negrísimo, tiñe cada uno de los planos del film hasta el final y por momentos diluyen la acción, entre la violencia y algún efecto especial clase B que no aporta demasiado a la narración. Como film de acción tiene la virtud de atrapar a pesar de sus falencias y secuencias mal resueltas en el desenlace, porque a pesar de los giros arbitrarios sus personajes interesan. A veces con eso es suficiente.
El director de “Diablo” (2011), “Kryptonyta” (2013) y “El Club de los 27” (2018) se ha vuelto con los años un realizador de culto, para los estándares que cultiva cierta cinefilia de nuestro. Nicanor Loreti ha sabido mixturar, la ciencia ficción, lo fantástico, el policial y la acción. Su cine se puebla de héroes y villanos, con claras influencias de la literatura y el cine de género americano. Sus películas suelen ser relatos corales, y en ellas se filtra una estética de cómic abrevada con un humor bizarro. Loreti utiliza abundante cámara en mano, persiguiendo un cine realista. También flashbacks y suculentas dosis de humor negro. Así, ha labrado una imagen que le continúa favoreciendo de modo redituable. Para quien comenzara desarrollándose en el periodismo cinematográfico, el presente representa su octavo largometraje. En “Punto Rojo”, estrenada en el último Festival de Cine Internacional de Mar del Plata, se combina la inventiva visual del cineasta con su faceta narrativa más disparatada. Si bien el film extrae de las locaciones elegidas virtudes y sentidos que puedan otorgarle funcionalidad a su puesta en escena, el resultado no se vislumbra del todo homogéneo. La semilla original desde el cortometraje “Pinball” desemboca en un producto en donde lo excesivo prescinde de cierta lógica. Este ´policial conurbano con guiños al cine de Quentin Tarantino y Guy Ritchie adapta el concepto a la forma, no sin cierta pretensión. Cómodo en su hábitat predilecto, la reputación de Loretti como cineasta salvaje añade una página a su leyenda.